Editorial TauZero Burroughs

Si hubiésemos esperado hasta el próximo año para publicar este especial de TauZero seríamos uno más de quienes estarían honrando la vida y obra de William Burroughs a una década de su fallecimiento. Pero, ¿para qué esperar? De hecho este homenaje es algo que he querido hacer desde hace mucho tiempo y que por una razón u otra fui postergando hasta que dije: “bueno, ya es hora de ponerle el cascabel al gato”. A Burroughs, como a muchos escritores, le gustaban los gatos, tanto así que falleció en agosto. Soriano dice que todos los escritores con corazón se han ganado un gato que los sigue y los protege. Dante, Baudelaire, Lewis Carrol, Borges, Hemingway y Baradit pueden dar cuenta de ello. Burroughs amaba a los gatos. Yo mismo prefiero la aparente indiferencia de estos felinos al patético servilismo del perro. Los escritores y los gatos somos parte de una misma raza, somos seres intrínsicamente egoístas y solitarios que no estamos para moverle la cola a nadie.

Allá en la noche de los tiempos, cuando rmundaca y yo intercambiábamos nuestras primeras palabras, hablamos de nuestros autores predilectos. El primer nombre que le solté creo fue el de Burroughs. “A mí también me gusta Burroughs”, replicó rmundaca, “La Princesa de Marte, Barsoon, los leones con seis patas”. “No Edgard Rice Burroughs”, le precisé, “William S. Burroughs”. “Ah, no lo conozco” fue la respuesta de aquel que algunos llaman krypto en honor al perro de Superman. Y hasta el día de hoy mi estimado amigo y director de TauZero al igual que miles de otros lectores siguen sin ser infectados por Burroughs, siguen sin saber que el lenguaje es un virus y que la identidad propia es finalmente un síntoma de la invasión parasitaria. Siguen sin saber que los Divisionistas cortan trocitos minúsculos de su propia carne de los que crecen copias exactas de sí mismos en embriones gelatinosos; que la amenaza de tortura es mucho más efectiva que la tortura misma; que el horror sin esperanza del Dios Ciempiés se extiende desde Moundville a los desiertos lunares de las costas peruanas… Pues es hora de revertir la situación y utilizar a TauZero como un caballo de Troya para invadir las mentes de los lectores con los agentes patógenos de Interzonas.

Ahora que lo pienso es tan probable que las nuevas generaciones desconozcan a William Burroughs tanto como a Edgard Rice Burroughs. Pero todo el mundo conoce a Tarzán, ¿no? Pues ese personaje fue invención de Burroughs (de Edgar eso es) y vale la pena recomendar un cuento de Philip José Farmer sobre una aventura del “señor de los monos” escrita a la manera de William Burroughs. Si mal no recuerdo el título traducido al castellano era El niño podrido de la jungla todo pasando.

Si usted, estimado lector, no tiene la menor idea de quien es William Burroughs o sobre qué escribía, lea el siguiente fragmento extraído de El almuerzo desnudo: Sólo hay una cosa de la que puede escribir un escritor: lo que está ante sus sentidos en el momento de escribir… Soy un aparato para grabar… No pretendo imponer “relato”, “argumento”, “continuidad”… En la medida en que consigo un registro Directo de ciertas áreas del proceso psíquico, quizá desempeñe una función concreta… No pretendo entretener. Cualquier otra palabra que pueda agregar a estas alturas por mi parte sólo contará como acumulación o derroche, el almuerzo está servido y al desnudo, la ceremonia está a punto de comenzar…

Para normal

Que Burroughs haya alcanzado una edad tan avanzada es un homenaje a los poderes regeneradores de una vida intensa, vivida de punta a punta. Mas de medio siglo de consume Intensivo de drogas no logro apagar su espíritu notablemente lucido ni su humor filoso y helado. La última vez que lo vi en Londres, hace algunos anos, estaba encorvado y se cansaba muy rápido, pero no era muy diferente del personaje ya legendario al que conocí por primera vez a principios de los 60 en su departamento de Duke Street en St. James.

