Utopía Now

“Es una necesidad fundamental para los oprimidos pensar y salvaguardar, mantener, preservar esas imágenes dialécticas porque en ellas está el fundamento de la posibilidad de futuro, es decir, en ellas está el fundamento de la utopía.”  

–Walter Benjamín– 

Utopía, no existe tal lugar… dice Quevedo, pero tanto el término acuñado por Moro como su traducción lucen poéticos, ya que pueden derivar de Ou topía: En Ningún Lugar; y de Eu topía o Lugar en que Todo Está Bien. 

      La obra de Moro es considerada un texto fundacional de la cultura moderna, y se le asigna una doble potencia de realidad, descriptiva y propositiva. Ambos aspectos pueden verse, respectivamente, como instancia de planificación, esquematización y dibujo; o desde la insustanciabilidad, la invisibilidad geográfica, la falta de plausibilidad, de su concreción. 

      Las primeras versiones utópicas coinciden en ser gobernadas en un estado perfecto en que se actúa con justicia conforme a razón. Y siguiendo a Platón plantean sus visiones como lejanas en el tiempo o en el espacio, o ambas. Más tarde se retomará de Platón el reemplazar desilusionado este cambio en la estructura por perfeccionamiento de los reglamentos que la gobiernan, tal como a De República suceden Las Leyes.  

      Tanto en la isla de Moro (Utopía; 1516) como en el laboratorio universal de La Casa de Salomón de Bacon (New Atlantis; 1626), se acentúa el papel esencial que debía jugar la ciencia en toda sociedad ideal. Es la razón natural, para Moro, la que permite alcanzar la perfección política, legal y social, la monarquía absoluta, los bienes comunes, la inexistencia de dinero. 

      Pero es el intento de la comunidad de San Agustín, y su exposición de La Ciudad de Dios, el primer modelo moderno de utopía. Será convertida 1.200 años después por Campanella en Taprobana (La Ciudad del Sol), y prosperará por la expansión de sus riquezas, producto de ingeniosas máquinas; la jerarquía católica será reemplazada en la utopía de Harrington por una oligarquía republicana como la veneciana (Oceana; 1656). 

      Las utopías clásicas comparten ya la preocupación acerca del rol que la tecnología tiene en el panorama de la felicidad social. Así como otro rasgo importante: no esperan ser replicadas. Al ser planteamientos de mejoras de las propias sociedades a las que los autores pertenecían, compendiaban las cualidades que les permitirían guiar el rumbo hacia la perfección. Estos textos se percatan de su insustanciabilidad, siendo modelos para perfeccionar la sociedad propia, sobre la base de esta imagen/objetivo distante, ajena pero apropiable. 

      Las utopías son esquemas ideales que denuncian la realidad contemporánea, planteando como arreglarla. El que esta reparación queda bien hecha, lo demuestra el que las utopías son plausiblemente sustentables, no cambian, en equilibrio los contextos internos y externos. Quietas en su insularidad, escapan a la historia, al transcurrir del tiempo.  

      Pero el tiempo consume la época de las primeras utopías. Revoluciones de todo tipo aterran y propician, con reformas radicales, consecuencias violentas. 

       Se sucede una mirada escéptica (¿haciendo caso a Maquiavelo?) ante la posibilidad de elaborar formas alternativas al interior de las propias sociedades criticadas. Es Swift (Viajes de Gulliver; 1726), quien mejor expone que en cierta manera son elementos consustanciales a las propias sociedades los que tiñen todas sus estructuras.  

      Esta reluctancia a admitir mejoras sustanciales en lo propio, coincidiendo con una visión del mundo aún en expansión, producto de los grandes descubrimientos geográficos, producen gentes en naturaleza idealizada, y la posibilidad de llevar a cabo en otros lugares experimentos reales y ya no dibujar esquemas ideales para invocar cambios en las propias sociedades. 

