I love Lucy

Rodrigo 

1 

Hace tiempo que un permanente estado de inquietud invadía a Rodrigo. Tanto la inspiración como el deseo inconsciente de poner punto final a su memoria de ingeniería electrónica le rehuían la mirada. También se la rehuía de cierta forma el mundo laboral, desde que las ventajosas condiciones de trabajador freelance habíanse acabado de la noche a la mañana. Para colmo, mientras no terminara los trámites académicos no obtendría el título profesional que le permitiría trabajar legalmente como ingeniero electrónico. Sentimentalmente tampoco estaba en paz, la mujer que le quitaba el sueño no hacía nada más que arrebatarle horas a sus noches –y también a sus días–, sin que se decidiera a darle el sí, confundida debido a su corta edad e infelizmente enredada con un tipo que claramente no la merecía. 

      De cualquier forma era sólo cuestión de tiempo para que la bella e inteligente muchacha admitiera que su relación amorosa con el pelafustán aquel era un terrible error y que no era otro sino Rodrigo el hombre de su vida, al menos eso pensaba él. ¿Cuándo alcanzaría su amada la iluminación? Rodrigo esperaba que pronto, y aunque era muy paciente y solía decir que sus objetivos eran a “largo plazo”, había momentos en que la situación se le hacía insoportable. 

      Tampoco encontraba Rodrigo sosiego en sus locuaces y silenciosos amigos: los libros, en los que históricamente habíase refugiado cuando las condiciones del mundo externo no le eran favorables. Le resultaba imposible leer más de dos páginas seguidas sin perder la concentración. En aquellos momentos su mente comenzaba a divagar por mundos extraños y, si bien aquel era el inmejorable estado para la creación literaria –otro de los pasatiempos de Rodrigo–, para cuando comenzaba a escribir en el procesador de textos, su imaginación, otrora fecunda, caía marchita a sus pies y terminaba produciendo historias bastante mediocres y aburridas, como aquella sobre el Fasat-Alfa que había enviado a Púlsares –el primer concurso de cuentos del fanzine Fobos– y que había motivado las burlas de los gurúes de la ciencia ficción chilena que oficiaban de jurado: Luis Saavedra y Pablo Castro.  

      Rodrigo, en definitiva, estaba en un estado que un jugador de ajedrez habría definido como “ahogado”. No podía realizar movimiento alguno. Pero, a diferencia del rey atacado, su estado de ahogamiento tenía solución: sólo necesitaba huir de todo y de todos durante algún tiempo. Relajar y ordenar su mente, y aquello sólo podría realizarlo en un lugar tranquilo. 

      Aquello fue precisamente lo que diagnosticó su hermano mayor, Christian. En una extensa, reveladora y catártica conversación, le recomendó retirarse a su parcela de veraneo recientemente adquirida, ubicada cerca del pueblito de Santa Juana, a unas pocas decenas de kilómetros de Concepción, en la región central de Chile. Rodrigo estuvo de acuerdo con aquella propuesta y emprendió el viaje desde Santiago en el Susuki Ignis four wheel drive de su hermano. Partió a las seis de la mañana, mapa en mano, y llegó a eso del mediodía a la finca. Detuvo el vehículo frente a una imponente reja de gruesas pilastras de cemento con fierro dibujando arabescos y tocó dos veces la bocina. Al fondo se divisaba una casona con un ligero estilo colonial. A los pocos minutos aparecieron los cuidadores de la propiedad, don Aquiles y doña Eduviges, un matrimonio de unos cincuenta años que había trabajado con el antiguo dueño del terreno y que Christian había decidido mantener después de haberla adquirido. 

      Don Aquiles descargó el equipaje de Rodrigo, que se limitaba a una sola maleta, un computador portátil, en caso que la inspiración remontara el vuelo, un pequeño bolso que contenía su telescopio y, finalmente, el trípode de este instrumento; luego lo condujo a la habitación que le habían preparado. Tras estas vicisitudes y mientras Eduviges terminaba de preparar el almuerzo, Rodrigo se dispuso a dar una vuelta por los alrededores, acompañado de Aquiles. Tras la casa se extendía un cuidado jardín que desembocaba en una amplia piscina junto a una hilera de cerezos en flor al lado norte que la protegían del viento; más atrás había un huerto con lechugas, alcachofas y otras verduras. Más al fondo, una arboleda de frutales, especialmente manzanas y duraznos. Contiguo a la huerta, llegaron a un sitio extenso, arado y sembrado, según informó Aquiles, de avena. Al lado estaban las caballerizas con tres hermosos equinos para montar. 

      Siguieron caminando por un amplio terreno sin cercos hasta el límite de la propiedad, demarcado por una ristra de eucaliptos con rojos copihues trepando por sus troncos. Al final de este terreno había un cerco de alambre de púas. 

      –¿Y este caminito adonde va? –preguntó Rodrigo. 

      –Son caminos vecinales –respondió Aquiles–, que van a otras propiedades para desembocar después en el camino a Santa Juana, tres kilómetros más allá. 

      –Es bastante grande la propiedad de mi hermano –señaló en voz alta, para luego susurrar para sí –vaya suerte en los negocios ha tenido. 

      –Sí, deben ser una veinticinco hectáreas –confirmó Aquiles–. Será mejor que regresemos, la Eduviges debe estar esperándonos hace rato ya con el almuerzo. 

2 

      La siguiente semana fue muy placentera para Rodrigo. Se levantaba muy temprano cada mañana, incluso antes del amanecer. Montaba en alguno de los tres caballos de su hermano y se dirigía al más cercano y empinado promontorio. Desde allí observaba, en silencio, la aparición del sol. Se quedaba allí hasta que el humo de la cocina le señalaba que doña Eduviges ya tenía listo el desayuno. Leía hasta medio día tendido en la hierba, bajo la sombra de un gran cerezo que parecía haber sido plantado únicamente para ofrecer sombra a los lectores. Durante la tarde volvía a cabalgar, en dirección a un estero de aguas profundas y cristalinas que bordeaba la finca, y allí se quedaba refrescándose hasta que el estómago le indicaba que nuevamente era hora de comer y regresar a la casona en donde Eduviges siempre tenía preparado alguna comida campesina que multiplicaba por mil el apetito. Luego de saciarse, Rodrigo se sentaba a reposar en una mecedora ubicada en el patio frontal de la propiedad, respirando profundamente para impregnarse con el olor a tierra mojada que provenía de una huerta cercana que, todas las tardes, era regada en forma automatizada. En aquellos instantes, cuando el día comenzaba a perder terrero frente al avance de la penumbra, a Rodrigo le gustaba mirar hacia el cielo y observar cómo éste gradualmente iba cambiado del hermoso azul pálido a una tonalidad más oscura, y luego a un color violeta salpicado de tímidas estrellas, para llegar finalmente al tan familiar negro estrellado.  

      El cielo en aquel lugar estaba increíblemente sembrado de estrellas, y aquella visión de cósmica belleza arrebataba a Rodrigo más de alguna lágrima de felicidad y placer. Cuando llegó a la finca de su hermano, días atrás, la luna estaba en su fase menguante y, para cuando hubo luna nueva, Rodrigo casi temía por su corazón debido al increíble espectáculo producido por aquella frondosa salpicadura de estrellas, que de verdad parecía como si hubiesen esparcido leche en el cielo; una visión bastante inusual para un citadino como él. Su último juguete, un ultra compacto telescopio de óptica Maksutov-Cassegrain equipado con servomotores y GPS, no contribuía precisamente a disminuir el estado de excitación emotiva e intelectual que le producía el cielo. Observaba silencioso y paciente los astros durante muchas horas.  

      Una noche tuvo la fortuna de ver el paso de tres bólidos, uno de los cuales le provocó un sobresalto pues pareció caer por ahí cerca. Rodrigo, con el corazón palpitando y en actitud expectante, esperó varios segundos alguna explosión en el bosque, pero aquello por supuesto nunca ocurrió. Si alguien le hubiera visto el rostro, habría detectado un dejo de frustración. El motivo se originaba en el hecho que, si bien era una persona que miraba mucho hacia el cielo, tanto a simple vista como con instrumentos, jamás había visto algo fuera de lo normal. Como contraste, le resultaba bastaste común ver en televisión reportajes de personas que afirmaban y juraban haber visto alienígenas y naves espaciales y cosas por el estilo. Siempre había querido vivir una experiencia como las que veía en televisión, para así determinar si dichos avistamientos eran reales o sólo alguna clase de afiebrada alucinación. 

      El quinto o sexto día amaneció nublado y muy frío y la rutina a la que Rodrigo había comenzado a acostumbrarse fue de esta manera alterada. En vez de salir a vagabundear, decidió ofrecer su ayuda en las labores domésticas. Doña Eduviges ese día preparó las siempre bienvenidas “humitas”, aquella típica comida chilena que básicamente corresponde a una pasta hecha de maíz y especias, envueltas en las hojas de su mazorca conformando así un pequeño bulto que luego, al ser atado por su centro para evitar que se desarme, adquiere el parecido con el objeto de donde obtiene su coloquial nombre (y que no tiene nada que ver con la célebre farsa de los ummitas ideada por el psicólogo José Luis Jordán). La humita se cuece sumergida en agua y se sirve a la mesa caliente o fría, acompañada por lo general de un buen plato de ensalada a la chilena que no es otra cosa que rodajas de tomate con cebolla cortada a la pluma y perejil.  

      El proceso de elaboración de las humitas era más bien monótono, pero pintoresco, y Rodrigo ayudó moliendo los granos de maíz para transformarlos en la necesaria pasta. El matrimonio se reía y bromeaba a propósito de la poca habilidad de su huésped para realizar aquella labor tan simple. La verdad es que Rodrigo siempre había sido un inútil en la cocina, incapaz hasta de freír correctamente un huevo. El trabajo lo dejó extenuado, de modo que después de terminar decidió ir a dormir la siesta. 

      El día, inusualmente frío y nublado, se despidió muy rápido. Para cuando Rodrigo despertó de la siesta la tarde estaba irremediablemente arruinada. No había estrellas para mirar y hacía demasiado frío como para acometer un paseo nocturno, Rodrigo continuaba sin deseos de escribir y no quería leer. Don Aquiles notó su desasosiego y, destapando una botella de vino que según señaló había tenido guardada durante mucho tiempo, lo invitó a beber y a conversar sobre sus curiosas actividades. Le preguntó que tipo de cosas escribía y que miraba con tanto interés en el cielo. Rodrigo, que ya de por sí es algo egocéntrico y dado a explayarse, con un par de copas se tornó tan locuaz que hubieran podido llenarse varios tomos con todo lo que dijo en aquella velada. Le habló a Aquiles de su naciente vocación de escritor, de su revista digital TauZero y de su club de difusión científica-astronómica denominado RASTRO. Don Aquiles le escuchaba un tanto asombrado, pues semejantes ideas y pasatiempos no los había escuchado en persona alguna. De no ser por el parecido en el hablar y ciertos rasgos de la cara, don Aquiles no hubiera creído que la persona que tenía sentada enfrente era hermano de su patrón, tan distintos eran.  

