El Advenimiento de la Tormenta

Introducción: El muro del caos

Para quienes llegaron tarde, lo he dicho y lo seguiré diciendo: no me considero un admirador de Batman, las únicas revistas que tuve las vendí hace bastante tiempo (exceptuando Arkham Asylum).
Mas no puedo negar que me gustan los desafíos, me gusta la idea de probarme a mi mismo al momento de buscar nuevas ideas para explorar mundos de los cuales generalmente me mantengo aparte; sólo que en este caso he decidido ceñirme al slogan publicitario de la película Lluvia Negra: <<El país es de ellos, las reglas son de él.>>
En este momento las reglas son mías y espero que los fanáticos del Caballero Oscuro perdonen mi falta de compromiso al momento de explorar la gran galería de acontecimientos que han marcado la vida de este personaje.
Si lo vemos con cuidado, la gran mayoría de las historietas van imponiendo cambios a su personaje principal, pero en realidad de estos, casi todos terminan desapareciendo para volver a lo mismo, muchas veces tras un extenso período de tiempo. Todo pensado en redefinir un ser cuyo universo esta atado a la mente de una generación que no puede aceptar muchas veces que el encanto de la vida radica en la sorpresa que trae el enfrentar algo distinto.
Lo que me motiva a dar vida a una historia en la que el mundo de Bruce Wayne nunca vuelva a ser el mismo, algo que dentro del escaso dominio que tengo del personaje me haga sentir que lo imposible está en mis manos para moldearlo conforme a una necesidad de revitalizar todo lo visto y leído.
Sé que algunos se preguntarían si no me parecería ofensivo si un autor hiciera lo mismo con mis personajes favoritos, y a decir verdad exceptuando que uno de ellos esta muerto hace más de una década (lo cual me gusta), realmente me frustra que no se haya hecho, me desagrada leer nuevas historietas sintiendo que es la misma vieja estructura, con situaciones que al cabo de unos meses volverán a lo mismo.
Lo que, por cierto, hace de este proyecto algo mucho más difícil de lo que imaginan.
He de reconocer que todo partió de forma muy sencilla con un par de simples exigencias personales, que les servirán de guía: Una historia oscura, violenta con tintes macabros, un título cuyas características deje abierto una segura continuación y un final que ponga en duda el futuro del personaje. Un acontecimiento que fuerce un desafió aun mayor después de todo la vida es una eterna sucesión de cambios y llega la hora de ver como el justiciero los enfrenta más allá de sus límites. menor, mas por un extraño impulso tocó suavemente las letras en relieve. Inmediatamente sus ojos lo vieron: un hombre de avanzada edad cuyo rostro mantenía oculto sus más distintivos rasgos en un juego de sombras que se movía al compás de una vela que lo acompañaba. Por un momento tuvo la impresión de que se trataba del comisario Gordon o un pariente, mas sus vestimentas lo mostraban como un individuo del siglo pasado.
-Ludors esta preparándose para la apertura de la cúpula de los abismos. Detente viejo amigo o tu reino será arrasado cuando la tormenta llegue -dijo con una extraña voz el sujeto mientras un grupo de murciélagos llegaban desde atrás para afirmarse en sus vestimentas-. Sólo la luz podrá detener las tinieblas.
En ese momento un fuerte resplandor hizo desaparecer todo para devolver su atención a la biblioteca donde se encontraba, justo en el momento en que Alfred traía un poco de té.
-Alfred, ¿Sabes quien envío esta carta?
-Proviene del departamento de archivos, según sus especificaciones debía entregarse este día a usted -Dijo con el mismo tono servicial con que acostumbraba a tratar a Bruce.
-Supongo que cumple con todo el trámite pertinente que se exige para su entrega.
-No fue necesario, su origen es de más de dos décadas.
-Entonces ¿Como alguien pudo escribirme algo en una época que todavía era un infante? ¿Y quien lo hizo?
-Pensé que podía tratarse de su padre quien quiso decirle algo que le pudiera servir cuando fuera adulto, algo que debía escribirse en ese momento.
Con cuidado tomo la carta y el sobre para entregárselo a Alfred:
-Necesito que se le hagan todos los exámenes pertinentes para determinar posible origen y componentes.

Batman: Los signos de la tormenta.

<<Mucho puede ocurrir en un minuto>> Babylon 5, A Call to Arms J. Michael Straczynsky

«La oscuridad se acerca», decía la misteriosa carta que llegó a manos de Bruce aquella tranquila mañana de invierno. Por un momento quiso pensar que se trataba de otro desquiciado haciendo alguna falsa alarma sobre un incidente-
-Supongo que nos traerá alguna sorpresa.
-Espero que no -dijo Bruce sin poder ocultar su preocupación por lo ocurrido.

La cúpula de los abismos

Un rayo cercenó el firmamento sobre Gotham para dar inicio a la copiosa lluvia con que las tinieblas se abalanzaron sobre los más recónditos sitios existentes. En medio de esta danza de caos aparecieron de la nada, ojos brillantes como faroles mirando siempre hacia las nubes, mientras sus sencillas vestimentas oscuras apenas evitaban que el agua tocara sus carnes. Nada tenía mas importancia que la misión de brillar, nada era tan vital como sumirse en el silencio fundiéndose con el oscuro paisaje de medianoche. Dispersos por todo el lugar, inmóviles como estatuas, imbatibles e invisibles ante ojos humanos, uno de ellos vio al alado justiciero pasar por encima de los edificios y sonrío para luego hacer brillar sus ojos con más fuerzas…
Otro caminó hacia lo más alto de la iglesia más grande de la urbe, y como si la gravedad no lo afectara extendió sus brazos para abrazar la cruz dejando salir de su piel unas gotas de sangre con que tiñó el acero de un color rojo fuerte, tan fuerte que ni la lluvia podía removerlo.
Un grito tan profundo como aterrador rompió la calma encendiendo luces donde antes solo había oscuridad, dando fin a la tormenta para que un hombre saliera de su oficina a encender un cigarrillo a la espera de cierto visitante.
Esta vez las circunstancias eran distintas, una pesadilla removía su interior debilitando sus pasos y torturando sus pensamientos que desesperadamente luchaban por mantener clara su misión
«¡Todo debe terminar!» era el grito de un hijo maldiciendo el lecho materno para traer el calvario a su padre en un rojo festín, donde una lagrima escapó cuando sintió al gigantesco murciélago posar sus humanas alas en el borde del techo.
-No puedes ocultar tu preocupación.
-Algo muy extraño esta ocurriendo y eso lo sabes bien -dijo sacando una carta de su bolsillo para entregársela. El sólo toque de sus dedos con la distintiva textura del papel fue suficiente para confirmar lo que era una simple e infundada sospecha-. Desde que llegó a mis manos he visto lo más terrible que pueda concebir penetrar en mi interior como un infierno que se escapó del periodo de descanso.
-La cúpula de los abismos…
-Lo pensé… Es un viejo y casi olvidado cuento para asustar a los niños. Cuando Dios creó la luz, exilió a las tinieblas a un abismo en alguna olvidada parte de la Tierra a la espera que el hombre fuera digno de sobrellevar la más terrible de las tribulaciones, el mal interior que lo apartó del cielo. La leyenda dice que hace siglos un grupo encontró el abismo y construyó un domo a la espera que el ser más despiadado existente reclamara el derecho de iniciar la prueba. Si el mal del ser humano no es subyugado a tiempo entonces la cúpula será destruida, trayendo algo peor que el mismo infierno, el verdadero rostro del hombre perdido ante el creador… -Gordon dio unos pasos alejándose, consciente que en cualquier segundo su visitante se marcharía, mas no le importaba, la noche era un buen testigo para ese momento-. Esta historia ha pasado de generación en generación por las mas antiguas familias de Gotham, esta es la primera vez que siento el poder del mito, como si algo en mi interior dijera que es mucho mas que eso.
-Ludors -Dijo el ser con un tono de voz apenas perceptible.
-¿¿¿Que??? -preguntó tan sorprendido como asustado volviéndose hacia el hombre, como si este lo hubiera sacado de un profundo trance.
Tratando de recuperar la calma lo miró y le dijo -fue una denominación que recibían los cultores de una extraña y desaparecida secta apocalíptica.
Cazadores de la oscuridad, Ángeles de tinieblas, un mito urbano que subsiste en el bajo mundo de mucho antes de tu nacimiento. Se dice que rondan como fantasmas iluminando los sitios donde la maldad llega a su punto más terrible. Aquellos donde la muerte es una salida rápida, ellos cambian el destino para evitar la entrada del poder de los abismos. Quienes dicen haberlos visto dicen que se trata de seres de carne y hueso con una habilidad que supera lo imaginable, los «clavos» con que se mantienen cerradas las puertas del Hades.
-Tres piezas un puzzle.
-Para una imagen que cada vez es más…
En ese momento se dio cuenta que se había quedado solo.
-…terrorífica -terminó de decir.
Sus alas se extendieron por encima de las torres, mientras que el suave sonido de su disparador se fundía con el de sus extensos saltos, mientras sus sentidos buscaban en la turbulencia del frío. Un cazador buscando unas cuantas presas que esa noche habían decidido aguardar en la madriguera. ÊUn inusual calma que lo consumía todo hasta que la intencional caída de una piedra de la cima de un construcción que se erguía encima de un abismo de cemento a un metro de su posición, capturó su atención. Derecho, firme mirando hacia el horizonte como si esperara la llegada del sol, con un pie bien afirmado y el otro en el aire, lo miró con sus resplandecientes ojos con una tranquilidad tan inusual que no parecía ser un humano, aun cuando su aspecto demostraba todo lo contrario.
Los ojos de ambos se encontraron y el murciélago sintió la misma voz de la carta:
-Busca la luz antes que sea demasiado tarde -mas los labios del individuo nunca se movieron, aquellas pupilas se alejaron de él como si su misión hubiera concluido y las puso por un instante en la torre de la gigantesca iglesia que se imponía por encima del resto de los edificios del sector; para luego con un suave movimiento dejarse caer.
Instintivamente el justiciero disparó su cable suspensor y saltó para sostenerlo, pero había desaparecido por lo que debió frenar rápidamente la caída para quedar rozando la superficie del pavimento. Apretó un botón para que la cuerda de acero volviera a su dispositivo, cuando lo vio a un par de cuadras, observándolo con una mirada que inexplicablemente le dio cierta paz, como si le estuviera agradeciendo por intentar salvarlo de una muerte que nunca ocurrió.
– Las señales están en todas partes -dijo a una periodista del canal 38 el ministro Rufus Lorne mientras señalaba la cruz manchada con sangre-. El fin se acerca y todos tenemos que ser responsables por los pecados que hemos cometidos contra nuestros hermanos y nuestro creador.
-De nuevo el viejo discurso del telepredicador… -En ese momento Wayne guardo silencio al ver que se trataba de la misma iglesia que le habían mostrado la noche anterior. Tratando de restarle importancia a esto se sirvió Êuna tasa de té.
-Por cierto justamente el señor Lorne solicitó tiempo para hablar con usted esta tarde -dijo Alfred, lo que hizo que Wayne escupiera el te que estaba bebiendo de la impresión.
-¿Que tiene que ver un ministro de fe con un empresario?
-Bastante si consideramos que ambos han abogado por años por el apoyo a los más desposeídos, si bien recuerdo Lorne fue el que casó a sus padres.
-No tengo memoria de haber oído eso.
-Se apartó totalmente de la vida pública cuando contrajo matrimonio, para dirigir una pequeña congregación en tanto cumplía labores familiares. Resurgió hace unos años cuando sus hijos entraron en la universidad, retomando una serie de actividades de beneficio público.
-No has perdido el tiempo en mantener los contactos.
-No cuando se trata de un buen hombre que trajo mucha alegría a sus padres. Aunque no lo recuerde, el señor Lorne ha sido siempre un lejano amigo de la familia. Un hombre cuyo juicio no debería subestimar.
-Supongo, entonces, que no tengo forma de escapar de la reunión.
-No lo aconsejaría -dijo sonriéndole Alfred- notará, en su momento, que Lorne no es fácilmente impresionable, ni mucho menos la señorita Langford que lo espera en el vestíbulo, supongo que estará muy interesada en saber como van los planes…
-Me conoces mejor que nadie, Alfred, ambos sabemos que he hecho cosas muy anormales en mi vida, pero un compromiso es la peor de todas – dijo sonriéndole con cariño.
-Usted sabe muy bien que no se puede huir de todo en la vida, mucho menos del llamado del corazón y el tiempo de paz que le esta ofreciendo.
-Espero que así sea -dijo abandonado la sala para dirigirse al lugar donde lo esperaba Eve Langford, aquella joven empresaria cuya imponente presencia aun lo sorprendía con cada visita.
Llegó a la puerta del vestíbulo y antes de entrar, por un momento sus pensamientos se dirigieron a Rachel, no podía negar que la extrañaba y mucho, el primer amor dicen que nunca se olvida y tratándose de ella era imposible. El tiempo los había apartado de una forma que jamás imaginó, pero ambos sabían que también los unió con una profundidad que nada podría romper, un vínculo de ternura y lealtad que trascendía a la calidez de su presencia física para arrojarse en lo mas profundo del corazón, por eso contaba con su rol como madrina en lo que esperaba que fuera una nueva etapa en su existencia.
La puerta se abrió y aquel bello rostro levemente cubierto por algunos cabellos claros apareció de improviso para entregarle la sonrisa más fortalecedora que había conocido, aquella luz brillante con que las tinieblas de la más temible noche desaparecerían ante el candor que le entregaba.
-Te estaba esperando -le dijo ella mientras retrocedía para mostrarle a cierto individuo de avanzada edad.
En ese momento Bruce captó que Alfred estaba justo a su espalda, casi podía apostar que una sonrisa revelaba su rostro para brindarle, la respuesta a la única pregunta que no debía formular: ¿Podía haber tanta coincidencia?
-Te presento a mi padre, el reverendo, Rufus Lorne Langford -dijo ella con gran alegría.
Bruce caminó suavemente al interior de la sala estrechando la mano del caballero, mientras trataba de contener la impresión que le estaba causando este encuentro:
-Un placer -dijo esbozando una falsa sonrisa que no pasó desapercibida para Eve.
-No necesita ocultar su sorpresa señor Wayne, después de todo nadie más que yo fui el primero en manifestar gran impresión cuando mi hija me habló de la maravillosa experiencia que le estaba dando con esta relación.
-Supongo, que le resté el encantó al formalismo de solicitar la mano de su hija.
-Créeme Bruce, ¿puedo tratarlo de Bruce?
-Por favor -dijo al mismo tiempo que también hacia un ademán para que se sentaran.
-Confío en mi pequeña Eve, especialmente en su buen juicio, lo que hace esto una grata sorpresa. Bruce giró su rostro a la izquierda sintiendo a Alfred a unos pasos de su presencia al lado del sillón.
-Supongo que lo supiste desde el principio.
-Como le dije, el señor Lorne es un viejo y lejano amigo de la familia que no debe ser subestimado -respondió Alfred con el mismo tono tranquilo y servicial.
-No culpes a Alfred de mi distancia con tu familia, a veces el tiempo y el lejano camino son las mejores de las herramientas para sanar aquellas viejas heridas que nos pone la vida. Y lo mejor de todo es que esto nos brinda de la gente adecuada para hacer el mejor de los senderos-.le dijo mirando a Alfred.
Bruce miró los ojos de aquel hombre y por un momento le pareció captar el rostro humilde de su padre, aquella expresión de un individuo que es capaz de darlo todo por sus hijos, lo que inevitablemente le hizo sentir mas cómodo.
-De todas formas, fui yo quien nunca quiso en entrar en mayores detalles con Eve sobre la vida de sus padres, ambos conocemos esas marcas, y no me gusta tocarlas, especialmente cuando se trata de alguien con tanta alegría -dijo acercándose a la joven para acariciar su mano y luego soltarla para acercarse en un gesto servicial al Lorne -pero si le complace reverendo, le solicito la mano de su bella hija.
El hombre sonrío mirando el rostro de Alfred, quien contemplaba todo como si fuera su hijo quien estaba realizando tal acción:
-Me habías dicho que era un buen hombre, pero me da gusto sorprenderme con la presencia de un caballero, Alfred -le dijo para luego volver su vista a Bruce-. Y yo te la concedo, para que seas como un hijo para mí, confiando en que eres lo mejor para mi hija.
-Entonces la celebración debe comenzar -dijo Alfred sacando una botella de champagne.
Esa noche las tinieblas volvieron con más fuerza, dejando fluir entre la bruma un grupo de ángeles de vestimentas sombrías, quienes ocultos en las mentes de los habitantes de Gotham, que caminaban tranquilamente a pocas horas del atardecer, cazaban dolor.
Cada uno con una misión, cada uno sumergido en su propia ensoñación, volaba a través del silencio trastocando los pensamientos de aquellos que la violencia consumía su corazón amenazando con enviarlos a manos del demonio para divertir a la muerte con nuevas vidas para su colección. Asesinos, psicópatas, drogadictos o simples ladrones de poca monta, cada uno con su propia historia, una leyenda no escrita aun, tranquilizados por la voz de un ángel oscuro, mientras un hombre murciélago buscaba sus presas en medio del baile de las tinieblas.
«No tenemos porque ser enemigos».
Pensó una de las criaturas cuando lo vio pasar, mas sus ojos al desviarse se encontraron con una navaja que cercenó su cabeza liberándolo de su invisibilidad para que el grito de una mujer que pasaba en ese lugar diera cuenta de su presencia.
No era el primero de la noche, ni tampoco el último. Al día siguiente un periódico entregaría la descripción de los cinco individuos muertos de forma brutalmente sangrienta, por un arma corto punzante cuyas características no eran claras, ni siquiera para cierto empresario que leía las noticias en lo profundo de su cueva.
-Esto parece la misma vieja historia -le dijo a Alfred, mientras le servia una taza de te-. Cada vez que mi vida parece tomar un buen cauce algo viene para alejarme de ello.
-Si no es esto será otra cosa, el destino sabe como recordarnos el precio de estar vivos -le dijo el caballero-. Por cierto supongo que leyó el análisis de la carta.
-Data de más de cien años atrás y no hay ningún componente extraño con cierta propiedad alucinógena.
Supongo que es lo mismo que recibió Gordon.
-Mismo mensaje, letra y composición.
-Lo que no nos deja más alternativa que seguir buscando más datos de la Cúpula del abismo.
-Supongo también que ya tiene pistas de los últimos asesinatos.
No necesitaba Bruce mirar los ojos de su fiel mayordomo para sentir como estos revelaban su rol como una pieza perdida de su conciencia. Si bien el diario estaba a su alcance para recordárselo, su mente aun rondaba por aquellos rincones oscuros en donde una carta, un hombre aterrorizado y un extraño ser, danzaban al compás de un conjunto de advertencias que no lograba entender de todo.
-Quizás estén más relacionados con la carta de lo que imagina -le dijo Alfred como si hubiera podido leerle la mente a Bruce-. Tres cuerpos con iguales características en la forma de morir…
-…lo que hace suponer a las autoridades que se trata de otro asesino en serie con una particular predilección por las cabezas, alguien que estaba rondando por esas calles a esa misma hora…
-El mismo sector que recorría, si me permite decírselo, con escaso tiempo de diferencia respecto a su registro de movimientos.
Esto dejo inmóvil por unos instantes a Bruce, había olvidado nunca subestimar el intelecto de Alfred, especialmente tras tantos años apoyándolo, parecía que lentamente los roles se estaban intercambiando. Pensó un segundo en Eve y en su interior dedujo que el compromiso podía estar alejándolo de su misión, pero por primera vez en muchos años no le importaba, se sentía bien y por alguna razón la profunda confianza que ella le tenía no era motivo de preocupación en lo que hacia en ese instante.
-No existe información acerca de estos individuos, exceptuando por uno quien es un comerciante con antecedentes de robo a mano armada; los otros, al parecer, eran vagabundos que nunca estuvieron en alguna clase de registro. La base de datos de la policía no registra un patrón común en tipos de sangre u otro componente biológico, mientras el arma usada si bien fue de tipo corto punzante, al parecer sería distinta para cada individuo.
-Lo que implica que pudo ser más de un atacante…
-…O pudo ser el mismo usando otro instrumento para no mezclar las marcas-. Dijo Bruce girando su silla en dirección a Alfred, para levantarse de su asiento y dirigirse a los interruptores para bajar aun mas la intensidad de la luz.
-Antes que lo olvide: por tercera vez esta semana, el señor Reynolds, ha solicitado reunirse con usted para finalizar las negociaciones.
-Reynolds… toda una molestia, si le doy lo que quiere posiblemente intente obtener mas, como todo empresario que ha llegado muy lejos en el mundo de los negocios.
Al oír esto Alfred no pudo evitar carraspear como una evidente critica.
Bruce apagó las luces y caminó junto a su mayordomo hacia un pequeño ascensor. De haberse encontrado sólo hubiera tomado las escaleras, pero era muy peligroso, especialmente cuando él servía de guía a Alfred quien aun no se acostumbraba a la total oscuridad de la caverna.
-En el mundo de los negocios, todos somos depredadores -dijo con cierto tono que no ocultaba cierta excusa en sus palabras-. Todos queremos siempre algo mas, solo que algunos toman la carroña en vez de pelear por la mejor carne.
El elevador llegó hasta una pequeña recámara donde esperaba un closet con algunas vestimentas y otro ascensor.
-Aun recuerdo la primera vez que lo vi, su semblante orgulloso propio de alguien que ha surgido desde el charco y que tiene el conocimiento y el derecho a aplastar a quienes no le agradan.
-Si bien recuerdo señor, y perdone que lo diga, el señor Reynolds debe gran parte de su fama a su particular forma de equilibrar los negocios con el fortalecimiento de los sectores mas desposeídos. Sus políticas empresariales han levantado numerosos sectores de la ciudad tras la más reciente crisis económica.
-Detesto que lo digas, pero Detestaría más que no tuvieras la razón – le dijo dándole un suave y cariñoso golpe en el hombro-. Posiblemente mi percepción siga siendo errada, por lo que va siendo hora de comprobarlo.
-¿Le avisó al señor Reynolds que lo irá a ver?
-Preferiría mantener la sorpresa, si realmente sigue interesado en este proyecto no se rehusará a recibirme, tras tantos intentos.
Cuidadosamente acarició una pequeña pieza de plata con la forma de la mitad de un corazón. Sus bordes estaban afilados, como si alguna vez hubiera sido una parte de uno verdadero para convertirse en ello luego de ser violentamente destrozado. Una cruel ironía que algo tan bello pudiera representar algo tan horrible, pensó guardándolo en el bolsillo superior de su camisa.
Ê»Ya esta aquí, justo a tiempo»
Se dirigió a la puerta para abrirla en el momento exacto en que Bruce se disponía a tocar el timbre.
-Supongo que es cierto lo que me han dicho de cuan difícil es sorprenderlo -dijo Bruce al verlo.
-Se llama experiencia -dijo con frialdad Scott-. Pero nunca esta demás un poco de compañía -expresó invitándolo a pasar.
De vestimentas sencillas y perfectas para la lluvia que sacudían el exterior, Bruce entró con extremo cuidado, como si se encontrará en un terreno peligroso, algo que era inevitable sentirlo.
-Me sigue llamando la atención su preferencia por los apartamentos a grandes alturas y no muy espaciosos. ¿Es indiscreción si le pregunto si ha vivido alguna vez en una casa?
-Lo sea o no, la interrogante ya está formulada y si le sirve de consuelo, señor Wayne, en un par de ocasiones. Ambos sabemos muy bien cuan confortables son estos lugares cuando la vida se torna algunas veces muy solitaria.
-Scott… -dijo con un tono menos formal-, no estoy aquí para discutir asuntos sobre una posible guerra que ya no entiendo. Admito que no me agradas, pero también admito que puedo estar equivocado en la forma de como te percibo. En honor a eso y a una meticulosa revisión de tu propuesta, he decidido concederte lo que me solicitaste en las condiciones que has planteado.
-Ya que hablamos con sinceridad, Bruce, lo considero un individuo extraño, pero si le tiro una piedra la gente más cercana a mí me enterrará con ellas.
-¿En realidad? -dijo con cruel ironía Bruce sonriendo.
-Agradezca que estoy de buen humor, y que ante un hecho como esto el protocolo exige champaña para los dos. Siéntase como en su casa mientras la voy a buscar.
Reynolds fue a la cocina a buscar el trago, mientras Bruce se quedó en la sala de estar sin ocultar la gran curiosidad que le causaba este individuo, especialmente cuando se percató que jamás le había visto alguna foto en sus oficinas u hogar. Todos los lugares eran lo mismo, una decoración sencilla acompañada de un cuadro de algún pintor famoso e incomprendido en su época y la de algún nuevo talento. Según la «leyenda» Reynolds gustaba comprar pinturas recientes de individuos casi desconocidos para luego regalarlas al primero que le gustara, siempre acompañándolas de la tarjeta del artista, como si él fuera su promotor.
Aunque no le gustará era incuestionable que el perfil de filántropo encajaba mejor con él. Quizás por el gran interés de Wayne en tratar de mantenerse lo mas alejado posible de la vida publica, pese a sus obras de caridad, mientras que Reynolds no lo evitaba, por el contrario, con notable inteligencia en pocos años había dado a conocer al mundo su pequeño gran imperio, maniobrando su vida de la forma lo suficientemente rápida y eficaz para que la opinión pública no sólo no indagara en sus asuntos más personales, sino le asegurará su espacio vital en tanto siguiera ofreciendo proyectos y productos que mejorarán la vida de los habitantes de Gotham.
Ambos tenían mucho más en común de lo que deseaba y ya era hora de ir bajando las armas. Pensó mientras sintió a sus espaldas el sonido de las copas al ser puestas sobre una mesa.
-Un nuevo sol debe brillar, mi amigo de tinieblas-. Murmuró Reynolds con un tono que nuevamente causó sorpresa a Wayne, un individuo como él no dejaba nada al azar, y esto no era la excepción.
-Sigo pensando que es un hombre extraño, pero inteligente, nada más peligroso que eso -dijo Bruce tomando la copa para hacer un brindis.
Reynolds levantó la copa imitándolo
-Siempre hay algo nuevo listo para cambiar nuestros mundos… y ésta propuesta no es la excepción, gracias -dijo chocando el cristal para luego beber.
Se disponía echar un pequeño y humorístico comentario, cuando los ojos de Bruce la vieron, la misma textura y color, colocada al lado de un macetero en el fondo de la sala, como si fuera un saludo de navidad, la misma extraña carta que recibieran él y Gordon.
Al ver su mirada, Scott notó inmediatamente la preocupación de su visitante y el origen de esta, y sin perder la calma le dijo:
-La recibí hace unos días, el mensaje era extraño pero no deja tener cierto encanto lo antigua que es y lo bien conservada que está.
-Supongo que es de algún pariente lejano.
-Eso espero, aun tratamos de determinar su procedencia, más como dije, tiene su encanto y no me resisto a él.
Era la misma carta, probablemente el mismo perturbador mensaje, lo suficientemente macabro para que Gordon mostrará por primera vez en años un profundo miedo al mencionárselo. O Reynolds lo estaba engañando con respecto al tiempo de recepción o a juzgar por su mirada efectivamente esa distintiva nota no tuvo ningún efecto sobre él.
«La Cúpula del abismo» -Reclamó su mente-. «Algo esta ocultando».
-¿Tan evidente es? -dijo Scott como si le hubiera leído sus pensamientos.
– ¿Qué?
– Que estoy ocultando algo respecto a esa carta que le preocupa… sé muy bien leer las miradas. Pero bueno en honor a tu descubrimiento: data de dos siglos y la tinta es griega producida de una extraña y desaparecida clase de octópodo, que según dicen los zoólogos, es sólo un mito, podía absorber las emociones de quien la usase. En otras palabras se usaba para enviar dos mensajes, el principal solo era revelado a quien tocara cierta palabra, de ahí que el papel fuera también especial.
– ¿Y que fue lo que le reveló?
– Me recordó un antiguo sueño que tuve cuando niño, pero el resto es un secreto que se descubrirá en nuestro próximo encuentro -dijo con una sonrisa.
Las tinieblas cubrían toda la ciudad, pero no como otras noches, esta vez se abalanzaban como depredadores alimentando la inseguridad de los habitantes, llenando de una extraña fortaleza a las criaturas que en el caos y el sadismo hallaban cierto consuelo cuando el sol les fue prohibido. Hoy no era una noche cualquiera, nuevos cazadores, nuevas lágrimas para una vieja historia donde los incautos se encontraban a merced de su instintiva y desquiciada sed de encontrar el valor en el lugar más errado de todos: la calle.
Una filosa navaja resplandeció ante la agonizante luz de un viejo farol, mientras la lluvia la bautizaba para la danza negra, organizada por un imponente individuo cuyo semblante mostraba una absoluta ausencia de miedo, como si no hubiera fuerza en el universo capaz de frenar sus movimientos.
Entonces el arma cortó, y un ensordecedor grito trajo un relámpago para distraer a los cada vez más aterrorizados habitantes de los alrededores que sabían que los monstruos regresaron, más humanos, más inteligentes, llenos de la sabiduría para subyugar el bosque de cemento donde un caballero oscuro luchaba contra el tiempo para encontrar sus huellas.
Otro grito más, nueva sangre derramada para purificar las aceras de una nefasta inocencia que ensordecía el oscuro corazón del incansable asesino. Contenido en una inusual batalla de realidades internas, cada corte era un momento placentero de desahogo donde el trueno de mil historias pasadas se fundía en el acero con que se terminaba un mundo de carne y hueso. Con sumo cuidado, saco su guante de su mano derecha y enterró sus dedos en su victima, sintiendo, devorando su aliento y palpitar, negándole la ilusión de un descanso de luz a través de una marca oscura donde sus mas nefastos sueños eran compartidos para asegurarle un paseo más largo por el Hades.
Ser de maldiciones, como una sanguijuela de dos metros, tomaba la vida inocente para que sus emociones se fundieran en el más abominable de los deseos, un espíritu de destrucción controlable solo por las reglas de un juego en el que a muy pocos le era dad la oportunidad de ganar algo más que otro día para seguir existiendo.
Allí en las sombras más tenebrosas, Scott lo contemplaba. Ayax el último de los Norvales había regresado de su largo exilio en las tierras prohibidas para reclamar el camino al infierno, y para eso no había nada mejor que desafiar a quienes mejor lo conocían, los angelicales y débiles Ludors, así como cierto empresario que hábilmente pudo detener sus pasos en una inolvidable masacre.
Fue en ese momento cuando el caballero oscuro llegó a presentarse, en lo que podía ser para Scott, un vano, pero no menos interesante, intento de enfrentar al ser más diabólico que jamás había conocido.
«Tonto» -pensó el espectador del sangriento incidente-. «No puedes usar los puños contra aquel que forjó su vida en el filo del acero». En ese momento un rápido movimiento de Ayax casi corta la capa del murciélago humano, dándole tiempo suficiente a este para golpearlo, sin que tuviera algún efecto en su dura piel.
Le hubiera gustado encontrar alguna sorpresa en aquel enfrentamiento, pero si cerraba sus ojos para buscar en el pasado, aun podía sentir el olor de la sangre de los grandes justicieros que intentaron matar a Ayax. Y aunque aquel individuo disfrazado de una criatura de la noche, mostraba un fuerte espíritu, su nobleza era su propio sendero a la derrota.
-No puedes pertenecer a la noche si no juegas con sus reglas -murmuró Reynolds viendo como el caballero luchaba frenéticamente con sus puños sin causar daño en un vano intento de aprovechar cada intencional descuido del asesino. Hasta que en una maniobra que bordeaba la desesperación sacó de su bolsillo un inoculador de tranquilizantes con lo que aparentaba ser una dosis que bordeaba lo letal.
Aprovechando este momento en que ambos seres estaban lo suficientemente alejados, con extrema rapidez Scott enterró una pequeña cuchilla en el corazón de la agonizante victima de Ayax brindándole su tan ansiada huida al más allá.
El asesino instintivamente se volvió para mirarlo, mientras su cuerpo luchaba contra los componentes de la droga impidiendo que esta generara efecto alguno. Por un instante, los ojos del hombre murciélago se posaron sobre él, mas no lograron realmente percibir algo que no fuera una calle donde un hombre había muerto por un arma salida de la nada.
«Maldito Ayax, debí matarte cuando tuve la oportunidad»-pensó Scott al verlo mostrar una macabra sonrisa al justiciero cuando su intento de frenarlo falló. Si conocía bien la historia lo peor que podía esperar estaba cobrando su turno. El juego había terminado, la prueba de fuego tenia que realizarse y el asesino era el primer juez. Si darse tiempo para descansar de la batalla tanto interna como externa, tomó la cabeza del caballero oscuro y mirándolo fijamente a los ojos comenzó a compartir el abismo de su interior. Un ser, la herencia de una raza perdida en un mundo consumido por la tecnología, sumergida en el corazón de un individuo cuyo camino fue forjado en torno al abismo, un sitio maldito por el creador donde el más profundo dolor del alma alimentaba una fuerza para vivir a través del caos.
No era simple maldad lo que movía aquel violento ente, no era un deseo de justicia contra una especie que fue el renuevo de una raza maldita, ni mucho menos un buscador de las puertas de lo prohibido. Sino un individuo luchando por sobrevivir de la única forma que conocía, destruyendo aquello que no pertenecía a sus dominios, reestableciendo la frontera entre dos mundos opuestos, vulnerada en una interminable lucha por reencontrar el paraíso perdido. En ese momento la criatura volvió a sonreír y el infierno fue sacado del interior de Bruce en la forma de cada uno de los individuos muertos a lo largo de su vida, amigos y en muchos casos villanos que en un descuido habían encontrado la salida de este mundo. Mas en la mente de Bruce, los descuidos no existían, el triunfo ante ese mal que se veía como un rayo de luz ante la opresora influencia de sus valores familiares, era el placer de ver sufrir y morir aquellos que se pusieron en su camino en su búsqueda por una paz que sabía que nunca le iba a ser dada.
«Amigo de la oscuridad, vuelve a casa»
No tenía sentido combatir con los puños a meras aberraciones de un ciudad enferma en una mentira que llamaban maldad; ellos no conocían lo que era el verdadero caos, como el profundo dolor mueve la telaraña del tiempo para tejer el camino al infierno, un sitio que sólo los valientes eran capaces de visitar.
Sus padres, su pasado, todo tenia sentido ahora, el cielo lo había atado para que no mirará su tormento con los ojos de un valiente, para no dejar salir la voluntad de cambiar el mundo entorno a una justicia pura y duradera.
El ser retrocedió lentamente dejando caer de rodillas al enmascarado individuo.
-Es hora de volver a vivir, como el individuo que siempre debiste ser, único e inven…
-Es suficiente Ayax -dijo Scott fuertemente, saliendo del refugio mental.
-La prueba apenas comienza -respondió el asesino con un tono de voz que denotaba inmutabilidad a su osada actitud.
-Lograste lo que querías.
-Insuficiente e indigno es aun este engendro del poder que intenta dominar.
-El poder de tu sangre no se medirá hasta que su propia mente asuma lo que le mostraste -dijo Scott en un tono amenazante mientras se acercaba con cuidado listo para sacar un arma para enfrentar al ser-. Hasta entonces no le pidas más.
Ayax miró fijamente los ojos de Scott, aun cuando la oscuridad era en aquel entonces absoluta, podía captar cada detalle en sus pupilas y mucho más adentro.
-El tiempo se acaba, si sabes rezar, hazlo para que no te alcance antes que tus sueños se hagan realidad -dijo abandonando el lugar.
Scott Reynolds caminó lentamente a un extremadamente débil hombre murciélago y lo tomó de las orejas de su máscara. No necesitaba verlo para sentir su interior, su voz silenciosa cruzó un sitio más profundo de lo que podría haber imaginado Bruce.
Y sorpresivamente de la nada apareció al lado de Scott, un sencillo humano, muy semejante al que intentó salvar de lo que creía tratarse una muerte segura. Con su corazón vio su bello rostro y como en un par de pasos se acercó lo suficiente para que una de sus manos a escasa distancia de su cabeza retirara aquello que lo torturaba.
-Un amigo me dijo una vez, si este mundo tiene algo de esperanza, vendrá de quienes pueden transitar el día y la noche como si fueran el mismo paraíso.
-No entiendo -murmuró Bruce.
-En su debido tiempo lo tendrás que hacer, pero este es el comienzo que te ofrezco en compensación por el oscuro espectáculo de mi amigo -dijo alejándose junto con la criatura.
-¡Espera! -exclamó el caballero mientras luchaba por ponerse de pie. Scott se detuvo mientras su compañero se desvanecía y sin volverse dijo:
-Nuestro próximo encuentro será más tranquilo. No me busques, yo te hallaré.
Nuevos pasos por un nuevo terreno, un sendero hecho de piedras cuya edad aparentaban ser de un viejo pero no olvidado imperio. Todo parecía ser oscuridad, mas al final se encontraba una bella puerta de madera por cuyos bordes pasaba lo que podía ser el sol de la tarde, cuyos escasos rayos de sol le mostraban el camino de aquel sitio que por alguna razón le traía cierta calma.
No había alcanzado la entrada cuando esta fue abierta surgiendo una figura, un viejo conocido.
-Ducard -murmuró con cierta sorpresa.
-Ra’s Al Ghul, la última vez que nos vimos.
-Estas muerto.
Ducard sonrío agachando un poco la cabeza en un ademán de profunda comodidad.
-Si lo estoy este no es el infierno que me desearías. Y si no entonces no te di todas las lecciones para saciar tu sed de justicia.
-Debo estar soñando -dijo Bruce sorprendido.
-Quizás nunca estuviste despierto, mi querido Bruce. Quizás tu cruzada por la ciudad maldita fue sólo un parpadeo en el verdadero estigma d e l a v i d a . Siguió avanzando hacia la puerta hasta quedar a unos pasos de su mentor.
-¿Por qué no pueden ser más directos?
-Porque nada en el universo lo es, todo tiene precio, una lucha que dar, una prueba para demostrar el valor que tiene lo que busca. Y tu Bruce por décadas has evadido muchas cosas incluyendo el verdadero rostro de la muerte -Ducard retrocedió haciendo un ademán para invitar a su rebelde alumno a acompañarlo-. Tengo algo que mostrarte que te gustará.
Ambos abandonaron el sitio para seguir por el sendero de piedra que los condujo a lo que aparentaba ser un callejón romano. Todo se sentía tranquilo hasta que otras personas aparecieron, todos vestidos a la antigua usanza del gran imperio.
-¿Querías respuestas?, ¿Te servirá de algo ese caballero? -le dijo mostrándole una perfecta copia de él mismo vestido acorde a la época.
-Debo estar soñando -dijo Bruce tratando de entender.
-Lo estás, pero lo que ves es más real que cualquier experiencia que tengas.
-Parece que estoy en otro mundo.
-Lo estás, siempre lo has estado sólo que nunca lo quisiste aceptar. Combatiste al mal en muchas formas pero siempre fuiste testigo de su renacer sin preguntarte porque, tan sólo aceptaste el rostro de un nuevo enemigo sin considerar que podía ser algún individuo que dejaste abandonado en el camino, alguien que mataste.
-No tiene sentido.
-Si lo tiene, la voluntad lo es todo te dije alguna vez y mi mayor error fue creer en el poder de la muerte como la fuerza natural para hacer justicia, cuando el tormento es lo único que puede devolver el infierno a quienes lo han llevado a los inocentes.
-Entonces ¿que hice mal?
-Tuviste piedad. Un ser de tinieblas no juega con la luz. Puedes perdonar la vida a muchos seres pero si no posees la fortaleza para manipular sus más profundos tormentos, si estas atado al bien entonces nunca los subyugaras.
-El fuego no se apaga con el fuego -dijo Bruce.
-¿Crees realmente en la maldad de ellos?
Lo que quiero decir con todo esto, es que la muerte no existe, tan sólo la felicidad y el dolor, el bien y el mal. Son las marcas con que se definen nuestra existencia. Pero el bien que tu traes es impropio del mal que representas. Dices que el fuego no se apaga con fuego, entonces ¿porque lo usas?
-Que tiene que ver todo esto con lo que me sucedió.
-El tiempo ha llegado todo lo que hemos temido por siglos esta por cobrar vida y sólo unos pocos podrán lidiar con algo que ni tu más profunda pesadilla puede alcanzar.
-La Cúpula del abismo -dijo Bruce-. ¿Y el gigante?
-Ayax, su voluntad es más fuerte que todo lo concebible. Libera tu instinto y subyuga su poder para reclamar el trono del abismo, quizás así haya esperanza. Mira bien Bruce -dijo Ducard guiándolo a un montículo desde el cual se podía ver toda la ciudad-. Roma fue un sueño hecho realidad, su destrucción en nuestras manos fue un triunfo, pero de nada servirá si los cimentos que forjaron las siguientes civilizaciones son arrasados. Al igual que tú, Ayax quiere venganza, y su poder le dará más en tanto no entiendas el camino a las tinieblas que tanto has evadido-. Ducard miró los ojos de quien fuera su mejor alumno y sonriendo le dijo:
-En lo que podía ser el fin sabía que esta lección iba a ser dada en un siguiente encuentro. Destruiste mi imperio, sacrificaste el verdadero camino de justicia al no tomar ninguno de los caminos de las tinieblas, pero hay forma que evites tu destino.
-¿De que servía matar si tarde o temprano los iba a reencontrar?
-No todos lo saben, quítales el camino los ojos del universo y para cuando vuelvan a ver si no encuentran algo mejor el fuego con que nos consumieron se habrá apagado.
-No tiene sentido.
-Lo tendrá cuando veas aquello a lo que debes enfrentar. Hasta entonces recuerda bien: la voluntad lo es todo.
En ese momento Bruce despertó encontrándose en una cama especial, propia de las que se usan en los hospitales. Su cuerpo estaba Êlleno de cables y elementos para controlar su funcionamiento.
A su derecha estaba Alfred sentado quien despertó al oir su movimiento. Mientras a su izquierda Eve sonreía con unos ojos que no ocultaban un profundo cansancio.
– Nos diste un gran susto -dijo la joven.
-¿Qué ocurrió?
-Su última aventura se salió de control, cuando lo encontramos su cuerpo presentaba serias heridas. Estuvo en un coma profundo por unos cuantos días.
-¿Días?
-¿Habría preferido semanas? -preguntó Alfred que no ocultaba cierta ironía.
-Supongo que debería sentirme bien por no encontrarme en un peor estado, más es evidente que las circunstancias me están conduciendo a algo completamente distinto a lo vivido antes, algo que se acerca con rapidez…