      La razón y el iluminismo convocarán dos formas de enfrentar la concreción de la felicidad social, ambos caminos tomarán diversos diseños de utopías para implantarse, siendo estos diseños modelos susceptibles de realizarse. Aunque no en forma absoluta, puede decirse que un camino fue religioso y el otro científico. Las comunas religiosas sólo pudieron clonarse a sí mismas, no aspirando a más. En cambio, las comunidades científicamente concebidas para ser estables en el tiempo, resultaron laboratorios, modelos que también progresan, acentuando el poder de la ciencia y el creciente rol de la técnica. 

       La ampliación del conocimiento y del dominio del mundo producen el fenómeno colonial, y los tempranos efectos de la revolución Industrial en los transportes permite la primera oleada de aldeización, de concreción utópica. Los inicios de esta oleada se remontan a los experimentos utópicos con indígenas americanos que sentaron las bases del derecho internacional moderno. 

      En esta época la preocupación por reglamentaciones sofocantes, las marañas de formas legales e instituciones conflictivas llevaron a los primeros experimentos modernos de vida comunal: labadistas; ephrata; shakers; rapitas; zoaritas. Por varias razones el lugar ideal para poner en práctica la utopía es el nuevo mundo. Durante las reformas, las colonias americanas entrañan para los europeos la esperanza del paraíso terrenal, de trabajar por la regeneración del mundo. Se fundan centenares de colonias experimentales en USA: new haven; equity; utopía; new hope; sylvania; oneida; new life; aurora; amana; new harmony, etc., movilizándose decenas de miles de personas. 

      Las convulsiones europeas permiten la puesta en práctica de experimentos comunales a todas las escalas. Comte y Saint-Simon, los padres de la sociología, generan imágenes sobre lo que debería ser la sociedad.  

      Aunque los escritos propugnan nuevas y radicales doctrinas sociales y económicas, las utopías de los siglos XVIII y XIX son antídotos contra el cambio y el desorden. Las reformas de pequeña escala, graduales, son insignificantes junto a las consecuencias de la revolución industrial, pero las reformas radicales son temibles tras las experiencias revolucionarias. 

      La idea de que un defecto en la naturaleza humana provoca el mal se modifica, y el mal se relocaliza en las fuerzas sociales que conforman la conciencia individual. Hacia 1825 Owen funda estructuras comunitarias en Escocia, Irlanda y USA, con reformas que anticipan en medio siglo la legislación obrera. También para Fourier la falange debe gobernarse por medio de la pura razón, y en 1830 funda falansterios en Francia y más tarde discípulos suyos lo hacen en USA “…puede experimentarse en pequeña escala y sólo se difundirá cuando la práctica haya demostrado su superioridad sobre el sistema actual.” (Brisbane, discípulo de Fourier). 

      Los textos de Owen y Fourier son una mezcla de ensayo filosófico y manual técnico. Estos sistemas se enfatizan como producto de investigaciones científicas, y su pretensión experimental ya no se limitará a modelar, siendo ésta característica de las nuevas utopías, como la del texto de Cabet  (Voyage en Icarie; 1840), y la de Hertzka (Frailand; 1889). La fundación de varias sociedades Icarienses y más de mil sociedades locales Frailand en Europa, permitieron a sus autores fundar comunidades en USA y adquirir propiedades en África, para los mismos efectos. 

      El grueso de las comunidades emprendidas consisten en grandes grupos, con liderazgos fuertes y estructuralmente organizadas (desde el principio incluyen hasta modelos arquitectónicos). A pesar de algunas motivaciones aisladas, incluso individuales (Thoreau; Walden; 1854), se considera impracticable implementar la organización sin varios centenares de personas. La proliferación de experimentos comunitarios son una forma práctica de cambio social en un contexto en que no hay instituciones dominantes firmes, pero todas pretenden ser reformas no violentas que enfatizan la planificación social. 

      Hasta este momento de la planificación utópica social, la tecnología juega un rol determinante aunque ideológicamente neutral. Los sistemas económicos reales y utópicos se parecen y se enfatizan los valores morales y psicológicos como motor de cambio social. El problema no son las relaciones de producción, sino las personales.

