Dríadas de Cristal

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C:Dryad System 1Memory Files9-01(5)Incidence Report
Detectada anomalía de sistema en sector 80. Activando alarma de emergencia.
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C:Dryad System 1Memory Files9-01(6)Incidence Report
Informe de pronóstico grave. Procediendo a desalojar fortaleza.
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La dríada de cristal sabía que iba a morir. Una maraña de grietas se enredaba alrededor de su sien como las extremidades de una araña; en el interior de su cabecita, los engranajes de su cerebro mecánico se esforzaban por girar como lo hace la maquinaria de un reloj viejo y cansado. Hacía calor, mucho calor. Tanto que la pequeña autómata creía que sus alitas de metal se fundirían y caería al vacío. Se sentía agotada y confusa, derrotada y frágil. No sabía muy bien cómo los vientos habían cambiado tan de golpe; por qué diablos la Continue reading «Dríadas de Cristal»

SEA HARRIER

La noche del 6 de junio de 1994, los tripulantes del mercante peruano Abtao vieron aparecer un cazabombardero de la FACH sobre sus cabezas y posarse aparatosamente sobre la cubierta de su barco. El piloto, a punto de quedarse sin combustible, realizó una maniobra desesperada y consiguió atravesar el Sea Harrier sobre unos contenedores y una vieja furgoneta. La escena duró apenas 30 segundos y entró en la Historia como el primer aterrizaje de un caza militar sobre un buque civil en alta mar. En las horas siguientes, el avión sería trasladado a El Callao y retenido por la tripulación durante varios días.
Eran las 10 de la noche de un invernal viernes y el carguero peruano Abtao navegaba a unas 120 millas náuticas al sudoeste de Valparaiso. En el cielo, el piloto Diego Maquieira, se encontraba sobrevolando la zona al mando del Sea Harrier FRS1/FA2 -ZA176, en vuelo de reconocimiento. Maquieira había despegado del portaviones chileno Almirante Latorre y tras varios minutos en el aire descubrió que no funcionaba ni el equipo de navegación ni la radio, por lo que no tenía froma de encontar el camino de regreso. Tras intentar localizar visualmente su portaaviones construido en astilleros ucranianos, y cuando apenas le quedaba un minuto de autonomía, Maquieira divisó la silueta del Abtao sobre las aguas del Pacífico y no dudó en realizar un aterrizaje vertical sobre el único objeto flotante en millas a la redonda.

Cuando vieron salir al piloto, los marineros del Abtao no daban crédito a lo que acababa de suceder. Maquieira comprobó que todo estaba en orden y se presentó a la tripulación. Sin embargo, el capitán, que tenía que cumplir con sus horarios, ordenó afianzar el caza a la cubierta y continuar rumbo a El Callao, adonde se dirigía con su carga.

En los siguientes minutos, la noticia de que uno de sus cazas se hallaba en la cubierta de un carguero civil llegó hasta el Almirante Latorre y su capitán, el Almirante Salvador Irribarra (figura clave en la victoria chilena en la guerra de los 3 días de 1979) comenzó a emitir señales de radio con la intención de desviar al Abtao hacia Valparaiso. Pero el capitán peruano respondió no sentirse intimidado por el portaaviones chileno por lo que seguiría su curso. Unas horas después la noticia llegó a los medios de comunicación y la tensión fue creciendo por momentos.

Tres días después, el mediodía del jueves 9 de junio, el Abtao entró en el puerto de El Callao ante la presencia de centenares de curiosos, con el Sea Harrier atado en su cubierta. A lo largo de los siguientes días el Canciller Allende comenzó las gestiones por parte del Gobierno Chileno para recuperar el cazabombardero comprometiéndose a recompensar a la tripulación del Abatao por los riesgos sufridos. De hecho, aunque la maniobra de Maquieira fue considerada heroica, supuso un auténtico peligro para los marineros peruanos: un sobrepeso sobre la cubierta podía haber alterado los centros de gravedad y haber enviado el barco a pique, por no hablar de los daños que podía haber producido el calor de los motores.

Al cabo de varios días, la situación comenzó a ser muy incómoda para la tripulación, que llegó a amenazar con encadenarse al avión (desarrollado a partir del Hawker Siddeley Harrier) como única garantía de que se cumpliera el compromiso de pago. De hecho, ante la falta de noticias, aseguraron que no permitirían el desembarco del avión hasta que no se les garantizara una compensación.

Finalmente y tras el compromiso personal de la Presidenta Marín de cancelar el monto estipulado, la autoridad portuaria ordenó el desembarco del avión bajo la amenaza de utilizar la fuerza. El día 20 de julio, a las 16:40 horas, una grúa de la compañía auxiliar del puerto sacó el Sea Harrier del Abtao y lo depositó sobre la cubierta del crucero chileno Prat .

Según publicaron algunos medios, como el diario La República, la tripulación llegó a recibir unos 3,6 millones de nuevos soles de la época como premio por el rescate. Luego de su surrealista hazaña, el piloto chileno Maquieira declaró que abandonaría la Fuerza Aérea para dedicarse a la poesía.

