Utopía Now

“Es una necesidad fundamental para los oprimidos pensar y salvaguardar, mantener, preservar esas imágenes dialécticas porque en ellas está el fundamento de la posibilidad de futuro, es decir, en ellas está el fundamento de la utopía.”  

–Walter Benjamín– 

Utopía, no existe tal lugar… dice Quevedo, pero tanto el término acuñado por Moro como su traducción lucen poéticos, ya que pueden derivar de Ou topía: En Ningún Lugar; y de Eu topía o Lugar en que Todo Está Bien. 

      La obra de Moro es considerada un texto fundacional de la cultura moderna, y se le asigna una doble potencia de realidad, descriptiva y propositiva. Ambos aspectos pueden verse, respectivamente, como instancia de planificación, esquematización y dibujo; o desde la insustanciabilidad, la invisibilidad geográfica, la falta de plausibilidad, de su concreción. 

      Las primeras versiones utópicas coinciden en ser gobernadas en un estado perfecto en que se actúa con justicia conforme a razón. Y siguiendo a Platón plantean sus visiones como lejanas en el tiempo o en el espacio, o ambas. Más tarde se retomará de Platón el reemplazar desilusionado este cambio en la estructura por perfeccionamiento de los reglamentos que la gobiernan, tal como a De República suceden Las Leyes.  

      Tanto en la isla de Moro (Utopía; 1516) como en el laboratorio universal de La Casa de Salomón de Bacon (New Atlantis; 1626), se acentúa el papel esencial que debía jugar la ciencia en toda sociedad ideal. Es la razón natural, para Moro, la que permite alcanzar la perfección política, legal y social, la monarquía absoluta, los bienes comunes, la inexistencia de dinero. 

      Pero es el intento de la comunidad de San Agustín, y su exposición de La Ciudad de Dios, el primer modelo moderno de utopía. Será convertida 1.200 años después por Campanella en Taprobana (La Ciudad del Sol), y prosperará por la expansión de sus riquezas, producto de ingeniosas máquinas; la jerarquía católica será reemplazada en la utopía de Harrington por una oligarquía republicana como la veneciana (Oceana; 1656). 

      Las utopías clásicas comparten ya la preocupación acerca del rol que la tecnología tiene en el panorama de la felicidad social. Así como otro rasgo importante: no esperan ser replicadas. Al ser planteamientos de mejoras de las propias sociedades a las que los autores pertenecían, compendiaban las cualidades que les permitirían guiar el rumbo hacia la perfección. Estos textos se percatan de su insustanciabilidad, siendo modelos para perfeccionar la sociedad propia, sobre la base de esta imagen/objetivo distante, ajena pero apropiable. 

      Las utopías son esquemas ideales que denuncian la realidad contemporánea, planteando como arreglarla. El que esta reparación queda bien hecha, lo demuestra el que las utopías son plausiblemente sustentables, no cambian, en equilibrio los contextos internos y externos. Quietas en su insularidad, escapan a la historia, al transcurrir del tiempo.  

      Pero el tiempo consume la época de las primeras utopías. Revoluciones de todo tipo aterran y propician, con reformas radicales, consecuencias violentas. 

       Se sucede una mirada escéptica (¿haciendo caso a Maquiavelo?) ante la posibilidad de elaborar formas alternativas al interior de las propias sociedades criticadas. Es Swift (Viajes de Gulliver; 1726), quien mejor expone que en cierta manera son elementos consustanciales a las propias sociedades los que tiñen todas sus estructuras.  

      Esta reluctancia a admitir mejoras sustanciales en lo propio, coincidiendo con una visión del mundo aún en expansión, producto de los grandes descubrimientos geográficos, producen gentes en naturaleza idealizada, y la posibilidad de llevar a cabo en otros lugares experimentos reales y ya no dibujar esquemas ideales para invocar cambios en las propias sociedades. 

      La razón y el iluminismo convocarán dos formas de enfrentar la concreción de la felicidad social, ambos caminos tomarán diversos diseños de utopías para implantarse, siendo estos diseños modelos susceptibles de realizarse. Aunque no en forma absoluta, puede decirse que un camino fue religioso y el otro científico. Las comunas religiosas sólo pudieron clonarse a sí mismas, no aspirando a más. En cambio, las comunidades científicamente concebidas para ser estables en el tiempo, resultaron laboratorios, modelos que también progresan, acentuando el poder de la ciencia y el creciente rol de la técnica. 

       La ampliación del conocimiento y del dominio del mundo producen el fenómeno colonial, y los tempranos efectos de la revolución Industrial en los transportes permite la primera oleada de aldeización, de concreción utópica. Los inicios de esta oleada se remontan a los experimentos utópicos con indígenas americanos que sentaron las bases del derecho internacional moderno. 

      En esta época la preocupación por reglamentaciones sofocantes, las marañas de formas legales e instituciones conflictivas llevaron a los primeros experimentos modernos de vida comunal: labadistas; ephrata; shakers; rapitas; zoaritas. Por varias razones el lugar ideal para poner en práctica la utopía es el nuevo mundo. Durante las reformas, las colonias americanas entrañan para los europeos la esperanza del paraíso terrenal, de trabajar por la regeneración del mundo. Se fundan centenares de colonias experimentales en USA: new haven; equity; utopía; new hope; sylvania; oneida; new life; aurora; amana; new harmony, etc., movilizándose decenas de miles de personas. 

      Las convulsiones europeas permiten la puesta en práctica de experimentos comunales a todas las escalas. Comte y Saint-Simon, los padres de la sociología, generan imágenes sobre lo que debería ser la sociedad.  

      Aunque los escritos propugnan nuevas y radicales doctrinas sociales y económicas, las utopías de los siglos XVIII y XIX son antídotos contra el cambio y el desorden. Las reformas de pequeña escala, graduales, son insignificantes junto a las consecuencias de la revolución industrial, pero las reformas radicales son temibles tras las experiencias revolucionarias. 

      La idea de que un defecto en la naturaleza humana provoca el mal se modifica, y el mal se relocaliza en las fuerzas sociales que conforman la conciencia individual. Hacia 1825 Owen funda estructuras comunitarias en Escocia, Irlanda y USA, con reformas que anticipan en medio siglo la legislación obrera. También para Fourier la falange debe gobernarse por medio de la pura razón, y en 1830 funda falansterios en Francia y más tarde discípulos suyos lo hacen en USA “…puede experimentarse en pequeña escala y sólo se difundirá cuando la práctica haya demostrado su superioridad sobre el sistema actual.” (Brisbane, discípulo de Fourier). 

      Los textos de Owen y Fourier son una mezcla de ensayo filosófico y manual técnico. Estos sistemas se enfatizan como producto de investigaciones científicas, y su pretensión experimental ya no se limitará a modelar, siendo ésta característica de las nuevas utopías, como la del texto de Cabet  (Voyage en Icarie; 1840), y la de Hertzka (Frailand; 1889). La fundación de varias sociedades Icarienses y más de mil sociedades locales Frailand en Europa, permitieron a sus autores fundar comunidades en USA y adquirir propiedades en África, para los mismos efectos. 

      El grueso de las comunidades emprendidas consisten en grandes grupos, con liderazgos fuertes y estructuralmente organizadas (desde el principio incluyen hasta modelos arquitectónicos). A pesar de algunas motivaciones aisladas, incluso individuales (Thoreau; Walden; 1854), se considera impracticable implementar la organización sin varios centenares de personas. La proliferación de experimentos comunitarios son una forma práctica de cambio social en un contexto en que no hay instituciones dominantes firmes, pero todas pretenden ser reformas no violentas que enfatizan la planificación social. 

      Hasta este momento de la planificación utópica social, la tecnología juega un rol determinante aunque ideológicamente neutral. Los sistemas económicos reales y utópicos se parecen y se enfatizan los valores morales y psicológicos como motor de cambio social. El problema no son las relaciones de producción, sino las personales.

       Pese a ello, en esta época se produce una fuerte ojeriza, que se traduce incluso en violencia desatada, contra las máquinas, sentimiento que fue preferentemente defendido por las comunidades religiosas, pero no exclusivamente por ellas. En la sociedad de Erewhon (Butler; Erewhon; 1872) se han desterrado las máquinas, habida cuenta de la creciente opresión y dominio ejercido por la conciencia mecánica sobre el hombre; aunque admite que deben subsistir las imprescindibles: “La verdadera alma del hombre es debida a las máquinas y la existencia de estas es en gran parte una condición sine qua non para aquel, en la misma medida en que lo es la del hombre para aquellas.” 

      Los textos de Morris (News from Nowhere; 1891) y Howers (Por el Ojo de una Aguja) critican tales comunidades religiosas, por esta negativa a adoptar innovaciones tecnológicas. 

      La relación existente entre la fobia tecnológica de muchas comunidades y sus probabilidades de sustentación, tiene consecuencias rápidas, al igual que durante la segunda oleada aldeizadora. Las comunidades religiosas, utilizando artesanías industriales consiguen prolongarse en el tiempo más de 25 años, superando algunas los cien. 

      Sentimientos ambiguos hacia el progreso y la industrialización, que en un primer momento coinciden confusamente en las motivaciones comunizadoras, y el ansia de escapar hacia la libertad de las tierras vírgenes, chocan luego con la preeminencia del organismo social, y se reprocha a las utopías planificadas en detalle y autoritarias el que sus creadores subordinen el individuo al bienestar del organismo social. 

      La preeminencia del organismo social privilegia la continuidad de la comunidad, prescindiendo incluso de sus protagonistas. Esto guarda relación con la faceta ahistórica de la utopía, ya que es la existencia inmodificada en el tiempo la que exorciza su pulsión de muerte. Será esta época: Bellamy (Loocking Backward; 1888), Forster (The Machine Stops; 1909), Zamyatin (Nosotros; 1920), Huxley (Brave New World; 1932), y Orwell (1984; 1949), la misma del individualismo desmesurado y el liberalismo a ultranza, la que verá en los textos utópicos vastas y agobiantes redes administrativas. 

      Tanto la utopía literaria europea como la utopía comunitaria práctica del nuevo mundo se agotan. Hacia fines del siglo XIX no eran populares las unas, ni se creía ya poder establecer las otras. Con Wells la utopía moderna acepta ser una etapa en la evolución entrópica, agotadas las posibilidades del intelecto humano. Los cambios posibles son mutaciones biológicas y espirituales, pero éste límite anuncia simbiosis futuras: con otras especies, con máquinas.

       En 1968 había más experimentos comunitarios que en todo el siglo XIX. En la segunda oleada de aldeización, una vez más, estos intentos ocuparán todo el espectro de la deliberación. Desde utopías en que la ingeniería cultural puede moldear, de forma científica, el comportamiento humano (Skinner; Walden Two; 1948) o moldeamientos que incluyan elementos más esotéricos (Huxley; The Island) hasta aquellas identificadas con el movimiento contracultural y que abogan por un estilo espontáneo y desestructurado, sin liderazgos (Goodman; Communitas; 1947/ Making Do; 1967).  

      La implantación de modelos científicamente concebidos (laboratorios) convive con la fundación de comunidades anarquistas con poblaciones de entre 30 y 50 personas. El liderazgo fuerte, inherente a los experimentos comunales del siglo XIX, llega a convertirse en un obstáculo en el siglo XX. Las nuevas comunidades son flexibles y adaptables. Pero mientras los textos de Marcuse abogan por la automatización total como óptimo de la potencialidad de la libertad, la literatura ya ha delineado el accidente general de la historia: el mal funcionamiento de la ciudad como máquina, la distopía. 

      Las utopías post industriales participan del mismo entusiasmo, decepción, escepticismo, e intentos de concreción que sus antecesoras. Las utopías tecnofílicas (Ballard; Crash; 1973), las ecologistas, de izquierdas y feministas: Le Guin (Los Desposeídos; 1974), Russ (El Hombre Hembra; 1975), Pierce (Woman of the Edge of the Time; 1976), y las distopías de Burroughs (Expresso Nova; 1964), y Dish (334; 1972), harán que la línea difusa que delimitaría el género utópico del resto de la ciencia ficción finalmente sea indistinguible. 

      Las colonias experimentales de Biosfera I y II, se adelantan a los prospectos terraformadores, haciendo que una línea similar existente entre la ciencia ficción y la realidad también vaya esfumándose. 

      Hay un aspecto importante aún no mencionado. Avendaño (Fobos 20/diciembre 2003) concede a Mercier el inaugurar la ucronía (El Año 2440), precisamente previendo agotarse las posibilidades de espacio del mundo, producto del empequeñecimiento progresivo al que lo someten las tecnologías de las comunicaciones y el transporte. Esto tendrá dos consecuencias importantes para el presente informe: por una parte el Tiempo será explorado hasta escalas temporales amplísimas; Stapledon (Star Maker; 1937) grafica una escala temporal, desde la creación del cosmos al completo reposo físico, que abarca 500.000.000.000 años. 

      Pero, dado el horizonte individual de vida, más práctico y cercano resulta el otro aspecto importante resaltado por la ucronía y el agotamiento del espacio: la Virtualización de la Ciudad. La ciudad de Utopía se convirtió en un género, en una designación. Será la ciudad de San Agustín y Campanella el primer modelo de las ciudades virtuales, cuya posibilidad de existencia, en las profecías del movimiento Futurista de entreguerra y ahora en Virilio, augura o no el accidente general, el accidente de los accidentes mencionado ya por Epicuro. 

      En 1971, en Chile, con primitivas computadoras se elabora un modelo matemático de
la Utopía de Moro, con el objetivo de estudiar su estabilidad social, a través del impacto en la sociedad de innovaciones en los campos técnico y religioso.  

      Una lectura específica se transformó así instantáneamente en muchas lecturas, las posibilidades para cada modelo de utopía se tornaron tendientes al infinito. La múltiple interpretación de nuestra Realidad (o respecto de cualquier otra realidad alternativa), nos retrotraen a nuestra ucronía, la actual. 

      Utopía es un sistema cerrado, económica, geográfica y culturalmente. Los detalles de su funcionamiento son controlados, como los de una máquina: el cambio es predecible, obediente, mecánico.  

      Esta insularidad, este aislamiento en el paisaje, se expande cuando se engloba el anterior contexto mismo, expandiéndose el modelo, ahora virtual. En este caso la ciudad de utopía copa el paisaje, conteniéndose a sí misma. Al replicarse la Urbe y actuar por fusión (conurbación), y habiendo un ambiente artificial en torno al planeta (McLuhan), muere la vieja idea de Naturaleza y sólo quedan Urbe y su Periferia. 

      Mientras se cree que utopía constituye una antípoda de urbe, el diseño se revela rápido adecuado para ejemplificar y experimentar comunalmente. Las escalas dictadas por los límites infraestructurales de los modelos, lo que sería el aspecto técnico, compite con factores devenidos de imágenes, a su vez basados en recias argumentaciones filosóficas y religiosas, diseñadas para reparar aspectos que funcionan mal. Un camino que abarca desde el diseño total (la domesticación y la geometrización de la naturaleza, edificios como mónadas, toda forma matrimonial, el número mágico de habitantes, etc.) a la modificación parcial –o extirpación– de componentes para semejarse al diseño que, en último término, también depende de la imaginación de los visionarios. 

      Utopía busca negar la coyuntura de su época, el avatar de las circunstancias; negadas las bases del error: la confusión, la ignorancia.  

      Oscilar entre parchar situaciones del sistema, y discernir transformaciones radicales que constituyen soluciones plausibles, a situaciones insostenibles. El intento colectivo de utopía mantiene un tinte de bien común. Pero entonces, las paradojas:  

      En la construcción de Utopía, los elementos que son desechados lo son por utópicos. 

      Al plantear conjuntos colectivos más o menos plausibles de esta imagen objetivo, la utopía  se dibuja, se modeliza: Al plantear inviables tales o cuales modificaciones, las siega, las agosta, adjetivando esta vez lo utópico con una connotación de irrealidad. 

      Las representaciones de utopía, en su misma justificación, extienden el aquí/ahora en toda dirección urbanizable. Y congela el diseño insustentable. Al mismo tiempo, se reniega del adjetivo utópico, yendo por antonomasia lo otro, las alternativas, a parar al trasto de Lo No Plausible

      El aspecto vital del modelo de utopía, más allá de la gama de características, es su relación con el tiempo: utopía quiere congelar el tiempo, detenerlo. Y son precisamente estos centros, según teorías influyentes sobre la cultura contemporánea (Jameson, Laclau, Mouffe), las zonas metropolitanas, los que han devenido lugares  de naturaleza irrepresentable, sublime, sin tiempo y sin espacio. Por lo tanto, ucronías y utopías. 

