73 horas

Los vi en el Estadio. Llevaba días allí, al compañero Jara ya lo habían matado y las inyecciones en la mandíbula ya estaban haciendo efecto. Los vi en una carpa. Tras una larga fila, de horas, de días quizás, llegó mi turno. Sabía que, una vez dentro, mi cuerpo ya no valdría nada, sería un perro con sarna. La carpa era espaciosa, un par de compañeros con sondas hasta en el hoyo del culo, más milicos, algunos doctores, uno se parecía a Kirk Douglas. No era gran cosa deducir que los milicos eran de apellidos como los nuestros, un Pérez, un Soto, con suerte un Parraguez, en cambio los doctores eran todos de apellidos que nunca pude pronunciar. Me echaron de un culatazo sobre la camilla, allí los logré ver por primera vez. Eran como nosotros, pero más blancos, pálidos y de unos treinta centímetros. Se desplazaban con movimientos de reptil por toda la carpa. Estaban desnudos, carecían de genitales. Daban órdenes a todos. En un momento un milico les dijo algo en un idioma muy extraño, el ser enano se trastornó, soltó un chirrido que me hizo doler los oídos y con un movimiento veloz arrancó las dos orejas al soldado pendejo. Dos milicos me amarraron las manos y tobillos. Un doctor me metió una sonda por la oreja. De un momento a otro los pequeños seres eran setenta o más.
Se me trepó uno por el costado. Se sentó en mi pecho y me mostró sus dientes, eran filosos, tres o cuatro corridas.
Sabía que era mi turno de olvidar.
Y empezar a gritar.

periodismo gonzo: 11-9-2006


-El frasco cuesta ciento cincuenta lucas- dice Mini Hitler y luego deletrea lentamente- C-I-N-C-U-E-N-T-A.
Estoy en una fuente de soda de la Estación Central esperando que sea la hora para confirmar un rumor insistente sobre la nueva droga que circula. Algo elítico y aterrador cuyos detalles por ahora omitiré, concentrándome en quien me acompaña ahora, alguien que simplemente se hace llamar Mini Hitler. Mini Hitler tiene 32 años y, obvio, es nazi. Sabe karate, maneja armas de fuego y, según él, puede traducir con algo de esfuerzo Mein Kampf. No trabaja y vive de una escuálida mesada que su madre anciana le manda desde Temuco. Su currículum es más impresionante por lo que omite que por lo hace: lo echaron de RN, lo echaron de la UDI y en lo que queda de Patria y Libertad no lo quieren de vuelta. En la calle se comenta que meterse con él es «comprar un boleto para la rifa».
Mide un metro cincuenta, por cierto.

Y ahora me tomo una cerveza con él.

Bien.
Cada día mejor.
Mira la hora.
-Sígueme – dice – vamos por el paquete.
En el auto cuelga una svástica del espejo retrovisor. El motor del escarabajo tose asmáticamente mientras atravesamos Santiago, dejamos el humo gris de los edificios públicos del centro y como una flecha por Providencia para luego Apoquindo llegar al metro Escuela Militar.

