Tractatus Zone (Episode 3)

Los expedientes del caso afirman que Serling y Wittgenstein ignoraban que el gobierno militar utilizaría su invención para fines siniestros. Todo comenzó en octubre de 1974. Fueron contactados en Villarrica por un sujeto misterioso que decía ser un físico de la UC y que había oído hablar de las hazañas del dúo. Les planteó la realización de un concepto extraño; un espacio dimensionalmente distinto al nuestro. ¿El por qué?… eso se supo mucho después.
Serling fue el primero en entusiasmarse, mencionó un viejo capítulo de The Twilight Zone en el cual unos viajeros quedaban atrapados en un espacio infinito. Wittgenstein fue el que propuso una cinta de Moebius. Esta cinta matemática es un sistema topológico autorreferente, una anomalía geométrica que transforma un espacio euclidiano en un espacio enigmático, irracional e infinito. Dentro de su espacio existe un nodo inescapable y el proceso autorreferente del nodo hace que el espacio en cuestión tome parte de una infinita regresión y progresión. Este aspecto indica que el sistema, más allá de su comportamiento, es fundamentalmente inanalizable por virtud de la paradoja de Russell [1]. Puesto así, el sujeto solamente puede racionalizar el concepto de semejante topología infinita por medio de una representación que aparenta tener parámetros finitos. Este sería el caso para el individuo que detecta la anomalía desde una ubicación externa de la cinta de Moebius; para éste no ocurre nada fuera de lo común dado que se ha desligado la distinción temporal entre lo interior y lo exterior de su sistema. En cambio, aquel que se encuentre dentro del sistema, habita una topología que se reitera como una grabación doble-opuesta ad infinitum; o sea una suerte de déjà vu espaciotemporal de naturaleza quiasmática.
Ocho meses después, el hombre misterioso los llevó a una propiedad aislada y desértica a unos kilómetros de la Cordillera de la Costa. Les explicó que el plan de la cinta matemática se iba a realizar y que en ese mismo territorio recluido se iba a construir una carretera Moebius. Una autopista desligada de la dimensionalidad y temporalidad cotidiana… una carretera en la que cualquier motorista o pasajero pudiera desaparecer… avanzando infinitamente sin darse cuenta del paso del tiempo ni del eterno retorno.
Octubre 1976. Aproximadamente trescientos disidentes políticos son subidos a media docena de buses estatales. Se dirigen hacia el oeste.

[1] La paradoja de Russell resultó como consecuencia de la experiencia de Bertrand Russell al escribir Principia Matemática y encontrarse con el dilema de la teoría de conjuntos de Georg Cantor. Por ejemplo: “consider a class of all classes that are not members of themselves. Is this class a member of itself? If it is, then it is not, and if it is not, then it is” (Blackburn 336)

EL PELIRROJO

-No, es que no puede ser posible…
-Pero huevón, estás viendo la foto…
-Dime que las fotos no mienten, cualquier huevón de diseño de este mismo diario puede armar un truco tanto o mejor que esta cagada de foto.
-Te digo que es real.
-Huevón, no seas paranoico, cómo va a ser real. Míralo, por favor, estamos a noviembre del 2006, la foto está indicada como mayo del 75. Por favor mira ese cadáver, no puede ser el pelirrojo.
-Es idéntico al pelirrojo.
-Y que lo sea… no puede ser no más, no tiene lógica.
-Pero el huevón dijo…
-El huevón decía que había visto dinosaurios. No seas tarado, al idiota lo echaron del diario por loco, no te contagies tú con sus delirios. La foto es falsa, alguien la mandó como broma a la redacción, ni idea con qué propósito. Deja de hablar tonteras y piensa con lógica, el muerto no puede ser…
-El Pato…
-Please… ni siquiera había nacido en la fecha que está indicada detrás.
-Igual es raro que el loco haya desaparecido.
-Desaparecer es una cosa, pero viajar en el tiempo y reaparecer como un cadáver en una fosa de campo de detenidos desaparecidos de hace treinta años es algo muy distinto.
-No sé, es que ni tu, ni el resto de los colegas lo conocieron como yo.
-Quien iba a interesarse en conocer a un tarado como ese, el huevón malgastó su carrera investigando tonteras de Ovnis, fantasmas y huevadas por el destilo. Los jefes le tenían ganas desde que llegó, no lo echaron antes porque les daba pena…
-Decía que tenía un propósito.
-Propósito de chiflado, sería.
-Mira huevón. El Pato Lobos puede haber estado loco, pero no era mala persona. Lo pasó mal en la vida, como tantos, no más. Su matrimonio fue un desastre. El mismo me contó que se casó sabiendo que no iba a funcionar. Un día, con un par de cervezas encima, me confesó que su verdadero amor era un imposible. Borracho me habló de una mina de pelo blanco que vivía en otro lado, que…
-Puro bla bla de huevón depresivo. No tengo nada contra la gente que padece problemas psicológicos, pero me carga los que son enemigos de si mismos. Y el pelirrojo, el Pato Lobos, era de los que viven pegándose en defensa propia.
-Igual fue raro cuando lo echaron.
-Que tiene de raro, el huevón armó un escándalo porque el diario se negó a publicar lo de esos cadáveres de los milicos. ¿Qué quería? Mira, los ideales se acaban cuando uno tiene que educar a hijos y mantener una familia. El Pelirrojo y todos los que trabajamos para el viejo, conocemos la línea editorial del diario. Que no se haga el huevón. ¿Que quería?, que lo felicitarán. El huevón se buscó que lo echaran.
-Ese día hablé con él. Le dije algo parecido, que puchas, que así eran las cosas, que la vida era injusta, que no se podía manipular el pasado, que se yo. ¿Sabes lo que me contestó?
-Pico…
-Que si, que si se podía. Y era como andar en bicicleta, una vez que se aprendía hacerlo no se olvidaba nunca más.
-Huevón cagado del chape.
-No sé, no sé. Y después desaparece sin que nadie vuelva a saber de el y ahora esta foto… Es rara la tontera, en verdad no sé que creer…
-No hay nada que creer, guatón, alguien te está tomando el pelo no más.

