Editorial TauZero #17

Es época de cambios.

La gran ola mediática que levantó (y sigue levantando) el tsunami Ygdrasil tanto en librerías como en diversos medios de prensa, ha estado vomitando en nuestra playa a variados personajes, algunos de ellos con ciertos superpoderes y habilidades que hemos estimado de gran valor para la revista.

Dicha situación es algo que nos alegra sobremanera, pues siendo TauZero un proyecto cuya salud ha dependido históricamente del empecinamiento de dos personas, el que lleguen refuerzos que están concientes de la importancia de nuestro medio de comunicación, nos hace comenzar a mirar y mover hacia nuevas alturas.

Para alcanzar nuestras nuevas metas es necesario hacer uso de dos de nuestras más importantes características, que a mi juicio son: capacidad de autocrítica e implementación del feedback constructivo.

Si uno no es capaz de mirarse y hacer una evaluación objetiva, entonces no hay posibilidad de evolucionar. Y de eso se trata este asunto: evolucionar, crecer y mejorar, asimilando en el trayecto a las personas que nos ayuden a mejorar nuestro producto.

En esta lógica, en el último tiempo (cervezas, pizzas, viajes y largas digresiones) hemos estado repensando todo TauZero: nuestro target, formato de diagramación, secciones, contenidos, logo, claim, sitio web, foro… incluso hasta nuestro status legal. Más aún, con la incorporación de más personas al equipo editorial, la desgastadora multiplicidad de funciones comienza a disminuir. La cantidad y calidad de tareas que podemos abarcar aumenta…

Valga destacar que en un principio en TauZero quisimos estar restringidos a la literatura de ciencia ficción, idealmente hard, que es mi favorita. Pero a poco andar tuvimos que ir ampliando nuestro espectro de acción debido a que la excesiva especialización (como es la hard-CF) iba en desmedro de la cantidad y calidad del material. Ni hablar de pensar en limitarse a nuestro país de origen, Chile, pues en ese caso no hubiéramos sobrevivido…

Así, comenzamos por incluir la literatura fantástica (donde los elfos y los magos y toda la parafernalia mágica de moda hacen de las suyas) y lo mismo sucedió más tarde con el cine y las series de tv.

En los albores de nuestro tercer año de vida, una nueva ampliación del target TauZeriano se aproxima: nos hemos dado cuenta del gran vacío informativo que hay en nuestro país sobre la producción de género fantástico. Nos consta, por ejemplo, que aparecen obras audiovisuales (corto y largometrajes) que nunca se estrenan, o se estrenan en lugares recónditos y en menos de un parpadeo desaparecen como tragadas por una singularidad cuántica. Dado que la existencia de estas obras no trasciende lo suficiente como para alcanzar el mainstream de la prensa nacional, su paso genera un vacío de información.

Por otro lado, hemos comenzado a mirar con mayor detenimiento la producción literaria. Y nos hemos percatado que sí existe material, no mucho, pero sí algo escondido debido a la falta de publicidad. Y como único medio chileno especializado en género fantástico (al menos hasta donde sabemos), incluir toda esa información en nuestra revista es algo… lógico.

En definitiva, en esta nueva etapa, TauZero tendrá cierto énfasis la producción local relativa al género fantástico.

Dicho lo anterior, quisimos hacer de esta edición algo un tanto experimental, con un marcado contenido relativo hacia lo local. Entrevista a una comunidad literaria, a la última película de género chilena con el primer monstruo digital y el comenario de un corto que nos pareció muy interesante. Incluso hasta decidimos mencionar (y dedicarle muchas más líneas de las que merece) un fan film que uno no puede olvidar, pero por razones equivocadas. El lector sabrá reconocer a que me refiero cuando lea dicho texto.

Por supuesto, todo lo anterior no significa en absoluto que los contenidos clásicos, es decir los brainstorming, los ensayos de difusión científica y los comentarios vayan a desaparecer. Tal vez estén algo ausentes en este número, pero ello es porque decidimos guardarlos para TauZero en su número aniversario, el tercero.

Hasta el próximo número, entonces.

Rodrigo Mundaca Contreras
Director

Las Esferas

por Armando Rosselot

A Frank Jackson le costó casi treinta años de su vida realizar su sueño de niño. La súbita muerte de su padre y los costos de las deudas que éste dejó como herencia, causaron que él a sus 21 años con su flamante esposa Cristie, oriundos de la ciudad de Bristol, en Inglaterra, emigraran donde su único familiar vivo en el mundo a fines de 1913: su primo Jean en la ciudad de Lyon, en Francia.

En esta ciudad Frank y su esposa hicieron muy buenas amistades con un matrimonio de ascendencia Judía, los Goldberg. Se juntaban casi todos los días después del trabajo a hablar de ciencia y astrología hasta altas horas de la madrugada mientras las mujeres zurcían y preparaban deliciosos bocadillos; era la “Belle Epoque”.

Todo eso terminó el 28 de junio de 1914: había comenzado la guerra. El 3 de agosto Alemania le declaraba la guerra a Francia, y como ya se sentía francés fue al frente con su primo Jean. De más está decir que su despedida fue triste y a sus amigos, los Goldberg, no los vió mas; viajaron a París donde otros familiares.

Su permanencia en los campos de batalla fue bastante corta, ya que a sólo cinco meses de estar en el frente fue alcanzado por la detonación de una bala de cañón que estalló a cinco metros de donde se encontraba, justo en el momento que salía de la trinchera a buscar agua. Quedó completamente sordo.

Al cabo de unos meses en el hospital se percató que podía realizar cálculos matemáticos bastante complejos, tanto o más difíciles que los que les tocó hacer a sus alumnos en la universidad, sin lápiz ni papel y a una velocidad asombrosa. Asimismo se dio cuenta que su memoria había mejorado infinitamente. La vida siguió su curso y Cristie comenzó a mostrar su vientre abultado. Frank esperaba que su hijo naciera antes de navidad.

No nació. El parto se adelantó catorce días y la fatalidad hizo que justamente ese día ni las parteras ni los médicos, que se encontraban en una emergencia, pudiesen socorrerla. El niño venía con el cordón umbilical enrollado al cuello y murió antes de poder ver la luz. Para poder sacar del vientre al malogrado niño se usaron instrumentos mal lavados y no esterilizados, y debido a ello Cristie murió de una septicemia generalizada en menos de una semana.

Frank pasó esa navidad solo y en desgracia, y se prometió no permitir nunca más el sufrimiento en el mundo, no porque fuese navidad, sino porque el hombre no merecía tanta muerte, destrucción y tristeza sin algo de magia y felicidad a cambio. Se refugió en sus estudios y libros, y al cabo de un año le llegó la noticia que su primo Jean había perecido en el frente ruso víctima del gas mostaza. La entonces viuda de su primo se propinó un balazo en la cabeza dejando a Frank sin conocidos, y con todas las posesiones de su primo como único heredero.

El afán de Frank por olvidar toda su tragedia hizo que vendiera casi la totalidad de lo heredado y se zambullera de cabeza a hacer algo por lo que se había prometido. La guerra no debía repetirse, y como devoto creyente que era, ya tenía una idea de lo que podría hacer. Luego de unos meses viajó a Finlandia, que ya no estaba en manos de los alemanes, y se radicó en la ciudad de Turku. Trabajó varios años en la universidad de la ciudad como ayudante de un académico, corrigiendo pruebas de física y matemáticas, ya que debido a su sordera no podía hacer clases. Trabajó también, la mayor parte del tiempo, en su proyecto secreto. Compró una pequeña cabaña en las estepas algo más al sur a pocos kilómetros de la costa, y ahí se dedicó a buscar renos.

A mediados de 1944 estaba todo listo, había comenzado otra guerra y Frank no deseaba perder más tiempo. Varias veces habían aparecido soldados alemanes a hacerle preguntas, intrigados por lo que la gente de los alrededores contaban sobre él. Su sordera lo había ayudado mucho en todas esas “visitas”, al igual que su nacionalidad finlandesa otorgada por el gobierno de ese país por su ayuda en materia académica y sus ensayos matemáticos.

Los renos estaban ya bien adiestrados gracias a un granjero que lo ayudó durante muchos años. La máquina también se encontraba a punto. Antes de partir en su primer vuelo de prueba, Frank se miró en el espejo, rió de buena gana al ver su abultada figura y su gran barba blanca. Salió de la cabaña y se dirigió a la máquina, que lucia una espléndida apariencia de trineo de la zona. Se sentó en él y activó la palanca maestra, con lo que el motor inductivo comenzó a operar. Los renos y el carro fueron rodeados por esferas de color; el reno que iba a la punta llevaba el control sobre los otros seis y quedó dentro de una esfera roja, al igual que el carro de control, el cual manejaba por ondas electromagnéticas. El día de la prueba había llegado.

El carro cápsula y los siete renos se elevaron suavemente en la gélida noche; las esferas de diferentes colores hacían que más que un vehículo pareciera una guirnalda voladora o un árbol de navidad volador.

Frank ajustó la bitácora de vuelo en aproximadamente 18 horas, que era lo que había calculado se iba a demorar. Esta demora más que al viaje y desplazamiento se debía al tiempo que ocuparía el procesador de abordo para repartir los presentes en todos los hogares del mundo creyente.

Desde su perspectiva la “realidad” tomó otro prisma. Como bien sabía, dentro de las esferas se encontraba en un espacio fuera del tiempo lineal planetario. Ajustó el cronómetro y el viaje comenzó su recorrido; en el exterior pensó, sólo lo confundirían con algunas estrellas de colores un poco más brillantes… Ahí estuvo el problema.

La noche del 4 de noviembre de 1944 Frank y sus renos fueron avistados por tres cazas alemanes de la Luftwaffe. Frank no los oyó, y su error fue tratar de jugar con ellos que sin previo aviso, llamándose aviso tomar posición de ataque, dispararon varias ráfagas de metralla sobre él y los renos, ocasionando espanto y terror en los animales que aún que se encontraban seguros dentro de las esferas, huyendo descontroladamente en varias direcciones dentro de éstas, dejando el trineo y cápsula sin impulso ni control.

Frank cayó unos dos mil pies sobre el mar Báltico, quedando encerrado en la esfera hasta que la temperatura del mar lo congeló, cuando la energía de la cápsula se agotó. No pudo hacer nada por su vida ni menos por todas las que vendrían después, y así su sueños de amor y paz se congelaron junto a su trineo y su traje rojo. Los renos viajaron durante muchos años, y aún lo hacen buscando desesperadamente a su dueño. Por ahí andan como esferas luminosas por el cielo, esas extrañas esferas que tanto los alemanes como los aliados avistaron durante lo que quedó de la guerra y que siguen viéndose hasta nuestros días en todo el mundo. Están perdidos y ahora sólo desean ser liberados, para correr y saltar ágilmente por los campos blancos de su natal Finlandia.

FIN

por Armando Rosselot

Los Hombres de Negro

por José Carlos Canalda

Sin duda, todos ustedes habrán conocido en alguna ocasión a gente como mi amigo Juan; buenas personas e ingenuos a la par que vehementes y, si no fanáticos, sí exageradamente obsesionados respecto a algún tema concreto, en el que acostumbran a perder su habitual compostura. Quizá la diferencia fundamental entre estas personas y los verdaderos fanáticos radique no tanto en el talante, sino en la naturaleza de sus filias y fobias; si descartamos la política, la religión y el fútbol, o el deporte de masas equivalente en determinados países, si prescindimos también de otros fanatismos antiguos, hoy trasnochados y en declive, tales como el taurino o el operístico, tendremos en todo lo que nos queda una imagen bastante fiel de estos inofensivos obsesos por temas tan dispares como puedan ser la filatelia, la colombofilia o los libros de caballerías, por poner tan sólo algunos ejemplos.

La manía de Juan, en concreto, no era otra que el sobado tema de los OVNIs y los visitantes extraterrestres, en su variante paranoica que veía conspiraciones gubernamentales por doquier para ocultar la Verdad –así, con mayúscula– de la existencia de nuestros hermanos cósmicos. Cierto es que tiempo atrás, justo en los años de nuestra común adolescencia –ambos teníamos la misma edad–, estas chifladuras llegaron a estar bastante de moda gracias a la labia y la falta de escrúpulos de una serie de charlatanes que, utilizando técnicas copiadas de la publicidad comercial, lograron hacerse famosos, y de paso millonarios, explotando la credulidad de la gente mediante una estudiada combinación de verdades a medias, jerga seudocientífica y una calculada dosis de mentiras hábilmente intercaladas; pero toda esta pirotecnia hueca se había apagado por sí sola hacía ya mucho, y los escasos seguidores que le quedaban a ese extraño refrito de dioses astronautas, triángulos varios de las Bermudas y encuentros en diversas fases no pasaban de ser ya unos patéticos frikis conocidos en los mundillos cercanos,, pero en modo alguno afines tales como ela los de la ciencia ficción, con el poco piadoso mote de magufos, neologismo procedente de la contracción de las palabras mago y ufo.

