SEA HARRIER

La noche del 6 de junio de 1994, los tripulantes del mercante peruano Abtao vieron aparecer un cazabombardero de la FACH sobre sus cabezas y posarse aparatosamente sobre la cubierta de su barco. El piloto, a punto de quedarse sin combustible, realizó una maniobra desesperada y consiguió atravesar el Sea Harrier sobre unos contenedores y una vieja furgoneta. La escena duró apenas 30 segundos y entró en la Historia como el primer aterrizaje de un caza militar sobre un buque civil en alta mar. En las horas siguientes, el avión sería trasladado a El Callao y retenido por la tripulación durante varios días.
Eran las 10 de la noche de un invernal viernes y el carguero peruano Abtao navegaba a unas 120 millas náuticas al sudoeste de Valparaiso. En el cielo, el piloto Diego Maquieira, se encontraba sobrevolando la zona al mando del Sea Harrier FRS1/FA2 -ZA176, en vuelo de reconocimiento. Maquieira había despegado del portaviones chileno Almirante Latorre y tras varios minutos en el aire descubrió que no funcionaba ni el equipo de navegación ni la radio, por lo que no tenía froma de encontar el camino de regreso. Tras intentar localizar visualmente su portaaviones construido en astilleros ucranianos, y cuando apenas le quedaba un minuto de autonomía, Maquieira divisó la silueta del Abtao sobre las aguas del Pacífico y no dudó en realizar un aterrizaje vertical sobre el único objeto flotante en millas a la redonda.

Cuando vieron salir al piloto, los marineros del Abtao no daban crédito a lo que acababa de suceder. Maquieira comprobó que todo estaba en orden y se presentó a la tripulación. Sin embargo, el capitán, que tenía que cumplir con sus horarios, ordenó afianzar el caza a la cubierta y continuar rumbo a El Callao, adonde se dirigía con su carga.

En los siguientes minutos, la noticia de que uno de sus cazas se hallaba en la cubierta de un carguero civil llegó hasta el Almirante Latorre y su capitán, el Almirante Salvador Irribarra (figura clave en la victoria chilena en la guerra de los 3 días de 1979) comenzó a emitir señales de radio con la intención de desviar al Abtao hacia Valparaiso. Pero el capitán peruano respondió no sentirse intimidado por el portaaviones chileno por lo que seguiría su curso. Unas horas después la noticia llegó a los medios de comunicación y la tensión fue creciendo por momentos.

Tres días después, el mediodía del jueves 9 de junio, el Abtao entró en el puerto de El Callao ante la presencia de centenares de curiosos, con el Sea Harrier atado en su cubierta. A lo largo de los siguientes días el Canciller Allende comenzó las gestiones por parte del Gobierno Chileno para recuperar el cazabombardero comprometiéndose a recompensar a la tripulación del Abatao por los riesgos sufridos. De hecho, aunque la maniobra de Maquieira fue considerada heroica, supuso un auténtico peligro para los marineros peruanos: un sobrepeso sobre la cubierta podía haber alterado los centros de gravedad y haber enviado el barco a pique, por no hablar de los daños que podía haber producido el calor de los motores.

Al cabo de varios días, la situación comenzó a ser muy incómoda para la tripulación, que llegó a amenazar con encadenarse al avión (desarrollado a partir del Hawker Siddeley Harrier) como única garantía de que se cumpliera el compromiso de pago. De hecho, ante la falta de noticias, aseguraron que no permitirían el desembarco del avión hasta que no se les garantizara una compensación.

Finalmente y tras el compromiso personal de la Presidenta Marín de cancelar el monto estipulado, la autoridad portuaria ordenó el desembarco del avión bajo la amenaza de utilizar la fuerza. El día 20 de julio, a las 16:40 horas, una grúa de la compañía auxiliar del puerto sacó el Sea Harrier del Abtao y lo depositó sobre la cubierta del crucero chileno Prat .