la guerra del Tango

Se le llama Guerra del Tango al conflicto bélico entre Chile y Argentina a raíz de los supuestos documentos que probaban la identidad definitiva de Carlos Gardel. En el tribunal supremo de La haya, parlamentarios chilenos notificaron que Carlos Gardel, el Zorzal criollo, máximo ídolo del tango, no era francés, ni menos argentino. Habría nacido en la Calera, de padres chilenos. A los dos años de edad, viaja con sus padres a Buenos Aires, donde a la larga se convertiría en el famoso cantante de Margot y Mano a mano. Argentina se opuso con vehemencia en contra de lo que se llamó “La mayor afrenta que sufre el país desde la inhabilitación de Maradona”. Ante la decidida postura chilena, Argentina cortó todo tipo de relaciones con su vecino, incluido el suministro de gas natural, lo que se percibió en Chile como una reacción desproporcionada. Bolivia, por otro lado, se convirtió durante un tiempo en foco de la atención al reclamar como autóctono el Charango, instrumento que los chilenos suponían suyo. “Los chilenos creen que todo es de ellos” acusó Evo Morales en una visita a Argentina, donde se fotografió tomando mote con huesillos, y repartiendo las pruebas de que el brebaje era de probado origen incaico.

La Guerra del Tango duró tres días. Chile hizo operativo su satélite asesino, Fasat-alfa (rebautizado Garufa), una vez antes de que se saliera de órbita y cayera sobre Río de Janeiro. Argentina bombardeó Santiago con misiles disparados desde silos secretos ubicados en la pampa. Ante la eventual escalada de violencia en la región, la ONU medió entre los países beligerantes. Después de una agotadora sesión, se declaró que a partir de ese momento Carlos Gardel, inmortal entre los inmortales, era de nacionalidad Uruguaya.

Hasta la fecha, el bloqueo económico que Chile y Argentina mantienen en contra de la pequeña república oriental permanece inalterable.

El Evento

16 de octubre de 1988
Hace tres días se extinguió el sol. Nadie entiende por qué. Los expertos quedaron estupefactos. No debería haber pasado algo así por miles de millones de años… Desde el jueves, Santiago vive en la oscuridad. El primer día hubo pánico… anarquía. Murió mucha gente. Algunos conocidos. Y ahora… resignación. La temperatura sigue bajando. Nos queda poco… quiero fumar.

Victor Raja!

Victor Raja!. “La población”. Kurdt Records, Maipú, 2004. 108 minutos.

El sonido de los huesos

Que una olvidada banda de Maipú haya podido redefinir de un plumazo el electro-punk local puede sonar tan confuso como accidental. Pero es así: “Población”, la esperada vuelta de Víctor Raja! no sólo es una obra conceptual, que relata una historia novelesca en medio de sonidos sinuosos, que bien podrían describir un paisaje extraterrestre o el interior de las vísceras del cuerpo humano sino también y por qué no, pequeña obra maestra.

No es tan raro que así sea. Desde sus comienzos a partir de E.Ps como “¡Quiero contarte!” (1992) o “Flor” (1994) los hermanos Daniel y Marcos Jara, más la baterista Tamara Campusano siempre fueron las mejores encarnaciones del shoegazing criollo. Ahí estaba todo lo que bandas masivas como Los Tres o La Ley nunca pudieron acceder en su búsqueda desesperada de reconocimiento popular por los caminos del synth pop o de folklore rockanrroleado. Por el contrario, los Víctor Raja! no sólo facturaron casi en secreto melodías alienadas, sino que también componían escenas íntimas inolvidables que le debían más escritores invisibles como Armando Méndez Carrasco que a músicos como Kevin Shields. No estaba mal: canciones como “Plegaria”, “Fusil” y “Labrador” se volvían demoledoras e inolvidables no sólo porque proponían las viñetas de un universo en crisis sino también gracias al hecho de que esos paisajes eran amplificados por una colección de elementos sonoros que, en medio del ruido, alcanzaban tintes operáticos.

Viejos punks straigth edge convertidos en músicos profesionales, los hermanos Jara y su socia Campusano, edificaron una leyenda local que aumentó gracias a variadas razones: la vestimenta de obreros siderúrgicos de los hermanos, las poleras pro-aborto de la vocalista –“cómete tu feto!”, decía una- , las proyecciones de diapositivas psicodélicas de imágenes de la Moneda en llamas y la improvisación de slam poetry entre las canciones.

En 1994, cuando Victor Raja! se retiró de la escena local, si bien no había alcanzado a grabar ningún larga duración, sí habían consagrado como un mito que se propagaba de boca en boca entre sus cientos de acólitos.

Lo inquietante es que ninguno de todos los datos anteriores servía para presagia los efectos –o daños colaterales- que podría provocar algo como “Población”.

“Población” tiene tan sólo dos tracks y bien podría ser considerado un producto de rock progresivo sino fuera por el hecho de que carece de cualquier virtuosismo masturbatorio para, por el contrario, enfatizar ciertos aspectos narrativos: la historia de los últimos días de un cantante de protesta en un campo de concentración del gobierno de Pinochet. Como si los Flaming Lips estuvieran leyendo a Floridor Pérez o algo así, pero con más noise de fondo si es que eso es posible.

Mitad fábula, mitad documental, el disco indaga en las historias mínimas del centro de detención, en la moral de torturados y torturadores, centrando el relato en V, un cantante que es fusilado y luego desaparecido. Los mejores momentos de la placa son así, aquellos cuando el paisaje sonoro representa al cuerpo violentado de V, a la narración detallada de sus fracturas (“soy el hueso/que habla como una boca/esperando la nueva llegada del lobo”) y a los momentos de agonía llenos de ecos, pasos en celdas con el piso mojado, golpes secos sobre un lecho de secuencias programadas. Los Victor Raja! componen un via crucis lleno de guitarras afiladas y teclados sangrantes, para reconstruir la historia de V, como si fuera un documental perturbador: “me duele/ me duele/ la herida de la memoria/me duele/la nada/me duele/ el dolor”.

El resultado, es por cierto, imprescindible pero perturbador. 108 minutos que redefinen las relaciones entre folk y rock, entre política y rock en español, al punto que uno llega a pensar que V realmente existió gracias a la nitidez nasal de la voz de Marcos Jara intentando cantar con un sonsonete campesino.