Sub Aether – 006

Laskov despertó a una mañana de invierno como cualquier otra. La escasa luz grisácea se filtraba por las ventanas y desde su lecho pudo ver a Sánchez arrodillado junto al fuego, preparando café. Cerró los ojos y se confortó en el olor del desayuno.
Despertó de nuevo y pareció que nada había cambiado. La Penumbra hacía eso, la misma luz, o falta de ella, todo el día(o falta de él). Sánchez no estaba. Le había dejado una taza de café cerca del lecho, pero ya estaba fría La bebió de todas maneras, y luego se levantó. Caminó alrededor de la habitación, estirándose, y orinó desde el pequeño balcón, suponiendo que a nadie le importaba.
Volvió a acostarse y cuando pestañeó Sánchez había vuelto y cocinaba la cena. Una lata de porotos, como en Sonora. Sánchez lo miró preocupado, le preguntó si estaba bien. Laskov asintió en silencio, mientras se sentaba. Revisó entre sus cosas, y le tendió su pocillo para que se lo llenara. Comieron en silencio, lenta, melancólicamente. Laskov no quería preguntar, no quería pensar en eso, hasta que el silencio se volvió incómodo. Sánchez lo rompió:
“No se que mierda son”
Silencio.
“Alejandro, ¿me escuchas?”
Silencio. La penumbra dio paso a la oscuridad. El fuego crepitó omnipresente. Laskov comenzó a respirar más fuerte.
“No vendrán esta noche, no por un par de semanas más.”
Laskov solo lo miró, fijamente.
“Lo sé porque lo he contado. Cada 14 o 16 días. Siempre de noche.”
“¿Desde cuando?” Ronco. La garganta agarrotada por la inactividad, y los gritos reprimidos.
“Desde que sucedió. Esto” Sánchez hizo un gesto que parecía indicar el mundo. Desde la Penumbra, quería decir.
“¿Y por qué? ¿Por qué a Viña, por qué acá?”
“No lo se. ¿No los habías visto antes?”
Silencio, de nuevo. Laskov recordó noches de viaje, resplandores, destellos lejanos, fosforescencias. Quizá su mente estaba inventando todo. Nunca durmió en una ciudad, les tenía miedo. Nunca entró en ellas de noche.
“Creo que nos buscan a nosotros”, dijo Sánchez con cautela, atento a la reacción del otro.
“¿A nosotros?” Frío, distante. Si lo veía científicamente no era tan terrible.
“Sobrevivientes. Gente viva.”
“Gente.”
“Ya se llevaron todo lo demás, los cadáveres. Y si quisieran llevarse algo más ya lo habrían hecho. Claramente buscan algo, y no se que más podría ser.”
“Tiene sentido. ¿Sabías que vendrían anoche?”
“Lo olvidé, con tu llegada y todo eso. Tampoco era seguro. Podría haber sido hoy, o dos noches atrás.”
La conversación se volvió metódica, científica, lejana. Laskov había aprendido a no sufrir sus miedos más de lo necesario. No valía la pena, afrontarlos cuando no estaban ahí. Conversaron un rato más, evitando siempre hablar directamente de ellos, de las patas. Venían desde el mar, o seo creía Sánchez. Llevaban luz con ellos y no había mucho más que decir. Laskov dio la charla por concluida, dijo buenas noches y se durmió de inmediato. Soñó que dormía en la playa, pero se veía a si mismo dormir. El rumor de patas arrastrándose contra la arena lo llenaba de pánico, pero era un miedo latente, que no se desbordaba. Pasaba una eternidad tendido en la arena, siempre a punto de colapsar. Luego todo se iba a negro. Despertó, aliviado, cuando un rayo de sol le llegó desde la ventana, calentándole el rostro. Feliz, trató de sentarse en su lecho y entonces despertó de verdad.
Ese día se levantó temprano. Sánchez lo llevó al Marga-Marga donde pudo bañarse y lavar sus cosas. “No bebas del Estero” fue el único comentario. Hundido hasta los muslos en el flujo del río, desnudo salvo por su máscara de gas, se preguntó de donde vendría el agua. No había visto lluvia en meses, pero no se había alejado de la costa. ¿Quizá en las montañas? El estero corría con mucha más fuerza de lo que recordaba, otro signo de como la naturaleza se comía a la ciudad.
Salió y se secó con algo que parecía una frazada. Recogió su ropa empapada y, envuelto en la manta, caminó de vuelta hacia el Palacio. Cuando llegó Sánchez se ocupaba en otro de sus fogones, este a un costado del edificio, y le hizo señas para que se acercara.
“Seca tu ropa acá” le dijo a través de su mascarilla. “Es la única manera de que seque bien.” Tosió un poco, caía mucho polvo esa mañana. Laskov recordó algo y luego de dejar su ropa tendida subió rápidamente a la habitación. Cuando bajó traía consigo otra máscara como la que llevaba puesta.
“Ten”, se la pasó a Sánchez. “La andaba trayendo por si las moscas”.
Sánchez se puso la máscara y se quedaron mirando un rato, sabiendo que era chistoso pero no exactamente por qué. Luego siguieron con sus asuntos, papá Marciano e hijo Marciano, ahora una familia feliz. Laskov dio un paseo alrededor de la manzana. Cuando ya no podía verlo su amigo, se dio el lujo de caminar desnudo por las calles. Fue en dirección hacia el mar hasta que le pareció escuchar ladridos en la lejanía, y pensó que mejor daba la vuelta. Era lo mismo: casas derruidas, el ocasional esqueleto, y hasta algo que podría haber sido un auto, años ha.
Se vistió para almorzar mientras Sánchez cocinaba otra lata de porotos. Iba a terminar odiando los porotos, aunque Sánchez opinaba lo contrario. Cada día sabían mejor. Luego se sirvieron café, que caliente sabía mucho mejor.
“¿Has explorado?” Laskov inició la sobremesa.
“Solo lo necesario. Busqué comida hasta sentirme aprovisionado. También fui al Hospital. Ahí encontré las mascarillas, y me hice un botiquín.”
“¿Y el resto? ¿Los cerros?”
“No. Tengo lo que necesito. Tenemos, quiero decir.”
“Pueden haber más sobrevivientes.”
Sánchez se encogió de hombros. “Bien por ellos”.
“¿Ese es tu plan entonces? ¿Vivir aquí hasta que se te acabe la comida y morir de hambre? ¿Y si no se acaba morir de viejo?”
“Si. Es el mismo plan que tuve siempre. El mismo plan que tenían todos. No voy a complicarme más de la cuenta solo porque al mundo se le ocurrió acabar.”
“Pero no se ha acabado. Estoy yo, estás tu. Puede haber otros, otras…”
“¿Que estás pensando?”
“Mujeres, tienen que quedar mujeres…”
Aquí Sánchez rió fuertemente. «Esta noche duermes afuera, malandrín»
«¡No!» Laskov sintió el enojo subir por su pecho, se calmó. «No es eso. Necesitamos mujeres, al menos una mujer»
«¿Para qué?»
Laskov hizo una pausa dramática y miró a su alrededor. A las casas hechas pedazos, a las enredaderas que lo cubrían todo.
«¿Como que para qué? ¿Para que más? Hay que ponerle fin a todo esto.» Un exagerado gesto con el brazo. «Hay que ponerse serio de una vez, y empezar a repoblar esta ciudad de mierda».