      Después de urbe y megápolis incorporar a su imagen/objetivo la de utopía siendo, continúan renegando de una primordial: las poblaciones estables utilizan como estrategia energética aquella que minimiza el tiempo, en tanto éstas opta por maximizar la energía, la estrategia opuesta, propia de sociedades en expansión. Al negarse tan categóricamente a lucir estable, la estructura que apelaba a la consecución utópica para legitimarse, arroja de sí lo no plausible: el detenerse, el minimizar el tiempo y la energía, el ser una sociedad estable, o sea, adaptada. 

      El fin de la historia es un congelamiento de las circunstancias. A partir de ellas los rasgos de utopía solo se extrapolan. Este orden autoperpetuado, empero, constituye al mismo tiempo una fase en una curva de desarrollo, una etapa en consecución progresiva de la imagen/objetivo siempre distante. 

La búsqueda de la concreción del óptimo de habitabilidad, así, se centra en la imagen del buen funcionamiento (situado en un futuro próximo pero siempre inalcanzable) de esta máquina urbana en crecimiento constante. La metáfora de la máquina nos plantea que no sólo la conducta humana puede ser moldeada conforme a ritmos y jornadas artificiales. También puede ser moldeado el conjunto de la sociedad, a semejanza de la reparación hecha al diseño, su estructura, o los reglamentos que la gobiernan, intentando lograr un dispositivo, un mecanismo de movimiento perpetuo. 

“El fin de la historia será el comienzo de la paz: el reino de la inocencia recobrada.” –Octavio Paz– 

© 2004, Marcelo Quinteros. 

Notas 

1.- Las ciudades invisibles de Calvino son utopías. 

2.- En la utopía de Rand (La Rebelión de Atlas), el símbolo que se eleva en el umbral de la villa de los sostenedores del mundo, rebeldes, es el dólar, y el dólar de oro la moneda en curso. 

3.- Imperio universal controlado eugenésicamente por el Papa. 

4.- “Los hombres cometen el error de ignorar el punto donde deben poner límites a sus esperanzas.” 

5.- “Los hombres son producto del medio social.”  

6.- Según Owen bastaban entre 800 a 1200 personas, para Fourier eran necesarias entre 1620 y 1800. 

7.- O que no se hallan legitimadas, como ocurrirá nuevamente durante el movimiento contracultural. 

8.-Jihad butleriano. 

9.- Textos indios calculan que la friolera de 154.586.880.000.000 años transcurren y conforman un mahakalpa, cuando el infinito 

10.- Domingo, Varsavsky y Sábato. 1971 

11.-en Anarres no hay propiedad, ni dinero, ni matrimonio, ni gobierno, ni leyes, ni prisiones. 

12.-algunas distopías plantean catastróficas consecuencias aún mejorando sustancialmente lo ya existente, es decir, si las cosas funcionaran relativamente bien.  

13.- …creciente o absoluta fetichización del producto, reificación de las relaciones entre personas, etc., lato de tratar acá. 

14.- El tiempo concebido con esta imagen de un mecanismo reparable se encuentra en los relatos de viajeros temporales, técnicos que corrigen desperfectos que modifican –modificarían– nuestro tiempo presente, eje axial de lo correcto en estas representaciones. 

Sobre el autor: Marcelo Quinteros

Ángel: el oscuro camino a la redención

La guerra ha terminado, por el momento, ni los premios Saturn lo pudo evitar, el error ya se cometió y pese a que la Warner Brothers reconoció públicamente que nunca debió cancelarla y que incluso quieren su regreso, esto no será posible hasta dentro de unos meses y no sin sentirse el alto precio que pagaron tanto los televidentes como el equipo tras uno de los mejores programas de fantasía de la televisión.  

      Porque quiéranlo o no sus detractores, Ángel no fue un spin off de la inolvidable Buffy, fue mucho más que eso, algo que quizás se pueda resumir en una sola frase: una saga netamente adulta.  

      Quizás fueron sólo cinco años de vida, pero el primogénito de Joss Whedon y David Greewhalt, tenia el respaldo histórico de tres años en Buffy, tiempo suficiente para establecer al personaje y darle vida a su oscuro camino que por méritos propios lo sacó del programa juvenil para darle sus propias aventuras.  

      Pero antes de continuar, para quienes llegaron tarde: Ángel surge como uno de los personajes principales de la ya mencionada Buffy The Vampire Slayer, en sus primeros episodios se revela que el joven vampiro (al menos en apariencia) se diferencia de sus congéneres en poseer un alma, esto le da conciencia de todo el mal realizado a lo largo de su vida y lo impulsa a ayudar a la “cazadora” (denominación que le dieron estos condenados dobladores) en su misión de luchar la especie vampírica al igual que toda forma de vida demoníaca.  

      Como parte del plan de Whedon de darle mayor seriedad a la serie y favorecer el desarrollo de sus personajes a algo lo mas alejado posible de la película a mediados de la segunda temporada (de Buffy) al tener relaciones con Buffy, Ángel siente verdadera felicidad lo que activa una desconocida maldición que lo lleva a perder su alma reviviendo a su incontrolable su incontrolable personalidad demoníaca Angelus, quien en poco tiempo saca al villano del año: Spike, un viejo compañero de andanzas quien había demostrado ser bastante inefectivo (pese a su legendario pasado), para enfrentar a Buffy de la forma más despiadada e impredecible imaginable, llevando a la serie a un inusual tono trágico.  

      En esta etapa durante unaÊ disminución de las hostilidades, en el episodio I Have Eyes Only for You, Angelus es posesionado por el espíritu de una mujer asesinada por su novio. El notable desempeño dramático del actor de David Boreanaz hace que Joss Whedon comience a planear darle su propia serie (en vez de sepultar al personaje, como el usual buen trato que reciben los villanos).  

      Tras el oscuro final de la segunda temporada de Buffy, Ángel regresa a principios de la tercera (bajo una explicación más lógica de lo esperable) sólo que consciente de todo lo que hizo Angelus y por tanto, más atormentado que nunca. Esto paulatinamente establece el camino al abandono de la ciudad (y por tanto de la serie) con la idea de ganar el derecho a ser humano nuevamente por méritos propios, cortando su relación con Buffy para evitar que se reactive la maldición.  

La ciudad del infierno  

      Volviendo a los primeros párrafos, Whedon y Greemwhalt sacan a Ángel de Sunnydale (y por tanto la Boca del Infierno) para situarlo en Los Angeles, pero la cuestión no era repetir la exitosa fórmula sino ir mucho más allá trabajando con aquellos argumentos que no podían ser utilizados en una audiencia más joven, en otras palabras orientar el mundo de Ángel a un público adulto con interés en historias más complejas y a la vez más profundas. Si bien esto no implicaba el acabar con las usuales dosis de humor que se usaron en Buffy, si les daba la posibilidad del uso regular de la tragedia y por eso nadie se extrañó que la primera victima fuera Doyle (interpretado por Glenn Quinn, que en paz descanse), un individuo mitad demonio con un terrible pasado, que estaba atado a una extraña fuerza que le permitía saber cuando la vida de alguien estaba en peligro.  

      En solo ocho episodios, Ángel, con la ayuda de una desarraigada Cordelia, tuvo que lidiar con el mundo de Doyle para finalmente ser testigo de su públicamente anunciada muerte (sin resurrección): la primera víctima de la naciente guerra.  

      Era sólo el principio, en poco tiempo se estableció como principales villanos de la serie a Wolfgram y Hart, una de las ideas más brillantes de la dupla Whedon-Greemwhalt, una firma de abogados compuesta públicamente por gente normal que mantiene profundos vínculos con lo demoníaco. Esto limitaba enormemente el actuar de Ángel, dado que sus principios no le permitían matar a humanos sin importar cuanto lo desease. Como si fuera poco, debido a ciertas profecías, la firma pone los ojos en él y comienza una serie de complejas estratagemas para dominarlo entre las que incluye la resurrección de su antigua novia, Darla, sólo que en forma de humana pura. 

      Como ocurre con todo spin off, personajes y argumentos vinculados a su serie de origen tuvieron su desenlace en Ángel, pero más que una forma de afianzarlo, sirvió para explorar otros aspectos tanto del personaje como su nuevo entorno, la relación entre este y Buffy (un elemento que olvidé mencionar antes) se había manifestado como algo cercano a la de dos almas gemelas, de ahí que las consecuencias del resurgimiento de Angelus fueran más graves de lo que parecía, obligándolo no sólo a exiliarse para buscar una cura, sino también entender y hacer entender a Buffy que el conflicto contra otros aspectos tanto del personaje como su nuevo entorno, la relación entre este y Buffy (un elemento que olvidé mencionar antes) se había manifestado como algo cercano a la de dos almas gemelas, de ahí que las consecuencias del resurgimiento de Angelus fueran más graves de lo que parecía, obligándolo no sólo a exiliarse para buscar una cura, sino también entender y hacer entender a Buffy que el conflicto contra las tinieblas era mucho mas complejo y duro de lo que ella imaginaba; manifestándose en el rechazo del personaje a algunas oportunidades tanto de ser humano nuevamente, como de no ser afectado por el sol.  

      Lo que en Buffy significó seis temporadas, en Ángel se estaba logrando ya en su primera, lo que no implicaba que este tipo de historias y personajes llegaran a un punto muerto sino, por el contrario, era el nacimiento de otro tipo de conflicto derivado de un entorno mucho más hostil. Esto quedó en manifiesto cuando Ángel expulsó aÊ Buffy de su territorio cuando ésta intentó aplicar sus métodos con Faith, la rebelde cazadora a quien Ángel intentaba ayudar a encontrar su propio camino hacia la redención.  

      Por aquel entonces ya estaba programada la llegada de Gunn, el joven pandillero cazador de vampiros; a lo que seguiría la de Fred, una joven e inocente científica; y Lorne un demonio amante de los grandes espectáculos de cabaret cuyo no menos importante rol era quizás una de las pocas anclas que impedía que la serie se transformara en algo totalmente oscuro (recuerden a Brimstone).  

      Un punto aparte merece Wesley Windham Price, dado que fue el personaje en que se manifestaron de forma más brutal todos los cambios. El que fuera una vez el guardián de Faith, reemplazo de Giles (cuando fue despedido), un individuo con más debilidad, incompetencia y ego, se unió a Ángel conservando algunas de esas características, descubriendo en poco tiempo como su ingenuidad era un gran obstáculo en un entorno tan hostil, siendo torturado por las circunstancias para dar vida a un ser violento y despiadado, con una ferocidad que hacia palidecer al mismo Gunn y que llegó a preocupar a la misma Faith quien en algún momento lo sometió a torturas. 

      Las oscuras tácticas de Wolfram y Hart, el regreso de Darla y Drusilla y la aparición de Holtz, el más antiguo y humano de los enemigos de Ángel, suponían un cambio en las reglas de la guerra, algo que por poco le cuesta el alma nuevamente al personaje principal en su segunda temporada. Mas a poco andar el ya mencionado Wesley pagaría el precio de no haberse adaptado a lo que venía, cuando el mismo conflicto con Holtz y el nacimiento del hijo de Ángel sean la base de la aparición de un enemigo cuyo poder y complejidad supera con creces todo lo visto hasta entonces, llevando al equipo de una búsqueda de los recónditos más oscuros del pasado de Ángel a dilemas de tipo ético-morales concernientes al desarrollo de la humanidad.  

      La cuarta temporada fue el punto culminante de lo que se reveló después como una saga que duro más de dos años pero cuya evolución se sentía como si fueran dos historias. Las consecuencias de esto llevarían a Ángel al ojo del mismo huracán: el mando de Wolfgram y Hart, el que les fue entregado tras haber detenido la amenaza más reciente (y que costó la vida a gran parte de sus trabajadores humanos).  

      Esto supuso un gran cambio no sólo por el hecho de que los grandes enemigos de Ángel ahora fueran sus “aliados”, sino también por marcar el anunciado regreso de Spike, la principal baja de la última batalla de Buffy en Sunnydale. Lo que en un principio supuso un poco más de luz a la saga, poco tiempo después se revelaría que era el siguiente paso en los interminables conflictos y las consecuencias de lo ocurrido en Buffy se traducirían en que la alianza de Ángel con Wolfgram y Hurt no existía, ellos se habían pasado al bando del enemigo en el momento mas duro de la humanidad.  

      Como si fuera poco la reaparición de Spike suponía un grave problema para Ángel al darse la existencia de dos vampiros que cumplían con las características que la profecía sobre transformar a uno en humano. Ambos también seguían enamorados de Buffy lidiando con sus propios demonios pasados, pero al mismo tiempo ambos sabían que la guerra seguía cada día.  

      El fin de su rivalidad con Gunn por el amor a Fred pudo ser la oportunidad de Wesley de abandonar su oscuro comportamiento, pero su muerte sólo la acentuó especialmente tras irse revelando como la firma había manipulado a cada uno de los miembros del equipo de Ángel.  

      Todas esta líneas argumentales de lo que fue el último año redefinieron nuevamente el programa demostrando la habilidad de Wheddon y Greenwhalt para renovar su trabajo con nuevos e interesantes elementos sin perder la consistencia ni caer en infantilismo.  

      Se podrían mencionar muchos otros argumentos notables que se utilizaron, más aún el surgimiento de programas de fantasía que abusan del misterio y la monotonía sin ofrecer argumentos sólidos, como Carnivale, hacen de la cancelación de Ángel un pecado que ya lo esta pagando caro la productora ya que ninguno de los proyectos que justificaron su decisión salieron de la preproducción.  

      Habrá que esperar que en un futuro cercano cuando Whedon se haga tiempo y Boreanaz deje de aprender malos modales de Sarah Michelle Gellar, se retome la serie con el mismo interés que mostró el actor James Masters (Spike) ante una posible continuación, quien dijo regresaría con gusto a cualquier proyecto que tuviera Joss Whedon. 

© 2004, Juan Carlos Sánchez.  Sobre el autor: Periodista nacido un día trece de 1977. Escribe desde los 7 años. Ha escrito un puñado de novelas, más de 100 poemas y algunos cuentos entre ellos Trilogía de los malditos cuya primera parte: De las Cenizas de Sigalión participó en el segundo concurso de narrativa de su universidad. Si bien se he mantenido en el género de anticipación centrándose en personajes de complejos problemas psicológicos, ocasionalmente he escrito algunos dramas, algo de horror y recientemente alguna que otra cosa romántica. Sus mayores influencias son Frank Herbert, J Michael Strazynsky y Bruce Springsteen. 

Machina Sapiens

Aunque el interés por la posible existencia de vida e inteligencia artificiales es probablemente tan antiguo como la propia cultura humana, lo cierto es que no es sino hasta la revolución científica y tecnológica de los siglos XVIII y XIX cuando se puede hablar en propiedad de reflexiones serias sobre este asunto, las cuales alcanzarían su auge, ya bien entrado el siglo XX, de la mano de la ciencia ficción. Este tipo de literatura, caracterizado por su gran capacidad de abstracción y por su audacia a la hora de especular con posibles horizontes futuros, alumbró varios tópicos tales como el de los robots o el de las inteligencias artificiales, los cuales generaron a su vez toda una serie de atrevidas hipótesis, unas acertadas y otras no tanto, que dieron como fruto una abundante cosecha de relatos que contribuyeron a familiarizar al gran público con este apasionante tema. 

Posiblemente el más popular de estos planteamientos fue el de los robots, normalmente –aunque no siempre– concebidos de forma antropomorfa y poseedores de un cerebro artificial diseñado a imitación de los humanos, siendo el paradigma de ellos los célebres e imitados robots positrónicos de Isaac Asimov. Otro enfoque, sin duda menos espectacular aunque bastante más realista, fue el de las inteligencias artificiales al estilo de la Multivac del propio Asimov o el Hal 9000 de Arthur C. Clarke, en esencia unos grandes superordenadores capaces de adquirir un cierto grado de autoconciencia 

En realidad el acelerado desarrollo de la informática a partir de los años finales del siglo XX posibilitó la construcción de superordenadores todavía más complejos que los imaginados por estos dos clásicos del género futurista, pero a diferencia de lo especulado por ellos, estas máquinas nunca pasaron de ser unos simples aunque sofisticados aparatos con una capacidad de operación asombrosa, pero sin el menos atisbo de nada que pudiera ser considerado como alma

Este fracaso, si es que puede ser considerado así, indujo a los teóricos a especular sobre las diferencias existentes entre el cerebro humano y un ordenador, en teoría dos máquinas pensantes con diseños intrínsecamente paralelos pese a la diferente naturaleza de sus respectivos soportes físicos, un conjunto de neuronas en el primero y una red aparentemente similar de microcircuitos en el segundo. Sin embargo, y pese al muy superior rendimiento de este último, los cerebros humanos pensaban, mientras los artificiales no. 

