El Hombre que salvó al mundo

Puede… Puede que no lo haya contado del todo bien, doctora, porque como ve dijo muchas cosas. En todo caso cuando terminó de hablar yo tenía muchísimas preguntas en mente, pero como suele pasar en tales ocasiones, no sabía cuál hacer primero. ¿Se extendía la influencia de Jak Zree más allá de su propia dimensión, a través del espejo destramador del sótano? ¿Había encauzado también mi vida, haciéndome escoger una carrera que en realidad nunca me ha gustado demasiado, pero para la que parezco tener cierto talento? ¿O era casualidad que fuera el mayor experto en neurofisiología en aquella realidad? ¿E importaba eso, acaso, o mi papel no tenía nada que ver con mis habilidades? ¿Sería yo simplemente una versión menos exitosa de Jack Twotter, útil sólo debido a mi «superestructura cerebral de nivel dos»? ¿Y ya que el libro de Ofelia había sido tan certero en todo lo demás, sabía Zree cómo terminaría todo aquello? ¿Habíamos leído Jack Twotter y yo las mismas palabras en la pantalla, u oído el mismo mensaje falso desde el futuro? ¿O las había cambiado el robot carcelero de acuerdo a su conveniencia, usándolas como un jinete usa las riendas para dirigir a su montura? ¿Se apilaban las maquinaciones unas sobre otras, autorreplicándose, propagándose hacia el infinito y rediseñando la realidad a cada momento?

¿Era todo aquello un sueño, uno extremadamente complejo y paranoide? ¿Una alucinación, quizás? Y si lo era, ¿qué la había provocado? ¿Jak Zree, el ataque gurlak, la comida de la noche anterior?

El ascensor ya iba por el octavo piso cuando pude articular una única pregunta:

– ¿Qué operación?

Le ahorraré los detalles. No es que los recuerde todos, de todas formas. Lo que entendí fue que Jak, o el ciberorganismo nanomodular de aspecto gaseoso que se hacía llamar Jak, cuando menos, iba a irradiarme unos cuantos núcleos cerebrales selectivamente, y que la depolarización conjunta y coordinada de determinados clústers neuronales me provocaría un estado alterado de conciencia, semejante al evocado farmacológicamente por una mezcla bastante impresionante de psicotrópicos naturales y artificiales, pero idealmente mucho menos peligroso. En dicho EAC yo sería capaz de expandir mi propia superestructura e infectar a los gurlaks con mis pensamientos, de la misma manera que hacían ellos con los seres humanos, y a todos los efectos estaría dándoles una dosis de su propia medicina, si me perdona el cliché.

El ataque extrarrestre era bastante primitivo en ese sentido, y Jak confiaba en que la «radiación intelectual» de un sólo individuo pudiera derrotar a los monstruos, cuya «radiación emocional», por llamarla de algún modo, había acabado con varios miles de millones de personas. Verá, según Jak Zree, los seres humanos no somos ni de lejos la especie más inteligente del universo, pero superamos con creces la complejidad mental de los gurlaks.

Mientras la silueta de humo me explicaba todo aquello, yo iba archivando la información en mi memoria para un posterior análisis, porque ponerme a pensar detenidamente en ello en aquel momento me habría causado un colapso nervioso, con toda seguridad. Como dije, no recuerdo todos los pormenores del asunto, pero sí que retuve en la cabeza las coordenadas de los núcleos irradiados, por si acaso. Era casi todo corteza prefrontal.

Bien, eso. De repente me encontré sentado en una silla de cirugía craneal, ajustándome yo mismo los tornillos de la tiara de estereotaxis y colocándome parches médicos donde Jak me indicaba. Estaba a punto de darme un ataque de pánico, y hubiera salido corriendo si la silla no me hubiera inmovilizado automáticamente con miocorreas. Me da vergüenza decirlo, pero grité y lloré y pataleé como un niño. Jak ni siquiera trató de tranquilizarme con drogas.