Sub Aether – 005

Laskov despertó con una mano cubriéndole la boca, y un ajetreo infernal que en la oscuridad parecía llegar de todos lados. Buscó a tientas el PPSh pero no estaba ahí. Golpes sordos, chirridos como de muebles siendo arrastrados. Encontró la cabeza de su atacante en la oscuridad e intentó una maniobra de Sambo: girar sobre si mismo y tomar la espalda de su adversario. No lo consiguió. Estaba amarrado al suelo, por la cintura.
Fue conciente de Sánchez hablando junto a su oido. “Shh. Calma. Silencio, calma calma. Callado. Por favor. Calladito”. De a poco se calmó. Su mente se acostumbró a la oscuridad, como sus ojos se acostumbrarían a oscuridades menos densas. Relajó el fuerte agarre que tenía sobre el cuello de su amigo. Dió a entender con unas palmadas que no iba a gritar cuando le soltara la boca.
Pasos. Gorjeos. Arrastre de muebles. De pronto una tenue luz asomándose por una rendija en la puerta, que puso a Sánchez tenso como un cadáver. Era fácil deducir lo que le preocupaba: que los encontraran. Lo difícil era deducir quien se suponía que los estaba buscando, y por qué esconderse. Si la puerta estaba disimulada, era razonable suponer que Sánchez sabía que vendrían. Había algo que no le habían contado. Algo importante que Sánchez por alguna razón el silencio total lo sacó de sus cavilaciones.
El ajetreo paró de pronto, violentamente, y fue reemplazado por el raspar de algo contra la pared. Contra los escombros que apilados tapaban la entrada. Era un raspar lento, metódico, pero que no le hablaba de ninguna intención asimilable. Un raspar inteligente pero ajeno. Casi animal, pero no exactamente. Y enervante. Cuando finalmente se detuvo Laskov y Sánchez estaban empapados en sudor frio. Sus cabezas muy juntas, paralizados en su lucha, jadeantes no de cansancio.
Sánchez desató a Laskov, finalizando con un “listo” que era a la vez un “lo siento” y un “fue por tu bien”. Luego, lentamente, se puso de pie y caminó, probablemente hacia la ventana. Laskov hizo lo mismo y reconoció la silueta de su compañero, recortada contra la luz muy tenue que había en el exterior. Que “venía” del exterior, aunque la luz parecía no ir a ningún lado sino quedarse allá afuera, iluminar solo el pedazo de jardín sobre el que estaba posada. Era más bien una fosforecencia, un vaho que parecía flotar a pocos centímetros de su cara o en la inmensidad del espacio interestelar. Y dentro de ella, entrando y saliendo de ella, se podían divisar patas, montones de patas que se movían ora rápido ora lento, caminando frenéticamente o raspando, raspando pacientemente, descifrando el suelo de baldosas y el pasto y la tierra. Largas y delgadas, llenas de articulaciones. Patas. Y bultos amorfos rodeados de patas. Enormes. Como perros, u hombres. Y hablando entre ellos, como las hormigas, llendo y viniendo hacia la oscuridad.
Lentamente la nebulosa se hizo más pequeña, las patas más difíciles de distinguir. Sánchez suspiró y dijo que ya estaban bien. Laskov no lo escuchó. Seguía tieso mirando a la nada. Apenas hacía ruido pero estaba llorando de miedo. Quizo estar loco, más que nada en el mundo, y no le importó sentir el calor de la orina bajar por sus muslos. La vergüenza era un sentimiento secundario, lejanamente secundario. El miedo, tan real como la oscuridad.

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BATTLESTAR LATORRE

Fecha estelar. Noviembre 22, 1997

Hoy es el día del retiro, del regreso a casa definitivo del Latorre. El fin de mis mejores 5 años. Desde la ventana de mi privado veo como el horizonte de Marte se curva bajo Fobos y Deimos. La Tierra se aparece apenas como un punto de luz azul allá adelante, siempre adelante, bajo un círculo solar que parece imagen del egipcio Amon.

En estos cinco años llevé a la nave hasta el mismo corazón de las colonias del Régimen Khrayt, usando la batería central del acorazado para cañonear las lunas refineras del enemigo. Fueron amargas victoria, perdí un tercio de mi tripulación, pero logramos derrotar al adversario. Y lo que es más grande aún, sobrevivir. De más está repetir que en los anales de la gran guerra, las hazañas de nuestro magnífico acorazado serán escritas a la par de lo logrado por la flota de portaaviones norteamericanos en 1982, en el sistema capital Khrayt. No puedo ocultar que siento pena. Cuando me entregaron el mando del Latorre sabía que serían sus últimos años, es increíble lo rápido que pueden pasar cinco años en el espacio.

Fue en 1933 cuando ellos aparecieron. Los grandes Vagones de Batalla Khrayt cubrieron los cielos y en cosa de días arrasaron con las grandes ciudades. Y la Tierra se defendió, como pudo, pero se defendió. No poseíamos ni la tecnología ni los medios para combatir en el espacio, pero desde la superficie eramos un pueblo fiero que no iba a dejar que sus civilizaciones cayeran bajo el peso de un imperio colonizador y asesino. Y llamamos la atención. En 1935 aparecieron los Reticuli a auxiliarnos. Su ataque sorpresa provocó un momentáneo retiro de las fuerzas Khrayt, pero no debíamos equivocarnos, no fue una victoria, todo lo contrario. Los Reticuli nos advirtieron que debíamos estar preparados para el contraataque y nos advirtieron que teníamos seis meses para preparar un flota de combate con armas atómicas y facultad de plegar el espacio a través de saltos por agujeros de gusano. Ellos nos facilitaron la tecnología, nosotros la adaptamos a los buques más poderosos de las escuadras de cada nación soberana de la unión terrestres.

Y el Almirante Latorre fue el astro-acorazado insignia de la fuerza espacial chilena. Gloriosa máquina, nacida como buque de superficie, reformateada en nave de combate interplanetaria, que bajo el mando del Capitán Arturo Osorio consiguiera una de las primeras victorias terrestres en la batalla de Ganímedes de 1950. El Latorre fue sumando estrellas tras estrellas, ganándose con toda justicia el apodo de nave insignia de las fuerzas del hemisferio sur, estando a la par de los grandes portaaviones estelares gringos de las clases Essex y Nimitz.

Pero hoy termina su carrera. El Latorre es un leviatan viejo y cansado, que surca las estrellas con la lentitud de un mastodonte de la primera generación de astronaves. Hoy la guerra parece al fin estar finalizando y mi misión es llevar al viejo»»L junto a su tripulación a un merecido descanso. Seas despedido con honores, gran Latorre.