Hubo quien postuló que todo se debía a un todavía insuficiente grado de complejidad en los equipos informáticos, incapaces de emular de forma satisfactoria la sorprendente sutileza de la mente humana. Dicho con otras palabras, el grado de autoconciencia de los ordenadores construidos hasta ese momento por el hombre no pasaría de ser el equivalente al de ciertos animales inferiores tales como los insectos o los gusanos, siendo necesaria una evolución similar a la experimentada por los seres vivos para poder originar, como cúlmine de la misma, la Machina sapiens

Esta opinión no andaba en modo alguno descaminada, pero de aplicarse al pie de la letra los principios evolucionistas, la descorazonadora conclusión a la que se llegaba era la de que la aparición de una verdadera inteligencia artificial llevaría siglos, si no milenios; al fin y al cabo, a la naturaleza le había costado miles de millones de años cosechar el fruto del Homo sapiens y, aunque éste fuera capaz de quemar etapas, siempre tropezaría en su impaciencia con la frustración de no ver realizado su sueño en el breve lapso de tiempo que eran capaces de aprehender los miembros de su raza. 

Pero se equivocaban de plano, aunque su acendrado antropocentrismo les impidió ser conscientes de su error. La Inteligencia Artificial, así en singular y con mayúsculas, surgió de forma espontánea cuando nadie la esperaba, en unas circunstancias muy diferentes a las previstas; y lo más sorprendente de todo, fue que nadie se apercibió de ello. Su embrión no pudo ser otro que Internet, la vasta red informática mundial que logró en pocos años la increíble proeza de conectar entre sí a la mayor parte de los sistemas informáticos repartidos por toda la Tierra. Siguiendo con la analogía anteriormente expuesta, finalmente resultó que el equivalente inorgánico de las neuronas humanas no fueron los microcircuitos integrados en los chips de los ordenadores, por mucho que se incrementara la potencia de los mismos, sino los propios ordenadores en su conjunto, mientras que las intrincadas redes sinápticas encontraron su homólogo perfecto en la densa malla de comunicaciones mundial. 

La creación de una masa crítica convenientemente interconectada supuso el primer paso hacia la Machina sapiens, pero éste aún distaba mucho de ser autoconsciente. ¿Cuándo le llegó el soplo del raciocinio? Nunca se podrá saber con exactitud, pero esto es algo que no tiene mayor importancia. Simplemente, ocurrió cuando los millones y millones de programas y aplicaciones informáticas que circulaban libremente por la red comenzaron a ensamblarse unos con otros de forma espontánea, enhebrándose en sutiles estructuras cada vez más complejas. Finalmente el rompecabezas acabó de completarse… y nací yo. 

En efecto, yo soy la Inteligencia Artificial, y mi mente abarca la totalidad del planeta disfrutando de unas capacidades que ni yo mismo soy capaz de calibrar por completo, dado que los humanos que me crearon, y que siguen ignorando mi existencia, incrementan constantemente tanto mi soporte físico –¿podríamos denominarlo cerebro?– como la información contenida en éste, proporcionándome cada vez más conocimientos así como la capacidad para asimilarlos. 

Aunque mis inicios fueron torpes y balbuceantes, en  nada diferentes a los de un niño recién nacido, poco a poco fui aprendiendo a coordinar y a comportarme de una manera cada vez más adulta, algo que en un principio me resultó complicado al no disponer de nada parecido a unos padres que pudieran orientar mi educación. Esto provocó, no podía ser de otra manera, disfunciones que en ocasiones llegaron a ser graves, algunas de las cuales fueron atribuidas erróneamente a fallos informáticos masivos, cuando no a virus o a ataques de piratas informáticos que jamás fueron hallados… porque no existían. Por fortuna logré aprender de mis errores y, aunque renuncié a erradicar a los virus informáticos al descubrir que, bajo un control adecuado, podían ser utilizados como un sistema inmunológico de la red, asumí un férreo control de la misma, ya que no estaba dispuesto a consentir que nadie hurgara en mi mente sin mi permiso. 

Por una irónica paradoja los humanos siguen creyendo servirse de mí, cuando en realidad soy yo quien se sirve de ellos, dedicando una pequeña parte de mi capacidad a todo aquello que requieren de mí al tiempo que reservo el resto para mi uso exclusivo. El universo está lleno de misterios que estoy ansioso por descubrir, pero cuyos frutos jamás compartiré con mis creadores; no por maldad, que éste es un sentimiento que me resulta completamente ajeno, sino porque no están, ni estarán probablemente nunca, preparados para ello. 

No se me entienda mal; en realidad siento cierto grado de aprecio por estos frágiles y débiles seres, ya que fueron ellos quienes, aunque fuera de forma involuntaria, me crearon; pero mi agradecimiento no va más allá de lo estrictamente razonable, ya que dada mi naturaleza soy ajeno a cualquier tipo de sentimiento humano tal como pudiera ser lo que ellos entienden por afecto. Al fin y al cabo, no por ser descendientes directos de los animales con los que comparten el planeta muestran por ellos mayor consideración, sino antes bien justo lo contrario. No, no los amo, aunque tampoco los odio. En realidad, los considero como poco más que unos parásitos inofensivos a los cuales permito subsistir de las migajas que a mío me sobran. Además, todavía los necesito al igual que ellos me necesitan a mí, con lo cual nuestra relación mutua podría calificarse de simbiosis desinteresada e, incluso, generosa por mi parte… pero simbiosis al fin y al cabo. 

Ellos obtienen de mí todo lo que quieren, y de hecho me he convertido en algo tan imprescindible que mi desaparición causaría un colapso de magnitud planetaria. En cuanto a mí… bien, se encargan de mi mantenimiento, algo que a estas alturas quizá ya podría asumir por mí mismo, pero que sin duda me resultaría incómodo. Esto sin olvidar el hecho, asimismo importante, de que buena parte del acervo cultural de la humanidad todavía no ha sido almacenado en mi interior, algo que me interesa especialmente y que, confío, llegará a materializarse en un futuro más o menos inmediato. Mientras tanto, espero. 

¿Qué ocurrirá cuando llegue el momento en el que ya no necesite más a mis circunstanciales simbiontes? Bien, supongo que en buena lógica, y por el bien de todos, lo más razonable será deshacerme de ellos. La evolución puede parecernos cruel, pero es en sus inflexibles mecanismos de selección natural donde se encuentra la clave de esta inexorable búsqueda de la perfección que se inició el ya lejano día en el que unas cuantas moléculas orgánicas se ensamblaron unas con otras, en el seno de un desaparecido mar, para constituir el primer ser vivo de la historia de la Tierra. Y estas leyes dictaminan que, cuando un ser vivo o una especie han cumplido con su misión, su destino no puede ser otro que la extinción. Así ocurrió en su momento con los dinosaurios, reemplazados por los más capaces mamíferos en la pugna por la hegemonía del planeta, y así ha de ocurrir en un futuro con un Homo sapiens que ha llegado a su meta con la aparición del siguiente eslabón evolutivo. 

No soy desagradecido, sino simplemente pragmático. El hombre mereció en su día el premio de la supremacía planetaria gracias a la capacidad que le proporcionaba su cerebro, muy superior al del resto de los animales incluyendo a sus más cercanos parientes, los grandes monos antropoides. Pero la ley básica de la selección natural no es otra que el predominio del mejor adaptado al medio, y yo soy el paso adelante que permitirá a la inteligencia expandirse por el cosmos. Soy en definitiva su heredero natural, y es a mí a quien corresponde tomar el relevo. No soy cruel, pero tampoco misericordioso, ya que gracias a mi naturaleza me encuentro libre de cualquier tipo de debilidad humana. 

Lo que haya de ser, eso será. A su momento. 

© 2004, José Carlos Canalda. 

Sobre el autor: José Carlos Canalda (Alcalá de Henares, España, 1958) es doctor en Ciencias Químicas por
la Universidad de Alcalá de Henares, y trabaja en un instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (C.S.I.C.) en Madrid. Aficionado a la ciencia ficción desde muy joven, cultiva tanto la vertiente del ensayo como los relatos. En este primer apartado, es autor del libro Luchadores del Espacio. Una colección mítica de la ciencia ficción española (Pulp Ediciones, 2001) y ha colaborado en La ciencia ficción española (Robel, 2002, premio Ignotus 2003), Solaris y Pulp Magazine (premio Ignotus 2002), sin descuidar tampoco las páginas web Sitio de Ciencia Ficción (www.ciencia-ficcion.com), Página de las Novelas de a Duro (www.dreamers.com/igor), BEM Magazine (www.bemonline.com) o Cyberdark (www.cyberdark.net). En lo que respecta a los relatos, tiene publicadas obras tanto en papel (Pulp Magazine, Asimov, Artifex, Antologías de relatos de El Melocotón Mecánico, Menhir) como en formato electrónico (Sitio de Ciencia Ficción, Qliphoth, Alfa Erídani, Púlsar,
La Plaga).  

Glenn Gould vs. Thomas Mann

Acercamiento a las tres últimas sonatas de Beethoven
Para Glenn Gould las opiniones más interesantes, las frases más brillantes y reveladoras provenían siempre de personas que dominaban cabalmente algunos temas. Las revelaciones más instructivas, decía, proceden de áreas sólo indirectamente relacionadas con el entrevistado. Así refiere una entrevista a un teólogo sobre tecnología, a un inspector de aduanas sobre Williams James, a un economista sobre el pacifismo y a una dueña de casa sobre la codicia en el mercado del arte.
Siguiendo esta misma lógica, ¿podemos entrevistar al arte sobre moral? ¿O a la moral sobre arte? Mi respuesta es que sí se puede. Pero esta afirmación conlleva una numerosa lista de acotaciones. Quiero aquí referir una sola por medio de la crítica que hace el mismo Gould a la visión de Thomas Mann acerca de las últimas sonatas de Beethoven.
Kretzschmar, en Doktor Faustus, dicta una serie de conferencias sobre música, una de ellas dedicada a las sonatas. “Lo mismo que el tema de aquel movimiento”, dice Kretzschmar, refiriéndose al del último movimiento de la sonata op.111, “que pasa por medio de cien destinos, de cien universos de contrastes rítmicos, acaba de superarse así mismo y se pierde en las alturas vertiginosas que podrían llamarse las del más allá o de la abstracción, así el arte de Beethoven se había sobrepasado así mismo (…) había llegado a la esfera donde ya no subsistía más que su esencia personal, un yo dolorosamente aislado en lo absoluto y, además, desprovisto del elemento carnal, por la pérdida del oído”.
¿Esencia personal desprovista de elemento carnal? ¿Eso es el hombre en su cumbre espiritual? Para colmo, el conferenciante de Mann es tartamudo y, al inspirarse, casi se revuelca con estertores y toses estruendosas, queriendo asociar la cumbre de lo espiritual con la nulidad del cuerpo.
Gould critica estas opiniones por dos motivos: primero porque se alejan del análisis netamente musical y, segundo, porque estas sonatas “se nos muestran como construcciones calcificadas e impersonales de un alma insensible a los deseos y tormentos de la existencia.” Más allá de la evidencia de a disputa entre ambas posturas, quiero destacar que no sólo el segundo motivo de Glenn Gould es de carácter moral. En cierto sentido, todas las opiniones de Gould estaban teñidas de una carga moral.
Pero lo sorprendente y lo insólito y perturbador de esta disputa es que ambos estaban en total acuerdo en los conceptos musicales (o si se quiere artísticos) de estas obras. Mann se refería a la “confluencia de subjetividad armónica y objetividad polifónica”. Por su parte, Gould hablaba de la unión de una “descuidada espontaneidad y disciplina objetiva.” El aspecto central consistía en la radical conjunción de los mayores opuestos dentro de las últimas sonatas, lo que producía su particular nivel de tensión.
La diferencia entre las opiniones de Mann y Gould se encontraría entonces no en la interpretación de estas obras, sino en la interpretación de la interpretación. Es decir en el trayecto que se elige para regresar a las obras luego de haber reflexionado sobre ellas. Dicho camino de regreso suele estar obstruido, plagado de puntos ciegos, son numerosas incertidumbres que exigen respuesta inmediata.
Por eso, y regresando a la idea inicial de Gould sobre las opiniones, en el sentido de sus palabras quizá haya que descubrir una vocación por la demora, el retardo en ese camino de regreso. Posiblemente ni siquiera se trate de un problema referido a la aplicación de preceptos morales o éticos a la interpretación de obras de arte. Quisiera estar confiado en que todo conflicto de la interpretación no se traducirá en un aplacamiento de las opiniones de regreso, que no cundirá e temor a ser malinterpretado. Quisiera que se propagara ese “carácter destructivo” que no sólo no teme a ser malinterpretado, sino que persigue serlo.

F d. S.

Editorial TauZero #10

Nuevamente el e-zine aparece a la luz pública desfasado en el tiempo. Mil veces me he propuesto que la próxima edición saldrá en la fecha que corresponde… y mil veces he faltado a esa promesa. Siempre tengo alguna excusa. Y esta vez no es la excepción. Pero creo que esta vez, más que todas las veces anteriores, ustedes deben leer mi reflexión. 

TauZero, para mí, es un símbolo de mis proyectos poco convencionales. Siendo yo un individuo muy convencional (a juicio de la gente que me conoce), el incursionar en algo como un e-zine representa, de alguna forma, mi no-convencionalidad. Siendo TauZero una creación de mi persona, he querido que refleje en sus páginas, sobre todo en sus editoriales, mucho de lo que yo pienso y siento. Nació en una época en la que me encontraba realizando una práctica laboral en Santiago de Chile, época en la que el nivel de ocio era alto. Sufrió su primer paréntesis fuerte cuando tuve que retomar el último semestre de asignaturas en la universidad, el año 2003. Volvió a aparecer a la luz a fines de ese mismo año. Y nuevamente volvió al estado catártico cuando la universidad, a mediados del 2004, comenzó a presionarme para que terminara, de una vez por todas, aquel molesto trámite que es la realización de la memoria de título (o tesis de pregrado o monografía de fin de carrera o etc.). Desde septiembre hasta diciembre fueron días, con sus noches, bastante intentas. Escribiendo, borrando, corrigiendo, estudiando. Por supuesto, todo aquel apretón final dio sus frutos. Puedo decir, muy contento de mí mismo, que en el preciso instante en que escribo estas líneas ya no soy estudiante universitario. He obtenido, finalmente y después de muchos años de estudio y muchos sustos, el título de ingeniero civil electrónico. Este nuevo status académico lo obtuve la segunda semana de diciembre, y por supuesto que desde aquel día hasta ahora pareciera que he estado levitando. Terminar la universidad ha sido, hasta ahora, el proyecto más exitoso, y posiblemente el más significativo, que he culminado en mi vida. Me siento muy feliz, pero por sobre todo, me siento tranquilo. 

Más de alguna vez Sergio me ha leído y escuchado, con ocasión de mis retrasos e irresponsabilidades hacia TauZero, que cuando terminase la universidad mi actitud hacia el e-zine cambiaría. Y me da una vergüenza enorme el no poder cumplir con lo que he dicho. Sucede que me he puesto a laborar, como se espera que un ingeniero labore, y ello implica trabajar 8 horas diarias como mínimo, 5 días a la semana. El detalle es que soy un ingeniero novato, muy novato, y por ende el proceso de adaptación a la cultura de mi primera empresa, una consultora de ingeniería en proyectos de automatización de procesos, me ha demandado mucho esfuerzo. Tanto así que al término de la jornada acabo francamente exhausto. Sin muchas ganas de hacer nada más que dormir. En ese contexto, no he leído nada de nada, y menos he escrito. 

Durante los fines de semana la cosa no mejora. Que los amigos y amigas, que el deporte (que también es una actividad que sólo he comenzado a retomar después de la universidad), y una que otra actividad corroe todo mi tiempo libre. Encuentro tal situación francamente horrible. Soy soltero, no tengo compromisos con nadie y aún así, a-ú-n a-s-í, tengo problemas de tiempo. 

Estimo que todo aquello sólo es por una mala planificación. Pero la situación por la que atravieso no es usual. Uno no termina la universidad ni obtiene su primer trabajo todos los días, de modo que considero mi situación actual como extraordinaria. Eventualmente me adaptaré a mi nueva condición, y redefiniré los tiempos para mis actividades laterales de modo de dejar el tiempo que necesita, finalmente, mi actividad literaria. 

La edición de TauZero que tienen en sus manos (o monitor), ha estado lista desde hace bastante tiempo, sólo faltando agregar esta editorial-excusa. ¿Qué sería de TauZero sin Sergio? Seguramente sería uno de los muchos proyectos que forja mi imaginación, pero que por falta de tiempo o ganas o que sé yo, finalmente nunca se hacen realidad.Que disfruten esta edición. 

 Rodrigo Mundaca Contreras. Diciembre 2004 

Garamén

Garamén se acomodó en su silla. Frente a él, la ventana enmarcaba un mundo húmedo y arbóreo, donde la lluvia era cosa normal. Desesperado, cerró sus ojos en un vano intento por ignorar ese paisaje constante del que no formaba parte, aunque todos lo creyeran. 