© 2005, Juan Carlos Sánchez.

Karma Police

Jonathan Rivarola sacó el seguro de su arma y se la puso junto al rostro. Arrimaba su espalda contra el muro exterior de la casa como tantas veces había visto hacerlo a los policías de la televisión. Sudaba, sonreía, tenía miedo, pero también tenía deseos incontrolables de encabezar el asalto envuelto en un grito heroico. Soñaba con matar a una banda completa de narcotraficantes él solo, salvar a algún oficial compañero de labores y salir herido, levemente, entre los aplausos de sus camaradas. Nada de eso ocurriría hoy. El equipo era reducido, la operación era menor y la información a la prensa estaba restringida. El criminal escondido en la casa era considerado de alta peligrosidad y la labor de inteligencia para conseguir su captura exigía cautela y silencio. Continue reading «Karma Police»

Aprendiz de Brujo

por José Carlos Canalda.

El día que Luis M. construyó el primer –y único– transdimensionador de la historia de la humanidad, estaba muy lejos de sospechar las consecuencias de su revolucionario descubrimiento; sólo así puede explicarse que fuera su mano la culpable –involuntaria, pero no por ello menos responsable– del mayor desastre acaecido jamás.

El transdimensionador, como su nombre indica, era un artefacto capaz de perforar las infranqueables fronteras que separaban a nuestro universo de otros paralelos, permitiendo así una comunicación bidireccional entre ellos. En realidad a Luis M. no le movía otro afán que la simple curiosidad científica, y no anhelaba otros beneficios que no fueran la mera satisfacción de comprobar lo acertado de su teoría pluridimensional… una teoría que jamás llegaría a figurar en libro de texto alguno, puesto que su creador era, más allá que autodidacta, un auténtico anarquista de la ciencia, nada interesado en compartir sus conocimientos con nadie. Pero a su modo era un verdadero genio, ya que sólo así se concibe que hubiera podido ser capaz de realizar en solitario una hazaña –el desarrollo matemático y práctico de su teoría– en un terreno en el que se habían estrellado las mentes más lúcidas de todo el planeta.

Se trató realmente de una tarea titánica que le llevó toda una vida, pero al fin el transdimensionador fue una palpable realidad. Tan sólo quedaba probarlo, y sería el propio Luis M. –¿quién si no?– el que lo hiciera. Temblando por la emoción que le embargaba, Luis M. se introdujo en la reducida cabina, ajustó cuidadosamente los controles –no era cuestión de aparecer en mitad de una estrella–, pulsó el botón que pondría en funcionamiento el maravilloso artilugio… y se desencadenó la catástrofe.

No se piense que el experimento resultó fallido: muy al contrario, éste se saldó con el más rotundo de los éxitos… demasiado rotundo, de hecho, puesto que sus imprevistas –pero implacablemente lógicas– consecuencias vinieron a alterar de forma irreversible la delicada trama no sólo de nuestro propio universo, sino también las de otros muchos, afectando dramáticamente incluso a los más fundamentales principios físicos. Y ya nunca nada volvería a ser como antes.

La razón de la debacle, insultantemente sencilla como lo suelen ser todas las explicaciones a posteriori, radicaba en el propio concepto de infinito. Aunque en el lenguaje corriente se tiende a identificar infinito con inconmensurable, se trata en realidad de dos cosas muy distintas, como le habría advertido cualquier matemático de habérselo preguntado Luis M… cosa que, huelga decirlo, no hizo. Todo lo presente en nuestro universo, absolutamente todo desde los átomos hasta las galaxias, era inexorablemente finito por ingente que pudiera resultar su cantidad, y sólo la imposibilidad práctica de cuantificarlo impedía conocer su número exacto.

La noción matemática de infinito, por el contrario, va mucho más allá, dado que implica algo ilimitado en el sentido más literal de la palabra. Claro está que hasta entonces se había tratado de una simple elucubración intelectual sin el menor reflejo práctico, pero… quiso el azar que el metauniverso que agrupaba a todos los universos posibles fuera, desde un punto de vista literal, un conjunto matemático infinito.

Recordemos, aunque sólo sea por un momento, las principales consecuencias de este concepto. Una recta es, por definición, un conjunto infinito de puntos alineados. No son muchos, ni muchísimos; son infinitos, porque entre dos cualesquiera de ellos siempre se puede interpolar un tercero, y así ad infinitum. Hasta aquí el razonamiento es relativamente fácil de seguir, pero ¿qué ocurrirá si dividimos una recta en dos? Pues que cada una de las semirrectas resultantes poseerá asimismo un número infinito de puntos, dado que el resultado de dividir infinito entre dos es un doble infinito… Y así sucesivamente, por muchas que fueran las veces que repitiéramos la operación.

Si se me permite la licencia, ocurriría algo similar a cuando un atribulado ratón Mickey intentaba evitar que las multiplicadas escobas siguieran acarreando agua merced al expeditivo método de hacerlas trizas a hachazos, tal como ocurría en el episodio de la película Fantasía dedicado a la composición del músico francés Paul Dukas El aprendiz de brujo. Aunque pueda sonar a broma, eso es precisamente lo que le ocurrió a nuestro aprendiz de brujo particular, con el agravante de que en esta ocasión no contaba con el auxilio de ningún brujo verdadero capaz de deshacer el entuerto.

Conviene insistir de nuevo en que el número de universos contenidos en el metauniverso era, no lo olvidemos, infinito. Esto quiere decir que había infinitos universos en los que Luis M. ni tan siquiera había llegado a existir, pero también otros tantos infinitos en los que sí. Entre estos últimos había infinitos en los que, por diferentes motivos, jamás llegaría a desarrollar su transdimensionador, pero también otro infinito número en los que sí… Siguiendo con este razonamiento, que abrevio por prolijo e innecesario, llegaremos finalmente a la conclusión definitiva: en infinitos universos, y exactamente en el mismo instante, infinitos Luis M., ignorantes por completo de lo que podían estar haciendo sus otros alter egos, procedían a pulsar simultáneamente el botón que ponía en contacto, por vez primera en la historia –al menos en este conjunto infinito–, a unos universos que hasta entonces habían permanecido aislados entre sí.

exxY sobrevino el caos; no podía ser de otra manera. Luis M., nuestro Luis M., cualquiera de los infinitos Luis M. que habitaban en sus respectivos universos, había supuesto de manera errónea que el contacto sería tan sólo entre nuestro propio universo, llamémosle A, y un segundo que denominaremos B. Nada hubiera ocurrido de haber sido así, pero no previó que, al haber infinitos sosias suyos haciendo exactamente lo mismo en el mismo instante, se produjo una especie de reacción en cadena que, al entremezclar las urdimbres de los diferentes universos, hizo imposible cualquier intento de separación posterior, al igual que cuando se lía una madeja resulta extremadamente difícil deshacer los nudos sin romper el hilo.

exxAsí llegamos a la situación actual a la que, después de la desorientación inicial, mejor o peor hemos acabado –¡qué remedio!– acostumbrándonos… aunque no deja de ser perturbador, pongo por ejemplo, llegar a casa y encontrarte con tu otro yo –uno cualquiera de entre los muchos existentes– sentado en tu sillón o acostado con tu mujer, o bien abrir un libro de historia y no saber con qué versión vas a encontrarte –las hay para todos los gustos– del desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Peor todavía lo tienen los peor hemos acabado –¡qué remedio!– acostumbrándonos… aunque no deja de ser perturbador, pongo por ejemplo, llegar a casa y encontrarte con tu otro yo –uno cualquiera de entre los muchos existentes– sentado en tu sillón o acostado con tu mujer, o bien abrir un libro de historia y no saber con qué versión vas a encontrarte –las hay para todos los gustos– del desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Peor todavía lo tienen los aficionados a los deportes de competición, ya que nunca podrán estar seguros de si su equipo ganó o no el campeonato de liga de la última temporada.

exxCierto es que esto tiene también sus ventajas, como cuando descubres que de repente te han subido el sueldo o que te ha tocado la lotería sin que siquiera hubieras comprado un décimo, pero a veces puede resultar incómodo si los cambios resultan ser a peor… aunque por fortuna siempre suelen ser temporales, ya que solamente perduran hasta que tiene lugar el siguiente salto –así lo llaman los entendidos– en uno u otro sentido.

exxSin duda se preguntarán ustedes cómo he podido llegar a conocer la historia que acabo de contarles si las andanzas de Luis M. jamás llegaron a ser de dominio público; la verdad, es que todo se debió a una afortunada casualidad. Estaba yo sentado en un parque surgido durante la noche anterior sobre el solar de un desaparecido edificio de veinte plantas, cuando un hombrecillo de aspecto insignificante se sentó a mi lado tras pedirme educadamente permiso para hacerlo. Resultó ser el mismo Luis M. –uno cualquiera de ellos– el cual, tras contarme acongojado el relato de su desgracia, me manifestó su deseo de suicidarse al ser incapaz de soportar los remordimientos que le afligían. Intentaba convencerle de que no lo hiciera, cuando una repentina fluctuación de la realidad nos situó bruscamente en la azotea de la vigésima planta del edificio resurgido y justo al borde de la misma, momento que aprovechó mi interlocutor para arrojarse al vacío antes de que pudiera hacer nada por evitarlo. En realidad esto no importaba demasiado; aunque infinitos Luis M. se hubieran quitado la vida, todavía quedarían otros tantos, es decir, infinitos, vivitos y coleando, lo cual la verdad es que no deja de resultar una ventaja.

Y eso es todo. Espero tener la suerte de poder terminar de escribir este informe de una vez por todas, antes de que las dichosas fluctuaciones me lo impidan de nuevo; han sido ya tres veces las que me he encontrado de repente con todos los folios en blanco teniendo que volver a empezar de nuevo, y a eso hay que sumar cuando descubrí que, sin saberlo, había estado escribiendo una versión apócrifa de La Regenta. De todos modos esto no deja de ser irrelevante porque, aunque lograra terminarlo, en estas circunstancias ¿quién iba a ser capaz de leerlo en su totalidad sin ninguna interrupción?

© 2004, José Carlos Canalda.

Sobre el autor: José Carlos Canalda (Alcalá de Henares, España, 1958) es doctor en Ciencias Químicas por la Universidad de Alcalá de Henares, y trabaja en un instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (C.S.I.C.) en Madrid. Aficionado a la ciencia ficción desde muy joven, cultiva tanto la vertiente del ensayo como los relatos. En este primer apartado, es autor del libro Luchadores del Espacio. Una colección mítica de la ciencia ficción española (Pulp Ediciones, 2001) y ha colaborado en La ciencia ficción española (Robel, 2002, premio Ignotus 2003), Solaris y Pulp Magazine (premio Ignotus 2002), sin descuidar tampoco las páginas web Sitio de Ciencia Ficción (www.ciencia-ficcion.com), Página de las Novelas de a Duro (www.dreamers.com/igor), BEM Magazine (www.bemonline.com) o Cyberdark (www.cyberdark.net). En lo que respecta a los relatos, tiene publicadas obras tanto en papel (Pulp Magazine, Asimov, Artifex, Antologías de
de las Novelas de a Duro (www.dreamers.com/igor), BEM Magazine (www.bemonline.com) o Cyberdark (www.cyberdark.net). En lo que respecta a los relatos, tiene publicadas obras tanto en papel (Pulp Magazine, Asimov, Artifex, Antologías de
relatos de El Melocotón Mecánico, Menhir) como en formato electrónico (Sitio de Ciencia Ficción, Qliphoth, Alfa Erídani, Púlsar, La Plaga).

Por la Tarde los Niños se Aburren

por Armando Rosselot

1

El corredor era blanco y las puertas estaban ansiosas de ser abiertas. La niña entró en la que la joven mujer señalaba y trató de olvidar a mamá, la cual por cada paso que daba era más distante y de rasgos extraños. En la pieza oyó unos murmullos en la habitación continua, buscó la puerta que sabía que comunicaba a las dos habitaciones, giró el picaporte. Adentro de la pieza jugaban muchos niños, mas de los que nunca había visto y se reían de ella y de su ropa, la señorita que la llevó a la habitación de al lado no estaba, tampoco la otra habitación, solo existía el miedo y las ganas de correr…

–¡Mamáaaaa!
–Quédate tranquila tesoro mío– era mamá– te quedaste dormida y siempre que te duermes en el auto sueñas tonterías.
–Sí. Tengo sed
–No te preocupes Maribel, ya vamos a llegar –contestó mamá– olía tan bien y su voz siempre la hacía estar mejor, “mamá te quiero” pensó.

Maribel miró por la ventana del coche, abajo a casi quinientos metros bajo la autopista se veían los parques y los grandes edificios de los cuales siempre le hablaba mamá y que tanto miraba en los paneles interactivos, “mamá tiene que viajar y necesita ir tranquila, por eso me lleva a la guardería” pensó.

–Mamá, ¿por qué no me llevas?
–Amor, tu sabes que fuera de la ciudad no se puede viajar con niños, así es la ley.
–Ahá, bueno.

A la derecha de la vía se divisó el gran edificio municipal de guarderías con sus parques y estatuas de héroes infantiles de quince metros, siguieron por el camino hasta que las señales holográficas los hicieron llegar a la recepción privada que aguardaba por ellos. Una mujer de delantal celeste los esperaba.

–Buenas días señora, pensábamos que llegarían mas temprano –habló la mujer del delantal–, hola niña linda ¿cómo estás?
–Sí, lo que sucede es que solo voy a ir al CRIAT y estaré de vuelta antes de las seis.
–¡Oh, ya veo! –fue la gentil respuesta de la señora de celeste.

Luego que mamá firmara algunos documentos, hablara a solas con la señorita de celeste y besara a Maribel en la frente se fue, y Maribel estaba por primera vez en su vida sin la compañía o la cercanía de mamá para cualquier problema o capricho, pero extrañamente a lo que siempre creyó no existía temor ni sensación de soledad, tomó la mano de la señorita de celeste y se dejó llevar.

El reloj de pulsera de Maribel ya había tocado su pegajosa melodía ya tres veces desde la llegada, “una hora y media” pensó. Se encontraba en una amplia sala amarilla con sillas pegadas a las paredes y flores en su centro, una veintena de juguetes de todo tipo, y una mesa baja a un costado. Ahí de rodillas con los codos sobre la mesa estaba Maribel haciendo rodar la cabeza de pinocho sin nariz de su mano izquierda a la derecha una y otra vez.

–¡Señorita! –exclamó Maribel– ¿No hay nada mas que hacer aquí?, sabe estoy un poco aburrida, ¿donde están los otros niños?
–Tienes que esperar un momento –contestó la señorita de celeste–, ellos están en otras actividades. Cuando terminen, y eso va a ser muy luego, te llevarán donde se encuentran, ¿ya?

Pasaron algunos minutos y la puerta se abrió rápidamente, entrando en la sala una mujer gruesa y de delantal gris, miró a la señorita de celeste y luego a Maribel –tú debes ser Maribel, ven niña dame la mano, hay varios amiguitos que te están esperando.

2

–¡Hola! –saludó Maribel alegremente, luego que la señora de verde la dejara en esta nueva habitación junto a otros niños. Ninguno de los cuatro niños se volvió a contestar el saludo.

A Maribel no parecía extrañarle tanto, en sus siete años de vida muy pocas veces había salido de casa con mamá a jugar con otros de su edad, y siempre eran tan poco alegres y juguetones. Se dirigió a las mesas donde tres niños armaban rompecabezas.

–¡Hola me llamo Maribel! ¿Y ustedes? –de una vez quiso romper el hielo. Nada.
–¿Acaso no me van a contestar o es que no tienen lengua o son tontos? –volvió a preguntar.
–Hola soy Carlo K, ¿cómo estás? –contestó el niño sobre la cama azul que estaba al lado de una ventana al fondo de la sala–, ¿por qué tanto escándalo?, no ves que esos tres no son capaces de armar ese simple rompecabezas, además yo no soy tonto. Maribel rió al ver la cara de asombro de los otros niños y el pijama del que decía llamarse Carlo K.
–Amigos, yo ya le dije mi nombre. Les toca a ustedes.
–Hola, yo soy Franco S.

Los otros niños solo levantaron la mano en señal de saludo.

–Hola a todos –contestó amablemente Maribel.
La niña se sentó en la única silla desocupada junto a la mesa de rompecabezas, los miró y se volvió hacia el niño de la cama.
–Oye tú, ¿por qué estás en pijamas y en esa cama, acaso te pasa algo, por que no es hora de dormir?

Carlo K estudió la voz y mirada de la nueva niña.

–No voy a dormir ni me pasa nada –contestó imperativamente, sólo estoy aquí por que la dama de gris me dijo que era lo mejor para mí–, echó un vistazo a los otros niños, seguían tratando de armar el rompecabezas de los gatos–. A veces es mejor así, pues por la ventana puedo ver todo lo que sucede… afuera.
–Él es el que mira –dijo Franco S entregándole una pieza a la niña nueva–. ¿Sabes donde puede ir?
–Es el ojo y un pedazo de cara, va en la cabeza es obvio ¿no? –Maribel puso la pieza y subió a la cama de Carlo K., miró por la ventana. Afuera no había nada para ver, solo dos calles sin salida y un edificio blanco. No entendía que era lo tan interesante que este niño raro podía ver.
–Eres un idiota, voy a llamar a la señora de gris –masculló Maribel. Los otros niños al escucharla se levantaron de la mesa y se interpusieron entre el comunicador y ella.
–Vas a jugar con nosotros –le ordenó uno de los niños.
–¡Alto! , si quiere irse la “preciosa lindura” déjenla, a mí no me a ofendido, ¿a ustedes sí? –fue la respuesta de Carlo K.

A la orden de Franco S, Maribel notó la diferencia de como Carlo K. la miró a ella con respecto a los demás niños, y la mirada de los niños hacia su persona. Esa mirada y lo de “lindura” le recordó los primeros años afuera de ciudad Soa.

–¿Me viste llegar por la ventana, no es cierto?
–Sí, sabía que eras tú.
–¿Cómo?
–Tú ya me conociste
–Pero yo ya no soy la niña pequeñita que no hablaba, descubrí algo. Ahora.
–Debes decirle a la señora de gris.
–No quiero. Y tú sabes por qué y ellos también van a saber, creo que deberían tener miedo, estoy aburrida y mamá llegará en unas cuantas horas más. Además tengo hambre, y ese con cara de triángulo que me mira tanto debería lanzarse por la ventana–. Nadie dijo una palabra mas, la señora de gris abrió la puerta.
–Maribel te traje leche
–Gracias señora–, fue la amable respuesta de Maribel sin quitar la vista de los niños y Carlo K.
–¿Y no hay leche para ellos? –preguntó–, la señora de gris alegremente le contestó que ellos ya habían tomado leche hace un momento. Maribel corrió por toda la pieza saltando y riendo, salió al corredor, su risa llenó los silenciosos pasillos del décimo piso de la Guardería Infantil, llegó a la pieza nuevamente y empezó a gritar: Ya sé, ya sé, ya sé… y ahora ¿con quien voy a Jugar?

Carlo K trató de salir por la puerta que Maribel cerró repentina y rápidamente, al salir de la camilla Maribel notó las heridas de Carlo K en sus brazos y piernas…” eso no era un pijama” pensó. Tomó a Carlo K de sus manos, mientras
la señora de gris dejaba a los demás niños en una esquina y se dirigía hacia ella.

–Dime, ¿qué es esto en tu cuerpo, es lo que yo creo, si o no? Sintió los fuertes brazos de la señora de gris en sus hombros, la respuesta llegó clara y punzante.

3

Eran las seis con tres minutos de la tarde cuando el auto de mamá tomó el carril de entrada del complejo donde estaba Maribel. Todo parecía normal salvo algunas luces centellantes que brotaban de algunos pisos del edificio, las cuales mamá no dio mayor importancia y dos carros limpiadores al borde de la construcción. Al estacionar el automóvil la señorita de celeste salió rápidamente a recibirla

–Por fin llegó señora, traté de comunicarme con usted varias veces, pero me dijeron que ya se había retirado– dijo agitadamente la señorita de celeste.
–Así es –contestó mamá– la verdad que terminé antes y el viaje de vuelta fue algo lento debido a unos animales que se escaparon camino a Ciudad Soa y…
–Su hija… –prosiguió la señorita de celeste antes que mamá pudiese terminar– llévesela, por favor rápido… está causando muchos problemas y no hay manera de detenerla…

Mamá corrió hacia la entrada quedando detenida por dos señoras de rojo.

–Déjenla, es la mamá de la niña –ordenó la señorita de celeste. Ambas mujeres soltaron a mamá.

Maribel apareció sonriente por la puerta del ascensor principal junto a dos señoras de rojo, una de verde y una caja. La señora de verde se adelanto quedando frente a frente con mamá.

–Señora, el proceso de voz de mando al parecer entró en etapa de adaptación, usted deb… –Maribel con un suave gesto hizo que la señora de verde dejara de hablar y se corriera a un lado.
–Hola mamá –habló–, traje un amigo y se llama Carlo K.
–Hola mi amor –contestó mamá–. ¿Dónde está?
–En la caja, y sabes… es de juguete, como todos los que están aquí. No son personas como yo y todos tienen los ojos del mismo color azul, imagínate son tan tontos que hice que se lanzaran tres por la ventana. Hacen todo lo que yo quiero.

Mamá lentamente se recuperó y comenzó a mirar a su alrededor mientras Maribel seguía contando sus peripecias, se percató que a algunos de los androides de rojo le faltaban dedos a otros un ojo, una mano, tenían clavados diferentes objetos en su cuerpo, y la androide de verde le faltaba el pecho izquierdo

–¡Cómo es posible que haya sucedido esto! –gritó–. ¡Voy a quejarme formalmente a la CRIAT!, y usted –miró al androide celeste–, es el responsable y lo van a rearmar y reprogramar.
–Lo que usted diga maestra –contestaron todos los androides al unísono, mientras

Maribel empujaba enérgicamente la caja hacia la salida.
Luego, en el auto, el silencio se hizo insoportable hasta que Maribel habló:

–Mamá ¿estás muy enojada?
–Primero señorita, ¿quien le permitió subir esa caja al auto con quizás que artefacto dentro?, al llegar a casa lo devolveremos a la CRIAT.
–No es cualquier artefacto es… o era… mi Perro P2 . “Samcito”, ¿te acuerdas?, lo reconocí cuando me dijo “preciosa lindura” como tú le enseñaste, al parecer no lo arreglaron bien…, ¿podríamos hacer que lo hicieran perro-que-habla otra vez?
–Maribel cuando lleguemos hablaremos con calma, además tengo que llevarme esa caja, fue un error que sucediera esto, no nos podemos equivocar así–, contestó tajantemente mamá mientras abría la ventana del automóvil haciendo que su cabello se desordenara y le corriera los lentes de sol .