Varios brazos mecánicos se acercaron y empezaron a zumbar a mi alrededor, midiendo y marcando radiactivamente zonas de piel en mi frente y coronilla. Una enorme pantalla frente a la silla mostraba diferentes vistas de mi cabeza, y había imágenes de rayos x y resonancias y perfiles encefalográficos por todos lados. Ya me estaba resignando a escuchar el sonido de los microtaladros de trepanación cuando Jak dijo:

– Ya ha terminado.

Al principio no me lo creí, claro. Ni siquiera me habían rapado, y no había una sola aguja a la vista en toda la habitación. Pensé que era una estratagema de Jak para calmarme y empezar la operación, pero entonces pasó algo rarísimo, doctora.

Salí de mi cuerpo.

En serio, como lo oye.
* * *

Esta mañana mientras venía estuve pensando en varias metáforas para explicarlo. No encontré ninguna lo bastante buena, pero se las voy a decir de todas formas para que se haga una idea.

Fue como salir de prisión después de una condena de veinte años. Fue como liberarse de millones de pequeñas ataduras invisibles, como Gulliver arrancando todos esos diminutos anclas y garfios y estacas de la tierra y llenando el aire de liliputienses. Me sentí como un caracol demasiado grande que consigue deshacerse por fin de una concha demasiado pequeña y pesada. Como una mariposa que despliega por primera vez las alas después de pasar la mitad de su vida arrastrándose entre la suciedad y la otra mitad medio asfixiada en una crisálida. ¿Entiende, doctora? La gravedad dejó de tener sentido, la fatiga y el cansancio eran sólo recuerdos lejanos y borrosos…

No había límites.

No había nada que pudiera contenerme, y ése fue tal vez el único miedo que llegué a sentir. El miedo a desparramarme por todos lados, a expandirme y desaparecer como un gas el vacío. Pero no sucedió así. Verá, el… el ambiente «metafísico» sigue siendo tridimensional. Muchas fuerzas no se aplican de la misma manera, pero el espacio y el tiempo no resultan alterados, ni su percepción básica. La visión no tiene nada que ver con el cristalino y el lóbulo occipital, pero sigue existiendo un punto de mira definido, y colores, y contrastes. No sé cómo sucede, físicamente hablando. Y tampoco soy un experto en topología superestructural encefálica.

En fin, podría resumir la idea diciendo que era como un fantasma. No tenía una forma visible, ni siquiera para mí mismo, pero sabía que mis brazos y piernas estaban allí, flotando conmigo sobre mis brazos y piernas de carne y hueso, ¿entiende? Sentía que mis manos seguían estando a la misma distancia relativa de mis ojos, pero las distancias eran sólo una referencia, porque el tamaño ya no era importante. No necesitaba caminar, y no podía agarrar las cosas a mi alrededor, pero podía moverme con total libertad, arriba y abajo y en cualquier dirección, y atravesar las paredes. O tal vez siempre estuve en el mismo sitio y simplemente me llegaban imágenes y señales de todos lados. Tal vez sólo emitía órdenes e intenciones y las respuestas me llegaban sin interferencias materiales. Como un sonar espectral. No lo sé.

Todo eso lo experimenté en un instante, y entonces vi la melodía de los gurlaks. Caía como miel azul desde las puntas de aquellos enormes zarcillos bulbosos, y a medida que se acercaba al suelo se iba deshilachando y separando en hebras brillantes, y cada hebra terminaba como una ventosa rodeando la cabeza de una persona. Eran cientos de miles, y cada vez que alguien moría el hilo se cortaba y aparecía otro en lo alto, agitándose y alargándose en busca de una nueva víctima.

Los hilos se entrelazaban en la ciudad, y la música formaba un tapiz cada vez más tupido, un enrejado tan espeso que parecía un mar, donde cada cabeza era una ola protuberante. También había gente «infectada» en los edificios y en los túneles y sótanos. En esas partes la sábana azul ascendía y formaba espinas y montañas o penetraba la tierra formando pozos y hondonadas. Yo podía verlo todo. Al igual que la música, mi mirada lo atravesaba todo.