La revista Esquire me había pedido que escribiera un retrato suyo, pero Burroughs, aunque me recibió con mucha cortesía, –era muy desconfiado. Ya estaba obsesionado por el funesto poder de los imperios mediáticos. Mientras su joven amiguito, que tenia tatuado «love” y «hate” en las articulaciones de los dedos, cortaba un polio al homo, Burroughs describía la manera mas eficaz de acuchillar a un hombre y matarlo. Y todo esto con un ojo puesto sobre las puertas y las ventanas. “La CIA me vigila, Estacionan su camioneta de la tintorería enfrente de mi casa”, me confió. No creo que se burlara de mí. Su imaginación estaba repleta de cosas extrañas salidas de series del tipo «Increíble pero real», de novelas policiales pulp y, en lo que concierne a las camionetas de tintorería, de películas de espionaje hollywoodenses de los anos de la Guerra Fría. Cuando Burroughs hablaba del complot de la revista Times para conquistar el mundo, lo hacia con seriedad. Rechace la misión de Esquire, porque entendí que nada de lo que escribía podría hacer justicia, incluso de lejos, a la imaginación increíblemente paranoica de Burroughs. Cambió poco con el tiempo, y en verdad no lo necesitaba –su extraño genio era el espejo perfecto de su época, e hizo de el escritor más importante y original de la posguerra. Ahora no nos quedan mas que los novelistas de carrera.

© The Guardian, 4 de agosto de 1997

El sobreviviente

Lo vimos por última vez en el reciente video de U2. Elegante a pesar de su edad y de su paso de anciano, con su eterno sombrero y sus anteojos negros estilo Al Capone, fiel hasta el fin en su fascinación por el mundo del crimen. El 2 de agosto, a la edad de 83 años, murió William Seward Burroughs. Al hígado reventado de Kerouac, al corazón exhausto de Allen Ginsberg, se agrega ahora el de Burroughs, completando la desaparición de las principales figuras de la Beat Generation. Durante los últimos veinte anos, vimos a Burroughs pasear su frágil silueta de icono rockero por el backstage, on stage o in the studio, junto a Lou Reed, Bowie, Laurie Anderson, Disposable Heroes Of Hiphoprisy, Kurt Cobain. Su extensa obra esta repleta de intuiciones geniales acerca del mundo contemporáneo. Una y otra vez, podemos leer en ella: el virus más peligroso para el hombre es la palabra. Varias generaciones de escritores, músicos y cineastas aprendieron de Burroughs como manipularla y triturarla, con las tijeras y pinzas del cut-up, su famoso método de collage. Porque si el lenguaje es un virus, el universo alucinado de la obra de Burroughs no deja de servirnos de antidote. Androginia antes que homosexualidad, biopolítica y experiencias límite antes que drogas, virus mortal, deseo mortífero de velocidad que lleva a sus personajes a gozar muriendo. Y, sobre todo, el control informático del Estado: Burroughs murió pero sigue sonando, y nosotros somos sus pesadillas.

¿Cuando y por que empezó a escribir?

Empecé a escribir alrededor de 1950; tenía entonces treinta y cinco años; aparentemente no hubo ninguna motivación fuerte. Simplemente intentaba poner por escrito, en un estilo más o menos directo, periodístico, algo sobre mis experiencias con la adicción y los adictos. No tenía otra cosa que hacer. Escribir me daba algo que hacer cada día.

¿Por que empezó a consumir drogas?

Bien, simplemente, estaba aburrido. Aparentemente no tenia mucho interés en convertirme en un exitoso ejecutivo publicitario ni en ninguna otra cosa, ni en vivir la clase de vida que Harvard diseña para uno. Después de que me convertí en adicto en Nueva York, en 1944, las cosas empezaron a ocurrir. Me metí en algunos problemas con la ley, me case, me mude a Nueva Orleans y después me fui a México. Creo que las drogas son interesantes especialmente como medio químico de alterar el metabolismo y alterar por lo tanto aquello que llamamos la realidad, que yo definirla como un esquema de observacion mas o menos constante.

¿Las visiones de las drogas y las visiones del arte no se mezclan?