Mi amigo era una persona inofensiva, pero pesado, muy pesado; de hecho, se puede decir que era, en la práctica, virtualmente monotemático… y, claro está, acababa aburriendo hasta a las ovejas. Aunque su pesadez era ecuménica y alcanzaba por igual a todo aquel ingenuo que se pusiera a su alcance, sentía especial predilección por clavar sus garras en los integrantes de ciertos colectivos tales como los militares y los científicos –según él los principales conspiradores a nivel mundial– o los inocentes aficionados a la ciencia ficción entre los cuales, para mi desgracia, yo me encontraba.

Por si fuera poco, además de aficionado a la ciencia ficción, y solamente por ello víctima propiciatoria ya de su verborrea, se unía mi condición de amigo de la infancia, y ya se sabe que donde hay confianza da asco; pero una sabia dosificación de paciencia bíblica con autoritarismo puntual me permitían ir capeando el temporal sin necesidad de recurrir a medidas más drásticas y desagradables porque, pese a todo, yo apreciaba a ese entrañable cabezón.

No obstante, dentro de su monomanía podían diferenciarse algunas variantes que la hacían menos monótona dentro de lo que cabe. Una de ellas, producto de la mala digestión de un tema recurrente de la prensa sensacionalista, era la que denunciaba la extensión de los largos tentáculos de la censura anti-extraterrestre hasta los mismísimos viajes espaciales; ya se sabe, asuntos tales como la famosa cara tallada en la superficie de Marte, el presunto monolito de Fobos y cosas por el estilo, todas ellas silenciadas taimadamente por la NASA. En especial, Juan solía descargar su artillería en lo referente a los viajes tripulados a la Luna; no, no era de aquellos que pensaban que el proyecto Apolo fue un montaje fraudulento sino todo lo contrario, ya que defendía que los astronautas habrían encontrado demasiadas cosas en la yermta superficie de nuestro satélite y, en su mayor parte, éstas habían sido mantenidas en secreto por deseo expreso del gobierno norteamericano. Argumentos no eran precisamente lo que le faltaban, sin que la debilidad de las presuntas pruebas hiciera la menor mella en su entusiasmo.

–Fíjate –solía decirme con vehemencia–. Fíjate en lo que ocurrió con el programa Apolo. En 1957 los rusos pusieron en órbita al Sputnik. En 1961 Yuri Gagarin fue el primer humano que abandonó la Tierra, aunque tan sólo durante unas horas. Ese mismo año John F. Kennedy prometió que antes del final de esa década un astronauta norteamericano pondría el pie en la Luna; y lo cumplió, puesto que en 1969 el Apolo XI aterrizaba en nuestro satélite. A partir de entonces hubo otros seis vuelos tripulados más, incluyendo el fallido del Apolo XIII, y luego… nada. ¡Si ni tan siquiera se llegó a completar el proyecto Apolo, puesto que las últimas cápsulas las utilizaron para los programas del Skylab y la misión Apolo-Soyuz! ¿Es lógico que desde entonces no se haya vuelto a mandar ni a un solo astronauta a la Luna? ¿Cómo te explicas que la Luna sea el único astro importante del Sistema Solar que no ha recibido la visita de una triste sonda en todas estas décadas?

Bueno, esto último no era del todo cierto, ahí estaban los Lunajod rusos, pero a Juan no le faltaba razón; claro está que había explicaciones para ello mucho más sencillas y verosímiles que su pretendida conspiración científico- militar; pero resultaba completamente inútil intentar convencerle de ello.

–Tienes que tener en cuenta que el móvil principal de la carrera espacial era la guerra fría entre rusos y americanos –argüía yo sin demasiado éxito–, y es sabido que llegó un momento en el que los soviéticos tiraron la toalla, con lo cual no tenía sentido, desde un punto de vista político, seguir insistiendo en ello, sobre todo teniendo en cuenta que el proyecto Apolo era escalofriantemente caro. A la NASA le recortaron drásticamente su presupuesto, por lo que tuvo que centrarse en proyectos más baratos tales como las sondas automáticas o el proyecto del trasbordador espacial… no les quedaba dinero para mucho más.
–Pamplinas –era su imperturbable respuesta; el tesón de mi amigo corría parejo a su inquebrantable fe- Si tuvieron dinero para enviar sondas a todos los planetas exteriores, si se han hartado de mandarlas a Marte perdiendo la mitad de ellas por el camino, ¿no podían haber mandado siquiera alguna a la Luna, que estaba aquí al lado?
–Hubo una…
–Sí, la Clementine; pero tú lo has dicho. Una. Y ni tan siquiera era de la NASA, sino militar. ¿No te parece extraño?

A mí me podía chocar este aparente desinterés, por supuesto, pero no encontraba nada excepcional en ello. Al fin y al cabo la NASA necesitaba desarrollar proyectos lo suficientemente espectaculares como para recabar la atención del gran público, única manera de obtener fondos suficientes para su funcionamiento; y no cabía duda de que a esas alturas un programa de exploración lunar, por muy importante científicamente que pudiera resultar, no sería demasiado popular en su país… ¡si hasta los últimos vuelos del proyecto Apolo pasaron sin pena ni gloria! Bastantes descalabros habían tenido ya con la pérdida de la mitad de su flota de trasbordadores espaciales –el Challenger primero, el Columbia años después–, con los consiguientes escándalos acarreados por el descubrimiento de su forma chapucera de trabajar, para meterse en más berenjenales. A estas alturas, cabía suponer que con salvar los muebles sus responsables se dieran yadarían con un canto en los dientes.

Pero Juan no opinaba así. Según él, los astronautas americanos habrían encontrado en la Luna determinadas cosas que a su gobierno le interesaba silenciar, y qué mejor manera de hacerlo que congelando cualquier atisbo de posible exploración lunar; los rusos, evidentemente, no contaban mucho a estas alturas. Como pruebas irrebatibles de su aserto esgrimía un grueso legajo de amarillentos recortes de periódico, contemporáneos del proyecto Apolo, en los que se exponían las más descabelladas hipótesis acerca de lo que aparentemente se habría descubierto en la superficie de nuestro satélite… pura charlatanería barata de la prensa sensacionalista de la época, pero para Juan tan dogma de fe como las leyes de Newton o incluso los mismísimos Evangelios.

La conclusión que él sacaba de todo este batiburrillo, no era otra que la certeza de que en la Luna existían unas enigmáticas construcciones levantadas allí por los Grandes Galácticos, o por sus primos hermanos, con objeto de vigilar la evolución de la humanidad en prevención de posibles desmanes que pudieran llegar a suponer una amenaza para la paz y la estabilidad de la galaxia… desde luego, lo que se dice original, no lo era demasiado.

–Ya –le solía azuzar sin que al parecer fuera consciente de mi sorna–. Me estás hablando del famoso monolito de 2001…
–No exactamente, pero por ahí van los tiros –al menos había leído a Clarke–. Puede que esas bases estén habitadas por sus constructores, o puede que sean unas simples estaciones automáticas… pero ellos no pueden estar muy lejos, quizá en la cara oculta de la Luna, que no visitaron los astronautas limitándose a circunvalarla a gran altura, quizá en Marte, lo que explicaría la misteriosa desaparición de tantas sondas espaciales justo antes de llegar a su destino.
–Comprendo –fingía yo hipócritamente dándole carrete–. Nuestros guardianes tienen que permanecer dentro del Sistema Solar para poder reaccionar con suficiente rapidez en caso de que a nosotros nos diera por perpetrar alguna trastada. ¿Me equivoco?

Aunque Juan no lo supiera, lo que a él le parecían sólidas teorías no eran sino un cúmulo de viejos y apolillados tópicos procedentes de la ciencia ficción popular, e inspirados inicialmente en las fobias de la desaparecida Guerra Fría; pero a él esto le daba igual, imbuido como estaba por la audacia de los ignorantes.

–Y dime –insistía yo en aquellas ocasiones en las que me encontraba con suficiente humor para aguantar sus incansables peroratas–, ¿cómo puede ser que los habitantes de un planeta atrasado e inculto como el nuestro pudiéramos llegar a suponer una amenaza para nuestros poderosos vecinos? ¿No crees que exageras un poco?
–En absoluto –solía ser su rotunda respuesta–. Las ratas, o las langostas, no son excesivamente inteligentes en comparación con los humanos, y sin embargo llegan a convertirse en plagas. Puede que para los Galácticos no seamos más de lo que las cucarachas lo son para nosotros, pero pese a ello las exterminamos…
–En ese caso, ¿por qué no aprovechan para hacerlo ahora, que todavía estamos concentrados en un único planeta? Con esterilizar la Tierra con sus poderosas armas, asunto solucionado.
–Cabe suponer que ellos tendrán también sus criterios éticos o ecológicos –aparentemente tenía respuesta para todo–, y mientras no supongamos un peligro, preferirán dejarnos tranquilos; pero en el momento en que pongamos un solo pie fuera de nuestro planeta, la veda quedará levantada –concluía sombrío.

Si su interlocutor, tras haber tenido la paciencia de aguantar hasta ese momento, osaba recordarle que el hombre había puesto en la Luna no un pie, sino los dos, y además en varias ocasiones, Juan proclamaba indefectiblemente que eso había sido jugar con fuego, y que no nos habíamos quemado de puro milagro. De ser ciertas sus pintorescas teorías, jamás en toda la historia habría estado la humanidad tan cerca del desastre, y sólo gracias a la afortunada perspicacia de los responsables del programa espacial norteamericano había sido posible conjurar la amenaza…. a pesar de que, en lo que parecía ser una flagrante contradicción de estas teorías, tan celosos vigilantes deberían estar perfectamente al tanto de nuestros avances tecnológicos, independientemente de hasta donde hubieran llegado nuestros astronautas..

Era asimismo evidente que la carrera espacial no se había interrumpido en modo alguno a pesar de la suspensión de los vuelos tripulados a la Luna; los astronautas seguían volando con mayor frecuencia que nunca, por más que su singladura estuviera limitada a los escasos centenares de kilómetros sobre la superficie terrestre a los que orbitaba la Estación Espacial Internacional. Pero las sondas automáticas habían escudriñado casi todos los rincones del Sistema Solar, algo que en teoría debería ser potencialmente más peligroso para nuestra integridad que los tímidos desembarcos realizados décadas atrás en nuestro satélite.

Bien, pues hasta para eso tenía una explicación el bueno de mi amigo. Según él, a los Galácticos no les importaba que los gobiernos de las potencias mundiales fueran conscientes de su existencia; antes bien preferían que fuera así, puesto que sólo se puede temer aquello que se conoce. Por esta razón toleraban que la NASA, o el resto de las agencias espaciales –la rusa, la europea, la japonesa…– enviaran sondas a los distintos astros del Sistema Solar con misiones exclusivamente científicas, aunque no dudarían un instante en destruir aquéllas que se aproximaran demasiado a sus bases. Otra cosa muy distinta sería que reanudáramos la exploración y la conquista del universo, ya que hasta la propia Luna nos estaba vedada. La Tierra era, a decir de Juan, una inmensa prisión cósmica que no nos estaba permitido abandonar.

Evidentemente Juan estaba chiflado, pero su chifladura era del todo inofensiva y, si me apuran, hasta simpática. Por lo demás, era una excelente persona que jamás había hecho daño a nadie y, dada su situación social –soltero– y laboral –funcionario de nivel modesto–, difícilmente lo hubiera podido hacer incluso si éste hubiera sido su deseo. Huelga decir que su capacidad real de convicción era virtualmente nula, ya que a causa de su pesadez ahuyentaba hasta a los interlocutores más pacientes; y en estos tiempos tan abstrusos en los que los visionarios y embaudadores embaucadores de toda laya pululaban y medraban por doquier, contaba con todas las papeletas para pasar inadvertido en mitad de tanta morralla.

Pero el destino quiso que los dados rodaran de una forma muy diferente a la prevista. Cuando Juan descubrió el nuevo juguete de Internet se zambulló en la red con la fogosidad de un neófito, descubriendo con sorpresa la existencia de un auditorio afín que compartía plenamente sus ideas. Pronto se olvidó de sus polvorientos recortes, sustituyéndolos por la participación en un puñado de listas de correos en las que intercambiaba opiniones con gente tan zumbada como él, y con visitas asiduas a diferentes páginas Web donde se denunciaba la ya aludida conspiración gubernamental –daba igual de que gobierno se tratara– en todo lo relativo a los extraterrestres. Pero al fin y al cabo Juan era feliz, no perjudicaba a nadie e incluso había dejado de darnos la tabarra a los amigos. Así pues, ¿qué más se le podía pedir?