Maribel no supo que contestar cuando un miedo enorme se le abalanzó sobre ella “mamá tiene los ojos igual a ellos” pensó, abrió la guantera para buscar algo y pensar en otra cosa, ahí encontró un libro sellado sobre su libro de cuentos, el cual no estaba cuando salieron de casa. En el se leían las siglas CRIAT, mas abajo su significado: Centro de reprogramación integral para androides terraformadores de quinta generación. Había visto muchos libros de esos en su casa y nunca se percató de su real significado hasta ahora.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos haciendo cada vez más difícil ver y decir alguna palabra. Mamá la miraba fijamente sin decir nada.

–Mamá por favor háblame… –no hubo respuesta.
–Mamá ¿qué pasa? –tampoco.
–A….an…androide detente –su voz sonó diferente.

En ese instante el automóvil guiado por mamá, más bien por el androide destinado a cuidado, crianza y educación de embriones humanos para el poblamiento general del planeta Maya6, modelo Mater/027 se detuvo. Por primera vez el androide de cubierta biológica escuchó y obedeció la voz de mando para la cual fue programado hace ya 800 años.

–Llévame donde los otros como yo –ordenó Maribel en tono imperativo con la garganta aun apretada y los labios pegajosos.
–Sí, cómo usted diga –contestó el androide.

Maribel supo en ese momento que hacía ahí, miró por la ventana, así el paisaje que siempre había visto cambio de significado, de aroma y hasta de color, quiso abrazar a su mamá pero ella ya se había ido. Ahí atrás estaba su mascota de muchos años medio trasformado en niño o algo semejante. Haría que lo dejaran tal como era antes de que se descompusiera y trataría de jugar con él algún día. Por ahora el androide mamá le explicaría muchas cosas, nuevamente todo comenzó a nublarse, “lástima” pensó con los ojos ahogados en lágrimas, ya que ahora se venían muchas pero muchas mas tardes aburridas en su existencia, esa , que recién acababa de comenzar.

por Armando Rosselot

Licantropía contemporánea

Érase una vez un hombre extremadamente profesional y perfeccionista llamado Cristóbal Landsburg quien era el Cirujano Plástico y Reconstructivo más prestigioso de un largo y angosto país llamado Chile.       El Dr. Landsburg se especializó en Cirugía General y en Cirugía Plástica y Reconstructiva en Inglaterra, donde se graduó con honores y donde se desempeñaría durante tres años. A su regreso a Chile fue médico colaborador de la Clínica Alemana de Santiago y Médico Interconsultor de
la Clínica Las Condes, se convirtió en Miembro Titular de
la Sociedad Chilena de Cirugía Plástica, Reconstructiva y Estética; de
la Sociedad de Cirujanos de Chile y por supuesto; del Colegio Médico de Chile.
      Landsburg era, además, el único chileno Fellow del Royal College of Surgeons of England y se definía a sí mismo como un “hombre de mundo”, practicaba el tenis y el golf, era socio del Hogar de Cristo, amaba las Bellas Artes y a las mujeres hermosas, le agradaba tanto la música clásica como el pop sofisticado y era, además, un hombre lobo. Sí, uno de esos sujetos que en las noches de luna llena tienen por costumbre mutar en feroces bestias antropófagas de mal carácter y peor aliento.        El primer viaje de placer del Dr. había sido al paradisíaco Hawai, locación de su serie favorita de los 1980’s: Magnum P.I. Landsburg se bañó en las tibias aguas de la costa norte de Oahu junto a la mansión de Robin Masters, dio un paseo en un helicóptero pintado con los mismos colores que el de T.C. y se defraudó mucho al no encontrar ningún nigthclub en Honolulu con el nombre de “King Kamehameha Beach Club”.  

     Cuatro años después del debut de Magnum, apareció en las pantallas chilenas la sofisticada serie Miami Vice. Pese a que el Dr. no se perdía un solo capítulo y que adoptó el look de Don Jhonson durante un tiempo, Magnum seguía siendo su serie de televisión favorita. Por alguna razón se identificaba más con el personaje de Tom Selleck que con el de Sonny Crockett o Ricardo Tubbs (el teniente Castillo en su opinión era un verdadero hijo de puta y consideraba que Saundra Santiago no estaba nada de mal). Magnum era un tipo independiente, a diferencia de los policías de Miami. No tenía mayores responsabilidades y hacía lo que se le venía en gana, una manera de enfrentar la vida que ya deseaba poseer Landsburg que cómo hemos ya dicho era un sujeto perfeccionista, algo que quedó demostrado en el test de rorschach al que se había sometido antes de iniciar su psicoterapia.      Con el transcurrir de los años la elección del sitio donde vacacionar se tornó en extremo complicada para el Dr., mientras se especializaba en Inglaterra había visitado gran parte de Europa y tras su regreso a Chile; los principales balnearios y enclaves turísticos internacionales, incluyendo Miami, por supuesto. Existía sin embargo un lugar que anhelaba conocer al que todavía no viajaba, un lugar que evocaba en él primigenios terrores infantiles: Transilvania. El Dr. buscó por Internet la página de una empresa turística que ofreciera recorridos guiados por aquel lugar hasta que dio con una que ofrecía un tour completísimo, “de manera que nadie le cuente historias y mentiras del famoso conde Vlad Drácula.” El Dr. Landsburg de inmediato llamó a la agencia con sede en Boston y contrató el servicio.      El tour comprendía un recorrido completo por Rumania; un paseo por las ruinas de la corte de Drácula y sus tesoros expuestos en Bucarest; un almuerzo en la casa donde Vlad Tepes pasó su infancia; una visita al castillo Bran, ubicado en el sendero que conduce a la verdadera fortaleza del conde; pases gratis para observar un juicio de brujas simulado; una cena en el restaurante Golden Krone y finalmente una invitación a un baile de máscaras, con cena incluida, en el propio castillo Drácula. 

     En esa época el Dr. Landsburg estaba más habituado a Río de Janeiro, Cancún o la misma Hawai, por lo que las ciudades de Europa Oriental le parecieron algo monótonas y lóbregas. Bucarest, a pesar de todo, le pareció más soportable que Praga o Budapest.        Cierta noche, durante su estadía en Bucarest, el Dr. Landsburg decidió abandonar su alojamiento para embriagarse de aquella sensación de lo romántico y oculto que tanto anhelaba encontrar. En un principio caminó por la calle Victoria, la espaciosa avenida principal, para luego abandonarla y vagar por las antiguas callejuelas, de casas pequeñas incrustadas en la mampostería de muelles y puentes. No le tomó mucho tiempo percatarse que estaba totalmente perdido. Luego de vagar bajo los escasos faroles que pestañeaban tímidamente en la oscura y húmeda penumbra, el Dr. Landsburg se encontró en las cercanías de un lugar reconocible, la antigua iglesia Domnita Baleasa en la Plaza mayor frente al Palacio de Justicia. El Dr. divisó una silueta que le pareció era una persona y se dirigió hacia ella con la esperanza de obtener alguna información sobre cómo volver a su hotel.      El encuentro de aquella noche arruinó el resto de las vacaciones del Dr. Landsburg. La silueta que parecía humana resultó ser la de un animal que intempestivamente le mordió la pierna derecha para luego desaparecer. Era peludo y gruñía como un perro, pero no era un perro como pudo percatarse a su regreso a Chile.   2 

     La primera metamorfosis encontró al Dr. en medio de un desfile de modas a beneficio de la Corporación del Trasplante, organizado por
la Cámara Chilena de Alta Costura en el exclusivo centro de eventos CasaPiedra, ubicada en medio de un desfile de modas a beneficio de
la Corporación del Trasplante, organizado por
la Cámara Chilena de Alta Costura en el exclusivo centro de eventos CasaPiedra, ubicada en Avda. Monseñor Escrivá de Balaguer 5600, Vitacura (una reunión familiar de 10 personas o un evento comercial de 2.200 personas. Desde lo más convencional y tradicional hasta lo más original y diferente. Cualquier encuentro que tenga en mente, en CasaPiedra siempre resultará un éxito).
      –¿Qué te ocurre? –preguntó a Landsburg su atractiva acompañante al notar como este se retorcía y sudaba de manera muy poco decorosa.       –No me siento muy bien –dijo el Dr.–, me duele mucho el estómago. Voy al baño y vuelvo. 

     –Ya, pero no te demores –replicó María Gracia Larraín, 28 años, kinesióloga de profesión, signo zodiacal Virgo y caballo de fuego en el horóscopo chino.         Landsburg se puso de pie y se alejó de la pasarela por la cual desfilaban los maniquíes vivientes. Una última mirada a las esbeltas muchachas provocó en él una copiosa salivación y no de lascivia sino de hambre. Las modelos se le antojaron como trozos de carne que avanzaban colgados de una correa transportadora, ¡y eso pese a que él era vegetariano!      Cada paso que daba era un suplicio, el Dr. levantó la mirada hacia el cielo y vio que la Luna estaba llena. La visión del rechoncho disco plateado capturó su vista y por unos segundos creyó fusionarse en aquella superficie lechosa. Un intenso dolor en su bajo vientre lo retrotrajo a la realidad.       “María Gracia no me va a perdonar el haberla dejado plantada”, pensó Landsburg y se dirigió hacia su vehículo con la intención de marcharse a su casa, pero al llegar a los estacionamientos los espasmos fueron tan fuertes que cayó al suelo. Era como si tuviera algo dentro que le desgarraba los órganos, como si en su interior hubiese una cosa que intentaba salir, algo con garras y colmillos al más puro estilo de Alien: El Octavo Pasajero. “Alguna porquería me cayó mal, seguramente uno de esos canapés del cocktail”, reflexionó el Dr. mientras yacía unos segundos sobre el frío pavimento. Una vez que el dolor disminuyó lo suficiente como para permitirle ponerse de pie, Landsburg abordó su Ferrari 308 GTS color rojo (el mismo modelo que conducía Tom Selleck en Magnum) y se alejó de aquel sitio. El Dr. coleccionaba Ferraris y el 308 había sido su primera y más querida “pieza”, poseía también un Daytona Spyder negro (mejor conocido como 365GTB/4 por los especialistas) y un Testarossa blanco, el primer Ferrari construido especialmente para el mercado norteamericano (cabe agregar que estos fueron los automóviles que utilizó Sonny Crockett en Miami Vice).       Por alguna razón inexplicable Landsburg no condujo hacia su casa sino que se vio impelido a alejarse cada vez más de la ciudad. Los dolores hacían que se doblara sobre el volante y varias veces hizo sonar la bocina involuntariamente. Comenzó a sentir calor, un calor tan intenso que sudaba como si hubiesen 45 grados a la sombra. El Dr. Landsburg ya no resistió más, estacionó el Ferrari a un lado de la carretera y corrió hacia los arbustos mientras se despojaba del traje Armani (de líneas depuradas y ausencia de detalles llamativos) cuyo roce le quemaba la piel. Completamente desnudo cayó de rodillas en medio de un claro. Sintió los rayos lunares sobre su espalda y cada uno de sus cabellos se erizaron, su pene se erectó violentamente, sus brazos se alzaron y se tensaron, sus piernas se expandieron, su piel se cubrió de un oscuro y denso pelaje, su rostro se alargó y de su boca brotaron agudos colmillos. Landsburg sentía como atravesaban su cuerpo fuerzas caóticas y primigenias, clavó sus garras en la tierra húmeda y profirió un intenso rugido. La temporada de caza había sido inaugurada. 

     Las primeras luces de la mañana encontraron al Dr. Landsburg abrazado a los restos carcomidos de una vaca. Landsburg se alejó del animal muerto y se sumergió en una acequia para limpiar la sangre que le cubría de pies a cabeza. El Dr. no se duchaba con agua caliente por lo que el agua helada no le incomodó en lo más mínimo. Luego de esto se sentó sobre la hierba intentando entender cómo era que estaba tomándoselo todo con tanta calma. “Debo estar en shock”, pensó. “Sí, eso es, estoy en schok. Aquel animal que me mordió era un hombre lobo, yo soy ahora un hombre lobo…”       El Dr. recogió su carísima ropa, abordó su Ferrari, puso en marcha el motor y encendió la radio. El nuevo single del último álbum de Madonna, Frozen, resonó por los parlantes. A Landsburg le agradó lo que escuchaba y tomó nota mental de adquirir el disco compacto, apretó el acelerador y se marchó a su casa. 

3       Landsburg sabía que lo suyo no era un desorden licantrópico, estado mental en el que el sujeto cree ser una bestia que suele ser la más peligrosa de su región (el lobo y el oso en Europa y el noreste de Asia, la hiena o leopardo en África, y el tigre en la India, China y Japón). A él le constaba que su transformación era real pese a que los exámenes médicos a los cuales se había sometido no arrojaron ningún resultado anómalo. De cualquier forma debería tomar medidas especiales para que nadie descubriera su secreto. El Dr. no estaba casado y vivía solo junto a sus dos empleadas domésticas; Doña Julia, que lo había cuidado desde niño y a la que él había contratado luego de la muerte de los Landsburg progenitores; y
la Consuelo, que estaba para desempeñar las labores que Doña Julia ya no estaba en condiciones de llevar a cabo. Consuelo llevaba dos años trabajando para Landsburg y era peruana, de una localidad ubicada al norte de Lima llamada Chimbote. Debido a la mala situación económica de su país, Consuelo (madre soltera a la edad de 15 años) tuvo que dejar a su hija de 6 años al cuidado de sus abuelos y emigrar a Chile. Pese a que la idea de una mocosa pululando por la casa no le complacía en extremo, Doña Julia convenció al Dr. de traer a la hija de Consuelo, Marleni, a vivir con ellos.
      Completaba el staff de Landsburg el jardinero Felipe Vargas (que venía día por medio) y “Jaimito”, quien una vez a la semana se encargaba del aseo general de la casa (lo que le tomaba cerca de 12 horas) con una prolijidad tal que sus servicios eran requeridos en varios hogares del barrio alto. El Dr. tenía también dos Rottweilers a quienes había bautizado Apolo y Zeus como los dobermans de Higgins en Magnum. Los canes se mostraban un tanto hostiles ahora que su amo era un hombre lobo, pero no quería deshacerse de ellos aún.        “Bastará con asegurarme que no haya nadie en la casa las noches de luna llena”, meditó Landsburg y así lo hizo para su próxima transformación.  

     Estaba completamente solo en su enorme casa repleta de obras de artes y altar del buen gusto. Se encerró en la habitación de los trastos (que había ordenado limpiar a Jaimito) con un costillar de buey y deslizó la llave debajo de la gruesa e inexpugnable puerta sobre un papel para así poder recuperarla.       El Dr. emergió al día siguiente de aquel cuarto con heridas en los brazos y piernas producto de sus propios mordiscos, las paredes de la habitación mostraban hendiduras de garras por todos lados y el picaporte de la puerta había sido arrancado y probablemente se lo había comido. Nunca había experimentado un suplicio de tal magnitud, un anhelo de libertad tan agobiante. De la misma manera que el circunspecto Higgins no podía restringir las libertades que se otorgaba Thomas Magnum, él no podía encerrar al lobo. 

      Landsburg tomó una ducha y mientras pensaba la explicación que la daría a su servidumbre por los destrozos (que atribuiría a los canes y que proporcionaría, además, la excusa perfecta para deshacerse de ellos) observó como sus lesiones y magulladuras desaparecían. “Ahora soy prácticamente inmortal”, reflexionó el Dr. 4 

     Como es de suponerse, Landsburg no se atrevió a confesar su licantropía con nadie y mucho menos buscar asistencia médica. ¡Él, un hombre de ciencia afectado por una maldición que desafiaba toda lógica! En un esfuerzo por comprender el mal que le aquejaba, recopiló toda la información posible sobre hombres lobos que pudo hallar, enterándose que este ser no era una invención del Hollywood de los años cincuenta sino algo tan antiguo como la humanidad misma. Fe de esto la proporcionaban la multitud de nombres con el que se había conocido al hombre lobo a través de la historia. Los romanos le llamaron versipellis o gerulfus, garwali los normandos, werewolf los anglosajones, wáhr-wólfe los alemánes, Loupgarou los franceses, waerulf los danéses, warulf los suecos, vircolac los eslavos, procolici los rumanos, la lista suma y sigue. Tan antigua era la tradición del hombre lobo de hecho, que investigadores japoneses habían encontrado representaciones de estos y otros seres teriantropos en pinturas rupestres de hace más de 10.000 años. Los hombres lobo y vampiros eran tan viejos como el arte mismo y pertenecían a un mundo en que humanos y bestias no se habían diferenciado.       Con respecto al término “licantropía” este hallaba su origen en el héroe arcadio Licaón que tuvo la mala idea de sacrificar a un niño y servírselo en un banquete a el irascible Zeus para de esta forma poner a prueba su divinidad. Obviamente que a Zeus, que no era un antropófago como su padre Cronos, no le cayó en gracia la broma de su anfitrión a quien en castigo transformó en lobo.  

     El desorden mental licantrópico también parecía ser muy antiguo. Marcelus Sidetes, en el siglo II ya se refería a él como una forma de alienación: “Los hombres son atacados por el mal especialmente en febrero y acechan, solitarios, en los cementerios, como frenéticos lobos.”       De acuerdo a los estudios históricos se podía reconocer a un hombre lobo mediante cinco rasgos físicos que conservaba en su forma humana; cejas espesas, dientes rojizos, un dedo medio bastante largo, uñas largas y orejas situadas muy atrás y muy abajo de la cabeza. El Dr. sólo respondía a una de dichas características; las cejas espesas, pero siempre las había tenido así, ¡cómo se burlaban los niños de él en la escuela!, hasta le habían apodado Beto en alusión al malhumorado títere de tupidas cejas de Plaza Sésamo. 

     Además de los rasgos físicos, la historia señalaba ciertos modos de conducta típicos de los hombres lobo. Se les suponía amantes de la noche (mucha gente bohemia lo es sin ser hombre lobo o vampiro) y cultores de la soledad (¿qué esperaban?, ¿que los hombres lobo se organizaran para formar clubes o sindicatos?) y parecían acosados por una profunda melancolía (cuando te despiertas, después de una noche de luna llena junto a algunos restos humanos mordisqueados, no andas por ahí con una sonrisa de oreja a oreja).       Durante los primeros meses, cuando aún no asumía completamente su condición, Landsburg llegó a odiar
la Luna. La veía engordar, noche tras noche y se decía: “cuando estés llena maldita, también me llenaré yo”. Por ese entonces las ideas más descabelladas surcaban su mente, se preguntaba, por ejemplo, si el destruir
la Luna, sacarla de la órbita de
la Tierra, cesaría su suplicio.

       Después de documentarse lo suficiente, el Dr. Landsburg se percató que para la historia el hombre lobo era algo común: Collin de Plaucy incluso contaba que una mañana de 1542 se había visto a ciento cincuenta hombres-lobo en una plaza de Constantinopla. “Tal vez mi condición no sea tan extraordinaria después de todo”, pensaba el Dr. Landsburg. Probablemente no podría encontrar la Sociedad de Hombres Lobos Anónimos en las páginas amarillas pero le bastaba con saber que había otros como él por ahí, ocultando su verdadera naturaleza al mundo, sufriendo y haciendo sufrir.       Pronto la actitud del Dr. cambió radicalmente y pudo superar las barreras, impuestas por su formación científica, que le impedían aceptar plenamente el fenómeno del que era objeto. “Después de todo la ciencia no es otra cosa sino un pensamiento paranoide aplicado a la naturaleza”, pensaba el Dr. Landsburg, quien terminó por convencerse de incluso estar predestinado a ser un hombre lobo producto de algunas curiosas coincidencias. Era cáncer y la Luna, que gatillaba la transformación, es el regente de dicho signo zodiacal. El Dr. Landsburg, además, era perro en el horóscopo chino y como todos saben, el perro evolucionó a partir del lobo.       A medida que las transformaciones se iban sucediendo, Landsburg conservaba cada vez más las impresiones y reminiscencias de su yo-lobo. Los objetos confeccionados por el hombre le repelían, mientras que los árboles, rocas y arbustos se le antojaban entes vivos que carecían de nombre y que no estaban agrupados por la palabra o el pensamiento. En su mente de lobo no existían especies ni géneros sino meramente individuos.       En estado humano el Dr. conservaba muchas de las capacidades lupinas, su sentido del olfato y del oído se desarrollaron extraordinariamente, al igual que su capacidad atlética. Su aspecto físico y su salud también mejoraron, rumoreándose incluso que se había operado él mismo, quitándose veinte años de encima. La dieta vegetariana de Landsburg no cambió en absoluto ya que contrario a lo que podría pensarse, en estado humano no sentía un deseo inusual de comer carne. Sólo comía carne en noches de luna llena, carne humana. 

      Estos beneficios colaterales, junto al firme propósito de adaptarse a su nuevo estado y evitar caer en la autocompasión le llevaron a enfrentar su problema de una forma positivista algo exagerada (siendo esto no otra cosa sino un mecanismo de autodefensa para soportar la maldición). En aquel entonces al Dr. no le preocupaban mayormente las personas que morían con la llegada de la luna llena, después de todo no era su culpa que mensualmente, y en un par de noches, se registrarán entre 7 y 9 asesinatos en los que poco y nada quedaba de las víctimas para ser reconocidas por sus adoloridos deudos.       “Yo soy el otro”, escribió Gerard de Nerval, idea tan antigua como la de los hombres-lobo y que han repetido incansablemente los poetas desde Blake y los románticos alemanes. El lobo, el otro yo del Dr. Landsburg, era el culpable de las muertes. Él había tratado de evitarlo, había puesto las esposas, se había retirado a su casa en la playa, mas todo era inútil. Había investigado y no había cura.  

     –¿Cura? ¡Lo mío no es una enfermedad! Es una condición –se decía el Dr. Landsburg–. Como el daltonismo por ejemplo.       El lobo ya no asustaba a Landsburg y había dejado de maldecir a la Luna, a la cual ahora profesaba su amor.        –Me da lo mismo que me digan que la Luna es una roca inerte en el firmamento, yo sé positivamente que no lo es –solía decir el Dr. parafraseando a Lawrence–.
La Luna, símbolo femenino mortuorio y cíclico. Controladora de todos los planos cósmicos sujetos a la ley del devenir: aguas, lluvia, vegetación, fecundidad, hombres lobo…
      A pesar que el lobo como símbolo es ambivalente, el Dr. imbuido por su positivismo prefirió quedarse con el aspecto benéfico, en contraposición al feroz y satánico. El lobo es símbolo de la luz porque ve en la noche, esa era su significación entre los nórdicos y los griegos que lo atribuyeron a Belen y Apolo. Entre los mongoles, el lobo tenía carácter celeste y se le consideraba el ancestro del gran Gengis Khan. También en China se le vincula al cielo, siendo personificación de la estrella Sirius, guardián del palacio celestial (la Osa Mayor). El hecho que el lobo desempeñara el papel de psicopompo y que su boca fuera el símbolo de reintegración cíclica en la mitología escandinava hicieron creer al Dr. que las víctimas de su yo-lupino no podían encontrar una mejor forma de morir. La adaptabilidad del ser humano parece no tener límites, se decía Landsburg, uno se acostumbra a todo.
La Fontaine estaba en lo correcto cuando, al oír lamentar la suerte de los condenados en las llamas del Hades dijo: “Pienso que al final se acostumbrarán y estarán allí como el pez en el agua”.
 

5       La primera víctima humana de Landsburg fue “la Jacqueline”, una muchacha que ejercía el comercio sexual. Jacqueline tenía tan sólo doce años cuando el borracho de su padre llevó a casa a un amigo suyo para que la violase. Ella se negó enérgicamente y el padre mismo la violó para que no se hiciera la caprichosa, luego le tocó el turno a su amigo. Desde aquella noche Jacqueline no volvió a oponer resistencia. Durante años tuvo relaciones sexuales con su padre hasta que lo arrolló un camión, Jacqueline fue acogida entonces por uno de los amigos del viejo que oficiaba de proxeneta y que la obligó a prostituirse. Landsburg la despedazó con rapidez para luego seguir con Rodrigo Fuentes; taxista; 62 años; jubilado de Carabineros; padre de dos hijos y abuelo de cinco nietos; fanático del fútbol, los buenos asados y la de proxeneta y que la obligó a prostituirse. Landsburg la despedazó con rapidez para luego seguir con Rodrigo Fuentes; taxista; 62 años; jubilado de Carabineros; padre de dos hijos y abuelo de cinco nietos; fanático del fútbol, los buenos asados y
la Sonora de Tommy Rey. Don Rolo (como le decían en el barrio) había tenido la mala idea de detener su vehículo para contemplar la carnicería. Mala suerte.
      Landsburg se sirvió luego a Delia Jorquera (una anciana vagabunda de la que no podemos decir mucho salvo que apestaba a orines) y a Javier Eltit; Diseñador Gráfico de una importante agencia de publicidad; 35 años; de signo zodiacal Géminis; muy imbuido en los temas esotéricos y fanático de bandas como Atari Teenage Riot, Nine Inch Nails y Slayer. Javier viajaba por la costanera a 140 km./hora en su moto Steed cuando el licántropo le saltó encima. Antes de tocar tierra ya estaba muerto con el cuello seccionado. Su novia de 19 años, Esperanza Gubbins (prima del estudiante de Literatura y joven promesa de la narrativa chilena, Carlos Andrade), lo esperaba en el departamento que ambos compartían para celebrar el primer aniversario desde que vivían juntos. Había preparado una cena especial y esperaba hacer el amor toda la noche con Javier, a quien llamaba cariñosamente “Pinky” y cuyos restos los efectivos policiales habrían de reunir en cinco bolsas distintas. 

     El licántropo ya había saciado su hambre, pero de todas maneras mató a una persona más antes que despuntara el alba, un borracho que dormía sobre el banco de una plaza y que resultó ser no otro que Miguel Alvarado alias “Cocofla”, estudiante de cuarto año de Sociología de la Universidad Arcis. Cocofla venía de un recital de Bad Religion en
la Discotheque Laberinto, había estado dos horas encerrado en el baño de mujeres para no pagar y luego se había emborrachado con unas botellas de vodka y pisco que habían entrado clandestinamente unos conocidos suyos. Terminada la tocata y abandonado por sus amigos, Cocofla intentó abordar una micro pero antes de llegar al paradero lo venció la borrachera, y ahí, durmiendo la mona sobre un banco lo encontró el lobo.
       En un principio, Landsburg pensó que le descubrirían, sobre todo cuando los periódicos sensacionalistas comenzaron a especular sobre la desaparición de varias personas que no dejaban más rastros que algunas manchas de sangre. Primero, se habló de un asesino en serie, las versiones sobre un monstruo de pelaje grisáceo y dientes agudos como navajas eran demasiado absurdas, incluso para la prensa amarillista. Finalmente los medios debieron aceptar la existencia de, por lo menos, un animal noctívago con una particular debilidad por la carne humana. Se recomendó a la población santiaguina no abandonar sus hogares las noches de luna llena, que era cuando la bestia cobraba sus víctimas pero esto no sirvió de nada. Existían personas de hábitos nocturnos que no se intimidarían por un perro grande, por lo demás, ¿quién se va a estar preocupando de observar el estado de la Luna antes de salir de noche?

       Siempre en Lunes, el programa de televisión con el más alto rating desde que se inventara el people meter y que ni siquiera el Dr. Landsburg se perdía, invitó como era de esperarse a expertos en el tema. Szandor Rivero, periodista argentino especializado en desenmascarar fraudes paranormales desestimó, pese a las rotundas evidencias, que se tratara de un hombre lobo.       –La primera mención a un hombre lobo sería en el siglo quinto A.C. –señaló Rivero al ser consultado sobre el tema–, cuando los griegos, al asentarse en las costas del Mar Negro tomaron a los habitantes de otras regiones por hechiceros capaces de metamorfosearse en bestias salvajes. La leyenda más conocida sin embargo proviene de la campiña francesa. Basta decir que entre 1520 y 1630 tuvieron lugar más de 30,000 juicios a hombres-lobo en dicho país. La mayoría de las personas que fueron llevadas ante los tribunales eran gente pobre, que provenía de tierras bajas con elevaciones de menos de 500 1520 y 1630 tuvieron lugar más de 30,000 juicios a hombres lobo en dicho país. La mayoría de las personas que fueron llevadas ante los tribunales eran gente pobre, que provenía de tierras bajas con elevaciones de menos de 500 metros sobre el nivel del mar. Una teoría reciente señala que toda esta psicosis colectiva de hombres lobo fueron resultado del hongo Ergot, que se desarrolló en el pan de centeno, la principal fuente de alimentación de los pobres. Dicho hongo, era un poderoso alucinógeno. La histeria de hombres lobo sería el resultado de una alucinación en masa ya que gran parte de los acusadores y acusados eran consumidores de pan de centeno. El pan que comían los ricos se elaboraba sobre la base de trigo, inmune al hongo Ergot. Esto explica la ausencia de casos de licantropía en dicho segmento de la población. 

     –¿Qué es lo que quiere decir, profesor Rivero? –preguntó la preciosa Carolina Russolo, una de los tres conductores del programa cuya profesión era la de reina de belleza.       –Quiero decir que estamos ante un caso de psicosis colectiva, similar a la ocurrida en Francia en el siglo XV –contestó Rivero–. Me temo que estamos a las puertas de una nueva caza de brujas.  

     Al igual que en los libros filosóficos de Tlön, Siempre en Lunes suele incluir la tesis y la antítesis, el riguroso pro y el contra de una doctrina. Su director, Bertrand González, sabe bien que un programa de televisión que no encierre su contraprograma es un programa incompleto por lo que también invitó al afamado investigador de lo paranormal Jaime Cáceres, experto en OVNIs, psicofonías, apariciones marianas y otras yerbas.        –Sólo por siaca, Don Jaime –dijo el Pipe Marambio, de profesión bueno pa’l hueveo y a quien Landsburg conocía de los tiempos en que Marambio animaba las fiestas del Club de Polo–, ¿qué precauciones tenemos que tomar pa’ protegernos de los hombre lobos? 

     –El método más seguro para eliminar a un hombre lobo –dijo Cáceres– es la plata.      –O sea que le tiro unas monedas y listo, profe –acotó el Pipe provocando las carcajadas del público. 

     –Me refiero a penetrar su cabeza, corazón o cualquier otra parte vital de su cuerpo con el metal llamado plata –continuó Cáceres sin perder su habitual compostura–. La plata tiene el mismo efecto corrosivo en los hombres-lobo que el ácido en el cuerpo humano, neutraliza las capacidades regenerativas de la criatura. El hombre lobo, ya sea en forma humana o de lobo, no será capaz de regenerarse con la nueva luna llena y morirá indeclinablemente. Ahora bien, cabe señalar que no existen aún pruebas que confirmen que el responsable de las muertes sea un hombre lobo, ni siquiera existen pruebas de que esta criatura mitológica exista, yo tengo otra teoría…      –¿Y cual es esa teoría, profesor? –preguntó la hermosísima Carolina, una de las pocas mujeres que no necesitaba bisturí de acuerdo al Dr. Landsburg (por lo menos hasta que los años se le vinieran encima) y que gustaba de leer indistintamente tanto a Paulo Coelho como Nietszche, además de mantener una relación extra-marital con el Pipe (la cual era un secreto a voces). 

     –Yo creo, Carolina –dijo muy serio Cáceres–, que las muertes son obra del chupacabras.       –¿Del chupacabras? –exclamó sorprendido el Pipe–, no hueveé profe.      –Mis investigaciones me han llevado a concluir que el EBA (o ente biológico anómalo) conocido como chupacabras, es la mascota olvidada de un equipo de investigación alienígena. Lo que en un principio no era más que un cachorro se ha desarrollado y ahora posee la capacidad y fuerza necesaria para alimentarse de humanos. El chupacabras puede teletransportarse utilizando los campos geomagnéticos de la Tierra, lo que representa una enorme ventaja evolutiva.

      –Eso explicaría entonces sus ataques en distintos puntos del planeta, y el que haya sido imposible su captura –comentó la superlativamente agraciada Carolina como si diera crédito a las palabras del charlatán.       –En efecto, Carolina –respondió el embelesado ufólogo con la mirada fija en aquellos grandes ojos azules de nuestra única Miss Universo–. Usted además de bella es muy inteligente. 