Nunca. Los alucinógenos producen una serie de estados visionarios, pero la morfina y sus derivados disminuyen la conciencia de los procesos interiores, del pensamiento y las emociones. Matan el dolor, pura y simplemente. Están absolutamente contraindicados para cualquier trabajo creativo, e incluyo en las contraindicaciones el alcohol, la morfina, los barbitúricos, los sedantes…

¿Usted considera que la adicción es una enfermedad pero también un drama humano, de importancia central?

Absolutamente. Es tan simple como la manera en que alguien llega a convertirse en un alcohólico. Se empieza a beber, eso es todo. Le gusta, bebe, y después alguien se convierte en alcohólico. Estuve expuesto a la heroína en nueva York… es decir, andaba por allí con gente que la consumía; yo la ingerí, los efectos fueron placenteros. Seguí consumiéndola y me convertí en un adicto. La idea de que la adicción es de algún modo una enfermedad psicológica es, creo yo, totalmente ridícula. Es tan psicológica como la malaria. Es todo cuestión de exponerse. También hay formas espirituales de adicción. Cualquier cosa que pueda hacerse químicamente puede hacerse de otras maneras, es decir, si es que tenemos suficientes conocimientos de los procesos involucrados. Muchos policías y agentes de narcóticos son precisamente adictos al poder, a ejercer una cierta clase de poder perverso sobre personas indefensas. Droga limpia, la llamo yo… rectitud; ellos son rectos, y si perdieran ese poder, sufrirían tremendos síntomas de abstinencia. Los narcóticos, entonces, perturban la percepción normal… Y provocan, en cambio, un arbitrario deseo de imágenes. Si las drogas no estuvieran prohibidas en los Estados Unidos, serian el perfecto vicio de la clase media. Los adictos cumplirían con su trabajo y después volverían a casa para consumir la enorme dosis de imágenes que los espera en los medios de comunicación de masas. A los yonquis les encanta ver televisión o leer un periódico o una revista. Billie Holliday dijo que supo que estaba dejando las drogas cuando dejo de gustarle ver televisión.

Usted parece estar primordialmente interesado en puentear la estructura consciente, racional, hacia la que la mayoría de los escritores dirigen sus esfuerzos.

No sé nada con respecto al sitio hacia el que la ficción se dirige habitualmente, pero yo me dirijo, de manera bastante deliberada, hacia el área que denominamos sueños. ¿Qué es precisamente un sueño? Una cierta yuxtaposición de palabra e imagen. Recientemente he hecho muchos experimentos con los álbumes de recortes. Leo en los periódicos algo que tal vez me recuerda algo que he escrito, o que tiene alguna relación con eso. Recorto la foto o el artículo y lo pego en el álbum junto a las palabras de mi libro. O puedo estar caminando por la calle y de repente veo una escena de mi libro, y la fotografío y la pongo en mi álbum. En otras palabras, he estado muy interesado en la precisa manera en que la palabra y la imagen se relacionan, de manera asociativa extremadamente compleja. Los álbumes de recortes son ejercicios para expandir la conciencia, para enseñarme a pensar en bloques asociativos en vez de en palabras. Las palabras, al menos tal como las usamos, pueden interponerse en el camino de lo que yo llamo experiencia no-corporal. Ya es hora de que pensemos en dejar atrás el cuerpo.

¿Por qué es deseable ese estado sin palabras?

Creo que es una tendencia evolutiva. Creo que las palabras son una manera de hacer las cosas con rodeos, como si avanzáramos en un carro tirado por bueyes, que son instrumentos torpes que finalmente serán dejados de lado, probablemente mas pronto de lo que creemos. Es algo que ocurrirá en la era espacial. Casi todos los escritores serios se niegan a abrirse a las cosas que está haciendo la tecnología. Yo nunca he podido entender esa clase de temor, esa especie de reverenda supersticiosa por la palabra. Dios mío, dicen, no se puede recortar así las palabras. ¿Por qué no puedo?

¿Qué ofrece al lector la tecnica del cut-up que no le ofrezca la narrativa convencional?