-¿Vamos al Hyatt?-pregunto medio en broma.
No responde. Estaciona el auto y con una seña me dice que los acompañe. Su desdén no me sorprende. Si estoy con él es porque le paga el favor a una vieja amiga que, ventura, me debe uno a mí. Bajamos la estación y caminamos entre oficinistas, estudiantes de diseño apuradas y vagos de la capital que tienen el suficiente dinero para que su única ocupación sea un look alternativo que ya no sorprende a nadie. En esta parte de la ciudad los que toman el metro son indigentes. Nadie viene acá por placer. Este es el territorio del enemigo. La imagen del Chile que debemos adorar, venerar y pagar. Aquí andar a pie es sinónimo de pobreza y el bufido del metro algo parecido a la campana de un comedor común del Hogar de Cristo. Así que mientras el calor se coagula en las vitrinas de la casi desierta galería subterránea y la cerveza se me repite, sigo a un nazi para combrobar un dato no confirmado sobre la droga más dura de la capital. No sé de dónde el nazi ha sacado la plata.
La mujer nos espera apoyada en una baranda cerca de las cajas. Mini Hitler me dice que no hable. Grabo en la mente la imagen de la mujer: vestido de oficinista, pelo tomado hacia atrás, una cartera de cuero falso. Algo entre evangélico y frígido.
Mini Hitler hace una reverencia y luego hablan entre susurros. Ella le entrega un frasquito y él mete un sobre en uno de los bolsillos de la chaqueta de ella. Nada más. Eso es todo. Cero conversación. Ella ni siquiera me mira pero intuyo que la he visto de alguna parte. No puedo decidir dónde.
Hacemos el camino de vuelta. Mini Hitler me lleva a un departamento mugroso de San Diego, cerca de unos casi vacíos juegos Diana. Su casa. Pido permiso para entrar y mientra cruzo la puerta entro a un living que tiene muebles de mimbre una foto de una de los shows de luces de Albert Speer y una estantería en donde destacan Los diarios de Turner, La raza chilena y los textos menos esotéricos de Miguel Serrano. Hay una bandera chilena doblada y metida en una caja de vidrio. Está comida por las polillas y casi no tiene color.
-Es del Seguro Obrero. Los agujeros son de bala.
Ah.
Dejo de mirar. Mini Hitler abre el paquete y saca un frasquito mínimo con líquido blanco. Lo pone a contraluz y lo mira como si fuera un prisma.
-¿Es verdadero?-pregunto
-Saliva de Pinochet. Corvo. Recogida en la mañana. Mientras más reciente más efectiva.
-¿Cuántas veces lo has hecho?
-Tres. Dos el mes pasado. Una éste. La última vez estuvo complicado.
-¿Qué pasó?
-Cosas. Revelaciones.
-¿Qué produce?
-Alucinaciones. Viaje temporal. Regresión. Imágenes. El ruido de la historia.
El ruido de la historia. Mini Hitler saca del refrigerador una cerveza y me ofrece. Hace calor. Acepto la cerveza.
Bebemos en silencio. Afuera suenan las micros. Recuerdo una canción de los Prisioneros. Mini Hitler acaba su cerveza y se levanta.
-Ahora-dice.
Saco del bolso la cámara de video. Verifico el estado de la cinta.
OK.
Se saca el cinturón del pantalón y se aplica un torniquete en el brazo.
Detalle: la droga de la derecha va a entrar por el brazo izquierdo.
Mientras se le hinchan las venas abre el frasquito y sobre una cuchara calienta el líquido. Lo que viene es exactamente igual al ritual de la heroína. Mini Hitler mete llena la jeringa con la saliva del dictador y luego, lentamente la introduce en su brazo. Aspira un poco de sangre, que tiñe de rosado la sustancia. Tiene los ojos irrigados y respira de manera entrecortada. La grabadora hace un ruido mecánico mientras corre la cinta. No digo nada. Mini Hitler espera medio minuto y luego aprieta el émbolo con suavidad. La saliva rosada entra lentamente en su flujo sanguíneo. Cuando la jeringa está vacía, Mini Hitler afloja el cinturón y se tira hacia atrás en el sillón.
Pasa un rato de silencio luego el corvo hace efecta. Yo grabo mientras Mini Hitler habla sobre la dominación mundial y una colección de cintas porno ecuatorianas.
Luego babea.
Y se mea.
Y vomita.
Y baila.
Y desfila.
Y luego se apaga.
Como un peluche que funciona a pilas.
Todo con los ojos cerrados.
Luego Mini Hitler se duerme.
Cuando despierta yo sigo ahí. Le muestro parte de la grabación. Mini Hitler la mira con estupor.
-¿Cuánto duró?
Digo: una hora y media.
Mini Hitler no dice nada salvo: «Un mal viaje». Le queda la mitad del frasquito. Le pregunto si va a ocuparlo. Me pregunta si me atrevo. Le digo que no. Me dice que sabía que era un cobarde y luego me mira con la infinita superioridad de la raza aria mapuche y me dice que me vaya.
En la calle camino por San Diego rumbo a la Alameda.Tomo el metro en Universidad de Chile. Llego a casa. Miro la cinta de nuevo. Por un rato pienso en borrarla. Siento una pizca de arrepentimiento por no haberme inyectado pero luego se me pasa. Luego me da sueño. Sorprendentemente, no tengo pesadillas.

Al día siguiente, borro la cinta.

Patmos


Todo parece indicar que el fenómeno comenzó la semana pasada. Nadie lo notó, parecía un nuevo caso de persona perdida, declarada muerta por equivocación.