     –¡Por favor! –exclamó indignado Rivero–, que este asunto no involucre hombres lobos no quiere decir que usted los reemplace por el aún menos probable chupacabras, ¿tiene usted alguna noción mínima de ciencia?, ¿ha oído hablar de la Paradoja de Fermi?      Samuel Álvarez, de profesión humorista y tercer y último integrante en importancia del triunvirato de conductores trata de calmar los encendidos ánimos de Rivero con el chiste de rigor: dos siameses llegan al médico, uno está todo rasguñado, el médico pregunta ¿cuál de ustedes es el hombre lobo?        El Pipe y el resto de los conductores, invitados, público y tele-espectadores se desternillan de la risa, todos menos Szandor Rivero que no se explica cómo fue que aceptó venir al programa.  

     Landsburg, que había seguido la transmisión desde la comodidad de su cama king size en compañía de María Gracia (con la que había hecho el amor cinco veces durante las tandas comerciales), apagó la tele. Inmersos en la oscuridad del dormitorio los amantes se abrazaron y María Gracia dijo:      –Tú deberías tener un programa de televisión.  

     –¿Yo en la tele? –preguntó Landsburg–. Debes estar bromeando.      –De ninguna manera –aseveró María Gracia– eres muy fotogénico, Cristóbal, tienes mucha mejor facha que el roto ordinario del Pipe Marambio, ¡no sé que le encuentran a ese gallo! 

     –Es simpático, representa muy bien al chileno bueno pa’l hueveo. Yo no sería capaz de conducir un programa como Siempre en Lunes.      –No hablo de que hagas un programa como ese, sino algo que tenga que ver con lo tuyo. 

     –¿Con la cirugía?      –Sí, se podría hacer un casting de gente que necesite arreglarse algo, pero no deformidades congénitas o de grado patológico, nada de labios leporinos, secuelas cicatrizales de quemaduras, pérdidas de sustancia por resección de tumores o accidentes, eso no lo quiere ver el público. 

     –¿Qué entonces? ¿Liftings, mamoplastias, abdominoplastias, lipoaspiraciones…?      –You got the idea, Chris. En el programa se mostraría a los pacientes en tu consulta hablando de que quieren hacerse y porqué, luego podría ir parte de la operación y después como quedaron y la forma en que la operación ha mejorado sus vidas. Ellos no pagarían un peso, sería financiado por el canal, y tú te convertirías en una estrella mediática. 

     –No sé si quiera convertirme en una estrella mediática.      –Hasta te tengo un nombre para el programa, “Cirugía del cuerpo y del alma”, es una idea ganadora, te lo aseguro. 

     –No sé, no me convence.       –Bueno, si no lo haces tú ya verás como alguien se te adelanta –sentenció María Gracia volteándose. 

     Landsburg permaneció despierto unos minutos más en medio del silencio nocturno, reflexionado lo positivo que era que se tomara a la broma los ataques del licántropo para finalmente concluir que dentro de un tiempo sería tan habitual que murieran despedazadas cinco o seis personas durante las noches de luna llena que nadie daría mayor importancia al asunto, pero el Dr. se equivocaba. 6 

     Pese a que Landsburg no poseía plena conciencia en estado de lobo, sí recordaba algunos detalles de sus correrías nocturnas y conservaba suficiente conciencia como para no atacar a un familiar, amigo o cliente, así mismo como niños y mujeres embarazadas (cabe recordar que el hombre lobo en forma lupina retiene suficiente conocimiento como para reconocer víctimas, evadir trampas, etc.). Como bien sabemos el licántropo se había zampado a criminales menores, parejas de enamorados, pordioseros, trabajadoras sexuales, nadie que fuera significativo para el gran público. Pero entonces, tragedia nacional, ¡el hombre lobo se había comido al Pipe Marambio!       Luto nacional, banderas a media asta. Fue la gota que colmó el vaso, el Gobierno decidió que era tiempo de hacer su entrada y optó, no sin las acostumbradas discrepancias partidistas, a decretar toque de queda en Santiago las noches de luna llena, lo que se conoció como “restricción lunar”. Una vez más las fuerzas armadas se volcaron a las calles para “garantizar la paz ciudadana” y “hacer cumplir la normativa”. Se cometieron algunos excesos pero después de todo era por el bien del país. Lo irónico de todo esto, es que el Dr. no era el responsable de la muerte del Pipe, sino un asesino a sueldo contratado por Maximiliano Canala-Etcheverría, el celoso y multimillonario marido de la Russolo.       Michael Fallon era británico y un especialista en realizar homicidios que aparentaran ser accidentes, razón por la que se había ganado el apodo de “Accident-Man”. Para él fue muy fácil deshacerse del Pipe simulando un ataque del hombre lobo, cobró la otra mitad de su paga (que el anciano marido de la reina de belleza depositó en una cuenta en Suiza) y regresó a su apacible casita de ladrillos en la ciudad de Lowestoft en el condado de Suffolk, Inglaterra, donde vivía junto a sus tres gatos.       En cuanto a la brillante medida implementada por el Gobierno, esta duró tan sólo unos meses. La gente ya estaba harta de la restricción vehicular, los ahorros de luz forzados, las botillerías cerradas después de las doce de la noche… La oposición, que hace tiempo exigía que el Gobierno tomara cartas en el asunto le echó luego en cara el implementar un régimen del terror y hasta se dijo que el monstruo era un sistema de limpieza étnica del gobierno, coludido en cierto complot internacional orquestado por los socialistas. Giorgio Giordano, el diputado ecológico, llamó por otra parte a un acto público en contra de la restricción lunar, que se sumaba a todas las otras medidas que amenazaban la libertad y derechos ciudadanos. Finalmente, los militares se negaron a seguir protegiendo a la ciudadanía. ¿Quién nos protege a nosotros?, alegó el general al mando. Al monstruo le gustaban tanto los militares como los civiles.  

     Debido a la delicada situación que vivía el país, es decir, Santiago y sus alrededores, el Dr. Landsburg decidió abandonar Chile durante un tiempo. Dejó a su socio, el doctor Víctor Carrera a cargo de la clínica y emprendió un viaje de dos años a Israel, Alemania, Brasil y Estados Unidos, donde se especializó en los nuevos procedimientos de la cirugía plástica y degustó la carne extranjera. Landsburg intentó, además, contactarse con otros de su especie e incluso regresó a Rumania en busca del lobo alfa que le había engendrado, pero todo fue en vano. ¿Cómo era posible que él fuera el único hombre lobo en el mundo?, se preguntaba Landsburg, ¿dónde estaban sus demás hermanos? Ante el fracaso de sus pesquisas el Dr. hubo de contentarse con observar a los lobos enjaulados de los zoológicos de las principales capitales que visitó. Para su sorpresa ahora podía distinguir perfectamente a los machos de las hembras, que despertaron en él novedosos deseos zoofílicos. Era una suerte que en su forma lupina su principal deseo fuera el de cazar y no reproducirse ya que en Chile no había ni una sola loba (ni siquiera en el zoológico metropolitano) y encontraba indigno cruzarse con una perra.       A su regreso a Chile el ambiente socio-político se hallaba más tranquilo y la polémica del momento se centraba en el magnate norteamericano George Kettenmann y su proyecto de crear un “santuario de la naturaleza” en la Décima Región. Kettenmann era partidario de lo que el ecofilósofo noruego Arne Naess denominó “ecología profunda”, algo que nadie sabía muy bien de qué se trata pero que aparentemente se asemeja a las ideas de San Francisco de Asís y a lo que en países desarrollados se conoce como “perennial philosophy”, término cercano al ecocentrismo.       Kettenmann había publicado un aviso en la prensa local pidiendo información que condujese a la captura de los responsables de una matanza de lobos marinos cerca de una empresa salmonera de la zona y como respuesta se produjo una avalancha de denuncias que señalaban el presunto acoso de Kettenmann hacia los colonos, además de surgir versiones que señalaban que el territorio del norteamericano (el 22 por ciento del total de terrenos de la provincia de Palena) era una amenaza a la seguridad de la nación, y que daría paso a una nueva Colonia Dignidad, un basurero nuclear, o una nueva patria judía.        Ajeno a estas polémicas, Landsburg reformó la clínica de cirugía plástica convirtiéndola en clínica estética, especializándose en la tecnología láser, y cambiando el bisturí por el rayo de luz colimado, coherente y monocromático. Al igual que en la mayoría de los países industrializados el Chile de la década de los 1990’s experimentaba un auténtico boom de cirugías estéticas por lo que el Dr. estaba ganado dinero a camionadas. 

     Los servicios de Landsburg ya no eran un bastión exclusivo de la clase alta y tanto secretarias como vendedores de seguros se endeudaban con el banco para cortarse unas cuantas lonjas de cadera o hacerse un lifting. La cosa llegaba a tal extremo que unos padres, tan necios como ricos, quisieron regalar a su hija, con motivo de su decimocuarto cumpleaños, una implante de pechos. El Dr. Landsburg se negó a hacer la intervención explicándoles que a los doce años la niña aún no terminaba de desarrollar sus propios senos. Los padres encolerizados demandaron al Dr. pero los jueces, como es lógico, le dieron la razón a Landsburg.       Rosa Montero, lúcida cronista de la revista El Sábado de El Mercurio (al que el Dr. estaba suscrito por supuesto), había redactado: “Vivimos en un mundo hipertecnológico en el que casi todo es posible, y el deseo de ser Dios es demasiado fuerte. ¿Qué mayor poder aparente sobre la vida puede haber que el de construirnos a nosotros mismos? Cambiar de sexo, como los transexuales; de raza, como los chinos; o, más modestamente, de nariz, de glúteos, de barriga. Cambiar de cuerpo, en fin, y luchar contra los estragos de la edad, como si la eternidad fuera posible. Pero no lo es, y, por mucho que nos estiremos y recosamos, la muerte siempre acaba por devorarnos.” ¡Que identificado se sintió el Dr. Landsburg con esas palabras! Él era un dios que dispensaba inmortalidad a sus pacientes pero que también acababa con la vida de los indeseados, él cambiaba de cuerpo y nunca envejecería, lo que podría suponer un problema a la larga, pero el Dr. ya se ocuparía de ello a su debido tiempo.    

7      Los medios de comunicación volvieron a divulgar las andanzas del monstruo y una vez más el gobierno intentó decretar estado de emergencia y restricción lunar pero nadie hizo caso, había mayor mortandad por conductores ebrios que por un hombre lobo. El Dr. nunca se había sentido más seguro y confiado. Entonces comenzaron sus verdaderos problemas.  

     Lo primero fueron ciertos indicios de que su yo lupino se estaba tornando incontrolable, cuyo mejor ejemplo fue la cirugía que hubo de practicarle a una dama de la alta sociedad que había recibido un zarpazo de la bestia en los glúteos. La excelentísima señora era una de sus mejores clientes y cada vez que le solicitaban ser portada de revista acudía con él a “arreglarse” algo. Imaginen la preocupación del Dr., hasta ese momento sólo había atacado a desconocidos (lo que de alguna manera alivianaba su sentimiento de culpa) pero ya no podría estar seguro de no zamparse a algún amigo, cliente o familiar. A esto hubo de sumarle Landsburg una demanda por cuasidelito de lesiones graves interpuesta por una de sus pacientes luego de que se acreditara que había dejado una compresa de gasa en uno de sus implantes. El Sexto Juzgado del Crimen de Santiago decidió someterlo a proceso por el cuasidelito de lesiones graves debido a esta negligencia médica “inexcusable” y el escándalo que se desató al filtrarse la noticia fue de proporciones afectando profundamente la impecable reputación del Dr. Pero lo peor estaba aún por llegar tras el infortunado fallecimiento de una paciente en su exclusiva clínica.       El procedimiento llevado a cabo por su socio, el Dr. Carrera, había consistido en una doble cirugía: implante mamario y estiramiento de abdomen, lo que significó casi seis horas de pabellón. A eso de las tres de la tarde del día siguiente, la paciente comenzó con síntomas de taquicardia y baja de presión. El doctor Carrera consultó con Landsburg quien concluyó que probablemente tendrían que efectuar una transfusión sanguínea, pero antes de llevarla a cabo la paciente falleció a causa de una embolia pulmonar, una complicación poco frecuente pero propia de cirugías estéticas de alta complejidad como es efectuar dos procedimientos en una misma intervención.  

     Dos querellas (una criminal y otra civil) fueron interpuestas en contra del Dr. Landsburg y su socio. Su reputación se hundió más aún y el escándalo creció a proporciones insoportables, Landsburg lo único que deseaba era huir al extranjero, deseo que no podía llevar a la práctica debido a la orden de arraigo emitida en su contra.        El único consuelo del Dr. ante todos estos contratiempos era que pronto habría Luna llena pero incluso esto le producía cierto resquemor ante la posibilidad de que el lobo actuara descuidadamente.  

     Esa noche, como cada mes, el Dr. Landsburg había abierto los ventanales de par en par y contemplaba pacientemente al sol ocultarse tras la cordillera mientras escuchaba los Conciertos brandenburgueses de Bach. Cuando el astro estaba a punto de abandonar completamente el firmamento y justo en el mismo instante en que se oía el increíble solo de clavelín del primer movimiento del quinto concierto, Landsburg comenzó a resoplar fuertemente por la nariz y a jadear como un cánido. Ya adoptando la pose cuadrúpeda, saltó por la ventana hacia el enorme patio de su residencia y dio la bienvenida al lobo.        El licántropo estaba impaciente y en vez de merodear por las periferias de la ciudad, lejos de su exclusivo barrio donde nadie se metía con nadie y nadie veía nada, irrumpió con violencia en la casa de sus vecinos modificando inesperadamente sus hábitos de cacería. Primero atacó a los dos perros de la familia (un dogo argentino que respondía al nombre de Polo y un pastor belga llamado Lucas) para luego seguir con la asesora del hogar cuya habitación se ubicaba en un pasillo junto a la cocina.     La Sra. Eduviges tenía 54 años y era oriunda de Panguipulli, llevaba diez años trabajando con la familia Arestizabal-Hoffman y se sentía muy agradecida de sus patrones que la trataban dignamente y le tenían el pago de sus imposiciones al día. A los pies de la escalera que conducía al segundo piso y los agradecida de sus patrones que la trataban dignamente y le tenían el pago de sus imposiciones al día. A los pies de la escalera que conducía al segundo piso y los dormitorios el licántropo se encontró con el jefe de hogar en pijama y empuñando una pistola, José Ignacio Arestizabal Lorenzini, de 47 años, era colega del Dr. Landsburg; había estudiado Medicina en
la Universidad de Chile y Psiquiatría en la misma casa de estudios; tenía un postgrado en el Nacional Addiction Centre, Institute os Psychiatry of Maudsley and Bethlehem Hospital, University of London y un postgrado en Abuso de sustancias de
la Universidad de Yale; le gustaba practicar el parapente, sus escritores favoritos eran Tom Clancy y Robert Ludlum y le gustaban las películas de James Bond. El licántropo recibió cinco disparos en el cuerpo y luego destrozó a José Ignacio. Arriba le esperaban abrazados en una esquina los restantes miembros del núcleo familiar. Francisca Hoffman Cruchaga tenía 32 años y era “Artista visual”, poseía una licenciatura en arte mención escultura y un postítulo en arquitectura y manejo del paisaje de
la Universidad Católica,
la Pancha había participado en un sinnúmero de exposiciones tanto en Chile como en el extranjero y para ella el arte podía definirse en la frase de Joseph Beuys: “Denken ist Form”. Luciano Arestizabal Hoffman tenía 9 meses, pesaba 11 kilos, medía 79 cms. y gustaba de llorar y beber leche del pecho de su madre; Candelaria Arestizabal Hoffman tenía 13 años, estudiaba en las Monjas Francesas y era fanática del animé y Placebo, sus amigas la llamaban “Candy”, tenía el cabello rubio y quería desesperadamente tinturárselo negro, pero sus padres se lo habían prohibido. El licántropo dio cuenta de ellos de una forma particularmente bestial dejando tras de sí un escenario de sangre y vísceras que los periodistas no dudarían de calificar como “dantesco”.
      El hombre lobo se disponía a retirarse del hogar de la extinta familia cuando una potente luz penetró de improviso por la ventana del dormitorio, la intensidad del foco cegó al licántropo y este huyó hacia los faldeos precordilleranos contiguos al Arrayán, corriendo velozmente con su perseguidor volando detrás de él por sobre las copas de los árboles más altos. Una y otra vez el licántropo cambió bruscamente de dirección en busca de un fragmento más tupido de bosque, sólo para ver de nuevo frente a si el rayo de luz del helicóptero, un A-H 64 Apache de esos que fueron utilizados exitosamente durante la guerra de Golfo de 1991 cuando destruyeron más de 800 blindados e inutilizaron radares estratégicos iraquíes.  

     El Apache que perseguía a Landsburg estaba diseñado para combatir tanto de día como de noche y con cualquier condición meteorológica, estaba armado de un cañón de 30 milímetros montado en el eje y sobre el fuselaje; de un lanzacohetes de 70 milímetros y de cuatro lanzadores de misiles de tipo Hellfire (antitanques), Sidewinder (antiaéreos) y Sidearm (antirradares). Este helicóptero por supuesto que no pertenecía a la Fuerza Aérea chilena, sino a cierto particular muy acaudalado e inescrupuloso.       Tras una hora de persecución el Apache acorraló al licántropo en un yermo al pie de un acantilado. El lobo intentó trepar por la rocosa muralla pero le fue imposible, el helicóptero había descendido cortándole la vía de escape. Dos hombres con atuendos paramilitares se bajaron del Apache y el licántropo se dispuso a atacarles, los sujetos le apuntaron con sus fusiles y antes que pudiera saltarles encima lo acribillaron a balazos. El Dr. jamás había recibido una bala en el cuerpo, ya fuese en estado lupino o como humano, pero sabía que estas no eran balas comunes, eran balas de plata.       Los poderosos músculos del licántropo se contrajeron al igual que garras, comillos y pelaje. En medio de un indescriptible y dulce dolor más cercano al éxtasis divino que otra cosa el hombre lobo recuperó su forma humana.  

     El asombroso factor regenerativo de Landsburg no estaba funcionando, parecía increíble, pero se estaba muriendo.       –¿Quiénes son ustedes? –logró balbucear el Dr. mientras escupía sangre e intentaba ponerse de pie.      –Esto es de parte del Sr. George Kettenmann –dijo uno de los sujetos desenvainando una katana de plata–. Usted es una muy mala propaganda para Chile como destino turístico, el Sr. Kettenmann ha tolerado suficiente su existencia y no puede permitir que un hombre lobo ajeno a la Hermandad le arruine su proyecto de instalar un resort para licántropos en el sur. 

      –¿De qué hermandad está hablando?        –La Hermandad del Plenilunio, la organización más grande de licántropos del mundo.

      –¿Y por qué nunca se me invitó a unirme?       –Usted fue mordido por un miembro expulsado de la hermandad, y al ser un lobo beta engendrado por un alfa desafiliado no posee el derecho a incorporarse a la organización.  

     –¿Que hay del lobo alfa que me infectó?      –Fue eliminado poco después que lo mordiera, esa misma noche de hecho. Le estábamos siguiendo la pista hacía meses a ese desgraciado. Si usted no hubiese abandonado su habitación del hotel todo esto podría haberse evitado Dr. 

     Todo quedaba muy claro ahora. Landsburg no había podido encontrar más hombres lobos porque estos le rehuían. Él era como un leproso para ellos, el hijo bastardo que se negaban a reconocer.      –Nuestro jefe me ha pedido que le lleve su cabeza –dijo el sujeto de la katana–, así que si me permite… 

     Mucho se ha especulado sobre lo que experimenta la mente de alguien que está a punto de morir y no son pocos quienes postulan que la vida entera del individuo pasa ante sus ojos en un breve instante. En el caso del Dr. Landsburg, su mente se fijó en un recuerdo en particular: el último capítulo de Magnum P.I., tanto el “aparente”, como el verdadero.       Anticipándose a la presunta cancelación de la serie en la primavera de 1987, los productores de Magnum filmaron un dramático y surrealista final en el que el personaje interpretado por Tom Selleck era asesinado de un balazo para luego irse directo al cielo. Sin embargo el programa favorito del Dr. gozaría inesperadamente de una nueva temporada, obligando a los guionistas a convertir la muerte y ascensión al Reino Celestial de Magnum en un “sueño”. El verdadero final de la serie saldría al aire en mayo de 1988 en un capítulo de dos horas en el cual Thomas Magnum abandonaría el negocio detectivesco, se reuniría con su hija perdida y se reincorporaría a la armada. ¿Era este, al igual que en el caso de Magnum, sólo un final aparente? ¿Se extendería la temporada de caza para el licántropo hasta su verdadero retiro?  

     La hoja de la katana cercenó de un sólo y certero golpe la cabeza del Dr. Landsburg que rodó por el suelo con una expresión beatífica en el rostro, expresión que posteriormente sorprendería a George Kettenmann. © 1997-2003, Sergio Alejandro Amira A. 

I love Lucy

Rodrigo 

1 

Hace tiempo que un permanente estado de inquietud invadía a Rodrigo. Tanto la inspiración como el deseo inconsciente de poner punto final a su memoria de ingeniería electrónica le rehuían la mirada. También se la rehuía de cierta forma el mundo laboral, desde que las ventajosas condiciones de trabajador freelance habíanse acabado de la noche a la mañana. Para colmo, mientras no terminara los trámites académicos no obtendría el título profesional que le permitiría trabajar legalmente como ingeniero electrónico. Sentimentalmente tampoco estaba en paz, la mujer que le quitaba el sueño no hacía nada más que arrebatarle horas a sus noches –y también a sus días–, sin que se decidiera a darle el sí, confundida debido a su corta edad e infelizmente enredada con un tipo que claramente no la merecía. 

      De cualquier forma era sólo cuestión de tiempo para que la bella e inteligente muchacha admitiera que su relación amorosa con el pelafustán aquel era un terrible error y que no era otro sino Rodrigo el hombre de su vida, al menos eso pensaba él. ¿Cuándo alcanzaría su amada la iluminación? Rodrigo esperaba que pronto, y aunque era muy paciente y solía decir que sus objetivos eran a “largo plazo”, había momentos en que la situación se le hacía insoportable. 

      Tampoco encontraba Rodrigo sosiego en sus locuaces y silenciosos amigos: los libros, en los que históricamente habíase refugiado cuando las condiciones del mundo externo no le eran favorables. Le resultaba imposible leer más de dos páginas seguidas sin perder la concentración. En aquellos momentos su mente comenzaba a divagar por mundos extraños y, si bien aquel era el inmejorable estado para la creación literaria –otro de los pasatiempos de Rodrigo–, para cuando comenzaba a escribir en el procesador de textos, su imaginación, otrora fecunda, caía marchita a sus pies y terminaba produciendo historias bastante mediocres y aburridas, como aquella sobre el Fasat-Alfa que había enviado a Púlsares –el primer concurso de cuentos del fanzine Fobos– y que había motivado las burlas de los gurúes de la ciencia ficción chilena que oficiaban de jurado: Luis Saavedra y Pablo Castro.  

      Rodrigo, en definitiva, estaba en un estado que un jugador de ajedrez habría definido como “ahogado”. No podía realizar movimiento alguno. Pero, a diferencia del rey atacado, su estado de ahogamiento tenía solución: sólo necesitaba huir de todo y de todos durante algún tiempo. Relajar y ordenar su mente, y aquello sólo podría realizarlo en un lugar tranquilo. 

      Aquello fue precisamente lo que diagnosticó su hermano mayor, Christian. En una extensa, reveladora y catártica conversación, le recomendó retirarse a su parcela de veraneo recientemente adquirida, ubicada cerca del pueblito de Santa Juana, a unas pocas decenas de kilómetros de Concepción, en la región central de Chile. Rodrigo estuvo de acuerdo con aquella propuesta y emprendió el viaje desde Santiago en el Susuki Ignis four wheel drive de su hermano. Partió a las seis de la mañana, mapa en mano, y llegó a eso del mediodía a la finca. Detuvo el vehículo frente a una imponente reja de gruesas pilastras de cemento con fierro dibujando arabescos y tocó dos veces la bocina. Al fondo se divisaba una casona con un ligero estilo colonial. A los pocos minutos aparecieron los cuidadores de la propiedad, don Aquiles y doña Eduviges, un matrimonio de unos cincuenta años que había trabajado con el antiguo dueño del terreno y que Christian había decidido mantener después de haberla adquirido. 

      Don Aquiles descargó el equipaje de Rodrigo, que se limitaba a una sola maleta, un computador portátil, en caso que la inspiración remontara el vuelo, un pequeño bolso que contenía su telescopio y, finalmente, el trípode de este instrumento; luego lo condujo a la habitación que le habían preparado. Tras estas vicisitudes y mientras Eduviges terminaba de preparar el almuerzo, Rodrigo se dispuso a dar una vuelta por los alrededores, acompañado de Aquiles. Tras la casa se extendía un cuidado jardín que desembocaba en una amplia piscina junto a una hilera de cerezos en flor al lado norte que la protegían del viento; más atrás había un huerto con lechugas, alcachofas y otras verduras. Más al fondo, una arboleda de frutales, especialmente manzanas y duraznos. Contiguo a la huerta, llegaron a un sitio extenso, arado y sembrado, según informó Aquiles, de avena. Al lado estaban las caballerizas con tres hermosos equinos para montar. 

      Siguieron caminando por un amplio terreno sin cercos hasta el límite de la propiedad, demarcado por una ristra de eucaliptos con rojos copihues trepando por sus troncos. Al final de este terreno había un cerco de alambre de púas. 

      –¿Y este caminito adonde va? –preguntó Rodrigo. 

      –Son caminos vecinales –respondió Aquiles–, que van a otras propiedades para desembocar después en el camino a Santa Juana, tres kilómetros más allá. 

      –Es bastante grande la propiedad de mi hermano –señaló en voz alta, para luego susurrar para sí –vaya suerte en los negocios ha tenido. 

      –Sí, deben ser una veinticinco hectáreas –confirmó Aquiles–. Será mejor que regresemos, la Eduviges debe estar esperándonos hace rato ya con el almuerzo. 

2 

      La siguiente semana fue muy placentera para Rodrigo. Se levantaba muy temprano cada mañana, incluso antes del amanecer. Montaba en alguno de los tres caballos de su hermano y se dirigía al más cercano y empinado promontorio. Desde allí observaba, en silencio, la aparición del sol. Se quedaba allí hasta que el humo de la cocina le señalaba que doña Eduviges ya tenía listo el desayuno. Leía hasta medio día tendido en la hierba, bajo la sombra de un gran cerezo que parecía haber sido plantado únicamente para ofrecer sombra a los lectores. Durante la tarde volvía a cabalgar, en dirección a un estero de aguas profundas y cristalinas que bordeaba la finca, y allí se quedaba refrescándose hasta que el estómago le indicaba que nuevamente era hora de comer y regresar a la casona en donde Eduviges siempre tenía preparado alguna comida campesina que multiplicaba por mil el apetito. Luego de saciarse, Rodrigo se sentaba a reposar en una mecedora ubicada en el patio frontal de la propiedad, respirando profundamente para impregnarse con el olor a tierra mojada que provenía de una huerta cercana que, todas las tardes, era regada en forma automatizada. En aquellos instantes, cuando el día comenzaba a perder terrero frente al avance de la penumbra, a Rodrigo le gustaba mirar hacia el cielo y observar cómo éste gradualmente iba cambiado del hermoso azul pálido a una tonalidad más oscura, y luego a un color violeta salpicado de tímidas estrellas, para llegar finalmente al tan familiar negro estrellado.  

      El cielo en aquel lugar estaba increíblemente sembrado de estrellas, y aquella visión de cósmica belleza arrebataba a Rodrigo más de alguna lágrima de felicidad y placer. Cuando llegó a la finca de su hermano, días atrás, la luna estaba en su fase menguante y, para cuando hubo luna nueva, Rodrigo casi temía por su corazón debido al increíble espectáculo producido por aquella frondosa salpicadura de estrellas, que de verdad parecía como si hubiesen esparcido leche en el cielo; una visión bastante inusual para un citadino como él. Su último juguete, un ultra compacto telescopio de óptica Maksutov-Cassegrain equipado con servomotores y GPS, no contribuía precisamente a disminuir el estado de excitación emotiva e intelectual que le producía el cielo. Observaba silencioso y paciente los astros durante muchas horas.  

      Una noche tuvo la fortuna de ver el paso de tres bólidos, uno de los cuales le provocó un sobresalto pues pareció caer por ahí cerca. Rodrigo, con el corazón palpitando y en actitud expectante, esperó varios segundos alguna explosión en el bosque, pero aquello por supuesto nunca ocurrió. Si alguien le hubiera visto el rostro, habría detectado un dejo de frustración. El motivo se originaba en el hecho que, si bien era una persona que miraba mucho hacia el cielo, tanto a simple vista como con instrumentos, jamás había visto algo fuera de lo normal. Como contraste, le resultaba bastaste común ver en televisión reportajes de personas que afirmaban y juraban haber visto alienígenas y naves espaciales y cosas por el estilo. Siempre había querido vivir una experiencia como las que veía en televisión, para así determinar si dichos avistamientos eran reales o sólo alguna clase de afiebrada alucinación. 

      El quinto o sexto día amaneció nublado y muy frío y la rutina a la que Rodrigo había comenzado a acostumbrarse fue de esta manera alterada. En vez de salir a vagabundear, decidió ofrecer su ayuda en las labores domésticas. Doña Eduviges ese día preparó las siempre bienvenidas “humitas”, aquella típica comida chilena que básicamente corresponde a una pasta hecha de maíz y especias, envueltas en las hojas de su mazorca conformando así un pequeño bulto que luego, al ser atado por su centro para evitar que se desarme, adquiere el parecido con el objeto de donde obtiene su coloquial nombre (y que no tiene nada que ver con la célebre farsa de los ummitas ideada por el psicólogo José Luis Jordán). La humita se cuece sumergida en agua y se sirve a la mesa caliente o fría, acompañada por lo general de un buen plato de ensalada a la chilena que no es otra cosa que rodajas de tomate con cebolla cortada a la pluma y perejil.  

      El proceso de elaboración de las humitas era más bien monótono, pero pintoresco, y Rodrigo ayudó moliendo los granos de maíz para transformarlos en la necesaria pasta. El matrimonio se reía y bromeaba a propósito de la poca habilidad de su huésped para realizar aquella labor tan simple. La verdad es que Rodrigo siempre había sido un inútil en la cocina, incapaz hasta de freír correctamente un huevo. El trabajo lo dejó extenuado, de modo que después de terminar decidió ir a dormir la siesta. 

      El día, inusualmente frío y nublado, se despidió muy rápido. Para cuando Rodrigo despertó de la siesta la tarde estaba irremediablemente arruinada. No había estrellas para mirar y hacía demasiado frío como para acometer un paseo nocturno, Rodrigo continuaba sin deseos de escribir y no quería leer. Don Aquiles notó su desasosiego y, destapando una botella de vino que según señaló había tenido guardada durante mucho tiempo, lo invitó a beber y a conversar sobre sus curiosas actividades. Le preguntó que tipo de cosas escribía y que miraba con tanto interés en el cielo. Rodrigo, que ya de por sí es algo egocéntrico y dado a explayarse, con un par de copas se tornó tan locuaz que hubieran podido llenarse varios tomos con todo lo que dijo en aquella velada. Le habló a Aquiles de su naciente vocación de escritor, de su revista digital TauZero y de su club de difusión científica-astronómica denominado RASTRO. Don Aquiles le escuchaba un tanto asombrado, pues semejantes ideas y pasatiempos no los había escuchado en persona alguna. De no ser por el parecido en el hablar y ciertos rasgos de la cara, don Aquiles no hubiera creído que la persona que tenía sentada enfrente era hermano de su patrón, tan distintos eran.  

      Rodrigo acudió a sus aposentos pasadas las dos de la madrugada, tras haber explorado los territorios desconocidos que le ofrecieron dos vasos de whisky, algo inédito en él que era casi abstemio, pero considerando que estaba en plan de recuperar su perdido sosiego, no dudó en explorar el curioso estado mental que otorga el alcohol.  