Según publicaron algunos medios, como el diario La República, la tripulación llegó a recibir unos 3,6 millones de nuevos soles de la época como premio por el rescate. Luego de su surrealista hazaña, el piloto chileno Maquieira declaró que abandonaría la Fuerza Aérea para dedicarse a la poesía.

73 horas

Los vi en el Estadio. Llevaba días allí, al compañero Jara ya lo habían matado y las inyecciones en la mandíbula ya estaban haciendo efecto. Los vi en una carpa. Tras una larga fila, de horas, de días quizás, llegó mi turno. Sabía que, una vez dentro, mi cuerpo ya no valdría nada, sería un perro con sarna. La carpa era espaciosa, un par de compañeros con sondas hasta en el hoyo del culo, más milicos, algunos doctores, uno se parecía a Kirk Douglas. No era gran cosa deducir que los milicos eran de apellidos como los nuestros, un Pérez, un Soto, con suerte un Parraguez, en cambio los doctores eran todos de apellidos que nunca pude pronunciar. Me echaron de un culatazo sobre la camilla, allí los logré ver por primera vez. Eran como nosotros, pero más blancos, pálidos y de unos treinta centímetros. Se desplazaban con movimientos de reptil por toda la carpa. Estaban desnudos, carecían de genitales. Daban órdenes a todos. En un momento un milico les dijo algo en un idioma muy extraño, el ser enano se trastornó, soltó un chirrido que me hizo doler los oídos y con un movimiento veloz arrancó las dos orejas al soldado pendejo. Dos milicos me amarraron las manos y tobillos. Un doctor me metió una sonda por la oreja. De un momento a otro los pequeños seres eran setenta o más.
Se me trepó uno por el costado. Se sentó en mi pecho y me mostró sus dientes, eran filosos, tres o cuatro corridas.
Sabía que era mi turno de olvidar.
Y empezar a gritar.

ChilePrimero


Jorge. La hicimos. Si, se que siempre te hable con seguridad de nuestro proyecto, incluso me dijiste que si acaso, entre mis multiples talentos, también estaba ver el futuro. Sabia que lo lograriamos, o mas bien, que ibamos a llegar hasta el final. Pero el final no depende siempre de uno. Ya viste como terminamos antes, ya me viste, y me recorde a mi mismo, saliendo del palacio en llamas.

Tambien me equivoque yo. Me acabo de equivocar al decirte que no veo el futuro. En realidad lo veo, o mejor dicho, lo he visto. Hay que reunir al equipo. Tenemos una revolución que hacer. Una de verdad, una bottom-up. Jorge, ¿recuerdas Synco?

Patmos


Todo parece indicar que el fenómeno comenzó la semana pasada. Nadie lo notó, parecía un nuevo caso de persona perdida, declarada muerta por equivocación.

Tres días atrás la situación tomó un giro definitivo. Ya no eran sólo rumores, ya no era una nueva leyenda urbana copando un pequeño espacio en los diarios sensacionalistas. Frente a las cámaras de televisión la familia Frei, con lágrimas en los ojos, presentaban algo que según sus propias palabras era «sorpresivo, incomprensible y en cierto sentido aterrador…pero que le ha devuelto la alegría a una familia atormentada por la duda». Ese mismo día en la mañana carabineros les había informado que habían encontrado vagando por los jardines de la Moneda a Eduardo Frei Montalva. Estaba sano, un poco aturdido pero absolutamente lúcido.

Los hechos se sucedieron vertiginosamente. Los canales de televisión daban paso a numerosos extras en distitos puntos de la capital para dar cobertura a la repentina aparición de personas declaradas muertas años e incluso décadas atrás.
Al mediodía los casos eran tan numerosos que los medios de prensa comenzaron a enfocarse en las celebridades del arte, la política y la farándula que aparecían en puntos disímiles de la capital, aturdidos, preguntando por el año en curso, perplejos y sedientos. Un mozo de una fuente de soda del centro aseguraba haberle dado de beber a una silenciosa Violeta Parra, que, con lágrimas en los ojos le agradeció con un apretado beso en la mejilla.