Le digo que era música aunque nunca la oí realmente. Y tampoco era miel, claro. Es posible que fuera sólo una representación muy subjetiva del ataque extraterrestre, una suerte de simbología onírica para explicar la fuerza invisible que emanaba de aquellos seres, pero era real.

Los gurlaks sintieron mi presencia casi inmediatamente, y varios extendieron sus gigantescos tentáculos en mi dirección, arrojando chorros kilométricos de psicorradiación. Intenté cubrirme la cara con las manos, pero en aquel estado no tenía cara ni manos ni en realidad nada que temer. La música no me había afectado antes y no tenía por qué hacerlo ahora. Con un solo pensamiento crecí hasta tener diez, cien, mil veces mi propia altura… Es decir, seguía siendo un fantasma, pero ahora lo veía todo desde un punto situado a casi dos kilómetros sobre el nivel de la calle. Mi cuerpo seguía siendo sólo una idea, una sombra basada en una cosa pequeña y frágil atada a una silla de neurocirugía, pero tenía la impresión de ser más poderoso que nunca. Moví una mano y… O sea, pensé y sentí que movía una mano, y las nubes se arremolinaron a mi derecha, como impactadas por un golpe de viento. Adelanté un pie invisible y sonaron las alarmas de docenas de automóviles abandonados. Algunas ventanas estallaron y otras sólo temblaron, pero más allá de eso mi envergadura no parecía causar mayores problemas al mundo «real».
* * *

Y… Bueno, en realidad es obvio, ¿no? Peleé contra los gurlaks.

Fue una pelea extraña, brutal y a la vez prácticamente inocua, como si un Godzilla de algodón luchara contra un Clovermonster de papel de aluminio. A nivel estrictamente físico no pasó casi nada, más allá de unos cristales rotos y minihuracanes levantando polvo, pero en el plano metafísico la cosa fue muy distinta. Es difícil de describir, porque fue un asunto de pensamientos más que de puñetazos, y aunque los fantasmas no sudan le aseguro que pueden cansarse, doctora.

Primero me atacaron con recuerdos. De repente me encontré pensando en todas las decisiones equivocadas que he tomado a lo largo de mi vida, en los fracasos y los momentos vergonzosos, que no son pocos, las frustraciones y las muertes de seres queridos y todo lo malo, triste y frío de la existencia. La miel azul se me metía por los ojos y la nariz y la boca, aunque fuera sólo de forma figurada, y me iba ahogando poco a poco en el miedo y la desesperación. Quizá los gurlaks hubieran acabado conmigo de un solo golpe, si no fuera porque soy egocéntrico y autocompasivo y profundamente cínico, por no decir que pertenezco a una generación de niños superestimulados y me cuesta prestar atención a una misma cosa por más de cinco minutos. Así que después de un rato me aburrí de la introspección provocada y pude concentrarme en un contraataque. Aunque para ser fiel a la verdad, la mayor parte del contraataque fue automático, y no tuvo nada que ver con mi fuerza de voluntad.

La estructura mental gurlak es muy sencilla. En lugar de una intrincada red de conexiones neuronales y asociaciones mnemónicas, poseen algo así como una autopista de doce carriles, sin curvas ni desvíos ni señalizaciones. Son básicamente virus glorificados, enfocados en infectar cerebros, chupar una cantidad suficiente de energía psíquica y reproducirse. Pero resulta que mi energía psíquica era como veneno para ellos, y varios de los gurlaks que me habían envuelto con sus tentáculos comenzaban a desinflarse como globos pinchados y a caer lentamente sobre la ciudad. Eso era muy conveniente, pero no suficiente, ya que debía haber varios cientos de extraterrestres en la atmósfera terrestre, flotando sobre otros centros densamente poblados. Así que probé otra cosa. Probé a convertirme yo mismo en un virus, alargué una mano invisible y agarré uno de los apéndices alienígenas, que se agitó suavemente en la brisa virtual. De inmediato noté su rechazo, pero seguí aferrado a su… esencia, digamos, seguí aferrado a su esencia y comencé a trepar hacia el cuerpo bulboso y palpitante.