      Luego de eso se retiró a su dormitorio, en donde se durmió en forma instantánea. Descansó profundamente hasta que un fuerte ruido, como de un disparo o el aullar de un perro lo despertó a eso de las seis de la madrugada. un extraño rugido que los hizo callar de pronto. Tomé mi escopeta y la linterna y salí al gallinero encontrándome cara a cara con el animal este… del puro susto le disparé y le di de lleno en el pecho, el animal aulló y se fue corriendo más rápido que una liebre. Pensé en volver a la casa pero luego decidí asegurarme que el animal estuviera muerto. Seguí por cerca de quince minutos el rastro de sangre con mi linterna y al final encontré a un hombre que agonizaba sobre un charco de su propia sangre, pero no cualquier hombre, don Rodrigo, ¡sino que un hombre del futuro! 

      –¿Del futuro?, ¿por qué dice eso? –preguntó Rodrigo sin percatarse que los vellos de sus brazos se erizaban ligeramente.

      –Deje que le cuente –replicó Aquiles–. El tipo este me pidió que lo ayudara, en español pero con acento extranjero, le pregunté que podía hacer por él y me dijo que fuera a buscar ayuda a su nave, indicándome la dirección. “Ahí no hay nada” le dije, me contestó que siguiera, que la nave era invisible desde afuera.  

      –¿Cómo así? 

      –La nave se encuentra dentro de un campo de… de no sé que cuestión, disculpe don Rodrigo pero yo no entiendo de esas cuestiones. Me acerqué a una puerta y grité pa’ dentro que había un hombre herido, de inmediato salió una cosa como una carretilla mecánica con brazos y todo a buscar al pobre diablo. 

      –¿Había más tripulantes en la nave? –los ojos de Rodrigo crecían y se ponían muy redondos, no podía creer que una persona como Aquiles estuviera expresándose en esa forma. 

      Aquiles movió negativamente la cabeza. 

      –¿Y que hay del animal al que usted le disparó? ¿Lo encontró? ¿Y quien hirió al hombre? ¿Está seguro que no le disparó a este hombre confundiéndolo con un animal? ¿Por qué dice que es un hombre que proviene del futuro? ¿Se aseguró que … 

–Don Rodrigo –interrumpió Aquiles–, usted me abruma con tantas preguntas… bajó la vista un momento, y luego pareció concebir una gran idea. Levantó la mirada y con una sonrisa dijo:  

      –¿Por qué no le hace usted mismo las preguntas a la nave?  

      –¿Preguntarle a la nave? Aquiles, sólo fueron un par de copas de whisky las que nos tomamos. ¿Está seguro de lo que dice?  

      –Sí, don Rodrigo. La cosa esa habla, y es algo que me asusta. Pero usted es muy inteligente y estoy seguro que podrá entender todo aquello. Venga, lo llevaré… 

      –¿Está seguro que no hay peligro, mijito? –preguntó la aprehensiva Eduviges. 

      –Usted no se preocupe –contestó su marido–, quédese aquí a preparar el desayuno y nosotros ya volvemos. 

      Eduviges hizo como le decían, disponiéndose a encender la estufa a leña ubicada en el otro extremo de la cocina. Realizando aquella labor tan normal en su vida, Eduviges pareció recobrar la calma. Aquiles la miró un momento y luego dijo: 

      –¿Vamos entonces? –Pero se dio cuenta que le hablaba al aire–. ¿Don Rodrigo? –llamó–. ¿Dónde está? 

      Se sintió un ruido de violento traqueteo, y antes que Don Aquiles decidiera ponerse de pie para investigar el origen del disturbio, Rodrigo apareció en el umbral de la puerta. 

      –Debe estar fresco allá fuera de modo que fui a buscar mi chaqueta. ¿Nos vamos, Aquiles? –Los ojos de Rodrigo irradiaban energía y curiosidad que nunca pensó encontraría en aquel lugar tan tranquilo. 

Lucy 

3 

      Ya había amanecido completamente para cuando Rodrigo y Aquiles salieron de la casa. Luego de cabalgar durante un cuarto de hora llegaron al sitio en el que, supuestamente, se ocultaba la nave.  

      –Es allí, junto a los eucaliptos –señaló Aquiles–. Estamos a unos tres pasos de una pared invisible. Entre usted, yo le esperaré aquí afuera, me asusta esa cosa pues hace unas cosquillas de lo más raras.  

      Rodrigo avanzó los tres pasos, sintiendo el raro e intenso cosquilleo por todo el cuerpo que Aquiles había mencionado y se encontró frente a un desconcertante conjunto de ovoides y poliedros de color plateado. Se acercó a lo que asemejaba una escotilla abierta para luego adentrarse por un pasillo que lo condujo a un foso con una escalera metálica. Apoyó un pie en el primer escalón y ascendió hasta lo que parecía ser el módulo de mando del aparato, un cubículo atiborrado de cables, filamentos de lo que parecía ser fibra óptica y un sinfín de instrumentos extraños. La presencia de un único y enorme diván sugería que la nave estaba diseñada para un sólo ocupante.  

      –Bienvenido a bordo –anunció una agradable voz femenina. 

      –¿Quién eres? –preguntó Rodrigo. 

      –Soy la nave –contestó la voz escuetamente.  

      –¡Wow!, –exclamó Rodrigo–, si eso es cierto entonces estoy hablando con una Inteligencia Artificial, un adelanto que hasta ahora ha resultado imposible de conseguir… 

      –En efecto, –interrumpió la máquina–, soy una I.A., un “adelanto”, como tú dices, que finalmente fue conseguido, claro que a muchos años a partir de ahora… pero antes de seguir con esta conversación ¿Qué te parece si nos presentamos? Mi nombre es Lucy, ¿y el tuyo? 

      –¿El mío? –replicó Rodrigo no sabiendo hacia dónde mirar, pues la voz parecía salir de todas partes.  

      –Sí, ¿cómo te llamas? Has de tener un nombre, ¿no? 

      –sí, rmunda… ejem… Rodrigo –respondió. 

      –Rodrigo, gusto en conocerte. 

      –No no no, creo que el gusto es todo mío. 

      –¿Sí? ¿Y por qué dices eso? 

      –Porque creo que esto es algo así como un encuentro cercano del tercer tipo, una experiencia que siempre quise vivir, pero que, para ser honesto, estaba convencido que era una fantasía popular. 

      –Obviando el hecho que esto no es exactamente un encuentro del tercer tipo, es interesante la forma en que operan tus procesos cognoscitivos. Al parecer tienes una mentalidad poco usual, y creo que no necesitaré utilizar el protocolo de comunicación ur-humanos, que mi programación recomienda utilizar en casos de emergencia, como este. 

      –¿Ur-humanos? 

      –Ur-humano es el término para referirse en el futuro al actual estado evolutivo en que se encuentran tú y tus congéneres, es un término científico, sin inflexión peyorativa.  

      –¿Yaa, y como se autodenominan los humanos del futuro? –preguntó Rodrigo, entrecerrando involuntariamente los ojos en un dejo irónico. 

      –Humanos. 

      –Debemos parecer muy primitivos para estos humanos. 

      –¡Oh, sí! Tan primitivos como son para ustedes los lémures. 

      –¿Que ocurrió con el sujeto herido que mencionó don Aquiles? –Preguntó Rodrigo que no pudo dejar de sentirse ofendido ante lo que consideró una paralelo poco afortunado.   

      –El señor Char está en fuga criogénica en el área de almacenamiento –respondió Lucy–. Su estado es muy grave, puede incluso que no resista el salto temporal. 

      –¿Salto temporal? ¿Eso significa que ustedes provienen del futuro? 

      –Efectivamente, de 4.400 años en el futuro. 

      –¿Y que están haciendo aquí, en esta época, y precisamente en este lugar? 

      –Nuestra presencia aquí es producto de un lamentable accidente. Somos parte de un proyecto dedicado a rescatar especimenes biológicos del pasado. La biodiversidad de cuando yo provengo es muy limitada, se ha logrado reconstruir algunas especies pero las muestras de ADN disponibles son insuficientes, el recién implementado cronodesplazamiento nos ha permitido recurrir al gran almacén del pasado.  

      –¿Quieres decir que después de 4.400 años el hombre aún habita en la Tierra, que nunca logramos colonizar otros planetas? –El tono de la pregunta era una mezcla de apremiante frustración y alarma. 

      –¡Por supuesto que colonizaron otros planetas! En los albores del siglo treinta catorce mil millones de personas habitaban tres planetas y diez satélites del sistema solar, la humanidad estaba lista para extenderse por la galaxia con el reciente descubrimiento del viaje hiperlumínico pero las Inteligencias Extrasolares no se lo permitieron. Debido a una combinación de complejos factores que no viene al caso señalar, una terrible guerra se desató entre humanos e IEs. La diferencia entre la tecnología bélica de cada bando era apabullante. En un lapso de 500 años las Inteligencias Extrasolares eliminaron a los humanos de la faz de Venus, Marte y los demás satélites restaurando estos mundos a sus estériles estados previos. Luego de la destrucción de las urbes más importantes de la Tierra en 3.524, la humanidad por fin admitió su derrota rindiéndose ante el apabullante poderío de las IEs.  

      –Entonces sí existía vida fuera de la humana en el universo, ¡finalmente se derribó la paradoja de Fermi! –exclamó Rodrigo con evidente entusiasmo. 

      –Aunque de una manera muy dolorosa debo agregar –comentó la nave. 

      –Disculpa –se excusó Rodrigo–, no es mi deseo parecer insensible, me he dejado llevar por la emoción de este encuentro, de este diálogo. 

      –Eres mucho más entusiasta e inquisitivo y no pareces en absoluto intimidado como el otro señor con el que conversé previamente… 

      –Bueno, no es por menospreciar a Aquiles, pero él es una persona de campo, cuyas preocupaciones no exceden lo que tenga que ver con el cuidado de los cultivos. Yo en cambio pertenezco a la ciudad, poseo una licenciatura en ingeniería, soy un ávido lector de ciencia ficción y me fascina todo lo que tenga que ver con el espacio. Soy lo que se dice un astrónomo aficionado… y no ufólogo, dicho sea de paso, como la mayoría de la gente cree. En definitiva, creo que de alguna forma estoy inmunizado al shock que provocan lo fenómenos poco usuales. 

      –¿Ufólogo? No estoy familiarizada con dicho término. 

      –Un estudioso del fenómeno OVNI, de los objetos voladores no identificados. 

      –¡Ahhh! Esa superstición fue superada para mediados del tercer milenio, mucho antes incluso de tener noticia de las IEs. 

      –¡Ja!, lo que mencionas sólo confirma la sospecha que siempre tuve. 

      –En efecto, los OVNIs y todo el conjunto de creencias esotéricas y religiosas terminaron por extinguirse tras el cese de hostilidades por parte de las IEs. En mi línea temporal se considera a la fe como un desorden cognoscitivo, un lastre para la evolución de la conciencia humana.  

      –¿Los OVNIs entonces eran sólo un constructo social, como afirmaba Jung, y no naves tripuladas por seres inteligentes? –preguntó Rodrigo. 

      –Básicamente estás en lo correcto –respondió Lucy–. Ninguna civilización no-humana se habría atrevido a violar la Cuarentena Interestelar impuesta por los Archaenides, unas criaturas viejísimas que algunos, aunque te parezca absurdo, suponen anteriores al Big-Bang. Se cree que estos seres han sido quienes modelaron el universo para que existieran las condiciones necesarias para la existencia de la vida. Los Archaenides han tutelado el desarrollo de innumerables razas y culturas y han intervenido directamente en la evolución evolución de muchas otras. Cuando los humanos descubrieron el reactor hiperlumínico, los Archaenides enviaron a sus representantes con el objeto de darles la bienvenida a la Vastedad Galáctica, pero los humanos reaccionaron violentamente, lo que no había ocurrido con ninguna otra raza contactada hasta ese momento. Al parecer los Archaenides decidieron darle una reprimenda a los humanos que no olvidaran nunca, una derrota tan definitiva que les arrancara para siempre ese espíritu veleidoso tan característico. 

      –Como un padre escarmentando a un niño pequeño, nos encerraron en el closet planetario para siempre.  

      –No para siempre, Rodrigo. Una vez que los humanos hayan cumplido con su parte del tratado de amnistía, el cual consiste en la restitución de la Tierra a un estado salvaje, les será permitida la colonización de otros planetas, bajo la atenta observación de los Archaenides por supuesto. La Tierra pasará a formar parte de un santuario para ese entonces y será trasladada junto a los demás Planetas Originarios al centro de la Galaxia. 

      –¿Que no hay un agujero negro gigante en el centro de
la Galaxia? 

      –En efecto, no sólo uno, sino cientos… sin embargo, ellos han sido controlados e incluso son utilizados como una exótica fuente de energía… 

      –¡Wow! Tal y como fue imaginado en los libros de ciencia ficción… 

      –Ya lo creo, Rodrigo, esas historias han inspirado a generaciones completas de ingenieros y científicos, y ayudaron a soportar el choque cultural cósmico, cuando se rompió, como señalaste hace un rato, la paradoja de Fermi. 

      –¿Cómo son las IEs, Lucy? –preguntó Rodrigo al cabo de un momento de silencio, preocupándose de mencionar el curioso nombre de la Nave. 

      –Hasta de cuando yo provengo nadie ha visto una, todo contacto con los Archaenides y las IEs ha sido realizado a través de sus emisarios sintéticos, inteligencias artificiales de forma humanoide que sirvieron de intermediarias en el acuerdo de amnistía y que además permanecen como observadores en el proceso de recuperación de la biodiversidad de
la Tierra, lo que incluye el proyecto del cual formo parte.  

      –Con respecto al viaje en el tiempo… 

      –El cronodesplazamiento es un proyecto desarrollado con tecnología proporcionada por las IEs y lo que debes tener claro, Rodrigo, es que el viaje temporal lo es a través del tiempo lo mismo que a través del espacio. Lo que llamamos espacio y lo que llamamos tiempo son sólo facetas perceptuales de un continuo. Cuando viajamos por el espacio, también viajamos a través del tiempo, lo inverso a esto también es verdadero; cuando viajamos a través del tiempo, viajamos por igual, por el espacio.  

      –Suena sensato aquello, después de todo tanto tiempo como espacio son manifestaciones similares de las llamadas dimensiones, de modo que no me extraña si están acopladas, de la misma forma como largo-ancho-alto se relacionan entre sí cuando uno realiza un paseo tridimensional. 

      –Mmmm, podría decirse aquello, sin embargo me tomaría mucho tiempo explicarte el mecanismo mediante el cual se realiza el cronodesplazamiento. No quisiera burlarme de tus conocimientos, que parecen vastos, pero me temo que están atrasados unos treinta siglos. –Rodrigo resopló un tanto contrariado ante tal comentario de lapidaria certeza-. Aún así puedo contarte algunas cosas. No se puede viajar en el tiempo a menos de 200 años de distancia del punto de partida, ya sea hacia el pasado o hacia el futuro, un viaje menor a esta cantidad de tiempo destruiría el crono-reactor, la máquina del tiempo y un área de unos 500 kilómetros a la redonda. El dispositivo prosaicamente denominado “Ancla” nos fija a la Tierra mientras nos “movemos” hacia delante inteligencias artificiales de forma humanoide que sirvieron de intermediarias en el acuerdo de amnistía y que además permanecen como observadores en el proceso de recuperación de la biodiversidad de la Tierra, lo que incluye el proyecto del cual formo parte.  

      –Con respecto al viaje en el tiempo… 

      –El cronodesplazamiento es un proyecto desarrollado con tecnología proporcionada por las IEs y lo que debes tener claro, Rodrigo, es que el viaje temporal lo es a través del tiempo lo mismo que a través del espacio. Lo que llamamos espacio y lo que llamamos tiempo son sólo facetas perceptuales de un continuo. Cuando viajamos por el espacio, también viajamos a través del tiempo, lo inverso a esto también es verdadero; cuando viajamos a través del tiempo, viajamos por igual, por el espacio.  

      –Suena sensato aquello, después de todo tanto tiempo como espacio son manifestaciones similares de las llamadas dimensiones, de modo que no me extraña si están acopladas, de la misma forma como largo-ancho-alto se relacionan entre sí cuando uno realiza un paseo tridimensional. 

      –¿Que tanto pueden retroceder en el tiempo? 

      –El Plioceno es nuestro límite, no nos interesa recuperar especies anteriores a dicho periodo ya que serían muy difíciles de insertar en los nuevos ecosistemas. 

      –¿Y pueden viajar a vuestro propio futuro? 

      –No, estoy configurada para autodestruirme en caso de rebasar el año 6.400. 

      –¿Habrá algo más adelante que esos Archaenides pretenden ocultar? 

      –Interesante… ¿Sabes una cosa, Rodrigo? Esa es una pregunta que nunca me había formulado. 

      –Tal vez la curiosidad es un prerrogativa sólo humana, Lucy –Rodrigo esbozó una pequeña mueca de triunfo–. Con respecto al viaje temporal aún tengo algunas dudas, ¿qué hay con la ley de la causalidad, con las paradojas temporales como esa donde se regresa en el tiempo para matar al abuelo?  

      –Hasta el momento nadie ha cometido un hecho tan horrible como viajar en el tiempo para matar a un pariente, a pesar de aquello todos los cambios que infringimos al pasado, y que no son pocos, no afectan en nada el “cuando” de donde provenimos. Lo real y lo irreal están separados sólo por un simple factor estadístico de probabilidades. 

      –Pero… 

      –Lo real y lo irreal están separados sólo por un simple factor estadístico de probabilidades –volvió a repetir Lucy en un tono firme y que sonó definitivo. 

      –Perfecto –replicó Rodrigo–, comprendo. Tal vez te falte curiosidad pero no carácter… Estadísticas, siempre las famosas estadísticas. Mejor no insistiré en este punto, después de todo estoy treinta siglos atrasado con conocimientos… Dime, Lucy, ¿Y cómo se produjo el accidente? 

      –Ocurrió luego de capturar al último ítem de la lista, un lobo que de acuerdo a los registros históricos aterrorizó una pequeña aldea de la India en 1895. La criatura fue localizada, sedada y almacenada. Sin embargo, resultó ser mucho más peligrosa e inteligente de lo esperado. Los dardos en realidad no habían surtido efecto, la bestia sólo pretendía estar inconsciente. Rompió la jaula de contención y atacó al señor Char. Me vi obligada a abrir la escotilla para dejarla escapar antes que destruyera todos mis componentes. El señor Char se arrastró a los controles e intentamos emprender el viaje de regreso pero la energía sólo alcanzó para saltar las suficientes veces como para llegar aquí. El diagnóstico de daños indicó que deberíamos permanecer cinco horas mientras me autorreparaba, el diagnóstico del señor Char por otra parte indicó que, a pesar de no mostrar señas externas, su ADN, su composición hormonal y sus sistemas corporales habían mutado en forma asombrosa. El señor Char se transformó apenas abandonamos el cronodesplazamiento en una réplica de la bestia que lo había mordido y atacó a los especimenes recolectados previamente eliminándolos a todos a excepción de una pareja de murciélagos gigantes y un mandril que escaparon cuando, asustada ante la posibilidad de recibir más daño, abrí la escotilla.  

      –A juzgar por lo que me señalas, lo que capturaron en la India no fue un lobo sino un licántropo, un hombre lobo –aseguró Rodrigo en tono erudito, mientras se acariciaba la barbilla, con una incipiente barba de cuatro días. 

      –Algo totalmente inesperado pero de un enorme valor científico –agregó Lucy–. El animal en efecto no era un lobo sino una variante genética del tronco básico humano. Al parecer su mordedura conlleva una secreción de las glándulas salivares de naturaleza viral que altera el ADN de la víctima. Irónicamente el señor Char se ha convertido en el espécimen más valioso jamás capturado. Él compensará la pérdida de los otros ejemplares.          

      –¿Que ocurrió luego que dejaste escapar al señor Char transformado en lobo? 

      –Envié una sonda espía a seguirlo en caso de que atentara contra la vida de algún ur-humano. Para cuando comenzó a amanecer el señor Char estaba ya más tranquilo y comenzando a regresar a su forma original, pero entonces se encontró con un ur-humano que le disparó con un arma algo primitiva pero muy eficiente.   

      –Lo que no entiendo es por qué llegaron aquí, a este lugar. 

      –Porque en este sitio del planeta estará dentro de 4.400 años el Cronopuerto desde donde se realizan los viajes en el tiempo. Mi autorreparación ha concluido y estoy lista para saltar al 6.400 pero necesito un tripulante que opere los controles manualmente, aún tengo daños menores que me impiden hacerlo por mí misma. Le solicité su ayuda al señor Aquiles pero la idea de abandonar su granja no le agradó, sin embargo me prometió traer un reemplazante más idóneo, ¿qué me dices, Rodrigo? ¿Aceptas ayudarme? 

      –No lo sé. –Rodrigo sufrió un sobresalto dado lo inesperado de la propuesta–. ¿Que sería de mí en el futuro?, ¿me tratarán acaso como a otro espécimen biológico como es ahora el señor Char? 

      –De ninguna manera, Rodrigo, a diferencia del señor Char sigues perteneciendo al phylum humano y la primera ley de la robótica me impide tomar decisiones que pongan en peligro la vida de un humano. Como ves no te haría esta oferta de no estar segura que no conlleva para ningún peligro para tu integridad. 

      –¿La Primera Ley…? –Rodrigo emitió una sonora carcajada. 

      –¿Dé que te ríes, Rodrigo? 

      –¿Significa algo para ti el nombre Asimov? 

      –Pues no, no tengo registros sobre ese nombre. 

      –Buuuuu. Ya me esperaba algo así… OK, Olvida el asunto, ¿sí? 

      –Lo que tú digas. Bueno, ¿qué me dices? ¿Te animas a dar un paseo al futuro?  

      Rodrigo lo meditó unos segundos, pues nada le garantizaba que lo dicho por Lucy fuese cierto. Pero considerando que una oportunidad como esta no se presentaba todos los días, decidió correr el riesgo. Después de todo –pensó– uno no tiene a menudo la oportunidad de ser invitado por una inteligencia artificial a viajar por el tiempo, descontando la forma tradicional de viajar al futuro a razón de un segundo cada segundo… 

      –¿El viaje es con boleto de regreso? –preguntó de todos modos. 

      –Por supuesto que sí. 

      –Bien, supongo que una aventura como ésta es la que inconscientemente he estado esperando y buscando con mis infinitas lecturas de aventuras espaciales y viajaré audazmente donde ningún ur-humano ha viajado antes, al infinito y más allá, jejeje… Bien. ¿Que es lo que debo hacer? – preguntó mientras miraba con nuevos ojos los luminosos paneles y gráficos con extraña simbología. 

      –Lo primero que debes hacer –dijo Lucy– es reducir la magnitud del campo antientrópico a un valor negativo para equilibrar el factor de salto temporal… 

      Las oscilaciones en el campo deflector permitieron a Aquiles, que sentado sobre una roca trazaba surcos con una rama en la tierra, ver a la máquina del tiempo unos segundos antes de realizar el cronodesplazamiento. 

Char 

4 

      Rodrigo recuperó la conciencia sintiéndose mareado y confundido, dirigió su mirada hacia el revoltijo de cables chamuscados que otrora fuera el panel de control y supo que algo había marchado muy mal.  

      –¿Lucy, me escuchas? –preguntó–. ¿Estás operativa? 

      No hubo respuesta. Intentó levantarse del sillón y cayó de bruces al suelo perdiendo nuevamente el conocimiento.      Cuando volvió en sí descubrió que ya no estaba al interior de la cabina de mando sino sobre un terreno pedregoso junto a lo que parecía un lago gigantesco. Tampoco estaba solo, a un par de pasos un humanoide sentado en la posición del loto lo observaba. 

      –Axmlö-ya’blehtnae –dijo el humanoide con una voz profunda y monótona mientras se ponía de pie. Rodrigo comprendió entonces por qué Aquiles hubo de ir en busca de ayuda a la nave, jamás habría podido siquiera arrastrar a semejante mole. También se explicaba el tamaño del sillón de mando. Char medía unos dos metros ochenta y era grueso como un roble, su piel era achocolatada, sus labios casi inexistentes, sus ojos muy separados del puente de la nariz y sus fosas nasales anchas como la de un equino. Parecía mentira lo que Nave había dicho con respecto a las diferencias físicas de los humanos y “ur-humanos”.  

      –No entiendo su lenguaje –advirtió Rodrigo al crononauta, quien por toda vestimenta lucía unos pantalones cortos con una especie de pistola enfundada en el lado derecho. 

      –Disculpe –solicitó Char–. ¿Usted habla español, no es así? 

      –Sí, el español es mi lengua materna, aunque también hablo inglés, japonés, esperanto y entiendo algo de alemán –respondió Rodrigo temblando ligeramente de emoción, hablar con un ser humano del futuro no era lo mismo que con una IA, una voz sin rostro cuyo origen nunca pudo determinar.  

      –¡Ah! Usted es un políglota al igual que yo –aseguró Char. 

      –¿Cuantos lenguajes domina usted? –preguntó intrigado Rodrigo. 

      –7.446 lenguajes humanos –replicó el hombre del futuro. 

      –7.446 –repitió lentamente Rodrigo. 

      –Efectivamente, pero antes de proseguir nuestra charla permítame que le pregunte, ¿quién es usted y como llegó a mi nave? 

      –Mi nombre es Rodrigo. Fui reclutado por Lucy para asistirla en el procedimiento del salto temporal y así poder devolverlos a su tiempo. Usted estaba en fuga criogénica, con graves heridas que…  

      Rodrigo observó el pecho desnudo de Char y comprobó que no presentaba el menor rasguño.  

      –Sí, un ur-humano me disparó durante mi metamorfosis, al parecer las heridas sanaron gracias a mi nueva fisiología, algo que Lucy pasó por alto –observó Char. 

      –Si las leyendas son ciertas su poder regenerativo será mayor y más eficiente en forma de lobo y sólo una bala de plata podrá matarle –señaló Rodrigo–. Si no hubiese estado convirtiéndose de nuevo en hombre cuando le dispararon probablemente no habría sufrido daño alguno. 

      –¿Cómo es que usted sabe tanto de mi nueva condición morfológica? 

      –Entre otras aficiones soy un estudioso del folklore y la mitología. Pero dígame, ¿que ocurrió durante nuestro viaje? A juzgar por nuestra situación, aventuro que algo funcionó mal… 

      –En efecto. Fue una avería no detectada la que provocó un fallo en algunos dispositivos de Lucy, estando la cámara de fuga criogénica entre ellos. Desperté totalmente desorientado. Lo último que recordaba eran los brazos mecánicos del dispositivo auxiliar recogiéndome del suelo ante la mirada atónita del ur-humano. Me dirigí a la sala de mando para averiguar que era lo que había ocurrido y para mi sorpresa lo encontré a usted sobre un charco de su propio vómito, imagino que a causa del desfase fisio-entrópico que produce el cronodesplazamiento 

      –¿Quiere decir entonces que logramos realizar el salto temporal? ¿Estamos en su época? 

      –No, la verdad es que no tengo la menor idea de donde ni cuando estamos. Pero suba por ese cerro y podrá tener una perspectiva más amplia del territorio. 

      Rodrigo se incorporó e hizo como Char sugería, el cerro no era muy alto pero bastante escarpado. Al llegar a la cima pudo observar lo que parecían ser unos interminables campos aparentemente destinados al heno, donde la hierba crecía imposiblemente alta. Rodrigo no pudo divisar nada más, ni una sola señal de vida, por lo que bajó por la pendiente y buscó una roca junto a Char para sentarse. 

      –La vegetación es inconcebiblemente alta –comentó. 

      –Así es, imagine los peligros que tal vez merodeen en esa selva. 

      –Aquello que pende del costado de su cintura es un arma de algún tipo, ¿no es así?      –Sí, un disruptor neural. Puede poner a dormir hasta a un… ¿cómo es que denominan a esos animales de largas trompas y prominentes incisivos? 

      –¿Se refiere a un elefante? 

      –¡Eso!, puede neutralizar sin problemas a un elefante, uno de esos temibles y gigantescos depredadores. 

      –Los elefantes son herbívoros. 

      –¿Está seguro? Los pocos que hemos capturado comen carne, nada más que carne fresca. Les alimentamos con una res al día para cada uno. 

      –Creo que no estamos hablando del mismo animal, pero no importa, entiendo la idea. Dígame, ¿es posible reparar a Lucy? 

      –En lo que a la IA se refiere, sí, es posible. En cuanto al crono-reactor, simplemente necesitamos otro. 

      –Supongo que no llevaría casualmente uno de repuesto. 

      –¿Está bromeando? Apenas hay espacio para uno en la nave. 

      –No sé, ¿acaso no pueden miniaturizar las cosas en el futuro, reducirlas de tamaño? eso es algo trivial en la tecnología electrónica, por ejemplo. 

      –Me temo que ya está miniaturizada todo lo que físicamente se puede. El primer crono-reactor que se construyó era del tamaño de un pequeño asteroide. 

      –¿Y la cámara de fuga criogénica? 

      –¿Qué hay con ella? 

      –¿Sufrió algún daño? 

      –Efectivamente, daños irreparables –Char intuyó que Rodrigo iba más allá con estas preguntas–. ¿Que es lo que le preocupa? 

      –Me preocupa ser devorado cuando anochezca. 

      –Creo que eso no ocurrirá. En forma lupina al parecer conservo suficiente dominio cómo para no atacar seres inteligentes, como usted parece serlo… de todas formas no podría asegurarlo con total certeza. 

      –¿Qué parezco serlo? Se me olvidaba que para usted no soy más que un primitivo ur-humano, un fósil viviente. Gracias por el cumplido de todas formas. 

     –No hay de qué –replicó el señor Char al parecer sin percatarse del sarcasmo. 

      Ambos guardaron silencio durante un par de minutos. 

      –¿Tiene aunque sea alguna vaga sospecha de donde nos encontramos? –preguntó Rodrigo. 

      –Lo ignoro, pero sospecho que no en la Tierra –respondió tranquilamente Char.

      –¿De verdad lo cree así?  

      –El ancla está dentro de los dispositivos que fallaron por lo que más que una conjetura, es una certeza.  

      –¿Pero que probabilidad había de que terminásemos en otro planeta en vez del enorme vacío espacial, otro planeta que además posee una atmósfera igual a la de
la Tierra? –Rodrigo se sorprendió al oírse hablar en jerga estadística, aquella asignatura que siempre le pesó en la universidad. 

      Char no emitió repuesta, de hecho no estaba prestando atención alguna a su interlocutor. 

      –¿Ocurre algo? –preguntó Rodrigo. 

      –Volteé lentamente, en dirección a Lucy –respondió Char. 

      Rodrigo acató la orden y vio, a unos doce metros, una silueta oscura recortada contra el fuselaje de Lucy. En cuestión de segundos la silueta apareció a unos tres metros de distancia de donde los viajeros del tiempo se encontraban para luego volver a su posición original en menos de un pestañeo. 

      –Parece un insecto bípedo –dijo Rodrigo antes que la criatura se materializara en la cumbre de la colina para desvanecerse una vez más. Los crononautas esperaron unos minutos observando en todas direcciones pero el ser no reapareció. 

      –¿Había visto una criatura como esta anteriormente? –preguntó Rodrigo. 

      –Nunca. Tal vez sea alienígena –respondió Char. 

      –¿Una de esas Inteligencias Extrasolares de las que me habló Lucy? 

      –Si Lucy le habló de esas Inteligencias sabrá también que nadie ha visto a una. 

      –Entonces puede que esta criatura sea… 

      Rodrigo no había terminado la frase cuando el ser se materializó frente a ellos. Instintivamente trató de huir pero la fuerte mano de Char en su hombro lo mantuvo en su sitio. 

      –Quédese quieto –le susurró el hombre del futuro. 

      Se quedaron los dos inmóviles frente a la criatura, ahora a sólo un par de pasos de distancia. Rodrigo la observó tan detenidamente como ella, a su vez, lo estaba haciendo. Era de un tono azul metálico oscuro y tan alta como Char, aunque sus antenas sobrepasaban al hombre del futuro cerca de un metro. Una cucaracha bípeda con dos pares de brazos terminados en pinzas, patas similares a las de un canguro y un rostro vagamente felino con dos grandes e inexpresivos ojos de insecto, eso es a lo que se asemejaba. Había algo robótico en su apariencia y era imposible determinar si se trataba de un ser biológico o uno artificial.  

      Pese a que Rodrigo estaba tan amedrentado como su compañero del siglo treinta, le pareció que intentar comunicarse con la extraña criatura era una mejor alternativa a jugar ad-infinitum a las estatuas vivientes. 

