Evacuación, por Sebastián Gúmera

Despierta a la mujer la linfa evaporada de la ciudad. Sus neuronas adormecidas intentan huir del hedor, se marean y vomitan, desesperadas, palabras de auxilio.
― ¿Dónde estoy?
― ¿No la habían amordazado? ― oye la mujer, vendada y atada.
― No era necesario, ¿Quién la oiría aquí? Nadie. Luisa, estás sola aquí, ¿estás asustada? ¿no? Pues deberías estarlo. No por nosotros, ya no presentamos ninguna amenaza cuando queda tan poco tiempo.
― ¿Quiénes son?― la mujer era casi inaudible, pero serena. La voz de quien le hablaba la tranquilizaba.
― Somos quienes te necesitan para intentar redimir a la humanidad. Tu marido es el culpable de que estés tú aquí. Si nos ayudas, podrás morir satisfecha y en paz cuando llegue el momento, de lo contrario no aseguramos que tu muerte ni la de tu hijo sea indolora. Continue reading «Evacuación, por Sebastián Gúmera»

Alucinaciones.TXT: Impresiones personales

¿Qué puedo decir de este libro? Todo y nada a la vez. Todo, porque conozco la mayoría de sus detalles y recovecos. Nada que sirva para dar una dimensión real. Es que la cercanía me hace pensar que lo único que escribiría es un reflejo paralelo de su verdadera dimensión.

Una antología de esta naturaleza siempre ha estado en el aire. Desde los años 1980’s que se viene hablando sobre poner en firme a los autores del instante en el género fantástico chileno. Lo intentó Andrés Rojas-Murphy en 1989, pero su enfoque, al igual que Años-Luz (2006), fue abarcar todos los períodos históricos y no ser un testimonio con relatos inéditos de lo que había en el momento. Por eso, Alucinaciones.TXT es una evolución en las antologías de género en Chile: la misión ya no es ser un historiador o arqueólogo, sino tomar una cámara fotográfica y hacer click en el aquí y ahora. Continue reading «Alucinaciones.TXT: Impresiones personales»

Poliedro: caras, aristas y vértices

“Me ha sido dado un poliedro frente al mar”…“una compacta reunión de lejanías”
Eduardo Anguita

Poliedro, relatos chilenos de fantasía y ciencia ficción fue gestado por el ‘Grupo Poliedro’ compuesto por aquel entonces por Patricio Alfonso, Sergio Fritz, Armando Rosselot, Luis Saavedra y Soledad Véliz. Según se sabe este proyecto nació de una iniciativa de Sergio Fritz que es un abogado que de tanto leer a Lovecraft creyó que tenía talento como para imitarlo. Aparentemente Fritz convocó a Saavedra y éste al resto aunque sé que Armando Rosselot llegó ‘dateado’ por Teobaldo Mercado quien finalmente se salió del grupo para recorrer ese camino de lobo estepario que tan bien le sienta. ¿Cuál fue el criterio entonces que reunió al Grupo Poliedro? A juzgar por los cuentos no fue el love por Lovecraft que comparten Pato Alfonso y Fritz, ni tampoco el hecho de pertenecer a una misma generación. Y ya que estamos con las preguntas, ¿qué es el Grupo Poliedro? Según el mismo libro, “…es una organización sin fines de lucro con el objetivo de difundir la disciplina del género fantástico, en general, y de su literatura, en particular. Dentro del panorama del género en Chile se perfila como uno de los pocos grupos dedicados y con un proyecto en pleno desarrollo. Sus integrantes son personas activas y creativas que ven en el fantástico un vehículo de expresión pleno y potente para sus ideas y sensibilidad.” Esto fue justamente lo primero que llamó mi atención de Poliedro, el que se haya tenido que constituir una organización para editarlo, y que la declaración de principios de este grupo fuese un copy and paste de aquel viejo disclaimer del fanzine Fobos. ‘Organización sin fines de lucro’ allí, ‘publicación sin fines de lucro’ acá. El objetivo es el mismo (general y particular) y dentro del panorama en Chile ambos se perfilan (y perfilaban) como ‘únicos’. Lo que sonaba bien y hacía total justicia al fanzine Fobos, pero que copypasteado y adaptado en Poliedro parecía algo forzado.
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El Hombre que salvó al mundo