      Rodrigo acudió a sus aposentos pasadas las dos de la madrugada, tras haber explorado los territorios desconocidos que le ofrecieron dos vasos de whisky, algo inédito en él que era casi abstemio, pero considerando que estaba en plan de recuperar su perdido sosiego, no dudó en explorar el curioso estado mental que otorga el alcohol.  

      Luego de eso se retiró a su dormitorio, en donde se durmió en forma instantánea. Descansó profundamente hasta que un fuerte ruido, como de un disparo o el aullar de un perro lo despertó a eso de las seis de la madrugada. un extraño rugido que los hizo callar de pronto. Tomé mi escopeta y la linterna y salí al gallinero encontrándome cara a cara con el animal este… del puro susto le disparé y le di de lleno en el pecho, el animal aulló y se fue corriendo más rápido que una liebre. Pensé en volver a la casa pero luego decidí asegurarme que el animal estuviera muerto. Seguí por cerca de quince minutos el rastro de sangre con mi linterna y al final encontré a un hombre que agonizaba sobre un charco de su propia sangre, pero no cualquier hombre, don Rodrigo, ¡sino que un hombre del futuro! 

      –¿Del futuro?, ¿por qué dice eso? –preguntó Rodrigo sin percatarse que los vellos de sus brazos se erizaban ligeramente.

      –Deje que le cuente –replicó Aquiles–. El tipo este me pidió que lo ayudara, en español pero con acento extranjero, le pregunté que podía hacer por él y me dijo que fuera a buscar ayuda a su nave, indicándome la dirección. “Ahí no hay nada” le dije, me contestó que siguiera, que la nave era invisible desde afuera.  

      –¿Cómo así? 

      –La nave se encuentra dentro de un campo de… de no sé que cuestión, disculpe don Rodrigo pero yo no entiendo de esas cuestiones. Me acerqué a una puerta y grité pa’ dentro que había un hombre herido, de inmediato salió una cosa como una carretilla mecánica con brazos y todo a buscar al pobre diablo. 

      –¿Había más tripulantes en la nave? –los ojos de Rodrigo crecían y se ponían muy redondos, no podía creer que una persona como Aquiles estuviera expresándose en esa forma. 

      Aquiles movió negativamente la cabeza. 

      –¿Y que hay del animal al que usted le disparó? ¿Lo encontró? ¿Y quien hirió al hombre? ¿Está seguro que no le disparó a este hombre confundiéndolo con un animal? ¿Por qué dice que es un hombre que proviene del futuro? ¿Se aseguró que … 

–Don Rodrigo –interrumpió Aquiles–, usted me abruma con tantas preguntas… bajó la vista un momento, y luego pareció concebir una gran idea. Levantó la mirada y con una sonrisa dijo:  

      –¿Por qué no le hace usted mismo las preguntas a la nave?  

      –¿Preguntarle a la nave? Aquiles, sólo fueron un par de copas de whisky las que nos tomamos. ¿Está seguro de lo que dice?  

      –Sí, don Rodrigo. La cosa esa habla, y es algo que me asusta. Pero usted es muy inteligente y estoy seguro que podrá entender todo aquello. Venga, lo llevaré… 

      –¿Está seguro que no hay peligro, mijito? –preguntó la aprehensiva Eduviges. 

      –Usted no se preocupe –contestó su marido–, quédese aquí a preparar el desayuno y nosotros ya volvemos. 

      Eduviges hizo como le decían, disponiéndose a encender la estufa a leña ubicada en el otro extremo de la cocina. Realizando aquella labor tan normal en su vida, Eduviges pareció recobrar la calma. Aquiles la miró un momento y luego dijo: 

      –¿Vamos entonces? –Pero se dio cuenta que le hablaba al aire–. ¿Don Rodrigo? –llamó–. ¿Dónde está? 

      Se sintió un ruido de violento traqueteo, y antes que Don Aquiles decidiera ponerse de pie para investigar el origen del disturbio, Rodrigo apareció en el umbral de la puerta. 

      –Debe estar fresco allá fuera de modo que fui a buscar mi chaqueta. ¿Nos vamos, Aquiles? –Los ojos de Rodrigo irradiaban energía y curiosidad que nunca pensó encontraría en aquel lugar tan tranquilo. 

Lucy 

3 

      Ya había amanecido completamente para cuando Rodrigo y Aquiles salieron de la casa. Luego de cabalgar durante un cuarto de hora llegaron al sitio en el que, supuestamente, se ocultaba la nave.  

      –Es allí, junto a los eucaliptos –señaló Aquiles–. Estamos a unos tres pasos de una pared invisible. Entre usted, yo le esperaré aquí afuera, me asusta esa cosa pues hace unas cosquillas de lo más raras.  

      Rodrigo avanzó los tres pasos, sintiendo el raro e intenso cosquilleo por todo el cuerpo que Aquiles había mencionado y se encontró frente a un desconcertante conjunto de ovoides y poliedros de color plateado. Se acercó a lo que asemejaba una escotilla abierta para luego adentrarse por un pasillo que lo condujo a un foso con una escalera metálica. Apoyó un pie en el primer escalón y ascendió hasta lo que parecía ser el módulo de mando del aparato, un cubículo atiborrado de cables, filamentos de lo que parecía ser fibra óptica y un sinfín de instrumentos extraños. La presencia de un único y enorme diván sugería que la nave estaba diseñada para un sólo ocupante.  

      –Bienvenido a bordo –anunció una agradable voz femenina. 

      –¿Quién eres? –preguntó Rodrigo. 

      –Soy la nave –contestó la voz escuetamente.  

      –¡Wow!, –exclamó Rodrigo–, si eso es cierto entonces estoy hablando con una Inteligencia Artificial, un adelanto que hasta ahora ha resultado imposible de conseguir… 

      –En efecto, –interrumpió la máquina–, soy una I.A., un “adelanto”, como tú dices, que finalmente fue conseguido, claro que a muchos años a partir de ahora… pero antes de seguir con esta conversación ¿Qué te parece si nos presentamos? Mi nombre es Lucy, ¿y el tuyo? 

      –¿El mío? –replicó Rodrigo no sabiendo hacia dónde mirar, pues la voz parecía salir de todas partes.  

      –Sí, ¿cómo te llamas? Has de tener un nombre, ¿no? 

      –sí, rmunda… ejem… Rodrigo –respondió. 

      –Rodrigo, gusto en conocerte. 

      –No no no, creo que el gusto es todo mío. 

      –¿Sí? ¿Y por qué dices eso? 

      –Porque creo que esto es algo así como un encuentro cercano del tercer tipo, una experiencia que siempre quise vivir, pero que, para ser honesto, estaba convencido que era una fantasía popular. 

      –Obviando el hecho que esto no es exactamente un encuentro del tercer tipo, es interesante la forma en que operan tus procesos cognoscitivos. Al parecer tienes una mentalidad poco usual, y creo que no necesitaré utilizar el protocolo de comunicación ur-humanos, que mi programación recomienda utilizar en casos de emergencia, como este. 

      –¿Ur-humanos? 

      –Ur-humano es el término para referirse en el futuro al actual estado evolutivo en que se encuentran tú y tus congéneres, es un término científico, sin inflexión peyorativa.  

      –¿Yaa, y como se autodenominan los humanos del futuro? –preguntó Rodrigo, entrecerrando involuntariamente los ojos en un dejo irónico. 

      –Humanos. 

      –Debemos parecer muy primitivos para estos humanos. 

      –¡Oh, sí! Tan primitivos como son para ustedes los lémures. 

      –¿Que ocurrió con el sujeto herido que mencionó don Aquiles? –Preguntó Rodrigo que no pudo dejar de sentirse ofendido ante lo que consideró una paralelo poco afortunado.   

      –El señor Char está en fuga criogénica en el área de almacenamiento –respondió Lucy–. Su estado es muy grave, puede incluso que no resista el salto temporal. 

      –¿Salto temporal? ¿Eso significa que ustedes provienen del futuro? 

      –Efectivamente, de 4.400 años en el futuro. 

      –¿Y que están haciendo aquí, en esta época, y precisamente en este lugar? 

      –Nuestra presencia aquí es producto de un lamentable accidente. Somos parte de un proyecto dedicado a rescatar especimenes biológicos del pasado. La biodiversidad de cuando yo provengo es muy limitada, se ha logrado reconstruir algunas especies pero las muestras de ADN disponibles son insuficientes, el recién implementado cronodesplazamiento nos ha permitido recurrir al gran almacén del pasado.  

      –¿Quieres decir que después de 4.400 años el hombre aún habita en la Tierra, que nunca logramos colonizar otros planetas? –El tono de la pregunta era una mezcla de apremiante frustración y alarma. 

      –¡Por supuesto que colonizaron otros planetas! En los albores del siglo treinta catorce mil millones de personas habitaban tres planetas y diez satélites del sistema solar, la humanidad estaba lista para extenderse por la galaxia con el reciente descubrimiento del viaje hiperlumínico pero las Inteligencias Extrasolares no se lo permitieron. Debido a una combinación de complejos factores que no viene al caso señalar, una terrible guerra se desató entre humanos e IEs. La diferencia entre la tecnología bélica de cada bando era apabullante. En un lapso de 500 años las Inteligencias Extrasolares eliminaron a los humanos de la faz de Venus, Marte y los demás satélites restaurando estos mundos a sus estériles estados previos. Luego de la destrucción de las urbes más importantes de la Tierra en 3.524, la humanidad por fin admitió su derrota rindiéndose ante el apabullante poderío de las IEs.  

      –Entonces sí existía vida fuera de la humana en el universo, ¡finalmente se derribó la paradoja de Fermi! –exclamó Rodrigo con evidente entusiasmo. 

      –Aunque de una manera muy dolorosa debo agregar –comentó la nave. 

      –Disculpa –se excusó Rodrigo–, no es mi deseo parecer insensible, me he dejado llevar por la emoción de este encuentro, de este diálogo. 