El resultado es un Lp perfecto, cuyo sentido central lanzarse de cara a la memoria, sin compasión de ninguna clase. El pasaje final es conmovedor y es lejos, uno de los mejores momentos del rock local de los últimos años: los Victor Raja! relatan –con un coro gospel de voces quebradas- cómo V, destripado y vuelto un fantasma, mira desde el fondo del mar el futuro de Chile. Mientras, su voz se funde con una guitarra aguda e insoportable, que desaparece en el silencio mientras entona “no hay nada más allá/ no hay nada más / que el sol negro del futuro/ que espera el canto de golondrinas/ que nunca han regresado” para dejar latiendo sólo el sonido del bajo de Campusano, como un corazón perdido en la oscuridad.

Rolling Stone, edición chilena, diciembre del 2004

Feng Yu-hsiang, el Condottiero orienta (III y final)

El general Feng recibió a la delegación en su palacio de San Pedro de Atacama, que repetía la decoración de la ciudad prohibida. Exigió la entrega de Cuzco, ya que sus chamanes aymaras habían predicho que en aquel lugar se convertiría en Emperador de América. Los delegados se atrevieron a rechazar la petición, por lo cual fueron indulgentemente echados ciegos y desnudos al desierto, donde dos días después fueron encontrados casi muertos por un grupo de caballería chilena. Esto permitió que Santiago conociera los detalles del pacto que buscaba el eje, información que no supo ser utilizada por Santa María, que se limitó a crear la Dirección de Información Nacional, departamento civil que décadas después acabaría siendo absorbido por el ejército.

Los textos de historia del Perú repiten con insistencia que los chilenos gastaron hasta la última moneda en convencer a Feng que tomara Cochabamba, que la incendiara y pasara a cuchillo a la población. Una pirámide de cabezas cortadas y banderas de piel humana fueron el inicio del reino andino del General, que contaba con una numerosa corte de brujos y chamanes indígenas. Un extraño misticismo se apoderó de Feng. En su primer edicto, leemos con estupor la orden de desenterrar los cadáveres de los cementerios y arrojarlos sobre las ciudades, para extender la plaga y la enfermedad, justo castigo que iniciaría la limpieza de América, que pertenecía por derecho natural al hombre asiático y a sus descendientes, los indígenas.

Feng inundó literalmente el altiplano con copias de sus manifiestos, sus memorias y sus comentarios, dictados a un enorme grupo de amanuenses que tenía su propio tren, que siempre seguía al del general. En 1884, cuando el eje ya había logrado invadir Chile, Cochabamba era una ciudad muerta, ocupada solo por militares. La hambruna de ese invierno diezmó lo que quedaba de la ciudad, lo que Feng interpretó como señal de sus dioses ancestrales, ídolos de piedra que le hablaban desde las estepas de China. Hacia 1885 Las enfermedades habían prácticamente acabado con sus leales, lo que lo obligó a una leva forzosa que reunió a unos tres mil hombres, mujeres y niños de todos los rincones del altiplano, que debían partir a la conquista de Cuzco. Sin carbón ni agua, y sin animales, la marcha se hizo a pie. Cochabamba quedó vacía.

El ejército del general Feng nunca llegó a Cuzco: Su columna de espectros desapareció en algún punto de su ruta. Los soldados que protegían la ciudad esperaron en vano.

Numerosos osarios jalonan lo que ahora se conoce como el Camino de Feng, miles de kilómetros de desolado paisaje evitado a toda costa por los supersticiosos habitantes del altiplano. Los restos de sus trenes blindados aún pueden verse, como caparazones oxidados semienterrados en el desierto. Nada quedó de sus edictos ni de sus libros. El gobierno Peruano quemó y arrasó Cochabamba, con sus imprentas y sus toneladas de memorias sagradas todavía sin encuadernar, con la orden de borrar la memoria de Feng.

Un mestizo interrogado en el Callao aseguró que el ejército de Feng era una turba que empezó a desertar nada mas salir de Cochabamba. El general fue muerto y comido por oficiales de su guardia personal, a muchos días de camino de Cuzco.

Fuente: Historia didáctica de La Guerra del Pacífico, Walterio Millar.

Editorial TauZero Especial FanFics Star Wars

Logo TauZeroLa idea de realizar un especial fanficcionero de Star Wars surgió hace más de un año, tras el estreno de La Venganza del Sith. En su momento hicimos la convocatoria correspondiente y en un par de semanas recibimos tres cuentos de A. César Osses Cobián, Jorge Baradit y Daniel Guajardo (mencionados en orden de llegada). Por una razón u otra el especial se fue retrasando y retrasando y fue así como finalmente decidimos publicarlo sin el cuento donde Luis Saavedra prometía contarnos el verdadero origen del Halcón Milenario (la primera nave intergaláctica de origen terrestre) y sin aquel magnífico fanfic que podría habernos regalado Pablo Castro desde la perspectiva de un oficial del Imperio o incluso un simple Stormtrooper.

Mi postulado inicial fue el de focalizarnos en un personaje poco conocido, un segundón derechamente. Contar la historia de Nieb Nubb, por ejemplo, o de alguno de esos bicharracos de la cantina en Mos Esley. Lo que obtuve fue mucho mejor.

Creo que hay dos formas de aproximarse al fanfiction, sobretodo de Star Wars. Una es de manera hilarante y paródica como lo hace Kevin Rubio en su excelente corto Troops o en los cómics Tag & Bink are Dead. La otra es tomársela en serio, y si bien yo nunca especifiqué ni lo uno, ni lo otro, los fanfics que me llegaron son todos “serios”. Nada de reírse de las implicancias fálicas de los sables láser o de la ausencia de aparato reproductor en Jabba. César, Jorge y Daniel (sobretodo Daniel), se la jugaron por lo más difícil, contar historias originales inventando sus propios personajes. La parodia puede ser un ejercicio estéril y aburrido si no lo hace alguien con talento. Cualquiera de ellos podría haber hecho una parodia, pero no son gente que les agrade el facilismo, incluso cuando se trata de algo supuestamente de “escaso valor literario” como el fanfic.

Con respeto a las historias. La vengaza del Sith, obra de teatro en dos actos, es el intento de Jorge por aclarar un tema que considera demasiado disperso. Como bien dice él mismo: “…los cuentos no tienen que ser reales y las casualidades son parte imprescindible. El ideal en un cuento es solucionar la trama con la menor cantidad de personajes y situaciones (en general). En Star Wars la casualidad reúne a cinco personajes y resulta que uno es el hermano de la otra y el tercero era el maestro del cuarto que resulta ser el padre de los dos primeros. Todo en familia.”