Tres días atrás la situación tomó un giro definitivo. Ya no eran sólo rumores, ya no era una nueva leyenda urbana copando un pequeño espacio en los diarios sensacionalistas. Frente a las cámaras de televisión la familia Frei, con lágrimas en los ojos, presentaban algo que según sus propias palabras era «sorpresivo, incomprensible y en cierto sentido aterrador…pero que le ha devuelto la alegría a una familia atormentada por la duda». Ese mismo día en la mañana carabineros les había informado que habían encontrado vagando por los jardines de la Moneda a Eduardo Frei Montalva. Estaba sano, un poco aturdido pero absolutamente lúcido.

Los hechos se sucedieron vertiginosamente. Los canales de televisión daban paso a numerosos extras en distitos puntos de la capital para dar cobertura a la repentina aparición de personas declaradas muertas años e incluso décadas atrás.
Al mediodía los casos eran tan numerosos que los medios de prensa comenzaron a enfocarse en las celebridades del arte, la política y la farándula que aparecían en puntos disímiles de la capital, aturdidos, preguntando por el año en curso, perplejos y sedientos. Un mozo de una fuente de soda del centro aseguraba haberle dado de beber a una silenciosa Violeta Parra, que, con lágrimas en los ojos le agradeció con un apretado beso en la mejilla.

A pesar de que en la mañana de hoy la prensa fue nuevamente golpeada por la irrupción de Salvador Allende frente a los televisores, en compañía de su nonagenaria esposa y sus hijos, declarando a viva voz su alegría por regresar a una patria libre y moderna (convirtiéndose en el primer «retornado» en hacer declaraciones públicas), nadie estaba preparado para lo que ocurriría al caer la tarde. Por la Alameda Bernardo O’Higgins apareció una columna de hombres, mujeres y ancianos silenciosos que caminaban ante la mirada atónita de los transeúntes. Luego de comenzadas las transmisiones del fenómeno, las llamadas telefónicas de familiares confirmaron las sospechas, la columna estaba formada por los detenidos desaparecidos durante el gobierno de Pinochet. Avanzaban silenciosamente, con lágrimas en los ojos, estrechándose las manos algunos, apretándose las manos contra el pecho, otros. A la altura del Palacio de La Moneda comenzaron a entonar calladamente nuestro Himno Nacional, las personas que observaban se unieron a ellos e incluso los camarógrafos no podían evitar llorar y cantar susurrando a media voz. De los buses y salidas del Metro salían familiares que corrían buscando a sus seres entre la columna de «retornados». La autoridad cerró las calles y se formó de inmediato un comité de chequeo y búsqueda de las personas aparecidas.

Hoy en la noche Chile parece un mejor lugar. A pesar de las últimas informaciones que hablan de la irrupción de columnas de soldados vestidos con uniformes de la Guerra del Pacífico enfrentándose a grupos irregulares de indígenas en los faldeos del cerro Santa Lucía.

Decepticons apoyaron pronunciamiento militar

(La Tercera). 12-11-73.

En una conferencia de prensa realizada en el día de ayer en el Ministerio de Defensa Nacional, los miembros de la Junta Militar de Gobierno hicieron público el apoyo prestado por Los Decepticons a las Fuerzas Armadas durante el pronuniciamiento militar.

Acompañados de Starscream, segundo oficial en la línea de mando de Los Decepticons, la Junta recalcó la importancia de la ayuda prestada, señalando que ello reafirma la acción oportuna y salvadora de la Junta Militar en este lado de la galaxia.

Al respecto, Starscream retransmitió un mensaje oficial desde el Alto Mando Decepticon en Cybertron, firmado nada menos que por Megatron, el líder de los Decepticons: “Hago presente a la Junta Militar de Gobierno, y a las Fuerzas Armadas de Chile, mis más sineceras felicitaciones por el éxito de la misión cumplida en el día de ayer”.

Consultado sobre el alcance de este apoyo, Starscream mencionó que hace una semana el líder de los Decepticons ordenó el desplazamiento de unidades aéreas a Chile, las cuales apoyaron las acciones de los Hawker Hunter en su bombardeo a la Moneda y las estaciones de radio allendistas.

Fuentes extra-oficiales han informado que Starscream ha estado en permanente contacto con altos oficiales de las FF.AA. desde hace varios meses, siguiendo órdenes directas del Alto Mando Decepticon.

Strascream señaló: “Apoyamos la acción de la Junta Militar pues ella se enmarca en la lucha mundial contra el comunismo soviético. Asimismo, el Presidente Allende y sus partidos estaban llevando a Chile a un eventual guerra civil.” Asimismo agregó: “Allende y sus partidos legitimaron la vía armada. Cuando eso sucede, cuando los sectores políticos legitiman la violencia, sólo tienes dos escenarios: guerra civil o pronunciamiento militar”, dijo aludiendo al derrocamiento de los Autobots en Cybetron.