      –Eres mucho más entusiasta e inquisitivo y no pareces en absoluto intimidado como el otro señor con el que conversé previamente… 

      –Bueno, no es por menospreciar a Aquiles, pero él es una persona de campo, cuyas preocupaciones no exceden lo que tenga que ver con el cuidado de los cultivos. Yo en cambio pertenezco a la ciudad, poseo una licenciatura en ingeniería, soy un ávido lector de ciencia ficción y me fascina todo lo que tenga que ver con el espacio. Soy lo que se dice un astrónomo aficionado… y no ufólogo, dicho sea de paso, como la mayoría de la gente cree. En definitiva, creo que de alguna forma estoy inmunizado al shock que provocan lo fenómenos poco usuales. 

      –¿Ufólogo? No estoy familiarizada con dicho término. 

      –Un estudioso del fenómeno OVNI, de los objetos voladores no identificados. 

      –¡Ahhh! Esa superstición fue superada para mediados del tercer milenio, mucho antes incluso de tener noticia de las IEs. 

      –¡Ja!, lo que mencionas sólo confirma la sospecha que siempre tuve. 

      –En efecto, los OVNIs y todo el conjunto de creencias esotéricas y religiosas terminaron por extinguirse tras el cese de hostilidades por parte de las IEs. En mi línea temporal se considera a la fe como un desorden cognoscitivo, un lastre para la evolución de la conciencia humana.  

      –¿Los OVNIs entonces eran sólo un constructo social, como afirmaba Jung, y no naves tripuladas por seres inteligentes? –preguntó Rodrigo. 

      –Básicamente estás en lo correcto –respondió Lucy–. Ninguna civilización no-humana se habría atrevido a violar la Cuarentena Interestelar impuesta por los Archaenides, unas criaturas viejísimas que algunos, aunque te parezca absurdo, suponen anteriores al Big-Bang. Se cree que estos seres han sido quienes modelaron el universo para que existieran las condiciones necesarias para la existencia de la vida. Los Archaenides han tutelado el desarrollo de innumerables razas y culturas y han intervenido directamente en la evolución evolución de muchas otras. Cuando los humanos descubrieron el reactor hiperlumínico, los Archaenides enviaron a sus representantes con el objeto de darles la bienvenida a la Vastedad Galáctica, pero los humanos reaccionaron violentamente, lo que no había ocurrido con ninguna otra raza contactada hasta ese momento. Al parecer los Archaenides decidieron darle una reprimenda a los humanos que no olvidaran nunca, una derrota tan definitiva que les arrancara para siempre ese espíritu veleidoso tan característico. 

      –Como un padre escarmentando a un niño pequeño, nos encerraron en el closet planetario para siempre.  

      –No para siempre, Rodrigo. Una vez que los humanos hayan cumplido con su parte del tratado de amnistía, el cual consiste en la restitución de la Tierra a un estado salvaje, les será permitida la colonización de otros planetas, bajo la atenta observación de los Archaenides por supuesto. La Tierra pasará a formar parte de un santuario para ese entonces y será trasladada junto a los demás Planetas Originarios al centro de la Galaxia. 

      –¿Que no hay un agujero negro gigante en el centro de
la Galaxia? 

      –En efecto, no sólo uno, sino cientos… sin embargo, ellos han sido controlados e incluso son utilizados como una exótica fuente de energía… 

      –¡Wow! Tal y como fue imaginado en los libros de ciencia ficción… 

      –Ya lo creo, Rodrigo, esas historias han inspirado a generaciones completas de ingenieros y científicos, y ayudaron a soportar el choque cultural cósmico, cuando se rompió, como señalaste hace un rato, la paradoja de Fermi. 

      –¿Cómo son las IEs, Lucy? –preguntó Rodrigo al cabo de un momento de silencio, preocupándose de mencionar el curioso nombre de la Nave. 

      –Hasta de cuando yo provengo nadie ha visto una, todo contacto con los Archaenides y las IEs ha sido realizado a través de sus emisarios sintéticos, inteligencias artificiales de forma humanoide que sirvieron de intermediarias en el acuerdo de amnistía y que además permanecen como observadores en el proceso de recuperación de la biodiversidad de
la Tierra, lo que incluye el proyecto del cual formo parte.  

      –Con respecto al viaje en el tiempo… 

      –El cronodesplazamiento es un proyecto desarrollado con tecnología proporcionada por las IEs y lo que debes tener claro, Rodrigo, es que el viaje temporal lo es a través del tiempo lo mismo que a través del espacio. Lo que llamamos espacio y lo que llamamos tiempo son sólo facetas perceptuales de un continuo. Cuando viajamos por el espacio, también viajamos a través del tiempo, lo inverso a esto también es verdadero; cuando viajamos a través del tiempo, viajamos por igual, por el espacio.  

      –Suena sensato aquello, después de todo tanto tiempo como espacio son manifestaciones similares de las llamadas dimensiones, de modo que no me extraña si están acopladas, de la misma forma como largo-ancho-alto se relacionan entre sí cuando uno realiza un paseo tridimensional. 

      –Mmmm, podría decirse aquello, sin embargo me tomaría mucho tiempo explicarte el mecanismo mediante el cual se realiza el cronodesplazamiento. No quisiera burlarme de tus conocimientos, que parecen vastos, pero me temo que están atrasados unos treinta siglos. –Rodrigo resopló un tanto contrariado ante tal comentario de lapidaria certeza-. Aún así puedo contarte algunas cosas. No se puede viajar en el tiempo a menos de 200 años de distancia del punto de partida, ya sea hacia el pasado o hacia el futuro, un viaje menor a esta cantidad de tiempo destruiría el crono-reactor, la máquina del tiempo y un área de unos 500 kilómetros a la redonda. El dispositivo prosaicamente denominado “Ancla” nos fija a la Tierra mientras nos “movemos” hacia delante inteligencias artificiales de forma humanoide que sirvieron de intermediarias en el acuerdo de amnistía y que además permanecen como observadores en el proceso de recuperación de la biodiversidad de la Tierra, lo que incluye el proyecto del cual formo parte.  

      –Con respecto al viaje en el tiempo… 

      –El cronodesplazamiento es un proyecto desarrollado con tecnología proporcionada por las IEs y lo que debes tener claro, Rodrigo, es que el viaje temporal lo es a través del tiempo lo mismo que a través del espacio. Lo que llamamos espacio y lo que llamamos tiempo son sólo facetas perceptuales de un continuo. Cuando viajamos por el espacio, también viajamos a través del tiempo, lo inverso a esto también es verdadero; cuando viajamos a través del tiempo, viajamos por igual, por el espacio.  

      –Suena sensato aquello, después de todo tanto tiempo como espacio son manifestaciones similares de las llamadas dimensiones, de modo que no me extraña si están acopladas, de la misma forma como largo-ancho-alto se relacionan entre sí cuando uno realiza un paseo tridimensional. 

      –¿Que tanto pueden retroceder en el tiempo? 

      –El Plioceno es nuestro límite, no nos interesa recuperar especies anteriores a dicho periodo ya que serían muy difíciles de insertar en los nuevos ecosistemas. 

      –¿Y pueden viajar a vuestro propio futuro? 

      –No, estoy configurada para autodestruirme en caso de rebasar el año 6.400. 

      –¿Habrá algo más adelante que esos Archaenides pretenden ocultar? 

      –Interesante… ¿Sabes una cosa, Rodrigo? Esa es una pregunta que nunca me había formulado. 

      –Tal vez la curiosidad es un prerrogativa sólo humana, Lucy –Rodrigo esbozó una pequeña mueca de triunfo–. Con respecto al viaje temporal aún tengo algunas dudas, ¿qué hay con la ley de la causalidad, con las paradojas temporales como esa donde se regresa en el tiempo para matar al abuelo?  

      –Hasta el momento nadie ha cometido un hecho tan horrible como viajar en el tiempo para matar a un pariente, a pesar de aquello todos los cambios que infringimos al pasado, y que no son pocos, no afectan en nada el “cuando” de donde provenimos. Lo real y lo irreal están separados sólo por un simple factor estadístico de probabilidades. 

      –Pero… 

      –Lo real y lo irreal están separados sólo por un simple factor estadístico de probabilidades –volvió a repetir Lucy en un tono firme y que sonó definitivo. 

      –Perfecto –replicó Rodrigo–, comprendo. Tal vez te falte curiosidad pero no carácter… Estadísticas, siempre las famosas estadísticas. Mejor no insistiré en este punto, después de todo estoy treinta siglos atrasado con conocimientos… Dime, Lucy, ¿Y cómo se produjo el accidente? 

      –Ocurrió luego de capturar al último ítem de la lista, un lobo que de acuerdo a los registros históricos aterrorizó una pequeña aldea de la India en 1895. La criatura fue localizada, sedada y almacenada. Sin embargo, resultó ser mucho más peligrosa e inteligente de lo esperado. Los dardos en realidad no habían surtido efecto, la bestia sólo pretendía estar inconsciente. Rompió la jaula de contención y atacó al señor Char. Me vi obligada a abrir la escotilla para dejarla escapar antes que destruyera todos mis componentes. El señor Char se arrastró a los controles e intentamos emprender el viaje de regreso pero la energía sólo alcanzó para saltar las suficientes veces como para llegar aquí. El diagnóstico de daños indicó que deberíamos permanecer cinco horas mientras me autorreparaba, el diagnóstico del señor Char por otra parte indicó que, a pesar de no mostrar señas externas, su ADN, su composición hormonal y sus sistemas corporales habían mutado en forma asombrosa. El señor Char se transformó apenas abandonamos el cronodesplazamiento en una réplica de la bestia que lo había mordido y atacó a los especimenes recolectados previamente eliminándolos a todos a excepción de una pareja de murciélagos gigantes y un mandril que escaparon cuando, asustada ante la posibilidad de recibir más daño, abrí la escotilla.  

      –A juzgar por lo que me señalas, lo que capturaron en la India no fue un lobo sino un licántropo, un hombre lobo –aseguró Rodrigo en tono erudito, mientras se acariciaba la barbilla, con una incipiente barba de cuatro días. 

      –Algo totalmente inesperado pero de un enorme valor científico –agregó Lucy–. El animal en efecto no era un lobo sino una variante genética del tronco básico humano. Al parecer su mordedura conlleva una secreción de las glándulas salivares de naturaleza viral que altera el ADN de la víctima. Irónicamente el señor Char se ha convertido en el espécimen más valioso jamás capturado. Él compensará la pérdida de los otros ejemplares.          

      –¿Que ocurrió luego que dejaste escapar al señor Char transformado en lobo? 

      –Envié una sonda espía a seguirlo en caso de que atentara contra la vida de algún ur-humano. Para cuando comenzó a amanecer el señor Char estaba ya más tranquilo y comenzando a regresar a su forma original, pero entonces se encontró con un ur-humano que le disparó con un arma algo primitiva pero muy eficiente.   

      –Lo que no entiendo es por qué llegaron aquí, a este lugar. 