Durante algún tiempo esta situación se mantuvo sin cambios, para satisfacción de Juan y también, ¿por qué no reconocerlo?, de todos nosotros. Pero hubo un momento, sospecho, en el que en elal círculo de mi amigo comenzaron a ingresar personajes menos inofensivos… al menos eso es lo que deduje a posteriori, puesto que en ningún momento él me dio ningún tipo de explicaciones salvo para mostrarme su entusiasmo ante el cada vez mayor número de personas interesadas en estos temas. En los últimos tiempos, eso sí, daba mucha importancia a una asociación que presuntamente se estaba formando con el fin de combatir el oscurantismo oficial. Según decía no pretendían en modo alguno provocar a los extraterrestres por cuanto de peligroso tenía para la humanidad, pero sí exigían el derecho de los ciudadanos a conocer la verdad.

A simple vista esto último podía parecer una extravagancia más, pero a la hora de la verdad fue probablemente lo que le costó la vida al pobre infeliz. ¿Qué pudo ocurrir para que un juego inocente acabara convirtiéndose en una trampa mortal? Lo ignoro, aunque todo parece indicar que hubo un momento en el que Juan y sus amigos, de forma inadvertida pero no por ello menos peligrosa, cruzaron una invisible línea roja que habría de marcar de forma indeleble su destino.

Vuelvo a repetir, por si acaso no hubiera quedado suficientemente claro, que no creo en absoluto en toda esta parafernalia de ovnis, visitantes extraterrestres y demás zarandajas por el estilo; mucha gente piensa que, por el simple hecho de ser aficionados a la ciencia ficción, tendríamos que estar interesados en esta sarta de tonterías, e incluso son muchas las librerías que ponen en un mismo estante los libros de ciencia ficción junto con los de realismo fantástico y ocultismo. Y eso molesta, como molestaría que te tildaroan de loco por el simple hecho de haber leído el Quijote, pongo por caso.

Pero vayamos al grano. Uno de los tópicos más extendidos dentro del mundillo en el que se movía Juan, era el de los Hombres de Negro. No, no me estoy refiriendo a las películas de este título, unas divertidas parodias del cine de ciencia ficción, sino a esos personajes misteriosos, mezcla de espías y de matones que, según los teóricos del realismo fantástico, serían el brazo ejecutor mediante el cual se impediría que determinados secretos salieran a la luz, incluso si para ello fuera necesario silenciar para siempre a los testigos molestos.

Como cabe suponer yo no creía en la existencia de estos siniestros individuos, pero Juan evidentemente sí. Y los temía, puesto que los consideraba los esbirros de los conspiradores contra los cuales luchaba. Yo me mofaba de su ingenuidad y le insistía una y otra vez en que no se empeñara en ver gigantes donde sólo había molinos, pero…

Una mañana, hará de esto poco más de un mes, Juan fue a buscarme a mi trabajo. Se trataba de algo insólito, ya que esto suponía que él había faltado al suyo; además, su rostro pálido y demudado mostraba a la legua que algo iba mal. Algo grave, a juzgar por su desencajada expresión.
Tuve que irle a buscar un vaso de agua para que se calmara lo suficiente para poder hablar. Según me dijo con voz entrecortada, le perseguían.

–¿Quién? –pregunté incrédulo, sorprendido de que alguien pudiera acosar a una persona tan inofensiva como mi amigo.
–¿Quiénes van a ser? –respondió con apenas un hilo de voz– Los Hombres de Negro. Hace unos días conocí cierta información auténticamente revolucionaria acerca del tema de los extraterrestres asentados en la Luna… Y ahora me persiguen para matarme.
–¡Pero hombre, no exageres! –exclamé sin poder evitar que se trasluciera la perplejidad que me causaba lo melodramático de su historia–. Eso no puede ser…
–¿Por qué no? –gimió lastimeramente ante mi patente escepticismo–. Ya asesinaron a mi informante, y ahora vienen a por mí; yo soy el siguiente de la lista.

Lo confieso, me reí. Lo hice de una manera tan espontánea, sin poderlo evitar, que mi pobre amigo se apabulló todavía más.

–¿Por qué te ríes? –balbuceó dolido–. ¿Es que no me crees?

Por supuesto que no le creía; su historia era demasiado truculenta como para convencerme. Pero él estaba realmente aterrorizado, así que opté por replegar velas en un intento de conseguir que se calmara; tampoco quería que le dieradarle un arrechucho. No obstante, no fue mucho lo que logré conseguir a la hora de pedirle que me concretara los detalles, ya que tan sólo se limitaba a repetir una y otra vez que su afán por conocer los saberes prohibidos le había condenado a muerte. Pese a mi insistencia, no conseguí que me dijera, cosa rara en él, en qué consistían esos al parecer tan peligrosos datos.

–No quiero marcarte con mi desgracia –fue su tajante respuesta–. Bástete con saber que hay cosas en el universo que es preferible no conocer jamás.

Bueno, en realidad esto tampoco tenía demasiado de original; creo recordar que ya a finales del siglo XIX los teósofos, unos chiflados precursores de los modernos movimientos esotéricos, ya decían algo parecido. Yo seguí sin creer una sola palabra de lo que decía mi amigo, pero temía intranquilizarlo todavía más; así pues, fingí aceptar su dramática explicación.

–Pero si te persiguen, el simple hecho de visitarme ya me convierte automáticamente en sospechoso…
–No, puedes estar tranquilo. Ellos disponen de medios infalibles para saber quiénes han traspasado el umbral y quiénes no. No me preguntes de qué métodos se sirven para ello, porque lo desconozco; pero sé que ocurre así.
–Eso me tranquiliza –mentí piadosamente–. Pero al menos podrías decirme si los dichosos Hombres de Negro son esbirros de nuestros propios gobiernos o si, por el contrario, obedecen órdenes de los propios extraterrestres…
–¿Qué importa eso? –de haberme creído la historia, yo hubiera pensado que sí importaba–. Lo único que cuenta es que existe una conspiración de silencio, y que el precio a pagar por enfrentarse a ella no es otro que el de la propia vida.
–No creo que sea para tanto –objeté–. Al fin y al cabo, por mucho que tú supierassepas, dudo mucho de que pudieras puedas hacer nada para desviar el curso de los acontecimientos.
–Puede que yo sea insignificante –masculló con tristeza–. Pero mis palabras no lo son.

A partir de ese instante la conversación derivó por otros derroteros, digamos, menos dramáticos. Juan parecía haberse resignado a su para él inevitable destino, lo que le infundía un fatalismo que no dejaba de resultar patético. Le consolé, le tranquilicé cuanto pude y, cuando un rato después me comunicó su deseo de irse, no tuve por menos que sentirme aliviado. Ya se le pasaría la murria, recuerdo que pensé. Lo que ignoraba, era que no le volvería a ver con vida.

Dos días más tarde, cuando casi me había olvidado del tema, recibí una llamada de la policía. Juan, además de ser soltero, carecía de familia cercana. Vivía solo a modo de ermitaño, y fuera de sus recientes y superficiales amistades hechas vía internetInternet, prácticamente no contaba con ningún amigo. La policía, tras identificar su cadáver, buscó infructuosamente algún allegado, encontrando en su agenda mi número de teléfono. Así pues, me tocó bailar con la más fea.

Tras pasar por el duro trago del depósito, un inspector me invitó a un café para calmarme, al tiempo que me explicaba las circunstancias del óbito. Mi pobre amigo había sido cosido literalmente a puñaladas en una sórdida calle del casco antiguo tristemente famosa por la prostitución masculina que medraba en sus aledaños. Aunque no había testigos presenciales, tanto la hora del asesinato –un fin de semana casi de madrugada– como las circunstancias del mismo inducían a pensar en un turbio encuentro con chaperos saldado de forma trágica; la desaparición de la cartera hacía suponer que el móvil del crimen había sido el robo. Por supuesto la policía se hallaba investigando el caso, del que existían varios precedentes en la zona, e incluso contaba ya con una relación de posibles sospechosos; pero su detención y castigo no devolverían la vida a sus víctimas.

Me ocupé –¿quién iba a hacerlo si no?– de todos los trámites de su triste entierro, y también procedí a liquidar su escaso patrimonio. Juan vivía en un piso de alquiler, así que lo único realmente suyo eran sus magros ahorros, que se consumieron con los gastos del entierro, y sus anticuados vestuario y ajuar, que entregué a una organización benéfica. Tan sólo conservé, más como recuerdo que como verdadero interés, su colección de libros esotéricos y de realismo fantástico. Con sus amigos de la red, con los que conversaba desde un cibercafé ya que no disponía de ordenador propio, ni siquiera me molesté en contactar, aunque me consta que estaban al corriente de la tragedia.

Ocupado en estos menesteres, en un principio di por buena la explicación policial. Pero días más tarde, ya con mayor sosiego, comencé a atar cabos descubriendo con sorpresa la existencia de varios cabos sueltos que no acababan de encajar. Para empezar, tenía la absoluta certeza de que Juan no era en modo alguno homosexual, ni mucho menos pederasta. A decir verdad era una de esas personas de sexualidad atrofiada a las que el sexo apenas les motivaba, pero si escasa era la atracción que sentía por el género femenino, todavía menor era su interés por el masculino.

Además Juan era una persona de hábitos muy rutinarios y jamás le había visto trasnochar salvo en casos de estricta necesidad, y menos aún moverse por barrios tan poco recomendables a la par que tan alejados de su domicilio. De hecho, y según toda lógica, jamás debería haber estado en ese lugar. Pero allí lo encontraron, o cuanto al menos a su cadáver.

No obstante, lo más inquietante estaba aún por llegar. Cuando me puse a indagar sobre las otras tres o cuatro presuntas víctimas de los chaperos asesinos, como empezaban a denominarlos los periódicos sensacionalistas, me encontré en todos los casos con hombres de mediana edad y un perfil similar al de mis amigos, todos ellos a decir de la policía con posibles tendencias pederastas. Lo alucinante del caso, era que todos habían participado de forma activa en las listas de correos que frecuentaba Juan, como pude comprobar personalmente tras reventar su ingenua clave de acceso. ¡Si ni tan siquiera utilizaban alias informáticos!

En un principio estuve tentado de comunicar mis sospechas a la policía, pero posteriormente cambié de opinión. Si Juan no había logrado convencerme a mí, ¿cómo podría conseguirlo yo con los agentes? Me tomarían por un chiflado, y de poco serviría negar su homosexualidad dado que siempre quedaría la duda de una práctica oculta de la misma. Por si fuera poco la policía acabó deteniendo a los presuntos asesinos, una banda de menores extranjeros con muy poco que perder en su apaleada vida y las neuronas arrasadas por los estragos del pegamento; las pruebas eran al parecer lo suficientemente sólidas para inculparlos, por lo que tras ser puestos a disposición judicial el caso quedó archivado.

Yo seguía sin creerme la heterodoxa teoría de los Hombres de Negro, pero no obstante no me acababa de satisfacer la interpretación oficial. Había algo incómodo en ella, algo que se revelaba como artificial; pero a falta de una explicación más convincente, hube de darla por buena…

Hasta ayer. Si han seguido ustedes –supongo que sí– las noticias internacionales durante estos últimos días, se habrán sobresaltado sin duda ante la catástrofe del ambicioso proyecto espacial chino, con su gigantesco cohete, mayor incluso que los antiguos Saturno V, desintegrándose en el aire apenas unos segundos después de su lanzamiento. Nada de particular habría en ello, puesto que los rusos y los americanos también habían sufrido percances similares, de no darse la circunstancia de que el destino del cohete chino no era otro que nuestro satélite, donde pretendían iniciar la construcción de la primera base lunar de la historia de la humanidad… aunque quizá no de la de otras humanidades.

Puede que todo haya sido tan sólo una simple y desgraciada coincidencia. Puede que la tragedia de Juan me haya afectado hasta tan punto que se hayan exacerbado mis posibles tendencias paranoicas; o puede que, pese a todo, los Hombres de Negro existan realmente. En cualquier caso, y de forma sorpresiva, el gobierno chino ha anunciado la cancelación irrevocable de su nonato programa lunar, desviando sus fondos hacia actividades más prosaicas tales como la industrialización de las atrasadas regiones rurales de su vasto país.

En cuanto a mí, ¿qué quieren que les diga? Juan me aseguró que no tenía nada que temer al no haber llegado a conocer el secreto, ya que ellos conocían esta circunstancia. Pero… ¿y si estuviera equivocado?

FIN

por José Carlos Canalda

Delirio Adverso

por David Mateo

Pesadilla. 1. f. Ensueño angustioso y tenaz. 2. f. Opresión del corazón y dificultad de respirar durante el sueño. 3. f. Preocupación grave y continua que siente alguien a causa de alguna adversidad. 4. f. Persona o cosa enojosa o molesta.