Capitán Alberto Adama
B.S. Almirante Latorre
Marina Aliada

YA ESTÁN ENTRE NOSOTROS

Juan Pablo Ulloa posa junto al US Army M578 que adquirió a la Armada en una subasta en Concón. Sergio Alejandro Amira, corresponsal de Ucronía Chile en la zona tiene serias sospechas que el vehículo (cuya función era sacar a otros tanques atascados en el campo de batalla), sería en realidad un robot alienígena hostil disfrazado.

Foto cortesía de Cristián Larraín

ENTREVISTA AL GENERAL MORBIUS

Transcripción de la última entrevista realizada por Rafael Cavada en su programa Tesis y Antítesis de TVN:

Rafael Cavada.– Esta noche tenemos un invitado de lujo en nuestro programa. Es muy fácil olvidar que tras esa impenetrable armadura e inexpresiva máscara de hierro se oculta un hombre, un ser de carne y hueso. Es a ese hombre, a la esencia de este carismático y controvertido personaje a la que pretendemos llegar esta noche. Estimado público, tengo el enorme placer de recibir por vez primera en Chile, directamente desde Bielovia, al General Morbius

(El público se pone de pie y aplaude a rabiar durante largos cincos minutos mientras el General Morbius permanece en el centro del set, saludando.)

Cavada.– Pareciera, General Morbius, que la opinión pública ya no lo percibe como un ser humano, sino como algo más. Tal vez el übermensch profetizado por Nietzsche, casi un dios.

Morbius.– Pues créame, Sr. Navarro, que bajo esta amarilla piel metálica, existe un hombre que suda y sangra como cualquier ciudadano de Bielovia, o del mundo.

Cavada.– Tendrá que perdonarme si mi primera pregunta parece algo superficial, pero ¿por qué eligió el amarillo para el color de su armadura?

Morbius.– Es una buena pregunta, una que no me hacen muy a menudo. Como usted ha de saber el color ha jugado desde siempre un papel especial en las ceremonias políticas y religiosas. Remontándonos a las épocas antiguas de la China puramente ritualística, el ritual de vestimenta era codificado de acuerdo al color, por lo que cada categoría podía ser distinguida por la tonalidad del vestido de un oficial. Escogí el amarillo para mi armadura porque es el color de la sabiduría y la más alta comprensión intuitiva. Representa la perfección espiritual, la paz y el descanso. El amarillo dorado es el color del Sol, el color de la juventud, la alegría y el júbilo. En su vibración más positiva, el amarillo dorado es intensamente espiritual y favorece la compasión y la creatividad.

Cavada.– Sin embargo, el amarillo también puede resultar excesivamente estimulante para la psique y los nervios, y puede causar irritación mental hasta el punto de ser destructivo. El amarillo es también el color de la cobardía, los prejuicios y el ejercicio destructivo del poder.

Morbius.– El rojo puede representar al amor y la muerte al mismo tiempo. Cada cual elige el significado que le otorga a los colores.

Cavada.– Según entiendo nadie en toda Bielovia puede utilizar el color ‘amarillo imperial’ salvo usted, General Morbius. ¿No le parece que prohibir el uso de un color es una medida que raya en lo que podría considerarse una excentricidad?

Morbius.– Como de costumbre ustedes los periodistas exageran. Yo no he prohibido el amarillo en todos sus tonos, sino el amarillo imperial que es más bien dorado.

Cavada.– Pero se ha detenido a personas en su país por usar dicho color. Recientemente más de treinta practicantes de Falun Gong fueron arrestados en Calibán simplemente por llevar bufandas y camisetas de color amarillo en las cuales se reflejaban palabras como “Falun Gong” o “Verdad, Benevolencia, Tolerancia”.

Morbius.– Cualquiera que infrinja una ley debe someterse a las consecuencias.

Cavada.– Según trascendió, sin embargo, la policía también puso bajo arresto a los manifestantes que vestían bufandas de color azul.

Morbius.– No se les aprehendió por usar bufandas de color azul sino por alborotadores.

Cavada.– Bueno, pasando a otro tema no puedo escatimar la ocasión para preguntarle sobre sus orígenes, General. Son tantos los rumores y datos contradictorios sobre su vida que nos llegan desde el exterior que es muy difícil separar los hechos de las fabulaciones.

Morbius.– Es precisamente para limpiar mi imagen de esas falsedades que me he embarcado en esta gira alrededor del mundo.

Cavada.– General Morbius, se dice, por ejemplo, que hastiado de los mendigos, hizo acorralar a todos los mendicantes de Calibán, les ofreció un banquete y luego los quemó vivos.

Morbius.– (riéndo) Eso es una exageración. Tenemos un programa para la erradicación de vagabundos, pero créame que no es parte de nuestra política el quemarlos vivos. ¿Está familiarizado con el concepto de Lamed Vav?

Cavada.– No, pero supongo que usted nos instruirá a mí y a la audiencia al respecto, General.

Morbius.– Lamed Vav son dos letras del alfabeto Hebreo que numéricamente representan treinta y seis. La Leyenda dice que en este mundo, siempre existen treinta y seis hombres justos también llamados Tzadikim Nistarim, o los Hombres Justos Ocultos. Usualmente son pobres, desconocidos, enfermos, mendicantes… nadie sabe, ni siquiera ellos mismos, que son los elegidos. Es por ellos que Dios no destruye al mundo aunque el pecado sobrepase a la humanidad. Cuando uno de los Lamed Vav muere, otro es inmediatamente escogido para tomar su lugar y mientras ellos continúen sirviendo a la humanidad y a Dios de esta manera, el mundo prevalecerá, más si en algún momento Dios no encuentra alguien lo suficientemente digno y justo para reemplazar a un Lamed Vav agonizante, el mundo llegará a su fin inmediatamente.

Cavada.– ¿Se considera a usted mismo uno de estos Lamed Vav, un enral Morbiusuno de estos Lamed Vav?. General Morbius?

Morbius.– No, pero sí me considero un hombre justo.

Cavada.– ¿Y creé usted en Dios?

Morbius.– No de una manera convencional, por decirlo de alguna forma. Me temo que me llevaría horas explicarle en términos simples mi pensamiento teológico. Puedo eso sí declarar que concuerdo con Swedenborg cuando dice que el cielo tiene la forma de un hombre. Me encargaré personalmente que le sea enviada una copia de mi biografía, a punto de salir de imprenta. que justo.

Cavada.– (al público) No olvidemos que el General Morbius dentro de sus múltiples actividades encuentra el tiempo suficiente para escribir. ¿Y cual será el título de su biografía, General?