Me levanté temprano como todos los días. Pongo el despertador a las seis y media porque me toma casi noventa minutos llegar al laboratorio. Seguí la misma rutina de siempre. Encendí el plasma en un canal de noticias, fui al baño a mear, luego a la cocina a activar la máquina del café y después de vuelta al baño a darme una ducha. Tiene que entender que a esa hora de la mañana la costumbre es más fuerte que cualquier decisión consciente, y soy una especie de zombie capaz de pasar muchas cosas por alto hasta que las tengo frente a la cara. Hace unos años, por ejemplo, mi ex-novia se quedó a dormir en el departamento. Follamos… ¿puedo decir follamos? Bueno, tuvimos sexo y todo eso, pero a la mañana siguiente no me di cuenta de que ella estaba en la cama hasta que salí de la ducha, y me dio un buen susto. Obviamente sigue siendo mi ex-novia. Continue reading «El Hombre que salvó al mundo»

Patria y libertad se llevó a mi niña (Víctor Raja!)

Patria y Libertad se raptó a mi niña (E.P, 2006)

Dijo que se iba ir lejos para las fiestas
El año nuevo, al puerto
Eso dijo
Pero nunca llegó
Nunca llegó a ninguna parte
Nunca llegó a ninguna parte


Patria y Libertad secuestró a mi niña
Patria y Libertad se la llevó lejos
Patria y Libertad se la llevó


Ahora no sé
Dónde puede estar
Ellos la arrancaron de mis brazos
Me la arrancaron
No sé
Dónde puede estar
Ellos la arrancaron de mis brazos
Se la llevaron


Avísenme, Avísenme, díganme algo
Que la presidenta se levante de la cama
Y que encuentre
Dónde tienen metida a mi niña
Llámenme, llámenme, digan algo
Que se pongan a trabajar los tiras
Y que ellos me digan
Si está viva


Oh oh oh oh oh oh
Oh oh oh oh oh oh


Dijo que se iba ir lejos para las fiestas
El año nuevo, al puerto
Eso dijo
Pero nunca llegó
Nunca llegó a ninguna parte
Nunca llegó a ninguna parte


Patria y Libertad secuestró a mi niña
Patria y Libertad se la llevó lejos

Patria y Libertad se la llevó

Patria y Libertad secuestró a mi niña
Patria y Libertad se la llevó lejos

Patria y Libertad se la llevó

Copyright: Víctor Raja!, Black Rocket Records, Puente Alto 2006.

La Brújula Dorada

Brujula doradaPor Jorge Baradit (*)

Es cierto, la historia de una niña y sus aventuras junto a un animal que habla ya fue contada, la epopeya del niño elegido que va en busca de su destino usando artilugios mágicos es casi un template de “curso de guión, uno”. Pero no nos engañemos. Como decía Borges, solo existe una cantidad limitada de historias para contar y lo que disfrutamos son variaciones de arquetipos eternos. Lo que tenemos en “La Brújula Dorada”, de Philip Pullman, es una de esas historias que ofrecen una variación maravillosa y llena de vitalidad de un arquetipo eterno. Sus páginas no se limitan a repetir la fórmula fantástico-épica tan en boga, sino a ofrecer párrafos llenos de creatividad y sorpresa en un lenguaje accesible para el público al que es dirigido. Pullman es capaz de ofrecer un mundo novedoso cuando parecía que los mundos novedosos habían sido todos descritos y redescritos hasta el cansancio, aburridos de tanto elfo y mundos celtas lejanos plagados de nombres altisonantes y descripciones de batallas eternas y genealogías latas. Apelando a la cruza de géneros en un ejercicio lleno de valentía, Pullman hila una historia fantástica aderezada con ciencia ficción, magia, conjura política, aventura y thriller de misterio. Hay monstruos y brujas tanto como energías ambáricas y poder atómico; hay conjuras teológicas oscuras y aventuras veloces sobre trineos siberianos; hay fantasmas decimonónicos y cuerpos astrales directamente salidos de los mundos de la esoteria y la pseudociencia. Hay riqueza y creatividad en un ejercicio de la aventura dinámico, incesante y maravilloso. No estamos hablando de literatura para la literatura, está claro, estamos hablando del lenguaje al servicio de una historia, a la manera más antigua de todas: el relato de una aventura maravillosa que pudo haber ocurrido en un tiempo y lugar indefinido. La palabra retrocediendo hasta desaparecer, para dejar en su lugar una sucesión de diálogos e imágenes poderosas y soprendentes que te hacen desear estar ahí y acompañar a los protagonistas en su aventura.