La anciana se mecía sobre la vetusta y desgastada mecedora, observada atentamente por la niña. El crujido absorbente de la madera y el cáñamo impregnaba la atmósfera de la pequeña habitación, solapando el silencio que parecía retumbar en toda la casa.

La niña, que quizás fuera su nieta, quizás una vecina o quizás una simple visitante anónima que se había dejado caer por allí, la contemplaba con mirada curiosa. La vieja era fea y arrugada. Su rostro, entallado en profundos surcos, mostraba mil años de experiencia, una vida demasiado prolongada que había dejado huella en unos ojos perfilados por abultados sacos ojerosos. Su piel era fina como la seda, y las venas, de un color azul celeste, se transparentaban en sus brazos y en sus piernas. Se asemejaba a una reina aposentada en su trono; un trono que no dejaba de gruñir bajo el peso de un cuerpo muerto. A espaldas de la anciana había una ventana atrancada, tras el cristal llegaba atisbarse un mundo yermo y oscuro en donde la noche parecía dominar el raso firmamento.

La casa estaba en silencio, un silencio melancólico y triste. Las paredes eran funestos muros que constreñían el espacio vital, convirtiendo la atmósfera reinante en un cúmulo de aire viciado y tórrido; un ambiente dominado en gran parte por el olor a rancio que desprendía la vieja. El mobiliario era más bien escaso. El hedor a vetustez se confundía con el tufo a madera pasada, provocándole a la niña un nudo en el estómago. En el centro de la estancia había una mesa redonda y grande. En un rincón, y sobre un pequeño aparador tan decrépito como la mesa, se alzaba una televisión de principios de los años setenta, apagada y con los botones llenos de polvo. Un mueble demasiado pesado ocupaba el ala derecha del comedor. En el lado opuesto un gran sofá forrado con una envoltura de nylon y lentejuelas obstruía el paso.

La única luz que se propagaba por la estancia provenía de una extravagante lámpara con forma de araña. Era una luz mortecina que contrastaba abiertamente con los ojos melancólicos de la vieja.

La niña permanecía en silencio, agobiada por todo cuanto la rodeaba. De vez en cuando miraba hacia atrás con recelo, hacia el umbral de una puerta que dejaba paso a un estrecho y largo pasillo. Durante unos segundos la niña tuvo miedo. Veía las sombras negras y turbulentas que se arremolinaban en cada recodo, y no dejaba de preguntarse qué otras habitaciones podría albergar aquella mansión. Miró de nuevo a la anciana y se encontró con un rostro impávido, pétreo, que no transmitía emoción alguna. Incluso sus ojos parecían fuentes apagadas cuyo chorro espontáneo se había secado hacía ya muchos siglos.

Se disponía a hablarle en susurros cuando los ecos de unos pasos presurosos llegaron desde el fondo del pasillo. Pudo escuchar el fuerte clock clock clock de unos zapatos con exceso de tacón. Su primera reacción fue huir de la habitación, pues fuese lo que fuese lo que se aproximaba, le producía una sensación de agobio tan grande que el nudo que atenazaba su estómago se volvía demasiado opresivo. Sin embargo sus piernas permanecían inmóviles, negándose a obedecerle. En apenas unos segundos una figura emergió de las sombras y ocupó el hueco de la puerta. Se trataba de una mujer de unos cincuenta años, que bien podría ser la hija de la anciana y a su vez, la madre de la niña. Portaba en las manos una bandeja con un vaso de leche y una montañita de galletas. Su aspecto no podía ser más usual y menos amenazante; era la típica ama de casa vestida con un babero horroroso y pasado de moda, un delantal con flores estampadas y zapatillas de felpa de andar por casa. Su rostro era mofletudo y excesivamente maquillado de rojo, su cabello rubio caía suelto y abombado, y su semblante ofrecía una esforzada mueca de cordialidad. Llevaba gafas de cristales gruesos y un gran collar de perlas que se escondía entre los huecos de un abultado escote.

Su aspecto era corriente, incluso podría decirse que agradable, no obstante había algo en ella que a la niña le causaba un pavor espantoso. Quizás fuese aquella sonrisa malintencionada que dejaba entrever unos dientes amarillentos. Quizás aquellos morros hinchados y sobrecargados de pintalabios barato. Quizás aquellos ojos absorbentes que en cuanto enfocaron la habitación se centraron en la anciana. Fuerse como fuesre había algo sobrecogedor en la intrusa que le ponía a la niña la piel de gallina.

La mujer se adentró en la sala y la cruzó con paso presuroso. Ni tan siquiera se detuvo a mirar a la inocente mujercita que la observaba desde la puerta. Pasó frente a ella como una exhalación y no se detuvo hasta situarse frente a la mecedora de la vieja.

La anciana no reaccionó al ver aparecer a la mujer; su mirada seguía prendida en el infinito. Bien podría haber estado catatónica como un vegetal, o despojada de cualquier signo de vida. Pero la niña sabía que en aquel recipiente prehistórico había sentimientos profundos; unos sentimientos enlosados que, por una razón u otra, permanecían escondidos tras una mirada vacua.

La mujer depositó la bandeja sobre la mesa y se aproximó a la anciana. No dijo nada; tan solo se limitó a limpiarle la boca con la esquina del delantal mientras la observaba atentamente. La sensación de peligro se hizo más acuciante en el corazón de la niña. No sabía muy bien el por qué, pues las atenciones que la mujer dispensaba a la vieja no podían ser más altruistas, pero había algo en su conjunto que le producía una intensa repulsión.

Tras limpiar las babas que impregnaban la comisura de unos labios arrugados, dio media vuelta y cogió la bandeja de la mesa. Fue un movimiento brusco que provocó que el montón de galletas se desmoronara, sin embargo la mujer no prestó demasiada atención a aquél contratiempo y caminó con la fuente hasta el trono de la reina.

Clock, clock, clock, el taconeo de los zapatos volvió inundar el silencio de la habitación.

La niña, inquieta, se puso de puntillas para ver mejor, y de pronto, sin saber porqué, dio media vuelta y centró la mirada en el oscuro pasillo. Hasta ella llegaba el murmullo de un coro de voces que bailoteaba entre las sombras y parecía llenar cada rincón de la casa. Lo primero que le vino a la mente fue una escena de su pasado. Ocurrió durante la última semana de verano, cuando faltó un familiar en la vetusta casa del pueblo. Había permanecido despierta durante toda la noche, escuchando el susurro de las viejas que velaban el cuerpo del difunto. No eran más que diez cuervos negros recitando el rosario, pero aquel bureo metódico y continuo se le incrustó en el cerebro y le impidió volver a conciliar el sueño.

Aquél día la sensación era la misma. Los extraños lutosos oraban, perdidos en algún rincón de la casa. Su susurro llegaba ronroneante hasta el comedor, fluyendo entre las sombras y atrapando el corazón de la niña. Se preguntó si en algún lugar se estaría celebrando un sepelio. La casa era demasiado grande y las sombras parecían dominarlo todo; en ese caso, ¿qué pintaban la vieja y la mujer apartadas del resto del mundo?

No tuvo tiempo de divagar demasiado. Un estruendo de platos rotos hizo que se olvidara de los orantes y volviera la mirada hacia la habitación. Lo que vio provocó que su corazón se le encogiera en el pecho. La mujer había soltado la bandeja y los vidrios rotos del vaso y las galletas desmenuzadas se hundían en un gran charco de leche.

—¿Por qué has hecho eso?— quiso preguntar a la mujer. Pero algo muy dentro de ella le aconsejó que guardara silencio. Que permaneciera agazapada en las sombras y se limitara a observar sin llamar demasiado la atención. Y así lo hizo. Se arrodilló en el suelo, y rodeando sus temblorosas rodillas con los bracitos, contempló lo que pasaba en la estancia con una mueca de horror en el rostro.

La mujer había cambiado. Exteriormente seguía siendo la misma, pero algo en su interior había mutado, dejando emerger aquél lado siniestro que la niña había vislumbrado en un primer momento; un lado demasiado sádico que había ocultado tras un rostro saturado de colorete rojo.

Aquel ser extraño comenzó a caminar hacia la anciana, hundiendo los tacones en los charcos de leche y arrastrando tras de si una sombra alargada y negra. La niña quiso gritarle a la vieja que huyera, que se alejara de la mujer; pero no pudo hacerlo, sus cuerdas vocales estaban constreñidas y la vieja reina siguió sentada en su trono de cáñamo, ajena a la amenaza que suponía su cuidadora.

Las voces de los orantes se hicieron más y más fuertes, retumbando entre las cuatro paredes de la habitación. La niña quiso gritar pero no pudo. Estaba paralizada por el miedo. Antes de que quisiera darse cuenta de lo que estaba pasando, la mujer se plantó ante la vieja y levantó sus grasientos brazos en el aire. Todo aconteció en apenas unos segundos, pero la niña tuvo tiempo de ver con todo lujo de detalles como el rostro de la anciana despertaba de su letargo y se deformaba en una máscara delirante y desesperada.

Los brazos de la mujer cayeron, y sus dedos, rematados por uñas largas y puntiagudas, desgarraron el rostro de la anciana, creando surcos sanguinolentos. El cuerpo de la herida mujer se retorció en un espasmo de dolor, y la niña pudo contemplar como la reina se aferraba a los brazos de su trono en un desesperado intento de soportar el sufrimiento.

Cuando la mujer se apartó de la mecedora, sus manos estaban teñidas de rojo y espesos coágulos de sangre resbalaban por sus zarpas, goteando uno tras otro en el vacío y diluyéndose en el charco de leche que se había esparcido por el suelo.

La anciana se retorció inválida sobre la hamaca. Su cuerpo seguía sin responder, a excepción de sus manos, que continuaban aferrándose a los brazos del asiento; sin embargo su rostro mutilado, del que no dejaban de emanar chorretones de sangre, se volvía una y otra vez hacia la extraña depredadora y se retorcía en muecas tan terroríficas que incluso llegaban a causar la hilaridad.

Sin razón aparente, la mujer se enfureció aun más y de nuevo se precipitó sobre la anciana. Ésta vez no le arañó la cara, pero sí que la abofeteó con fuerza, de tal modo que el rostro de la vieja calló cayó vencido a un lado, derramando chorretones de sangre en el delantal de la matrona. Durante unos segundos el chasquido de la bofetada palpitó en la estancia con ecos tan estruendosos que la niña tuvo que taparse los oídos.

Cuando la mortaja del silencio calló cayó sobre tan nefasto escenario, la anciana irguió lentamente la cabeza y se encontró una vez más con su atacante. La mujer seguía allí en pieé, tan amenazante y peligrosa como desde elal inicio de su transformación. Ante aquella visión, los ojos de la anciana se salieron de sus órbitas, dominados por un sentimiento de horror primario e irracional, y su boca se retorció en una contorsión imposible. Y de lo más profundo de su garganta emergió un grito estridente que retumbó en toda la habitación e hizo que los cristales de las ventanas temblequearan en sus viejos marcos. La niña trató de salvarse de aquel angustioso alarido volviéndose a tapar los oídos. De pronto el murmullo de los orantes desapareció, el grito desquiciado de la anciana se zambulló bajo una poderosa ola de mutismo, y todo cuanto la rodeaba pereció bajo una prosa silenciosa. No obstante, a través de aquella quietud obscena, la niña podía seguir viendo como la vieja se desgañitaba entre alaridos agónicos, meneando la cabeza de un lado a otro, gritando y llorando mientras la sangre seguían brotando a borbotones por los estigmas que la mujer había dejado en su cara.

En mitad de tan delirante escena, el cambio que tanto había temido la niña terminó de obrarse, y la madrona, despojada de su disfraz de pueril inocencia, abrió los labios hasta lo indecible y su mandíbula se desencajo con un crujido espeluznantemente, convirtiéndose su boca en un ciego abismo de colmillos puntiagudos y babeantes. La niña, sabedora de que iba a pasar algo horrible, quiso taparse los ojos, pero no pudo. La inercia del mismo miedo la obligaba a seguir inmóvil, con los párpados bien abiertos, contemplando las obscenidades que acontecían en la habitación.

La mujer levantó la cabeza hacia el techo, y su pelo de estropajo le calló cayó en cascada por la espalda. Sus brazos se estiraron hasta casi descoyuntarse, como si una fuerza mayor a su voluntad la obligara a convulsionar todo su cuerpo, y de su boca brotó un hervidero de polillas negras que batieron las alas en la oscuridad de la estancia, esparciéndose por todos los rincones como una plaga de podredumbre. La niña las veía revolotear hacia el techo, agitando sus alas fúnebres y convirtiéndose en una gran nube que parecía presagiar tormenta. Finalmente ocuparon todo el techo y enterraron sus inmundos cuerpos en frondosos capullos de seda. Sobre su cabeza colgaron miles de chorretones, que convertidos en extrañas lenguas, parecían a punto de caer en una densa llovizna de verano.