Cualquier fragmento narrativa o cualquier fragmento, digamos, de imágenes poéticas, esta sujeto a cierto número de variaciones, todas las cuales pueden ser interesantes y validas por derecho propio. Una pagina de Rimbaud recortada y reacomodada ofrecerá imágenes bastante nuevas. Imágenes de Rimbaud –verdaderas imágenes de Rimbaud–, pero nuevas. Los cut-up establecen nuevas conexiones entre imágenes, y en consecuencia el espectro de visión de uno se expande.

¿Cree que el público puede eventualmente ser entrenado para responder a los cut-up?

Por supuesto, porque los recortes hacen explícito un proceso psicosensorial que de todos modos funciona todo el tiempo. Alguien esta leyendo un periódico, y sus ojos siguen la columna del modo lógico adecuado, una idea por vez, una oración por vez. Pero subliminalmente esta leyendo las columnas de ambos costados y es consciente de la persona que esta sentada a su lado. Eso es un cut-up. Yo estaba sentado en una cafetería de Nueva York, tomando un café. Pensaba que allí, uno se siente verdaderamente encajonado, como si viviera dentro de una serie de cajas. Miré por la ventana y había un gran camión de Yale… Eso es un cut-up, una yuxtaposicion de lo que ocurre afuera y de lo que uno esta pensando. La mayoría de la gente no ve lo que ocurre a su alrededor. Ese es mi principal mensaje para los escritores: por amor de Dios, tengan los ojos abiertos. Adviertan lo que ocurre alrededor.

Usted considera que hay esperanzas para la raza humana, pero al mismo tiempo esta alarmado porque los instrumentos de control se vuelven cada vez mas sofisticados.

La gente que trabaja con encefalogramas y con ondas cerebrales señala que algún día será posible instalar, en el momento del nacimiento, una antena de radio en el cerebro, que controle el pensamiento, los sentimientos y la percepción sensorial. En realidad, que no solo controle el pensamiento sino que haga imposibles ciertos pensamientos. Pero al mismo tiempo que los instrumentos de control se hacen mas sofisticados, también se vuelven más vulherabies. Time, Life, Fortune aplican un sistema de control mas complejo y efectivo que el del calendario maya –que postulaba como debía sentirse todo el mundo en un determinado momento–, pero también es mucho mas vulnerable, por ser tan enorme y mecanizado. Es posible redirigir una maquina. Un sargento técnico puede arruinar toda la maquinaria. Nadie puede controlar la operación completa. Viene el capitán y dice: “Bien, muchachos, en marcha”. Ahora bien, ¿quién sabe que botones hay que apretar? ¿Quién sabe como mandar para arriba las cajas de Spam, al sitio al que van, y como llenar los formularios? El sargento lo sabe. El capitán no lo sabe. Mientras haya sargentos, la maquinaria puede desmantelarse, y todavía podemos salir con vida de todo esto.

Mary McCarthy lo ha caracterizado como un utopista amargo. ¿Es correcta la definición?

Definitivamente pretendo que lo que digo sea tornado literalmente, si, para que la gente sea consciente de la verdadera criminalidad de nuestra época, para que puedan distinguir las marcas. Toda mi obra esta dirigida en contra de aquellos que, por estupidez o conscientemente, están abocados a hacer estallar el planeta o a hacerlo inhabitable. Como la gente de la publicidad, estoy preocupado por la precisa manipulación de palabra e imagen para crear una acción, no para salir a comprar una Coca Cola, sino para crear una alteración de la conciencia del lector. Sabe, me han preguntado si de estar en una isla desierta sabiendo que nadie vería nunca lo que yo pudiera escribir, lo mismo seguiría escribiendo. Mi respuesta es un enfático sí. Seguiría escribiendo para tener compañía. Porque estoy creando un mundo imaginario –siempre es imaginario– en el que me gustaría vivir.

El sobreviviente

Entrevista: Conrad Knickerbocker

The Paris Review

Foto Renaud Monfourny

Confesiones de escritores – Narradores 2 (El Ateneo). Traducción de Mirta Rosenberg, 263 páginas.