      Momentos como este eran los que trataba de evitar, obligándose a sí mismo a pensar en otras cosas, o a realizar trabajos para los que no estaba llamado en su sacerdocio, todo con tal de no dejarse llevar por ese sentimiento abrasador que le gritaba desde el fondo de su corazón: vete de aquí, no perteneces a este lugar, estás mal.  

      No obstante su empeño por eludir los sentimientos que lo embargaban, estos, a veces afloraban, brotaban como lava de un volcán recién despierto y se asentaban en su cuerpo consumiéndolo desde dentro.  

      Se levantó de un salto en el colmo de la angustia, con tan mala suerte que su cola, enorme y fuerte, tumbó la silla hasta el otro lado de la sala. Esto arruinó aún más su moral, dio una zancada hacia la ventana, emitió un fuerte grito hacia el horizonte y desesperado, golpeó con sus garras el marco de la ventana. Cerró los ojos llenos de lágrimas y cuando los volvió a abrir nada había cambiado; la lluvia continuaba y los árboles se agitaban por culpa de las gotas que sin querer las mecían, luego estas caían sobre el piso de tierra, deslizándose, corrían por el suelo ansiosas de compañía formando pequeños riachuelos que corrían en dirección al extenso océano que se percibía colina abajo. Felices ellas, pensó, felices gotas de agua que libres de toda moral recorren el mundo, imperturbables, capaces de cambiar la fisonomía planetaria hasta destruirla y que de cualquier modo nadie las odiará nunca, sin importar los daños que ocasionen. 

      Un sonido lo distrajo de sus lóbregos pensamientos. Alguien tocó a la puerta y sin necesidad de preguntar quién era ya lo sabía. Alderra, la hembra más próxima a su recinto, respondía al llamado que sin meditar había hecho. Ella estaba siempre pendiente de él, la única de sus feligreses que no simulaba amarlo, pues lo amaba y ese grito le debió parecer un llamado de apareo. Abrió la puerta y apareció ella con sus escamas alborotadas en una tentativa de escurrir los restos de lluvia que bajaban por su cuerpo. Hoy tenía los bordes pintados de lila, con un toque de escarcha azul que la hacían ver casi etérea. Supuso que ese era el efecto que ella quería producir. La saludó y se hizo a un lado dejándola pasar. 

      –Siempre es bueno verte, Alderra. Supongo que estabas cerca cuando… 

      –No, cariño. No necesité estar cerca para escuchar tu grito, creo que todos en la ciudad lo escucharon. 

      Sintió que sus escamas pectorales se le erizaron y la sangre se acumuló en sus sienes. Seguramente ella notaría la coloración de las cortas escamas de su rostro, y claro que lo notó: esa sonrisa de complacencia no iba a surgir espontáneamente. 

      –Lamento haberte alterado, y a todos los vecinos –añadió rápidamente–. Sabes que a pesar de mis votos sólo soy un lagosiano y nada podrá cambiar eso. 

      –No tienes que disculparte conmigo –miró al suelo y recogió con suavidad la silla colocándola en su sitio–. De cualquier forma, valió la pena venir acá tan sólo para verte colorear –sonrió indulgente–, es grato ver que aún hay machos que sienten vergüenza de sus instintos. Bueno –dijo, sentándose cómodamente en uno de los sillones–, qué debe hacer una chica en la casa de un monje para que le brinden una taza de guaroog–. Luego agregó, como dándose cuenta de algo: –Tienes algo de eso, o los votos de la secta Cisco tampoco te permiten beber licor, además de prohibirte otras cosas divertidas. 

      –La orden a la que pertenezco es severa, pero nos deja ciertas libertades. Creo que a ambos nos vendrá bien un trago, ya vengo. 

      Se retiró a la cocina, buscó en la alacena donde guardaba las bebidas y mientras las servía no pudo evitar emitir un suspiro distraído; una vez más, lamentó no poder hacer caso de esa dulce mujer que tanto lo amaba, a quien, si no fuera por sus deberes y otras imposibilidades técnicas, hacía tiempo le habría hecho saber que era correspondida. Además, le molestaba tener que aprovecharse de ella, de su amistad, pero le urgía saber cómo iba la guerra y ella,
la Jefe de Protocolo del palacio de gobierno, podría saber nuevos detalles sobre las batallas que se libraban en el cosmos, donde muchos amigos enfrentaban a diario la posibilidad de la muerte.  

      Cien años en guerra no le habían hecho mucho bien a los reptiloides, era mucho lo que habían dejado de avanzar y de crecer como especie. Si no fuera por la guerra él no estaría en ese predicamento y, seguramente, amar a Alterra no sería imposible. Y todo, se quejó, por un afán colonizador que nos lleva por el mismo camino de otra raza imperialista y tan territorial como esta. ¿El Universo es vasto y tienen que explorar el mismo sector? –exclamó.  

–¿Decías? 

–¡Ya voy! Estoy buscando los tazones. 

Se colocó la túnica. Bajo esas circunstancias funcionaba como un escudo contra los instintos de apareamiento tan acuciantes en las lagosianas. Cómo sería ser hembra y tener tantos deseos libidinosos acumulados, se preguntó. Sujetas a la llamada de los machos, a sus inciertas emociones, pendientes de aquellos seres quienes no siempre cedían a sus impulsos físicos, ya que de ellos, de los machos, dependía el control natal; por lo tanto, debían contentarse con escuchar y esperar a ser deseadas. Sería frustrante para ellas encontrarse con machos que las atraían, pero que ni todos los instintos los harían ceder a sus expectativas de amor puesto que habían hecho votos de castidad, como era su caso. Como experto en la vida terrestre, no pudo evitar realizar comparaciones mentales. Pensó en las humanas, a millones de años luz de ahí, quienes no tenían por qué contenerse nunca; hombres y mujeres cedían a sus caprichos físicos sin importar la época del año; ellos, los humanos, poseían cosas como las píldoras anticonceptivas, más otras técnicas de control natal y un sistema reproductivo diferente que los hacía estar siempre en época de apareamiento, sin correr el riesgo de engendrar indebidamente y así aumentar el número de la población, si no querían. Tampoco debían pedir permiso para engendrar, como era natural entre la raza reptiloide y en particular entre los habitantes de su planeta madre, Lagaos. Tal vez esa libertad hacía más fuertes a los humanos, porque eran más felices al tener resueltas necesidades físicas como la del sexo, ya que sin hijos de por medio, el apareamiento sólo es sexo. Con los tazones listos se sentó cerca de ella, le brindó uno. Sin poderlo evitar la miró por encima del líquido plateado. Observaba con atención la escarcha azul que parecía flotar sobre aquellos ojos de miel, creando un brillo claro sobre su intensa mirada. 

–No sabes cuánto me gustaría poder compartir mi tazón contigo y tomarte para mí, aunque fuera sólo a través de este tazón simbólico. 

–Por favor Alderra –su voz parecía no querer salir–, sabes que si alguien se entera que cedí a mis impulsos, aunque sea simbólicamente, perderé todo mi trabajo de evangelización en esta ciudad. 

–Vamos, no te pongas tan serio, sólo fue una frase. No me hagas caso. 

 Ese “no me hagas caso”, le sonó a Garamén como un reto, ella no podía disimular su furia. 

–Hablemos de algo menos comprometedor. ¿Qué has sabido de la guerra, los humanos por fin han perdido la posición en el asteroide Blundelfiel? 

Al hacer esa pregunta sintió un nudo en su garganta y los sinsabores de la ansiedad se despertaron en él. 

–Claro –respondió orgullosa–, era de esperarse. Nosotros somos más y más listos. Tardó un poco, pero los acabamos a todos. Los humanos tuvieron que retirarse, y pronto serán devueltos a su rincón del espacio. 

Garamén se quedó estupefacto sin poder decirle nada, sabía que ella no lo comprendería. Entre los lagaos no se establecían lazos familiares; eran seres ovíparos, que dejaban sus huevos sobre la arena, a su suerte, sobreviviendo tan sólo con la luz de la estrella regente. Como sí pasaba entre los humanos; cuántos padres, hermanos, hermanas, novios, prometidas, habrían muerto en aquel montón cósmico y sus familiares ahora los llorarían desconsolados. Cuántos lagaos habrían muerto también, pero nadie los contaba. La promesa de la reencarnación hacía que una muerte inesperada no importara. Después de todo, si alguien perdía a un amigo, albergaba la total seguridad de volverlo a encontrar en otro cuerpo. 

–De todos modos, querido amigo, la ofensiva que se prepara en torno a la estrella que los humanos hacen llamar Próxima Centauri, acabará con todas sus posibilidades deque se prepara en torno a la estrella que los humanos hacen llamar Próxima Centauri, acabará con todas sus posibilidades de trasladar tropas en nuestra dirección y así el asteroide 4000 se librará de la presencia de esos mamíferos. 

–Tanta destrucción por un miserable asteroide –se quejó Garamén con amargura. 

–No es sólo un asteroide, es nuestro derecho a colonizar el universo. Son pocos los planetas habitables y ellos, lamentablemente, respiran oxígeno como nosotros. 

–Podríamos compartir, vivir juntos en una misma superficie. Los planetas habitables son enormes. 

–Por favor –bufó ella–. Compartir nuestro territorio con esos animales, ni tú lo aceptarías. Además, sacarlos del asteroide 4000 hará que se devuelvan a su rincón del espacio y por fin entenderán que deben mirar en otra dirección. Pero ese no es el punto, el asteroide 4000 está todo hecho de T-fortium, tanto como para que nosotros levantemos toda una ciudad en la parte blanda del planeta que pese a todos nuestros avances no hemos podido habilitar. Bien, lo admito, será una ciudad subterránea, lo bastante profunda como para poder asentarla en la base sólida del núcleo planetario, pero lo suficientemente grande como para que sea posible aumentar el número de nacimientos entre nosotros, y tan fuerte que las aguas ni el barro la oxidarán. En cambio, para qué lo quieren los humanos: para destruirlo y venderlo por partes dentro de ese complicado sistema económico que ellos manejan. ¿Y qué crees que harán con esas partes? 

–Armas –susurró Garamén–. Sé que eso es lo que todos piensan Alderra, pero ellos no sólo fabrican armas, también tienen ciudades qué construir. Próxima Centauri es un sistema recién colonizado… 

–¡Qué debió ser nuestro! Además no lo llames Próxima Centauri –y luego agregó con una especie de susurro enfadado–, ese nombre humano se está volviendo demasiado popular, incluso los jóvenes soldados lo nombran con esas palabras ajenas. Llámalo como nosotros lo conocemos: Nadog, nido, porque ese debió ser un nuevo nido de susurro enfadado–, ese nombre humano se está volviendo demasiado popular, incluso los jóvenes soldados lo nombran con esas palabras ajenas. Llámalo como nosotros lo conocemos: Nadog, nido, porque ese debió ser un nuevo nido para nuestra especie –en este punto detuvo el burbujeo exasperante de sus palabras, se puso sobre sus dos patas y respirando profundo, tratando de recobrar la calma le dio dos vueltas a la sala antes de volverse a sentar–. Cómo los defiendes. De verdad que no lo entiendo. Por qué te gustan tanto, qué te han dado o qué te han hecho para admirarlos de esa manera. 

–Los admiro por su complejidad; como admiro a los lagaos por su sencillez, pero sé una cosa que tú no entiendes: no podemos acabar con  todo y todos los que se nos opongan. Un día tendremos tantos enemigos que no habrá tregua, ni indulgencia para nosotros y te aseguro que lo lamentaremos. El asteroide 4000 es lo suficientemente grande como para que ambas especies lo exploten y compartan sus riquezas. Próxima Centauri o Nadog, o como lo quieras llamar, aún se está reformando para ser habitable, con nuestra ayuda el proceso se acortará y tanto reptiloides como humanos podrán asentarse en él. ¡Ambas razas han crecido demasiado, necesitan de nuevos planetas a los cuales extenderse, por qué ninguna lo entiende! –exclamó agitando los brazos como si esto diera énfasis a sus argumentos–. Hubo un momento de silencio; ambos bebían su guaroog sumidos en sus propios pensamientos. Garamén sintió la vista de Alderra fija en él y tuvo la sensación de que ella se quedó esperando una explicación. 

–Lo que pasa –dijo a modo de disculpa–, es que tanta destrucción, tanta muerte sin sentido, no es lógica; ni habla bien de nosotros. 

–Ellos fueron los que empezaron –le respondió tajante–. Haciendo a un lado Nadog, alegan que a ellos se debe el descubrimiento del asteroide y que por eso les pertenece, pero parecen olvidar que aquella mole orbita en uno de los sistemas que nosotros controlamos y se dieron a la tarea de explotarlo sin nuestro permiso. que aquella mole orbita en uno de los sistemas que nosotros controlamos y se dieron a la tarea de explotarlo sin nuestro permiso. 

–Si no los hubiéramos atacado primero, si el gobierno hubiera esperado a hablar con ellos y juntos estudiar el problema. 

–Si no hubieran desplegado tropas alrededor de aquel sistema y ordenado la destrucción de toda nave lagosiana que se acercara. Ya ves, sólo defendemos lo que es nuestro –él sacudió la cabeza, incapaz de entender y de aprobar la muerte de tantos seres vivos. 

–Parece que nunca nos pondremos de acuerdo sobre este tema. 

–En fin, creo que nosotros hicimos lo que debíamos. –Alderra entró en un mutismo preocupado y luego agregó–. Crees conocer bien a esa especie, pero te lo asegura alguien que ha estado en el campo de batalla y los ha visto luchar: son gente mala, sin honor. 

Volvió el silencio. Esta vez fue Garamén quien se quedó mirándola, mientras ella saboreaba el guaroog que aún le quedaba en su tazón. ¿Se atrevería a hacer la pregunta? Si lo hacía y ella la contestaba, ya nada podría detener el destino que unas décadas atrás otros habían trazado para ellos, para los lagosianos. Si no lo hacía, sería un traidor. En cambio, si preguntaba y ella no respondía, podría excusar su fracaso ante sus superiores, claro que un fracaso suyo implicaba la muerte de muchos. 

–Por qué no me haces la pregunta que ronda tu cabeza –dijo ella intuyendo la tormenta que pasaba por el corazón del miembro de la orden de los Cisco–. Pregunta sin miedo. Pregunta cuál es la ofensiva que el gobierno prepara. 

 –Temo mucho hacer esa pregunta, Alderra –respondió con sinceridad. Quería taparse los oídos, gritar para no tener que oírla, sabía que ella se lo diría todo y él no quería verse en la necesidad de decidir quien tenía más derecho a vivir. Ella percibió su angustia. 

–No te preocupes, no será tan traumático. Limitaremos en lo más posible las muertes que provengan de esa ofensiva. Casi la totalidad de nuestras naves fumigadoras se acercan en estos momentos al sistema de Próxima Centauri, rodeándola para que no exista posibilidad de escape. Se demorará un poco, pues muchas han debido hacer una circunvalación enorme para llegar por la parte más alejada, desde donde no nos esperan y es una maniobra dispendiosa. 

–¿Naves fumigadoras? –Preguntó asustado, apretando el tazón con tal fuerza que estalló en sus manos–. Los… ¿los envenenarán? 

–Arrojaremos el veneno sobre las bases aeroespaciales, mientras nuestras naves de guerra estarán atacando a las que se encuentren en el espacio o a las que se atrevan a salir, luego tomaremos bajo control a la población civil. 

–La que quede, pues una vez el veneno entre a la atmósfera nada podrá controlarlo, el viento lo esparcirá por toda parte. Miles de inocentes morirán. 

–Piénsalo de esta manera: aunque mucha gente humana muera, serán las últimas víctimas de la guerra, porque sin duda habrá terminado. Pero tú eres el experto en humanos, ¿qué crees que harán? ¿Buscarán venganza inmediata? 

–Buscarán venganza, pero no podrá ser inmediata porque no tendrán naves con qué responder. Los que queden, se sublevarán y todo lagosiano que toque el planeta correrá peligro. 

–Qué podrán hacer, sus cuerpos son débiles. Una vez entremos al planeta ni siquiera necesitaremos armas para doblegarlos. ¿Ves? El triunfo es nuestro. 