      –Porque en este sitio del planeta estará dentro de 4.400 años el Cronopuerto desde donde se realizan los viajes en el tiempo. Mi autorreparación ha concluido y estoy lista para saltar al 6.400 pero necesito un tripulante que opere los controles manualmente, aún tengo daños menores que me impiden hacerlo por mí misma. Le solicité su ayuda al señor Aquiles pero la idea de abandonar su granja no le agradó, sin embargo me prometió traer un reemplazante más idóneo, ¿qué me dices, Rodrigo? ¿Aceptas ayudarme? 

      –No lo sé. –Rodrigo sufrió un sobresalto dado lo inesperado de la propuesta–. ¿Que sería de mí en el futuro?, ¿me tratarán acaso como a otro espécimen biológico como es ahora el señor Char? 

      –De ninguna manera, Rodrigo, a diferencia del señor Char sigues perteneciendo al phylum humano y la primera ley de la robótica me impide tomar decisiones que pongan en peligro la vida de un humano. Como ves no te haría esta oferta de no estar segura que no conlleva para ningún peligro para tu integridad. 

      –¿La Primera Ley…? –Rodrigo emitió una sonora carcajada. 

      –¿Dé que te ríes, Rodrigo? 

      –¿Significa algo para ti el nombre Asimov? 

      –Pues no, no tengo registros sobre ese nombre. 

      –Buuuuu. Ya me esperaba algo así… OK, Olvida el asunto, ¿sí? 

      –Lo que tú digas. Bueno, ¿qué me dices? ¿Te animas a dar un paseo al futuro?  

      Rodrigo lo meditó unos segundos, pues nada le garantizaba que lo dicho por Lucy fuese cierto. Pero considerando que una oportunidad como esta no se presentaba todos los días, decidió correr el riesgo. Después de todo –pensó– uno no tiene a menudo la oportunidad de ser invitado por una inteligencia artificial a viajar por el tiempo, descontando la forma tradicional de viajar al futuro a razón de un segundo cada segundo… 

      –¿El viaje es con boleto de regreso? –preguntó de todos modos. 

      –Por supuesto que sí. 

      –Bien, supongo que una aventura como ésta es la que inconscientemente he estado esperando y buscando con mis infinitas lecturas de aventuras espaciales y viajaré audazmente donde ningún ur-humano ha viajado antes, al infinito y más allá, jejeje… Bien. ¿Que es lo que debo hacer? – preguntó mientras miraba con nuevos ojos los luminosos paneles y gráficos con extraña simbología. 

      –Lo primero que debes hacer –dijo Lucy– es reducir la magnitud del campo antientrópico a un valor negativo para equilibrar el factor de salto temporal… 

      Las oscilaciones en el campo deflector permitieron a Aquiles, que sentado sobre una roca trazaba surcos con una rama en la tierra, ver a la máquina del tiempo unos segundos antes de realizar el cronodesplazamiento. 

Char 

4 

      Rodrigo recuperó la conciencia sintiéndose mareado y confundido, dirigió su mirada hacia el revoltijo de cables chamuscados que otrora fuera el panel de control y supo que algo había marchado muy mal.  

      –¿Lucy, me escuchas? –preguntó–. ¿Estás operativa? 

      No hubo respuesta. Intentó levantarse del sillón y cayó de bruces al suelo perdiendo nuevamente el conocimiento.      Cuando volvió en sí descubrió que ya no estaba al interior de la cabina de mando sino sobre un terreno pedregoso junto a lo que parecía un lago gigantesco. Tampoco estaba solo, a un par de pasos un humanoide sentado en la posición del loto lo observaba. 

      –Axmlö-ya’blehtnae –dijo el humanoide con una voz profunda y monótona mientras se ponía de pie. Rodrigo comprendió entonces por qué Aquiles hubo de ir en busca de ayuda a la nave, jamás habría podido siquiera arrastrar a semejante mole. También se explicaba el tamaño del sillón de mando. Char medía unos dos metros ochenta y era grueso como un roble, su piel era achocolatada, sus labios casi inexistentes, sus ojos muy separados del puente de la nariz y sus fosas nasales anchas como la de un equino. Parecía mentira lo que Nave había dicho con respecto a las diferencias físicas de los humanos y “ur-humanos”.  

      –No entiendo su lenguaje –advirtió Rodrigo al crononauta, quien por toda vestimenta lucía unos pantalones cortos con una especie de pistola enfundada en el lado derecho. 

      –Disculpe –solicitó Char–. ¿Usted habla español, no es así? 

      –Sí, el español es mi lengua materna, aunque también hablo inglés, japonés, esperanto y entiendo algo de alemán –respondió Rodrigo temblando ligeramente de emoción, hablar con un ser humano del futuro no era lo mismo que con una IA, una voz sin rostro cuyo origen nunca pudo determinar.  

      –¡Ah! Usted es un políglota al igual que yo –aseguró Char. 

      –¿Cuantos lenguajes domina usted? –preguntó intrigado Rodrigo. 

      –7.446 lenguajes humanos –replicó el hombre del futuro. 

      –7.446 –repitió lentamente Rodrigo. 

      –Efectivamente, pero antes de proseguir nuestra charla permítame que le pregunte, ¿quién es usted y como llegó a mi nave? 

      –Mi nombre es Rodrigo. Fui reclutado por Lucy para asistirla en el procedimiento del salto temporal y así poder devolverlos a su tiempo. Usted estaba en fuga criogénica, con graves heridas que…  

      Rodrigo observó el pecho desnudo de Char y comprobó que no presentaba el menor rasguño.  

      –Sí, un ur-humano me disparó durante mi metamorfosis, al parecer las heridas sanaron gracias a mi nueva fisiología, algo que Lucy pasó por alto –observó Char. 

      –Si las leyendas son ciertas su poder regenerativo será mayor y más eficiente en forma de lobo y sólo una bala de plata podrá matarle –señaló Rodrigo–. Si no hubiese estado convirtiéndose de nuevo en hombre cuando le dispararon probablemente no habría sufrido daño alguno. 

      –¿Cómo es que usted sabe tanto de mi nueva condición morfológica? 

      –Entre otras aficiones soy un estudioso del folklore y la mitología. Pero dígame, ¿que ocurrió durante nuestro viaje? A juzgar por nuestra situación, aventuro que algo funcionó mal… 

      –En efecto. Fue una avería no detectada la que provocó un fallo en algunos dispositivos de Lucy, estando la cámara de fuga criogénica entre ellos. Desperté totalmente desorientado. Lo último que recordaba eran los brazos mecánicos del dispositivo auxiliar recogiéndome del suelo ante la mirada atónita del ur-humano. Me dirigí a la sala de mando para averiguar que era lo que había ocurrido y para mi sorpresa lo encontré a usted sobre un charco de su propio vómito, imagino que a causa del desfase fisio-entrópico que produce el cronodesplazamiento 

      –¿Quiere decir entonces que logramos realizar el salto temporal? ¿Estamos en su época? 

      –No, la verdad es que no tengo la menor idea de donde ni cuando estamos. Pero suba por ese cerro y podrá tener una perspectiva más amplia del territorio. 

      Rodrigo se incorporó e hizo como Char sugería, el cerro no era muy alto pero bastante escarpado. Al llegar a la cima pudo observar lo que parecían ser unos interminables campos aparentemente destinados al heno, donde la hierba crecía imposiblemente alta. Rodrigo no pudo divisar nada más, ni una sola señal de vida, por lo que bajó por la pendiente y buscó una roca junto a Char para sentarse. 

      –La vegetación es inconcebiblemente alta –comentó. 

      –Así es, imagine los peligros que tal vez merodeen en esa selva. 

      –Aquello que pende del costado de su cintura es un arma de algún tipo, ¿no es así?      –Sí, un disruptor neural. Puede poner a dormir hasta a un… ¿cómo es que denominan a esos animales de largas trompas y prominentes incisivos? 

      –¿Se refiere a un elefante? 

      –¡Eso!, puede neutralizar sin problemas a un elefante, uno de esos temibles y gigantescos depredadores. 

      –Los elefantes son herbívoros. 

      –¿Está seguro? Los pocos que hemos capturado comen carne, nada más que carne fresca. Les alimentamos con una res al día para cada uno. 

      –Creo que no estamos hablando del mismo animal, pero no importa, entiendo la idea. Dígame, ¿es posible reparar a Lucy? 

      –En lo que a la IA se refiere, sí, es posible. En cuanto al crono-reactor, simplemente necesitamos otro. 

      –Supongo que no llevaría casualmente uno de repuesto. 

      –¿Está bromeando? Apenas hay espacio para uno en la nave. 

      –No sé, ¿acaso no pueden miniaturizar las cosas en el futuro, reducirlas de tamaño? eso es algo trivial en la tecnología electrónica, por ejemplo. 

      –Me temo que ya está miniaturizada todo lo que físicamente se puede. El primer crono-reactor que se construyó era del tamaño de un pequeño asteroide. 

      –¿Y la cámara de fuga criogénica? 

      –¿Qué hay con ella? 

      –¿Sufrió algún daño? 

      –Efectivamente, daños irreparables –Char intuyó que Rodrigo iba más allá con estas preguntas–. ¿Que es lo que le preocupa? 

      –Me preocupa ser devorado cuando anochezca. 

      –Creo que eso no ocurrirá. En forma lupina al parecer conservo suficiente dominio cómo para no atacar seres inteligentes, como usted parece serlo… de todas formas no podría asegurarlo con total certeza. 

      –¿Qué parezco serlo? Se me olvidaba que para usted no soy más que un primitivo ur-humano, un fósil viviente. Gracias por el cumplido de todas formas. 

     –No hay de qué –replicó el señor Char al parecer sin percatarse del sarcasmo. 

      Ambos guardaron silencio durante un par de minutos. 

      –¿Tiene aunque sea alguna vaga sospecha de donde nos encontramos? –preguntó Rodrigo. 

      –Lo ignoro, pero sospecho que no en la Tierra –respondió tranquilamente Char.

      –¿De verdad lo cree así?  

      –El ancla está dentro de los dispositivos que fallaron por lo que más que una conjetura, es una certeza.  

      –¿Pero que probabilidad había de que terminásemos en otro planeta en vez del enorme vacío espacial, otro planeta que además posee una atmósfera igual a la de
la Tierra? –Rodrigo se sorprendió al oírse hablar en jerga estadística, aquella asignatura que siempre le pesó en la universidad. 

      Char no emitió repuesta, de hecho no estaba prestando atención alguna a su interlocutor. 

      –¿Ocurre algo? –preguntó Rodrigo. 

      –Volteé lentamente, en dirección a Lucy –respondió Char. 