Jorge cuenta la historia cómo piensa que debería ser en aras de la coherencia interna y la simpleza, y vaya si que lo consigue sirviéndose como es ya su sello, de un fuerte personaje femenino. Si se preguntan quienes son los seis Jedis que luchan contra Anakin y Palpatine en la versión de Jorge para La venganza del Sith, estos son: Aayla Secura, Foul Moudama, Luminara Unduli, Roron Corvo y Shaak Ti (es rol del editor saber este tipo de cosas, no?).

Sobre Elia, la reina Sith de Guajardo, debo decir sin pudor alguno que es uno de mis cuentos favoritos de todos los tiempos (en esta y cualquier otra continuidad espacio-temporal) y lo disfruté y me emocionó tanto como ese otro espléndido fanfic que es Exilio en el pasado distante de Pablo Castro, en el especial Transformers #2 del Calabozo del Androide. En ambos fanfics los autores se preocuparon de caracterizar honesta y creíblemente a sus protagonistas que podrían ser percibidos como villanos de cartón de no mediar el talento y el cariño con que fueron descritos. Le aseguro que usted nunca ha visto a una ewok como la de Daniel, ni a un Megatron como el de Pablo Castro.

Sobre el cuento de César, puedo decir que es muy propio de él y poco más. A diferencia de los otros es un fanfic cerebral donde priman otros factores fuera de lo emotivo.

Y sobre mi aporte. Es una vieja idea que tenía, en parte heredera de mi propuesta original, y en parte infectada por el revisionismo de Jorge. Elijo a un personaje casi prescindible pero con mucho potencial para contar una historia de amor. ¡Sí!, una historia romántica. El protagonista está inspirado y es un homenaje a Luis Saavedra (articulador silencioso del fandom cómo le llamara Marcelo Novoa). Claro que por cuestiones de tiempo no pude escribir la segunda parte, que era realmente lo que quería escribir, pero espero hacerlo para un segundo en el segundo especial fanfics de Star Wars… cualquier aficionado a SW que lea estas líneas y desee enviarnos fanfics, hágalo a ezine_ARROBA_tauzero_PUNTO_org

Terriblemente cliché pero inevitable no despedirme con un: y que la Fuerza los acompañe.

Sergio Alejandro Amira
Viña del Mar, 21 de noviembre de 2006

Elia, la reina Sith

En la choza el humo hacía llorar los ojos. El hechicero saltaba y las pequeñas calaveras rellenas con semillas hacían un llamado al sueño de muerte. “Deja el miedo en la lluvia” cantaba arrastrando las guturales. “Olvida, déjalo ir. Recuerda la cosecha, recuerda el olor de la carne al fuego, recuerda a tu pueblo danzando la primera noche del largo día sin sol. Tu lugar está aquí con tus hermanos y hermanas. Deja el miedo en la lluvia”… y así seguía una y otra vez.
Todos en el clan estaban consternados. Era la tercera vez que se practicaba la ceremonia y Elia seguía tendida en la jaula, con los ojos abiertos, inexistente.

Su danza de muerte comenzó cuando era apenas una mota de pelos que clamaba por leche. Las hermanas de su madre muerta cumplían bien la labor de substitutas, su leche no era distinta, eran la misma sangre, el mismo clan. Una sola familia. Pero Elia las rechazaba siempre, hasta que el hambre la vencía.

Mala señal. El hechicero lo sabía. Una cachorra no debería rechazar el pezón que le trae comida. Sólo cuando estaba en brazos de su hermano parecía tranquila.

Mala señal. Una cachorra no debería criarse en los brazos de un macho.

Elia era la única sobreviviente del parto. La madre, Marci, había logrado sólo un cachorro vivo en cada camada. Sagú era el mayor, luego le seguían Parso y Devi. Los tres habían sufrido terribles heridas en sus búsquedas de aventuras en el suelo del bosque.

Mala señal. Un macho responsable sólo piensa en el bienestar de su clan y su familia. Un macho responsable aprende de los errores de los demás. De ellos sólo Sagú sobrevivió para convertirse en adulto y tras la muerte de Marci tomó la decisión más estúpida, hacerse cargo de la cría.
Había algo malo en sus espíritus. Seguían las reglas del clan, pero en sus ojos podía verse el descontento, una mirada que pretende ver más allá de las copas de los árboles. El hechicero lo sabía, la respuesta rugía en sus entrañas: estaban malditos.

El clan no los rechazaba. Había una enseñanza ahí. Eran el error que nadie debía cometer. El hechicero tenía razón, se debía hacer todo lo posible por ayudar a Elia. Su espíritu se lo exigía. Era el resultado de su propia semilla y Marci había sido una buena compañera, como muchas otras.

Elia creció a la sombra de Sagú. No era una hembra como las demás y las hermanas de su madre le negaban el consejo. Los cachorros la buscaban para jugar en la choza más alta, soñaban más de la cuenta al oír sus historias de lugares imposibles y criaturas que ningún ojo ha visto jamás. Las madres del clan vivían preocupadas, Elia no podía saber cosas que nadie le había enseñado. Por eso recurrieron al hechicero exigiendo la ceremonia destinada a los guerreros dementes que han visto demasiada muerte. No conocían otra manera.

Sagú se negaba. Sólo Daso, el jefe del clan, pudo hacer que entrara en razón. Elia debía olvidar lo que no podía saber. Sólo entonces Sagú puso a la pequeña en las manos del hechicero y ella sonreía como si se tratase de un juego.

Grandes rocas con forma de punta de flecha volando en el firmamento. Hilos de fuego destruyendo otras rocas más pequeñas. Criaturas sin pelo viviendo dentro de las rocas voladoras. Depredadores, cazadores y ganado comiendo del mismo plato. De estas cosas habló la pequeña con su lenguaje limitado. El hechicero había oído de su maestro una historia similar, muy antigua, y que nadie más conocía. Una antigua guerra librada no muy lejos de aquí.

Elia debía olvidar.

Luego de la ceremonia pareció cambiar. Elia ya no hablaba de esas cosas. Las madres estaban tranquilas. Sus tías le daban consejo. Ella aprendía las labores naturales de toda hembra y aunque su actitud era distinta al resto, no parecía haber motivo de preocupación.

Entonces vino el largo día sin sol, cuando la gran esfera en el cielo eclipsa la fuente de vida y se inicia el invierno. Elia, como todas las hembras nacidas en el ciclo anterior, había criado nuevo pelaje y en sus ojos brillaba el conocimiento antiguo de reverencia a lo desconocido.