       Pese a ello, en esta época se produce una fuerte ojeriza, que se traduce incluso en violencia desatada, contra las máquinas, sentimiento que fue preferentemente defendido por las comunidades religiosas, pero no exclusivamente por ellas. En la sociedad de Erewhon (Butler; Erewhon; 1872) se han desterrado las máquinas, habida cuenta de la creciente opresión y dominio ejercido por la conciencia mecánica sobre el hombre; aunque admite que deben subsistir las imprescindibles: “La verdadera alma del hombre es debida a las máquinas y la existencia de estas es en gran parte una condición sine qua non para aquel, en la misma medida en que lo es la del hombre para aquellas.” 

      Los textos de Morris (News from Nowhere; 1891) y Howers (Por el Ojo de una Aguja) critican tales comunidades religiosas, por esta negativa a adoptar innovaciones tecnológicas. 

      La relación existente entre la fobia tecnológica de muchas comunidades y sus probabilidades de sustentación, tiene consecuencias rápidas, al igual que durante la segunda oleada aldeizadora. Las comunidades religiosas, utilizando artesanías industriales consiguen prolongarse en el tiempo más de 25 años, superando algunas los cien. 

      Sentimientos ambiguos hacia el progreso y la industrialización, que en un primer momento coinciden confusamente en las motivaciones comunizadoras, y el ansia de escapar hacia la libertad de las tierras vírgenes, chocan luego con la preeminencia del organismo social, y se reprocha a las utopías planificadas en detalle y autoritarias el que sus creadores subordinen el individuo al bienestar del organismo social. 

      La preeminencia del organismo social privilegia la continuidad de la comunidad, prescindiendo incluso de sus protagonistas. Esto guarda relación con la faceta ahistórica de la utopía, ya que es la existencia inmodificada en el tiempo la que exorciza su pulsión de muerte. Será esta época: Bellamy (Loocking Backward; 1888), Forster (The Machine Stops; 1909), Zamyatin (Nosotros; 1920), Huxley (Brave New World; 1932), y Orwell (1984; 1949), la misma del individualismo desmesurado y el liberalismo a ultranza, la que verá en los textos utópicos vastas y agobiantes redes administrativas. 

      Tanto la utopía literaria europea como la utopía comunitaria práctica del nuevo mundo se agotan. Hacia fines del siglo XIX no eran populares las unas, ni se creía ya poder establecer las otras. Con Wells la utopía moderna acepta ser una etapa en la evolución entrópica, agotadas las posibilidades del intelecto humano. Los cambios posibles son mutaciones biológicas y espirituales, pero éste límite anuncia simbiosis futuras: con otras especies, con máquinas.

       En 1968 había más experimentos comunitarios que en todo el siglo XIX. En la segunda oleada de aldeización, una vez más, estos intentos ocuparán todo el espectro de la deliberación. Desde utopías en que la ingeniería cultural puede moldear, de forma científica, el comportamiento humano (Skinner; Walden Two; 1948) o moldeamientos que incluyan elementos más esotéricos (Huxley; The Island) hasta aquellas identificadas con el movimiento contracultural y que abogan por un estilo espontáneo y desestructurado, sin liderazgos (Goodman; Communitas; 1947/ Making Do; 1967).  

      La implantación de modelos científicamente concebidos (laboratorios) convive con la fundación de comunidades anarquistas con poblaciones de entre 30 y 50 personas. El liderazgo fuerte, inherente a los experimentos comunales del siglo XIX, llega a convertirse en un obstáculo en el siglo XX. Las nuevas comunidades son flexibles y adaptables. Pero mientras los textos de Marcuse abogan por la automatización total como óptimo de la potencialidad de la libertad, la literatura ya ha delineado el accidente general de la historia: el mal funcionamiento de la ciudad como máquina, la distopía. 

      Las utopías post industriales participan del mismo entusiasmo, decepción, escepticismo, e intentos de concreción que sus antecesoras. Las utopías tecnofílicas (Ballard; Crash; 1973), las ecologistas, de izquierdas y feministas: Le Guin (Los Desposeídos; 1974), Russ (El Hombre Hembra; 1975), Pierce (Woman of the Edge of the Time; 1976), y las distopías de Burroughs (Expresso Nova; 1964), y Dish (334; 1972), harán que la línea difusa que delimitaría el género utópico del resto de la ciencia ficción finalmente sea indistinguible. 