A pesar de que en la mañana de hoy la prensa fue nuevamente golpeada por la irrupción de Salvador Allende frente a los televisores, en compañía de su nonagenaria esposa y sus hijos, declarando a viva voz su alegría por regresar a una patria libre y moderna (convirtiéndose en el primer «retornado» en hacer declaraciones públicas), nadie estaba preparado para lo que ocurriría al caer la tarde. Por la Alameda Bernardo O’Higgins apareció una columna de hombres, mujeres y ancianos silenciosos que caminaban ante la mirada atónita de los transeúntes. Luego de comenzadas las transmisiones del fenómeno, las llamadas telefónicas de familiares confirmaron las sospechas, la columna estaba formada por los detenidos desaparecidos durante el gobierno de Pinochet. Avanzaban silenciosamente, con lágrimas en los ojos, estrechándose las manos algunos, apretándose las manos contra el pecho, otros. A la altura del Palacio de La Moneda comenzaron a entonar calladamente nuestro Himno Nacional, las personas que observaban se unieron a ellos e incluso los camarógrafos no podían evitar llorar y cantar susurrando a media voz. De los buses y salidas del Metro salían familiares que corrían buscando a sus seres entre la columna de «retornados». La autoridad cerró las calles y se formó de inmediato un comité de chequeo y búsqueda de las personas aparecidas.

Hoy en la noche Chile parece un mejor lugar. A pesar de las últimas informaciones que hablan de la irrupción de columnas de soldados vestidos con uniformes de la Guerra del Pacífico enfrentándose a grupos irregulares de indígenas en los faldeos del cerro Santa Lucía.

LLEGA PORTAAVIONES CHILENO


ESPECTACULAR RECIBIMIENTO PARA EL «ALMIRANTE LATORRE»

La nave, construida en astilleros ucranianos, asumirá el rol de buque insignia de la Armada. La Presidenta Marín y el Canciller Allende recibieron en el puerto a la gigantesca unidad con la que Chile ingresa al selecto grupo de propietarios de portaaviones nucleares.

VALPARAISO. Enero 1992. Bocinas de buques de la Armada y vítores desde los cerros acompañaron el arribo del portaaviones Almirante Latorre al Puerto de Valparaíso. El colosal buque arribó pasadas las diez de la mañana, escoltado por el buque escuela Esmeralda y los Cruceros Prat y O`Higgins, unidades que se vieron empequeñecidas ante el coloso de 300 metros de largo y casi diez pisos de altura.

El Almirante Latorre fue construido por los astilleros estatales ucranianos, dentro de las políticas de intercambio científico y tecnológico firmado entre La Moneda y el Kremlin. Propulsado por tres reactores nucleares gemelos, el buque es hermano del Ulyanovsk, actualmente en servicio en la marina rusa. Superado en tamaño sólo por las naves de la clase Nimitz norteamericana, el nuevo buque insignia de la Armada pone a Chile en el selecto grupo de propietarios y poseedores de las unidades de guerra más grandes y poderosas del planeta. Una tremenda responsabilidad, como fue acentuado por más de una autoridad presente en el evento.

La Presidenta Marín, que encabezó la recepción del portaaviones, junto al canciller Allende, gestor de la compra, se manifestó orgullosa del nivel de las relaciones entre Chile y la Unión Soviética. Aprovechó la ocasión para recalcar que la reciente adquisición no contribuirá al desequilibrio estratégico en la región, «por lo contrario, aseguró, «el buque está al servicio de todos nuestros pueblos hermanos, en la mutua lucha contra los embistes del capitalismo norteamericano». Su discurso aprovechó, además, de destacar el reciente pacto con la Paz que entrega al gobierno Boliviano el dominio conjunto de toda la costa comprendida entre el límite con Perú y Iquique.