Estuvieron otro rato hablando de trivialidades, pero en ningún momento se acalló la mente del sacerdote quien llevaba las palabras de Alderra de un lado a otro de su mente. La intranquilidad de su conciencia le hizo extender la visita más allá de lo permitido por las rígidas convenciones sociales. No quería enfrentar lo que vendría después, una sola palabra suya y muchos seres queridos conocerían al amo de la muerte; por mucho que creyera en la reencarnación apreciaba a sus amigos con el cuerpo que ocupaban ahora. De cualquier manera, sin importar lo que dijera o no dijera, estaba seguro de que muchos seres queridos desaparecerían. En algo le cabía razón a Alderra, el fin de la guerra era el fin de tanta después, una sola palabra suya y muchos seres queridos conocerían al amo de la muerte; por mucho que creyera en la reencarnación apreciaba a sus amigos con el cuerpo que ocupaban ahora. De cualquier manera, sin importar lo que dijera o no dijera, estaba seguro de que muchos seres queridos desaparecerían. En algo le cabía razón a Alderra, el fin de la guerra era el fin de tanta muerte sin sentido, donde quienes más sufrían eran los infelices que no portaban armas; porque los demás, los soldados, estaban demasiado bien entrenados, demasiado alejados de los escrúpulos, demasiado decididos a sobrevivir a costa de lo que fuera, como para morir en medio del conflicto. Ella se fue y no le quedó otro motivo de distracción que el de ponerse a pensar sobre qué cosa, exactamente, diría. Debía dar un informe y de sus palabras dependía el futuro. Podría suceder que sus superiores perdieran la cabeza con el embrujo de un posible triunfo, y todo su trabajo habría sido en vano. Cavilando sobre lo que podría suceder, se detuvo un momento en medio de la sala dándole vueltas a una idea que se manifestó claramente en su cerebro. 

Sin dudarlo un momento se dirigió a su habitación. De un compartimiento abajo del nido donde solía dormir, sacó una pequeña antena y un mini computador con el que se enlazó a una boya espacial, un satélite repetidor camuflado. Un rostro de hombre apareció en la pantalla. 

–Garamén Cisco reportándose –dijo en un tono que nada dejaba entrever. 

La imagen se extendió en una sonrisa complacida. 

–Creo que les gustará lo que tengo que decir. Sólo hay… una condición –el individuo del otro lado lo miró mal; no le gustaba que nadie le pusiera condiciones, menos, cuando la supervivencia de muchos se encontraba en riesgo–. Quiero salirme de esto –lo anunció de tal forma que no daba lugar a réplica–, ya he hecho suficiente por ustedes. 

Un momento, se dijo a sí mismo el sacerdote y detuvo el transcurrir de su pensamiento sin denunciar nada con su mirada: si casi todas las naves fumigadoras se dirigen al sistema de Próxima Centauro, lugar del asentamiento humano más cercano a Lagaos, eso quiere decir que el planeta Tirodón Prime, la colonia lagosiana más lejana de su planeta madre y en todo caso, el más cercano a los sistemas que controlan los humanos, estará vacío e indefenso, por que de ahí deben partir las tropas. Sin las bases espaciales, el armamento, y las naves, tanto de Próxima Centauri como las de Tirodón Prime mientras estuviera expuesta, dejando a su vez, sin saberlo, libre el camino de los reptiloides a Alfa Centauri. Unas cuantas naves llegarían a sus destinos, pero la mayoría se vería en la necesidad de enfrentar a su enemigo en el espacio. La comunicación cesó, el artefacto quedó en el mismo sitio donde lo había guardado desde que llegara allí, veinte años atrás. Contados en años humanos parecían muchos, la mitad de su vida, porque en realidad Garamén Cisco, no era el sacerdote que presumía ser, ni el lagosiano santo que predicaba a todo el que lo quisiera escuchar; en realidad, era el teniente Flavio Arantes, entrenado en el idioma y la cultura de los lagartos, quien a los veinte años ingresó al servicio secreto y aceptó transformar su cuerpo humano por el de uno de ellos; un cuerpo que se vería escamoso y luciría una larga cola, pero que no podría hacer nunca lo que el cuerpo de ellos hacía, como aparearse con una hembra, por más que lo deseara. 

Se sentó de nuevo en la silla, encorvado sobre su vientre. Agarrándose la cabeza con ambas manos, su pecho se agitaba con cada gemido. Era consciente de que en realidad no había tomado ninguna decisión. No tenía queja de los enemigos de su raza, porque en veinte años a todos los había convertido en sus amigos y si lloraba no era por causa de su miserable vida lejos de todo ambiente conocido; era porque, para ambas razas, pronto sería un traidor. 

 

© 2003, Sandra Leal. 

 Sobre la autora:  Sandra Leal Larrarte. Escritora y periodista colombiana. Actualmente labora como docente de prensa escrita en
la Universidad de Pamplona. Se le reconoce la autoría de al menos cincuenta cuentos en los cuales hay en todos ellos un, a veces leve, tinte de ciencia ficción cuando no es que son totalmente enmarcados dentro de este género como el que ahora les presenta a ustedes. Garamén fue escrito como parte de un ejercicio espiritual, uno de aquellos que a veces nos inventamos para exorcizar nuestros propios demonios, en el que trata de dibujar una situación emocional donde a veces las circunstancias superan nuestros deseos. En su relativamente corta trayectoria, Sandra ha ganado dos concursos, el Dunant Passy Internacional, mención de cuento corto, con el cuento El Paso del Perdón y el IV Concurso de Cuento Corto Ciudad de Bogotá YMCY, con el cuento Todo por un Maní

Cubil Abyecto

Silencio trae la noche,perpetua fue la guerra del ayer.Mil demonios abrasados en el fuego,y un mundo entero por construir.Argos hundida en las tinieblas…a la espera de un nuevo ciclo…conquistada por grandes señores…arrebatada a la sombra del tirano. 

Despierta con la piel sudorosa, manchada de brea y sangre, oliendo a ozono y sintiendo la oscuridad a su alrededor, como una mortaja que lo atrapa y no le permite huir. Se agita en un seno de piedras y azufre, y nota el fuego a su alrededor… tan alto… tan caliente… Sólo puede arrastrarse hacia arriba, adhiriéndose a las paredes, escalando un vientre furibundo que no deja de agitarse y gritar… palmo a palmo… metro a metro. Siente a su alrededor la ebullición de miles de gargantas que desprenden vapor hirviendo. Surgen de muy hondo, manando también hacia la luz, a través del angosto túnel que se alarga como una enorme placenta hacia un brillo incandescente que procede de más allá de su alcance… lejano, muy lejano.  

      Se agita, gruñe, brama… alarga una mano, encuentra una grieta, se aferra a ella, sigue subiendo. La luz queda un poco más cerca y la muerte más atrás… más atrás. Siente como todos los poros de su piel derraman óleo resbaladizo. No es el momento, pero tampoco puede evitarlo. Hace mucho calor, demasiado. Cualquiera hubiera muerto ya en aquella garganta llameante. Él no puede morir, no allí… Desea volver a la luz, aunque no pertenezca a ella, desea aferrarse a su cálido abrazo y olvidar para siempre aquella pesadilla. Encerrado durante demasiado tiempo en la oscuridad, solo, aislado, ardiendo entre ríos de lava y abandonado a una suerte tortuosa y cruel. 

      En los últimos días de exilio había tenido muchos sueños; sueños negros y crueles, sangrientos y malignos… ninguno agradable. Veía cielos oscuros dominados por la sombra. Enormes corceles de negras alas batiéndose en la noche perpetua, sobre los volcanes, sobre la tierra árida, sobre los ejércitos. Podía escuchar los gritos: miles de voces y lamentos que llamaban a las armas, al tormento, a la guerra. Casi podía cerrar los ojos, y asaltado por la oscuridad, embriagarse una vez más con el olor de la sangre, con el frenesí de la muerte, con la dulce sensación de desatar sus instintos más bajos y no frenar su puño. Entonces le rodeaban miles de seres: aliados o enemigos, ninguno amigo. Jamás había tenido amigos. Tan solo lacayos y señores que guiaron su destino desde el inicio. El inicio… ¿Dónde estaba el inicio? Ciertamente lo había olvidado hacía mucho tiempo. Tampoco le importaba, no en ese momento… ahora lo importante era subir, seguir subiendo, y dejar atrás la muerte. Una vez más… salvarla, como lo había hecho en los últimos años de su prolongada vida… no… como lo había hecho desde el día en que abrió los ojos y sus dos corazones comenzaron a bombear lentamente. 

      Dejó atrás la última peña a la que se había adherido con desesperada angustia y siguió subiendo por la empinada pared, dejando tras de si un rastro aceitoso y pegajoso, trozos de carne y parte de su sabia elemental. Su mano, mellada y llena de rasguños, encontró un nuevo asidero y subió un metro más. El vapor seguía emanando del lecho incandescente, abrasándole la espalda y obligando a su cuerpo a segregar más óleo pegajoso. La luz se abrió ante sus ojos, a miles de metro de distancia, demasiado lejana, perdida en un túnel negro y alargado. No era más que un punto rojo que latía en el infinito. Pero qué importaba… debía llegar hasta él. Debía llegar hasta el sol. 

De nuevo le asaltaron los recuerdos. Imágenes no tan lejanas… podía cerrar los ojos y sentía el suelo rugir bajo sus pies descalzos. Miles de botas y garras desgarrando los cimientos de la tierra, un trueno que llenaba todo el valle, despertando a los dioses y levantando a los caídos. De vez en cuando retumbaba un rugido incontenible y el cielo, encapotado de nubes negras, se llenaba de fuego y de luz. Él nunca miraba hacia arriba, siempre la vista al frente, en el enemigo. Otros en cambio sí que miraban atrás… atemorizados, horrorizados ante la lluvia de azufre y ascuas ardientes que solía preceder a la llamarada. Ese era su fin. Todo aquel que distraía la atención, era arrastrado por la jauría y moría bajo las botas del enemigo, quedando sepultado por una montaña de cuerpos destrozados y restos retorcidos. Él siempre se alzaba sobre todos, matando con sus dos lunaris ensangrentado, degollando al enemigo, ya fuesen humanos, elfos o enanos. Nada ni nadie podía contenerle… ni tan siquiera los grandes señores del cielo. 

      Ocasionalmente, uno de aquellos titanes alados caía desde muy alto. Un bramido escalofriante barría el mundo cuando la bestia era abatida, después existía un momento de agitación en el que aliados y enemigos aguardaban el impacto, observando el cielo prendido en llamas y aguardando a que la suerte no decidiera que el caído se encontrara por encima de sus cabezas. Después, si los hados concedían su gracia, el mundo entero retumbaba bajo sus pies cuando el señor del cielo rompía el asfalto, enterrando bajo su grupa a ejércitos enteros. Él ni tan siquiera entonces bajaba la guardia. No le importaban las quemaduras, su cuerpo regeneraba la carne y las llagas infectadas jamás llegaban a diezmar su voluntad. En el campo de batalla era temido, repudiado, odiado. Los más valientes se arrojaban a su encuentro en un desesperado intento de poner fin a su impía vida… los más cobardes huían atemorizados al reconocer la armadura del yagath, forjada en el Destino, al inicio de
la Oscuridad. Fuese como fuese el sino de todos ellos era siempre el mismo: la muerte. 

      Cuando llegó a la sima del Karkang, al sur de la rivera del Zoj, era incapaz de concebir los días que llevaba combatiendo. Su piel estaba llena de cardenales por el roce de la armadura, la sangre reseca cubría su cuerpo, y sus miembros, entumecidos, comenzaban a renquear y a negarse a cumplir las directrices que marcaba su embotado cerebro. Quizás llevaba meses en el frente… quizás años, le era imposible saberlo con certeza. Lo cierto era que tenía la impresión de que había transcurrido toda una vida y la batalla jamás concluiría. Sin embargo estaba equivocado en aquella apreciación, algo  poco habitual en él. El final se precipitaba sobre los suyos incontenible e imparable. Lo vio desde la cima del Karkang, sintiendo como el suelo temblaba bajo sus pies y oteando la oscuridad que cubría toda la llanura que se alzaba interminable y muerta más allá del Zoj. La batalla se extendía a su alrededor y se perdía en lontananza, más allá de
la Fortaleza de Ankuz-Traz y de la enorme estructura oval que era el Cónclave de los Señores Oscuros. Al oeste, cubierta por las Minas de Uz-Guz,
la Ciudad Negra ardía, y en la punta nordoriental del hemisferio, Grunz y su puerto desprendían una inmensa humareda blanca tan densa como la que pudiera manar de
la Ciudad Negra, impidiendo que lograra discernir los enormes barcos, que arribados desde el sur, no dejaban de vomitar ejércitos de brillantes y luminosas armaduras. 

      Todo lo demás era muerte y desolación. La campiña estaba cubierta de campiña estaba cubierta de difuntos. Centenares de miles de cadáveres sepultaban el mundo, comenzando a los pies del monte Karkang y perdiéndose más allá del Zoj y la ribera alta. Y sin embargo los ejércitos seguían combatiendo incansables, tanto a sus pies, como en las laderas de las montañas, tomando a su vez los cielos negros de Luduz Ungras. Millones de seres enfrascados en una lucha delirante, alzándose sobre las piras carroñosas que seguían descomponiéndose lentamente bajo la atmósfera tórrida de las brumas negras. Guerreros que derramaban su sangre sobre un suelo arcilloso y reseco, alimentándolo con carne humana y carne de orco, fundiéndose con las entrañas de un país impío y mancillado por la oscuridad desde hacía casi tres siglos.  

      Pero lo cierto era que los pendones de
la Corona,
la Espada y el Escudo dominaban el llano, así como el inmenso alabarde con el árbol de profundas raíces –tan odiado entre los suyos–, y los diversos estandartes de las colonias de Bradin. Las divisas del sur lucían desgarradas y harapientas, pero predominaban sobre todo lo demás, alzándose sobre los pabellones negros de los Señores Oscuros. 

      La guerra llegaba a su fin y la derrota parecía inevitable. Según las noticias llegadas desde Ankuz-Traz, el Supremo había sido desterrado más allá de las puertas, perdiéndose para siempre en un mundo inalcanzable y del que jamás retornaría. Ahora, cuando miraba hacia el territorio arrebatado, tan solo se atisbaban armaduras doradas y de cobre. El negro había sido derrocado al sur de la ribera del Zoj, y si la batalla continuaba adelante, ni incluso en aquel rincón habría cabida para los suyos. 

      El enemigo había iniciado el asalto del Karkang, subiendo las laderas de la montaña y tomando la falda oriental, sin embargo él fue el primero en percibir como el seno del volcán cobraba vida cuando uno de los grandes blancos, sima únicamente para encontrar una muerte inevitable a manos de sus dos lunaris

      En su retaguardia el coloso de rocas y fuego eructaba y bramaba como un demonio maligno, desatando los primeros chorros de esperma incandescente desde una tripa furibunda, vomitando efluvios venenosos y ozono incandescente. Los elfos morían envenenados, los humanos cayeron desplomados por el risco, los enanos trotaban en desbandada por la ladera menos pronunciada, ajustando sus botas de hierro al irregular terreno. Él sin embargo respiraba aquel veneno candente y sentía como sus pulmones resistían al dolor, otorgándole la facultad de combatir sin descanso, de poder seguir sesgando vidas entre todos aquellos que trataban de salvarse de aquel infierno delirante. Su piel ardía, el fuego chorreaba por su espalda, pero la capa de aceite seguía protegiéndolo, liberándolo en parte de la tortura y la angustia. 

      Un nuevo bramido anunció la llegada de más tropas a la falda de la montaña; dos ejércitos colisionaron violentamente y el batir de las armas se convirtió en un lamento desgarrado que llegó incluso a la sima. Vio a más de diez mil criaturas luchando… más allá otros diez mil ejércitos combatían por la dominación de un país en llamas. Huesos rotos, carne desgarrada, gritos desesperados y rugidos de pura rabia; todo parecía convertirse en una locura derramada en forma de sangre contra las paredes rocosas del volcán. Y el Karkang seguía escupiendo fuego como una bestia desatada, lanzando ríos de lava que acabaron engullendo a centenares de desgraciados que apenas tuvieron tiempo de resguardarse de una muerte inevitable. 

      Notó calor, más calor del que había sentido hasta entonces. Su yagath ardía febril, y el acero, templado por el fuego de… –no, no lo recordaba, incluso entonces era incapaz de traspasar aquella nube blanca que diezmaba su memoria–, comenzaba a hervir recalentado. Fue entonces cuando apareció el emisario de la muerte. Se presentó en forma de un enorme dragón de  bañaban sus muslos. Más dolor, más sufrimiento… aun así logró soportarlo y pudo alcanzar la estabilidad. El gran blanco rugió, mostrando la gangrena que desgarraba su ojo derecho y lanzando chorros de viento gélido entre sus babeantes fauces. Pero tal era el calor que consumía la esfera más alta del volcán, que aquel viento gélido acababa apagándose incluso antes de rozar su piel aceitosa. 