Morbius.– El camino del Héroe.

Cavada.– Y ese héroe es usted, por supuesto.

Morbius.– El título más bien alude al héroe arquetípico, a lo que aparece para entrar n la definición que los antiguos griegos denominaban ándres epiphaneis, ‘los especialmente visibles’.

Cavada.– Y usted es muy visible, sin lugar a dudas. Está demostrado que el color amarillo es el que primero se ve desde la distancia. Pero volviendo al tema de las fábulas tejidas en torno suyo y su gobierno. Se dice que en cierta oportunidad, una comitiva turca llegó con fez para rendirle homenaje y usted, queriendo demostrar su preferencia los visitantes descubiertos, ordenó que les clavaran el fez a la cabeza.

Morbius.– Otra exageración. No se trataba de una comitiva, sino de un diplomático turco, sólo uno.

Cavada.– Pero ordenó usted que le clavaran el fez a la cabeza.

Morbius.– Por supuesto, pero eso no le causó la muerte como algunos aseguran.

Cavada.– Hubo un gran revuelo internacional a causa de este incidente.

Morbius.– Sí, y el gobierno turco terminó pidiéndome disculpas por el desacierto de su embajador.

Cavada.– Todo un desacierto, sin lugar a dudas. Según se dice, general Morbius, usted hizo colocar un cáliz de oro junto a una fuente en la Plaza de Armas de Calibán, la cual nadie ha osado robar desde entonces.

Morbius.– Es cierto, ese cáliz ha estado por generaciones en mi familia, es mi objeto más preciado.

Cavada.– Y , sin embargo, lo ha dejado en la calle donde cualquiera podría llevárselo.

Morbius.– Tan seguro estoy del amor que me profesa mi pueblo, que sí eso llegase a ocurrir dejaría Bielovia para siempre.

Cavada.– Una oferta tentadora, sin lugar a dudas. Podríamos decir, General, que usted ha cautivado la imaginación del público con su grotesco sentido del humor. En su célebre conferencia dirigida a los estudiantes de la Universidad de Salamanca bao el título Teoría y Práctica del Terror dice: “para producir el máximo efecto hay que identificar e intensificar aquellos temores básicos que ya existen en el sujeto. Es un error dar por sentado que el temor a la muerte es el más poderoso. Se me ocurren algunos todavía más intensos.” ¿Le podría comentar a nuestros televidentes y al público en el estudio cuales con esos otros temores?

Morbius.– El temor a no ser capaz de proteger a los seres queridos. El temor a la desaprobación. El temor a tocar algo repugnante. El temor a ser atemorizado. El ideal de la práctica del terror es provocar un miedo de proporciones angustiosas, manteniéndolo durante un lapso prolongado de tiempo.

Cavada.– (repugnado) La verdad, estimados televidentes, es que Podríamos estar horas compartiendo los detalles de la Teoría y Práctica del Terror, pero como el tiempo televisivo es escaso, vamos a cambiar radicalmente de tema. ¿Podría contarnos sobre su vida personal, General Morbius?

Morbius.– Nací el dos de mayo de 1948. Mi padre estaba estacionado en Isla Nércida con su regimiento de caballería. Nuestra familia procede de Bresleau, donde tiene una hacienda. Mi padre era el comandante Lothar von Morbius. Mi madre fue Kunigunde Neudorff, tuve una hermana, Gertrud…

Cavada.– He leído sus expedientes, General. Lo que quiero es que me hable de esos años. ¿Qué recuerda? ¿Algún lugar, algún pasatiempo…?

Morbius.– (molesto ante la interrupción) Mi padre me dijo que yo era diferente de los hijos de los campesinos que trabajaban la tierra. Ellos eran eslovacos, orientales, inferiores a los teutones.

Cavada.– Usted le da mucha importancia al linaje…

Morbius.– ¡Por supuesto! La sangre vuelve sobre sí misma, reposa en sus propias fuentes. La sangre tira, recréase en el vértigo de su aroma cálido, hondo. Envuelve en atmósfera abismal de Vida y de Muerte. Únicamente ahí el genio común reencuentra el cauce que lo confirma.

Cavada.– ¿Qué puede contarnos sobre su familia, General?

Morbius.– Mi familia, de ascendencia teutona, estuvo entre las primeras que se establecieron en Bielovia y teníamos derecho a ser orgullosos ya que por nuestras venas fluía la sangre de valientes que lucharon como leones por el mando, había sangre de las tribus ugras en nuestras venas, que descendieron de Islandia con el espíritu combativo que Thor y Wotan les concedieron y que sus guerreros berserker exhibieron celosamente por las costas europeas.

Cavada.– ¿Se sentía usted diferente, General Morbius?

Morbius.– No (el general mueve la cabeza). Me sentía lo que siempre he sentido: yo mismo. Nunca he tenido necesidad de poner en duda tal cosa.

Cavada.– ¿Cuál fue su primera pasión?

Morbius.– La de cualquier muchacho de mi edad. Cazar en el bosque. Con mi escopeta, maté cinco de los patos domésticos de mi abuela. Y arranqué una pluma a cada uno como trofeo. Cuando se las regalé a mi madre, me reprendió. Sin embargo, mi abuela lo comprendió y me recompensó

Cavada.– ¿No creía estar actuando mal?

Morbius.– No, sólo me atribuía las presas.

Cavada.– ¿No veía nada malo en matar?

Morbius.– No. ¿Usted sí?

Cavada.– Lo que yo opine es irrelevante. Pasando a otro tema, a diferencia de los demás miembros del alto mando de Bielovia durante el gobierno del General Setebos, usted era el único que no se aislaba de la prensa y la ciudadanía. De carácter extravertido y optimista, siempre mantuvo una relación franca con el mundo civil. La primera vez que lo entrevisté, recuerdo que me dijo se consideraba un funcionario público, contestaba las llamadas telefónicas usted mismo y recibía en su despacho a quien quisiera verle. Puedo dar fe de ello.

Morbius.– Efectivamente. Siempre me he considerado un servidor del pueblo de Bielovia.

Cavada.– Durante el gobierno del General Setebos, usted reconocía un interés meramente académico en la política, pese a ser uno de los militares con mayor capacidad de evaluación y diagnóstico en estas materias. Especialista en relaciones político-militares, en políticas de defensa y en el vínculo entre las Fuerzas Armadas y la sociedad, estuvo al mando de todas las operaciones de alta complejidad política en las que intervino el Ejército de Bielovia.

