Fundación

1541, Santiago de Nueva Extremadura. Juan Jufré, enviado por Pedro de Valdivia, aguarda el aterrizaje de los primeros colonos. Hace frío y no deja de tiritar. Maldice sus superiores por mandarlo a cumplir una tarea tan desagradable. El último inmigrante desciende.
Comienza a abrir las cápsulas de los viajeros. Se agudiza el temblor de sus manos, pero ya no es por frío. Dentro de cada cápsula descubre un cadáver, son más de trescientos… sus rostros morados delatan la huella de la asfixia. Esa noche se le entrega la orden de incinerar toda evidencia del arribo malogrado. La Historia no debe enterarse que, en el día de su fundación, esta ciudad quedó destinada a ser una necrópolis accidental.

Imagen: ParkeHarrison

La Comuna de Kubrick

En marzo de 1974, harto de la vida ajetreada del espectáculo, Stanley Kubrick se retiró brevemente a la orilla sureña de Nuñoa. En julio leyó algo en un horóscopo y decidió que Dios le había encomendado la salvación de sus vecinos. El siguiente día compró suficientes tablas de pino para construir una pared que encerraba un perímetro de dieciséis cuadras. Pronto, de noche, se empezaron a escuchar cánticos y extraños zumbidos eléctricos salir del predio. Una mañana los vecinos (que no fueron incluidos en el culto) encontraron los restos de una cámara súper 8 cerca de la entrada de la comunidad Kubrickiana. El rollo estaba intacto. Uno, particularmente molesto por la llegada de Kubrick, mandó a revelar la cinta. Todos los vecinos “excluidos” se juntaron para ver la proyección. La cinta duró unos ocho minutos. Después de ver los créditos, todos salieron corriendo hacia la pared y, escalándola, comenzaron a canturrear las melodías del culto.
En octubre del mismo año, Stanley se aburrió de ser El Líder y mandó a derribar la pared. Ese jueves se largó del país para nunca regresar.
En ciertas cuadras aún quedan erguidas algunas tablas de pino como monolitos sacros. De vez en cuando, si uno se fija bien, se puede ver como se acercan devotos. Se aproximan cabizbajos, rozan la madera con los dedos y susurran algo indescifrable.

Insert Coin Redux (Bobby Fischer 1943-2008)

Estoy en una galería de juegos electrónicos de la calle San Diego. Es de noche. Tarde. Los demás locales han cerrado. Mi mano derecha se aferra al control, el índice izquierdo se apoya en el botón de plástico amarillo. Juego a través de mi reflejo en la pantalla. Meto otra ficha. No puedo detenerme. Lágrimas se deslizan por mis mejillas. Deseo la muerte, pero la máquina no me suelta. Mientras tanto, en las sombras más desoladas de mi mente, diminutos invasores holográficos destruyen mi voluntad.

-Percepciones de Bobby Fischer durante una visita secreta a Chile en octubre de 1986.

Insaciable

Estoy Providencia almorzando al aire libre con unos amigos. La ensalada está rica. Caesar con salmón y no sé que más. Conversamos. Me distraigo. J, A y F siguen hablando. Veo algo curioso del otro lado de la calle. Hay un hombre mayor, canoso, vistiendo una polera de Kudai y aferrando una bolsa de cabritas. Está parado mirando la copa de un árbol y agitando el brazo derecho. Lo observo. Juro que es Charlton Heston.
Me doy cuenta de que en el árbol hay un tipo disfrazado de gorila. Heston le ofrece cabritas, como si tratara de persuadir su descenso. F dice algo sobre I Am Legend. Le pregunto dónde la vio. Me responde. Vuelvo a concentrarme en los eventos de la vereda de enfrente. Al simio se le había caído un guante peludo. Heston se hace el loco, distraídamente lo patea hacia el alcantarillado. Termino mi ensalada. Seguimos conversando un rato. Pagamos la cuenta. Me despido de mis amigos. Cruzo la calle y recojo la mano del simio. Me pongo el guante peludo y me como las cabritas que quedaron regadas. Sonrío, satisfecho. Ha sido un buen día… he tenido suerte.

Estreno

Cuando la ciudad remeció con el terremoto del ‘85, todos los espectadores abandonaron las salas de cine. En una, el reel siguió proyectándose. Yo me quedé sentado en mi butaca. En la pantalla destellaban parpadeos del futuro.
Vi la caída del viejo. Vi como destruían esas torres allá en el país del norte. Vi mi cadáver a la deriva, congelado en un témpano azulino. Vi las batallas por el territorio antártico, convertido en el último continente verde. Vi los refugiados…
Me aburrí y abandoné el cine.
Me dirigí a casa. En las calles había llantos y caos. El terremoto no decepcionó. Quise comprar una Coca en un almacén. Me corrieron. Me dijeron que no joda con cosas así en momentos como este. Encontré una bicicleta tirada sobre el asfalto en el cruce de Tobalaba con Pocuro. Me subí y pedaleé alrededor de la cuadra unas cuantas veces. El tiempo estaba agradable.