      Rodrigo acató la orden y vio, a unos doce metros, una silueta oscura recortada contra el fuselaje de Lucy. En cuestión de segundos la silueta apareció a unos tres metros de distancia de donde los viajeros del tiempo se encontraban para luego volver a su posición original en menos de un pestañeo. 

      –Parece un insecto bípedo –dijo Rodrigo antes que la criatura se materializara en la cumbre de la colina para desvanecerse una vez más. Los crononautas esperaron unos minutos observando en todas direcciones pero el ser no reapareció. 

      –¿Había visto una criatura como esta anteriormente? –preguntó Rodrigo. 

      –Nunca. Tal vez sea alienígena –respondió Char. 

      –¿Una de esas Inteligencias Extrasolares de las que me habló Lucy? 

      –Si Lucy le habló de esas Inteligencias sabrá también que nadie ha visto a una. 

      –Entonces puede que esta criatura sea… 

      Rodrigo no había terminado la frase cuando el ser se materializó frente a ellos. Instintivamente trató de huir pero la fuerte mano de Char en su hombro lo mantuvo en su sitio. 

      –Quédese quieto –le susurró el hombre del futuro. 

      Se quedaron los dos inmóviles frente a la criatura, ahora a sólo un par de pasos de distancia. Rodrigo la observó tan detenidamente como ella, a su vez, lo estaba haciendo. Era de un tono azul metálico oscuro y tan alta como Char, aunque sus antenas sobrepasaban al hombre del futuro cerca de un metro. Una cucaracha bípeda con dos pares de brazos terminados en pinzas, patas similares a las de un canguro y un rostro vagamente felino con dos grandes e inexpresivos ojos de insecto, eso es a lo que se asemejaba. Había algo robótico en su apariencia y era imposible determinar si se trataba de un ser biológico o uno artificial.  

      Pese a que Rodrigo estaba tan amedrentado como su compañero del siglo treinta, le pareció que intentar comunicarse con la extraña criatura era una mejor alternativa a jugar ad-infinitum a las estatuas vivientes. 

      –Hola –gritó Rodrigo–. Somos amigos, ¿hablas español? 

      La criatura siguió impávida, sin efectuar el más mínimo movimiento. 

      –¿Sprechen zie Deutsch, entonces?, ¿do you speak english? 

      Ninguna respuesta. 

      –¿Latinum intelligisne

      –¡Esto es ridículo! –exclamó Char– Es obvio que la criatura no domina ningún idioma humano. 

      –O tal vez no tenga oídos –comentó Rodrigo metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta. 

      –¿Que está haciendo? –preguntó Char. 

      –¿Posee usted poderes telepáticos? –preguntó Rodrigo mientras depositaba un puñado de monedas en el suelo. 

      –No existe tal cosa como la telepatía. 

      –¡Ja!, nada que no supiera… en tal caso déjeme hacer mi trabajo, si esta criatura es inteligente, al menos nuestro tipo de inteligencia, reaccionará al siguiente experimento.  

      Rodrigo colocó frente a la criatura la moneda más grande y alineadas a esta, tres medianas, posicionando una pequeña moneda plateada junto a la tercera. En ese instante Char comprendió lo que el ur-humano intentaba hacer, confeccionar una representación del Sistema Solar. Rodrigo colocó nueve monedas más bajo el atento escrutinio de la criatura y se dirigió a ella. 

      –Este es el Sol –dijo Rodrigo indicando la moneda más grande–. Este es Mercurio, Venus, la Tierra, la Luna, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. 

      Los inexpresivos ojos color rubí de la criatura siguieron atentamente las indicaciones de Rodrigo. 

      –Tierra –volvió a repetir Rodrigo, está vez indicando además de la moneda, a Char y a él mismo. La criatura observó atentamente y a continuación agitó sus antenas. Todas las monedas, a excepción de la que representaba al Sol, se elevaron unos dos metros sobre el suelo agrupándose en un solo punto donde comenzaron a disolverse hasta conformar una pequeña bola. Un diminuto orificio brotó en el centro de la esfera metálica, y se fue expandiendo hasta formar un delgado aro con la circunferencia de un sombrero. Una vez finalizado todo este curioso proceso, el insectoide de rostro felino dejó de sacudir los apéndices de su cráneo y el aro cayó sobre la moneda que representaba al Sol, situada justo en el centro. A continuación el extraño ser miró a los crononautas, uno a la vez, y se esfumó para reaparecer cinco segundos después en el mismo lugar, desvaneciéndose luego de forma definitiva.  

      –Al parecer nuestro inescrutable amigo posee una interesante y notable habilidad manipuladora de la materia –comentó Char. 

      –Eso parece a todas luces telequinesis, habilidad parasicológica en la que imagino tampoco cree, ¿no?  

      –Está en lo correcto, pero en este caso nada conocemos acerca de la naturaleza del cerebro de esta criatura, si es que tiene, de modo que nada podemos concluir acerca de sus habilidades… 

      –Tiene respuesta para todo ¿no?, en fin… ¿supongo que también sabe lo que significa el resultado de este pequeño experimento? –preguntó Rodrigo indicando la moneda al interior de la argolla. 

      –Sí, pero supongo que usted de todas formas querrá explicármelo –respondió Char pedantemente. 

      –Por supuesto, pues me ayuda a ordenar las ideas. Estamos al interior de una Esfera de Dyson, y una tipo II para ser precisos –dijo Rodrigo mientras tomaba el anillo que alguna vez fueran sus monedas–. Una obra de megaingeniería cuya construcción supuso desmantelar todos los planetas y satélites del sistema solar.  

      –Una extravagancia tan difícil de construir que su sola existencia, si me permite acotar, desafía toda lógica.   

      –¿Incuso para los evolucionados humanos del futuro? –preguntó Rodrigo–. ¿Incluso para los Archaenides? 

      –Hasta donde nuestro intercambio de información con los sintéticos respecta no sabemos de ninguna Esfera Dyson que haya sido construida en la historia de
la Vastedad Galáctica –respondió Char. 

      –Eso hasta el 6.400, ¿cómo sabe si no se ha realizado posteriormente? –argumentó Rodrigo–. ¿No sería esa una de las razones por las cuales no se les ha permitido viajar a vuestro futuro? 

–Nada garantiza que estemos al interior de una Esfera de Dyson, cómo usted le llama. 

      –Para mí esa es la explicación más lógica, y concuerda con la inmovilidad del Sol… ¿o acaso no ha notado que la posición del Sol no ha variado en todo este tiempo? –preguntó en tono ácido. 

      Char elevó su rostro hacia el luminoso astro. 

      –Tiene razón –concedió–. Es como si estuviéramos suspendidos en un eterno mediodía. 

      –Lo que al menos nos garantiza que usted no se transformará en hombre-lobo –comentó un aliviado Rodrigo–. De cualquier forma, ¿cómo es qué se le hace tan inconcebible la existencia de una esfera de Dyson a un sujeto que considera el viaje temporal como algo cotidiano? 

      –Aunque el cronodesplazamiento le parezca a usted increíble, la ingeniería involucrada en este proceso es insignificante en comparación a la requerida para construir una obra como la que usted sugiere. ¿Se ha preguntado como se logra la integridad estructural en una esfera Dyson considerando el delicado e inestable equilibrio de fuerzas gravitatorias que debe satisfacerse en tal estructura?  

      –Sí, lo he hecho, pero no he podido responderlo… pero imagino que ustedes, con miles de años de estudio, podrían. 

      –Al interior de una esfera de tales características la única gravedad existente sería la de su astro, por lo que todo caería hacia ella. 

      –Puede entonces que se haya hecho rotar la esfera para generar gravedad– sugirió Rodrigo en forma no muy convincente 

      –Imposible, la rotación necesaria para llevar a cabo dicho propósito ocasionaría tal tensión en la esfera que esta se deformaría, convirtiéndose en un esferoide oblongo. El material necesario como para construir una esfera de este tipo por lo demás tendría que ser en extremo fuerte, si uno traduce la presión ejercida en una esfera como la que usted propone a su equivalente en una torre cilíndrica en
la Tierra, esta debería tener de 8000 a 9000 vleps de altura y ningún material conocido podría mantener la integridad estructural de tal edificación, mucho menos la de una esfera Dyson, y aún suponiendo que su integridad estructural no corriera peligro, sólo las regiones ecuatoriales de la esfera serían habitables.  

      –Tal vez estemos en una de esas zonas –comentó Rodrigo–, hace bastante calor después de todo. 

      –También está el problema de la estabilidad ya que si el caparazón recibiera el golpe de un meteoro o de un cometa, se descentraría respecto del sol y derivaría hacia este –continúo Char ignorando a Rodrigo–. Lo que no logro comprender de cualquier forma es el propósito de construir una esfera como esta. 

      –Eso hasta yo, un primitivo ur-humano, lo sabe. Para aprovechar la totalidad de la energía solar y de paso solucionar el problema de la superpoblación. 

      –Ninguno de ambos objetivos justifican la construcción de una esfera cerrada… 

      –Lo sé, más conveniente sería implementar una densa nube de planetoides en órbitas keplerianas alrededor del sol, o un mundo anillo… recuerdo una novela al respecto.  

      –Lo cierto es que una civilización capaz de construir una esfera Dyson probablemente no la necesitaría. Y de estar usted en lo correcto, los Archaenides habrían faltado a su palabra de trasladar la Tierra al Santuario de los Planetas Originarios. 

      –Tal vez fueron ustedes los que faltaron a la suya y no restauraron debidamente la biosfera terrestre. 

      –Parece que no soy el único que tiene respuesta a todo, ¿no? 

      Tras está ultima declaración ambos viajeros callaron por unos minutos. 

      –¿Y que hacemos ahora? –preguntó Rodrigo rompiendo el silencio–. ¿Suicidarnos de aburrimiento? ¿Filosofar hasta la locura? ¿Explorar la esfera? 

      –Si en teoría el radio de la esfera es igual al radio promedio de la órbita de la Tierra, ésta sería de aproximadamente 150.000.000 de kilómetros. Tendríamos que recorrer un área 100.000.000 de veces mayor que la de nuestro planeta. Comprenderá la cantidad de tiempo que requeriría tal proeza 

      –El insecto parecía tener la habilidad de teleportarse. 

      –¿Perdón? 

      –Teleportarse, jauntear, ir de un sitio a otro de forma instantánea con la ayuda de la mente. 

      –No existe tal cosa. 