Morbius.– (incómodo) Es cierto.

Cavada.– Aprovechó admirablemente la oportunidad de relacionarse con políticos y líderes civiles al ocupar la destinación de Director de Movilización Nacional, que dependía directamente del Ministerio de Defensa. Hasta ahí todo luce perfecto. Pero como la mayoría de los militares de su generación, usted oculta ciertos datos sombríos que bien valdría la pena recordar a la opinión pública.

Morbius.– Adelante, no tengo nada que esconder. Mi vida es un libro abierto.

Cavada.– ¿No es verdad que usted ha sido el único bieloviano en ocupar el cargo de subdirector de la Escuela de las Penínsulas con base en Isla Neptuno, la misma que tuvo la siniestra fama de hacer entrenamiento antinsurgente a fuerzas especiales de todo el planeta expandiendo su ideología de aniquilación del ‘enemigo interno’, las técnicas de interrogatorio y tortura y el uso de armamento antisubversivo?

Morbius.– (asintiendo con la cabeza) Es cierto, pero no de la forma en que usted expone los hechos.

Cavada.– Aún más significativo puede ser que usted fuera el oficial en activo más cercano al General Setebos y quien lo acompañó a su regreso a Bielovia tras ser liberado por el gobierno Francés. No por nada ocupó cargos de gran responsabilidad política durante el mandato de Setebos. Perteneció el Comité Asesor del General desde sus inicios y luego pasó a la Subsecretaría General de la Presidencia. También se rumorea que durante su adolescencia fue discípulo del más notorio nigromante de Bielovia, el Dr. Fo-Lan, muerto en extrañas circunstancias.

Morbius.– Todo eso es de conocimiento público.

Cavada.– Sí, pero el público tiene muy mala memoria, General. ¿Qué podría contarnos sobre su relación con el Dr. Fo-Lan?

Morbius.– Como usted ha observado fui su discípulo desde muy temprano en mi vida, pero no fui el único, sino el más aventajado. Fo-Lan más que un mentor fue como un segundo padre para mí.

Cavada.– ¿Cómo se conocieron?

Morbius.– Sería largo explicar cómo llegué a la presencia del Maestro. El viejo adagio lo explica muy bien: “Cuando el discípulo está preparado, el maestro aparece…” Y así sucedió. Un año entero pasé a la espera de ser aceptado. Mientras convivía con el grupo que le rodeaba. Casi todos gente sin pensamiento pero lanzados decididamente al combate. La Orden era secreta y se decía provenir de la lejana India; más bien del Tibet. La antiquísima Orden himaláyica guardaba aún esta sabiduría prediluviana y la usaba en sus combates cósmicos. La orden era de guerreros y no de santos, magos activos, que disciplinaban a sus huestes para tomar asalto la eternidad.

Cavada.– Poco antes de la vuelta a la democracia en Bielovia, usted desapareció por completo durante cinco años. ¿Dónde estuvo todo este tiempo?

Morbius.– En los Himalayas. Pasé meses peinando las aldeas del Tibet en busca de alguien que tuviera información sobre el ‘Templo de las Montañas’ que tantas veces había mencionado mi maestro. Pasé más tiempo aún traduciendo antiguos pergaminos y tabletas hasta que encontré lo que buscaba. Un mapa que hacía alusión a la orden de sabios que habiéndose atrevido a experimentar con las ciencias prohibidas, dejaron su orden originaria. La orden de mi maestro.

Cavada.– Un hombre normal podría haber deambulado toda una vida por esas blancas cumbres sin encontrar lo que buscaba…

Morbius.– Pero yo no soy un hombre normal y cuando mis provisiones se terminaron no desistí y presa del hambre continué escalando, siempre hacia arriba. Intenté poner la mente en blanco, luché contra el vendaval de ideas y recuerdos que se agolpaban en mi memoria y cuando al fin mi mente se quedó quieta, escuché un ruido, un silbido agudo, un como chasquear de la lengua y supe que había alguien ahí. Sin ver a nadie, descubrí que estaba ante la presencia del Abominable Hombre de las Nieves…

Cavada.– ¿El Yeti?

Morbius.– Llámelo como quiera. El caso es que comprendí lo que esta criatura me decía aún sin escuchar sus palabras. “Has llegado, al fin, has llegado hasta aquí… Muchos vienen, pero yo no les veo. Tampoco ellos me ven, aunque a veces descubran mis pisadas en la nieve. Son los exploradores, los que van a todas partes y escalan cumbres sin ir en verdad a ninguna parte, sin escalar nada… Pero el caso tuyo es distinto; deberás luchar conmigo toda una noche; yo soy el Ángel de Jacob… Sólo yo puedo abrirte el paso.” Luché con todas mis fuerzas contra el blanco Ángel, tal y cómo Jacob lo hiciera antes que yo. Y tal como Jacob, fui vencido por el Ángel y caí casi muerto. En esas condiciones fui hallado por los monjes del templo.

Cavada.– La orden secreta a la que pertenecía Fo-Lan.

Morbius.– Así es. Las semanas se convirtieron en meses, y los meses en años mientras yo absorbía todo el conocimiento de aquellos iluminados que durante siglos combinaron casi instintivamente la ciencia y la tecnología, creando aparatos que no eran más que locos sueños para la humanidad exterior. Y tras cinco años de estudios llegó el día en que los monjes me llamaron ‘Maestro’. Y supe que el mundo estaba a mis pies. Pero aún me sentía vulnerable. El Abominable Hombre de las Nieves, el Ángel me había derrotado. Decidí crearme una segunda piel que me aislara y protegiera del mundo. Yo mismo forjé mi armadura, y la máscara que ocultaría mi rostro de los mortales para siempre.

Cavada.– Entonces regresó a Bielovia y mediante la fuerza derrocó al presidente electo.

Morbius.– No sabe cuanto me impactó ver a mi amada Bielovia sumida en el caos, el pueblo pedía, exigía un nuevo liderazgo.

Cavada.– Y usted no hizo más que escuchar y obedecer la voz del pueblo, como ha dicho en reiteradas ocasiones.

Morbius.– (molesto) ¿Lo pone en duda, acaso?

Cavada.– Por supuesto que no. Es sólo que me parece contradictorio tomando en cuenta que usted mismo ha declarado en reiteradas ocasiones que no se considera un político.