      Las colonias experimentales de Biosfera I y II, se adelantan a los prospectos terraformadores, haciendo que una línea similar existente entre la ciencia ficción y la realidad también vaya esfumándose. 

      Hay un aspecto importante aún no mencionado. Avendaño (Fobos 20/diciembre 2003) concede a Mercier el inaugurar la ucronía (El Año 2440), precisamente previendo agotarse las posibilidades de espacio del mundo, producto del empequeñecimiento progresivo al que lo someten las tecnologías de las comunicaciones y el transporte. Esto tendrá dos consecuencias importantes para el presente informe: por una parte el Tiempo será explorado hasta escalas temporales amplísimas; Stapledon (Star Maker; 1937) grafica una escala temporal, desde la creación del cosmos al completo reposo físico, que abarca 500.000.000.000 años. 

      Pero, dado el horizonte individual de vida, más práctico y cercano resulta el otro aspecto importante resaltado por la ucronía y el agotamiento del espacio: la Virtualización de la Ciudad. La ciudad de Utopía se convirtió en un género, en una designación. Será la ciudad de San Agustín y Campanella el primer modelo de las ciudades virtuales, cuya posibilidad de existencia, en las profecías del movimiento Futurista de entreguerra y ahora en Virilio, augura o no el accidente general, el accidente de los accidentes mencionado ya por Epicuro. 

      En 1971, en Chile, con primitivas computadoras se elabora un modelo matemático de
la Utopía de Moro, con el objetivo de estudiar su estabilidad social, a través del impacto en la sociedad de innovaciones en los campos técnico y religioso.  

      Una lectura específica se transformó así instantáneamente en muchas lecturas, las posibilidades para cada modelo de utopía se tornaron tendientes al infinito. La múltiple interpretación de nuestra Realidad (o respecto de cualquier otra realidad alternativa), nos retrotraen a nuestra ucronía, la actual. 

      Utopía es un sistema cerrado, económica, geográfica y culturalmente. Los detalles de su funcionamiento son controlados, como los de una máquina: el cambio es predecible, obediente, mecánico.  

      Esta insularidad, este aislamiento en el paisaje, se expande cuando se engloba el anterior contexto mismo, expandiéndose el modelo, ahora virtual. En este caso la ciudad de utopía copa el paisaje, conteniéndose a sí misma. Al replicarse la Urbe y actuar por fusión (conurbación), y habiendo un ambiente artificial en torno al planeta (McLuhan), muere la vieja idea de Naturaleza y sólo quedan Urbe y su Periferia. 

      Mientras se cree que utopía constituye una antípoda de urbe, el diseño se revela rápido adecuado para ejemplificar y experimentar comunalmente. Las escalas dictadas por los límites infraestructurales de los modelos, lo que sería el aspecto técnico, compite con factores devenidos de imágenes, a su vez basados en recias argumentaciones filosóficas y religiosas, diseñadas para reparar aspectos que funcionan mal. Un camino que abarca desde el diseño total (la domesticación y la geometrización de la naturaleza, edificios como mónadas, toda forma matrimonial, el número mágico de habitantes, etc.) a la modificación parcial –o extirpación– de componentes para semejarse al diseño que, en último término, también depende de la imaginación de los visionarios. 

      Utopía busca negar la coyuntura de su época, el avatar de las circunstancias; negadas las bases del error: la confusión, la ignorancia.  

      Oscilar entre parchar situaciones del sistema, y discernir transformaciones radicales que constituyen soluciones plausibles, a situaciones insostenibles. El intento colectivo de utopía mantiene un tinte de bien común. Pero entonces, las paradojas:  

      En la construcción de Utopía, los elementos que son desechados lo son por utópicos. 

      Al plantear conjuntos colectivos más o menos plausibles de esta imagen objetivo, la utopía  se dibuja, se modeliza: Al plantear inviables tales o cuales modificaciones, las siega, las agosta, adjetivando esta vez lo utópico con una connotación de irrealidad. 