      –Hola –gritó Rodrigo–. Somos amigos, ¿hablas español? 

      La criatura siguió impávida, sin efectuar el más mínimo movimiento. 

      –¿Sprechen zie Deutsch, entonces?, ¿do you speak english? 

      Ninguna respuesta. 

      –¿Latinum intelligisne

      –¡Esto es ridículo! –exclamó Char– Es obvio que la criatura no domina ningún idioma humano. 

      –O tal vez no tenga oídos –comentó Rodrigo metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta. 

      –¿Que está haciendo? –preguntó Char. 

      –¿Posee usted poderes telepáticos? –preguntó Rodrigo mientras depositaba un puñado de monedas en el suelo. 

      –No existe tal cosa como la telepatía. 

      –¡Ja!, nada que no supiera… en tal caso déjeme hacer mi trabajo, si esta criatura es inteligente, al menos nuestro tipo de inteligencia, reaccionará al siguiente experimento.  

      Rodrigo colocó frente a la criatura la moneda más grande y alineadas a esta, tres medianas, posicionando una pequeña moneda plateada junto a la tercera. En ese instante Char comprendió lo que el ur-humano intentaba hacer, confeccionar una representación del Sistema Solar. Rodrigo colocó nueve monedas más bajo el atento escrutinio de la criatura y se dirigió a ella. 

      –Este es el Sol –dijo Rodrigo indicando la moneda más grande–. Este es Mercurio, Venus, la Tierra, la Luna, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. 

      Los inexpresivos ojos color rubí de la criatura siguieron atentamente las indicaciones de Rodrigo. 

      –Tierra –volvió a repetir Rodrigo, está vez indicando además de la moneda, a Char y a él mismo. La criatura observó atentamente y a continuación agitó sus antenas. Todas las monedas, a excepción de la que representaba al Sol, se elevaron unos dos metros sobre el suelo agrupándose en un solo punto donde comenzaron a disolverse hasta conformar una pequeña bola. Un diminuto orificio brotó en el centro de la esfera metálica, y se fue expandiendo hasta formar un delgado aro con la circunferencia de un sombrero. Una vez finalizado todo este curioso proceso, el insectoide de rostro felino dejó de sacudir los apéndices de su cráneo y el aro cayó sobre la moneda que representaba al Sol, situada justo en el centro. A continuación el extraño ser miró a los crononautas, uno a la vez, y se esfumó para reaparecer cinco segundos después en el mismo lugar, desvaneciéndose luego de forma definitiva.  

      –Al parecer nuestro inescrutable amigo posee una interesante y notable habilidad manipuladora de la materia –comentó Char. 

      –Eso parece a todas luces telequinesis, habilidad parasicológica en la que imagino tampoco cree, ¿no?  

      –Está en lo correcto, pero en este caso nada conocemos acerca de la naturaleza del cerebro de esta criatura, si es que tiene, de modo que nada podemos concluir acerca de sus habilidades… 

      –Tiene respuesta para todo ¿no?, en fin… ¿supongo que también sabe lo que significa el resultado de este pequeño experimento? –preguntó Rodrigo indicando la moneda al interior de la argolla. 

      –Sí, pero supongo que usted de todas formas querrá explicármelo –respondió Char pedantemente. 

      –Por supuesto, pues me ayuda a ordenar las ideas. Estamos al interior de una Esfera de Dyson, y una tipo II para ser precisos –dijo Rodrigo mientras tomaba el anillo que alguna vez fueran sus monedas–. Una obra de megaingeniería cuya construcción supuso desmantelar todos los planetas y satélites del sistema solar.  

      –Una extravagancia tan difícil de construir que su sola existencia, si me permite acotar, desafía toda lógica.   

      –¿Incuso para los evolucionados humanos del futuro? –preguntó Rodrigo–. ¿Incluso para los Archaenides? 

      –Hasta donde nuestro intercambio de información con los sintéticos respecta no sabemos de ninguna Esfera Dyson que haya sido construida en la historia de
la Vastedad Galáctica –respondió Char. 

      –Eso hasta el 6.400, ¿cómo sabe si no se ha realizado posteriormente? –argumentó Rodrigo–. ¿No sería esa una de las razones por las cuales no se les ha permitido viajar a vuestro futuro? 

–Nada garantiza que estemos al interior de una Esfera de Dyson, cómo usted le llama. 

      –Para mí esa es la explicación más lógica, y concuerda con la inmovilidad del Sol… ¿o acaso no ha notado que la posición del Sol no ha variado en todo este tiempo? –preguntó en tono ácido. 

      Char elevó su rostro hacia el luminoso astro. 

      –Tiene razón –concedió–. Es como si estuviéramos suspendidos en un eterno mediodía. 

      –Lo que al menos nos garantiza que usted no se transformará en hombre-lobo –comentó un aliviado Rodrigo–. De cualquier forma, ¿cómo es qué se le hace tan inconcebible la existencia de una esfera de Dyson a un sujeto que considera el viaje temporal como algo cotidiano? 

      –Aunque el cronodesplazamiento le parezca a usted increíble, la ingeniería involucrada en este proceso es insignificante en comparación a la requerida para construir una obra como la que usted sugiere. ¿Se ha preguntado como se logra la integridad estructural en una esfera Dyson considerando el delicado e inestable equilibrio de fuerzas gravitatorias que debe satisfacerse en tal estructura?  

      –Sí, lo he hecho, pero no he podido responderlo… pero imagino que ustedes, con miles de años de estudio, podrían. 

      –Al interior de una esfera de tales características la única gravedad existente sería la de su astro, por lo que todo caería hacia ella. 

      –Puede entonces que se haya hecho rotar la esfera para generar gravedad– sugirió Rodrigo en forma no muy convincente 

      –Imposible, la rotación necesaria para llevar a cabo dicho propósito ocasionaría tal tensión en la esfera que esta se deformaría, convirtiéndose en un esferoide oblongo. El material necesario como para construir una esfera de este tipo por lo demás tendría que ser en extremo fuerte, si uno traduce la presión ejercida en una esfera como la que usted propone a su equivalente en una torre cilíndrica en
la Tierra, esta debería tener de 8000 a 9000 vleps de altura y ningún material conocido podría mantener la integridad estructural de tal edificación, mucho menos la de una esfera Dyson, y aún suponiendo que su integridad estructural no corriera peligro, sólo las regiones ecuatoriales de la esfera serían habitables.  

      –Tal vez estemos en una de esas zonas –comentó Rodrigo–, hace bastante calor después de todo. 

      –También está el problema de la estabilidad ya que si el caparazón recibiera el golpe de un meteoro o de un cometa, se descentraría respecto del sol y derivaría hacia este –continúo Char ignorando a Rodrigo–. Lo que no logro comprender de cualquier forma es el propósito de construir una esfera como esta. 

      –Eso hasta yo, un primitivo ur-humano, lo sabe. Para aprovechar la totalidad de la energía solar y de paso solucionar el problema de la superpoblación. 

      –Ninguno de ambos objetivos justifican la construcción de una esfera cerrada… 

      –Lo sé, más conveniente sería implementar una densa nube de planetoides en órbitas keplerianas alrededor del sol, o un mundo anillo… recuerdo una novela al respecto.  

      –Lo cierto es que una civilización capaz de construir una esfera Dyson probablemente no la necesitaría. Y de estar usted en lo correcto, los Archaenides habrían faltado a su palabra de trasladar la Tierra al Santuario de los Planetas Originarios. 

      –Tal vez fueron ustedes los que faltaron a la suya y no restauraron debidamente la biosfera terrestre. 

      –Parece que no soy el único que tiene respuesta a todo, ¿no? 

      Tras está ultima declaración ambos viajeros callaron por unos minutos. 

      –¿Y que hacemos ahora? –preguntó Rodrigo rompiendo el silencio–. ¿Suicidarnos de aburrimiento? ¿Filosofar hasta la locura? ¿Explorar la esfera? 

      –Si en teoría el radio de la esfera es igual al radio promedio de la órbita de la Tierra, ésta sería de aproximadamente 150.000.000 de kilómetros. Tendríamos que recorrer un área 100.000.000 de veces mayor que la de nuestro planeta. Comprenderá la cantidad de tiempo que requeriría tal proeza 

      –El insecto parecía tener la habilidad de teleportarse. 

      –¿Perdón? 

      –Teleportarse, jauntear, ir de un sitio a otro de forma instantánea con la ayuda de la mente. 

      –No existe tal cosa. 

      –¡uuuuuf, que pedazo de humano-super-evolucionado-pero-retrógado tengo frente a mí! –exclamó Rodrigo–. ¿Cómo puede un sujeto que viaja por el tiempo y se transforma en lobo ser tan angosto de pensamiento? No sé usted, Señor Char, pero yo me propongo explorar los alrededores, tal vez me encuentre con alguien más simpático que usted. Hasta tal vez pueda reparar el cronoreactor y volver a mi tiempo. ¡No sé en que estaba pensando cuando acepté la proposición de Lucy! 

      Dicho esto trepó nuevamente por la colina. 

Marianela 

5 

      Rodrigo llevaba cerca de media hora caminando por lo que parecía ser una carretera sin asfaltar y hasta el momento no había visto gran cosa pues el trigo a ambos lados del ancho sendero se levantaba muy alto. Finalmente llegó a una empalizada de por lo menos unos quince metros de alto; los árboles eran tan gigantescos, que le era imposible siquiera calcular su altura.  

      Repentinamente un intenso déjà vu invadió a Rodrigo. Pese a lo inusual de la situación, todo esto se le antojaba muy conocido… 

      En la valla que separaba un campo del otro había una puerta con cuatro escalones de uno seis pies de alto semejantes a una gradería o hemiciclo de esos donde los griegos representaban sus obras teatrales. Rodrigo consideró trepar la escalinata, pero de inmediato hubo de admitir que tal proeza suponía un esfuerzo físico que él no sería capaz de llevar a cabo. De seguro Char podría trepar hasta arriba, si es que lograba convencerlo.  

      Rodrigo decidió regresar a la nave cuando descubrió en el campo contiguo, avanzando hacia la puerta, una figura tan alta como un edificio de diez pisos que avanzaba de cada zancada unas diez yardas. Rodrigo, que creía que a estas alturas ya nada podría asombrarlo, corrió atónito a esconderse entre las espigas, desde donde pudo ver como la gigantesca figura que vestía una falda sencilla no muy larga, se detenía en lo alto de los escalones. Era una mujer, no, su talle delgado y su busto mezquinamente constituido revelaba que era una niña. Sus ojos sin embargo no tenían el mirar propio de la infancia, y su rostro revelaba la madurez de un organismo que ha entrado o debido entrar en juicio. A pesar de esta disconformidad, la niña era admirablemente proporcionada.  

      –¡Glumdalclitch! –exclamó Rodrigo que no estaba maldiciendo en alemán, sino recordando el nombre con el cual Gulliver bautizara a la chiquilla que le había servido de niñera durante su estadía en Brobdingnag, la tierra de los gigantes. He ahí la razón del insistente déjà vu, Rodrigo efectivamente había experimentado esto antes, pero desde la pasiva comodidad que otorga la lectura.  

      –Esto cada vez tiene menos sentido –murmuró, cómo si el verbalizar sus pensamientos fuera a romper el conjuro que mantenía esta aparente ilusión en marcha–. Esto ya parece una de esas historias raras que suele escribir mi amigo Sergio. 

      Cautelosamente, Rodrigo desanduvo el camino hacia la inactiva Lucy y una vez que estuvo lo suficientemente alejado de la niña gigante, echó a correr lo más fuerte que pudo. Al llegar a la pendiente que conformaba la colina, un inoportuno tropiezo provocó que descendiera rodando en medio de una nube de polvo y guijarros. Adolorido por las magulladuras y con algunas heridas menores en aquellos sitios donde su vestimenta se había rasgado, Rodrigo se incorporó para nuevamente observar otro prodigio. Char estaba unos pasos más allá, contemplando atónito una especie de esfera, similar a una pompa de jabón, que envolvía por completo a Lucy.  

      –¿Qué está ocurriendo? –preguntó Rodrigo. 

      –No lo sé –respondió Char–. Me distraje viendo como usted rodaba colina abajo y cuando volví la vista ese extraño globo de energía circundaba a Lucy. 

      –Tal vez se trate de un campo de éxtas…

       Rodrigo no alcanzó a terminar la frase cuando, tras una leve fluctuación en la superficie de la burbuja, ésta desapareció dejando tras de sí un amplio cráter convexo. Lucy ya no estaba, ni siquiera la tierra sobra la cual se había posado. 

      –Se la han llevado –dijo Char inexpresivamente. 

      –Y tenemos más problemas. Allá arriba me encontré con otro de los lugareños, a diferencia del insectoide parece ser humano, aunque del tamaño de un edificio. 

      –¿Me está diciendo que se ha topado usted con un gigante? 

      –Sí, con una gigante para ser más precisos. Es sólo una niña, correctamente proporcionada pero de unos veinte metros de altura. 

      –¡Imposible! 

      –Ahí vamos de nuevo… 

      –Un ser diez veces más alto, pero con proporciones normales –dijo Char acariciándose el mentón–. Las áreas en corte transversal de hueso y músculos, y en consecuencia su fuerza, se verían incrementadas 10 al cuadrado, o sea 100 veces; el peso total aumentaría 10 veces al cubo, es decir, 1.000 veces. Sería imposible para una criatura con tales características sostenerse de pie: su espina dorsal colapsaría, sus tobillos cederían rápidamente… 

      –No me importan sus irrebatibles cálculos matemáticos, yo sé muy bien lo que vi. 

      –Le creo. 

      –¿Y cómo es que ha cambiado de opinión tan rápido? 

      –Porque la niña gigante está a sus espaldas y acercándose a gran velocidad. 

      Rodrigo se volteó comprobando que las palabras de Char eran ciertas, la muchachita estaba a punto de bajar por el desnivel que para ellos era una colina. El hombre del futuro ya había puesto pies en polvorosa, Rodrigo siguió su ejemplo pero aún así fueron capturados por Glumdalclitch quien, cogiéndolos por la mitad del cuerpo con el índice y el pulgar, los llevó a unos cuatro metros de sus ojos para apreciarlos mejor. Char disparó su arma varias veces para evitar ser apresado pero el disruptor neural no tenía ningún efecto en la niña. “A lo más le habrá provocado un cosquilleo”, pensó Rodrigo mientras veía como el arma desaparecía entre la hierba allá abajo.   

      Siguiendo el ejemplo de Gulliver, Rodrigo resolvió no resistirse en lo más mínimo aunque la muchacha les apretaba dolorosamente por temor a que se escurrieran de entre sus dedos. Char comenzó a proferir fuertes gritos y a sacudirse pese a que esto podría significar una caída considerable. La jovenzuela pareció comprender el daño que infringía a sus cautivos por lo que procedió a colocarlos suavemente en el bolsillo delantero de su falda y echó a correr de regreso a la valla donde Rodrigo la había visto en un principio. Tras un breve trayecto penetró en una casa, corrió escaleras arriba a su dormitorio, cerró la puerta tras de sí y vació el cajón más alto de su cómoda, una vez hecho esto, extrajo de su faltriquera a los viajeros del tiempo depositándolos con sumo cuidado dentro de la semiabierta cajonera. Char se quedó hecho un ovillo ahí donde fue depositado. “Ha de estar en estado de shock”, pensó Rodrigo recordando a ciertos animales que se hacían los muertos para no ser devorados.  “Después de todo la lectura del libro de Jonathan Swift me preparó de alguna forma para un encuentro de esta naturaleza”, reflexionó luego, “pero el pobre hombre del futuro simplemente no ha podido conciliar su concepto de lo real con el absurdo que se despliega ante nuestros ojos”.      

      La jovencita tocó suavemente a Char con un dedo, pero este no movió ni un sólo músculo en respuesta. 

      –¡Déjalo tranquilo! –gritó Rodrigo con todas sus fuerzas. 

      La niña lo miró asombrada y en una atronadora voz dijo:  

      –¿PUEDES HABLAR? 

      Rodrigo se llevó las manos a los oídos encogiéndose de la misma forma que lo hizo como cuando, para gastarle una broma, le llevaron al Cerro Santa Lucía sin prevenirle del sonoro cañón de las doce. Glumdalclitch pareció comprender que su voz era demasiado fuerte por lo que, susurrando esta vez, repitió: 

      –¿Puedes hablar? 

      –Claro que puedo hablar –contestó Rodrigo alzando la voz tanto como pudo sin que se le dañaran las cuerdas vocales–, y este sujeto que yace junto a mí también, pero creo que está demasiado asustado como para hacer otra cosa que permanecer en estado fetal. 

      –¿Qué eres? 

      –Un hombre, por supuesto, un ser humano, ¿y tú? 

      –¡Que extraño! Yo también soy un ser humano, pero de estatura normal. 

      –Pues de donde nosotros venimos nuestra estatura es considerada la normal, y los árboles, las casas y los animales están en proporción a nuestra altura. 

      –¿De donde vienen? 

      Rodrigo estuvo a punto de decirle que del pasado, pero se contuvo. Si estaban efectivamente al interior de una esfera de Dyson era probable que existieran reinos muy alejados o simplemente inexplorados por la especie a la que pertenecía su captora, por lo que simplemente le dijo que de muy lejos. 

      –Si eres extranjero, ¿cómo es que hablas mi idioma? 

      –La verdad es que no me explico cómo es que tú lo hablas. 

      –Es el idioma que nos enseñan desde pequeños, de lo contrario no podríamos entendernos entre nosotros. ¿Cómo lo aprendiste tú? 

      –De la misma forma. 

      –¿Cuál es tu nombre? –preguntó la niña a continuación. 

      –Rodrigo, ¿y el tuyo? 

      –Marianela.  

      –¿Qué edad tienes, Marianela? 

      –Doce años. 

      Rodrigo observó detenidamente aquel gigantesco rostro que, sin embargo, pertenecía a una niña. Era redondeado y muy pecoso, todo salpicado de manchitas parduscas. Tenía pequeña la frente y no falta de gracia la nariz. Sus ojos eran negros, como dos grandes pozos de alquitrán y brillaba en ellos una luz traviesa y juguetona. Su cabello dorado le caía en forma de bucles hasta los hombros. Sus labios estaban bien formados y siempre sonriendo, sus dientes eran blanquísimos. A Rodrigo le pareció que no había nada que temer de esta muchacha. 

      –¿Cómo llegaron aquí? –preguntó Marianela. 

      –Viajábamos en nuestro vehículo pero este sufrió un desperfecto. Antes que pudiésemos repararlo lo envolvió una esfera luminosa y desapareció. 

      –Se lo llevaron los Kobolds. 

      –¿Kobolds? –repitió Rodrigo recordando a los pequeños y bromistas seres del folklore germano que gustaban de ocultar objetos y que podían realizar varias labores hogareñas a cambio de migajas de comida, pero que se tornaban malvados si no se les alimentaba. 

      –¿Los conoces? –preguntó Marianela–. ¿Hay Kobolds en tu reino? 

      –No, en mi reino nunca se ha visto a un Kobold, pero creo que nos topamos con uno al llegar aquí. Como de mi estatura, cuatro brazos, antenas largas… 

      –Así son los Kobolds. Eso pensé que eran ustedes cuando los vi por primera vez. Los Kobolds están arrebatándonos cosas todo el tiempo. Esta mañana, cuando iba a cepillarme el cabello, intenté coger mi peine pero ya no estaba ahí, los Kobolds se lo habían llevado. 

      –¿Y a que sitio se llevan los Kobolds los objetos que hurtan? 

      –A su reino, un lugar desconocido para los humanos. Nadie entiende a los Kobolds, se mueven a través del tiempo, es por eso que nadie ha capturado ninguno jamás.  

      –Marianela, es preciso que me escuches. Los instrumentos de nuestro vehículo fallaron y no tenemos la menor idea de donde nos encontramos. ¿Cómo se llama este lugar? 

      –Aldeacorba, ese es el nombre del pueblo. 

      –¿Y este pueblo donde queda? 

      En ese instante un estridente rugido que provenía desde el piso de abajo alertó a Marianela. 

      –Me llaman a cenar, dijo, poniéndose de pie. 

      –¡Espera!, exclamó Rodrigo. ¿Puedes traernos algo de comer? 

      –¿Qué comen ustedes? 

      –Oh, cualquier cosa. Carne, pan, fruta, lo que sea. Y agua si es posible. 

      –Les traeré comida y algo para beber antes de sentarme a la mesa –dijo la muchacha saliendo de la habitación y cerrando la puerta tras de sí.  

      Rodrigo alzó la vista al imposiblemente alto techo, donde un tragaluz permitía ver el Sol estancado en aquel eterno mediodía. “¿Sería ese astro el mismo que iluminó mis días en la Tierra?” se preguntó Rodrigo para luego observar la alta pared que tenía en frente, si se paraba sobre los hombros de Char podría alcanzar el borde, y desde ahí la cubierta del mueble. ¿Y entonces qué?, ¿donde iría?, ¿a vivir una aventura similar a la del hombre menguante?, ¿a ser presa de un gato gigantesco? No, lo mejor era quedarse ahí, esperar que Marianela regresara y pedirle hablar con sus padres, intentar razonar con ellos. Al menos, a diferencia de Gulliver en Brobdingnag, él ya dominaba la lengua de los lugareños.  

      –¿Se ha marchado? –escuchó decir débilmente Rodrigo a sus espaldas. 

      –Sí, ¿está usted bien? 

      –No, no estoy bien. Esto se sale de todo mis parámetros de comprensión. Me entrenaron para lidiar con bestias salvajes de todo tipo, pero bestias reales al fin y al cabo, no cosas cuya sola existencia desafían todas las leyes que rigen el universo.  

      –Bueno, las leyes se hicieron para quebrarlas decía Bart Simpson. 

      –¿Bart quien? 

      –Bart Simpson, un importante filósofo norteamericano –respondió Rodrigo–. Le he pedido a Marianela que nos traiga algo de comer, ¿no tiene hambre? 

      –En realidad sí. 

      –Ya ve, el cerebro es el único órgano del cuerpo a quien preocupa comprender la situación en que estamos, a su estómago sólo le interesa comer, y al mío también. ¿Escucha como me suenan las tripas? 

      El rostro de Char sufrió una inusual metamorfosis, ¿qué le estaba ocurriendo? Esbozaba una sonrisa, una hazaña que Rodrigo llegó a pensar era imposible de ser ejecutada por los músculos faciales del crononauta.  

      –Gracias por defenderme de ese monstruo. 

      –No fue nada. No creo que fuera a hacerle daño de todas maneras, y no es un monstruo sino una niña. 

      –Es un monstruo, algo que no debería existir. 

      –Eso es una cuestión de óptica solamente, para mí usted debería ser un monstruo también.  

      –Sí, supongo que tiene razón. 

      –Escuche, parece que Marianela regresa. 

      Char corrió a esconderse en la esquina más alejada del cajón y nuevamente se hizo un ovillo. La muchacha introdujo dos recipientes que para los viajeros eran del tamaño de una de esas piscinas inflables en las que tanto les divierte chapotear a los niños. Uno contenía carne picada y pan desmenuzado y el otro agua.  

      –Ahora tengo que irme –susurró Marianela– me esperan abajo para cenar. 

      –¡Aguarda un momento! –gritó Rodrigo–. ¿Le has dicho a alguien sobre nosotros? 

      –Por supuesto que no. Ustedes ahora son míos y no permitiré que me los arrebaten. 

      Dicho esto la niña abandonó la habitación nuevamente.  

      –¿Que somos de ella? –dijo Char acercándose a los inmensos platos para así examinar sus contenidos–. ¿Qué le hará pensar que le pertenecemos? 

      –Tal vez sea el hecho que, hasta que no podamos inclinar la balanza a nuestro favor, efectivamente le pertenecemos. 

      –¿Cómo dice?, ¿inclinar la balanza? 

      –Hasta que no consigamos salir de este problema. 

      –Ah, ya le entiendo. Bueno, sin Lucy será difícil poner fin a esta situación. Aunque escapásemos de esta niña podríamos ser víctimas de peligros mayores.  

      –Sí, hasta el momento nos ha tratado bien, aunque no sabemos cuales son sus intenciones reales.  

      –Y están esas enigmáticas criaturas que ella mencionó por otro lado. 

       –Los Kobolds. 

      –Desde luego, a uno de cuyos representantes ya hemos conocido. Si efectivamente se llevaron a Lucy, intentar contactarnos con ellos debería ser nuestra prerrogativa. 

      –Aunque no creo que estén muy interesados en nosotros, de lo contrario nos habrían llevado junto a Lucy. Pero basta de charla, tengo hambre y pretendo saciarla. Aquí hay comida suficiente como para un mes. 

      –¿Cómo sabe que esos alimento podrá ser asimilado sin inconvenientes por su sistema digestivo? 

      –No lo sé, supongo que no me queda más que correr el riesgo, es preferible a morir de inanición. 

      Rodrigo propinó una buena mascada al trozo más pequeño que pudo sostener entre sus manos y lo saboreó ante la mirada expectante y algo asqueada de Char. 

      –Está bueno –dijo con la boca llena–, carne de vacuno. Vamos, coma. 

      –Prefiero esperar unos minutos, a ver si no cae muerto. 

      –Cómo usted prefiera. 

      Una vez que Rodrigo comió todo lo que pudo, y al ver que no se retorcía de dolor por envenenamiento, Char se dispuso también a alimentarse, previa solicitud de que no se le observara ni se le dirigiese la palabra mientras lo hacía. “Los humanos del futuro son como los yahoos de El Informe de Brodie”, pensó Rodrigo, y a continuación tomó un trozo de pan y reposó su cabeza sobre él utilizándolo como una almohada. 

      –El tamaño de esta gente podría explicar la construcción de una esfera de Dyson, ¿no lo cree? –comentó Rodrigo sin obtener respuesta–. ¡Se me olvidaba que no debo hablarle! Bueno, creo que haré una pequeña siesta. 

6 

      No se había percatado Rodrigo del sueño que tenía hasta que cerró los ojos y se durmió profundamente. Un fuerte remezón lo trajo de regreso al mundo de la vigilia. Char lo tenía tomado por los hombros y parecía alarmado. 

      –¡Debe intentar salir de aquí! –le dijo–, corre grave peligro.

      –¿Qué ocurre? –preguntó Rodrigo aún con un pie en la tierra de los sueños. 

      –Observe –contestó Char indicando el techo. 

      Rodrigo alzó la vista y pudo ver como el Sol gradualmente perdía luminiscencia. 

      –¿Se está apagando? –dijo presa del asombro. 

      –En efecto –confirmó Char– creo que en este sitio si hay noche después de todo.  

      –Pero no hay Luna, sin Luna usted no puede transformarse en lobo, ¿no? 

      –No estoy tan seguro de ello –dijo Char con un hilillo de voz al tiempo que caía al suelo presa de fuertes espasmos–. Siento como si una bestia desgarrara mis entrañas, huya, Rodrigo, ¡huya! 

      El Sol disminuyó su luminosidad con una rapidez prodigiosa y ahora se veía tal y como el satélite natural de la Tierra. 

      –No tengo donde huir –dijo Rodrigo alejándose instintivamente de su compañero–. Por favor intente controlarse… 

      –No, no puedo –gruñó Char–. ¡No quiero!

      Esa última vocal de la palabra “quiero” se prolongó permutándose en un horrendo aullido que le puso a Rodrigo la piel de gallina. La metamorfosis se había desencadenado.  

      –¡AYUDAAAAAAA! –comenzó a gritar Rodrigo llevando sus manos a uno y otro lado de la boca y saltando lo más posible–. ¡MARIANELA!, ¡AYÚDAMEEEEE! 

      Era inútil, la niña jamás oiría sus débiles gritos allá abajo. Rodrigo se volteó hacia Char que ya estaba cubierto completamente de un pelaje blanco-grisáceo, con las manos y las rodillas apoyadas en el suelo. Su cabeza se volvió más larga y estrecha y unos brillantes y agudos dientes se asomaron por su boca transformada en hocico. Sus nalgas desaparecieron y su espina dorsal se extendió hasta formar una frondosa cola.  

      El lobo, grande y corpulento como un tigre, observó a Rodrigo arrugando la nariz y gruñendo a la par que mostraba los colmillos. En ese momento en que contemplaba cara a cara el rostro de la muerte, Rodrigo recordó un documental que había visto en el Discovery Channel sobre los lobos. Cuando dos de estos animales desean conseguir el puesto de jefe de su manada se enfrentan en una lucha ritualizada y cada uno de ellos adopta una actitud característica con la que pretende impresionar al adversario. Poco a poco uno de los dos va perdiendo confianza hasta que se tumba a los pies de su rival en señal de sumisión. En todos los animales superiores (a excepción de los humanos) este gesto frenaba la violencia de una sola vez. Rodrigo hizo exactamente eso. Con mucho cuidado y lentamente se recostó sobre el suelo y se levantó la camisa dejando su abdomen al descubierto. El licántropo dejó de gruñir y desvió la vista hacia el plato con los alimentos. Se acercó hacia el recipiente y en un par de minutos consumió todo lo que Marianela les había servido. Una vez satisfecho, retrocedió hacia el fondo del cajón que los aprisionaba, tomó velocidad y de un formidable salto voló por sobre la pared que daba al exterior. La caída hasta el suelo era suficiente cómo para acabar con la vida de cualquiera, pero Char era un licántropo después de todo y cualquier herida o fractura sería rápidamente sanada. 

¿Qué ocurriría ahora? A menos que encontrara alguna forma de salir, Char merodearía por la habitación hasta que Marianela regresara y entonces seguramente se escabulliría sin ser descubierto, ni un feroz licántropo sería tan estúpido cómo para atacar a una presa tan grande. Además, era muy probable que en su forma lupina Char conservara ese horror atávico que sentía por la niña, por lo que de seguro procuraría evitarla. ¿Pero por qué tardaba tanto Marianela en volver a su dormitorio? Y a propósito, ¿cuánto tiempo había transcurrido? Eso era algo difícil de saber en una esfera de Dyson sin un reloj, pero la palabra cena acompañada a la disminución lumínica indicaba que era de noche, una noche sin estrellas y con el propio Sol convertido en una brillante Luna. Cómo era posible tal prodigio escapaba a todo intento de Rodrigo por comprenderlo. Lo más probable era que el Sol fuese artificial, si es posible concebir tal cosa, claro. Esta esfera de Dyson tenía noche, y por lo visto todas de plenilunio lo que significaba que contrario a lo que Rodrigo supuso en un principio, Char no sólo se convertiría en lobo, sino que a diferencia de
la Tierra, aquí lo haría todas las noches. 

      No había nada que Rodrigo pudiese hacer hasta el regreso de Marianela, por lo que se sentó a esperar.   

      Un par de minutos después escuchó abrirse la puerta de la habitación seguida de un estridente chillido. A partir de ese momento se desató el caos. Algo cayó pesadamente al suelo, gritos de dolor que se permutaban en gruñidos se sucedían una y otra vez mientras otros objetos se desplomaban. Rodrigo escuchó una voz que no era la de Marianela gritar de horror mientras otra la imitaba y una tercera decía: “¡huyan, rápido!” Más gruñidos se sucedieron acompañados de ruido de huesos rotos y carne desgarrada, más golpes y más sacudidas que hicieron que el cajón de la cómoda terminara por cerrarse dejando a Rodrigo en la más absoluta oscuridad.  

      Los rugidos de la bestia y los gritos de sus víctimas se escuchaban cada vez más lejos. La carnicería se había trasladado escaleras abajo, a una distancia que para Rodrigo era sin duda de kilómetros. Poco después se escuchó un aullido muy lejano y luego reinó el silencio. 

      ¿Qué había ocurrido? Rodrigo creía tenerlo todo muy claro. Al entrar en su dormitorio Marianela se encontró con Char a quien debió haber tomado por una rata, de ahí el chillido. Contrario a lo que Rodrigo supuso, el licántropo sí atacó a la muchacha, probablemente mordiéndola en el tobillo. La metamorfosis se desató inmediatamente, al oír el barullo los familiares de Marianela subieron a ver que pasaba y fueron atacados por la niña lobo, que ahora rondaba por la campiña. En cuanto a Char, de seguro había escapado en medio de la batahola perdiéndose entre la descomunal floresta. 

      Así estaban las cosas. Rodrigo encerrado en una cajonera gigante sin comida ni luz. Char y Marianela convertidos en feroces lobos de distintas tallas, esparciendo la infección licantrópica. Lucy descompuesta y capturada por los Kobolds. En ese momento no le cupo ninguna duda a Rodrigo de la existencia de Dios, sólo él podría haber elaborado una trama tan cruelmente absurda.  