Tunguska 03 (génesis del Dr. Siberia)

El Instituto Cartográfico me había enviado a aquel lugar remoto. Recién amanecía. Ocurrió mientras estudiaba unas irregularidades topográficas del bosque. Estaba a punto de dejar mis tareas para desayunar cuando un estruendo sónico sacudió el cielo. Alcé la mirada. Un objeto luminoso, tremendo, holocáustico, se precipitaba hacia mí… Su intensidad oscurece el firmamento. Luz. Terrible luz. Me disuelve. Me llena de energía…

Imagen: Dr. Manhattan, D. Gibbons

Ciudadanos

Desde 1957, los notarios públicos han sido proporcionados por el Estado. Llegan a sus despachos vestidos de gris, no sonríen y siempre portan una calculadora mecánica. Se juntan en un estacionamiento subterráneo todos los 8 de octubre. Cada uno con su aparato anacrónico. En el interior de las máquinas hay un organismo. En silencio extraen las carnes. Chorrean sangre y bilis. Un notario -el anciano del grupo- ensambla los tejidos. Se arma una anatomía enorme, teratológica. Se escuchan unos respiros ásperos. La figura se alza. Mide casi tres metros. Estira los brazos. Todo está listo. Medio siglo. Es el hijo número cincuenta. El anciano abre una puerta lateral. Los otros cuarenta y nueve aguardan a su hermano. Están hambrientos. Una brisa agradable cruza la noche santiaguina. Trae con ella el aroma de sus ciudadanos.

[FELIZ CUMPLEAÑOS UCRONÍA CHILE]*********** Stgo, 1983: la habitación de un niño película.

Mamá cierra el libro. Me gustan los cuentos de los hermanos Grimm. Me tapa con mi manta de Super Friends, me besa la frente, me dice –te quiero– apaga la luz y se retira. Deja la puerta de mi pieza entreabierta. Escucho la voz de Papá. Suena cansado. La luz del pasillo se apaga y se van a acostar. Acomodo mi almohada y me quedo mirando la lamparita de seguridad enchufada cerca de la puerta. El rostro diminuto e iluminado de mister Magoo me tranquiliza y me duermo.
Despierto. Una luz silenciosa penetra la ventana de mi dormitorio. Es intensa… fría, antiséptica. Me escondo debajo de las sábanas. Trato de quedarme inmóvil. Aguanto la respiración. Me pica el ojo. No quiero rascarme. Pasa un minuto. Silencio. Quietud. Lentamente arrugo las sábanas y me asomo. La luz sigue ahí. Mi muñeco de Skeletor pasa flotando hasta chocar contra la ventana. Es seguido por una pelota de nerf, Boba Fett, un Rubik´s Cube, mi Slinky… Me da risa. Salgo de la cama. Salto, tratando de alcanzar mi juguetes. Quiero flotar como ellos. Acerco mi balde de legos a la ventana y me subo.
Cierro los ojos, giro el seguro y la abro…
[end scene 23:57:01]

Imagen: Sean Kernan

Fragmentos de celuloide

Pequeño Jimmy, desde su casa, en este preciso instante: El zumbido de las hélices no me distraen del juego. Diminutas criaturas atari se reflejan en mis ojos. No pienso soltar el joystick. Mis viejos se acercan a la ventana. Mamá entra en pánico. Llora.

Capitán Sterling, piloteando, observa desde la cabina, ocho segundos después: Se asoma Santiago. Hemos ensayado este momento tantas veces. Ya deben saber que venimos. Nos escuchan. Pronto sonarán las sirenas. Ya no importa… es demasiado tarde. No podré dormir por semanas después de esto. No quedará nada… nadie.

Sobreviviente amnésico, entre la ruinas, veinte días más tarde: Sopla una brisa agradable. Pienso en zombies y en la Cosa del Pantano. No sé por qué. Agarro mi bolso y comienzo a caminar. Vuelvo la vista por última vez. No creo que regrese. Semanas buscando sobrevivientes y nada. Quizás quede alguien en el sur…

Octubre

Nadie se acuerda de lo que hicimos el pasado 8 de octubre. Gran parte de nuestra memoria es desechable, como si nunca hubiera existido. Decimos tener un pasado, pero si pudiéramos aislar y cuantificar nuestras memorias, sin contaminarlas con reflexiones a posteriori ni llenar los vacíos con racionalismos… posiblemente nuestro pasado llegue a durar un minuto, posiblemente no tenga duración. La realidad es que tras el presente hay mucha materia oscura, nuestra historia es de composición desconocida, sin embargo, digo lo siguiente con cierta seguridad. El pasado 8 de octubre todos nosotros hicimos algo… Algo siniestro.

Imagen: Gregory Crewdson