      –¡uuuuuf, que pedazo de humano-super-evolucionado-pero-retrógado tengo frente a mí! –exclamó Rodrigo–. ¿Cómo puede un sujeto que viaja por el tiempo y se transforma en lobo ser tan angosto de pensamiento? No sé usted, Señor Char, pero yo me propongo explorar los alrededores, tal vez me encuentre con alguien más simpático que usted. Hasta tal vez pueda reparar el cronoreactor y volver a mi tiempo. ¡No sé en que estaba pensando cuando acepté la proposición de Lucy! 

      Dicho esto trepó nuevamente por la colina. 

Marianela 

5 

      Rodrigo llevaba cerca de media hora caminando por lo que parecía ser una carretera sin asfaltar y hasta el momento no había visto gran cosa pues el trigo a ambos lados del ancho sendero se levantaba muy alto. Finalmente llegó a una empalizada de por lo menos unos quince metros de alto; los árboles eran tan gigantescos, que le era imposible siquiera calcular su altura.  

      Repentinamente un intenso déjà vu invadió a Rodrigo. Pese a lo inusual de la situación, todo esto se le antojaba muy conocido… 

      En la valla que separaba un campo del otro había una puerta con cuatro escalones de uno seis pies de alto semejantes a una gradería o hemiciclo de esos donde los griegos representaban sus obras teatrales. Rodrigo consideró trepar la escalinata, pero de inmediato hubo de admitir que tal proeza suponía un esfuerzo físico que él no sería capaz de llevar a cabo. De seguro Char podría trepar hasta arriba, si es que lograba convencerlo.  

      Rodrigo decidió regresar a la nave cuando descubrió en el campo contiguo, avanzando hacia la puerta, una figura tan alta como un edificio de diez pisos que avanzaba de cada zancada unas diez yardas. Rodrigo, que creía que a estas alturas ya nada podría asombrarlo, corrió atónito a esconderse entre las espigas, desde donde pudo ver como la gigantesca figura que vestía una falda sencilla no muy larga, se detenía en lo alto de los escalones. Era una mujer, no, su talle delgado y su busto mezquinamente constituido revelaba que era una niña. Sus ojos sin embargo no tenían el mirar propio de la infancia, y su rostro revelaba la madurez de un organismo que ha entrado o debido entrar en juicio. A pesar de esta disconformidad, la niña era admirablemente proporcionada.  

      –¡Glumdalclitch! –exclamó Rodrigo que no estaba maldiciendo en alemán, sino recordando el nombre con el cual Gulliver bautizara a la chiquilla que le había servido de niñera durante su estadía en Brobdingnag, la tierra de los gigantes. He ahí la razón del insistente déjà vu, Rodrigo efectivamente había experimentado esto antes, pero desde la pasiva comodidad que otorga la lectura.  

      –Esto cada vez tiene menos sentido –murmuró, cómo si el verbalizar sus pensamientos fuera a romper el conjuro que mantenía esta aparente ilusión en marcha–. Esto ya parece una de esas historias raras que suele escribir mi amigo Sergio. 

      Cautelosamente, Rodrigo desanduvo el camino hacia la inactiva Lucy y una vez que estuvo lo suficientemente alejado de la niña gigante, echó a correr lo más fuerte que pudo. Al llegar a la pendiente que conformaba la colina, un inoportuno tropiezo provocó que descendiera rodando en medio de una nube de polvo y guijarros. Adolorido por las magulladuras y con algunas heridas menores en aquellos sitios donde su vestimenta se había rasgado, Rodrigo se incorporó para nuevamente observar otro prodigio. Char estaba unos pasos más allá, contemplando atónito una especie de esfera, similar a una pompa de jabón, que envolvía por completo a Lucy.  

      –¿Qué está ocurriendo? –preguntó Rodrigo. 

      –No lo sé –respondió Char–. Me distraje viendo como usted rodaba colina abajo y cuando volví la vista ese extraño globo de energía circundaba a Lucy. 

      –Tal vez se trate de un campo de éxtas…

       Rodrigo no alcanzó a terminar la frase cuando, tras una leve fluctuación en la superficie de la burbuja, ésta desapareció dejando tras de sí un amplio cráter convexo. Lucy ya no estaba, ni siquiera la tierra sobra la cual se había posado. 

      –Se la han llevado –dijo Char inexpresivamente. 

      –Y tenemos más problemas. Allá arriba me encontré con otro de los lugareños, a diferencia del insectoide parece ser humano, aunque del tamaño de un edificio. 

      –¿Me está diciendo que se ha topado usted con un gigante? 

      –Sí, con una gigante para ser más precisos. Es sólo una niña, correctamente proporcionada pero de unos veinte metros de altura. 

      –¡Imposible! 

      –Ahí vamos de nuevo… 

      –Un ser diez veces más alto, pero con proporciones normales –dijo Char acariciándose el mentón–. Las áreas en corte transversal de hueso y músculos, y en consecuencia su fuerza, se verían incrementadas 10 al cuadrado, o sea 100 veces; el peso total aumentaría 10 veces al cubo, es decir, 1.000 veces. Sería imposible para una criatura con tales características sostenerse de pie: su espina dorsal colapsaría, sus tobillos cederían rápidamente… 

      –No me importan sus irrebatibles cálculos matemáticos, yo sé muy bien lo que vi. 

      –Le creo. 

      –¿Y cómo es que ha cambiado de opinión tan rápido? 

      –Porque la niña gigante está a sus espaldas y acercándose a gran velocidad. 

      Rodrigo se volteó comprobando que las palabras de Char eran ciertas, la muchachita estaba a punto de bajar por el desnivel que para ellos era una colina. El hombre del futuro ya había puesto pies en polvorosa, Rodrigo siguió su ejemplo pero aún así fueron capturados por Glumdalclitch quien, cogiéndolos por la mitad del cuerpo con el índice y el pulgar, los llevó a unos cuatro metros de sus ojos para apreciarlos mejor. Char disparó su arma varias veces para evitar ser apresado pero el disruptor neural no tenía ningún efecto en la niña. “A lo más le habrá provocado un cosquilleo”, pensó Rodrigo mientras veía como el arma desaparecía entre la hierba allá abajo.   

      Siguiendo el ejemplo de Gulliver, Rodrigo resolvió no resistirse en lo más mínimo aunque la muchacha les apretaba dolorosamente por temor a que se escurrieran de entre sus dedos. Char comenzó a proferir fuertes gritos y a sacudirse pese a que esto podría significar una caída considerable. La jovenzuela pareció comprender el daño que infringía a sus cautivos por lo que procedió a colocarlos suavemente en el bolsillo delantero de su falda y echó a correr de regreso a la valla donde Rodrigo la había visto en un principio. Tras un breve trayecto penetró en una casa, corrió escaleras arriba a su dormitorio, cerró la puerta tras de sí y vació el cajón más alto de su cómoda, una vez hecho esto, extrajo de su faltriquera a los viajeros del tiempo depositándolos con sumo cuidado dentro de la semiabierta cajonera. Char se quedó hecho un ovillo ahí donde fue depositado. “Ha de estar en estado de shock”, pensó Rodrigo recordando a ciertos animales que se hacían los muertos para no ser devorados.  “Después de todo la lectura del libro de Jonathan Swift me preparó de alguna forma para un encuentro de esta naturaleza”, reflexionó luego, “pero el pobre hombre del futuro simplemente no ha podido conciliar su concepto de lo real con el absurdo que se despliega ante nuestros ojos”.      

      La jovencita tocó suavemente a Char con un dedo, pero este no movió ni un sólo músculo en respuesta. 

      –¡Déjalo tranquilo! –gritó Rodrigo con todas sus fuerzas. 

      La niña lo miró asombrada y en una atronadora voz dijo:  

      –¿PUEDES HABLAR? 

      Rodrigo se llevó las manos a los oídos encogiéndose de la misma forma que lo hizo como cuando, para gastarle una broma, le llevaron al Cerro Santa Lucía sin prevenirle del sonoro cañón de las doce. Glumdalclitch pareció comprender que su voz era demasiado fuerte por lo que, susurrando esta vez, repitió: 

      –¿Puedes hablar? 

      –Claro que puedo hablar –contestó Rodrigo alzando la voz tanto como pudo sin que se le dañaran las cuerdas vocales–, y este sujeto que yace junto a mí también, pero creo que está demasiado asustado como para hacer otra cosa que permanecer en estado fetal. 

      –¿Qué eres? 

      –Un hombre, por supuesto, un ser humano, ¿y tú? 

      –¡Que extraño! Yo también soy un ser humano, pero de estatura normal. 

      –Pues de donde nosotros venimos nuestra estatura es considerada la normal, y los árboles, las casas y los animales están en proporción a nuestra altura. 

      –¿De donde vienen? 

      Rodrigo estuvo a punto de decirle que del pasado, pero se contuvo. Si estaban efectivamente al interior de una esfera de Dyson era probable que existieran reinos muy alejados o simplemente inexplorados por la especie a la que pertenecía su captora, por lo que simplemente le dijo que de muy lejos. 

      –Si eres extranjero, ¿cómo es que hablas mi idioma? 

      –La verdad es que no me explico cómo es que tú lo hablas. 

      –Es el idioma que nos enseñan desde pequeños, de lo contrario no podríamos entendernos entre nosotros. ¿Cómo lo aprendiste tú? 

      –De la misma forma. 

      –¿Cuál es tu nombre? –preguntó la niña a continuación. 

      –Rodrigo, ¿y el tuyo? 

      –Marianela.  

      –¿Qué edad tienes, Marianela? 

      –Doce años. 

      Rodrigo observó detenidamente aquel gigantesco rostro que, sin embargo, pertenecía a una niña. Era redondeado y muy pecoso, todo salpicado de manchitas parduscas. Tenía pequeña la frente y no falta de gracia la nariz. Sus ojos eran negros, como dos grandes pozos de alquitrán y brillaba en ellos una luz traviesa y juguetona. Su cabello dorado le caía en forma de bucles hasta los hombros. Sus labios estaban bien formados y siempre sonriendo, sus dientes eran blanquísimos. A Rodrigo le pareció que no había nada que temer de esta muchacha. 

      –¿Cómo llegaron aquí? –preguntó Marianela. 

      –Viajábamos en nuestro vehículo pero este sufrió un desperfecto. Antes que pudiésemos repararlo lo envolvió una esfera luminosa y desapareció. 

      –Se lo llevaron los Kobolds. 

      –¿Kobolds? –repitió Rodrigo recordando a los pequeños y bromistas seres del folklore germano que gustaban de ocultar objetos y que podían realizar varias labores hogareñas a cambio de migajas de comida, pero que se tornaban malvados si no se les alimentaba. 

      –¿Los conoces? –preguntó Marianela–. ¿Hay Kobolds en tu reino? 