Respecto a los informes de diarios extranjeros sobre combates entre Decepcticons y Autobots cerca de Antofagasta, Strascream señaló que se trató de una batalla contra fuerzas Autobots que intentaban crear una zona libre cerca de Chuquicamata. “Los miembros de la Junta me manifestaron el temor a que se creara una zona liberada en ese lugar, donde se recibieran armas provenientes desde Cuba. Detectamos unidades Autobots izquierdistas en la zona, y actuamos con el apoyo de unidades militares chilenas. Puedo afirmar al respecto que no hay autobots operando en Chile”.

Consultado sobre las futuras relaciones entre los Decepticons y Chile, Strascream señaló que se preveé el pronto arribo de los Constructicons para ayudar en tareas de reconstrucción nacional y que antes de fin de año está previsto realizar ejercicios militares entre las FF.AA. chilenas y los Combaticons, quienes en estos momentos se encuentran operando en el Sudeste Asiático.

Extra-oficialmente se ha señalado que una parte importante de la futura relación entre Decepcticons y el Gobierno de Chile, será la construcción de fábricas de energón en las zonas petrolíferas magallánicas.

Foto desclasificada

Fotografía encontrada entre los escombros de la Fundación Pinochet. REcordemos que hace una semana el general en retiro se hizo encerrar en sus dependencias y detonó una caja de explosivo plástico C4, inmolándose junto a cercanos, decenas de adherentes y dos nietos. Al parecer la fotografía sería parte de un archivo próximo a desclasificarse en la iniciativa de transparencia total llevada adelante por el gobierno de Tokyo.

AP(Reuteres)

imagen blog Don Francisco y usted

Tractatus Zone (Episode 3)

Los expedientes del caso afirman que Serling y Wittgenstein ignoraban que el gobierno militar utilizaría su invención para fines siniestros. Todo comenzó en octubre de 1974. Fueron contactados en Villarrica por un sujeto misterioso que decía ser un físico de la UC y que había oído hablar de las hazañas del dúo. Les planteó la realización de un concepto extraño; un espacio dimensionalmente distinto al nuestro. ¿El por qué?… eso se supo mucho después.
Serling fue el primero en entusiasmarse, mencionó un viejo capítulo de The Twilight Zone en el cual unos viajeros quedaban atrapados en un espacio infinito. Wittgenstein fue el que propuso una cinta de Moebius. Esta cinta matemática es un sistema topológico autorreferente, una anomalía geométrica que transforma un espacio euclidiano en un espacio enigmático, irracional e infinito. Dentro de su espacio existe un nodo inescapable y el proceso autorreferente del nodo hace que el espacio en cuestión tome parte de una infinita regresión y progresión. Este aspecto indica que el sistema, más allá de su comportamiento, es fundamentalmente inanalizable por virtud de la paradoja de Russell [1]. Puesto así, el sujeto solamente puede racionalizar el concepto de semejante topología infinita por medio de una representación que aparenta tener parámetros finitos. Este sería el caso para el individuo que detecta la anomalía desde una ubicación externa de la cinta de Moebius; para éste no ocurre nada fuera de lo común dado que se ha desligado la distinción temporal entre lo interior y lo exterior de su sistema. En cambio, aquel que se encuentre dentro del sistema, habita una topología que se reitera como una grabación doble-opuesta ad infinitum; o sea una suerte de déjà vu espaciotemporal de naturaleza quiasmática.
Ocho meses después, el hombre misterioso los llevó a una propiedad aislada y desértica a unos kilómetros de la Cordillera de la Costa. Les explicó que el plan de la cinta matemática se iba a realizar y que en ese mismo territorio recluido se iba a construir una carretera Moebius. Una autopista desligada de la dimensionalidad y temporalidad cotidiana… una carretera en la que cualquier motorista o pasajero pudiera desaparecer… avanzando infinitamente sin darse cuenta del paso del tiempo ni del eterno retorno.
Octubre 1976. Aproximadamente trescientos disidentes políticos son subidos a media docena de buses estatales. Se dirigen hacia el oeste.