La historia parte con la pequeña Lyra, ese arquetipo de la niña valiente en el umbral de la juventud tan caro a Hayao Miyazaki que recuerda a Naausicaa y a Mononoke, entrando a la aventura a través de un accidente. Escondida en un armario junto a su daimonion (porque en este mundo todas las personas tienen una personificación de su alma en la forma de un animal) y descubriendo un complot asesino contra Lord Asriel, tío de Lyra y encarnación de todo lo admirable por ella. Lord Asriel logra huir del atentado gracias a la ayuda de la niña y como resultado ésta queda enterada de un misterio que implica el secuestro de cientos de niños por una organización teológica fundamentalista, su traslado hacia algún punto cercano al polo norte y su relación con macabros experimentos relacionados con un misterioso “polvo”, producto al parecer de la actividad de partículas subatómicas relacionadas con las auroras boreales. Por supuesto la niña termina embarcada en la aventura de rescatar a los niños del poder de la Junta de Oblación y a su tío Asriel de las garras de los poderosos panserbjoerne, osos acorazados inteligentes, con la ayuda de sus valientes amigos giptanos. Todo en una especie de mundo paralelo ucrónico, una tierra donde nunca hubo revolución industrial y los zeppelines a hidrógeno cruzan el mismo cielo que brujas montadas en escobas.

El libro da origen a una superproducción fílmica que ha abierto una polémica al menos en Estados Unidos. Según alguna institución conservadora ligada a la iglesia, el libro y la película incitarían a los niños a descreer de dios y deberíamos abstenernos de exponer a nuestros hijos a semejante peligro. Como buena institución fundamentalista cree que dios y ellos son lo mismo y se sienten con derecho de interpretar sus deseos con pasmosa claridad. Es cierto que el libro despliega imaginería gnóstica y pagana, pero no menos que otros relatos mucho más famosos que éste. También es cierto que presenta a una institución religiosa dogmática involucrada en secuestro de niños, pero personalmente tiendo a celebrar ese cuestionamiento de las agrupaciones fundamentalistas que tanto daño ocasionan y han ocasionado más que criticarlo. La verdad es que juzgar al libro de esta manera nos llevaría a revisar casi todas las historias para niños existentes. Ya veo mañana a PETA manifestándose en contra de Caperucita Roja por incitar al odio hacia los lobos o a alguna asociación de “gente pequeña” a eliminar a los enanos del cuento de Blancanieves por considerarlos vejatorios. La Brújula Dorada es una gran historia de aventura e intriga con un grado de complejidad interesante para un best seller infantil entre diez a catorce años. Es una gran oportunidad para acostumbrar a los niños a leer la historia antes de verla en el cine, ejercicio estimulante y enriquecedor. La verdad, si alguien hubiera puesto este libro en mis manos cuando yo tenía doce años lo habría amado con todo mi corazón y, lo más importante, habría querido leer más.