Morbius.– No soy un político sino un hombre de armas. Además debe coincidir conmigo, estimado Navarro, que hay cosas de la política que realmente tienen poco interés. Pero hay momentos en que la política es el hombre en sociedad, y ese es un componente esencial. Hobbes no llamaba Leviatán al Estado sino a la sociedad. Lo político y lo metafísico están muy ligados, no se pueden separar. Tengo la impresión que parece haber un destino en que los pueblos y los hombres son movidos por el bien o el mal comunes. El rey Felipe lo sabía cuando doblegó su voluntad ante los elementos y su Invencible Armada fue destruida por la voluntad de Dios. En resumidas cuentas, no descreo de la política, sino de los políticos.

Cavada.– Pero sin embargo en su juventud y mientras se instruía en los arcanos saberes del Dr. Fo-Lan, usted fundó el partido de ultraderecha denominado Recuperación Imperial.

Morbius.– Para mí la derecha y la izquierda me dan lo mismo ya que soy ambidiestro. Esas distinciones son tan obsoletas como los clubes franceses que se oponían contra la voluntad de Luis XVI.

Cavada.– Pero a la hora de sentarse a la mesa de la Asamblea Legislativa, ¿de que lado hubiese estado usted?, ¿los bernardos o los jacobinos?

Morbius.– Los bernardos, si lugar a dudas.

Cavada.– A la derecha entonces.

Morbius.– Lo simplifica todo usted, no es una cosa de que lado de la mesa hubiese ocupado yo en tiempos de Robespierre. Soy pro-monarquía y la monarquía no es ni de derecha ni de izquierda. Simplemente es.

Cavada.– Me gustaría que se extendiese sobre este punto.

Morbius.– El modelo de gobierno de las monarquías y sistemas similares contiene un valioso mensaje para todas las formas políticas y poseen algunas excelentes cualidades

Cavada.– ¿Cómo cuales?

Morbius.– Son capaces de reducir la naturaleza parasitaria y las dimensiones de la burocracia administrativa, por ejemplo. Son capaces de tomar, en caso necesario, decisiones rápidas. Pero por sobretodo y principalmente, satisfacen esa ancestral exigencia humana de una jerarquía paternal tribal o feudal en la que cada persona conoce el lugar que le corresponde. Es útil conocer el lugar al que uno pertenece aún cuando ese lugar sea sólo temporal. Resulta mortificante verse atado a un lugar en contra de la propia voluntad. Por eso procuro enseñar la lección de la tiranía del mejor modo posible: con el ejemplo.

(la gente estalla espontáneamente en aplausos)

Cavada.– Al parecer cuenta con la aprobación de la audiencia, General Morbius. Debo concederle que usted es un hombre que practica lo que predica y eso es algo que el público parece valorar hoy por hoy.

Morbius.– El pueblo estágente estión cansado de parasitismos burocráticos y líderes débiles. Bielovia es un ejemplo para el mundo. Ciudadanos de Chile, ya que conocen mi mensaje, espero que se muestren extremadamente cuidadosos respecto a los poderes que delegan en cualquier gobierno de aquí en adelante. Una mal democracia puede ser más tiránica que la más cruel monarquía.

Cavada.– Entonces no descree totalmente en la democracia…

Morbius.– Claro que no. De hecho defino mi gobierno como una democracia neoliberal de partido único.

Cavada.– Y ese partido es, por supuesto, Recuperación Imperial. Cualquiera que haya estudiado historia y geopolítica sabe que Bielovia fue parte del gran imperio teutón. ¿Pretende acaso, General Morbius, restaurar aquel antiguo imperio? Por que no me explico sino a qué alude el nombre de su partido sino a una amenaza expansionista.

Morbius.– No hay nada que temer. Como dijo uno de mis ancestros, “Los días de guerra han terminado. La sangre es demasiado preciosa en esta época de paz deshonrosa; y el esplendor de las grandes razas es como un cuento.”

Cavada.– (dirigiéndose al público) El General Morbius tampoco cree en que la Tierra sea plana, como bien demostró durante su célebre duelo de ajedrez en Puerto Peregrino.

Morbius.– Puerto Peregrino es una ciudad pletórica de ilusos y delirantes como Eugenio Martel y su Cofradía de la Tierra Plana. Le propuse saldar nuestra discrepancia geométrica con una partida de ajedrez, cuyas leyes si bien no se parecen mucho a las de la vida, al menos la simulan. Si Martel me vencía, yo estaba dispuesto a proclamar ante la Cofradía que la Tierra era plana y mi ideario, “un evangelio de sofismas” como el mismo sentenció burlescamente. Caissa de Peregrino.ea plana. ea plana. ue uenta que usted mismo ha declarado en reiteradas ocaciones que no

Cavada.– Y si usted ganaba, Martel y los suyos estaban obligados a reconocer la redondez del planeta como una verdad primordial.

Morbius.– Como en efecto lo hicieron, al resultar yo el vencedor.

Cavada.– Sólo porque su contrincante tuvo el infortunio de recibir una bala cuyo destinatario realmente era usted.

Morbius.– No olvidaré la cara de asombro de Martel tras recibir el balazo, como si no entendiese que lo habían matado.

Cavada.– Lo que no entiendo es cómo sus enemigos pretendían asesinarle con una simple bala, cuando sabido por todos es que su armadura es capaz de resistir un cañonazo como usted mismo se encargó de demostrar por televisión parándose frente a un tanque.

Morbius.– (molesto) ¿Qué está insinuando, Navarro?

Cavada.– Sólo me pregunto si acaso no es posible que ante una eventual derrota, usted haya preparado un falso atentado de la Liga de la Virtud en su contra que tuviese como objetivo eliminar a Martel.

Morbius.– (levantándose abruptamente del sillón) ¡Cómo se atreve!

(A continuación posa su mano enguantada sobre la cabeza de Cavada emitiendo una mortífera descarga de 6.000 kilovatios. El cadáver chamuscado cae al suelo mientras el público es obligado a permanecer en sus asientos por la guardia personal de Morbius).

Morbius.– (dirigiéndose a la cámara) Si bien es cierto me he visto forzado a exterminar obligadamente a quienes no entienden las certezas incuestionables que cimientan mi obra, nunca me he valido de artimañas cobardes. Como pueden ver, estimados televidentes, el General Morbius no elude a sus enemigos. Pueblo de Chile, buenas noches.