      Dispuesto a no otorgar tregua, y notando como el firme se rasgaba una vez más bajo las garras de sus pies, saltó desde el precipicio, y empuñando en alto la brillante hoja de zafiro y diamante, alcanzó el largo cuello del titán. Éste bramó una vez más ante la osadía de tan insignificante criatura, pero él no estaba dispuesto a rendirse. Clavó el lunaris entre las escamas del dragón y logró estabilizarse en aquel cuello cimbreante. La criatura voló enérgicamente hacia las brumas negras, y el estampido de los fuegos fatuos y las espurnas de los rallos argentes bañaron su blanca piel. Mientras tanto el jinete seguía escalando, desafiando al torrente de aire que trataba de arrancarlo del lomo de la criatura, clavando una y otra vez su acero en el cuello del enorme mastodonte y encumbrándose hacia la testa inalcanzable del dragón. 

      Muy abajo el Karkang estalló violentamente y el coloso dormido terminó de despertar. El mundo entero pareció retumbar en un incontenible estruendo, y las hondas de la deflagración llegaron incluso hasta la bóveda celeste, barriendo las nubes y arrastrando consigo a las criaturas aladas. Cuando miró hacia abajo, vio una inmensa cascada de lava que desbordaba la boca del volcán y barría toda la ladera, llevándose consigo a los ejércitos que quedaban atrapados entre las rocas y las grietas. El gran torrente de lava manó y manó incansable, resbalando por la falda de la montaña y arribando hasta el llano. Los alaridos de los soldados llegaban hasta el cielo, resonando de forma las negras nubes, desgarrando con sus alas la mugre que habían traído consigo los nigromantes el día del Advenimiento. El cielo parecía incendiado, y los rugidos encarnizados podían escucharse en el gran valle del Zoj. 

      Hoy ese mismo cielo lucía vacío y oscuro, consumido por la noche eterna e invariable que cubría los territorios que antaño pertenecieron a los juzzrrianns. Era imposible saber si lucía el sol o las estrellas más allá de aquella barrera de nubes. El candor de los fuegos se había apagado, y con él el único esbozo de luz que fluctuaba en aquel desierto marchito. Cuando miró hacia la gran barrera de montañas que delimitaba la parte oriental de la gran cordillera de Ashgord, se encontró con una gran sombra alargada que recaía sobre todo el valle de Luduz-Ungras. Los volcanes se habían apagado, quizás sometidos a la voluntad de su señor el Karkang, el más viejo y grande de todos ellos, sin embargo la erosión causada por los caudalosos ríos de lava se distinguía perfectamente en las verticales paredes, rasgando la altiplanicie y adentrándose en un valle resquebrajado por mil grietas. 

      Una sensación desoladora cundió en su corazón cuando paseó la mirada por el valle. La batalla también había terminado, y tras los últimos días de lucha desenfrenada contra el volcán, en el exterior tan solo quedaba el recuerdo de la locura desatada por los dos ejércitos. Desde el extremo meridional de Ashgord, hasta el punto donde el mar del Olvido bañaba la costa, cada palmo de tierra estaba ocupado por una alfombra de cadáveres y restos. Eran miles de leguas sepultadas por abolladas armaduras, miembros que sobresalían de entre la carroña, pendones desgarrados y deshilachados que se mecían a merced de un viento gélido y mortecino, gigantescos caballos abandonados al olvido de la parca, y todo tipo de criaturas que antaño combatieron a su lado y hoy se pudrían lentamente entre los rescoldos de las últimas hogueras. La brisa arrastraba consigo el hedor insoportable de la muerte y de la carne gangrenada, contaminando todo el valle y hogueras. La brisa arrastraba consigo el hedor insoportable de la muerte y de la carne gangrenada, contaminando todo el valle y concentrándose en la rivera del Zoj. Pero entre todos los muertos destacaban los enormes montículos de carne y huesos lacerados, que antaño fueron los orgullosos dragones. Seres primitivos tristemente despojos de la vida primigenia que le otorgaron los viejos dioses. 

      También había miles de bulugbars perdidos entre los restos. Las mastodónticas criaturas, depositarias del Don de Eldever y precursoras del linaje oscuro en Argos, sucumbían al olvido con mil lanzas desgarrando su cuerpo y retorcidas en un tormento eterno que jamás llegaría a borrarse en la memoria de aquellos que alguna vez pisaron el erial. 

      Con mirada fría, como si todo aquello no fuese con él, dirigió su atención hacia el norte y vislumbró la enorme fortaleza de Ankuz-Traz, con sus centenares de torres despuntando más allá de las brumas negras y sus interminables almenas desnudadas de los fuegos elementales; un fulgor que desde su alzamiento había ardido desafiante e imperecedero, y que hoy, tras siglos de perpetuidad, había desaparecido para siempre. La vida también se extinguía en sus fríos muros. Las estancias, que antaño ardieron con las llamas insufladas por el Abismo, hoy lucían tan oscuras como el mismo cielo de Luduz-Ungras, mostrándose tan muertas como el paisaje que le rodeaba. El Cónclave de los Señores Oscuros no ofrecía mejor estampa. El enorme coliseo donde no ha mucho tiempo los grandes mariscales debatían y preparaban su ataque contra los desvalidos territorios del sur, había perdido los aires de grandeza y aparecía medio derruido. Al oeste del Cónclave, la ciudad de Uz-Guz desprendía una negra columna de humo que fluía hacia el cielo y se juntaba con las brumas. 

      Más allá de Ankuz-Traz y del Cónclave, los barcos enemigos se habían retirado del puerto de Grunz, y la ciudad ofrecía desde la lejanía, el mismo aspecto que el resto del país. Todo hedía a muerte y abandono. El enemigo, alcanzada la victoria, había levado anclas y se había apresurado a dejar atrás a sus muertos, tratando de salvarse de aquella locura que parecía haber durado toda una eternidad. La guerra había finalizado y las puertas al averno se habían cerrado definitivamente. Ankuz-Traz estaba muerta, y con ella todos los secretos que celosamente se guardaba en sus profundos pasadizos. El Supremo también había desaparecido. Él mismo podía sentirlo en el ambiente. Donde antaño había horror y desesperación, ahora había calma y sosiego. El puño opresivo que aferraba los corazones de todos los seres vivientes que habitaron aquel país, se había abierto finalmente, proporcionando un suspiro de alivio pero a la vez, propagando la miseria de la derrota. 

      Se preguntó si habría sobrevivido alguien. Si alguno de los abanderados del antiguo ejército todavía marcharía con vida entre los despojos o se encontraría cobijado en algún cobertizo olvidado de la ciudad negra. Pronto llegó a la firme convicción de que todo aquello le importaba un comino. Había salvado la vida y eso era lo único importante. ¿Qué más daba si ante él yacían los últimos restos de una guerra que había durado casi tres siglos? ¿Qué más daba si en lo más profundo de aquel valle una entidad todopoderosa había encontrado la derrota tras los pernos de una puerta arcana? ¿Qué más daba si aquel país, antaño temido en todo Argos y cuna de una civilización abyecta e imposible, había acabado sucumbiendo? ¿Acaso no había caído la altísima Luim-Nad en otra época? ¿Acaso otras ciudades no habían sucumbido más allá de la frontera sur de las Tierras Baldías? Lo único importante era que él seguía vivo. Que entre todos aquellos despojos de grandes patriarcas y eruditos del pasado, él seguía vivo y coleando. 

      Miró una vez más el valle y se sorprendió a si mismo al elucubrar sobre cual era el sentimiento que provocaba en su interior aquella nefasta visión. Se preguntó si la derrota hacía mella en sus dos corazones o si la desolación traída consigo por el enemigo le impediría seguir adelante. La respuesta vino por si misma inmediatamente. Una sonrisa apareció en sus labios de pez y durante unos segundos, el tormento de los últimos días se convirtió en una apacible sensación de bienestar. Lo único importante era que había sobrevivido al caos… todo lo demás poco podría llegar a afectarle. 

 

© 2004, David Mateo. 

 

 

Sobre el autor: David Mateo Escudero nació en 1976 en la ciudad de Valencia, España. Actualmente cursa estudios empresariales Y ha escrito cuatro libros, entre los que cabe destacar Nicho de Reyes, que actualmente se está publicando en comicvia.net, aurorabitzine.com y en el fanzine castellonés
La Filoxera. David, además, ha escrito gran cantidad de relatos (terror, fantasía, ciencia ficción…), la mayoría de ellos encuadrados en el mundo de Argos (lugar donde se desarrolla Cubil abyecto). David actualmente está a la espera de la posible publicación de Nicho de Reyes mientras compagina la redacción de relatos con su nuevo libro infantil Las aventuras de Tobías Grumm y el zorro Sid y la segunda parte de Nicho de Reyes titulada El último dragón. A la hora de señalar algún autor que le haya sido de influencia David nos proporciona los nombres de George R.R. Martin y Andrezej Sapkowski.  

Vampiros

Diácono escribió que están los hombres que luchan en las batallas y los que escriben sobre esas batallas. Argumenta que quizá los segundos sean aún más poderosos que los primeros porque, de ignorar los hechos, desvanecerían en las tinieblas sin ningún esfuerzo las hazañas más inverosímiles. 

      No se qué me impulsa a escribir en medio de estos tiempos de tanta oscuridad. Quizá lo mismo que mueve al héroe a empuñar la espada y acometer lo imposible: vencer la terrible angustia de perecer en la memoria de los hombres. 

      No he participado en ninguna batalla memorable, no he descubierto nada que alivie el cáncer que corroe a nuestra gente, no poseo ningún secreto que detenga nuestro lento, obvio y doloroso camino hacia el acantilado del olvido. Sólo tengo esta historia pobre sobre el origen de uno de los muchos males que roen el costado de nuestra cultura, historia menor y llena de profunda tristeza que fijo en papel para que no se pierda entre tanta tormenta, como quién salva una baratija de un naufragio definitivo. 

      ¿Quién no ha despertado de madrugada sobresaltado con los horribles chillidos de los vampiros? Apareándose violentamente en las azoteas sin ningún pudor; inundando las cornisas con su mierda amarillenta, escasa pero hedionda como boca de muerto; mordisqueando los cables eléctricos con furia, destrozando las cajas y transformadores de los postes de alta tensión entre gruñidos y blasfemias ¿Quién no los ha visto aullar de placer cuando consiguen llegar hasta el cobre y sufrir las descargas como si de leche y miel se tratara? Yo mismo he visto a uno de ellos, gris como la ceniza, enjuto y seco como un cadáver, trepar por el costado de un edificio y abrazarse a una caja reguladora como un calamar cubriendo a su víctima, como una hiena hurgando entre los intestinos de un antílope. Oí el chasquido de la electricidad liberada de sus amarras, vi la musculatura del vampiro contraerse en espasmos de placer mientras le mordía las venas de cobre al edificio y le extraía la vida mientras las luces se apagaban y se encendían los gritos y bramidos de los afectados. Sentí la hediondez del pelo quemado y la piel humeante, vi algo parecido al semen derramándose por sus muslos. Escuché con horror un murmullo casi humano imitando grotescamente una oración de acción de gracias. Su piel estaba cubierta de cicatrices de distintas profundidades y tamaños, todas con la forma de la santa cruz. 

      A todos nos hace reír que se hagan llamar los verdaderos cristianos. Ellos, remedos de ser humano, los verdaderos cristianos. Sin embargo, en su reducido léxico sólo hay palabras de desprecio hacia nosotros, los hombres. Deberíamos burlarnos de las inocentes acusaciones que exponen en su pobre y repetitivo discurso, pero todos callamos, masticando en silencio la vergüenza de saber que están en lo correcto. La simpleza de sus pocas pero firmes certidumbres son sólo comparables con la vastedad de nuestras múltiples y dolorosas incertidumbres. 

      Los vecinos organizan grupos armados que patrullan las noches en busca de vampiros. Los exterminan como a ratas, pero su número no parece retroceder. Ya no se quiénes son los verdaderos monstruos. 

      No se tiene registro de un vampiro atacando a un ser humano, pero estoy en condiciones de asegurar que no siempre las cosas ocurrieron de esa manera. 

      Lo que testificaré a continuación no puede ser corroborado. Sólo Dios sancionará su veracidad el día que abra mi tumba y me llame a responder por mis dichos. Hoy, sólo la pistola que reposa junto a las hojas que escribo sabe que mi rostro no refleja engaño, sino cansancio. 

Mi corazón no busca reconocimiento, sólo huir a través de la pluma de todo aquello que veo a través de mi ventana, en estos días en que todo es ocaso para las cosas que alguna vez nos hicieron felices. 

      Cuando los cristianos de ultramar hicieron su entrada en Jerusalem, el año santo de 1099, se desató una de las masacres rituales más sanguinarias de la historia humana. Fueron cuatro días en que los santos varones de occidente caían agotados y en éxtasis de tanto asesinar frenéticamente a hombres, mujeres y niños acorralados en una ciudad amurallada y sin salidas. En cada esquina se les podía ver enfundados en sus malolientes armaduras llorando y gritando bañados en la sangre de sus víctimas. Vengando el asesinato del hijo del hombre con acero romano, chapoteando de rodillas en los ríos de sangre que corrían desde la iglesia del Santo Sepulcro como bañados en la sangre del Cristo, que parecía llover sobre ellos como lágrimas rojas de espanto y horror. Sólo el oro, el botín espurio, parecía dar algo de sentido a tanto sin sentido. 

      Luego de la furia y la tormenta, vino el recuento y el cálculo. Una cosa era el botín y otra las reliquias santas recuperadas de manos infieles y apartadas de la codicia europea por manos piadosas. Una de ellas, el arca de la alianza, fue escondida en el subterráneo de una mezquita sin importancia y puesta bajo el cuidado de un grupo escogido de caballeros. Bajo voto de silencio, cada noble hijo de Europa se comprometió de por vida a proteger el sagrado recipiente en largas vigilias desprovistas de comodidades. Se organizaron en secreto con losrecipiente en largas vigilias desprovistas de comodidades. Se organizaron en secreto con los ojos húmedos por la emoción, dios no pasaría por alto semejante sacrificio, de ese no les cabía duda alguna. La disciplina autoimpuesta fue violenta, permanecían días completos estoicamente de pie junto al objeto de su veneración. Al comienzo la dureza de los votos produjo enfermedades e incluso muertes, pero así como comenzaron se detuvieron al cabo de unos pocos días, demasiado pocos. Pronto notaron que un extraño vigor les permitía estar de pie más tiempo de lo normal velando junto al arca. Con las semanas descubrieron que los encargados de la custodia necesitaban menos alimentos y agua mientras duraban sus turnos y un secreto convencimiento se fue anidando en la silenciosa alegría de sus corazones.  

      Los turnos se fueron alargando hasta durar semanas. Nadie hacía comentarios, pero se miraban con secretas sonrisas cuando abandonaban frescos y radiantes sus lugares después de varios días sin dormir, durante los cuales sólo se alimentaban de su oración, su fervor y del espíritu santo que parecía emanar gloriosamente desde el arca. Al cabo de unos años ya no fue necesario ayunar, se les había vuelto imposible ingerir alimentos y comenzaron a necesitar del arca y sus bendiciones como de la vida misma. Sencillamente no podían estar sin el amor de dios, habían cambiado y pasaban temporadas completas sin salir de los laberintos bajo la ciudad santa, gritando y orando intoxicados de amor al señor e incapaces de contaminarse con comida de infieles o brebajes de mercenario. Arriba casi los habían olvidado. Nadie los buscó cuando las cimitarras volvieron a reclamar venganza y cuello cristiano. 

      Arriba la medialuna brillaría por cientos de años más, abajo supuraba la verdadera ciudad de dios. 

      Muchos años pasaron sobre tierra santa más no parecieron tocar los portentos que ocurrían bajo ella. 

      Las cuencas secas, los ojos hundidos, la piel reseca y los ojos desorbitados por el éxtasis. El entendimiento calcinado tras años de mirar a dios directamente al rostro. 

      Se apiñaban en torno al objeto de su devoción, lloraban y se mordían unos a otros entre aleluyas y penitencias atroces. Colgaban de los techos y gruñían. Celebraban misa diariamente. Tenían su paraíso en
la Tierra y no les cabía duda que el reino había llegado, que habían resucitado desde la carne para disfrutar la gracia del señor para siempre. 

Pero sabemos que la felicidad es como el canto de un ave en medio de la noche, que nos distrae por un momento del frío y la oscuridad. 

      Un día el arca desapareció. 

      Hay quienes dicen que otros la necesitaban para fines inciertos. Alguna vez escuché que su destrucción era necesaria para evitar la segunda venida, otros escribieron sobre su uso en el desarrollo de armas capaces de destruir países completos. Nada se de esos comercios, sólo soy un hombre cansado registrando una fábula innecesaria acerca de la pérdida del alma. 

      Después del desgarro y el pánico ante la pérdida de su razón para existir, vino el hambre que no se sacia con dátiles y la sed que no se apaga con agua. La desesperación los arrastró fuera de sus hogares y vagaron durante décadas mordiendo el polvo como corderos abandonados por su pastor, padeciendo el hambre atroz que enloquece pero no mata. 