Mientras tanto, la mujer de rostro deforme se precipitó sobre la anciana. La niña se estremeció horripilada cuando las manos del ente, pues ya no se le podía llamar de otra manera, se ciñeron al cuello fofo de su presa y lo retorcieron con tanta fuerza, que a punto estuvo a punto de partirlo en dos. Después, como una perra rabiosa, se lanzó sobre aquel rostro ensangrentado y engulló la delirante expresión de la anciana tras una boca abismal, hundiendo dos hileras de colmillos en la carne apelmazada.

Las lágrimas cayeron por las mejillas de la niña cuando los colmillos del ente desgarraron y apretaron, y durante unos segundos, la vieja reina se debatió bajo el cuerpo de la mujer, agarrándose desesperada al ridículo delantal de flores estampadas. Sin embargo la criatura no continuó mordiendo, ni terminó de arrancar la carne de los huesos, sino que permaneció inmóvil, atrapando a la desvalida anciana entre sus brazos y sujetándola con tanta fuerza que pronto sus espasmos se volvieron infructuosos. Cuando la presa quedó exhausta, la criatura hundió aun más los dientes y comenzó a extraer algo que anidaba en lo más profundo de la vieja.

La niña, encogida en su escondrijo, fue un testigo mudo del horror que aconteció segundos después. La garganta de la mujer se contraía y se dilataba cada vez que tragaba, deformándose por extraños bultos que recorrían todo su cuello. Y conforme más engullía, el rostro de tan extraño vampiro se volvía más espantoso y abominable. Sus dedos acabaron por convertirse en garras y se incrustaron aun más en la garganta de la anciana, la cual, todavía con vida, sufrió una convulsión y sus brazos cayeron exánimes a ambos lados de la mecedora.

Mientras la voraz criatura seguía alimentándose, la niña pudo ver como la vieja comenzaba a perder color, tornándose de un tono pálido enfermizo. La pigmentación de la piel acabó volviéndose blanca y la carne comenzó arrugarse aun más sobre los huesos, agrietándose y pudriéndose por todo su cuerpo. Pese a todo el parásito seguía sin colmar su apetito; sus dientes continuaban clavados en el vetusto rostro, succionando más y más vida.

El hedor a carroña se expandió por toda la habitación.

La inocente observadora, con el estómago revuelto, presenció como la carne de los brazos seguía pudriéndose lentamente, convirtiéndose en una capa de escarcha que acabó por desvanecerse tras una nube de polvo, dejando al descubierto una hilera de huesos amarillentos y descarnados. Y aun llegado a un momento tan crítico, cuando la anciana no era más que un cadáver momificado, la niña pudo ver como el ente seguía succionando, y su presa, abandonada a un sufrimiento indecible, perdía agónicamente la vida tras una última sacudida.

Cuando la criatura se apartó de la vieja, lo que quedaba en la hamaca no era más que una momia putrefacta. La niña, tapándose la nariz en un vano intento de contener el olor que desprendía el cadáver, quedó prendada de las cuencas oculares de aquel caparazón vacío. La calavera de la anciana le devolvía la mirada, y los ojos de la niña se perdían en dos agujeros infinitos que ya no transmitían absolutamente nada.

La niña, acallando el grito que nacía en su garganta, retrocedió espantada hasta que la pared contuvo su huída. Al mismo tiempo sintió como algo caía desde arriba, rozándole la mejilla y dejando un rastro pegajoso en su cara. Cuando miró hacia el suelo, vio un gusano retorciéndose entre los ladrillos. Instintivamente levantó el pié pie y lo aplastó bajo la suela de su zapato; el crujido de la carne desgarrada le provocó un escalofrío.

De pronto comenzaron a caer más y más liendres del techo, formando una alfombra viviente por todo el habitáculo. La niña, repugnada, se hizo un ovillo y sintió como aquella lluvia viscosa se le metía por el cuello de la camisa, por las arrugas de la falda o quedaba adherida entre su pelo. Mientras un cosquilleo repugnante se expandía por todas las partes de su cuerpo, se incorporó lentamente y pudo sentir como las orugas caían al suelo y se unían a un manto vivo que cubría toda la estancia. Dio un paso al frente y diminutos cuerpos viscosos estallaron bajo las suelas de sus zapatitos, derramando un jugo verdoso que impregnó las baldosas agrietadas. Sin embargo la atención de la niña ahora se centraba en otro punto. La criatura, todavía vestida con el babero estampado y con un delantal cubierto de sangre, había dejado atrás el trono de la reina y había puesto por primera vez sus ojos en ella.

La niña se estremeció ante la vileza que irradiaban aquellas cuencas oculares. Su boca todavía chorreaba sangre, y entre sus labios se acertaban a distinguir las dos hileras de dientes puntiagudos y descarnados que habían succionado la vida de la anciana.

Presa de un frenesí incontenible, la niña giró sobre si misma y buscó la salida de la habitación. Cual Grande fue su sorpresa al encontrar la puerta cerrada. Horrorizada, trotó hasta el picaporte y en su alocada carrera pudo escuchar el ruido espeluznante que producían las larvas al estallar bajo sus pies. Esta vez ignoró la sensación de asco que la embargaba y no se detuvo hasta que tuvo sujeto el pomo entre sus manos. Desesperada, tiró del asidero y notó como la puerta ofrecía una resistencia atroz. Una y otra vez luchó contra la manivela, girándola a un lado y a otro y gimoteando al borde del llanto. La puerta no cedió ni un ápice. Comprendiendo que poco podía hacer por salvaguardar la vida, giró lentamente sobre si misma y encaró al espanto que la acechaba desde la retaguardia. Su sorpresa fue mayúscula al encontrarse tal solo con la vieja reina aposentada sobre su trono de madera y mimbre.

Boquiabierta, se restregó los ojos varias veces para comprobar que no se encontraba ante una alucinación, pero cada vez que levantaba la vista, volvía a ver a la anciana, tan tranquila y silenciosa como la había encontrado en un principio. Cuando miró hacia el suelo la alfombra de gusanos había desaparecido. Cuando elevó la mirada hacia el techo, no encontró más que una bóveda anegada de oscuridad. Tampoco quedaba recuerdo alguno de la extraña criatura que había provocado aquella abyecta locura.

Sintiendo como el corazón volvía a latir en su pecho, la niña miró una vez más a la anciana y comprobó como ésta se mecía despreocupada en su hamaca. El agradable ruido del mimbre volvía a llenar la estancia y el único olor que perduraba era el de la madera pasada y el de los muebles vetustos.

La niña miró a la anciana y la anciana le devolvió la mirada, después la puerta de la habitación se abrió con un chasquido y el umbral volvió a quedar despejado. Con movimientos tímidos, la pequeña inclinó la cabeza a modo de despedida y la anciana permaneció inmóvil, catatónica, perdida…

Esta vez la niña no se quedó inmóvil, sino que acuciada por una intensa sensación de desasosiego, dio media vuelta y sin mirar atrás, cruzó el umbral de la puerta. Sin embargo, mientras recorría el pasillo buscando la salida de la mansión, pudo escuchar a sus espaldas un ruido que le resultaba demasiado familiar: clock, clock, clock…

El taconeo llegaba a través de las sombras y se dirigía hacia la estancia que acababa de dejar atrás. Horrorizada, contuvo el aliento y echó a correr en la dirección opuesta, perdiéndose entre las tinieblas que la rodeaban.

FIN

por David Mateo

En el país de las pesadillas

por Sebastián Gúmera

El teléfono suena a las 2 y media de la mañana. Parece escucharse más fuerte, más agudo que otras veces. Francisco, soñoliento y algo confundido se levanta y corre hacia el aparato.
–¿Aló?
–¡Francisco! ¡¿Francisco eres tú?!
–Sí, ¿quién es?
–Soy la Claudia. Algo grave pasó, nos asaltaron a la Javiera y a mí… y…
–¡¿Y qué?! ¡Habla mujer!
–¡Y por defenderse la acuchillaron!

–El auricular cae. Francisco no reacciona hasta que se escucha la débil voz de Claudia gritando “¡Ha muerto!”. Francisco, camina titubeante por el pasillo. Entra a una habitación, pintada de celeste, con estrellas y una hermosa cuna vacía en la esquina. Al lado de ella, una ventana. Una amplia ventana. Francisco se acerca a ella. No puede abrirla. No quita su mirada de la luna que atraviesa sus ojos con su luz. No tiene fuerzas. Se desploma en la suave alfombra.

–La enterraron un 5 de noviembre, asistieron familiares, amigos, compañeros de trabajos y algunos conocidos.
–¿Dónde esta el Pancho? –pregunta una vieja de cabellos teñidos a Claudia.
–No sé. Estuvo en el velorio, pero no habló con ninguno de nosotros. Sólo miraba el cuerpo de la Javierita.
–Pobre, tan buen hombre y quedar viudo tan joven.

Francisco sale de la iglesia. Tira su rosario al suelo y se sienta en la acera.
Cierra los ojos, y lo único que ve es un gran bosque, una infinidad de tonos verdosos a su alrededor. La luz de sol apenas pasa por esas preciosas ramas. El lago brilla con intensidad, y él, sentado en un bote, en el medio de este lago, sólo ve aquel gran bosque.
–¿Estos son sus ojos? –preguntó a su acompañante.
–Así es, sus ojos y los míos
–Son preciosos –dijo, mientras acercaba su mano al transparente elixir.
–Esta es su sangre, ¿no es así?
–Sí, ¿como te has dado cuenta?
–Pero si esta muy claro, la estoy viendo, a la luz de estas velas… pero, ¿quién eres?

El aparato suena. Se arrastra. No puede levantar el auricular con sus ensangrentadas manos. No tiene fuerzas.
–¡Por la mierda! ¡Malditas piernas! ¡Respondan!
Mira el cable del teléfono, lo toma y se lo acerca al cuello. A lo lejos ve un conejo, con un gran sombrero y un abrigo de cuero.
–¿Adónde vas? –le pregunta el conejo.
–No sé, perdí mi mapa.
–Acompáñame, te llevaré adonde puedas descansar.
–Francisco lo siguió, y subieron una escalera unida a un árbol. Subieron y subieron hasta llegar a la copa. En ella, solo había una llave, gastada y oxidada.
–Tómala –ordenó el conejo.
–¿Qué hago con ella?
–¡Sólo tómala!
Francisco la agarró, y al hacerlo notó que un hilo casi invisible estaba amarrado del orificio. Empezó a tirar del hilo, y el árbol comenzó a desarmarse, a descoserse. El conejo y Francisco cayeron poco a poco. La caída parecía eterna. Mientras caía, veía como cada uno de los árboles tenían cuerpos humanos y desnudos pegados a los troncos. Sus afligidos rostros lo miraban fijamente. Parecía que estuvieran cayendo junto a ellos.
–¿Quienes son?
–Son los que tomaron la llave.
–Al decir esto, el conejo empezó a sangrar. Sus ojos lloraban sangre. Su hocico escupía sangre. Su pelaje se tornó rojo. Al llegar al verde suelo sólo era un charco de sangre junto a un hombre desnudo.
–¡¿Qué le pasó señor conejo?!
–Lo asesiné –dijo una voz que salía de la sombra de un pajarraco gigante posado en un arbusto.
–¿Y por qué lo has hecho?
–Porque puedo.
El pajarraco comenzó a desaparecer. Primero las patas, luego el cuerpo, la cabeza y por ultimo el sonriente pico.
–¿Adónde vas? –le preguntó Francisco al ave gigante.
–Adonde no puedan molestarme intrusos como tú.
–Llegué aquí por error. ¿Puedo acompañarte?
–No puedes, jamás podrías. Y no creas que es un error tu llegada.
–¿Por qué no puedo acompañarte?
–Porque te desquiciaste.
–¿Cómo lo sabes?
–Es obvio. Sino no estarías aquí.

La figura desapareció. En la oscuridad que rodeaba a Francisco se abrieron miles de blancas puertas. De algunas salían serpientes y dragones. De otra salían miles de frutas.
–Tómala –dijo una serpiente azul que pasaba por ahí–. Esa es la llave verdadera, tómala.
–¿Otra llave? ¿Para qué?
–Para la puerta. Supongo que quieres salir no.
–¿Salir? ¿De donde?
–De tu encierro, al igual que todos nosotros.
–¿Estabas encerrada?
–Sí, pero ya soy libre, al igual que las otras serpientes y dragones que ves aquí. Vamos, come la manzana.
Las frutas empezaron a gritar con desesperación. No querían ser devoradas por el dragón gigante en que se había convertido Francisco luego de comer la manzana. Pero no pudieron resistirlo.
–Estoy satisfecho. ¿Dónde puedo descansar?
–Síguenos, hay un lugar al que todos vamos ahora.
–¿Ahí podré dormir un rato?
–Claro. Ahí puedes hacer lo que quieras.