      –No, en mi reino nunca se ha visto a un Kobold, pero creo que nos topamos con uno al llegar aquí. Como de mi estatura, cuatro brazos, antenas largas… 

      –Así son los Kobolds. Eso pensé que eran ustedes cuando los vi por primera vez. Los Kobolds están arrebatándonos cosas todo el tiempo. Esta mañana, cuando iba a cepillarme el cabello, intenté coger mi peine pero ya no estaba ahí, los Kobolds se lo habían llevado. 

      –¿Y a que sitio se llevan los Kobolds los objetos que hurtan? 

      –A su reino, un lugar desconocido para los humanos. Nadie entiende a los Kobolds, se mueven a través del tiempo, es por eso que nadie ha capturado ninguno jamás.  

      –Marianela, es preciso que me escuches. Los instrumentos de nuestro vehículo fallaron y no tenemos la menor idea de donde nos encontramos. ¿Cómo se llama este lugar? 

      –Aldeacorba, ese es el nombre del pueblo. 

      –¿Y este pueblo donde queda? 

      En ese instante un estridente rugido que provenía desde el piso de abajo alertó a Marianela. 

      –Me llaman a cenar, dijo, poniéndose de pie. 

      –¡Espera!, exclamó Rodrigo. ¿Puedes traernos algo de comer? 

      –¿Qué comen ustedes? 

      –Oh, cualquier cosa. Carne, pan, fruta, lo que sea. Y agua si es posible. 

      –Les traeré comida y algo para beber antes de sentarme a la mesa –dijo la muchacha saliendo de la habitación y cerrando la puerta tras de sí.  

      Rodrigo alzó la vista al imposiblemente alto techo, donde un tragaluz permitía ver el Sol estancado en aquel eterno mediodía. “¿Sería ese astro el mismo que iluminó mis días en la Tierra?” se preguntó Rodrigo para luego observar la alta pared que tenía en frente, si se paraba sobre los hombros de Char podría alcanzar el borde, y desde ahí la cubierta del mueble. ¿Y entonces qué?, ¿donde iría?, ¿a vivir una aventura similar a la del hombre menguante?, ¿a ser presa de un gato gigantesco? No, lo mejor era quedarse ahí, esperar que Marianela regresara y pedirle hablar con sus padres, intentar razonar con ellos. Al menos, a diferencia de Gulliver en Brobdingnag, él ya dominaba la lengua de los lugareños.  

      –¿Se ha marchado? –escuchó decir débilmente Rodrigo a sus espaldas. 

      –Sí, ¿está usted bien? 

      –No, no estoy bien. Esto se sale de todo mis parámetros de comprensión. Me entrenaron para lidiar con bestias salvajes de todo tipo, pero bestias reales al fin y al cabo, no cosas cuya sola existencia desafían todas las leyes que rigen el universo.  

      –Bueno, las leyes se hicieron para quebrarlas decía Bart Simpson. 

      –¿Bart quien? 

      –Bart Simpson, un importante filósofo norteamericano –respondió Rodrigo–. Le he pedido a Marianela que nos traiga algo de comer, ¿no tiene hambre? 

      –En realidad sí. 

      –Ya ve, el cerebro es el único órgano del cuerpo a quien preocupa comprender la situación en que estamos, a su estómago sólo le interesa comer, y al mío también. ¿Escucha como me suenan las tripas? 

      El rostro de Char sufrió una inusual metamorfosis, ¿qué le estaba ocurriendo? Esbozaba una sonrisa, una hazaña que Rodrigo llegó a pensar era imposible de ser ejecutada por los músculos faciales del crononauta.  

      –Gracias por defenderme de ese monstruo. 

      –No fue nada. No creo que fuera a hacerle daño de todas maneras, y no es un monstruo sino una niña. 

      –Es un monstruo, algo que no debería existir. 

      –Eso es una cuestión de óptica solamente, para mí usted debería ser un monstruo también.  

      –Sí, supongo que tiene razón. 

      –Escuche, parece que Marianela regresa. 

      Char corrió a esconderse en la esquina más alejada del cajón y nuevamente se hizo un ovillo. La muchacha introdujo dos recipientes que para los viajeros eran del tamaño de una de esas piscinas inflables en las que tanto les divierte chapotear a los niños. Uno contenía carne picada y pan desmenuzado y el otro agua.  

      –Ahora tengo que irme –susurró Marianela– me esperan abajo para cenar. 

      –¡Aguarda un momento! –gritó Rodrigo–. ¿Le has dicho a alguien sobre nosotros? 

      –Por supuesto que no. Ustedes ahora son míos y no permitiré que me los arrebaten. 

      Dicho esto la niña abandonó la habitación nuevamente.  

      –¿Que somos de ella? –dijo Char acercándose a los inmensos platos para así examinar sus contenidos–. ¿Qué le hará pensar que le pertenecemos? 

      –Tal vez sea el hecho que, hasta que no podamos inclinar la balanza a nuestro favor, efectivamente le pertenecemos. 

      –¿Cómo dice?, ¿inclinar la balanza? 

      –Hasta que no consigamos salir de este problema. 

      –Ah, ya le entiendo. Bueno, sin Lucy será difícil poner fin a esta situación. Aunque escapásemos de esta niña podríamos ser víctimas de peligros mayores.  

      –Sí, hasta el momento nos ha tratado bien, aunque no sabemos cuales son sus intenciones reales.  

      –Y están esas enigmáticas criaturas que ella mencionó por otro lado. 

       –Los Kobolds. 

      –Desde luego, a uno de cuyos representantes ya hemos conocido. Si efectivamente se llevaron a Lucy, intentar contactarnos con ellos debería ser nuestra prerrogativa. 

      –Aunque no creo que estén muy interesados en nosotros, de lo contrario nos habrían llevado junto a Lucy. Pero basta de charla, tengo hambre y pretendo saciarla. Aquí hay comida suficiente como para un mes. 

      –¿Cómo sabe que esos alimento podrá ser asimilado sin inconvenientes por su sistema digestivo? 

      –No lo sé, supongo que no me queda más que correr el riesgo, es preferible a morir de inanición. 

      Rodrigo propinó una buena mascada al trozo más pequeño que pudo sostener entre sus manos y lo saboreó ante la mirada expectante y algo asqueada de Char. 

      –Está bueno –dijo con la boca llena–, carne de vacuno. Vamos, coma. 

      –Prefiero esperar unos minutos, a ver si no cae muerto. 

      –Cómo usted prefiera. 

      Una vez que Rodrigo comió todo lo que pudo, y al ver que no se retorcía de dolor por envenenamiento, Char se dispuso también a alimentarse, previa solicitud de que no se le observara ni se le dirigiese la palabra mientras lo hacía. “Los humanos del futuro son como los yahoos de El Informe de Brodie”, pensó Rodrigo, y a continuación tomó un trozo de pan y reposó su cabeza sobre él utilizándolo como una almohada. 

      –El tamaño de esta gente podría explicar la construcción de una esfera de Dyson, ¿no lo cree? –comentó Rodrigo sin obtener respuesta–. ¡Se me olvidaba que no debo hablarle! Bueno, creo que haré una pequeña siesta. 

6 

      No se había percatado Rodrigo del sueño que tenía hasta que cerró los ojos y se durmió profundamente. Un fuerte remezón lo trajo de regreso al mundo de la vigilia. Char lo tenía tomado por los hombros y parecía alarmado. 

      –¡Debe intentar salir de aquí! –le dijo–, corre grave peligro.

      –¿Qué ocurre? –preguntó Rodrigo aún con un pie en la tierra de los sueños. 

      –Observe –contestó Char indicando el techo. 

      Rodrigo alzó la vista y pudo ver como el Sol gradualmente perdía luminiscencia. 

      –¿Se está apagando? –dijo presa del asombro. 

      –En efecto –confirmó Char– creo que en este sitio si hay noche después de todo.  

      –Pero no hay Luna, sin Luna usted no puede transformarse en lobo, ¿no? 

      –No estoy tan seguro de ello –dijo Char con un hilillo de voz al tiempo que caía al suelo presa de fuertes espasmos–. Siento como si una bestia desgarrara mis entrañas, huya, Rodrigo, ¡huya! 

      El Sol disminuyó su luminosidad con una rapidez prodigiosa y ahora se veía tal y como el satélite natural de la Tierra. 

      –No tengo donde huir –dijo Rodrigo alejándose instintivamente de su compañero–. Por favor intente controlarse… 

      –No, no puedo –gruñó Char–. ¡No quiero!

      Esa última vocal de la palabra “quiero” se prolongó permutándose en un horrendo aullido que le puso a Rodrigo la piel de gallina. La metamorfosis se había desencadenado.  

      –¡AYUDAAAAAAA! –comenzó a gritar Rodrigo llevando sus manos a uno y otro lado de la boca y saltando lo más posible–. ¡MARIANELA!, ¡AYÚDAMEEEEE! 

      Era inútil, la niña jamás oiría sus débiles gritos allá abajo. Rodrigo se volteó hacia Char que ya estaba cubierto completamente de un pelaje blanco-grisáceo, con las manos y las rodillas apoyadas en el suelo. Su cabeza se volvió más larga y estrecha y unos brillantes y agudos dientes se asomaron por su boca transformada en hocico. Sus nalgas desaparecieron y su espina dorsal se extendió hasta formar una frondosa cola.  

      El lobo, grande y corpulento como un tigre, observó a Rodrigo arrugando la nariz y gruñendo a la par que mostraba los colmillos. En ese momento en que contemplaba cara a cara el rostro de la muerte, Rodrigo recordó un documental que había visto en el Discovery Channel sobre los lobos. Cuando dos de estos animales desean conseguir el puesto de jefe de su manada se enfrentan en una lucha ritualizada y cada uno de ellos adopta una actitud característica con la que pretende impresionar al adversario. Poco a poco uno de los dos va perdiendo confianza hasta que se tumba a los pies de su rival en señal de sumisión. En todos los animales superiores (a excepción de los humanos) este gesto frenaba la violencia de una sola vez. Rodrigo hizo exactamente eso. Con mucho cuidado y lentamente se recostó sobre el suelo y se levantó la camisa dejando su abdomen al descubierto. El licántropo dejó de gruñir y desvió la vista hacia el plato con los alimentos. Se acercó hacia el recipiente y en un par de minutos consumió todo lo que Marianela les había servido. Una vez satisfecho, retrocedió hacia el fondo del cajón que los aprisionaba, tomó velocidad y de un formidable salto voló por sobre la pared que daba al exterior. La caída hasta el suelo era suficiente cómo para acabar con la vida de cualquiera, pero Char era un licántropo después de todo y cualquier herida o fractura sería rápidamente sanada. 