Entrar en el gurlak fue como llegar a otro planeta, pero desde abajo, ¿me explico? Fue como salir de una alcantarilla en medio del desierto. Obviamente no se trataba del interior fisiológico del monstruo, creo yo, sino de una construcción ideal del paisaje alienígena. El terreno era blando, rosado y resbaladizo, lleno de pliegues y cosas rojas con aspecto de vasos sanguíneos gigantes. Había algunas rocas, o protuberancias que parecían rocas, sólo que eran porosas como la piedra volcánica y estaban cubiertas de un musgo púrpura que me recordó a las microvellosidades intestinales. En el cielo color cereza flotaban nubes negras de tormenta, o eso pensé al principio, porque luego, al observarlas con mayor detenimiento, vi que cada nube estaba compuesta por cientos de gurlaks moviéndose juntos como un enjambre de medusas. O un cardumen, o como se llame una aglomeración de medusas. Se deslizaban sobre el horizonte carmesí pesadamente, empujados por el viento de la tarde… y no me pregunte cómo supe que era por la tarde… y sus tentáculos colgaban oblicuos, de una manera que a la distancia parecía lluvia, rozando la tierra y dejando un rastro de baba azul. Metafísicamente hablando, por supuesto.

El caso es que no parecían peligrosos, principalmente porque no se veía ninguna especie inteligente que pudiera servirles de alimento, lo que me llevó a la cuestión de qué comerían allí, en lo que parecía ser su planeta natal, y me condujo finalmente a una maravillosa conclusión… o revelación, mejor dicho, porque no hubo mucho método científico de por medio, sino más bien una certeza brutal y mística venida, supongo, de la mezcla de subconscientes. O supraconscientes, lo que sea. La revelación, decía, fue que los gurlaks se nutrían de la propia psicósfera planetaria.

Sí, bueno, es una palabra que me acabo de inventar.
Supongo que noósfera también sirve, aunque tengo entendido que es algo que surge del colectivo humano, mientras que el planeta gurlak debería considerarse un organismo individual…

Pero me alejo del tema, perdone.
* * *

Tenía bastante claro lo que había que hacer, así que me tiré de cabeza al suelo y empecé a sumergirme en la carne del planeta, destruyendo los descomunales neurolitos en mi camino y dejando un rastro de…

¿Qué? Neurolitos. No sé, es sólo una manera de seguir la metáfora, ya sabe, el planeta como un cerebro, las placas tectónicas como lóbulos, vetas de mineral extendiéndose a través del manto como axones kilométricos… Mi idea era llegar al núcleo y contaminarlo con mi radiación intelectual. Algo así, si fuera posible, tomaría años en el plano material, pero recuerde que todo esto estaba sucediendo en una superdimensión de la realidad, algo como el Espacio de las Ideas de Moore, y el viaje al centro de la tierra no era cuestión de millas ni densidades, sino de pensamientos.

La única resistencia que encontré provenía no de las capas diamantinas y los océanos de magma alienígena, sino del miedo y el instinto de conservación de toda una especie. Al comprender mis intenciones, los gurlaks «reales» redoblaron su ataque, lanzándose en oleadas contra el edificio en el que se encontraba mi cuerpo inconsciente, y a la vez más consciente que nunca. Pero sus cuerpos eran torpes y lentos, poco más que dirigibles a la deriva, y ya era demasiado tarde. Otros continuaron el ataque psíquico, quemándose como hormigas suicidas al tocar el fuego de mi mente, y otros incluso probaron a pedir clemencia, enviando súplicas e imágenes a mi cerebro potenciado y venenoso.

Y en este punto es donde… Es en este punto que… Verá, doctora, no estoy seguro de haber hecho lo correcto. Porque algunas de las cosas que me llegaron hablaban de un mundo perdido para siempre. Era el llanto y la desesperación de una raza masacrada por crueles cazadores humanoides, el temor de unos pocos cientos de sobrevivientes encarcelados en una estrella, el hambre terrible y profunda, debilitadora… Por unos momentos sólo pude ver la tragedia gurlak. Ellos eran las víctimas, y Jak Zree el victimario, el verdugo sanguinario que los había obligado a buscar la saciedad en el inocente planeta Tierra.