Las serpientes y los dragones, entre ellos Francisco, fueron volando entre las nubes de papel dibujadas en el mar por un largo rato. En el camino se encontraron con un puente, vigilado por la reina de los ratones.

–¿Quiénes son ustedes? –preguntó la horrible dama.
–Somos los ganadores. Queremos pasar para llegar a la tierra blanca.
–No podrán, se quedaran aquí para que las ratas se los coman
–¿Qué sucede? –preguntó Francisco a la serpiente.
–Nada. Es esta vieja loca y sus ratones que no nos deja pasar por el puente de fuego.

Claudia decidió ir a visitar a Francisco. Eran las 7 de la tarde y recién estaba anocheciendo.
–¿Por qué? ¿Por qué lo hice? ¿Y por qué a la Javiera se le ocurrió hacer eso? –pensaba mientras llegaba al edificio.
Tocó el timbre por varios minutos, pero nadie abría. Tomó su celular. Francisco no contestaba. Fue a preguntarle al conserje si lo había visto salir, él le dijo que hace varios días que no se le ve, pero que un hombre había entrado la noche anterior.

–Bien, te propongo algo, vieja –le dijo la serpiente a la reina–, si tú nos dejas pasar te traeremos un recuerdo desde la tierra blanca.
–¿Y cómo puedo estar segura de que cumplirán?
–Deja que uno de tus súbditos nos acompañe, uno de los más confiables.
–Está bien. Moneda-de-chocolate, ¡ven aquí!
–Si señora, ¿que desea?
–Acompáñalo hasta la tierra prohibida, la tierra blanca. Ellos te darán algo que tú deberás traerme.

Las serpientes y dragones, ahora junto a una fuerte rata, siguieron su camino.
–¿Por qué te llamas así? –le preguntó Francisco a Moneda.
–No lo sé, ¿Por qué te llamas Francisco?
–Tampoco lo sé… pero, ¿cómo sabes mi nombre?
–Aquí todos sabemos tu nombre –interrumpió la serpiente.

Confundido y algo mareado, Francisco tropezó con una piedra y cayó sobre un río de agua ardiente.

–¡Me quemo, sáquenme, ayúdenme!
–No podemos, no es nuestra culpa que hayas caído –dijo la serpiente, y luego siguió volando, dejando a Francisco en el río.
La corriente lo llevó hacia el mar, donde miles de peces se arremolinaron en torno a él y lo transportaron a la orilla.
–¿Estás bien?
–Sí, eso creo. Pero, estoy mareado, tengo ganas de vomitar…
Cientos de niños, mujeres, hombres y ancianos, arañados, con ramas en el pelo y cadenas doradas en las manos y pies salieron de su hocico de dragón.
–Tenemos que asarlo y comerlo –decían los hombres
–No, podemos cuidarlo –decían los niños.
–No, tenemos que usarlo de juguete sexual –decían las mujeres.
–No, debemos destruirlo. Él nos tenía en su estómago y era horrible. Hay que evitar que nos vuelva a tragar.

Javiera está en la habitación de Claudia. Javiera la abraza y le dice:
–No puedo vivir con esto. No en esta situación.
–Pero debes ser fuerte, fue tu opción.
–No, no es eso. Es que sin este amor no puedo vivir.
–Ahora tienes otro deber. Tú… tú tienes que irte –le dijo Claudia, llorando.
–Pero él no se lo merece, ¡ni siquiera es de él!
Francisco siente como esos hombres y mujeres se lo comen. Su piel, cada uno de sus órganos, su corazón y su cerebro son desgarrados. Con lo que queda de su ojo izquierdo ve a uno de los hombres. No está comiendo, solo está mirando al cuerpo de Francisco mientras ríe.

Francisco lo ataca con su cuchillo cocinero.
–¡¿Por qué lo hiciste?! ¡¿Y por qué mierda me lo dices ahora?!
–¡Aleja eso! No se, te lo dije porque me sentía mal después de esto que ha pasado.
–¡¿Crees que eso es sentirse mal?! ¡Hijo de puta!
Francisco enterró el arma en el pecho del hombre, y luego lo degolló con furia.

Sentado sobre un árbol de hojas rosadas, Francisco mira el suelo.
–Allá abajo, cientos de hormigas luchan por sobrevivir, y yo aquí, sin más responsabilidades que permanecer sentado.
Empieza a caer junto a las hojas, y cuando llega a la tierra se encuentra nuevamente con el conejo
–Hola de nuevo –dijo amablemente la criatura
–Hola. ¿Qué te había pasado?
–Sólo desaparecí.
–¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? ¡¿Por qué me abandonaste?!
El hombre agarra del cuello al conejo, y lo empieza a estrangular. Los ojos del animal se desorbitaron y luego cayeron.
–¿Estos son sus ojos? –preguntó a su acompañante.
–Así es, sus ojos y los míos

La bocina de un auto despierta a Francisco. Sigue caminando hasta llegar a la casa de Luis. Golpea, pero nadie le abre. Toma un papel de su bolsillo y con su pluma le escribe una nota que dice “Debo verte lo antes posible, ven a mi casa mañana, te dejo a la imaginación lo que pasará si no vienes”.

Francisco, con el cable en su cuello, ve como el conejo muere lentamente en sus manos. El estómago del animal se abre, y de él aparece la serpiente azul.
–¿Por qué no me rescataste?
–Porque no te lo mereces. Yo tampoco lo merecía. Ahora iremos al mismo lugar los tres.

El corazón de Javiera latía rápidamente, sólo podía mirar los húmedos ojos de Claudia.
–¡Pero entiende, Javiera! Tú tendrás un hijo, ahora él es más importante que esto. ¡Debes darle un futuro!
–¿Un futuro? ¡¿Un futuro entre tanta mierda?! No, no lo haré. Ninguno de ellos me importa. Sólo… sólo tú
Claudia besa los labios de Javiera, con ternura, como si se despidieran.
–Vete con el Pancho, Javi. Yo también me iré. Pero debes saber que aún no te perdono.
–¡¿Que no me has perdonado?! Fue un error, lo se, pero tu has cometido otros peores y yo si te he perdonado. ¿O se te olvida lo de tu padre? ¿O se te olvida lo que paso antes con Luis?
–¡Eso es diferente, tonta! Era una situación muy complicada la que tenia con mi padre, no tuve opción. Y Luis, bueno, él no es nada para mí ahora.
–Y para mí tampoco, ¡entiéndelo!
–Sí, la mitad de lo que llevas en tu estómago es de él ¡puta!

Sorprendida y apenada, Javiera toma su cartera y sale del departamento. Claudia va corriendo hacia la cocina, tropezando con vasos y botellas de pisco vacías.

–Ahora que nos vamos es mejor que despiertes –dijo la serpiente.
–No quiero despertar, ¿para qué hacerlo?
–Para existir.
–¿Y para que debo existir? Si esto es la inexistencia entonces soy feliz así.
–Cobarde, abre los ojos ¡ya!
Francisco, colgado, apenas respirando, ve la borrosa imagen de Claudia acercándosele. Unos hombres que vienen con ella cortan el cable.
–¡Pancho! Francisco ¡háblame!
–m… mi Javiera
–Ya no está, pero tienes que ser fuerte.

Francisco toma a la serpiente y rodea su cuello con ella. Le arranca la cabeza con los dientes y la escupe en un lago de sangre. Comienza a tirar de la cola y antes de morir dice:

–Tuya es la culpa, desgraciada e infeliz serpiente solitaria…

Toma un cuchillo. Son las 2 de la mañana. Sale detrás de Javiera. Sus ojos no ven más que la espalda mojada de alcohol.
–Javiera, espera! –grita Claudia
–¡¿Qué mierda quieres ah…?!

La navaja entra por su abdomen. Luego le abre el estómago, y lloran juntas en el suelo. Lloran hasta que sólo quedan el silencio y el horror en medio de una habitación enrojecida por la furia. Lloran sin despedirse, entre serpientes y dragones desorientados. Luego Claudia, algo más sobria, toma su celular y marca al teléfono de Francisco.

FIN

por Sebastian Gúmera

Fanfics.cl

El Universo en la mente de los fanáticos

Por Rodrigo Mundaca y Daniel Guajardo

Todo comienza con una definición: ¿Qué son los fanfics?

Pues, Fanfic es la abreviatura de «Fan Fiction», relatos de ficción escritos por fanáticos de una película, novela, programa de televisión o cualquier otro trabajo literario o dramático masivo. En estos fanfics, que pueden ser cortos como un cuento o extensos como una novela, se utilizan los personajes y situaciones descritos en la versión original y se desarrollan nuevos papeles y situaciones.

Aunque no está claro si el fanfic, como trabajo derivado de una obra que posee Copyright, debería o no rendir cuentas a el o los propietarios del derecho de autor, este tipo de creaciones se siguen realizando por montones en el mundo entero y, al parecer, son considerados un aporte para la industria. Por supuesto que es mal negocio ir en contra de los fanáticos.

En este contexto nació Fanfics.cl (www.fanfics.cl) bajo la mano creativa de Carla Aguilar, más conocida como Carla Fox, quien declara en su Sitio Web que “técnicamente hago lo que quiero (…) Fanfics.cl no es una obra social, nació como una instancia para dar a conocer los fanfics que a mi me gustaban y sigue siendo así”. Suena fuerte, pero no dista de lo que cualquiera de nosotros podría pensar de su propio proyecto.

¿Entonces, qué es Fanfics.cl?
Es un sitio Web donde publico fanfics sobre tres temas en particular: The X Files, Robotech y Star Wars. Cada tema tiene su propio mini-sitio Web y sus propias características. Por ejemplo hay fanfics de The X Files sólo en español. En cambio, de
Robotech y Star Wars los hay en inglés y español.

¿Qué tienen en común estos fanfics?
Son historias románticas entre parejas específicas: Mulder y Scully, Lisa Hayes y Rick Hunter, Leia y Han, Luke y Mara Jade, Padme y Anakin… En inglés hay muchísimos fanfics de todos los temas y simplemente pensé ¿porqué en español no? Después de todo, nuestro lenguaje es tan lindo y hay que sacarle partido, aunque no sea a nivel profesional. Ideas buenas hay por todos lados, es sólo cuestión de darles espacio para mostrarse y ¡qué mejor que en Internet! Además una gracia del fanfic es que es tan libre, que siempre encontrarás a alguien que comente lo que hiciste y eso ayuda en muchos aspectos, en términos argumentales, técnicos y para el ego del escritor también. Eso no tiene nada de malo.

¿Qué te motivó a desarrollar este proyecto?
Mis motivaciones fueron y son completamente personales. ¡Yo sólo quería leer fanfics! Si bien el dominio Fanfics.cl como tal tiene sólo 2 años, Shipper Fanfic Zone (SFZ, acerca de The X Files), que fue el sitio con el que me comencé, tiene ya 8 años on-line.

¿Qué cosas hiciste antes de instalarte en el dominio Fanfics.cl?
Como muchos partí en Geocities, en espacios gratuitos y direcciones larguísimas. Después de un par de años ya tenía 3 cuentas de Geocities, porque se me acababa el
espacio y me tenía que cambiar a otro alojamiento gratuito. Cuando la cantidad de gente que entraba sobrepasaba el ancho de banda del hosting, encontré estúpido que me bloquearan el sitio como «castigo» por llevarles gente, así que corté por lo sano, le pedí dinero prestado a mi papá, me compré el dominio y contraté un hosting. A esa altura, no sólo tenía online SFZ, sino también Do You Remember Love? Fanfic Lover’s o simplemente DYRL, el sitio de fanfics de Robotech. Lo que hice fue tomar los sitios, sacarlos de los hosting gratuitos y trasladarlos a mi nuevo alojamiento.

¿Qué te propusiste al comenzar con este proyecto?
Ser independiente de los hosting gratuitos, incentivar el desarrollo creativo y ser una «válvula de escape» para los fans de estos temas y ayudarlos a perder el miedo a escribir; ir más allá de tener una ortografía y gramática perfecta, que en mi opinión muchas veces se transforman en obstáculos sicológicos para los que tienen una idea. La ortografía y gramática son importantísimas, pero son herramientas básicas que tienen que ayudar a expresar en palabras la creación, no detenerla y lamentablemente, muchas veces el tedio de aprenderlas, le quita entusiasmo a los creadores.
Con los autores yo me propongo lo siguiente:

1. Que pierdan el temor al ridículo y por eso les permito el uso de seudónimos y no mostrar su email. Mantener el anonimato a veces ayuda a los más tímidos.