[1] La paradoja de Russell resultó como consecuencia de la experiencia de Bertrand Russell al escribir Principia Matemática y encontrarse con el dilema de la teoría de conjuntos de Georg Cantor. Por ejemplo: “consider a class of all classes that are not members of themselves. Is this class a member of itself? If it is, then it is not, and if it is not, then it is” (Blackburn 336)

El Segundo Golpe

Nadie, ni los más férreos admiradores del general Pinochet se hubiesen imaginado que a estas alturas podría ocurrir otro Golpe de Estado en Chile. Las cosas parecían marchar estupendamente, los índices de crecimiento económico aumentaban cada vez más y gracias a las iniciativas propiciadas por la primera presidenta en nuestra historia, importantes avances en educación y salud pública estaban siendo implementados. La Fundación Futuro encuestaba a los ciudadanos preguntándoles si eran felices y el 78% declaraba que sí, que eran felices. Pero existía alguien que no era feliz, alguien al que nadie ya recordaba y que estaba a punto de volver trayendo la guerra y el odio consigo.
Es muy fácil olvidar que tras esa impenetrable armadura nuclear y esa inexpresiva máscara de hierro se oculta un hombre, un ser de carne y hueso con nombre y apellido. EL pueblo ya no percibe al General Setebos como un humano. Es algo más, tal vez el übermensch profetizado por Nietzsche, casi un dios.
Pero alguna vez fue humano. Sólo yo fuera de su círculo interno conozco su verdadera identidad e incluso creía ser su amigo. Pero a un amigo no se le saca en medio de la noche de su cama, a un amigo no se le obliga ver como su esposa es violada frente a sus ojos, como su pequeño hijo es ultimado en su cuna de un balazo en la cabeza. A un amigo no se le tortura con electricidad en los testículos y no se le arrancan las uñas y la lengua, ¿no lo creen? No, el General Setebos y yo, ya no somos amigos.
En estos momentos estoy encerrado a la espera del pelotón de fusilamiento y pronto seré uno más en la larga lista de opositores el gobierno torturados, ejecutados y desaparecidos. Mi presencia será anulada de la memoria nacional, mi certificado de nacimiento borrado de los bancos de datos y mi certificado de defunción jamás emitido. Será como si no hubiese existido nunca. Cuando Setebos elimina a alguien no sólo acaba con él, sino con toda su familia y sus amigos más cercanos. Una enseñanza que aprendió de Summa-Gorath, presumo.
Sería tan fácil para mí articular la secreta fórmula de catorce palabras en voz alta para abolir estos muros que me apresan, para que el día entrara en mi noche, para ser joven, para ser inmortal. Cuarenta sílabas, catorce palabras, y yo regiría las tierras que ahora rige Setebos. Pero él bien sabe, como lo sé yo, que jamás diré esas palabras, porque soy mejor que él. Porque he entrevisto los pródromos activos de la gran reintegración cósmica y no puedo pensar en términos de un solo hombre, aunque ese hombre sea yo mismo.
Sin embargo, para combatir el tedio, para combatir el olvido y las ansias carnívoras de la nada es que redacto estas líneas, en un trozo de papel higiénico que posteriormente ocultaré en una grieta de la pared…
A diferencia de los demás miembros del alto mando, el general Gustavo Roeschmann era el único que no se aislaba de la prensa y la ciudadanía. De carácter extravertido y optimista, siempre mantuvo una relación franca con el mundo civil. Roeschmann se consideraba a sí mismo un funcionario público, contestaba las llamadas telefónicas él mismo y recibía en su despacho a quien, como yo, quisiera verle.
El general Roeschmann sólo reconocía un interés académico en la política pese a ser uno de los militares con mayor capacidad de evaluación y diagnóstico en estas materias. Especialista en relaciones político militares, en políticas de defensa y en el vínculo entre las Fuerzas Armadas y la sociedad, Roeschmann había estado vinculado a decisiones de Estado desde hacía más de veinte años apareciendo una y otra vez al mando de todas la operaciones de alta complejidad política en las que intervino el Ejército.
Paracaidista y maestro de equitación –era miembro del arma de caballería– hijo y nieto de militares, saltaba a caballo regularmente y se lanzaba en paracaídas por lo menos una vez al mes. Era católico observante, casado y padre de dos hijos y abuelo de tres nietos a los que regularmente llevaba a andar a caballo en el regimiento Granaderos. Gustavo aprovechó admirablemente la oportunidad de relacionarse con políticos y civiles líderes de opinión al ocupar la destinación de Director de Movilización Nacional, que dependía directamente del Ministerio de Defensa. Hasta ahí todo lucía perfecto. Pero como la mayoría de los militares de su generación, Roeschmann ocultaba ciertos datos sombríos.