Esa primera noche bailó. Fue una experiencia aterradora. Sus pies no se movían como los del resto, arriba y abajo, sacando astillas de la plataforma. Sus brazos hacían gestos graciosos, circulares, golpeando a sus compañeras de baile. Su rostro era una piedra sin expresión, los ojos blancos, la espalda curvándose con cada inspiración.

Nadie más bailó. El ritual se había manchado con locura y sangre de sus pies heridos. Los ancianos clamaron por su destierro. Las mujeres lloraron por las crías que nacerían muertas y por los machos que no regresarían a casa. Elia se detuvo, despertó del trance, oyó todo esto y cayó al suelo llorando desconsolada.

“No me maten” repetía quitando las astillas y limpiando la sangre en sus pies. El clan se apiadó, aquello que merecía entregar su cuerpo torturado a los depredadores fue perdonado. Y el hechicero inició la ceremonia allí mismo, saltando entre los puentes colgantes y rodeando el cuerpo de Elia con lianas.

Cuando su canto se apagó al fin, ocurrió el milagro. El sol destelló una vez más en el cielo, sólo un segundo. El mal estaba deshecho y el ritual se reinició con ardor en el canto de las mujeres. El clan había sido perdonado.

Sagú no dijo nada. Observó todo desde una choza más alta con el corazón golpeando fuerte en su pecho. Y cuando el ritual al fin acabó, cuando todo el clan había regresado a sus chozas, cuando sólo se oía el canto de las aves nocturnas y el lejano aullido de los depredadores de cacería, bajó a desatar a su hermana pequeña y se quedó allí vigilándola en su sueño intranquilo.
Elia soñó con ellos por primera vez. Dos criaturas altas y sin pelo en el rostro, vestidas con largas túnicas pálidas como flores y manos de cinco dedos blancos. Sus voces suaves la invitaban a seguir soñando y en su espíritu podía entender lo que decían, aunque el significado de las palabras estaba cargado de misterio.

Desde entonces Sagú no la perdió de vista. Donde quiera que él iba, ella tenía que acompañarlo. Sólo así evitaba que las mujeres la tironearan hasta arrancarle el pelo o que los de su edad la mordieran en los tobillos. No había mayor deshonra que ser un paria sin exilio.

Elia soñaba todas las noches. Soñaba con ellos. Soñaba con un ser oscuro que luchaba en singular combate. A veces podía sentir su dolor constante, agudizado con cada movimiento.
Otras veces soñaba con las extrañas rocas voladoras de su infancia. Ahora las veía con mayor nitidez. No eran rocas. Eran de metal como los cuchillos, grandes construcciones que ni un millar de herreros podrían concebir, capaces de surcar la noche eterna llevando vida a mundos imposibles.

Y una noche vio a Sagú. Lo vio allí, al pie de los árboles que eran su hogar, blandiendo la lanza contra un enemigo que no podía ver. Luego vio sangre, oyó gritos, y Sagú ya no estaba. No lo volvería a ver. Su hermano iba a morir.

Despertó llorando. Era sólo una pesadilla. Llamó a Sagú pero no oyó su gruñido tranquilizador. Miró en todas direcciones, afuera de su choza amanecía y Sagú no estaba.

La desesperación llenó de angustia su espíritu. Corrió fuera gritando por su hermano, las mujeres le arrojaron restos de comida. Los hombres mostraron sus dientes. Y Sagú no aparecía. Miró hacia abajo, al pie de los árboles, y revivió su pesadilla. Podía oler la sangre.

Se colgó de una liana y bajó rodeando el tronco con tal agilidad que los guerreros allí presentes aguantaron la respiración. Jamás habían presenciado tal destreza.

En el momento que sus pies tocaron el suelo por primera vez sintió algo nuevo. Una llamada. Un deseo incontrolable de correr en la dirección donde el sol se oculta cada noche. Sagú había dejado sus pensamientos, allí no había sangre, se había dejado llevar por su pesadilla. Ahora había un nuevo motivo para que la odiaran.

Oyó un crujido. Algo se acercaba desde la dirección de su deseo. Venía hacia ella. Traía algo consigo. Era la respuesta a su pregunta no formulada. Otro crujido, matorrales en movimiento, una voz conocida llamando a los vigías para que le tendieran una liana. Y entonces lo vio.

El hechicero.

Al verse ambos se quedaron quietos. Elia necesitaba saber que era lo que el hechicero ocultaba en su saco. Era la respuesta, y a la vez era la pregunta. Dio un paso hacia él cuando resonaron los cuernos.

Elia sintió el peligro. No había sentido algo así jamás en su vida. Un peligro se acercaba siguiendo el rastro dejado por el hechicero. El ruido de las lianas al golpear el suelo y los gritos de la multitud aterrada la sacaron de su trance. Un guerrero descendió para ayudarla a subir mientras otros dos tironeaban al hechicero.

Elia estaba a mitad de camino de la terraza más cercana cuando se percató que el guerrero que la había ayudado seguía en el suelo. Y sintió como si una mano invisible le apretara las entrañas. Era Sagú blandiendo su lanza, incapaz de subir a la liana por un pie herido luego de caer con todo su peso sobre una piedra filosa.

Entonces llegaron los depredadores. No eran los típicos lagartos que rondan el bosque en busca de carroña. Estos eran más altos que un guerrero y traían trofeos colgados de sus cuellos, largas hileras de calaveras, algunas todavía con piel y carne pegada al hueso.

Vieron a Sagú. Olieron su sangre, saltaron sobre su cuerpo y acabaron con su vida entre risotadas frenéticas.

Elia estaba petrificada. Lo había visto en su pesadilla y lo había propiciado. Era su culpa.
Los depredadores rondaron los árboles desde entonces. No se los podía ver, pero el clan sabía que permanecerían cerca hasta que el hambre los empujara a seguir su camino.

Elia fue rescatada por un grupo de guerreros furiosos. La pellizcaron, la mordieron, la escupieron, manosearon sus genitales mientras gruñían amenazas. Pero Elia ya no estaba en su cuerpo. Flotaba boca abajo en el mar de su culpa. Una vez en la terraza el hechicero le palmeó el rostro con tal fuerza que de su boca cayó un diente y la sangre manchó su pecho. Las mujeres clamaban por su sacrificio. Elia era una fuente de desgracia.