2. Incentivar una buena redacción: para eso trato de conseguirles personas que tengan tiempo y puedan revisar las historias antes de ser publicadas, tanto en aspectos argumentales, gramaticales y ortográficos, y una primera opinión. Estas personas on-line se llaman «betas». Yo solía ser beta de algunos autores, pero con los años ya no necesitan más ayuda, pues hacen excelentes trabajos.

3. Simplemente publicarlos y tratar de decirle a la gente que los comente de manera crítica y no destructiva.

4. Ser un archivo para futuros lectores.

¿Cómo logras que haya sólo críticas constructivas?
Como soy tan posesiva con mi sitio Web (porque reconozco ser una pequeña Almirante de mi sitio, se hace lo que yo digo y se siguen mis reglas… claro, siempre dispuesta a escuchar y considerar nuevas ideas), no permito criticas destructivas, al primero que moleste a alguno de mis escritores, le hago la cruz y me las ingenio para bloquearlo. A mi gente no me la molestan si puedo evitarlo. Soy un poco como «la gallina con los pollos».

¿Te has encontrado con problemas en el camino?
¡La gente no sabe leer y seguir instrucciones! Me mandan fanfics de temas para los cuales no tengo Sitio Web o no llenan el formulario completo. Muchas veces me pregunto ¿qué parte de «completa el formulario» o de «SÓLO se aceptan fanfics de Star Wars, The X-Files y Robotech» no entienden?

¿Podías decir que Fanfics.cl es un punto de encuentro?
El Sitio Web lo manejo yo sola, por lo tanto no hay grupo. Fanfics.cl es un sitio virtual, no nos juntamos porque me llegan fanfics de todo el mundo, norteamericanos, ingleses, canadienses, mexicanos, chilenos, argentinos, peruanos, españoles, etc.

Hay un foro, sólo para los fans de Robotech y hablamos en inglés de fanfics y de la serie, es restringido porque somos un grupo de amigos que nos conocemos hace años y nos gusta mantener un cierto nivel de conversación y aporte a los temas, para entrar me tienen que convencer primero y si después de un tiempo, no son un aporte, los borro. No nos gustan los mirones.

¿Desilusiones y satisfacciones que te ha dado Fanfics.cl?
Desilusiones ninguna, ¡gracias a Dios! Satisfacciones, ver como los escritores van afirmando la mano y se atreven cada vez a más cosas. Es un orgullo indescriptible ver cómo una persona que comenzó con 15 años y que ahora tiene 21 ó 22, hacer verdaderas maravillas y valerse por si misma, incluso al nivel de atreverse a escribir en inglés y llegar a todo un sector nuevo de lectores. Me enorgullece ser parte de ese proceso y me ha pasado con varias personas ya, después de todos en 8 años.

¿Y qué te falta por lograr?
Técnicamente, quisiera tener espacio ilimitado y automatización para ampliar los temas a animé, libros, películas, etc. En general algún día ser como www.fanfiction.net, sin perder ese «toquecito» personal de un sitio lindo.

¿Ves algún desafío a futuro?
Seguir incentivando a la gente a leer y me encantaría que las editoriales se dieran el tiempo de mirar a ver si encuentran escritores en potencia, como el caso de Frances Kaesar (autora de un fanfic en formato de novela acerca de Harry Potter, publicado en Fanfics.cl).

Considero a los fanfics un primer paso en el mundo literario, soltar la mano al escribir, familiarizarse con los personajes y manejarlos para, posteriormente, llegar al punto cúlmine de crear tu propia historia original. Considero a los fanfics un semillero, claro que como en todo, hay calidades muy variadas y depende de los lectores ser capaces de clasificarlos de acuerdo a su juicio.

por Rodrigo Mundaca Contreras & Daniel Guajardo

Punctum y la CF audiovisual

por Daniel Guajardo

Raúl Pinto, director de cine
PUNCTUM y la Ciencia Ficción audiovisual en Chile

El sábado 19 de noviembre de 2005 se reunió el “núcleo” de TauZero, todos colaboradores del proyecto y amigos desde hace bastante tiempo. El motivo: la presentación del cortometraje PUNCTUM de Raúl Pinto, presente en la velada y quien nos conversó acerca de su proyecto y su idea de un medio donde al parecer se hace muy poca Ciencia Ficción audiovisial, y la que se hace rara vez se llega a conocer.

Raúl nació en las tierras altas de Coyhaique, estudió comunicación audiovisual en el Duoc de Viña del Mar y su proyecto de título fue éste, un cortometraje de CF que nos dejó con la boca abierta. Supimos de él por Jorge Baradit, quien vio el trabajo durante el seminario “Ciencia Ficción y Fantástico: El futuro de Chile ¿Dónde está?”, realizado a principios de noviembre en Valparaíso. Y así surgió esta pregunta: ¿Se hace ciencia ficción audiovisual en Chile?

Tu cortometraje PUNCTUM, ¿Es Ciencia Ficción?
Por supuesto. De partida fundamenta la fantasía en un hecho científico como es la mutación del gen OSX2 que es el encargado de la formación del globo ocular. Sin ciencia no hay ciencia ficción.

¿Cuál es el mensaje detrás de las imágenes?
La base del guión parte por la construcción metafórica de nuestra historia (chilena) reciente. PUNCTUM nació en la época del informe Valech, fue un momento en que la mayoría de los chilenos dijo “como pude haber estado ciego tanto tiempo”. A eso agrégale el informe de tortura y la idea de dictadura funcional, es decir, en pro de una estabilidad económica y productiva, que es la principal defensa de los seguidores del régimen de Pinochet. Es ahí cuando te das cuenta de que la historia de Chile responde al de una distopía y, sumándole el factor ciencia que mencione anteriormente, obtienes una historia de CF.

¿Por qué elegiste la CF? ¿Podría haber sido otro género?
Originalmente era otro género (melodrama), pero no me gustaba en absoluto, sabía lo que quería decir con las imágenes, pero la forma era la incorrecta. Por lo tanto rescaté el significado y cambié la manera de contarlo. Entonces me percaté que, si contaba la metáfora (que todos estamos ciegos) literalmente, esto se convertía en CF.

A partir de ese punto rescaté de mi memoria todas las series de TV, películas, cómics y libros que vi cuando niño (y aún lo hago) y así pagaba la deuda del por qué hacer películas.

Te explico: toda formación lleva consigo una deformación, es decir, te pones a estudiar, lees libros y ves películas más complejas y sobreintelectualizas todo, olvidando el motivo original de por qué quisiste hacer películas, por lo tanto había que saldar esa deuda.

¿Tienes alguna veta creativa distinta del cine?
Mmmm, leo mucho, pero mi pasión se inclina por el cine. No sé si podría escribir una novela o un cuento. Me gusta mucho leer, pero todo se transforma, de una u otra forma en imágenes. No creo que sea una confrontación, son lenguajes evidentemente distintos.

Generalmente las personas que ven películas basadas en un libro o salen felices porque “se parecía mucho al original” o la detestan “porque destruyeron el libro”. Eso es un craso error, porque lo que vas a ver es la interpretación del libro por una persona, una percepción autoral al respecto.

Me molestan las películas muy fieles al original porque para eso leo el libro, no me presentan ningún punto de vista al respecto.

En el proceso de la creación del guión, ¿qué fue lo más difícil?
Encontrar la unión entre las metáforas sueltas que tenía para poder contar una historia medianamente coherente para el espectador, y que no cayera en lo demasiado experimental.

En tu trabajo hay maquillaje y efectos especiales. ¿Significaron una dificultad durante el rodaje y la posterior producción?
Sí, una gran dificultad, es mi primera experiencia en lo que a CF se refiere. Nadie sabía usar látex, por lo que ensayamos (técnica prueba y error, uf!) durante dos meses.

Al margen del tema y el género empleados, ¿Cómo es hacer cine en Chile?
Es como hacer guerrilla. Cero recursos pero con las ganas y pasión de ir a la pelea. Es difícil, pero no imposible. Lo que sí, hay que ajustarse a unos presupuestos ridículos, lo que gatilla el «Plan B» llamado creatividad. Si no me crees, mira a Matías Bizé que hace un largo en una sola locación o a Sebastián Campos que hace una película en 3 días.

¿Qué otras experiencias de cortometrajes o cine made in Chile conoces?
Varias. Aparte de ver todo el cine chileno (todo significa TODO) he tenido la oportunidad de conocer en festivales a directores de cortos y largometrajes. Todos, por supuesto, en la misma actitud guerrillera, hay que hacerlo, como sea y contra quien sea”.

¿Crees que hay un movimiento en torno a la Ciencia Ficción audiovisual en Chile?
Creo que son casos aislados y no sólo con la CF, sino con la fantasía en general. No hay un movimiento sino que combustiones espontáneas y localizadas (Olguín en el terror, Coke Hidalgo con el terror CF). Eso me parece muy raro, pues todos tenemos una base mitológica producto de nuestras raíces. Espero que esto se revierta algún día.

¿Cómo ha sido tu experiencia en festivales de cine dentro y fuera de Chile, principalmente en lo que respecta al género de CF? (¿hay ambiente?)
En los festivales siguen prefiriendo el producto «tradicional», costumbrismo, urbanismo, retratos de nuestra «identidad», aún no existe la búsqueda del camino dorado de la fantasía. Lamentablemente y obtusamente la CF es catalogada como un género “menor” atribuido a los pastiche Hollywoodenses.

Para cerrar: ¿tienes algún proyecto a plazo incierto, de hacer un nuevo cortometraje o largometraje basado en un tema de CF?
Hay algo por ahí que no puedo contar (soy un poco supersticioso), pero apenas salga humo blanco serán los primeros en saberlo. Lo que les puedo adelantar es que “lo bueno se nos viene”.

por Daniel Guajardo

El Huésped

por Raúl Pinto

Prólogo

Esta es mi primera entrega para Tauzero, es probable que noten la falta de oficio para escribir una nota, pero bueno, según las palabras del mismísimo Baradit –“Sería interesante un comentario de cine hecho por un cineasta”. Creo que con lo de “cineasta”, Baradit subió mi ego y me convenció de esto, en fin, ahí vamos…

Un experimento fuera de control, estudiantes de medicina asustados, un monstruo 3D y, por sobre todo, mucho, pero mucho empeño.

A Coke Hidalgo se le pueden criticar muchas cosas, pero nadie puede negar que tiene cojones. Exactamente, cojones para hacer en Chile una película de género, con las características que todos conocemos (monstruo suelto devora a jóvenes, sólo el que descubre la verdad sobrevive), con alusiones directas a clásicos como Alien, Depredador, La Mosca, etc., con un monstruo 3D., y más encima con poca plata (20 millones de pesos). Veamos, aquí va la sinopsis de la peli, sacada de su página web.

“Cinco internos de medicina en un viejo hospital público deben enfrentarse a todos sus miedos al ser acosados por un extraño ser. Pronto descubrirán que algunos de sus profesores están coludidos en un experimento clandestino que se ha salido de control. El Huésped es la primera película de terror y ciencia ficción hecha en Chile.”

Si, está claro que la trama está muy repetida, recursos manidos y tiene todos (y cuando digo todos son TODOS) los clichés del cine de terror con monstruos. (Tal vez ese es el gran problema, la película es muy 1990.) ¿Por qué intentamos hacer cine como en Hollywood si estamos en Chile? Al ver la película no hay nada que me haga sentir empatía por el protagonista, en ninguna parte salté de mi asiento, no sentí identificación. Es todo muy, pero muy lejano, más aún con la mala actuación de los actores y el pobre diálogo.

Por otro lado la falta de recursos no gatilló la creatividad, el recurso de cámara o la solución de montaje, sino que Hidalgo pecó de soberbio y creó un monstruo sin personalidad, plástico y, al mostrarlo (queriendo ser la primera película chilena con un monstruo 3D) mató la magia y quedó como la primera película clase B chilena.

La fotografía y ambientación están bastante logrados, a pesar de los bajos recursos, los fondos se escondieron bien detrás del alto contraste que salvó la película logrando una textura bastante decente.

Ok, no le pidamos ser Wes Craven ni David Croenenberg a un director que recién empieza, pero si pidámosle ser más coherente con sus orígenes y más sincero con su discurso. Coke ¿qué nos quisiste decir con tu película?

No quiero ser lapidario, pues de verdad que valoro el coraje de hacer una película en nuestro país y, además, de género. Esperemos su próxima entrega, pues como dice el viejo proverbio criollo: “no hay primera sin segunda”. Por el esfuerzo, y esperando que la próxima salga mejor, le doy (en la escala del uno al siete) dos cohetitos.