Uno de ellos era el haber sido el único chileno en ocupar el cargo de subdirector de la Escuela de las Américas con base en Fort Gulick en Panamá, la misma que tuvo la siniestra fama de hacer entrenamiento antinsurgente a fuerzas especiales de toda Latinoamérica expandiendo su ideología de aniquilación del ‘enemigo interno’, las técnicas de interrogatorio y tortura y el uso de armamento antisubversivo. Aún más significativo puede ser el hecho que Roeschmann era el oficial en activo más cercano al general Pinochet y quien lo acompañó a su regreso a Chile tras ser liberado por el gobierno Inglés. No por nada Roeschmann ocupó cargos de gran responsabilidad política durante la dictadura. Perteneció el Comité Asesor del general Pinochet desde sus inicios y luego pasó a la Subsecretaría General de la Presidencia.
Pero existían otros datos aún más oscuros sobre Roeschmann, cosas que sólo otro practicante de las ciencias ocultas como yo, podría saber.
Nos conocimos en 1973, cuando él era un joven oficial destinado en Santa Juana. Su poco interés en la política era contrarrestado por su inagotable sed de conocimientos arcanos. Estaba al tanto de MacGregor Mathers y Aleister Crowley, sabía de la Golden Dawn, el Colegio Invisible y los Illuminati de Weishaupt, estrechamente ligados con la Sociedad de Jacobinos. Estaba informado sobre la magia babilónica, la tradición hermética del sacerdocio egipcio de Thot y la Recta Provincia. No me quedó otra opción que presentarle a mi maestro y pronto me aventajó en cada área de las artes ocultas que llevaba dos años más que él estudiando. Pese a todo, su entrenamiento quedó inconcluso al ser trasladado luego de cuatro meses. Desde entonces se entrenaría en las artes ocultas por su cuenta.
Y entonces, en 1999, fuimos convocados por el maestro para ayudarle a impedir el regreso de Yog-Gorath desde el universo de bolsillo al que fuera exiliado por el Demogorgo en tiempos pretéritos e inmemoriales. Luchamos con todas nuestras fuerzas, todos los conjuros cuánticos a nuestra disposición, combinamos nuestro Vril, nuestras mentes, y tras 48 horas de combate que le costaron la vida al maestro, logramos vencer Summa-Gorath.
Pero lo que no sabíamos en ese momento era que mientras le combatíamos, el demonio extendió sus apéndices psiónicos a lo largo de cientos de kilómetros, eliminando a todos nuestros seres queridos.
Yo fui capaz de rehacer mi vida luego de este trágico evento. Gustavo no y fue así, que de un día para otro se le perdió el rastro. Pero yo sabía donde se había marchado. Iba en busca del sitio donde nuestro difunto maestro se había instruido. Anhelaba aprender más y vengarse del temible demonio que había diezmado a su familia.
Gustavo pasó meses peinando las aldeas tibetanas en busca de alguien que poseyera información sobre el ‘Templo de las Montañas’ que tantas veces había mencionado nuestro maestro. Pasó más tiempo aún traduciendo antiguos pergaminos y tabletas hasta que encontró lo que buscaba. Un mapa que hacía alusión a la orden de sabios que habiéndose atrevido a experimentar con las ciencias prohibidas, dejaron su orden originaria. La orden de nuestro maestro.
Un hombre podría haber deambulado toda una vida por esas blancas cumbres sin encontrar lo que buscaba. Pero Gustavo no era un hombre normal y cuando sus provisiones se terminaron no desistió y presa del hambre continuó escalando, siempre hacia arriba.
Gustavo intentó poner la mente en blanco, luchó contra el vendaval de ideas y recuerdos que se agolpaban en su memoria. Cuando al fin, su mente se quedó quieta escuchó un ruido, un silbido agudo, un como chasquear de la lengua y supo que había alguien ahí. Sin ver a nadie, Gustavo descubre que está ante la presencia del Abominable Hombre de las Nieves y comprende lo que le dice aún sin escuchar sus palabras. “Has llegado, al fin, has llegado hasta aquí… Muchos vienen, pero yo no les veo. Tampoco ellos me ven, aunque a veces descubran mis pisadas en la nieve. Son los exploradores, los que vana todas partes y escalan cumbres sin ir en verdad a ninguna parte, sin escalar nada… Pero el caso tuyo es distinto; deberás luchar conmigo toda una noche; yo soy el Ángel de Jacob… Sólo yo puedo abrirte el paso.”
Y Gustavo luchó con todas sus fuerzas contra el blanco Ángel, tal y cómo Jacob lo hiciera antes que él. Y tal como Jacob, Gustavo fue vencido por el Ángel y cayó casi muerto. En estas condiciones fue hallado por los monjes del templo.
Y así las semanas se convirtieron en meses, y los meses en años mientras Gustavo absorbía todo el conocimiento de aquellos iluminados que durante siglos habían combinado casi instintivamente la ciencia y la tecnología, creando aparatos que no eran más que locos sueños para la humanidad exterior. Y tras cinco años de estudios llegó el día en que los monjes llamaron a Gustavo, ‘Maestro’. Y Gustavo supo que el mundo estaba sus pies.
Pero aún se sentía vulnerable. El Abominable Hombre de las Nieves, el Ángel lo había derrotado. Decidió crearse una segunda piel que lo aislara y protegiera del mundo. Él mismo forjó su armadura, y la máscara que ocultaría su rostro de los mortales para siempre. Fue en aquel momento que Gustavo Roeschmann terminó de morir. Y nació el temible General Setebos.