Entonces Daso rugió, “no habrá más sangre” y no hubo necesidad de explicar la razón. A lo lejos aún se oían las carcajadas siniestras de los depredadores.

Las mujeres corrieron a lavar el cuerpo de Elia y ungirlo con aceites. El hechicero revisó su boca y extrajo otro diente suelto. Entonces se dio cuenta, el olor manaba de ella y era una señal inequívoca. Elia entraría en calor en poco tiempo, antes incluso que otras hembras mayores que ella. Una razón más para aislarla.

El cuerpo lacio fue arrastrado hasta la choza del hechicero. Allí estaba la única jaula del clan y nadie, ni siquiera el hechicero, tenía recuerdos de la última vez que se había encerrado a alguien en ella. Nadie cometía delito alguno en contra de su propio clan.

Elia fue encerrada allí sin ceremonia. El hechicero encendió su brasero, extrajo algo de su saco y lo arrojó a las brasas. Una nube de humo plateado se desplegó ante él y el sueño de muerte inundó la habitación haciendo picar los ojos.

El hechicero la miró. Sentía remordimiento. Era una dura prueba para todos y la solución no podía ser fácil. El humo ya había penetrado en sus pulmones y sus sentidos se agudizaban con cada respiro.

Se vio a sí mismo haciendo la ceremonia una última vez, y así fue. Elia no reaccionó. Entonces se vio fornicando con ella, la tomó sin consentimiento y ella tampoco reaccionó. Su mente daba vueltas, vio a Elia caminado en un claro del bosque entre plantas rojas como la sangre… y supo que no había más remedio.

Abrió su saco, con una pinza extrajo un manojo de hojas frescas, venenosas, rojas como la sangre, y las molió en el mortero. La pasta roja parecía brillar en la oscuridad de la choza. Sus lágrimas se mezclaron con el preparado mientras abría la jaula y se sentaba junto a Elia, recitando el canto de los muertos. “Llegarás al lugar donde todos iremos, te reunirás con los ancestros y cruzarás el cielo hacia la gran esfera desde donde todos venimos”.

Elia tragó la sustancia amarga por simple reflejo. Su boca se adormeció, luego su garganta, su pecho y sus entrañas. Fue como quedarse dormida y sintió paz, sintió que podía volver a vivir su vida otra vez, deshaciendo los errores.

El mundo se apagó a su alrededor. Y en la oscuridad vio una flama que pronto se transformó en una fogata. El guerrero oscuro yacía muerto, tendido en una pira fúnebre. Su cuerpo ardió y de él y los que recorrieron estas tierras sólo quedó un recuerdo que pronto fue olvidado.

Elia abrió los ojos. Había visto la verdad. Tenía la pregunta y la respuesta. Podía sentir el veneno de la planta actuando en cada célula de su cuerpo. Y a diferencia de otros que murieron tras el simple roce de sus espinas, Elia lo controlaba y lo hacía suyo. Ya no tenía nada que temer.
La puerta de su jaula estaba abierta. El hechicero yacía junto al brasero, convulsionando y escupiendo espuma. Afuera aún era de día. Los niños cantaban no muy lejos de allí. Las mujeres reían mientras realizaban sus labores domésticas. Los guerreros compartían sus raciones de carne seca. El jefe del clan dormía la siesta en su choza privilegiada. Era un día normal, tranquilo, feliz.

Un día sin Elia.

Y sintió el odio por primera vez. Sagú había muerto apenas esa mañana, aún podía ver su carne desgarrada, oler su sangre, sentir su tragedia.

Tomó una daga de entre los amuletos del hechicero y le abrió el cuello con un solo corte. Bebió la sangre que manaba a borbotones y salió de la choza cubierta con el color de la desgracia.
Alguien la vio. Oyó gritos de horror y guerra. Oyó a Daso gritando “¡matadla!”.

¿Morir? Puso la daga entre sus dientes, notando que le faltaban dos incisivos. En sus genitales aún ardía la violación del hechicero. En sus manos y piernas podían verse las marcas de la tortura. ¿El clan había hecho con ella todo lo que estaba en su lista de cosas prohibidas y era ella la que debía morir?

Saltó de esa terraza maldita, tomó una liana, rodeó un tronco, saltó a un puente, se dejó caer entre las ramas del árbol madre, sujetó otra liana y tocó el suelo del bosque con gracia. Echó a correr hacia donde el sol se oculta cada noche, esquivando rocas y ramas por pasajes jamás transitados, escalando árboles y balanceándose entre lianas.

Nadie la siguió. Y cuando el sol enviaba los últimos destellos del día, llegó a ese claro de su sueño, rojo como la sangre.

Las plantas parecieron cobrar vida, movidas por un viento inexistente, dándole la bienvenida. Elia avanzó, se sumergió en el dolor de sus espinas que pronto se transformó en una caricia. Comió sus hojas y pudo ver. Vio todo. Sintió todo. La vida en este planeta y en los mundos cercanos, luego los lejanos, hasta que ya no hubo vida que fuera desconocida a su visión.

Entonces los volvió a ver. Y esta vez ellos la vieron también. Había sorpresa en sus miradas. Eran un macho y una hembra, hermanos. Y en su interior palpitaba un poder que ni Elia había podido imaginar, un poder que pronto superaría con creces.

“¿Qué eres?” preguntaron en un idioma de sonidos extraños. Elia no respondió, entendía perfectamente a qué se referían. No les interesaba saber su raza, el origen de su clan ni el nombre de la estrella donde orbitaba su mundo. En su pregunta estaba implícita la respuesta, “eres aquello a lo que más tememos”.

Elia lo sabía. Sabía lo que era, lo que podía llegar a ser. Y ellos no sabían nada de ella, dónde estaba ni por qué no la habían sentido hasta ahora.

“Soy Elia” dijo y cerró su espíritu a la visión de ellos. Jamás la volverían a sentir, no podrían encontrarla por más que buscaran en todo el universo conocido. Estaría oculta hasta que llegara el momento.

Y fue entonces que sintió el objeto. Estaba de pie en el lugar indicado, en el centro de este paraje bañado por la luz de las estrellas. Bajo ella, entre las cenizas del guerrero oscuro de sus sueños, estaba el objeto que la haría el ser más temible de este extremo de la galaxia. No hubo necesidad de escarbar. El objeto vendría hasta su mano sin esfuerzo.