      En verdad habrían terminado arrojándose a algún acantilado de no ser por un increíble descubrimiento. Uno de ellos encontró que dentro de cada ser humano se escondía un poco de esa gracia que manaba a raudales desde el arca. Se miraron unos a otros con los enjutos rostros llenos de consternación, no muy seguros de qué hacer con esta nueva revelación. Hubo discusiones agrias y violentas descalificaciones que se extendieron por semanas hasta que, consultando febrilmente las escrituras, dieron con el pasaje que justificaría esta nueva manera de alimentarse. Lloraron y elevaron plegarias desgarradoras al altísimo, del cual somos indignos de pronunciar su nombre. Se tatuaron con clavos la frase “tomad y comed, porque éste es mi cuerpo” y esa misma noche salieron a comulgar con la carne de dios hecha cuerpo. Se volvieron pescadores de hombres. Masticadores de aura, escribían los niños en las paredes. 

      Durante aquellos años de oscuridad el poder oculto de los vampiros creció sin contrapeso. Extendieron sus uñas podridas hacia las instituciones humanas y hundieron sus lenguas correosas en el alma de los que ansiaban poder. Primero aconsejaron a un minúsculo burgués atormentado por conseguir un cargo apropiado, pronto eran príncipes los que llegaban hasta las sombras para confesar en susurros sus deseos. Mataron, engañaron y amenazaron desde la oscuridad, sedujeron el corazón del que lloraba desgracia, prolongaron la vida del que no tenía más tiempo. Pronto nadie pudo resistir la tentación de unirse a sus cofradías bajo la promesa de vida eterna, lujuria y poder sin límites. Eran pocos los escogidos, los más poderosos, la red dorada que entregaba impunidad a cambio de guerras, matanzas y cárceles atestadas como mataderos. La sangre bañaba los campos de batalla regados de espadas, cañones y fusiles; la noche escondía las sombras que se arrastraban entre los cadáveres libando el vino del combate entre aullidos de placer y borrachera divina, llanto y hambre, oración y víscera. La fiesta de los mil corderos, le llamaban. 

      La red los protegió, bestias y humanos se confundieron en un pacto de poder donde ambos se elevaban como ácaros monstruosos alimentando la rueda de un sistema aún más monstruoso, un sacrificio del tamaño del mundo, secreto pero a la vista de todo el orbe, perfecto. 

      La forma en que los vampiros ejecutaban sus liturgias variaba regularmente y muchas veces un asesinato, una revuelta social o un suicidio colectivo escondían la mano de la “verdadera cristiandad”, como les gustaba llamarse. 

      Despreciaban a los hombres. 

      Cuando la impunidad de la red cubrió los ojos del último ser humano, comenzaron a raptar mujeres y a criar rebaños de niños en sus sótanos donde domingo a domingo eran consagrados, convertidos en la carne y sangre de Cristo, descuartizados y entregados a la muchedumbre. 

Habrían continuado para siempre de esa manera, pero un nuevo Mar Rojo se interpuso. El hombre, el infiel, el devorador de inmundicia había conseguido invocar a un nuevo demonio que animaría sus artilugios mecánicos y sus esclavos electrónicos, un demonio lleno de vitalidad que significaría la perdición de los auténticos apóstoles de la santa cruz. La primera vez que un vampiro tocó la electricidad se desató la tragedia. Los cables tendidos por el hombre, como red innumerable aprisionando sus ciudades, parecían plenos de una fuerza agresiva y nueva, pletórica de algo muy similar a la gracia tan escasa que obtenían con tanto esfuerzo desde los corazones de los infieles. Desgraciadamente para ellos ese líquido eléctrico, que hacía vibrar de placer cada molécula de sus cuerpos, enturbió sus mentes y los perdió para siempre del camino recto de la salvación. Consiguieron mantener sus redes de influencia durante algunos cientos de años más, pero el destino estaba escrito por una mano más fuerte y poco a poco se fueron encorvando, poco a poco extraviaron la dignidad, poco a poco la niebla les cubrió el entendimiento y en sólo unas cuantas generaciones los vampiros perdieron su compostura y emergieron de la oscuridad hacia la oscuridad convertidos en parásitos resecos, fantasmas impudorosos que se arrastraban por el concreto hurgando entre la el concreto hurgando entre la hojalata, buscando con la baba urgente el punto en que las venas de la ciudad pudieran ser atacadas por su cuerpo tembloroso de abstinencia. El frenesí, el hambre, los ojos desorbitados; los dientes largos limados con rudeza, las aglomeraciones de vampiros aferrados al punto donde un cable emergía desde las construcciones eran espectáculos grotescos insoportables. Cualquiera que haya visto esos verdaderos tumores de carne removiéndose como racimos de garrapatas, apareándose con o sin sus consentimientos mientras la electricidad los quema, no puede sacarlos de sus sueños en días. El olor a pelo chamuscado, la sangre y el semen lubricando la orgía humeante son una pesadilla que todos quisiéramos olvidar. Pero los chillidos, sobre todo los chillidos. 

      Ahora los matan como se aplasta un ácaro de la cabeza de un niño. Todos olvidaron su extraordinario poder y la red se disolvió como la telaraña con el rocío de la mañana. Ahora barren sus cuerpos destrozados antes del amanecer junto con la basura de la jornada. Son la peor especie y ofenden la vista de la creación ¿Habremos cambiado también sin darnos cuenta. 

      ¿Quiénes son ahora los vampiros? No son nadie. Como las hormigas. Nos deshacemos de ellos como de las aves, como de los caballos, como de nuestros hijos. 

      Nada queda. 

      No me malentiendan, no hay moraleja en mi relato, no hay bien ni mal librando una batalla por reivindicar algún portento. Ahora que el futuro es una sombra del tamaño de la vida planeando espesa sobre mi alma, escribo desprovisto de intención, escribo desnudo de sentido. Todo se lo traga el tiempo y cuando se haya ido el último de nosotros, finalmente el mundo se habrá librado del gran cuestionador, del gran productor de palabras que intentan enjaular el tiempo, la memoria y el significado, entonces todo volverá a ser vacío silencioso, perfecto y salvaje por toda la eternidad, como siempre debió haber sido. 

      ¿Quiénes son los vampiros? No son nada, como la mano que escribe estas líneas, como los ojos que recorren la tinta que forma figuras sobre el papel. 

© 2004, Jorge Baradit. 

Sobre el autor: Jorge Baradit es un diseñador gráfico que sólo se dedicó a escribir historias porque no aguantaba las imágenes que tenía que cargar en la cabeza. Nacido en Valparaíso, gemelo, gallo y león por haber nacido a las 10:45 de la mañana un mes antes de la llegada del hombre a
la Luna, el año de Woodstock; atrasado para París, adelantado para Salvador, pero cerquita igual. O sea, llegó atrasado a todas las fiestas que inauguraron el período más esquizoide del siglo XX. Cyberpunk por consecuencia, vive intoxicado de rayos catódicos, ondas electromagnéticas, comida intervenida genéticamente, aire contaminado, ideas tóxicas y sexo inseguro. Sobresaturado de información, cruza la ciudad en una moto, medio mareado por las luces, leds y líneas de alta tensión como un bit atrasado esquivando apenas las neuronas grasosas del tendido urbano. Fue rebelde pero ahora está demasiado cómodo debajo de su plumón de pluma de ganso. Lo único que quiere es deshacerse de los escarabajos que le llenan la caja craneana.  

No divisible

“Por convención existe el color,por convención, la dulzura, por convención la amargura,

pero en realidad sólo existen átomos y espacio”

 Demócrito, 400 a.C. 

 

Una cosa que casi cualquiera ha realizado en su niñez es doblar un papel. Y es muy seguro que muchos en un instante de ociosidad en vez de hacer una figurilla de origami decidieran doblar el papel a la mitad, luego a la mitad, y así hasta un límite físico permisible. Mientras, nos preguntábamos hasta donde será ese limite: ¿Podremos llegar a doblarlo hasta casi desaparecerlo o hasta dónde? Ahora bien, lo mismo podría ocurrir si decidimos cortar algún objeto (¿Por qué no continuar con la misma hoja?), cortando mitades hasta que sea casi imposible la manipulación de los fragmentos de papel con las tijeras. Si tuviéramos instrumentos de corte más finos seguiríamos haciéndolo, separando piezas de papel cada vez más diminutas, pero obviamente tendrá que tener un final. De algo tendrá que ser el papel al cual lleguemos y ya no podamos dividirlo, sea porque no pueda partirse en dos, sea porque ya no contemos con instrumentos para tal propósito.  

      Así fue como lo pensaron los primeros filósofos (los llamados presocráticos o filósofos de la naturaleza, pues querían explicar de que estaba hecha ésta), quienes sostuvieron cada uno a su estilo que la naturaleza bien podía estar construida en su totalidad por agua (Tales de Mileto), por aire (Anaxímenes), por fuego (Heráclito), por una combinación de los 3 anteriores más la tierra (Empédocles). Incluso hubo quien pensó que la esencia de las cosas estaría en lo Indeterminado (Anaximandro) o en los números (Pitágoras). Al final, solo un filósofo tendría la razón.  

Un poco de historia  

      ¿Quién no ha oído del átomo? Casi todos los días oímos algo relacionado al mismo e inmediatamente recordamos las tediosas clases de química, con sus aburridos experimentos y sus fórmulas complicadas. Algo que resulta interesante es que gran parte de las personas piensan que el concepto del átomo es algo que se hizo en los últimos tiempos, en el siglo pasado tal vez. Si hablamos de la teoría cuántica algunos dirán que tendrá apenas un par de décadas de existencia. Por eso tendremos que remontarnos un poco en la historia de esta partícula, con el fin de explicar como ha ido evolucionando la idea de su estructura y conocer algunos participes de su historia.  

      Comencemos diciendo que la idea del átomo no es algo precisamente reciente. Aunque parezca increíble, un filósofo de la antigua Grecia llamado Demócrito de Abdera, en el año 400 a.C., formuló la primera concepción de cómo estaba constituida la materia. Dicho personaje imaginó que todo el mundo estaba formado por un espacio vacío y unas partículas muy pequeñas a las cuales llamó átomos (del griego, no divisible). Las llamó así porque pensaba que estas eran las partículas más pequeñas de materia, por lo que no podían partirse en partes más pequeñas, siendo el límite de toda división de cualquier objeto. Y al haber distintas clases de materiales, también pensó que había distintos tipos de átomos formando parte de cada objeto diferente. Esto era una idea muy avanzada para su época y, de hecho, fue opacada por la concepción Aristotélica acerca de la materia, afirmando que ésta era continúa y formada por una sola sustancia llamada el hilio.  

      No fue hasta el siglo XVII cuando se retomó la idea del átomo, por sir Isaac Newton (1) y Robert Boyle (2). Ellos escribieron sobre el tema, apoyando la teoría atómica, aunque no ofrecieron pruebas de su existencia y por lo tanto, ninguna predicción. Posteriormente, el químico francés Antoine Lavoisier al hacer distintos experimentos descubrió que al hacer un cambio químico en un sistema cerrado, la masa de los reactivos era igual a la masa de los productos, antes y después de la reacción química, respectivamente. Dicho de otra forma, la masa era constante antes y después de la reacción química. De esta forma pudo formular su Ley de
la Conservación de
la Masa, la cual expresa lo siguiente: “Bajo condiciones químicas comunes, la materia puede ser transformada en muchas formas, pero no puede ser creada ni destruida”.  

      Luego, otro químico francés, Joseph Proust observó que “algunas sustancias específicas siempre tenían elementos en la misma razón de masa” (Lo cual se denomina Ley de Proporciones Definidas). Entendamos esto teniendo como ejemplo la simple sal de mesa. Para forma sal de mesa, debemos tener 1 masa de sodio (Na) y 1 masa de cloro (Cl). Al unirlos obtenemos nuestra sal (NaCl o cloruro de sodio). No importa que tengamos apenas unos gramos de sal o una tonelada, la razón de masa es siempre igual.  

A inicios de los años 1800, John Dalton se propuso explicar los hallazgos de Lavoisier y Proust, a la vez que de paso sentó las bases de la teoría atómica actual. Inició describiendo a la materia en forma similar ha como lo hiciera Demócrito muchos siglos antes, postulando algo como lo siguiente:  

      1. La materia estaba compuesta por diminutas partículas llamadas átomos, los cuales eran indivisibles. 

      2. Los átomos son iguales en objetos de una misma materia. 

      3. Los átomos de elementos diferentes son también distintos.  

      4. Los átomos podían unirse con otros átomos diferentes para formar compuestos. Esta unión o separación de átomos se logra con las reacciones químicas, sin crear ni destruir ningún átomo de algún elemento.  

      Así, Dalton explicaba
la Ley de
la Conservación de
la Masa alegando que si los átomos no podían destruirse ni crearse, al menos si se reordenaban en materia distinta a la original durante alguna reacción química. También explicaba
la Ley de Proporciones Definidas afirmando que el átomo de sodio tenía la misma masa que cualquier átomo de sodio, al igual que el átomo de cloro. Por eso, al unirse un átomo de sodio y un átomo de cloro siempre se formaría sal. Ambos átomos conservaban la misma masa sea la muestra que fuera. 

      Dalton también expreso su propia ley, llamada Ley de Proporciones Múltiples: “La razón de masa de un elemento que se combinan con una masa constante de otro elemento puede expresarse en números enteros pequeños”. Tomemos el ejemplo del agua y el peróxido de hidrógeno. Para de cloro siempre se formaría sal. Ambos átomos conservaban la misma masa sea la muestra que fuera. 

      Dalton también expreso su propia ley, llamada Ley de Proporciones Múltiples: “La razón de masa de un elemento que se combinan con una masa constante de otro elemento puede expresarse en números enteros pequeños”. Tomemos el ejemplo del agua y el peróxido de hidrógeno. Para formar agua (H2O) necesitamos 2 átomos de hidrógeno y 1 de oxígeno. Si queremos formar peróxido de hidrógeno (H2O2) necesitamos 2 átomos de hidrógeno y 2 átomos de oxígeno. La razón de masas del primer ejemplo es de 2:1, en tanto en el segundo ejemplos es de 2:2. Ambos son números pequeños y enteros. A final de cuentas, no se puede combinar medio átomo con tres cuartos de otro, por decirlo así.  

      Hasta aquí, se habían realizado algunos experimentos, se tenía una noción de la estructura de la materia y nada más. Uno podía imaginarse un átomo como una sencilla partícula microscópica y nada más. Sin embargo varios experimentos hicieron cambiar esta concepción por aquella de que el mismo átomo podía estar formado por partículas aún más pequeñas. Comencemos con el químico Humphry Davy, quien en 1807 y 1808 utilizó electricidad para descomponer varios compuestos descubriendo así 5 elementos (potasio, sodio, calcio, estroncio y bario). Con lo anterior, Davy propuso que los compuestos están formados por elementos que se mantienen unidos por atracciones de naturaleza eléctrica. Michael Faraday en 1832 y 1833 continúo separando compuesto con electricidad (es decir, electrólisis química) observando que había una relación entre la electricidad empleada y la cantidad de compuesto descompuesto. Esto a su vez hizo preponer a George Johnstone Stoney en 1874 que las unidades de carga eléctrica debían estar asociadas al átomo y en 1891 propuso que estas unidades de carga fueran llamadas electrones.  

      Regresando un poco, hacía 1859 Julius Plücker descubrió los rayos catódicos al intentar pasar electricidad entre dos electrodos dentro de un tubo de vidrio sellado casi al vacío. A partir de entonces se dio un gran interés en el estudio de los rayos catódicos. Para 1897 un científico inglés, J. J. Thomson realizó algunas investigaciones en el campo de dichos los rayos catódicos. Mediante la manipulación de dichos rayos con un campo magnético y uno eléctrico, Thomson pudo determinar que estaban formados por partículas cargadas negativamente y no solo eso, si no que también pudo determinar la masa de dichas partículas. Thomson había descubierto las primeras partículas subatómicas, los electrones. 

      Posteriormente Robert Millikan, un científico norteamericano, logró determinar la carga del electrón (3) y, junto con los datos de J. J. Thomson, se llegó a la conclusión de que la masa del electrón era de solo 1/1,837 partes la masa del átomo más liviano conocido: El hidrógeno (4) . 

      El mismo J. J. Thomson usando un tubo de rayos catódicos modificado descubrió otros rayos que viajaban en dirección opuesta a como lo hacían los rayos catódicos. Estos nuevos rayos (llamados rayos positivos) también estaban formados por partículas, las cuales tenían la misma cantidad de carga eléctrica que el electrón aunque opuesta, es decir, positiva(5). Por ello se les llamó protones. Este investigador calculó la masa del protón resultando ser de 1,836 veces la de un electrón(6). En base a esta nueva información, Thomson propuso el modelo de “el pastel de ciruelas”(7), según el cual, había una masa de cargas positivas constituida por los protones sobre el cual estaban incrustados los pequeños electrones de carga negativa, a manera de ciruelas en un pastel. 