No se, doctora. No se si era verdad o no. Seguramente no, si puedo confiar en el mensaje final de Jack Twotter…

En fin, otros gritaban otras cosas, lanzaban amenazas, hacían promesas, juraban venganza… Estaban desesperados, y me hacían sentir miedo, asco, tristeza, culpa. Sobretodo culpa. Porque si de verdad eran los últimos ejemplares de una especie entera… ¿cómo decidir qué hacer? Bien, claro, instintivamente no había ninguna duda, no iba a dejar morir a toda la humanidad. Pero era como estar colgando en el vacío, agarrado a una rama muy pequeña con una mano y sosteniendo a un niño con la otra. ¿Me entiende?

¿Qué haría usted, doctora?

Yo tiraría al niño. Es algo horrible, lo se, pero es la decisión que tomé y tendré que vivir con ella por el resto de mi vida. Pero no se crea que fue tan fácil, no, porque cuando ya estaba listo para dar el golpe de gracia y condenar al olvido a los invasores, me atacaron con un último misil directo a la cabeza.

Los gurlaks habían percibido mi momentánea indecisión, y se aferraron a ella como sanguijuelas con craving. En lugar de continuar irradiándome con sus emociones y recuerdos, o del ataque hipotalámico directo que habían intentado al principio, se convirtieron en una suerte de espejo psíquico cóncavo y selectivo. Reflejando una pequeña parte de mi radiación supracortical, los gurlaks condensaron a mi más formidable enemigo.

Yo mismo.
* * *

– Hola, Jack -dijo una voz a mis espaldas. Aunque, ya sabe, no tenía espalda, la voz siempre parecía venir desde atrás, y sé que no tiene sentido, doctora, pero era como si fuese más invisible que yo, ¿comprende? Como si estuviera fuera de mi alcance sin importar cuánto estirara mis pensamientos.

– ¿Quién eres? -creo que fue lo que pregunté… no con palabras, claro. Y mi subconsciente respondió:

– No seas estúpido, Jack, sabes muy bien qué soy. Soy el jardín trasero de tu cabeza, el baúl polvoriento que nunca miras y donde guardas todo lo que no soportas contemplar a la luz del día, pero tienes demasiado miedo de tirar a la basura.

– ¿Qué quieres? ¿No puedes esperar a que haya derrotado a los gurlaks? -dije.

– Oh, vamos, Jack, los gurlaks no existen. ¿No crees que ya has llevado muy lejos esta fantasía?

– ¿Fan… Fantasía?

– Fantasía, sueño, alucinación. Decide tú, me da lo mismo.

– ¿Estás diciendo que la invasión es falsa? ¿Que no hay una ciudad en llamas allá abajo?

– No sólo la invasión, Jack. Todo este absurdo viaje interdimensional es simplemente el producto de una mente ociosa y frustrada, la última vía de escape de un hombre descontento y aburrido. ¿Es que no lo ves, Jack? ¿No sientes la almohada bajo tu oreja, las sábanas envolviendo tu cuerpo dormido como un burrito mexicano? ¿No entiendes que estás en el mismo dormitorio de siempre, atiborrado de drogas y con un pie en la tumba? ¿Cuántas veces van ya, Jack? ¿Cuántos intentos de suicidio?

Antes de que me lo pregunte le diré que es cierto, doctora, lo intenté un par de veces. Pero fue cuando era joven y tenía más vida por delante que por detrás, buscaba un sentido en todo y no podía ver los términos medios. La última vez fue hace más de cinco años… Y de todos modos el análisis que me hice esta mañana salió limpio, ¿no? Así que no estaba drogado.

Pero no lo sabía entonces, y la voz sonaba muy convincente.