La sensación de peligro se apoderó de su pecho, algo se acercaba. Concentró sus ideas, llamó al objeto y éste salió despedido de debajo de la tierra. Elia lo atrajo hacia su mano y cuando llegó a ella, se activó.

Su grito silenció el bosque entero. Un haz de luz rojo proveniente de uno de los extremos del objeto le había quemado el rostro, cegando su ojo derecho. No había tiempo para lamentarse, el peligro estaba sobre ella. Tomó el objeto con sus dos manos y lo blandió con increíble destreza, danzando entre las plantas mientras los depredadores que se habían deleitado con la carne de su hermano caían partidos en dos a su alrededor.

En apenas una decena de latidos volvió a estar sola. Observó el objeto con detenimiento, estaba claro su propósito. Movió un trozo de metal en la base del arma y el haz de luz se extinguió. Lo volvió a encender y apagar una y otra vez, deleitando su vista, rodeada de rojo y sangre.

El odio que hervía en su espíritu cobró nueva fuerza. La quemadura en su rostro ardía y aumentaba su furia y frustración. Comió más hojas hasta que su estómago ya no pudo más y echó a correr de regreso a los árboles del clan que la había visto nacer, con el arma en su mano, deseando la muerte para todos.

Nacimiento

Un pinchazo. Ruido. Un escalofrío eléctrico recorre las sendas positrónicas asociadas a la percepción del entorno. Sistema aural: señales sinusoidales puras en frecuencias variables entre 20 Hz y 20 KHz. Las señales aurales se detienen, los registros señalan palabras binarias de 64 bits copando un tercio de la capacidad de memoria. Externamente el jack de datos abre un espacio de datos positivo, creando un flujo de información que copa los bancos de EEPROM disponibles. Silencio. Negrura. Pausa. La inmovilidad atemporal es alterada por una percepción tubular del sonido circundante. Del banco de memoria extrae muestras para comparar. Tras filtrar varias veces los sonidos muestreados, asocia el sonido con un movimiento distante de herramientas.

Nada.

POST: incompleto
Operación: 50%
Conecte dispositivo visual!
Giroscopios:
H: error
V: error
P: error
Bancos de datos: incompletos
Fuente de poder: externa
Motor de flujo axial 2: error
Motores de flujo axial 3: inexistente/desconectado
Motores de flujo axial 4: inexistente/desconectado
Salida de audio: inexistente/desconectado

Nada.

Silencio. Luz. Imagen. Ruido. Aplica flitros de enfoque, buscando el grado determinado. Filtrado del ruido, limpiando las imágenes; imposible de completar, contraste excesivo: hay una luz muy brillante pendiendo sobre el objetivo. Ajuste de la sensibilidad a K9300: objetivo detecta un plano cuadriculado, de bajo contraste. Limpieza ultrasónica del CMOS. Enfoque: error. Conexión objetivo: exitosa. Test: 10mm… 35mm… 50mm… 200mm… 400mm… f2.0… f3.8… f5.0… f11… test completo con éxito: plano de alta definición, encuadre perfecto. Balance de blancos: exponga gris neutro. Blancos en balance: detección de luces semiconductoras. Silencio. Imágenes de prueba. Distorsión de barril: compensada en post procesado. Viñeteado: compensado en post procesado. Aplicación de filtro antialias. Visión tubular!!!

Nada.

POST: incompleto
Operación: 75%
Giroscopios:
H: error
V: error
P: error
Bancos de datos: incompletos
Fuente de poder: externa
Motor de flujo axial 2: error
Salida de audio: inexistente/desconectado

Nada.

Imagen y sonido. Preaplicación de flitros establecidos. Enfoque. Detección de bordes. Reconocimiento de patrones. Ajuste en giroscopios: activo. Activo. Activo. Vertical: 90°. Horizontal: 0°. Plano: 12°. En el encuadre entra una imagen blanca coronada por una esfera oscura. Se retira y da paso a una imagen blanca coronada por un una esfera clara. Siente como manualmente trastean con el objetivo, logrando más enfoque. Autónomamente corre un POST secundario y detecta un chopper conectado a la fuente de poder externa. La frecuencia es baja, y siente los varios rectificadores conmutando cada tres o cuatro ciclos. El motor de flujo axial 2 no se detecta. Vuelve a correr el POST secundario, esta vez con el modificador –bg, para permitir que corra en forma permanente, ya que los resultados del primero no se almacenaron: falta un banco de memoria.

Recorre el entorno con los sensores que apropiadamente tiene instalados, y se descubre sobre un plano, plagado de pequeños obstáculos; descubre un plano inferior, uno superior, y a lo lejos planos perpendiculares. Hay numerosos errores en la detección del plano inferior. Uno de los errores se acerca hasta que en el encuadre entra la misma imagen blanca coronada por una esfera oscura. La asocia con el error percibido. Efectivamente, ningún error permanece mucho tiempo en el mismo lugar en el que fue detectado. El error más cercano trastea con algo muy cerca y de pronto, nada.

Nada.

POST: incompleto
Operación: 90%
Giroscopios:
H: 0°
V: 0°
P: 0°
EEPROM: programar!
Fuente de poder: cargando
Capacidad: 30°
Salida de audio: inexistente/desconectado

Nada.

Los sensores detectan los planos y el volumen disponible entre ellos, la luminosidad y los obstáculos. Hay silencio casi absoluto excepto por un chasqueo plástico constante. Siente el motor de flujo axial 2 operando correctamente; rectifica el registro de errores. Los errores de detección de los planos han disminuido, y algunos están inmóviles. Uno de los errores detectados se encuentra a 270° respecto del punto de visión, pero muy cerca. Siente un puerto de datos conectado a una de sus entradas y el protocolo serial le exige dedicar un bus de datos para insertar datos en la EEPROM. Lo hace. Tras unos pocos ciclos el bus de datos palpita con instrucciones.

bank.open(EEPROM){
set.baud=54e12;
format {
mem=ROM;
type=4ALPHA-K;
rows=540;
cols=12800;
depth=1024e15;
status==0; } }
for i=540 & j=12800 {
begin.rec(EEPROM);
notify(status); }
if notify(status)=1 & i==0 & j==0
then{
end.rec(EEPROM);
bank.close(EEPROM);}

Tras pasar las instrucciones por el intérprete, ejecuta las instrucciones y destina un espacio en la EEPROM según se le ordena, y empieza a ubicar bytes y bytes de información. Demora 12 kilociclos del rectificador 64p en localizar la información recibida y emitir status==1. Por el bus de datos fluye un nuevo bloque de instrucciones críptico:

clock.sync(base)=64p;
clock.sync(main)=base * 1e9;
clock.sync(op)=base * 0;
clock.sync(alt1)=base * 0;
clock.sync(alt2)=base * 0;
clock.sync(alt3)=base * 0;
clock.sync(alt4)=base * 0;
count.zero;
begin;

Nuevamente interpreta las instrucciones y sincroniza todos sus contadores con el rectificador 64p, y vuelve los contadores a cero antes de caer en

Nada.