Un maullido para Burroughs

En estos días, los periodistas informaron sobre la muerte de William Burroughs, anunciando que desaparecía el último beatnik. Como de costumbre tenían el naipe con varios ases menos, y jugaron una carta muy desprolija. Es cierto que la profiláctica muerte se ha llevado ya a muchos de los genios beat o a los vinculados al movimiento (Kerouac, Ginsberg, el cineasta Cassavetes), pero queda tanto paño por cortar que no más el año pasado el Whitney Museum de Nueva York organizó una exposición acerca de como la cultura beat había influido en la nueva América. Entre cientos de nota­bles sobrevivientes están el poeta Ferlinghetti, Gregory Corso, y colegas negros como Leroy Jones. La obra maestra de Burroughs es El almuerzo desnudo, cuya reducción fílmica pudo ver­se el año pasado esporádicamente en Santiago. La novela fue publicada en París, el año 1959, y en Nueva York en 1962, hazaña que provocó la ruina de su edi­tor Barney Rosset, quien debió vender todos sus bienes para pagar la defensa legal del libro perseguido con el cargo de obscenidad. En verdad, el grueso del capital ya se le había ido antes pagando a los abogados de Henry Miller, su otro autor conflictivo.

El almuerzo desnudo se basa en las notas que el novelista tomó durante una fase de profunda adicción a las drogas. El narrador, en primera per­sona, se llama William Lee, y es un especie de máquina registradora de una marejada de fantasías surrealistas, nutridas de pesadillas y deshilvanadas sin la menor ambición de constituir un argumento. Con todo, una y otra vez da cuenta expresiva de su alienación e impreca al autoritarismo. La fama de este carnaval de alucinaciones le robó visibilidad a otras novelas de Burroughs, las que combinan enérgicamente imperfección con genialidad. Entre ellas, mis favoritas son Nova express, una sátira a la vida moderna a través de las aventuras de unos gángsters interplanetarios, y Los chioos salvajes, una ficción sobre revolucionarios homosexuales.

La mayor parte de la obra de Burroughs no ha sido traducida al español, ya sea por lo sórdido de su lírica procaz como por lo arduo que resulta verter su inglés espasmódico al español Con todo, la edición que existe en Anagrama de El almuerzo desnudo, aunque salerosa, retiene la feroz vitalidad del origi­nal y uno puede ver con nitidez en que sentido esta obra cumple con el itinerario beat: liberación de prejuicios y tabúes, rebelión contra la censura, oposición a la maquinaria de la industria militarista, presencia de otra espiritualidad como una corriente margi­nal de la tendencia dominante, desprecio de la sociedad comercial, y sobre todo, santificación del camino como sentido de la vida, tal cual se ve en este dialogo escrito por Kerouac:

–Tenemos que partir y no parar hasta que lleguemos.

–¿A dónde vamos, compadre? –No sé, pero tenemos que ir hacia allá.

Hay que decir que la citada novela nutre sus horrores de la imaginación drogadicta, pero no es una santificación de la droga. El autor logró salvarse e iniciar su recuperación justo cuando “ha­cia un año que no me bañaba ni me cambiaba de ropa, ni me la quitaba mas que para meterme una aguja cada hora en aquella carne fibrosa, como madera gris, de la adicción terminal.” exxDe allí que en la introducción, Burroughs embiste a los traficantes pidiendo a sus angélicos lectores que se libren de ellos y que miren bien, muy bien, el camino de la droga antes de recorrerlo y liarse con malas compañías. Culmina: “Te lo dice uno que sabe.”

Pocos llegaron a enterarse de que en el último tiempo, largo, flaco y librado de la adicción tras un tratamiento con apomorfina, el autor nacido en Saint Louis se fue a vivir a Kansas en compañía de varios gatos, pero hechizado básicamente por dos: Fletch y Ruski. Con ternura, ingeniosa observación y suave prosa de anciano, da cuenta de la vida de estos felinos que lo acompañaron hasta su final en The Cat Inside (Viking).