      Las representaciones de utopía, en su misma justificación, extienden el aquí/ahora en toda dirección urbanizable. Y congela el diseño insustentable. Al mismo tiempo, se reniega del adjetivo utópico, yendo por antonomasia lo otro, las alternativas, a parar al trasto de Lo No Plausible

      El aspecto vital del modelo de utopía, más allá de la gama de características, es su relación con el tiempo: utopía quiere congelar el tiempo, detenerlo. Y son precisamente estos centros, según teorías influyentes sobre la cultura contemporánea (Jameson, Laclau, Mouffe), las zonas metropolitanas, los que han devenido lugares  de naturaleza irrepresentable, sublime, sin tiempo y sin espacio. Por lo tanto, ucronías y utopías. 

      Después de urbe y megápolis incorporar a su imagen/objetivo la de utopía siendo, continúan renegando de una primordial: las poblaciones estables utilizan como estrategia energética aquella que minimiza el tiempo, en tanto éstas opta por maximizar la energía, la estrategia opuesta, propia de sociedades en expansión. Al negarse tan categóricamente a lucir estable, la estructura que apelaba a la consecución utópica para legitimarse, arroja de sí lo no plausible: el detenerse, el minimizar el tiempo y la energía, el ser una sociedad estable, o sea, adaptada. 

      El fin de la historia es un congelamiento de las circunstancias. A partir de ellas los rasgos de utopía solo se extrapolan. Este orden autoperpetuado, empero, constituye al mismo tiempo una fase en una curva de desarrollo, una etapa en consecución progresiva de la imagen/objetivo siempre distante. 

La búsqueda de la concreción del óptimo de habitabilidad, así, se centra en la imagen del buen funcionamiento (situado en un futuro próximo pero siempre inalcanzable) de esta máquina urbana en crecimiento constante. La metáfora de la máquina nos plantea que no sólo la conducta humana puede ser moldeada conforme a ritmos y jornadas artificiales. También puede ser moldeado el conjunto de la sociedad, a semejanza de la reparación hecha al diseño, su estructura, o los reglamentos que la gobiernan, intentando lograr un dispositivo, un mecanismo de movimiento perpetuo. 

“El fin de la historia será el comienzo de la paz: el reino de la inocencia recobrada.” –Octavio Paz– 

© 2004, Marcelo Quinteros. 

Notas 

1.- Las ciudades invisibles de Calvino son utopías. 

2.- En la utopía de Rand (La Rebelión de Atlas), el símbolo que se eleva en el umbral de la villa de los sostenedores del mundo, rebeldes, es el dólar, y el dólar de oro la moneda en curso. 

3.- Imperio universal controlado eugenésicamente por el Papa. 

4.- “Los hombres cometen el error de ignorar el punto donde deben poner límites a sus esperanzas.” 

5.- “Los hombres son producto del medio social.”  

6.- Según Owen bastaban entre 800 a 1200 personas, para Fourier eran necesarias entre 1620 y 1800. 

7.- O que no se hallan legitimadas, como ocurrirá nuevamente durante el movimiento contracultural. 

8.-Jihad butleriano. 

9.- Textos indios calculan que la friolera de 154.586.880.000.000 años transcurren y conforman un mahakalpa, cuando el infinito 

10.- Domingo, Varsavsky y Sábato. 1971 

11.-en Anarres no hay propiedad, ni dinero, ni matrimonio, ni gobierno, ni leyes, ni prisiones. 

12.-algunas distopías plantean catastróficas consecuencias aún mejorando sustancialmente lo ya existente, es decir, si las cosas funcionaran relativamente bien.  

13.- …creciente o absoluta fetichización del producto, reificación de las relaciones entre personas, etc., lato de tratar acá. 

14.- El tiempo concebido con esta imagen de un mecanismo reparable se encuentra en los relatos de viajeros temporales, técnicos que corrigen desperfectos que modifican –modificarían– nuestro tiempo presente, eje axial de lo correcto en estas representaciones. 

Sobre el autor: Marcelo Quinteros