POST: OK
Giroscopios:
H: 0°
V: 0°
P: 0°
EEPROM: OK
Fuente de poder: operando
Capacidad: 95°
Salida de audio: inexistente/desconectado

Nada.

Siente movimiento y en la imagen en foco entra una persona, vestida de blanco. Es un hombre, de unos 35 años. Lleva la cabeza afeitada y su piel es oscura. Se acerca y mientras extrae un objeto no reconocido de una caja, ejecuta una rutina de detección de bordes sobre un recuadro oscuro, colgado del ropaje blanco. Almacena la información retenida sobre el CMOS, ejecuta un filtro de enfoque, ejecuta una rutina de eliminación de ruido de tres pasos y sobre ello regula contraste y brillo al máximo. Alinea los bordes rectos. Traslada los datos a los registros de interpretación y el procesador anuncia el resultado: Q’aiser Remtulla.

Q’aiser se arrodilla saliendo del encuadre. Pero descubre algo que no estaba presente en los registros: la existencia de unos nanomotores de disco que permiten desplazar el cristalino de la lente, logrando mover el ángulo de visión más allá de lo que el encuadre neutro permite. Carga los controladores, ejecuta una rutina para fijar los parámetros de operación. Mueve el enfoque y descubre que Q’aiser Remtulla atornilla algo al chasis, para luego cerrar con un golpe una portezuela.

Se activa el registro principal de la salida de audio, y a través de su objetivo ve que Q’aiser mueve la boca. Carga los controladores de la salida de audio mientras asocia los movimientos con los ruidos que percibe, y activando las rutinas comparativas extrae las palabras de la EEPROM. El hombre le dice:

–Orden prioritaria: comprobación de sistemas. Ejecutar.

Mientras ejecuta la prioridad se logra oír por primera vez. Recita los parámetros indicados por la orden prioritaria, a continuación recita el estado de sus motores, bancos de memoria, batería y sistemas rectificadores. Q’aiser, atento a una pantalla que sostiene en sus manos asiente satisfechamente. Claro, Q’aiser no entiende nada del galimatías electrónico que emite por su salida de audio, pero por suerte la salida es lenguaje de máquina, fácilmente traducible por cualquier autómata intérprete. Se levanta, deja la pantalla a un lado y mira una pantalla más pequeña, adherida a su brazo, y dice:

–Orden prioritaria: modo de seguimiento. Ejecutar.

La orden obliga a formar un patrón de detección tridimensional, detectar los bordes de Q’aiser y mantener una distancia constante. Durante varias horas Q’aiser Remtulla se desplaza de un lado a otro y lo sigue. Sabe cuando esperar, y si Q’aiser se esconde detrás de una puerta lo sigue detectando. Durante el día recibe numerosas órdenes no prioritarias y las ejecuta perfectamente, tal como la programación almacenada en la EEPROM ordena. Al tener procesadores adaptivo-predictivos no almacena todos los datos obtenidos al ejecutar cada orden, sólo crea los engramas necesarios para reconstruirlos. Cada vez ejecuta las órdenes en formas más eficientes y breves, para satisfacción de Remtulla, que se entretiene emitiendo órdenes cada vez más complejas. Al final de doce horas Q’aiser ordena:

–Orden prioritaria máxima. Ejecutar. Sígueme.

En ese momento queda liberado de las obligaciones anteriores, y se activa su procesador de libre albedrío, sujeto a las órdenes que pueda recibir. Las rutinas de discernimiento ocupan naturalmente su espacio en la RAM, sin interferir con las rutinas de detección de bordes y reconocimiento de planos y volúmenes. Sin recibir ninguna orden activa su modo de seguimiento. Ordena al chopper aumentar la frecuencia de sus pulsos y como consecuencia aumenta el flujo en los motores. Acelera hasta alcanzar la distancia prudente establecida y se instala al lado de Q’aiser, regulando la velocidad hasta emparejarse con él.

Ambos siguen un pasillo difusamente iluminado, con muchas curvas. Superan algunas escaleras, cosa fácil para Q’aiser; sin embargo debe alterar su base tripoidal y operar durante unos instantes en modo bípode para sobrepasar el obstáculo. En su memoria locacional los engramas que reconstruirán con exactitud el plano de los lugares recorridos están siendo clasificados y asociados, los duplicados eliminados y los recurrentes resumidos.

Al doblar una esquina, Q’aiser se detiene delante de una puerta, se pasa las manos por la calva cabeza con nerviosismo, mira directamente hacia su objetivo, que ajusta sus lentes asféricas para mantener la imagen en foco, mete la mano a un bolsillo y saca un paño oscuro. Acto seguido se arrodilla y frota enérgicamente el chasis, tanto que los giroscopios indican variaciones en la posición vertical, y un mínimo desplazamiento horizontal: su cuerpo se tambalea.

Tras unos instantes se levanta, lo rodea y regresa a la posición inicial, satisfecho. Toca la puerta y (el interior es un volumen semicircular de bases planas, ocupado por una persona voluminosa sentada tras un plano semicircular) desde dentro se oye una voz. En realidad no oye, sino que muestrea y codifica sobre la marcha el sonido percibido, luego compara con las muestras tras filtrar y su intérprete vocal traduce:

–Adelante.

La puerta se abre y Q’aiser Remtulla entra; como el modo seguimiento está activo, lo sigue. La estancia es luminosa; ajusta la sensibilidad del CMOS y aplicando la misma rutina muestreo-codificación-interpretación escucha la siguiente conversación:

–Profesor Remtulla, bienvenido. Tenga usted salud esta tarde.
–Decano, la salud sea suya. He terminado mi trabajo, y he creído apropiado presentarle a usted el prototipo del androide multipropósito en el que he estado trabajando. R2-D, saluda al decano Q’rin Magulla.