Ficha Técnica
Título Original: EL HUESPED
Género: Terror – Ciencia Ficción
Formato Original: Digital
Duración: 80 minutos
Director: Coke Hidalgo
Guión: Julio Rojas
Producción Ejecutiva: Adrián del Solar
Producción: Adriana Cortés
Fotografía: Felipe Zaliz
Arte: Celeste Ahumada
FX. Sebastián Carvajal
Música: Manifesto / Rodrigo “Pera” Cuadra – Gamal Eltit
Distribuye: Microfilms
Mayor info http://www.elhuesped.cl

Sobre Chobits, manga del estudio CLAMP

por Gabriel Mérida

Las chicas bicentenarias

Escribo porque me lo exigió Tino Mundaca, el bienamado y venerable emperador de TauZero, en una discusión sobre el futuro de la ciencia ficción. Un futuro cada vez más dudoso, por más cruel que sea decir eso sobre una literatura que vive, precisamente, del futuro. El punto es que predecimos algo como el fin de los géneros, la disipación de las fronteras, espectadores multimediales que busquen ideas sorprendentes en un novelón criptográfico por la mañana, un cómic de superhéroes por la tarde y una serie de televisión en la noche.
Buscando ideas sorprendentes, aburrido de los relatos con aire pueblerino que buscan desesperadamente una variación nueva provocada por la tecnología (¿what if el planeta rota 2,5 veces más despacio, cómo sería tener días de cincuenta horas?), me encontré con Chobits, una serie de anime responsabilidad del Estudio CLAMP, las creadoras de Card Captor Sakura, X, Angelic Layer y Clover, entre otros éxitos del manga de exportación de Japón. A primera vista (y a todas, en verdad) un producto para adolescentes, que habla sobre el despertar sexual y las relaciones sentimentales de gente entre quince y veintiún años. Pero en medio, afortunadamente, hay un pequeño cambio. ¿Qué pasaría si la IBM dejara de manufacturar los computadores personales como cruza entre máquina de escribir y televisor, y decidiera fabricarlos con forma de supermodelos adolescentes?

La historia. Hideki, un adolescente tipo que va al preuniversitario y ha llegado hace poco del campo, encuentra casualmente una persocon, estos computadores con forma femenina, que sólo sabe pronunciar Chi. Se la lleva a casa, y se da cuenta de las ventajas de tener una hermosa y dulce muñeca inflable con Internet Explorer incorporado. Cualquiera de nosotros se habría follado a Chi hasta el cansancio preocupándose sólo de que no se le agotara la batería, pero Hideki es the nice guy. Y se hace todo el tiempo la pregunta sobre la humanidad de Chi, la que además de exquisita y bella es buena y toma como objetivo de vida el hacer feliz a Hideki.

Como ven, estamos de vuelta en el Hombre Bicentenario de Asimov, retomando el punto que olvidó el Neruda de la CF: ¿qué pasa si te enamoras de la tostadora? El problema personal de Hideki, que al principio es sólo una comedia de equívocos sobre un adolescente que no quiere acostarse con la chica de la película, pronto pasa a ser una reflexión generacional. En efecto, las y los persocons han pasado a ser parte imprescindible del entramado social, generando dependencia, obsesión y, finalmente, soledad.

Entre medio, los sentimientos de Chi, su propia preocupación ante el destino, y la pregunta sobre la conjunción entre almas. Digamos que ella está enamorada de Hideki, el que sólo es un tipo como cualquier otro, y su angustia por no ser correspondida es al mismo tiempo el rubor del primer amor de niña soñadora y la búsqueda del andrógino en una sociedad demasiado egoísta como para atreverse a no estar sola.

Las cosas no paran acá, porque el guión tiene refinamientos poco usuales en los relatos que leo habitualmente, en las antologías de la actual ciencia ficción hispanoamericana. Por ejemplo, el doble, utilizado como un recurso argumental antes que como un tema en sí. Chi, la Chi ignorante de su pasado y vestida de colores claros, presiente en sus deslizamientos por Tokio a una doble oscura de ella, que posee la clave para despertar sus recuerdos. También hay una historia alternativa donde el destino de los persocons y de los humanos son leídos y prefigurados en clave de un dibujo para niños de parvulario.

También hay una trama más grande que engloba las aventuras de Chi, nacida obviamente de su oscuro origen (recordemos que Hideki la halla casualmente), y del misterio que significa que Chi, a diferencia de todas las otras persocons, no tenga número de serie ni marca de fabricante. En torno a ese misterio se alinean las preguntas que hacen avanza la trama y que abren espacio para que Hideki y Chi dejen de ser un par de personajes casuales y sugieren rasgos mesiánicos…

¿Qué más? La presencia de historias secundarias, como la del niño genio poseedor de una amplia colección de persocons que lo cuidan, el enmudecido coro griego de los foros de internet donde los usuarios intercambian datos sobre persocons, la multitud de personajes incidentales donde se adivina la tristeza por la pérdida de una persocons o la pérdida de un ser querido en manos de una persocon. ¿No era eso lo que pasaba en Fahrenheit 451, el mundo feliz donde cada pocas páginas alguien se suicidaba?
Resumiendo, Chobits es ciencia ficción clásica. Una sociedad en un futuro imaginario cuyo único rasgo “profético” son estos computadores de forma humana, y todas las preguntas que surgen en torno a ellas. Retomando la pregunta fundadora del género, es decir la relación entre el creador y la creatura, podemos revisitar aspectos olvidados entre tanta pregunta hard que no parece llevar a ningún lado. ¿Será esto una consecuencia de la visión femenina aportada por las creadoras del estudio CLAMP? Puede ser, aunque por supuesto el machismo es una solución fácil para responder sobre el talento de estas artistas en crear escenas llenas de tensión, ternura y angustia.

¿Mencioné que no soy ni lejanamente entendido en manga ni anime? Sobre la calidad del dibujo, sólo puedo decir, brutalmente honesto, que son muy bonitos. Algunos entendidos coinciden conmigo. Y como elogio final, debo decir que tanto Chi como todas las otras persocons son extremedamente RICAS. ¿Tendremos en el futuro viviendo con nosotros a clones de María José Prieto con Messenger incluido? Semejante perspectiva me empuja a volver a creer en el progreso de la ciencia, sin duda.

por Gabriel Mérida

El virus de la evolución: Los niños de Darwin de Greg Bear

por A. César Osses

“Cada cientos de miles de años, la evolución, normalmente lenta, da varios saltos hacia delante” es una paráfrasis de la frase con que Patrick Stewart, interpretando al Profesor X, abre la serie X-Men. Según ese triste argumento, el siguiente paso en la evolución humana nos dejará mutados en una serie de Kurts, Scotts, Hanks, Rémys, Erics, Jeans, Susans, Reeds, Johnnys, Bens u Ororos. O lo que es lo mismo, la evolución nos transformará en perfectas máquinas de ataque, dotándonos de capacidades aún mayores para combatir; claro que esta vez las armas vendrán incorporadas, y ya no tendremos que construirlas nosotros mismos.
Por suerte, según Greg Bear, la evolución del ser humano irá por otro lado. Hace un tiempo este autor escribió La Radio de Darwin, novela que trata la aparición entre nosotros de una hipotética evolución de la especie humana. En ella describe su particular forma de producirse, desde un punto de vista antropológico, como una posibilidad científica.

Lamentablemente, no fue éste el libro que cayó en mis manos; el que lo hizo fue su secuela, Los Niños de Darwin. Imagino, por lo que logro entender al leerlo, que la nueva especie aparece gracias a la activación de un retrovirus latente, que introduce en nuestro genoma la información que permitirá la llegada al mundo de los niños de la nueva especie.

La estructura del libro es lo que ha dado por llamar historia coral, aplicada en la narrativa cinematográfica con resultados diversos; a veces es forma de una historia donde al final convergen los protagonistas en un único clímax, mientras que otras, más que lograr un mosaico, la historia queda convertida en un collage disparejo e inconstante.

A veces fragmentar la historia sirve para capturar al espectador, creando un ambiente de tensión que logra mantener el interés. Otras, el collage es tan confuso y se presentan muchos personajes en situaciones tan diferentes que se requiere del lector un poder de concentración por sobre el promedio para poder seguir el desarrollo de las historias individuales, puesto que los personajes además de tener historias separadas, influyen sobre otros con sus acciones.

Sin llegar a ser tan extremo, aunque Los Niños es una suerte de historia coral con diferentes ángulos de la misma situación y sin personajes en exceso, desde mi punto de vista adolece de una notable falta de tacto para con el lector. Por razones que explicaré a continuación, opino que hace falta leer primero La Radio de Darwin para poder seguir esta narración sin distractores innecesarios.

Ciertos personajes adolecen de poca profundidad, lo que me hace sospechar que son personajes importados desde La Radio, hecho que juega en contra de la claridad del relato, ya que se ignoran sus motivaciones escaseando las descripciones de sus personalidades, quedando algunos de ellos transformado en meros personajes de telenovela venezolana.

Las referencias a situaciones anteriores, que pueden ser importantes para la historia, son constantes, dejando muchos detalles en el limbo, transformando así una novela que podría tener al lector ocupado en asimilar las ideas en un texto que deja intrigado al lector mediante el recurso de volver tácita la información faltante u omitiendo información importante.

En vez de crear y mantener el suspenso, Bear se dedica principalmente a crear y mantener espera; espera de que se presente el siguiente fragmento del episodio. El equivalente de los cortes en los episodios son los cortes que hacen los canales de televisión para insertar comerciales al transmitir películas en prime time: absolutamente irritantes y sin razón aparente.
Bear no mantiene una estructura relativamente ordenada en su novela, a pesar de que la narrativa es lineal y el universo de personajes no es sumamente extendido ni complicado. Los capítulos pocas veces abarcan un episodio: por lo general un episodio, relativamente corto y sencillo, es fraccionado en varios capítulos. Hay capítulos que duran un único párrafo, continuando con el episodio en tres o cuatro capítulos más, no permitiendo al lector profundizar demasiado en las situaciones que se van presentando.

En Los Niños, Bear no ahonda en muchos detalles de lo que debe haber tratado en extenso en La Radio, sino que describe detalladamente la reacción de la especie predominante ante la aparición de una nueva, presumiblemente la sucesora del homo sapiens sapiens sobre la Tierra. Nuestra sucesora.

La interrogante que Bear trata de aclarar en este libro es ¿cómo será la evolución del Homo Sapiens? ¿Y cómo la aceptará éste? Claramente la inspiración para esta evolución no provino de Lee o Kirby, y por suerte la especie que nos seguirá en el planeta no tendrá poderes para el combate, sino que extenderá nuestras limitadas capacidades sensoriales.

Por ejemplo, nuestro olfato es un sentido superado por los restantes cuatro, con cierta ventaja. Tal vez, como ya sugiriera Patrick Süskind desde un punto de vista diferente en El Perfume, un olfato más desarrollado podría permitirnos un mayor entendimiento de nuestro hábitat; podríamos dejar de ser parásitos y convertirnos en simbiontes de nuestro planeta.
Se ha dicho hasta el hastío que somos la especie dominante, que hemos aprendido a extender nuestras vidas más allá de lo que la naturaleza considera un límite prudente, que somos la única especie que deteriora su hábitat y que mata por deporte. Una de las frases cliché más manidas de los últimos años tiene relación con la herencia que dejaremos a nuestra descendencia: el planeta, y el estado en que lo entregaremos.

Nuestra evolución es descubierta por casualidad por un científico y confundida con una epidemia; el causante sería el virus llamado Shiver, y los afectados, los nonatos. Con el tiempo los niños del virus crecen, y también los temores de la sociedad Sapiens al contagio con Shiver. Nuestra reacción especial es contener el contagio, o la evolución, en campos de concentración.

Claro, no hay dictadura militar o Reich en este caso, sino miedo a nuestra extinción como especie ante la más avanzada de humanos shevitas. Ellos poseen nuestras capacidades entre muchas otras, especialmente relacionadas con las feromonas y las expresiones faciales y vocales. Toda esta gama extendida de posibilidades de comunicación permite a los shevitas una integración social sin equivalentes entre nosotros, relegando a la inexistencia conceptos que nos son indispensables, como la privacidad.

La sociedad shiver, que ciertamente tomará nuestro lugar en la Tierra, al momento de cerrar Los Niños promete ser más pacífica que la sapiens debido a su particular forma de relacionarse con sus pares y con el entorno, gracias al conocimiento y entendimiento casi tácitos de los otros seres vivos.

El mensaje final que puede cosecharse después de leer Los Niños de Darwin no deja de ser un mensaje esperanzador: si nuestros sucesores sobre el planeta llegaran a ser homo shiver, aún quedarían esperanzas para la viabilidad de Gaia. O bien la moraleja podría ser: para que el planeta sobreviva es necesario que nos extingamos. Ustedes elijan.

por A. César Osses