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Philip Pullman, inglés nacido en 1946, vivió de pequeño en Zimbawe y Australia a raíz del trabajo de sus padres. A los diez años leyó El Paraíso Perdido, de John Milton, que se convertiría en una gran influencia en sus obras en particular de la saga de la Materia Oscura, de la que La Brújula Dorada es su primer tomo y su obra más premiada.

(*) Comentario publicado originalmente en Cultura, diario La Tercera 08-12-2007

Tunguska 9

Godard abría los ojos de nuevo dentro del cine. En la oscuridad. Le picaba la piel de los muslos y las canillas. Pulgas. Amaba y odiaba a la vez los cines viejos. Las luces estaban apagadas. Tenía a veces esos blackouts, esas pérdidas de memoria. Godard estaba viejo. En la pantalla, las imágenes mostraban a Andy Warhol caminando por Nueva York. Godard sonrió. Warhol era una mierda, pero era una mierda simpática, una mierda conocida. Siempre le dieron risa sus películas. Ese hijo de puta de Paul Morrisey no sabía demasiado de cine pero era divertido. Tenía buenos títulos, por lo menos, pensó. Luego puso la mente en blanco. Zen de cinematógrafo, zen de auteur. Miró la película. Warhol caminaba por una calle de tierra en un suburbio de una ciudad americana. Todo era en blanco y negro o, mejor dicho, color sepia. Un color de foto antigua, de cinta sudamericana al modo de un neorrealismo involuntario provocado por la precariedad, la pena o la imposibilidad de filmar en mejores condiciones. La película era muda. Warhol caminaba por el suburbio y luego las casas desaparecían y la ciudad se acababa y todo –la pantalla, lo que podia aguantar el ojo de Godard- se convertía en un sitio baldío. Había caído una bomba ahí, una bomba tan grande que la pantalla no alcanzaba a cubrir la extensión de un cráter. Eso. Todo lo que Godard veía de la cinta era un cráter. Un inmenso agujero en la tierra. Warhol decía algo a la cámara pero solo se veían sus labios moverse, sin posibilidad de entender nada. Luego la cámara enfocaba la cara de Warhol. Warhol en el centro del cráter como una tela blanca que aún no ha sido pintada. Warhol como una mancha. Finalmente, la cámara hacía un zoom hacia la cara de Warhol. Veíamos sus arrugas, aquellas otras extensiones de tierra arrasada. Luego, la cinta acababa y Godard, por fin, salía de la sala.

TUNGUSKA 7


Primero eran los juegos en el kindergarden, esas peleas dadas con nuestros cuerpos inofensivos, nuestras manitas blandas y pequeñas como motas de algodón rosado, pero ya había sangre, yo ya había destrozado un rostro ajeno con los dientes, ya nos reconocimos e intuímos que pronto seríamos más. Algunos tuvieron que viajar después por la guerra, otros pasaron un tiempo en los campos de concentración, aterrados de la mano de sus padres. Otros tuvieron una vida burguesa en los colegios de Sudáfrica, mirando al otro lado de la reja a los negros que despreciaban tanto como sus compañeritos igual de blancos que ellos pero que no eran los elegidos.

¿Sabíamos en ese entonces para qué estábamos elegidos? No nos importó, creo. Yo estuve en uno de esos colegios para niños pobres y me salvaron los nuestros, me reconocieron en un burdel oscuro donde abusamos de la puta un año más joven que nosotros, nos escapamos de las calles de Lima sabiéndonos en esa hermandad secreta.

Hubo accidentes, y de alguna manera llegamos a saberlo. Explosiones menores, fenómenos paranormales, un renombrado caso de piroquinesis en Japón, un asesinato en serie de Kentucky al que, de alguna manera, logramos cubrir inculpando a otro tipo normal, sicópata y demente pero normal. A los veinticinco años aún no estaba claro: teníamos la rabia, jugamos en la escena punk mundial y en las rebeliones universitarias a lo largo del globo, nos perdimos en guerras y guerrillas, nos relacionamos con la mafia o nos dedicamos al cultivo salvaje y asistemático de nuestra marca, nuestra diferencia. Sembrábamos a pequeña escala, igual que el resto de la humanidad, nuestro gusto por la destrucción a lo largo y ancho del planeta.