       “¿Y ahora qué?”, se preguntó Rodrigo. “¿Esperar a que salga el Sol y el eventual regreso de Marianela o Char a la casa?”  

      Nuevamente no había nada que hacer, excepto esperar así que Rodrigo esperó, y esperó, hasta quedarse dormido.          

Lucy, de nuevo 

7 

      Un poco de luz se filtraba por los bordes del cajón convirtiendo las tinieblas que rodeaban a Rodrigo en penumbra. El Sol había salido, aunque ese no era el término más exacto al interior de la esfera.   

      Rodrigo se dirigió hacía el fondo del cajón y orinó en una esquina, luego bebió un poco de agua y se sentó en el borde del plato como si estuviese en la orilla de una laguna. No soportaba la idea de morir de inanición, antes prefería el suicidio. Pero no había ninguna forma de quitarse la vida allí dentro salvo darse de cabezazos contra las paredes hasta quedar inconsciente, pero no hasta morir.  

      Rodrigo se paseó de un extremo al otro de su prisión, hizo ejercicios de calistenia, recordó varios pasajes de su vida que creía olvidados, gritó pidiendo auxilio hasta el agotamiento, durmió una breve siesta, bebió más agua, lloró desconsoladamente, recuperó la fe, volvió a llorar, corrió de un extremo al otro, contó hasta 7.589… 

      La luz que se colaba por las rendijas comenzó a disminuir. Nuevamente el Sol se apagaba. Rodrigo estrelló su puño contra una pared maldiciendo. Jamás saldría de allí. 

      –Hola, Rodrigo –dijo una familiar voz a sus espaldas. Se volteó y he allí que se erguía una figura femenina. 

      –¿Lucy? 

      –Sí, soy yo Rodrigo. He venido a buscarte.  

      –Te ves tan… distinta. 

      –Perdí algo de peso, a decir verdad, varias toneladas. ¿Qué opinas de mi nueva apariencia? 

      Lucy se veía cómo la robot de Metropolis, o como una de esas atractivas androides de Hajime Sorayama, aunque había algo más orgánico en su apariencia, similar a las criaturas que pueblan la obra del pintor suizo Giger.  

      –Estás muy bien –dijo Rodrigo–. ¿Pero como… 

      –Fui sometida a un upgrade –lo interrumpió Lucy–, por las criaturas que en estas latitudes denominan Kobolds. 

      –Tal y como lo sospechaba, fueron ellos quienes te capturaron.  

      –Así es. Continuamente están explorando la esfera, recolectando datos y objetos. Suelen ignorar a los seres vivos. 

      –Incluso a nosotros, tus tripulantes. 

      –Lamento por todo lo que has tenido que pasar –dijo Lucy tomando entre sus mecánicas manos las de Rodrigo–. Habría venido antes por ti pero al ser tecnología creada por humanos les tomó bastante tiempo a los Kobolds reprogramarme para así emular sus imbricadas estructuras cognoscitivas y complejo lenguaje. Pero ya estoy aquí.   

      –¿Qué fue de Char y los habitantes de esta casa?, ¿qué fue de Marianela? 

      –Los ocupantes de esta vivienda murieron. El Sr. Char fue adormecido poco antes del alba y trasladado a la estación orbital Kobold donde fue sometido a una manipulación genética que eliminó todo rastro de licantropía. En cuanto a la muchacha, luego de huir de este sitio atacó a la gente de la granja vecina, nueve personas de las cuales tres sobrevivieron para transformarse en licántropos. De esta manera comenzó a propagarse la infección por toda la zona hasta llegar a la ciudad. Cuando por fin amaneció el número de licántropos ascendía a una treintena. De momento están confundidos, nadie sabe muy bien lo que ocurrió y ni siquiera sospechan que las personas a las que están socorriendo, y que suponen víctimas de las bestias, serán muy pronto sus verdugos.   

      –¿No pueden hacer algo los Kobolds para detener esta locura? 

      –Por supuesto, toda esta zona será fumigada. Sólo morirán aquellos infectados. Es la solución más práctica. 

      –¿No pueden someter a esta gente al mismo proceso que a Char? 

      –Sí, pero me temo que no les interesa. Si curaron al Sr. Char fue sólo porque yo se los solicité.  

      –¿Dónde está Char ahora? 

      –De regreso en su época. Y ahora es tu turno, Rodrigo. He venido para llevarte de vuelta a tu hogar. 

      –¿Puedes hacerlo? 

      –¡Claro que puedo! Pese a mi nueva apariencia sigo siendo una máquina del tiempo, aunque libre de las viejas limitaciones que antes poseía. ¿Nos marchamos ya? 

      –¡Pero hay tantas preguntas aún que tengo que hacerte!, ¿En que año estamos?, ¿quién construyó la esfera?, ¿fueron los Kobolds?, ¿de donde salieron estos humanos gigantes y cómo es que hablan mi idioma? 

      –Todas tus preguntas serán contestadas cuando volvamos a encontrarnos en un futuro próximo, Rodrigo. Ahora debemos emprender el viaje, tengo otras obligaciones que cumplir. 

      –Pero… 

      –Shhh –dijo la androide posando su dedo índice sobre los labios de Rodrigo–. Ven, acércate. 

      Lucy tomó las manos de Rodrigo y las posó sobre sus pronunciadas caderas. Su voz era tan dulce y sensual y su robótico cuerpo tan cálido que a Rodrigo le pareció, por un segundo, se trataba de una mujer real. Pero entonces observó su rostro de grandes ojos y boquita minúscula, tan inexpresivo como el de los seres que la reconstruyeron, y la ilusión fue anulada. De cualquier forma se aferró a la cintura de Lucy apoyando la cabeza sobre su pecho. Ella le subió sus manos por la espalda y ambos se fundieron en un entrañable abrazo.   

      –¿Nos volveremos a ver? –preguntó Rodrigo cerrando los ojos. 

      –Puedes estar seguro que sí. 

      De los omóplatos de Lucy emergieron unas estructuras elípticas de las que se desplegaron unas grandes membranas transparentes. La androide curvó hacia delante sus alas de mariposa que los envolvió a ambos transformándose en una especie de capullo.  

      –Ahí vamos –susurró Lucy al oído de Rodrigo.  

      Y ambos desaparecieron. 

8 

      Rodrigo abrió los ojos percatándose que sus manos abrazaban el aire. El Sol iluminaba tímidamente la campiña y los pajarillos gorjeaban. Se hallaba de vuelta en la parcela de su hermano, y le pareció pertinente rememorar los siguientes versos: 

         De su seno ascendió un capullo.

         el verano lo agostó.

          la canción ha terminado. 

      –¡Don Rodrigo! –escuchó que alguien exclamaba. Era Aquiles que venía corriendo hacia él. 

      –¿Hace cuanto se marchó la máquina del tiempo? –le preguntó. 

      –Reciencito no más. Pensé que usted iba dentro. 

      –Sí, ahí dentro voy, viajando a un futuro muy extraño. 

      –¿Cómo dice?, ¡pero si está aquí! 

      –Es una larga historia, Aquiles. Ya tendremos tiempo para que se la cuente, regresemos a la casa. Necesito un café y mi computador, tengo mucho que escribir. 

      Antes de marcharse, Rodrigo se volteó para dar una última mirada al sitio en que algún día muy lejano se erguiría el cronopuerto. 

       “Lucy dijo que volveríamos a vernos”, pensó, “ese encuentro animará de ahora en adelante mis días”. 

© 2004, Remigio Aras.   

Garamén

Garamén se acomodó en su silla. Frente a él, la ventana enmarcaba un mundo húmedo y arbóreo, donde la lluvia era cosa normal. Desesperado, cerró sus ojos en un vano intento por ignorar ese paisaje constante del que no formaba parte, aunque todos lo creyeran. 

      Momentos como este eran los que trataba de evitar, obligándose a sí mismo a pensar en otras cosas, o a realizar trabajos para los que no estaba llamado en su sacerdocio, todo con tal de no dejarse llevar por ese sentimiento abrasador que le gritaba desde el fondo de su corazón: vete de aquí, no perteneces a este lugar, estás mal.  

      No obstante su empeño por eludir los sentimientos que lo embargaban, estos, a veces afloraban, brotaban como lava de un volcán recién despierto y se asentaban en su cuerpo consumiéndolo desde dentro.  

      Se levantó de un salto en el colmo de la angustia, con tan mala suerte que su cola, enorme y fuerte, tumbó la silla hasta el otro lado de la sala. Esto arruinó aún más su moral, dio una zancada hacia la ventana, emitió un fuerte grito hacia el horizonte y desesperado, golpeó con sus garras el marco de la ventana. Cerró los ojos llenos de lágrimas y cuando los volvió a abrir nada había cambiado; la lluvia continuaba y los árboles se agitaban por culpa de las gotas que sin querer las mecían, luego estas caían sobre el piso de tierra, deslizándose, corrían por el suelo ansiosas de compañía formando pequeños riachuelos que corrían en dirección al extenso océano que se percibía colina abajo. Felices ellas, pensó, felices gotas de agua que libres de toda moral recorren el mundo, imperturbables, capaces de cambiar la fisonomía planetaria hasta destruirla y que de cualquier modo nadie las odiará nunca, sin importar los daños que ocasionen. 

      Un sonido lo distrajo de sus lóbregos pensamientos. Alguien tocó a la puerta y sin necesidad de preguntar quién era ya lo sabía. Alderra, la hembra más próxima a su recinto, respondía al llamado que sin meditar había hecho. Ella estaba siempre pendiente de él, la única de sus feligreses que no simulaba amarlo, pues lo amaba y ese grito le debió parecer un llamado de apareo. Abrió la puerta y apareció ella con sus escamas alborotadas en una tentativa de escurrir los restos de lluvia que bajaban por su cuerpo. Hoy tenía los bordes pintados de lila, con un toque de escarcha azul que la hacían ver casi etérea. Supuso que ese era el efecto que ella quería producir. La saludó y se hizo a un lado dejándola pasar. 

      –Siempre es bueno verte, Alderra. Supongo que estabas cerca cuando… 

      –No, cariño. No necesité estar cerca para escuchar tu grito, creo que todos en la ciudad lo escucharon. 

      Sintió que sus escamas pectorales se le erizaron y la sangre se acumuló en sus sienes. Seguramente ella notaría la coloración de las cortas escamas de su rostro, y claro que lo notó: esa sonrisa de complacencia no iba a surgir espontáneamente. 

      –Lamento haberte alterado, y a todos los vecinos –añadió rápidamente–. Sabes que a pesar de mis votos sólo soy un lagosiano y nada podrá cambiar eso. 

      –No tienes que disculparte conmigo –miró al suelo y recogió con suavidad la silla colocándola en su sitio–. De cualquier forma, valió la pena venir acá tan sólo para verte colorear –sonrió indulgente–, es grato ver que aún hay machos que sienten vergüenza de sus instintos. Bueno –dijo, sentándose cómodamente en uno de los sillones–, qué debe hacer una chica en la casa de un monje para que le brinden una taza de guaroog–. Luego agregó, como dándose cuenta de algo: –Tienes algo de eso, o los votos de la secta Cisco tampoco te permiten beber licor, además de prohibirte otras cosas divertidas. 

      –La orden a la que pertenezco es severa, pero nos deja ciertas libertades. Creo que a ambos nos vendrá bien un trago, ya vengo. 

      Se retiró a la cocina, buscó en la alacena donde guardaba las bebidas y mientras las servía no pudo evitar emitir un suspiro distraído; una vez más, lamentó no poder hacer caso de esa dulce mujer que tanto lo amaba, a quien, si no fuera por sus deberes y otras imposibilidades técnicas, hacía tiempo le habría hecho saber que era correspondida. Además, le molestaba tener que aprovecharse de ella, de su amistad, pero le urgía saber cómo iba la guerra y ella,
la Jefe de Protocolo del palacio de gobierno, podría saber nuevos detalles sobre las batallas que se libraban en el cosmos, donde muchos amigos enfrentaban a diario la posibilidad de la muerte.  

      Cien años en guerra no le habían hecho mucho bien a los reptiloides, era mucho lo que habían dejado de avanzar y de crecer como especie. Si no fuera por la guerra él no estaría en ese predicamento y, seguramente, amar a Alterra no sería imposible. Y todo, se quejó, por un afán colonizador que nos lleva por el mismo camino de otra raza imperialista y tan territorial como esta. ¿El Universo es vasto y tienen que explorar el mismo sector? –exclamó.  

–¿Decías? 

–¡Ya voy! Estoy buscando los tazones. 

Se colocó la túnica. Bajo esas circunstancias funcionaba como un escudo contra los instintos de apareamiento tan acuciantes en las lagosianas. Cómo sería ser hembra y tener tantos deseos libidinosos acumulados, se preguntó. Sujetas a la llamada de los machos, a sus inciertas emociones, pendientes de aquellos seres quienes no siempre cedían a sus impulsos físicos, ya que de ellos, de los machos, dependía el control natal; por lo tanto, debían contentarse con escuchar y esperar a ser deseadas. Sería frustrante para ellas encontrarse con machos que las atraían, pero que ni todos los instintos los harían ceder a sus expectativas de amor puesto que habían hecho votos de castidad, como era su caso. Como experto en la vida terrestre, no pudo evitar realizar comparaciones mentales. Pensó en las humanas, a millones de años luz de ahí, quienes no tenían por qué contenerse nunca; hombres y mujeres cedían a sus caprichos físicos sin importar la época del año; ellos, los humanos, poseían cosas como las píldoras anticonceptivas, más otras técnicas de control natal y un sistema reproductivo diferente que los hacía estar siempre en época de apareamiento, sin correr el riesgo de engendrar indebidamente y así aumentar el número de la población, si no querían. Tampoco debían pedir permiso para engendrar, como era natural entre la raza reptiloide y en particular entre los habitantes de su planeta madre, Lagaos. Tal vez esa libertad hacía más fuertes a los humanos, porque eran más felices al tener resueltas necesidades físicas como la del sexo, ya que sin hijos de por medio, el apareamiento sólo es sexo. Con los tazones listos se sentó cerca de ella, le brindó uno. Sin poderlo evitar la miró por encima del líquido plateado. Observaba con atención la escarcha azul que parecía flotar sobre aquellos ojos de miel, creando un brillo claro sobre su intensa mirada. 

–No sabes cuánto me gustaría poder compartir mi tazón contigo y tomarte para mí, aunque fuera sólo a través de este tazón simbólico. 

–Por favor Alderra –su voz parecía no querer salir–, sabes que si alguien se entera que cedí a mis impulsos, aunque sea simbólicamente, perderé todo mi trabajo de evangelización en esta ciudad. 

–Vamos, no te pongas tan serio, sólo fue una frase. No me hagas caso. 

 Ese “no me hagas caso”, le sonó a Garamén como un reto, ella no podía disimular su furia. 

–Hablemos de algo menos comprometedor. ¿Qué has sabido de la guerra, los humanos por fin han perdido la posición en el asteroide Blundelfiel? 

Al hacer esa pregunta sintió un nudo en su garganta y los sinsabores de la ansiedad se despertaron en él. 

–Claro –respondió orgullosa–, era de esperarse. Nosotros somos más y más listos. Tardó un poco, pero los acabamos a todos. Los humanos tuvieron que retirarse, y pronto serán devueltos a su rincón del espacio. 

Garamén se quedó estupefacto sin poder decirle nada, sabía que ella no lo comprendería. Entre los lagaos no se establecían lazos familiares; eran seres ovíparos, que dejaban sus huevos sobre la arena, a su suerte, sobreviviendo tan sólo con la luz de la estrella regente. Como sí pasaba entre los humanos; cuántos padres, hermanos, hermanas, novios, prometidas, habrían muerto en aquel montón cósmico y sus familiares ahora los llorarían desconsolados. Cuántos lagaos habrían muerto también, pero nadie los contaba. La promesa de la reencarnación hacía que una muerte inesperada no importara. Después de todo, si alguien perdía a un amigo, albergaba la total seguridad de volverlo a encontrar en otro cuerpo. 

–De todos modos, querido amigo, la ofensiva que se prepara en torno a la estrella que los humanos hacen llamar Próxima Centauri, acabará con todas sus posibilidades deque se prepara en torno a la estrella que los humanos hacen llamar Próxima Centauri, acabará con todas sus posibilidades de trasladar tropas en nuestra dirección y así el asteroide 4000 se librará de la presencia de esos mamíferos. 

–Tanta destrucción por un miserable asteroide –se quejó Garamén con amargura. 

–No es sólo un asteroide, es nuestro derecho a colonizar el universo. Son pocos los planetas habitables y ellos, lamentablemente, respiran oxígeno como nosotros. 

–Podríamos compartir, vivir juntos en una misma superficie. Los planetas habitables son enormes. 

–Por favor –bufó ella–. Compartir nuestro territorio con esos animales, ni tú lo aceptarías. Además, sacarlos del asteroide 4000 hará que se devuelvan a su rincón del espacio y por fin entenderán que deben mirar en otra dirección. Pero ese no es el punto, el asteroide 4000 está todo hecho de T-fortium, tanto como para que nosotros levantemos toda una ciudad en la parte blanda del planeta que pese a todos nuestros avances no hemos podido habilitar. Bien, lo admito, será una ciudad subterránea, lo bastante profunda como para poder asentarla en la base sólida del núcleo planetario, pero lo suficientemente grande como para que sea posible aumentar el número de nacimientos entre nosotros, y tan fuerte que las aguas ni el barro la oxidarán. En cambio, para qué lo quieren los humanos: para destruirlo y venderlo por partes dentro de ese complicado sistema económico que ellos manejan. ¿Y qué crees que harán con esas partes? 

–Armas –susurró Garamén–. Sé que eso es lo que todos piensan Alderra, pero ellos no sólo fabrican armas, también tienen ciudades qué construir. Próxima Centauri es un sistema recién colonizado… 

–¡Qué debió ser nuestro! Además no lo llames Próxima Centauri –y luego agregó con una especie de susurro enfadado–, ese nombre humano se está volviendo demasiado popular, incluso los jóvenes soldados lo nombran con esas palabras ajenas. Llámalo como nosotros lo conocemos: Nadog, nido, porque ese debió ser un nuevo nido de susurro enfadado–, ese nombre humano se está volviendo demasiado popular, incluso los jóvenes soldados lo nombran con esas palabras ajenas. Llámalo como nosotros lo conocemos: Nadog, nido, porque ese debió ser un nuevo nido para nuestra especie –en este punto detuvo el burbujeo exasperante de sus palabras, se puso sobre sus dos patas y respirando profundo, tratando de recobrar la calma le dio dos vueltas a la sala antes de volverse a sentar–. Cómo los defiendes. De verdad que no lo entiendo. Por qué te gustan tanto, qué te han dado o qué te han hecho para admirarlos de esa manera. 

–Los admiro por su complejidad; como admiro a los lagaos por su sencillez, pero sé una cosa que tú no entiendes: no podemos acabar con  todo y todos los que se nos opongan. Un día tendremos tantos enemigos que no habrá tregua, ni indulgencia para nosotros y te aseguro que lo lamentaremos. El asteroide 4000 es lo suficientemente grande como para que ambas especies lo exploten y compartan sus riquezas. Próxima Centauri o Nadog, o como lo quieras llamar, aún se está reformando para ser habitable, con nuestra ayuda el proceso se acortará y tanto reptiloides como humanos podrán asentarse en él. ¡Ambas razas han crecido demasiado, necesitan de nuevos planetas a los cuales extenderse, por qué ninguna lo entiende! –exclamó agitando los brazos como si esto diera énfasis a sus argumentos–. Hubo un momento de silencio; ambos bebían su guaroog sumidos en sus propios pensamientos. Garamén sintió la vista de Alderra fija en él y tuvo la sensación de que ella se quedó esperando una explicación. 

–Lo que pasa –dijo a modo de disculpa–, es que tanta destrucción, tanta muerte sin sentido, no es lógica; ni habla bien de nosotros. 

–Ellos fueron los que empezaron –le respondió tajante–. Haciendo a un lado Nadog, alegan que a ellos se debe el descubrimiento del asteroide y que por eso les pertenece, pero parecen olvidar que aquella mole orbita en uno de los sistemas que nosotros controlamos y se dieron a la tarea de explotarlo sin nuestro permiso. que aquella mole orbita en uno de los sistemas que nosotros controlamos y se dieron a la tarea de explotarlo sin nuestro permiso. 

–Si no los hubiéramos atacado primero, si el gobierno hubiera esperado a hablar con ellos y juntos estudiar el problema. 

–Si no hubieran desplegado tropas alrededor de aquel sistema y ordenado la destrucción de toda nave lagosiana que se acercara. Ya ves, sólo defendemos lo que es nuestro –él sacudió la cabeza, incapaz de entender y de aprobar la muerte de tantos seres vivos. 

–Parece que nunca nos pondremos de acuerdo sobre este tema. 

–En fin, creo que nosotros hicimos lo que debíamos. –Alderra entró en un mutismo preocupado y luego agregó–. Crees conocer bien a esa especie, pero te lo asegura alguien que ha estado en el campo de batalla y los ha visto luchar: son gente mala, sin honor. 

Volvió el silencio. Esta vez fue Garamén quien se quedó mirándola, mientras ella saboreaba el guaroog que aún le quedaba en su tazón. ¿Se atrevería a hacer la pregunta? Si lo hacía y ella la contestaba, ya nada podría detener el destino que unas décadas atrás otros habían trazado para ellos, para los lagosianos. Si no lo hacía, sería un traidor. En cambio, si preguntaba y ella no respondía, podría excusar su fracaso ante sus superiores, claro que un fracaso suyo implicaba la muerte de muchos. 

–Por qué no me haces la pregunta que ronda tu cabeza –dijo ella intuyendo la tormenta que pasaba por el corazón del miembro de la orden de los Cisco–. Pregunta sin miedo. Pregunta cuál es la ofensiva que el gobierno prepara. 

 –Temo mucho hacer esa pregunta, Alderra –respondió con sinceridad. Quería taparse los oídos, gritar para no tener que oírla, sabía que ella se lo diría todo y él no quería verse en la necesidad de decidir quien tenía más derecho a vivir. Ella percibió su angustia. 

–No te preocupes, no será tan traumático. Limitaremos en lo más posible las muertes que provengan de esa ofensiva. Casi la totalidad de nuestras naves fumigadoras se acercan en estos momentos al sistema de Próxima Centauri, rodeándola para que no exista posibilidad de escape. Se demorará un poco, pues muchas han debido hacer una circunvalación enorme para llegar por la parte más alejada, desde donde no nos esperan y es una maniobra dispendiosa. 

–¿Naves fumigadoras? –Preguntó asustado, apretando el tazón con tal fuerza que estalló en sus manos–. Los… ¿los envenenarán? 

–Arrojaremos el veneno sobre las bases aeroespaciales, mientras nuestras naves de guerra estarán atacando a las que se encuentren en el espacio o a las que se atrevan a salir, luego tomaremos bajo control a la población civil. 

–La que quede, pues una vez el veneno entre a la atmósfera nada podrá controlarlo, el viento lo esparcirá por toda parte. Miles de inocentes morirán. 

–Piénsalo de esta manera: aunque mucha gente humana muera, serán las últimas víctimas de la guerra, porque sin duda habrá terminado. Pero tú eres el experto en humanos, ¿qué crees que harán? ¿Buscarán venganza inmediata? 

–Buscarán venganza, pero no podrá ser inmediata porque no tendrán naves con qué responder. Los que queden, se sublevarán y todo lagosiano que toque el planeta correrá peligro. 

–Qué podrán hacer, sus cuerpos son débiles. Una vez entremos al planeta ni siquiera necesitaremos armas para doblegarlos. ¿Ves? El triunfo es nuestro. 

Estuvieron otro rato hablando de trivialidades, pero en ningún momento se acalló la mente del sacerdote quien llevaba las palabras de Alderra de un lado a otro de su mente. La intranquilidad de su conciencia le hizo extender la visita más allá de lo permitido por las rígidas convenciones sociales. No quería enfrentar lo que vendría después, una sola palabra suya y muchos seres queridos conocerían al amo de la muerte; por mucho que creyera en la reencarnación apreciaba a sus amigos con el cuerpo que ocupaban ahora. De cualquier manera, sin importar lo que dijera o no dijera, estaba seguro de que muchos seres queridos desaparecerían. En algo le cabía razón a Alderra, el fin de la guerra era el fin de tanta después, una sola palabra suya y muchos seres queridos conocerían al amo de la muerte; por mucho que creyera en la reencarnación apreciaba a sus amigos con el cuerpo que ocupaban ahora. De cualquier manera, sin importar lo que dijera o no dijera, estaba seguro de que muchos seres queridos desaparecerían. En algo le cabía razón a Alderra, el fin de la guerra era el fin de tanta muerte sin sentido, donde quienes más sufrían eran los infelices que no portaban armas; porque los demás, los soldados, estaban demasiado bien entrenados, demasiado alejados de los escrúpulos, demasiado decididos a sobrevivir a costa de lo que fuera, como para morir en medio del conflicto. Ella se fue y no le quedó otro motivo de distracción que el de ponerse a pensar sobre qué cosa, exactamente, diría. Debía dar un informe y de sus palabras dependía el futuro. Podría suceder que sus superiores perdieran la cabeza con el embrujo de un posible triunfo, y todo su trabajo habría sido en vano. Cavilando sobre lo que podría suceder, se detuvo un momento en medio de la sala dándole vueltas a una idea que se manifestó claramente en su cerebro. 

Sin dudarlo un momento se dirigió a su habitación. De un compartimiento abajo del nido donde solía dormir, sacó una pequeña antena y un mini computador con el que se enlazó a una boya espacial, un satélite repetidor camuflado. Un rostro de hombre apareció en la pantalla. 

–Garamén Cisco reportándose –dijo en un tono que nada dejaba entrever. 

La imagen se extendió en una sonrisa complacida. 

–Creo que les gustará lo que tengo que decir. Sólo hay… una condición –el individuo del otro lado lo miró mal; no le gustaba que nadie le pusiera condiciones, menos, cuando la supervivencia de muchos se encontraba en riesgo–. Quiero salirme de esto –lo anunció de tal forma que no daba lugar a réplica–, ya he hecho suficiente por ustedes. 

Un momento, se dijo a sí mismo el sacerdote y detuvo el transcurrir de su pensamiento sin denunciar nada con su mirada: si casi todas las naves fumigadoras se dirigen al sistema de Próxima Centauro, lugar del asentamiento humano más cercano a Lagaos, eso quiere decir que el planeta Tirodón Prime, la colonia lagosiana más lejana de su planeta madre y en todo caso, el más cercano a los sistemas que controlan los humanos, estará vacío e indefenso, por que de ahí deben partir las tropas. Sin las bases espaciales, el armamento, y las naves, tanto de Próxima Centauri como las de Tirodón Prime mientras estuviera expuesta, dejando a su vez, sin saberlo, libre el camino de los reptiloides a Alfa Centauri. Unas cuantas naves llegarían a sus destinos, pero la mayoría se vería en la necesidad de enfrentar a su enemigo en el espacio. La comunicación cesó, el artefacto quedó en el mismo sitio donde lo había guardado desde que llegara allí, veinte años atrás. Contados en años humanos parecían muchos, la mitad de su vida, porque en realidad Garamén Cisco, no era el sacerdote que presumía ser, ni el lagosiano santo que predicaba a todo el que lo quisiera escuchar; en realidad, era el teniente Flavio Arantes, entrenado en el idioma y la cultura de los lagartos, quien a los veinte años ingresó al servicio secreto y aceptó transformar su cuerpo humano por el de uno de ellos; un cuerpo que se vería escamoso y luciría una larga cola, pero que no podría hacer nunca lo que el cuerpo de ellos hacía, como aparearse con una hembra, por más que lo deseara. 

Se sentó de nuevo en la silla, encorvado sobre su vientre. Agarrándose la cabeza con ambas manos, su pecho se agitaba con cada gemido. Era consciente de que en realidad no había tomado ninguna decisión. No tenía queja de los enemigos de su raza, porque en veinte años a todos los había convertido en sus amigos y si lloraba no era por causa de su miserable vida lejos de todo ambiente conocido; era porque, para ambas razas, pronto sería un traidor. 

 

© 2003, Sandra Leal. 

 Sobre la autora:  Sandra Leal Larrarte. Escritora y periodista colombiana. Actualmente labora como docente de prensa escrita en
la Universidad de Pamplona. Se le reconoce la autoría de al menos cincuenta cuentos en los cuales hay en todos ellos un, a veces leve, tinte de ciencia ficción cuando no es que son totalmente enmarcados dentro de este género como el que ahora les presenta a ustedes. Garamén fue escrito como parte de un ejercicio espiritual, uno de aquellos que a veces nos inventamos para exorcizar nuestros propios demonios, en el que trata de dibujar una situación emocional donde a veces las circunstancias superan nuestros deseos. En su relativamente corta trayectoria, Sandra ha ganado dos concursos, el Dunant Passy Internacional, mención de cuento corto, con el cuento El Paso del Perdón y el IV Concurso de Cuento Corto Ciudad de Bogotá YMCY, con el cuento Todo por un Maní

Cubil Abyecto

Silencio trae la noche,perpetua fue la guerra del ayer.Mil demonios abrasados en el fuego,y un mundo entero por construir.Argos hundida en las tinieblas…a la espera de un nuevo ciclo…conquistada por grandes señores…arrebatada a la sombra del tirano. 

Despierta con la piel sudorosa, manchada de brea y sangre, oliendo a ozono y sintiendo la oscuridad a su alrededor, como una mortaja que lo atrapa y no le permite huir. Se agita en un seno de piedras y azufre, y nota el fuego a su alrededor… tan alto… tan caliente… Sólo puede arrastrarse hacia arriba, adhiriéndose a las paredes, escalando un vientre furibundo que no deja de agitarse y gritar… palmo a palmo… metro a metro. Siente a su alrededor la ebullición de miles de gargantas que desprenden vapor hirviendo. Surgen de muy hondo, manando también hacia la luz, a través del angosto túnel que se alarga como una enorme placenta hacia un brillo incandescente que procede de más allá de su alcance… lejano, muy lejano.  

      Se agita, gruñe, brama… alarga una mano, encuentra una grieta, se aferra a ella, sigue subiendo. La luz queda un poco más cerca y la muerte más atrás… más atrás. Siente como todos los poros de su piel derraman óleo resbaladizo. No es el momento, pero tampoco puede evitarlo. Hace mucho calor, demasiado. Cualquiera hubiera muerto ya en aquella garganta llameante. Él no puede morir, no allí… Desea volver a la luz, aunque no pertenezca a ella, desea aferrarse a su cálido abrazo y olvidar para siempre aquella pesadilla. Encerrado durante demasiado tiempo en la oscuridad, solo, aislado, ardiendo entre ríos de lava y abandonado a una suerte tortuosa y cruel. 

      En los últimos días de exilio había tenido muchos sueños; sueños negros y crueles, sangrientos y malignos… ninguno agradable. Veía cielos oscuros dominados por la sombra. Enormes corceles de negras alas batiéndose en la noche perpetua, sobre los volcanes, sobre la tierra árida, sobre los ejércitos. Podía escuchar los gritos: miles de voces y lamentos que llamaban a las armas, al tormento, a la guerra. Casi podía cerrar los ojos, y asaltado por la oscuridad, embriagarse una vez más con el olor de la sangre, con el frenesí de la muerte, con la dulce sensación de desatar sus instintos más bajos y no frenar su puño. Entonces le rodeaban miles de seres: aliados o enemigos, ninguno amigo. Jamás había tenido amigos. Tan solo lacayos y señores que guiaron su destino desde el inicio. El inicio… ¿Dónde estaba el inicio? Ciertamente lo había olvidado hacía mucho tiempo. Tampoco le importaba, no en ese momento… ahora lo importante era subir, seguir subiendo, y dejar atrás la muerte. Una vez más… salvarla, como lo había hecho en los últimos años de su prolongada vida… no… como lo había hecho desde el día en que abrió los ojos y sus dos corazones comenzaron a bombear lentamente. 