– Vamos Jack, ya es hora de salir de aquí. Si sigues empeñado en combatir contra estos marcianos vas a terminar muerto. ¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que alguien se de cuenta? ¿Dos días? ¿Dos semanas? Bonito espectáculo vas a dar, con la boca llena de vómito añejo y los testículos llenos de moscas. Despierta, Jack. ¡Despierta de una puñetera vez!

Por un instante… Por un instante vi mi habitación. El techo blanco y las cortinas verdes, el póster de 28 Meses Después y el despertador con forma de gato. Marcaba las seis veintinueve. Lo apagué antes de que sonara la alarma y me levanté. Todo era normal, terroríficamente normal, si me comprende. Me duché y me vestí e hice todas las demás cosas que hago por las mañanas, y estaba por salir del departamento e ir a trabajar cuando todo comenzó a moverse con una violencia indescriptible. Era como estar en el epicentro de un terremoto. El suelo se convirtió en pared y luego en techo, y yo rodé hacia la ventana y comencé a caer hacia arriba, hacia el cielo del amanecer y el profundo vacío más allá de las nubes.

Entonces recuperé la consciencia. Todo había sido una alucinación provocada por mi propio subconsciente potenciado por los gurlaks. La estratagema les había dado a los invasores el tiempo suficiente para enviar algunos kamikazes hacia el edificio donde reposaba mi cuerpo indefenso, y ahora se estrellaban como zepelines asesinos contra la torre de cristal y acero. Desesperado, comencé a volar hacia mí mismo, ansioso por recuperar el control total de mi musculatura y salir del complejo antes de resultar aplastado. Como ya he dicho, la distancia real no significaba nada en esas circunstancias, pero en la superdimensión de las ideas el camino estaba plagado de gurlaks moribundos, que dificultaban mi regreso como embalses rencorosos. Fueron estallando uno tras otro mientras los atravesaba como una bala. La posibilidad de perder mi cerebro y desvanecerme en la atmósfera como un viento psíquico dio fuerza a mi ataque. Mientras agujeraba la metarrealidad que separaba mi cuerpo de mi consciencia, penetraba también el arquetipo del planeta gurlak y me acercaba a su centro neural… Era como ir conduciendo una motocicleta a toda velocidad y ver una carretera diferente con cada ojo.

Me clavé en el corazón planetario como una lanza de Longinus, y a la vez me vertí en mi propio cráneo como agua en una taza. Lo último que oí antes de abrir los ojos, mis ojos de verdad, fue el grito desgarrador y agonizante de los extraterrestres. Y entonces todo fue dolor y miedo, al ver varias toneladas de vidrio y concreto desmoronarse sobre mí.
* * *

Entonces desperté en mi cama, gritando, con las manos frente a la cara como para protegerme del derrumbe. El despertador sonó casi enseguida, marcando las seis y media como todos los días. Lo dejé sonar un buen rato, sentado y temblando y preguntándome qué pasaría ahora, si aún estaba soñando o todo era otra alucinación. Me revisé los brazos y el pecho sin encontrar heridas ni quemaduras. Me levanté y miré por la ventana, asustado, pero al otro lado del cristal sólo vi el cielo gris del amanecer y las luces amarillas de la ciudad. Luego fui al baño, mi baño de siempre, con el cilindro de chorros y las toallas negras, y examiné el espejo.

También revisé la ropa, con todos los botones y cremalleras en el lado correcto, y encendí el plasma y pasé por mis 200 canales favoritos, uno por uno. Busqué cables en el suelo y extraterrestres gigantes en el cielo que clareaba, pero no encontré nada. Era, en definitiva, mi departamento, mi dimensión y mi vida, excepto que en todos los calendarios, el del despertador, el del plasma, el del refrigerador… en todos era jueves, y se me había perdido un día.

Tomé el efono… mi efono, con el asterisco y el gato a cada lado del cero, tomé el efono para llamar al trabajo y vi que tenía un mensaje en espera. Lo activé y casi me voy de espaldas, doctora. Me fallaron las piernas y tuve que sentarme en la cama para escuchar lo que decía la voz. Mi propia voz… Es decir, la de Twotter… Mire, déjeme activarlo y escúchelo usted misma:
* * *

Hola de nuevo, Jack.