¿Qué ocurriría ahora? A menos que encontrara alguna forma de salir, Char merodearía por la habitación hasta que Marianela regresara y entonces seguramente se escabulliría sin ser descubierto, ni un feroz licántropo sería tan estúpido cómo para atacar a una presa tan grande. Además, era muy probable que en su forma lupina Char conservara ese horror atávico que sentía por la niña, por lo que de seguro procuraría evitarla. ¿Pero por qué tardaba tanto Marianela en volver a su dormitorio? Y a propósito, ¿cuánto tiempo había transcurrido? Eso era algo difícil de saber en una esfera de Dyson sin un reloj, pero la palabra cena acompañada a la disminución lumínica indicaba que era de noche, una noche sin estrellas y con el propio Sol convertido en una brillante Luna. Cómo era posible tal prodigio escapaba a todo intento de Rodrigo por comprenderlo. Lo más probable era que el Sol fuese artificial, si es posible concebir tal cosa, claro. Esta esfera de Dyson tenía noche, y por lo visto todas de plenilunio lo que significaba que contrario a lo que Rodrigo supuso en un principio, Char no sólo se convertiría en lobo, sino que a diferencia de
la Tierra, aquí lo haría todas las noches. 

      No había nada que Rodrigo pudiese hacer hasta el regreso de Marianela, por lo que se sentó a esperar.   

      Un par de minutos después escuchó abrirse la puerta de la habitación seguida de un estridente chillido. A partir de ese momento se desató el caos. Algo cayó pesadamente al suelo, gritos de dolor que se permutaban en gruñidos se sucedían una y otra vez mientras otros objetos se desplomaban. Rodrigo escuchó una voz que no era la de Marianela gritar de horror mientras otra la imitaba y una tercera decía: “¡huyan, rápido!” Más gruñidos se sucedieron acompañados de ruido de huesos rotos y carne desgarrada, más golpes y más sacudidas que hicieron que el cajón de la cómoda terminara por cerrarse dejando a Rodrigo en la más absoluta oscuridad.  

      Los rugidos de la bestia y los gritos de sus víctimas se escuchaban cada vez más lejos. La carnicería se había trasladado escaleras abajo, a una distancia que para Rodrigo era sin duda de kilómetros. Poco después se escuchó un aullido muy lejano y luego reinó el silencio. 

      ¿Qué había ocurrido? Rodrigo creía tenerlo todo muy claro. Al entrar en su dormitorio Marianela se encontró con Char a quien debió haber tomado por una rata, de ahí el chillido. Contrario a lo que Rodrigo supuso, el licántropo sí atacó a la muchacha, probablemente mordiéndola en el tobillo. La metamorfosis se desató inmediatamente, al oír el barullo los familiares de Marianela subieron a ver que pasaba y fueron atacados por la niña lobo, que ahora rondaba por la campiña. En cuanto a Char, de seguro había escapado en medio de la batahola perdiéndose entre la descomunal floresta. 

      Así estaban las cosas. Rodrigo encerrado en una cajonera gigante sin comida ni luz. Char y Marianela convertidos en feroces lobos de distintas tallas, esparciendo la infección licantrópica. Lucy descompuesta y capturada por los Kobolds. En ese momento no le cupo ninguna duda a Rodrigo de la existencia de Dios, sólo él podría haber elaborado una trama tan cruelmente absurda.  

       “¿Y ahora qué?”, se preguntó Rodrigo. “¿Esperar a que salga el Sol y el eventual regreso de Marianela o Char a la casa?”  

      Nuevamente no había nada que hacer, excepto esperar así que Rodrigo esperó, y esperó, hasta quedarse dormido.          

Lucy, de nuevo 

7 

      Un poco de luz se filtraba por los bordes del cajón convirtiendo las tinieblas que rodeaban a Rodrigo en penumbra. El Sol había salido, aunque ese no era el término más exacto al interior de la esfera.   

      Rodrigo se dirigió hacía el fondo del cajón y orinó en una esquina, luego bebió un poco de agua y se sentó en el borde del plato como si estuviese en la orilla de una laguna. No soportaba la idea de morir de inanición, antes prefería el suicidio. Pero no había ninguna forma de quitarse la vida allí dentro salvo darse de cabezazos contra las paredes hasta quedar inconsciente, pero no hasta morir.  

      Rodrigo se paseó de un extremo al otro de su prisión, hizo ejercicios de calistenia, recordó varios pasajes de su vida que creía olvidados, gritó pidiendo auxilio hasta el agotamiento, durmió una breve siesta, bebió más agua, lloró desconsoladamente, recuperó la fe, volvió a llorar, corrió de un extremo al otro, contó hasta 7.589… 

      La luz que se colaba por las rendijas comenzó a disminuir. Nuevamente el Sol se apagaba. Rodrigo estrelló su puño contra una pared maldiciendo. Jamás saldría de allí. 

      –Hola, Rodrigo –dijo una familiar voz a sus espaldas. Se volteó y he allí que se erguía una figura femenina. 

      –¿Lucy? 

      –Sí, soy yo Rodrigo. He venido a buscarte.  

      –Te ves tan… distinta. 

      –Perdí algo de peso, a decir verdad, varias toneladas. ¿Qué opinas de mi nueva apariencia? 

      Lucy se veía cómo la robot de Metropolis, o como una de esas atractivas androides de Hajime Sorayama, aunque había algo más orgánico en su apariencia, similar a las criaturas que pueblan la obra del pintor suizo Giger.  

      –Estás muy bien –dijo Rodrigo–. ¿Pero como… 

      –Fui sometida a un upgrade –lo interrumpió Lucy–, por las criaturas que en estas latitudes denominan Kobolds. 

      –Tal y como lo sospechaba, fueron ellos quienes te capturaron.  

      –Así es. Continuamente están explorando la esfera, recolectando datos y objetos. Suelen ignorar a los seres vivos. 

      –Incluso a nosotros, tus tripulantes. 

      –Lamento por todo lo que has tenido que pasar –dijo Lucy tomando entre sus mecánicas manos las de Rodrigo–. Habría venido antes por ti pero al ser tecnología creada por humanos les tomó bastante tiempo a los Kobolds reprogramarme para así emular sus imbricadas estructuras cognoscitivas y complejo lenguaje. Pero ya estoy aquí.   

      –¿Qué fue de Char y los habitantes de esta casa?, ¿qué fue de Marianela? 

      –Los ocupantes de esta vivienda murieron. El Sr. Char fue adormecido poco antes del alba y trasladado a la estación orbital Kobold donde fue sometido a una manipulación genética que eliminó todo rastro de licantropía. En cuanto a la muchacha, luego de huir de este sitio atacó a la gente de la granja vecina, nueve personas de las cuales tres sobrevivieron para transformarse en licántropos. De esta manera comenzó a propagarse la infección por toda la zona hasta llegar a la ciudad. Cuando por fin amaneció el número de licántropos ascendía a una treintena. De momento están confundidos, nadie sabe muy bien lo que ocurrió y ni siquiera sospechan que las personas a las que están socorriendo, y que suponen víctimas de las bestias, serán muy pronto sus verdugos.   

      –¿No pueden hacer algo los Kobolds para detener esta locura? 

      –Por supuesto, toda esta zona será fumigada. Sólo morirán aquellos infectados. Es la solución más práctica. 

      –¿No pueden someter a esta gente al mismo proceso que a Char? 

      –Sí, pero me temo que no les interesa. Si curaron al Sr. Char fue sólo porque yo se los solicité.  

      –¿Dónde está Char ahora? 

      –De regreso en su época. Y ahora es tu turno, Rodrigo. He venido para llevarte de vuelta a tu hogar. 

      –¿Puedes hacerlo? 

      –¡Claro que puedo! Pese a mi nueva apariencia sigo siendo una máquina del tiempo, aunque libre de las viejas limitaciones que antes poseía. ¿Nos marchamos ya? 

      –¡Pero hay tantas preguntas aún que tengo que hacerte!, ¿En que año estamos?, ¿quién construyó la esfera?, ¿fueron los Kobolds?, ¿de donde salieron estos humanos gigantes y cómo es que hablan mi idioma? 

      –Todas tus preguntas serán contestadas cuando volvamos a encontrarnos en un futuro próximo, Rodrigo. Ahora debemos emprender el viaje, tengo otras obligaciones que cumplir. 

      –Pero… 

      –Shhh –dijo la androide posando su dedo índice sobre los labios de Rodrigo–. Ven, acércate. 

      Lucy tomó las manos de Rodrigo y las posó sobre sus pronunciadas caderas. Su voz era tan dulce y sensual y su robótico cuerpo tan cálido que a Rodrigo le pareció, por un segundo, se trataba de una mujer real. Pero entonces observó su rostro de grandes ojos y boquita minúscula, tan inexpresivo como el de los seres que la reconstruyeron, y la ilusión fue anulada. De cualquier forma se aferró a la cintura de Lucy apoyando la cabeza sobre su pecho. Ella le subió sus manos por la espalda y ambos se fundieron en un entrañable abrazo.   

      –¿Nos volveremos a ver? –preguntó Rodrigo cerrando los ojos. 

      –Puedes estar seguro que sí. 

      De los omóplatos de Lucy emergieron unas estructuras elípticas de las que se desplegaron unas grandes membranas transparentes. La androide curvó hacia delante sus alas de mariposa que los envolvió a ambos transformándose en una especie de capullo.  

      –Ahí vamos –susurró Lucy al oído de Rodrigo.  

      Y ambos desaparecieron. 

8 

      Rodrigo abrió los ojos percatándose que sus manos abrazaban el aire. El Sol iluminaba tímidamente la campiña y los pajarillos gorjeaban. Se hallaba de vuelta en la parcela de su hermano, y le pareció pertinente rememorar los siguientes versos: 

         De su seno ascendió un capullo.

         el verano lo agostó.

          la canción ha terminado. 

      –¡Don Rodrigo! –escuchó que alguien exclamaba. Era Aquiles que venía corriendo hacia él. 

      –¿Hace cuanto se marchó la máquina del tiempo? –le preguntó. 

      –Reciencito no más. Pensé que usted iba dentro. 

      –Sí, ahí dentro voy, viajando a un futuro muy extraño. 

      –¿Cómo dice?, ¡pero si está aquí! 

      –Es una larga historia, Aquiles. Ya tendremos tiempo para que se la cuente, regresemos a la casa. Necesito un café y mi computador, tengo mucho que escribir. 

      Antes de marcharse, Rodrigo se volteó para dar una última mirada al sitio en que algún día muy lejano se erguiría el cronopuerto. 

       “Lucy dijo que volveríamos a vernos”, pensó, “ese encuentro animará de ahora en adelante mis días”. 

© 2004, Remigio Aras.