Los Arcontes de Toesca


Cosas que se saben de Joaquín Toesca:
Nació en Roma en 1752, y se formó desde muy joven con el arquitecto Francisco Sabatini, seguidor del movimiento neoclásico. Toesca alternó la enseñanza práctica aprendida junto a su maestro con los estudios que realizó en distintas escuelas, como la Real Academia de Barcelona, la Academia de San Lucas de Roma y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, en donde permaneció entre 1776 y 1779 mientras ayudaba a Sabatini en las obras comisionadas por el rey de España. En 1779, a petición del gobernador Agustín de Jáuregui y el arzobispo de Santiago Manuel de Alday y Aspée, Toesca viajó a Chile para proyectar y dirigir la construcción de varias obras pública, entre ellas las dos prioritarias eran la construcción de la catedral de Santiago y el diseño de un edificio que albergara la Casa de Moneda. Toesca trabajó pacientemente en ambas obras hasta su muerte en 1799, sin verlas concluidas. El edificio de la Casa de Moneda, una de las construcciones más importantes de la época, fue terminado por uno de sus discípulos y entregado en 1802.

Cosas que no se saben de Joaquín Toesca:
Cosas que no se saben de Joaquín Toesca:En 1770 un gran incendio destruyó la Sede Francmasona de Roma. Escarbando entre los escombros, Toesca encontró algunos documentos perdidos mucho tiempo atrás, mientras rescataba importantes cartas yotros objetos de valor de las llamas. Aquellos misteriosos papeles se encontraban redactados en una clave desconocida para Toesca, su maestro Sabatini o cualquier francmasón de la época. A fuerza de uncontinuo y meticuloso esfuerzo y perseverancia, Toesca, finalmente,resolvió el código, descifrando los documentos y encontrándose en posesión de los secretos del Colegio invisible: secretos que la francmasonería ortodoxa había perdido mucho antes. Los documentos facilitaban también el enlace con una orden continental que parecía poseer secretos incluso más profundos y daba la dirección de una alta iniciada llamada Belle Saint-Croix, en Ingolstadt, Baviera. Toesca, sin embargo, era un inflitrado en la francmasonería y su verdadera lealtad estaba con la sociedad secreta más secreta de todas,el Aenigma Regis. Guiado por Belle Saint-Croix, Toesca fundó la Orden de la Amphisbaena y empleando las técnicas que les enseñase Saint-Croix y los documentos cifrados, recreó gradualmente todo el repertorio de trabajo de ocultismo cabalístico que subyacía a la Orden Rosa Cruz de la Francmasonería y se dedicó seriamente a establecer contacto astral con las Altas Inteligencias de otros planos para que le educasen y guiaran.Siguiendo los dictámenes de estos ‘Arcontes’, Joaquín Toesca viajó a Chile donde, además de construir el Cabido de Santiago, el hospital San Juan de Dios, los tajamares y la catedral de Santiago; llevaría acabo su obra más ambiciosa, un artefacto del tamaño de un edificio capaz de absorber la fuerza vital de quienes lo ocupaban y sobretodo,las potentes energías del conflicto, el odio y la ambición. Este edificio era no otro sino La Moneda.Tal y como se sabe, el edificio fue terminado por LorenzoD’Archangeli, discípulo de Toesca que como su maestro, era miembro de la Amphisbaena. D’Archangeli llevó a cabo todas las instrucciones de su mentor, todas menos una: el sacrificio humano que serviría de llave para abrir las puertas de este mundo a los Arcontes. El sacrificio debía ser voluntario y el propio Toesca pretendía autoinmolarse en el centro del edificio donde convergían las fuerzas místicas del mágico territorio de Chili-Mapu, pero la muerte le encontró antes a él y la misión quedó en manos del joven Lorenzo que, acobardado, regresó a Roma. Ciento setenta y un años más tarde y mientras La Moneda absorbía todos los orgones desatados por el golpe militar, un valiente héroe se sacrificaba en el punto exacto donde las puertas de la percepción finalmente serían abiertas, dando paso a los terribles Arcontes que esclavizarían a la humanidad hasta la Segunda Venida.