Soy yo, Twotter. No soy muy bueno para estas cosas, como supondrás, así que seré claro, directo y conciso, ¿de acuerdo?

Bien, ante todo, muchas gracias, Jack. Si no fuera por ti, mi mundo sería el paraíso de un zombifílico postapocalíptico.

Pero claro, en segundo lugar, perdóname, porque todo lo que recibirás por haber salvado mi dimensión es este mensaje. Cuando lo estés escuchando, es probable que Ofelia y yo estemos preparándonos para ser ovacionados por la humanidad entera, o lo que queda de ella. Es un agradecimiento que nos merecemos, sin duda alguna, porque fue nuestro plan el que desbarató el ataque gurlak, pero tú fuiste la parte clave, y deberías estar junto a nosotros en todas las pantallas del planeta.

Sin embargo, por el bien de nuestras respectivas realidades, creo que es mejor no promulgar a tontas y a locas la existencia de mundos paralelos. Tal cosa sólo conduciría a complicaciones políticas y burocráticas para las que no estamos preparados. No todavía, al menos.

Por supuesto, también te debo una explicación. Una última explicación, debería añadir, que se superponga a todas las que tuviste que soportar ayer. Pero no tengo mucho tiempo, así que tendrás que contentarte con un breve recuento de las últimas horas.

No se si fuiste consciente del derrumbe causado por los gurlaks, que aplastó tu cuerpo y estuvo a punto de matarte. Sinceramente espero que no lo hayas sentido, porque no fue algo muy agradable de ver. Claro que yo todavía no regresaba a mi dimensión, pero Jak 3 lo grabó todo. Fue él el responsable de tu salvación, como tú lo fuiste de la de más de tres mil millones de personas, porque en el último instante, cuando los gurlaks se estrellaron contra el edificio Microsony, 3 reacomodó toda su estructura y formó un escudo alrededor de tu cabeza, lo que evitó que tu cerebro se convirtiera en pulpa inemulable.

Después de eso nos tomó un buen rato llegar a ti… a lo que quedaba de ti, en todo caso. Ofelia estuvo casi una hora maniatada antes de que alguien diera con ella y la desatara. Luego luchó contra el tráfico por otros noventa minutos hasta llegar a mi casa, donde activó el destramador y abrió el portal del espejo, permitiéndome regresar a mi mundo. Juntos nos dirigimos al edificio lo más rápido que pudimos, pero debo confesar que a esas alturas ni siquiera los cuidados de diez droides nanomodulares hubieran evitado la muerte del 80% de tu tejido neuronal. Pero no temas, Jack, porque en el momento en que Jak 3 formó la burbuja escudo se disparó el más importante de todos los programas que codifiqué en él… oh, sí, olvidaba decir que Jak 3 es mi creación, pero imagino que lo dedujiste al escuchar mi voz grabada en su sistema de comunicación… bien, como decía, entre otras muchas cosas, programé a Jak 3 para descargar a un sitio seguro toda la información metaestructural de tu cerebro en caso de que te encontraras en grave peligro de muerte, como en efecto sucedió.

Cuando Ofelia y yo encontramos tus restos bajo los escombros, por un segundo temí que Jak hubiera fracasado en su cometido, pero es evidente que todo salió bien, ¿no te parece?

El siguiente paso fue sencillo. Como creo haberte explicado en mi primer mensaje, he pasado buena parte de los últimos años estudiándote, leyendo los libros de tu biblioteca, revisando los canales de tu lista de favoritos… analizándote, básicamente, con el propósito de estructurar una serie de acontecimientos y explicaciones que te resultaran convincentes y motivadoras, y te transformaran en el destructor de la amenaza extraterrestre. Se que ha sido una inexcusable invasión de tu privacidad, y si hubiese habido otra forma de matar a los gurlaks te hubiera dejado en paz.

Pero mi cerebro, por excelente que sea, no posee las características necesarias para la tarea.