El ’73, en Chile, por fin supimos un dato nuevo: muchos éramos los elegidos, pero no todos sobreviviríamos. El tiempo nos haría encontrarnos y destruirnos. Lo supimos enfrentados en una calle de San Miguel, donde dos de los nuestros se enfrentaron a metralletas y uno murió, su mujer embarazada fue pateada, sus amigos acribillados. Entonces todo se hizo más cruento, pero más puro. Nos habíamos olvidado de las travesuras de adolescencia, habíamos aprendido que el camino no tenía vuelta y que, al mismo tiempo que seríamos cada vez menos, estaríamos más cerca del final.

Hubo unos que nunca utilizaron la violencia personalmente: la semilla de su influencia derrotó países y trasnacionales desde costosas oficinas en Londres y en Nueva York. Ellos lograron derrotar a varios. A mí casi me destruyen cuando estaba en Nicaragua, vagando por la selva. Algunos de los normales comenzaron a darse cuenta de algo. Intentaron cazarnos a fines de los 90, denunciarnos por nuestra extraña y permanente juventud o, lo que era fundamental, por el trazo de desastre que dejábamos en nuestras rutas.

Pero ya era demasiado tarde para ellos. En el cambio de siglo fue la prueba de fuego: los que quedábamos (menos de la mitad de los originales) tuvimos una tregua para acabar con dos objetivos. El 2001 destruimos las torres de Nueva York y el 2009 lanzamos en París la bomba que comenzó la guerra. Tuve algo de nostalgia entonces: yo había caminado debajo de esa torre de hierro de la mano de una mujer que ya estaba muerta (sí, yo era el culpable). Ella me había dicho, hacía tres décadas, lo que decían las investigaciones sobre nosotros.

Dijo que la semilla se había sembrado en 1908, que de alguna manera la primera generación no manifestó nada, aunque nunca se supo cuáles eran los síntomas ni había nada plausible para determinar cuál era nuestra diferencia. Ella decía que era por la falta de estudios sistemáticos. Yo, repitiendo quizás lo que todos nosotros pensábamos, le respondí que la ciencia nunca iba a poder explicarnos. La poesía quizá, con sus pequeños hombres que soñaban con el infierno y la revolución y el abismo final. El rock y sus guitarras distorsionadas que hablaban de toda la neurosis y la soledad del universo. La biblia, donde aparecía la serpiente y la tierra se transformaba en una llanura para que se enfrentaran los ejércitos.

Pero nosotros no éramos ejércitos. Eramos ya unas cien personas repartidas por el globo que militaron, como soldados o como generales, en la última guerra. La tregua se acabó, y por fin pudimos utilizar a los ejércitos como nuestros cinturones protectores para la última batalla. Nos enfrentamos haciendo caer las ciudades, lanzándonos montañas de roca. Ya ni siquiera ocultábamos el brillo sobrenatural de nuestros cuerpos ni la inestabilidad atómica de la materia que nos rodeaba. El 18 de septiembre del 2010 quedábamos sólo cinco. La guerra había acabado, la gente pensaba que podía rehacer su vida. Nos encontramos en la planicie de hierro que cubría a la antigua subterránea Moscú. Nos miramos: brillantes, hambrientos, con el poder brotando de nuestros dedos y ojos. Cuatro de nosotros éramos jóvenes. El quinto tenía el doble de nuestra edad.