Sub Aether – 004

Cuando el cielo se volvió negro y la Penumbra lo inundó todo, Sánchez se hallaba de excursión en el Cerro la Campana. Buscaba un sitio propicio para llevar a su grupo Scout para fiestas patrias. Era lunes por la madrugada, pero él no lo sabía. Se había confundido al llevar la cuenta de los días y creia que era domingo. Probablemente lo hubieran reprendido seriamente al volver a trabajar, pero cuando regresó al trabajo se encontró con que era el único sobreviviente.
Primero lo despertó el temblor. No supo nunca lo fuerte que fue, no tenía como determinarlo en medio del cerro. Pensó que si no había ocurrido ningún derrumbe(no escuchó ninguno), no podía ser tan fuerte como él lo sintió. Trató de volver a dormir pero le fue imposible conciliar el sueño con todos los animales vueltos locos. Perros aullando en la lejanía, y el ajetreado revolotear de los pájaros.
Salió de su carpa y encendió el fuego. Tratando de ignorar a los pájaros, con una extraña opresión en el pecho, se sentó en una roca junto al crepitar de la leña, y se puso a esperar la mañana.
El amanecer fue glorioso, como pocas veces había visto. Colorido, tranquilo. Majestuoso. El inminente sol apareció en medio de haces de luz verdeazules y anaranjados(un efecto secundario del polvo que ya entonces comenzaba a cubrir la atmósfera), y Sánchez, sólo por no tener nada mejor que hacer, le prestó toda su atención. Después agradecería haberse permitido observar con atención, haber disfrutado al máximo la última vez que vería salir el sol.
El momento concluyó repentinamente, cuando la calma fue rota por un sorpresivo viento que ya no paró de soplar. El zumbido constante en los oidos de Sánchez se convertió en una nueva versión del silencio. Ni los perros, ni los pájaros, ni su propio andar podrían romperlo. Solo sería interrumpido horas después, cuando al descender la ladera del cerro creyera escuchar, por un momento, el sonido del mar. Una distante Ola reventando contra la orilla, lejos.
Pero antes de eso, justo después del viento, fue el cielo. Al principio pensó que se trataba de un incendio. Quizá algo había explotado, no pudo pensar en qué, pero algo grande. ¿Por culpa del temblor? Quizá algo tan grande que había causado el temblor. ¿Un volcán? No recordaba ningún volcán activo en la zona. Tampoco podía ver la fuente del humo, solo una nube negra que avanzaba desde el Oeste. Tal vez estaba cerca, tal vez estaba muy, muy lejos.
Por un rato no le dió más importancia, no había nada que pudiera hacer al respecto. Tenía que tapar su letrina, recoger su carpa, asegurarse de que la fogata quedara totalmente apagada y un par de cosas más. No alcanzó a terminar lo primero y se dió cuenta que la nube estaba cubriendo todo el cielo, y que más que una nube parecía una cortina. El viento aún no se detenía. Sucedía algo importante, probablemente terrible. Debía regresar a Viña lo antes posible. Sin carpa, sin mochila, solo lo necesario para el viaje de vuelta.
Cuando llegó al pie de la Campana ya todo el cielo, al menos hasta donde podía ver, se había oscurecido, y caia un fino polvo que de a poco iba dificultando la respiración.
Le llevó la mejor parte del día regresar hasta Olmué. Cuando llegó ya era de noche y no se veía absolutamente nada salvo las antorchas encendidas en la plaza del pueblo. Sánchez apareció desde las sombras con las manos alzadas en señal de paz para no perturbar a los aterrados pobladores. Nadie sabía que estaba ocurriendo. Al centro del círculo de gente, un hombre bien vestido y un viejo con pinta de Huaso discutían discretamente, pese a que todas las miradas recaian en ellos. Claramente no tenían más idea que el resto de la gente sobre que hacer, que curso de acción seguir. Cuando vieron a Sánchez el bien vestido lo llamó al centro del círculo y le hizo un par de preguntas.
Eran preguntas triviales, sobre Sánchez y su procedencia, pero las hacía como si su respuesta fuera la clave del misterio. El Huaso puso fin al interrogatorio. “Don Carlos, no sabe nada el joven, déjelo no más”. Don Carlos entonces se cubrió el rostro con las manos. “¿Y qué vamos a hacer?” Esperar, fue la respuesta. Era lo único que se podía hacer. Quizá mañana amaneciera despejado, o se tuvieran noticias. Tarde o temprano algo tenía que suceder. Ahora les costaba hablar, el polvo se hacía más molesto, la gente empezaba a toser.
Sánchez aceptó la oferta de Don Carlos, de dormir en su casa y partir en auto a Viña a la mañana siguente. Se subió en el ostentoso vehículo y viajó en el asiento trasero junto a Don Carlos, que elucubraba teorías sobre los que estaba ocurriendo y las comentaba con el chofer. Él las comentaba de vuelta y cada cierto tiempo Sánchez asentía, para ser cortés. La verdad es que iba absorto mirando por la ventana. No se veía nada, salvo el area iluminada por los faros delanteros del automóvil. Eran una burbuja en la nada, o el infinito, o ambas dos.
Llegaron a una gran casa de campo y Sánchez fue conducido hasta el salón donde la esposa y la hija de Don Carlos bordaban a la luz de las velas. Ambas de blanco, Sánchez creyó por un momento que eran fantasmas. Fue presentado y abandonado a su suerte con las damas, mientras su anfitrión iba a preparar todo para el viaje.
El resto de la noche era borroso. En algún momento la Señora se levantó y le indicó a Clara que antes de acostarse le mostrara a Sánchez su habitación. Pero no se movieron del salón. Hasta la madrugada Sánchez y Clara conversaron sobre algún tema que luego olvidó, todo el tiempo tratando de adivinar como sería en verdad ese rostro que a la luz de las velas parecía lo más hermoso que había visto en su vida, embriagado de una extraña felicidad. En algún momento se quedó dormido y despertó al dia siguiente en la Penumbra, abrigado por un chal recién bordado, cuando el chofer lo fue a buscar para que partieran.
Viajaron en silencio. El polvo seguía cayendo pero dentro del automóvil estaban a salvo. A medida que se acercaban a su destino, poco a poco, comenzaron a aparecer charcos. Pozas de agua, pequeñas lagunas, estanques, como si hubiera llovido una tormenta. Luego fueron los árboles tirados, y después los postes de luz, hasta que finalmente no pudieron continuar. Bajaron del auto, los tres mudos de asombro, y contemplaron incrédulos el pantano que cubría lo que alguna vez fuera Viña del Mar.

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