En fin, después de un par de visitas a tu departamente vacío, noté que tu mundo está mucho más avanzado que el mío en términos de biología molecular y bioquímica, y comencé a traspasar dicho conocimiento a mis ayudantes… Jak 1 primero y Jak 2 más tarde. Finalmente compilé un programa pseudointeligente que dejaría en vergüenza a los mejores científicos de tu dimensión, y con la ayuda de algunas muestras orgánicas robadas de tu baño, puse en marcha otra de las etapas de mi complejo y magnífico plan.

Exacto, Jack. Te cloné.

Excepto, claro, que mantuve «apagado» el cerebro del clon, decidido además a destruirlo completamente si salías vivo del combate contra los gurlaks.

Pero moriste, así que Jak 3 pasó el resto del miércoles descargándote en tu nuevo y flamante cerebro. Mientras tanto, Ofelia y yo hicimos uso del profuso material biográfico con que contamos y recreamos viejas cicatrices sobre tu nuevo cuerpo. Tal vez sientas una leve molestia los primeros días, pero me parece un precio pequeño a pagar a cambio de un hígado en perfectas condiciones, por ejemplo.

Una vez terminado el proceso de descarga y reactivación, te administramos un somnífero y te llevamos a tu departamento. Y eso fue todo.

La verdad, Jack, yo iba a dejar que pensaras que todo fue un sueño, pero Ofelia piensa que te debemos la verdad. Le caíste muy bien, ¿sabes? Me dijo que te dijera que lamenta haberte engañado así. Es una excelente actriz, ¿no te parece? Bueno, espero que a la larga saber la verdad no sea tan doloroso como pensar que la mayor aventura de tu vida fue solamente un sueño.

Ahora debo irme. Al fin daré ese discurso que preparé hace más de diez años, cuando descubrí la amenaza gurlak y comencé a desarrollar mi plan. Tal vez algún día volvamos a vernos, quién sabe, y entonces te contaré cómo lo supe.

Gracias de nuevo, Jack. Que tengas un buen día.
* * *

Impresionante, ¿no le parece? Lo he escuchado más de veinte veces desde que me levanté, y sigue dándome escalofríos.

Entenderá que al oírlo por primera vez me quedé de piedra, doctora, allí de pie, en medio de la habitación, con el efono en la mano y mirando mi reflejo en el baño. Sentí un impulso y rompí el espejo, lo que no es tan fácil como suena, porque son más duros de lo que parecen, y en mi departamento casi todo está hecho de plástico. Usé una silla del comedor y lo hice añicos. Todavía no estoy muy seguro de qué pensar, pero ya sabe, por las dudas.

Como ya eran casi las ocho y no me sentía capaz de explicar nada por efono, me vestí y vine a trabajar. Nada más entrar al edificio pasé por el laboratorio clínico y me hice un análisis de drogas, que ya vio usted que salió limpio. Luego subí y… bien, aquí estoy, hablando con usted.

Y eso es todo, doctora.

Por eso no vine a trabajar ayer.

¿Estoy despedido? [x]

Créditos imagen: Zorgia

4 thoughts on “El Hombre que salvó al mundo

  1. Muy buen cuento Guayec. Te felicito, me gustó mucho.
    Ya lo había leído, eso sí. Alncancé a leerlo en el poco tiempo que alcanzó a estar publicado en la factoría. Es un relato que tiene hartas fintas dentro de la finta, por lo que cuesta un poco descifrarlo lo que lo hace sorprendente y entretenido. Incluso en lo de la «doctora» me engañó.
    Saludos y sigue así.

  2. Me gustan mucho los cuentos de guayec. Es dueño de una prosa muy amena, elocuente y ligera que provoca que sus relatos se lean con mucha fluidez. Uno ni se da cuenta que está leyendo hasta que se acaba el texto!!

    Ojalá se animara a escribir una novela 🙂

  3. «Me gustan mucho los cuentos de guayec»….. Guayec tiene novia…… XP

    bromas aparte, ha sido el cuento de guayeco que mas me ha gustado, tiene ese aire a lo P. K Dick (a propósito de tu Ubik) pero consigue su propia vida.

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