-Tú no eres de esta ola -dijo alguno de nosotros al viejo-. Tú sobreviviste al anterior impacto. Tú eres algo así como nuestro padre o nuestro mentor.
-O eres el que falló en la ocasión anterior.
-Tengo más poder que ustedes -contestó, y ya no hablaba el idioma de los hombres sino el de los ángeles del fuego divino.
-Somos más que tú -observé yo, aunque mi lenguaje también era un horno atómico-. Y tú y tu generación fracasaron en la anterior ocasión. La explosión en Tunguska fue todo lo que lograron hacer.
-Eso es cierto, jinetes -contestó-. Fallamos, y le regalamos el siglo XX a la humanidad.

Sentimos a nuestro alrededor, por todo el globo, a la humanidad. Pensando, reconstruyendo, escribiendo partituras y moldeando estatuas, contaminando el planeta, despedazándose en guerras y violándose en las calles, arrancándose el cabello en las ciudades, traficando con niñas en las alcantarillas, disparándose y amándose a la vez. Recordamos cuando éramos como ellos y sólo nos distinguía nuestra enorme, incomparable, indomable ambición.

-Esta vez sé que lo harán bien, jinetes -dijo el hombre antes de que lo destrozáramos con nuestras espadas, subiéramos a nuestros caballos y nos dirigiéramos al mismo lugar que él había escogido hacía un siglo. En Tunguska vimos los árboles caídos, la llanura intacta, el bosque petrificado. Entre las ramas estaba el ángel, aguardando. Sus alas eran como espirales de energía, sus ojos eran bombillas eléctricas de hacía un siglo, su rostro aún recordaba los rasgos de Nikola Tesla pero esta vez todo signo de humanidad había desaparecido.

-Esta vez sí funcionará, jinetes -dijo, mientras sonreía, alzaba la mano que era un libro y era una bobina eléctrica y abrió los cuatro sellos.

«Es como la sangre que salpicó del rostro de esa niña destrozado con mis dientes», recordé, mientras cabalgábamos alejándonos del ángel Nikola, abriendo un círculo de energía, de delirantes batallas, de divina y humana violencia. Los sismógrafos comenzaron a sonar, la gente dirigió la mirada a Tunguska, pero ya nada podían hacer. Esta vez no sería como en el jardín infantil. Esta vez no sería como en 1908. Esta vez, supimos los cuatro jinetes corriendo hacia las cuatro esquinas de la Tierra, esta vez éramos adultos, y por fin podríamos desencadenar sobre el planeta la dulce destrucción, la bendita destrucción, la anhelada destrucción. Lanzamos el grito de batalla, nos transformamos en un cometa, en un agujero negro, en un trozo de antimateria y en una bomba de hidrógeno y encendimos en un solo instante el fuego de Dios.

Ganadores del UPC 2007

war of the worldVía Stardust.

En un acto que ha tenido lugar hoy mismo en la Universidad politécnica de Cataluña, en el que ha pronunciado una conferencia Jasper Fforde se han anunciado los ganadores de la edición de este año. Galardones que han recaído en:

Primer premio (ex aequo)

Belcebú en llamas, de Carlos Gardini d’Angelo (Argentina)

Defending Elysium, de Brandon Sanderson (Estados Unidos)

Mención especial

Records d´una altra vida, de Jordi Guàrdia Torrent (Lérida)

Mención UPC

Tricord (Tres cordes i una sola melodia), de Joan Baptista Fonollosa y Guardiet (Barcelona)

Finalista de la Mención UPC

Memòria de Lerna, de Albert Solanes Parra (Sant Cugat del Vallès)

Composición del jurado

Lluís Anglada
Miquel Barceló
Jordi José
Josep Casanovas
Manuel Moreno

Participación y obras mencionadas en el acta del jurado

Total de obras presentadas: 94

Obras mencionadas en el acta del jurado:

Mercaderes de tiempo, de Alfredo Moreno Santana (Santa Cruz de Tenerife)

Fundación y galaxia, de Jordi Bosch Mestre (Sant Feliu de Llobregat)

The Room of Lost Souls, de Kristine K. Rusch (Estados Unidos)

La máquina del tiempo (de Herbert George Wells), de Pedro Domingo Mutiñó (Zaragoza)