      Dejó atrás la última peña a la que se había adherido con desesperada angustia y siguió subiendo por la empinada pared, dejando tras de si un rastro aceitoso y pegajoso, trozos de carne y parte de su sabia elemental. Su mano, mellada y llena de rasguños, encontró un nuevo asidero y subió un metro más. El vapor seguía emanando del lecho incandescente, abrasándole la espalda y obligando a su cuerpo a segregar más óleo pegajoso. La luz se abrió ante sus ojos, a miles de metro de distancia, demasiado lejana, perdida en un túnel negro y alargado. No era más que un punto rojo que latía en el infinito. Pero qué importaba… debía llegar hasta él. Debía llegar hasta el sol. 

De nuevo le asaltaron los recuerdos. Imágenes no tan lejanas… podía cerrar los ojos y sentía el suelo rugir bajo sus pies descalzos. Miles de botas y garras desgarrando los cimientos de la tierra, un trueno que llenaba todo el valle, despertando a los dioses y levantando a los caídos. De vez en cuando retumbaba un rugido incontenible y el cielo, encapotado de nubes negras, se llenaba de fuego y de luz. Él nunca miraba hacia arriba, siempre la vista al frente, en el enemigo. Otros en cambio sí que miraban atrás… atemorizados, horrorizados ante la lluvia de azufre y ascuas ardientes que solía preceder a la llamarada. Ese era su fin. Todo aquel que distraía la atención, era arrastrado por la jauría y moría bajo las botas del enemigo, quedando sepultado por una montaña de cuerpos destrozados y restos retorcidos. Él siempre se alzaba sobre todos, matando con sus dos lunaris ensangrentado, degollando al enemigo, ya fuesen humanos, elfos o enanos. Nada ni nadie podía contenerle… ni tan siquiera los grandes señores del cielo. 

      Ocasionalmente, uno de aquellos titanes alados caía desde muy alto. Un bramido escalofriante barría el mundo cuando la bestia era abatida, después existía un momento de agitación en el que aliados y enemigos aguardaban el impacto, observando el cielo prendido en llamas y aguardando a que la suerte no decidiera que el caído se encontrara por encima de sus cabezas. Después, si los hados concedían su gracia, el mundo entero retumbaba bajo sus pies cuando el señor del cielo rompía el asfalto, enterrando bajo su grupa a ejércitos enteros. Él ni tan siquiera entonces bajaba la guardia. No le importaban las quemaduras, su cuerpo regeneraba la carne y las llagas infectadas jamás llegaban a diezmar su voluntad. En el campo de batalla era temido, repudiado, odiado. Los más valientes se arrojaban a su encuentro en un desesperado intento de poner fin a su impía vida… los más cobardes huían atemorizados al reconocer la armadura del yagath, forjada en el Destino, al inicio de
la Oscuridad. Fuese como fuese el sino de todos ellos era siempre el mismo: la muerte. 

      Cuando llegó a la sima del Karkang, al sur de la rivera del Zoj, era incapaz de concebir los días que llevaba combatiendo. Su piel estaba llena de cardenales por el roce de la armadura, la sangre reseca cubría su cuerpo, y sus miembros, entumecidos, comenzaban a renquear y a negarse a cumplir las directrices que marcaba su embotado cerebro. Quizás llevaba meses en el frente… quizás años, le era imposible saberlo con certeza. Lo cierto era que tenía la impresión de que había transcurrido toda una vida y la batalla jamás concluiría. Sin embargo estaba equivocado en aquella apreciación, algo  poco habitual en él. El final se precipitaba sobre los suyos incontenible e imparable. Lo vio desde la cima del Karkang, sintiendo como el suelo temblaba bajo sus pies y oteando la oscuridad que cubría toda la llanura que se alzaba interminable y muerta más allá del Zoj. La batalla se extendía a su alrededor y se perdía en lontananza, más allá de
la Fortaleza de Ankuz-Traz y de la enorme estructura oval que era el Cónclave de los Señores Oscuros. Al oeste, cubierta por las Minas de Uz-Guz,
la Ciudad Negra ardía, y en la punta nordoriental del hemisferio, Grunz y su puerto desprendían una inmensa humareda blanca tan densa como la que pudiera manar de
la Ciudad Negra, impidiendo que lograra discernir los enormes barcos, que arribados desde el sur, no dejaban de vomitar ejércitos de brillantes y luminosas armaduras. 

      Todo lo demás era muerte y desolación. La campiña estaba cubierta de campiña estaba cubierta de difuntos. Centenares de miles de cadáveres sepultaban el mundo, comenzando a los pies del monte Karkang y perdiéndose más allá del Zoj y la ribera alta. Y sin embargo los ejércitos seguían combatiendo incansables, tanto a sus pies, como en las laderas de las montañas, tomando a su vez los cielos negros de Luduz Ungras. Millones de seres enfrascados en una lucha delirante, alzándose sobre las piras carroñosas que seguían descomponiéndose lentamente bajo la atmósfera tórrida de las brumas negras. Guerreros que derramaban su sangre sobre un suelo arcilloso y reseco, alimentándolo con carne humana y carne de orco, fundiéndose con las entrañas de un país impío y mancillado por la oscuridad desde hacía casi tres siglos.  

      Pero lo cierto era que los pendones de
la Corona,
la Espada y el Escudo dominaban el llano, así como el inmenso alabarde con el árbol de profundas raíces –tan odiado entre los suyos–, y los diversos estandartes de las colonias de Bradin. Las divisas del sur lucían desgarradas y harapientas, pero predominaban sobre todo lo demás, alzándose sobre los pabellones negros de los Señores Oscuros. 

      La guerra llegaba a su fin y la derrota parecía inevitable. Según las noticias llegadas desde Ankuz-Traz, el Supremo había sido desterrado más allá de las puertas, perdiéndose para siempre en un mundo inalcanzable y del que jamás retornaría. Ahora, cuando miraba hacia el territorio arrebatado, tan solo se atisbaban armaduras doradas y de cobre. El negro había sido derrocado al sur de la ribera del Zoj, y si la batalla continuaba adelante, ni incluso en aquel rincón habría cabida para los suyos. 

      El enemigo había iniciado el asalto del Karkang, subiendo las laderas de la montaña y tomando la falda oriental, sin embargo él fue el primero en percibir como el seno del volcán cobraba vida cuando uno de los grandes blancos, sima únicamente para encontrar una muerte inevitable a manos de sus dos lunaris

      En su retaguardia el coloso de rocas y fuego eructaba y bramaba como un demonio maligno, desatando los primeros chorros de esperma incandescente desde una tripa furibunda, vomitando efluvios venenosos y ozono incandescente. Los elfos morían envenenados, los humanos cayeron desplomados por el risco, los enanos trotaban en desbandada por la ladera menos pronunciada, ajustando sus botas de hierro al irregular terreno. Él sin embargo respiraba aquel veneno candente y sentía como sus pulmones resistían al dolor, otorgándole la facultad de combatir sin descanso, de poder seguir sesgando vidas entre todos aquellos que trataban de salvarse de aquel infierno delirante. Su piel ardía, el fuego chorreaba por su espalda, pero la capa de aceite seguía protegiéndolo, liberándolo en parte de la tortura y la angustia. 

      Un nuevo bramido anunció la llegada de más tropas a la falda de la montaña; dos ejércitos colisionaron violentamente y el batir de las armas se convirtió en un lamento desgarrado que llegó incluso a la sima. Vio a más de diez mil criaturas luchando… más allá otros diez mil ejércitos combatían por la dominación de un país en llamas. Huesos rotos, carne desgarrada, gritos desesperados y rugidos de pura rabia; todo parecía convertirse en una locura derramada en forma de sangre contra las paredes rocosas del volcán. Y el Karkang seguía escupiendo fuego como una bestia desatada, lanzando ríos de lava que acabaron engullendo a centenares de desgraciados que apenas tuvieron tiempo de resguardarse de una muerte inevitable. 

      Notó calor, más calor del que había sentido hasta entonces. Su yagath ardía febril, y el acero, templado por el fuego de… –no, no lo recordaba, incluso entonces era incapaz de traspasar aquella nube blanca que diezmaba su memoria–, comenzaba a hervir recalentado. Fue entonces cuando apareció el emisario de la muerte. Se presentó en forma de un enorme dragón de  bañaban sus muslos. Más dolor, más sufrimiento… aun así logró soportarlo y pudo alcanzar la estabilidad. El gran blanco rugió, mostrando la gangrena que desgarraba su ojo derecho y lanzando chorros de viento gélido entre sus babeantes fauces. Pero tal era el calor que consumía la esfera más alta del volcán, que aquel viento gélido acababa apagándose incluso antes de rozar su piel aceitosa. 

      Dispuesto a no otorgar tregua, y notando como el firme se rasgaba una vez más bajo las garras de sus pies, saltó desde el precipicio, y empuñando en alto la brillante hoja de zafiro y diamante, alcanzó el largo cuello del titán. Éste bramó una vez más ante la osadía de tan insignificante criatura, pero él no estaba dispuesto a rendirse. Clavó el lunaris entre las escamas del dragón y logró estabilizarse en aquel cuello cimbreante. La criatura voló enérgicamente hacia las brumas negras, y el estampido de los fuegos fatuos y las espurnas de los rallos argentes bañaron su blanca piel. Mientras tanto el jinete seguía escalando, desafiando al torrente de aire que trataba de arrancarlo del lomo de la criatura, clavando una y otra vez su acero en el cuello del enorme mastodonte y encumbrándose hacia la testa inalcanzable del dragón. 

      Muy abajo el Karkang estalló violentamente y el coloso dormido terminó de despertar. El mundo entero pareció retumbar en un incontenible estruendo, y las hondas de la deflagración llegaron incluso hasta la bóveda celeste, barriendo las nubes y arrastrando consigo a las criaturas aladas. Cuando miró hacia abajo, vio una inmensa cascada de lava que desbordaba la boca del volcán y barría toda la ladera, llevándose consigo a los ejércitos que quedaban atrapados entre las rocas y las grietas. El gran torrente de lava manó y manó incansable, resbalando por la falda de la montaña y arribando hasta el llano. Los alaridos de los soldados llegaban hasta el cielo, resonando de forma las negras nubes, desgarrando con sus alas la mugre que habían traído consigo los nigromantes el día del Advenimiento. El cielo parecía incendiado, y los rugidos encarnizados podían escucharse en el gran valle del Zoj. 

      Hoy ese mismo cielo lucía vacío y oscuro, consumido por la noche eterna e invariable que cubría los territorios que antaño pertenecieron a los juzzrrianns. Era imposible saber si lucía el sol o las estrellas más allá de aquella barrera de nubes. El candor de los fuegos se había apagado, y con él el único esbozo de luz que fluctuaba en aquel desierto marchito. Cuando miró hacia la gran barrera de montañas que delimitaba la parte oriental de la gran cordillera de Ashgord, se encontró con una gran sombra alargada que recaía sobre todo el valle de Luduz-Ungras. Los volcanes se habían apagado, quizás sometidos a la voluntad de su señor el Karkang, el más viejo y grande de todos ellos, sin embargo la erosión causada por los caudalosos ríos de lava se distinguía perfectamente en las verticales paredes, rasgando la altiplanicie y adentrándose en un valle resquebrajado por mil grietas. 

      Una sensación desoladora cundió en su corazón cuando paseó la mirada por el valle. La batalla también había terminado, y tras los últimos días de lucha desenfrenada contra el volcán, en el exterior tan solo quedaba el recuerdo de la locura desatada por los dos ejércitos. Desde el extremo meridional de Ashgord, hasta el punto donde el mar del Olvido bañaba la costa, cada palmo de tierra estaba ocupado por una alfombra de cadáveres y restos. Eran miles de leguas sepultadas por abolladas armaduras, miembros que sobresalían de entre la carroña, pendones desgarrados y deshilachados que se mecían a merced de un viento gélido y mortecino, gigantescos caballos abandonados al olvido de la parca, y todo tipo de criaturas que antaño combatieron a su lado y hoy se pudrían lentamente entre los rescoldos de las últimas hogueras. La brisa arrastraba consigo el hedor insoportable de la muerte y de la carne gangrenada, contaminando todo el valle y hogueras. La brisa arrastraba consigo el hedor insoportable de la muerte y de la carne gangrenada, contaminando todo el valle y concentrándose en la rivera del Zoj. Pero entre todos los muertos destacaban los enormes montículos de carne y huesos lacerados, que antaño fueron los orgullosos dragones. Seres primitivos tristemente despojos de la vida primigenia que le otorgaron los viejos dioses. 

      También había miles de bulugbars perdidos entre los restos. Las mastodónticas criaturas, depositarias del Don de Eldever y precursoras del linaje oscuro en Argos, sucumbían al olvido con mil lanzas desgarrando su cuerpo y retorcidas en un tormento eterno que jamás llegaría a borrarse en la memoria de aquellos que alguna vez pisaron el erial. 

      Con mirada fría, como si todo aquello no fuese con él, dirigió su atención hacia el norte y vislumbró la enorme fortaleza de Ankuz-Traz, con sus centenares de torres despuntando más allá de las brumas negras y sus interminables almenas desnudadas de los fuegos elementales; un fulgor que desde su alzamiento había ardido desafiante e imperecedero, y que hoy, tras siglos de perpetuidad, había desaparecido para siempre. La vida también se extinguía en sus fríos muros. Las estancias, que antaño ardieron con las llamas insufladas por el Abismo, hoy lucían tan oscuras como el mismo cielo de Luduz-Ungras, mostrándose tan muertas como el paisaje que le rodeaba. El Cónclave de los Señores Oscuros no ofrecía mejor estampa. El enorme coliseo donde no ha mucho tiempo los grandes mariscales debatían y preparaban su ataque contra los desvalidos territorios del sur, había perdido los aires de grandeza y aparecía medio derruido. Al oeste del Cónclave, la ciudad de Uz-Guz desprendía una negra columna de humo que fluía hacia el cielo y se juntaba con las brumas. 

      Más allá de Ankuz-Traz y del Cónclave, los barcos enemigos se habían retirado del puerto de Grunz, y la ciudad ofrecía desde la lejanía, el mismo aspecto que el resto del país. Todo hedía a muerte y abandono. El enemigo, alcanzada la victoria, había levado anclas y se había apresurado a dejar atrás a sus muertos, tratando de salvarse de aquella locura que parecía haber durado toda una eternidad. La guerra había finalizado y las puertas al averno se habían cerrado definitivamente. Ankuz-Traz estaba muerta, y con ella todos los secretos que celosamente se guardaba en sus profundos pasadizos. El Supremo también había desaparecido. Él mismo podía sentirlo en el ambiente. Donde antaño había horror y desesperación, ahora había calma y sosiego. El puño opresivo que aferraba los corazones de todos los seres vivientes que habitaron aquel país, se había abierto finalmente, proporcionando un suspiro de alivio pero a la vez, propagando la miseria de la derrota. 

      Se preguntó si habría sobrevivido alguien. Si alguno de los abanderados del antiguo ejército todavía marcharía con vida entre los despojos o se encontraría cobijado en algún cobertizo olvidado de la ciudad negra. Pronto llegó a la firme convicción de que todo aquello le importaba un comino. Había salvado la vida y eso era lo único importante. ¿Qué más daba si ante él yacían los últimos restos de una guerra que había durado casi tres siglos? ¿Qué más daba si en lo más profundo de aquel valle una entidad todopoderosa había encontrado la derrota tras los pernos de una puerta arcana? ¿Qué más daba si aquel país, antaño temido en todo Argos y cuna de una civilización abyecta e imposible, había acabado sucumbiendo? ¿Acaso no había caído la altísima Luim-Nad en otra época? ¿Acaso otras ciudades no habían sucumbido más allá de la frontera sur de las Tierras Baldías? Lo único importante era que él seguía vivo. Que entre todos aquellos despojos de grandes patriarcas y eruditos del pasado, él seguía vivo y coleando. 

      Miró una vez más el valle y se sorprendió a si mismo al elucubrar sobre cual era el sentimiento que provocaba en su interior aquella nefasta visión. Se preguntó si la derrota hacía mella en sus dos corazones o si la desolación traída consigo por el enemigo le impediría seguir adelante. La respuesta vino por si misma inmediatamente. Una sonrisa apareció en sus labios de pez y durante unos segundos, el tormento de los últimos días se convirtió en una apacible sensación de bienestar. Lo único importante era que había sobrevivido al caos… todo lo demás poco podría llegar a afectarle. 

 

© 2004, David Mateo. 

 

 

Sobre el autor: David Mateo Escudero nació en 1976 en la ciudad de Valencia, España. Actualmente cursa estudios empresariales Y ha escrito cuatro libros, entre los que cabe destacar Nicho de Reyes, que actualmente se está publicando en comicvia.net, aurorabitzine.com y en el fanzine castellonés
La Filoxera. David, además, ha escrito gran cantidad de relatos (terror, fantasía, ciencia ficción…), la mayoría de ellos encuadrados en el mundo de Argos (lugar donde se desarrolla Cubil abyecto). David actualmente está a la espera de la posible publicación de Nicho de Reyes mientras compagina la redacción de relatos con su nuevo libro infantil Las aventuras de Tobías Grumm y el zorro Sid y la segunda parte de Nicho de Reyes titulada El último dragón. A la hora de señalar algún autor que le haya sido de influencia David nos proporciona los nombres de George R.R. Martin y Andrezej Sapkowski.  

Vampiros

Diácono escribió que están los hombres que luchan en las batallas y los que escriben sobre esas batallas. Argumenta que quizá los segundos sean aún más poderosos que los primeros porque, de ignorar los hechos, desvanecerían en las tinieblas sin ningún esfuerzo las hazañas más inverosímiles. 

      No se qué me impulsa a escribir en medio de estos tiempos de tanta oscuridad. Quizá lo mismo que mueve al héroe a empuñar la espada y acometer lo imposible: vencer la terrible angustia de perecer en la memoria de los hombres. 

      No he participado en ninguna batalla memorable, no he descubierto nada que alivie el cáncer que corroe a nuestra gente, no poseo ningún secreto que detenga nuestro lento, obvio y doloroso camino hacia el acantilado del olvido. Sólo tengo esta historia pobre sobre el origen de uno de los muchos males que roen el costado de nuestra cultura, historia menor y llena de profunda tristeza que fijo en papel para que no se pierda entre tanta tormenta, como quién salva una baratija de un naufragio definitivo. 

      ¿Quién no ha despertado de madrugada sobresaltado con los horribles chillidos de los vampiros? Apareándose violentamente en las azoteas sin ningún pudor; inundando las cornisas con su mierda amarillenta, escasa pero hedionda como boca de muerto; mordisqueando los cables eléctricos con furia, destrozando las cajas y transformadores de los postes de alta tensión entre gruñidos y blasfemias ¿Quién no los ha visto aullar de placer cuando consiguen llegar hasta el cobre y sufrir las descargas como si de leche y miel se tratara? Yo mismo he visto a uno de ellos, gris como la ceniza, enjuto y seco como un cadáver, trepar por el costado de un edificio y abrazarse a una caja reguladora como un calamar cubriendo a su víctima, como una hiena hurgando entre los intestinos de un antílope. Oí el chasquido de la electricidad liberada de sus amarras, vi la musculatura del vampiro contraerse en espasmos de placer mientras le mordía las venas de cobre al edificio y le extraía la vida mientras las luces se apagaban y se encendían los gritos y bramidos de los afectados. Sentí la hediondez del pelo quemado y la piel humeante, vi algo parecido al semen derramándose por sus muslos. Escuché con horror un murmullo casi humano imitando grotescamente una oración de acción de gracias. Su piel estaba cubierta de cicatrices de distintas profundidades y tamaños, todas con la forma de la santa cruz. 

      A todos nos hace reír que se hagan llamar los verdaderos cristianos. Ellos, remedos de ser humano, los verdaderos cristianos. Sin embargo, en su reducido léxico sólo hay palabras de desprecio hacia nosotros, los hombres. Deberíamos burlarnos de las inocentes acusaciones que exponen en su pobre y repetitivo discurso, pero todos callamos, masticando en silencio la vergüenza de saber que están en lo correcto. La simpleza de sus pocas pero firmes certidumbres son sólo comparables con la vastedad de nuestras múltiples y dolorosas incertidumbres. 

      Los vecinos organizan grupos armados que patrullan las noches en busca de vampiros. Los exterminan como a ratas, pero su número no parece retroceder. Ya no se quiénes son los verdaderos monstruos. 

      No se tiene registro de un vampiro atacando a un ser humano, pero estoy en condiciones de asegurar que no siempre las cosas ocurrieron de esa manera. 

      Lo que testificaré a continuación no puede ser corroborado. Sólo Dios sancionará su veracidad el día que abra mi tumba y me llame a responder por mis dichos. Hoy, sólo la pistola que reposa junto a las hojas que escribo sabe que mi rostro no refleja engaño, sino cansancio. 

Mi corazón no busca reconocimiento, sólo huir a través de la pluma de todo aquello que veo a través de mi ventana, en estos días en que todo es ocaso para las cosas que alguna vez nos hicieron felices. 

      Cuando los cristianos de ultramar hicieron su entrada en Jerusalem, el año santo de 1099, se desató una de las masacres rituales más sanguinarias de la historia humana. Fueron cuatro días en que los santos varones de occidente caían agotados y en éxtasis de tanto asesinar frenéticamente a hombres, mujeres y niños acorralados en una ciudad amurallada y sin salidas. En cada esquina se les podía ver enfundados en sus malolientes armaduras llorando y gritando bañados en la sangre de sus víctimas. Vengando el asesinato del hijo del hombre con acero romano, chapoteando de rodillas en los ríos de sangre que corrían desde la iglesia del Santo Sepulcro como bañados en la sangre del Cristo, que parecía llover sobre ellos como lágrimas rojas de espanto y horror. Sólo el oro, el botín espurio, parecía dar algo de sentido a tanto sin sentido. 

      Luego de la furia y la tormenta, vino el recuento y el cálculo. Una cosa era el botín y otra las reliquias santas recuperadas de manos infieles y apartadas de la codicia europea por manos piadosas. Una de ellas, el arca de la alianza, fue escondida en el subterráneo de una mezquita sin importancia y puesta bajo el cuidado de un grupo escogido de caballeros. Bajo voto de silencio, cada noble hijo de Europa se comprometió de por vida a proteger el sagrado recipiente en largas vigilias desprovistas de comodidades. Se organizaron en secreto con losrecipiente en largas vigilias desprovistas de comodidades. Se organizaron en secreto con los ojos húmedos por la emoción, dios no pasaría por alto semejante sacrificio, de ese no les cabía duda alguna. La disciplina autoimpuesta fue violenta, permanecían días completos estoicamente de pie junto al objeto de su veneración. Al comienzo la dureza de los votos produjo enfermedades e incluso muertes, pero así como comenzaron se detuvieron al cabo de unos pocos días, demasiado pocos. Pronto notaron que un extraño vigor les permitía estar de pie más tiempo de lo normal velando junto al arca. Con las semanas descubrieron que los encargados de la custodia necesitaban menos alimentos y agua mientras duraban sus turnos y un secreto convencimiento se fue anidando en la silenciosa alegría de sus corazones.  

      Los turnos se fueron alargando hasta durar semanas. Nadie hacía comentarios, pero se miraban con secretas sonrisas cuando abandonaban frescos y radiantes sus lugares después de varios días sin dormir, durante los cuales sólo se alimentaban de su oración, su fervor y del espíritu santo que parecía emanar gloriosamente desde el arca. Al cabo de unos años ya no fue necesario ayunar, se les había vuelto imposible ingerir alimentos y comenzaron a necesitar del arca y sus bendiciones como de la vida misma. Sencillamente no podían estar sin el amor de dios, habían cambiado y pasaban temporadas completas sin salir de los laberintos bajo la ciudad santa, gritando y orando intoxicados de amor al señor e incapaces de contaminarse con comida de infieles o brebajes de mercenario. Arriba casi los habían olvidado. Nadie los buscó cuando las cimitarras volvieron a reclamar venganza y cuello cristiano. 

      Arriba la medialuna brillaría por cientos de años más, abajo supuraba la verdadera ciudad de dios. 

      Muchos años pasaron sobre tierra santa más no parecieron tocar los portentos que ocurrían bajo ella. 

      Las cuencas secas, los ojos hundidos, la piel reseca y los ojos desorbitados por el éxtasis. El entendimiento calcinado tras años de mirar a dios directamente al rostro. 

      Se apiñaban en torno al objeto de su devoción, lloraban y se mordían unos a otros entre aleluyas y penitencias atroces. Colgaban de los techos y gruñían. Celebraban misa diariamente. Tenían su paraíso en
la Tierra y no les cabía duda que el reino había llegado, que habían resucitado desde la carne para disfrutar la gracia del señor para siempre. 

Pero sabemos que la felicidad es como el canto de un ave en medio de la noche, que nos distrae por un momento del frío y la oscuridad. 

      Un día el arca desapareció. 

      Hay quienes dicen que otros la necesitaban para fines inciertos. Alguna vez escuché que su destrucción era necesaria para evitar la segunda venida, otros escribieron sobre su uso en el desarrollo de armas capaces de destruir países completos. Nada se de esos comercios, sólo soy un hombre cansado registrando una fábula innecesaria acerca de la pérdida del alma. 

      Después del desgarro y el pánico ante la pérdida de su razón para existir, vino el hambre que no se sacia con dátiles y la sed que no se apaga con agua. La desesperación los arrastró fuera de sus hogares y vagaron durante décadas mordiendo el polvo como corderos abandonados por su pastor, padeciendo el hambre atroz que enloquece pero no mata. 

      En verdad habrían terminado arrojándose a algún acantilado de no ser por un increíble descubrimiento. Uno de ellos encontró que dentro de cada ser humano se escondía un poco de esa gracia que manaba a raudales desde el arca. Se miraron unos a otros con los enjutos rostros llenos de consternación, no muy seguros de qué hacer con esta nueva revelación. Hubo discusiones agrias y violentas descalificaciones que se extendieron por semanas hasta que, consultando febrilmente las escrituras, dieron con el pasaje que justificaría esta nueva manera de alimentarse. Lloraron y elevaron plegarias desgarradoras al altísimo, del cual somos indignos de pronunciar su nombre. Se tatuaron con clavos la frase “tomad y comed, porque éste es mi cuerpo” y esa misma noche salieron a comulgar con la carne de dios hecha cuerpo. Se volvieron pescadores de hombres. Masticadores de aura, escribían los niños en las paredes. 

      Durante aquellos años de oscuridad el poder oculto de los vampiros creció sin contrapeso. Extendieron sus uñas podridas hacia las instituciones humanas y hundieron sus lenguas correosas en el alma de los que ansiaban poder. Primero aconsejaron a un minúsculo burgués atormentado por conseguir un cargo apropiado, pronto eran príncipes los que llegaban hasta las sombras para confesar en susurros sus deseos. Mataron, engañaron y amenazaron desde la oscuridad, sedujeron el corazón del que lloraba desgracia, prolongaron la vida del que no tenía más tiempo. Pronto nadie pudo resistir la tentación de unirse a sus cofradías bajo la promesa de vida eterna, lujuria y poder sin límites. Eran pocos los escogidos, los más poderosos, la red dorada que entregaba impunidad a cambio de guerras, matanzas y cárceles atestadas como mataderos. La sangre bañaba los campos de batalla regados de espadas, cañones y fusiles; la noche escondía las sombras que se arrastraban entre los cadáveres libando el vino del combate entre aullidos de placer y borrachera divina, llanto y hambre, oración y víscera. La fiesta de los mil corderos, le llamaban. 

      La red los protegió, bestias y humanos se confundieron en un pacto de poder donde ambos se elevaban como ácaros monstruosos alimentando la rueda de un sistema aún más monstruoso, un sacrificio del tamaño del mundo, secreto pero a la vista de todo el orbe, perfecto. 

      La forma en que los vampiros ejecutaban sus liturgias variaba regularmente y muchas veces un asesinato, una revuelta social o un suicidio colectivo escondían la mano de la “verdadera cristiandad”, como les gustaba llamarse. 

      Despreciaban a los hombres. 

      Cuando la impunidad de la red cubrió los ojos del último ser humano, comenzaron a raptar mujeres y a criar rebaños de niños en sus sótanos donde domingo a domingo eran consagrados, convertidos en la carne y sangre de Cristo, descuartizados y entregados a la muchedumbre. 

Habrían continuado para siempre de esa manera, pero un nuevo Mar Rojo se interpuso. El hombre, el infiel, el devorador de inmundicia había conseguido invocar a un nuevo demonio que animaría sus artilugios mecánicos y sus esclavos electrónicos, un demonio lleno de vitalidad que significaría la perdición de los auténticos apóstoles de la santa cruz. La primera vez que un vampiro tocó la electricidad se desató la tragedia. Los cables tendidos por el hombre, como red innumerable aprisionando sus ciudades, parecían plenos de una fuerza agresiva y nueva, pletórica de algo muy similar a la gracia tan escasa que obtenían con tanto esfuerzo desde los corazones de los infieles. Desgraciadamente para ellos ese líquido eléctrico, que hacía vibrar de placer cada molécula de sus cuerpos, enturbió sus mentes y los perdió para siempre del camino recto de la salvación. Consiguieron mantener sus redes de influencia durante algunos cientos de años más, pero el destino estaba escrito por una mano más fuerte y poco a poco se fueron encorvando, poco a poco extraviaron la dignidad, poco a poco la niebla les cubrió el entendimiento y en sólo unas cuantas generaciones los vampiros perdieron su compostura y emergieron de la oscuridad hacia la oscuridad convertidos en parásitos resecos, fantasmas impudorosos que se arrastraban por el concreto hurgando entre la el concreto hurgando entre la hojalata, buscando con la baba urgente el punto en que las venas de la ciudad pudieran ser atacadas por su cuerpo tembloroso de abstinencia. El frenesí, el hambre, los ojos desorbitados; los dientes largos limados con rudeza, las aglomeraciones de vampiros aferrados al punto donde un cable emergía desde las construcciones eran espectáculos grotescos insoportables. Cualquiera que haya visto esos verdaderos tumores de carne removiéndose como racimos de garrapatas, apareándose con o sin sus consentimientos mientras la electricidad los quema, no puede sacarlos de sus sueños en días. El olor a pelo chamuscado, la sangre y el semen lubricando la orgía humeante son una pesadilla que todos quisiéramos olvidar. Pero los chillidos, sobre todo los chillidos. 

      Ahora los matan como se aplasta un ácaro de la cabeza de un niño. Todos olvidaron su extraordinario poder y la red se disolvió como la telaraña con el rocío de la mañana. Ahora barren sus cuerpos destrozados antes del amanecer junto con la basura de la jornada. Son la peor especie y ofenden la vista de la creación ¿Habremos cambiado también sin darnos cuenta. 

      ¿Quiénes son ahora los vampiros? No son nadie. Como las hormigas. Nos deshacemos de ellos como de las aves, como de los caballos, como de nuestros hijos. 

      Nada queda. 

      No me malentiendan, no hay moraleja en mi relato, no hay bien ni mal librando una batalla por reivindicar algún portento. Ahora que el futuro es una sombra del tamaño de la vida planeando espesa sobre mi alma, escribo desprovisto de intención, escribo desnudo de sentido. Todo se lo traga el tiempo y cuando se haya ido el último de nosotros, finalmente el mundo se habrá librado del gran cuestionador, del gran productor de palabras que intentan enjaular el tiempo, la memoria y el significado, entonces todo volverá a ser vacío silencioso, perfecto y salvaje por toda la eternidad, como siempre debió haber sido. 

      ¿Quiénes son los vampiros? No son nada, como la mano que escribe estas líneas, como los ojos que recorren la tinta que forma figuras sobre el papel. 

© 2004, Jorge Baradit. 

Sobre el autor: Jorge Baradit es un diseñador gráfico que sólo se dedicó a escribir historias porque no aguantaba las imágenes que tenía que cargar en la cabeza. Nacido en Valparaíso, gemelo, gallo y león por haber nacido a las 10:45 de la mañana un mes antes de la llegada del hombre a
la Luna, el año de Woodstock; atrasado para París, adelantado para Salvador, pero cerquita igual. O sea, llegó atrasado a todas las fiestas que inauguraron el período más esquizoide del siglo XX. Cyberpunk por consecuencia, vive intoxicado de rayos catódicos, ondas electromagnéticas, comida intervenida genéticamente, aire contaminado, ideas tóxicas y sexo inseguro. Sobresaturado de información, cruza la ciudad en una moto, medio mareado por las luces, leds y líneas de alta tensión como un bit atrasado esquivando apenas las neuronas grasosas del tendido urbano. Fue rebelde pero ahora está demasiado cómodo debajo de su plumón de pluma de ganso. Lo único que quiere es deshacerse de los escarabajos que le llenan la caja craneana.