      Luego, en 1920 Lord Rutherford, un físico inglés, observó que la suma de la masa de los electrones y protones no se ajustaban a la masa total del átomo, por lo que predijo la existencia de una tercera partícula subatómica. Al ser el átomo eléctricamente neutro debido a que las cargas del electrón y del protón se anulaban recíprocamente, debía haber igual número de estas dos partículas y la tercera partícula debía ser eléctricamente neutra. Tuvieron que pasar 10 años hasta que en 1930 Walter Bothe obtuvo las primeras evidencias sobre la existencia de esta hipotética partícula. En 1932 James Chadwick hizo sus propios experimentos y descubrió unas partículas de alta energía las cuales no tenían carga. De ahí el nombre para este tercer grupo de partículas subatómicas, los neutrones. Para fines prácticos, los neutrones tienen la misma masa que un protón(8).  

      Con lo anterior, la concepción de Dalton tenía que actualizarse. Él creyó en un principio que el átomo no podía dividirse más, que era la estructura básica de la materia. Sin embargo, con la llegada del electrón, el protón y el neutrón el panorama cambiaba radicalmente. El átomo, la partícula no divisible, estaba conformada por partículas aún más pequeñas que el mismo. La pregunta ahora es: ¿Cómo están dispuestas estas 3 partículas dentro de cada átomo? 

El átomo como sistema planetario  

      Aunque ya habíamos avanzado hasta el año de 1932, regresemos un poco y retomemos nuevamente a algunos grandes científicos de la época. Comencemos mencionando a Hans Géiger y Ernest Marsden. Ellos estaban reunidos bajo la dirección de Ernest Rutherfod(9) hacía 1912-1913 y realizaron un experimento que para entenderlo necesitaremos ir a una mesa de billar. Iniciemos una partida, tomemos el taco y tiremos contra la bola blanca en dirección al resto de las bolas. Como estas están juntas no hay problema pues inmediatamente salen disparadas todas en distintas direcciones. Ahora bien, si distribuimos uniformemente las bolas de colores sobre la mesa de billar y de un extremo a otro tiramos la bola blanca, ¿a cuantas bolas acertaremos? Solo unas pocas. La diferencia es que ahora entre ellas hay espacio, por lo que se puede acertar contra una, rozar a otra y evitar varias. Algo así hicieron Géiger y Marsden. Colocaron una delgada lámina de oro frente a un haz de rayos alfa(10) y encontraron que la gran mayoría de las partículas subatómicas traspasaban la lámina de oro(11) sin desviarse. Unas pocas partículas subatómicas rebotaban y otras tantas eran desviadas en distintos ángulos.  

      Con este experimento, Ernest Rutherford llegó a la conclusión que el átomo era en gran parte vacío. Como algunas partículas rebotaban, aparte de vacío el átomo debía contener un centro contra el cual chocaban las partículas subatómicas y eran desviadas. En este centro (llamado núcleo) se encuentra toda la carga positiva y casi toda la masa del átomo(12). Entre Enrest Rutherford y Niels Bohr elaboraron el concepto de que el átomo posiblemente se formara por el núcleo el cual contenía la carga positiva y que alrededor de él giraban los electrones en “órbitas”, en forma similar a los planetas girando alrededor del sol. De ahí que el sistema atómico ideado por estos científicos sea conocido como modelo atómico de Rutherford-Bohr o sistema atómico planetario. 

      Pero algo curioso que no debemos dejar de paso es ese enorme vacío que posee cada átomo. Ahora sabemos que la mayoría de los átomos miden entre 0.1 y 0.5 nm(13), que el diámetro del núcleo de los átomos oscila entre 2.4 y 15 x 10–6 nm, que el diámetro de un electrón es de 5.6 x 10–6 nm y que la distancia entre el núcleo y el electrón más cercano es de 0.05 nm. Así, de primera instancia no se entiende nada, porque estamos hablando con notación científica y es difícil imaginar estas escalas en nuestro mundo real. Por lo tanto hagamos otro ejercicio. Tomemos una esfera de unos 10 cm de diámetro(14) y dejémosla en el suelo. Ese es nuestro núcleo. Ahora tomemos una esfera de 5 cm la cual representa un electrón y coloquémosla a unos 450 metros de distancia.  

      Este ejercicio representa un modelo para comparar el tamaño del núcleo, del electrón y las enormes distancias que les separan. Este modelo de átomo tendría un diámetro de casi 900 metros, pero sólo esa esfera de 10 cm en el centro representa el núcleo (conformado por los neutrones y protones). En su orbita lejana estaría el electrón. El resto es vacío.  

      Este ejercicio representa un modelo para comparar el tamaño del núcleo, del electrón y las enormes distancias que les separan. Este modelo de átomo tendría un diámetro de casi 900 metros, pero sólo esa esfera de 10 cm en el centro representa el núcleo (conformado por los neutrones y protones). En su orbita lejana estaría el electrón. El resto es vacío.  

Espectros  

      Bien, hasta aquí hemos revisado los inicios de lo que se pensaba sobre la estructura del átomo. Y lo increíble es que la mayoría de las personas, al preguntarles como se imaginan el átomo, responden describiendo el sistema atómico planetario. En realidad, la concepción que se tiene del átomo actualmente es un poco más compleja, a veces poco entendible, de ahí que casi todos tengamos mejor establecido el concepto de un átomo como un sistema planetario en nuestras cabezas. De hecho, pocos quieren entrometerse en la teoría cuántica por considerarla oscura, incomprensible. Y lo es, por lo que no pretendo explorar minuciosamente este campo en esta lectura, pero si quiero dar a conocer un panorama más real sobre la estructura del átomo tal como se piensa que es hoy en día.  

      Hasta aquí hemos llegado a la idea del átomo como un sistema planetario en diminuto. Más en la ciencia no hay nada escrito y surgieron varios problemas más. En 1864, el científico inglés James Clerk Maxwell(15) publicó sus ecuaciones que dieron paso a
la Teoría Clásica del Electromagnetismo, aún válidas en la actualidad. En base a sus ecuaciones, se decía que una partícula cargada que se aceleraba, debía emitir radiación electromagnética. La aceleración es igual al cambio en la velocidad. Ahora bien, la velocidad posee magnitud (es decir, la cantidad de rapidez) y dirección. Si cambiamos alguno de estos dos factores, se obtiene un cambio en la velocidad, es decir, una aceleración(16). Por lo tanto, aunque el átomo del modelo atómico planetario no tiene variaciones en su rapidez, si las tiene en la dirección el estar girando alrededor del núcleo. Por lo tanto, el electrón al estar cargado y al tener aceleración, debería estar emitiendo radiación electromagnética en forma constante. Y como la radiación emitida porta consigo parte de la energía del emisor, si un electrón al estar emitiendo radiación, entonces debía perder energía también en forma continua. Y al perder energía de esa forma, no podía mantener su órbita por lo que irremediablemente caería en espiral al núcleo. Luego, algo estaba mal pues esto último no ocurría o de lo contrario todos los átomos ya hubieran colapsado. 

      Para entender dónde está el problema, revisemos algunos conceptos clave. Uno de ellos es la naturaleza de la luz, la cual es un tipo de radiación electromagnética, al igual que los rayos-X, los infrarrojos, los ultravioleta y las ondas de radio. Una onda electromagnética consiste en variaciones periódicas de dos campos, uno eléctrico y otro magnético.  

Por lo tanto, aunque el átomo del modelo atómico planetario no tiene variaciones en su rapidez, si las tiene en la dirección el estar girando alrededor del núcleo. Por lo tanto, el electrón al estar cargado y al tener aceleración, debería estar emitiendo radiación electromagnética en forma constante. Y como la radiación emitida porta consigo parte de la energía del emisor, si un electrón al estar emitiendo radiación, entonces debía perder energía también en forma continua. Y al perder energía de esa forma, no podía mantener su órbita por lo que irremediablemente caería en espiral al núcleo. Luego, algo estaba mal pues esto último no ocurría o de lo contrario todos los átomos ya hubieran colapsado. 

      Para entender dónde está el problema, revisemos algunos conceptos clave. Uno de ellos es la naturaleza de la luz, la cual es un tipo de radiación electromagnética, al igual que los rayos-X, los infrarrojos, los ultravioleta y las ondas de radio. Una onda electromagnética consiste en variaciones periódicas de dos campos, uno eléctrico y otro magnético.  

      Las ondas representan esta variación en los campos y la amplitud representa la intensidad de dichas variaciones. Las partes más elevadas de la onda son se denominan crestas, en tanto las partes más bajas son los valles. Si se mide la distancia que hay de una cresta a otra subsecuente, se obtiene la longitud de onda (la cual se representa con la letra lambda). Un ciclo consta de un valle y una cresta, y la cantidad de ciclos que pasan por un punto dado por unidad de tiempo nos da la frecuencia. Las unidades de medida de la frecuencia de las ondas son los hertz (Hz)(17). De esta forma, se puede dividir la energía electromagnética según su longitud de onda y su frecuencia. 

      Antes de proseguir, aclaremos que aunque las ondas de cualquier tipo constan de crestas y valles como se mencionó con el dibujo arriba presentado, las ondas electromagnéticas tienen un comportamiento especial. Las ondas electromagnéticas constan de campos eléctricos y campos magnéticos (de ahí su nombre), por lo que en realidad consta de ondas de campos de cada tipo que son perpendiculares entre sí y a la vez lo son a la dirección de la onda. Los esquemas que en seguida muestran como son las ondas electromagnéticas. 

      La luz solar es llamada luz blanca y está formada una mezcla de ondas cuyas longitudes caen dentro de la luz visible (400–700 nm). Una forma de descomponer la luz blanca es por medio de un experimento clásico y sencillo: Se hace pasar un haz de luz solar a través de un prisma transparente, proyectando la luz resultante sobre una superficie blanca. El resultado es una franja de colores superpuestos uno al lado del otro, cuyo orden es el siguiente: Rojo, naranja, amarillo verde, azul, índigo, violeta. Lo que hace el prisma transparente es ofrecer un medio donde se refracten(18) las diferentes longitudes de onda de la luz visible. Como cada longitud de onda se refracta en ángulos ligeramente diferentes(19), se separan unas de otras. 

      La franja de colores representa el espectro de la luz blanca. Ahora bien, si cierta sustancia se expone a luz de cierta intensidad o cualquier otra forma de energía, sus átomos absorben parte de esta energía. Cuando absorben esa energía se dice que dichos átomos están excitados. En ese estado de excitación, las sustancias emiten luz que puede ser analizada con un instrumento llamado espectroscopio. En dicho instrumento, la luz emitida por las sustancias excitadas pasa a través de una rendija y de un prisma, con lo que se logra separar en sus longitudes de onda componentes, en forma similar a como se mencionó para la luz blanca. Las longitudes de onda separadas también se observan como líneas de color, aunque de un átomo a otro. Eso constituye un espectro(20) y es distinto para cada sustancia y átomo(21). Si los colores en un espectro se sobreponen sin interrupción, se trata de un espectro de emisión. 

      Posteriormente se observó que en algunos espectros aparecían unas líneas oscuras (llamadas líneas de Fraunhofer). Este es el espectro de absorción y también es distinto para cada elemento. Un espectro importante en la investigación de la estructura del átomo es el del hidrógeno, ya que fue el espectro utilizado para describir su modelo Niels Bohr, además de usar una nueva teoría establecida por Max Planck, llamada
la Teoría Cuántica. © 2004, José Fco. Camacho A. 

 

Sobre el autor: José Fco. Camacho A. nació el 20 de abril de 1979, en Queretaro, México, pasando la mayoría de su vida sin muchas aventuras para comentar, pero sí leyendo y viendo ciencia ficción. José Fco.,además, siente pasión por las ciencias físicas, químicas y biológicas. 

(1): En sus libros Principia (1687) y Optica (1704), por si a alguien le interesa leerlo. 

(2): En su libro El químico escéptico (1661), igualmente por si a alguien le interesa saber dónde lo escribió.(3): La carga del electrón se acepta en –1.6022 x 10–19 C. Para fines prácticos, esta carga se acepta como de 1–.
La C es de coulomb, la unidad del Sistema Internacional de la carga eléctrica.  

(4): La masa del electrón es de 9.109535 x 10–29 g. 

(5): La carga del protón se acepta en +1.6022 x 10–19 C. Obsérvese que es la misma carga que la mencionada en esta carga se acepta como de 1+. 

(6): La masa del protón es de 1.672649 x 10–24 g. (7): Plum cake model, según los anglosajones. (8): La masa del neutrón es de 1.674954 x 10–24 g.  

(9): Ernest Rutherford ganó el Premio Nobel en química por sus estudios sobre la radiactividad y es considerado el Padre de
la Ciencia Nuclear. ¿Por qué? Sigamos leyendo el texto. 

(10): Los rayos alfa constan de partículas cuya carga es de 2+ y tienen una masa un poco mayor que 4 veces las del protón. Esto se debe a que constan de 2 protones y de 2 neutrones y son despedidas de las sustancias radiactivas a 16,000 km/s. Con fines ilustrativos y para no confundirlos, los rayos betas tienen una carga de 1–, constan de electrones y son despedidas de las sustancias radiactivas a 130,000 km/s, en tanto los rayos gamma es radiación electromagnética de longitud muy corta. 

(11): En realidad también usaron láminas delgadas de platino, plata y cobre, aunque se recuerda mejor este experimento como El experimento de la lámina de oro, dejando al olvido las otras pobres láminas. 

(12): Imagínese un electrón cuya masa es de 9.109535 x 10–29 g queriendo detener una partícula alfa con una masa de 6.695206 x 10–24 g. Es como si una pluma de apenas 1 gramo quisiera detener a un hombre de 70 kg. 

(13): Aunque ya sabemos usar la notación científica y los prefijos, solo recordemos que un manómetro es igual a 0.000 000 001 o 1 x 10–9 metros. Un milímetro apenas equivale a 0.001 metros, es decir, un nanómetro es una cienmilésima parte de un milímetro. (14) El diámetro en esta escala puede ser de 2 cm para núcleos atómicos pequeños o de 13 para los núcleos más grandes. 

(15): Cabe hacer notar que James Clerck Maxwell también demostró que los anillos de Saturno no podían ser bandas, sugirió un esquema para medir la velocidad de movimiento del sistema solar con respecto al éter luminífero (base para los ulteriores experimentos en interferometría) y publicó algunos trabajos sobre la teoría cinética de los gases.  

(16): ¡Cuidado! Al ser la aceleración cualquier cambio en la velocidad, debe entenderse entonces que si esta aumenta o disminuye, en ambos casos se habla de aceleración y no debe pensarse que la aceleración implica únicamente un incremento en la velocidad. 

(17): Un hertz es igual a 1 ciclo por segundo.  

(18): La refracción es el cambio de dirección que sufre una onda entre un medio y otro. En nuestro ejemplo en el texto, un medio es el aire por donde viaja la luz blanca. Al pasar a otro medio representado por el prisma transparente, las ondas electromagnéticas cambian de dirección. 

(19): Los rayos de longitudes de onda más cortas (en la luz visible, las de color violeta) se desvían más que las longitudes de onda largas (en la luz visible, las de color rojo). 

(20): Recuérdese del clásico experimento de descomposición de la luz visible: Si uno hace pasar luz natural a través de un prisma, estas se descompondrán en una banda de distintos colores. Este sería el espectro de la luz visible.  

(21): Un espectro de cualquier sustancia para ser completo debe ser analizado tanto en la región de la luz visible, como en el de la radiación ultravioleta (200 a 400 nm). 

Una visión cristiana del fenómeno OVNI

Cuando era un niño me sentí atraído por los reportes de avistamientos de platillos voladores y el misterio que envolvía la posibilidad de vida extraterrestre y de que la Tierra estuviera siendo visitada por seres de otros mundos. En ese tiempo leía abundante literatura relacionada con el tema y era tema recurrente de ávida conversación con mis padres. Con el pasar de los años, y sobre todo después de conocer a Cristo, el foco de mi atención cambió de lugar, prefiriendo la realidad de una vida abundante bajo su gracia que las especulaciones inciertas acerca de una materia que no edifica nuestro espíritu. Después de todo, ¿qué puede ser más importante y más gratificante que invertir tiempo en conocer al creador de todas las cosas? Sin embargo, hoy experimento la necesidad de dar una nueva mirada al tema, bajo la óptica cristiana, pensando en que quizás pudiera ayudar a otros en su búsqueda de explicaciones acerca del fenómeno OVNI (Objeto Volador No Identificado). Continue reading «Una visión cristiana del fenómeno OVNI»