Pisagua

Estoy a punto de perder la cuenta. Debe ser el día veintiuno o veintidós. ¿Importa realmente? Ya se me ha formado la barba desde el mentón hasta donde empiezan los pómulos, mi cabello está muy graso y siento que las axilas más parecen una cañería de la peor de las poblaciones de esta mierda de país. Necesito un cigarrillo, soy capaz de cualquier cosa por aspirar aunque sea una mísera piteada del humo de un cigarrillo. Pero sé que es imposible. En mi condición de prisionero no puedo exigir ni siquiera un pedazo de papel para limpiarme el culo después de cagar. No tengo idea de la hora que es, en este lugar siempre está oscuro, o como oscureciendo, es algo muy extraño… Nosotros lo sabíamos, yo lo sabía, tenía grandes cosas planeadas para este sitio, hacerlo pasar a la historia de ese país que imaginé. Hasta ahora sólo había sido ocupado para torturar a un centenar de sucios peruanos en los tiempos de La Guerra del Pacífico y a uno que otro asesino durante el gobierno de Ibáñez del Campo. Es que el sueño de todo militar es tener un campo de concentración, de eso no hay duda. También necesito agua potable, olvidarme de este verdadero desierto al costado del mar, por un rato y sentir que todo está bien. En cualquier momento la tierra volverá a mecerse, a crujir, a gruñir, y sabremos, los que quedamos, que otro de nosotros habrá partido. Así ha sido desde el principio, una vez al día viene un soldado y se lleva a uno de nosotros a la caverna ubicada en el tercer monte a la derecha, se escuchan los gritos desgarradores del escogido, y luego, todo se confunde en un zumbido estremecedor, tiembla muy fuerte, tanto que caemos al suelo y finalmente sale sólo el soldado, sin victima, sin prisionero. Tengo la teoría de que la tierra se los devora, de que acá se descubrió un pozo que comunica directamente con el estómago del mundo. Está haciendo demasiado calor, mis manos están atadas con esposas a mi espalda, y marcho lentamente entre mis compañeros, formando un tren humano de cuerpos decrépitos. A nuestros costados hay uniformados, nos gritan. Uno de ellos me apura, lo miro, lo detesto, me aproximo y le escupo en el rostro. El soldado me manda de un culatazo al suelo. Se acerca y empieza a golpearme la cara con su puño izquierdo, una y otra vez. Le digo que es un pendejo de mierda, que debería tenerme respeto, hijo de puta, y le pregunto que si acaso sabe quién soy. Se detiene. Me mira y me dice que sí, que el traidor más grande que haya tenido la patria. Soy Augusto Pinochet, intenté cambiar la situación de este maldito país, pero fui traicionado en el último momento. Imaginé que las cosas podían ser distintas, que las Fuerzas Armadas creerían más en mí que en el desgraciado de Carlos Prats. Ahora soy castigado injustamente, porque no conseguí los aliados suficientes como para dar vuelta las cosas. Ahora lo recuerdo mejor: hoy es seis de octubre de 1973.

Eternauta

(Reuters) 1 de octubre 1973. Siguiendo los pasos de San Martín, el creador de El Eternauta y militante de la guerrilla Montoneros, H.G. Oesterheld, cruzó la cordillera el jueves pasado liderando un ejército de eternautas armados —con sus antifaces acuáticos y tanques de oxígeno— para unirse a sus hermanos de la resistencia chilena. Ni bien supo de la invasión de los mecanoides militares (el pasado 11 de septiembre), juntó su ejército y avanzó hacia Santiago para luchar contra los androides.
Esta mañana la resistencia comunicó que el héroe guerrillero fue capturado por los mecanoides. Sus seguidores guardan silencio. Entienden que no volverá.
El genio ha desaparecido en la eternidad. La lucha sigue.