Trascendió que dado el tamaño de la nave, deberán hacerse trabajos de ampliación en los puertos de Valparaiso y Talcahuano. Mientras esto no suceda, la nave continuará anclada en la bahía de Valparaiso, esperando el arribo de su contigente aáreo con el cual iniciarán las pruebas en alta mar, fechadas para marzo próximo.

El mando del buque fue entregado al Almirante Salvador Irribarra, figura clave en la victoria chilena en la guerra de los 3 días de 1979.

EL PROCESO


1º de mayo, 1979

Mientras se desarrolla el desfile oficial del Día del Trabajador Combativo, cuyas columnas marchan desde las 10 de la mañana por la Alameda Mártires de Abril, el Presidente Allende se encuentra simultáneamente en dos lugares.

Desde los balcones de La Moneda, protegidos con gruesos cristales antibalas desde el atentado contra el Presidente perpetrado en septiembre del ’73, y que costó la vida al Comandante en Jefe del Ejército, general Augusto Pinochet, una réplica exacta de Allende recibe el fervoroso saludo de la clase obrera y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, pilares del Proceso de Emancipación Nacional iniciado con el alzamiento de abril del ’76. Algunas cuadras hacia el oriente, en las oficinas centrales del Proyecto Synco, el Presidente junto a su mano derecha, el ministro de Información Fernando Flores, monitorea la puesta en marcha de una nueva fase del Programa de Control, orientado a la neutralización de elementos contrarrevolucionarios detectados por el Ministerio de Información al interior de la CUT, el Partido Radical Revolucionario y el MAPU-Insulza.

Decenas de pantallas transmiten, desde distintos ángulos, las imágenes del desfile central captadas por las cámaras de vigilancia, a la vez que no dejan de llegar las informaciones telefónicas desde los centenares de oficinas que las Juntas de Vigilancia Revolucionaria tienen a lo largo del país. Allende, cansado, fija su mirada en una de las pantallas, que muestra el edificio institucional de la Central Única de Trabajadores, desde donde los máximos dirigentes de la UP –los que no han sido advertidos por La Moneda- observan la monumental marcha obrera y militar. Pide a uno de los operadores que realice un zoom in sobre la ventana que da al balcón de la sede sindical, con lo que distingue nítidamente el rostro del presidente de la Central, el mapucista Enrique Correa, acompañado por el abogado y dirigente de la ANEF Ricardo Lagos. Fernando, terminemos luego con esto –la voz del Presidente denota el agotamiento de los últimos meses, marcados por las purgas internas de la Unidad Popular. De inmediato, Salvador.

La monumental explosión, adjudicada a grupos paramilitares fascistas, y que costó la vida de cerca de 200 personas, entre ellos destacados miembros y dirigentes del régimen, sólo fue antecedida por una sutil y casi imperceptible seña de Fernando Flores al aún joven técnico Raúl Zurita, encargado de Control y Operaciones del Proyecto Synco.

Brodsky, Camilo. Historia de los sindicatos en Chile. LOM Ediciones, Santiago, 2004

Santiago Dreaming

Unlike West Byfleet, Chile was in revolutionary ferment. In the capital Santiago, the beleaguered but radical marxist government of Salvador Allende, hungry for innovations of all kinds, was employing Simon Beer’s father, Stafford, to conduct a much larger technological experiment of which the meters were only a part. This was known as Project Cybersyn, and nothing like it had been tried before, or has been tried since.

Stafford Beer attempted, in his words, to «implant» an electronic «nervous system» in Chilean society. Voters, workplaces and the government were to be linked together by a new, interactive national communications network, which would transform their relationship into something profoundly more equal and responsive than before – a sort of socialist internet, decades ahead of its time.

texto completo AQUI

source, The Guardian, UK.
(gracias a Carlos Gaona)