Traduzco uno de mis fragmentos favoritos, acerca de un arisco minino gris que codiciaba ser habitante de su casa: “Al extremo del porche estaba el gato gris y a su lado un enorme gato blanco al que no había visto antes. Entonces, el animal blanco avanzó hacia mí, y se frotó contra la mesa, lenta, cautelosa-mente. Finalmente se enroscó en mis pies, ronroneando. Claramente el gato gris me lo había mandado para que le hiciera el primer contacto.” exxQuerido maestro: permítame este últi­mo maullido con mucho cariño.

Antonio Skármeta Show Cultural, Revista Caras nº 245, 14 de septiembre de 1997.

Irrupciones en la cámara gris

Por Alfredo Hauchecorne*Cuando llegué a Nueva York a fines de los años 1970’s la actividad cultural del bajo Manhattan era casi nula debido principalmente a los drug-dealers. El barrio estaba prácticamente abandonado pero aún así contaba con uno de los centros poéticos más importantes de Nueva York, el Nuyorican Poets Café del escritor puertorriqueño Miguel Algarín.

Algarín fue uno de los precursores de un movimiento literario en el Nueva York de los 70 cuyas características principales eran, por una parte, dar voz a la gran comunidad puertorriqueña residente en los Estados Unidos y por la otra, mezclar el inglés y el español para reflejar las singularidades de una comunidad que hablaba español en su casa e inglés en la calle. Este movimiento de los llamados Nuyorican writers, compuesto sobre todo de poetas y dramaturgos, tuvo su gran momento gracias al estreno de varias obras teatrales en el Public Theater de Joseph Papp, particularmente Short Eyes, de Miguel Piñero. El éxito de esta obra de teatro fue la clave del fichaje de Piñero en Hollywood, donde lo llamaron para que escribiera el guión para uno de los episodios de Kojak. Piñero le pidió a Algarín que fuera con él porque nunca había volado (él sólo salía de Nueva York para ir a la cárcel.) El día que llegaron les dieron unos guiones para corregir que eran malísimos y en menos de media hora los dos escritores puertorriqueños se inventaron un diálogo tremendo y Telly Savalas se lo memorizó y le gustó tanto que desde ese día los pusieron en la nómina. Piñero y Algarín se quedaban despiertos noches enteras inventando capítulos para series como Kojak y Baretta; se bebían una botella de ron y lo que salía era un tiroteo tras otro, pero la acción siempre reflejaba el dilema entre la moral y la ley y las circunstancias sociales de la vida del delincuente que lo impelían a delinquir. Eran guiones que no tenían nada que ver con las típicas series de televisión, en las que por primera vez en Estados Unidos salían latinos en la pantalla y se reflejaba algo de la vida de barrio. A parte de este éxito comercial, que sirvió para abrir por primera vez las puertas de la televisión en Estados Unidos a muchos latinos, este grupo de escritores comenzó a experimentar con una literatura bilingüe y con el uso del spanglish como forma de reflejar la realidad de una población latina que se desenvolvía en un medio anglosajón.

Esta innovación literaria provocó en un principio críticas furibundas de los puristas del idioma, que no se daban cuenta que estos escritos no eran más que un fiel reflejo de una realidad neoyorquina particular. Algarín, que para entonces había obtenido un doctorado en literatura, fundó poco después de esto el Nuyorican Poets Café (Algarín sigue hasta el día de hoy presentando justas poéticas y obras multiculturales representativas del Lower East Side o Loisaida, como se hispaniza el nombre de este tradicional barrio de inmigrantes de Manhattan.) Un libro editado por él sobre la poesía en dicho centro, Aloud: Voices from the Nuyorican Poets Café, ganó el prestigioso American Book Award de 1994, nada menos que el tercero de estos premios para Algarín pero en realidad no es de Miguel Algarín de quien pretendía hablar sino de William Burroughs.

Conocí a William Burroughs gracias a Algarín quien a su vez lo había conocido por intermedio de Allen Ginzberg. Por esa época Ginzberg, Gregory Corso y Lawrence Ferlinghetti iban al Nuyorican Poets Café a leer sus creaciones y Burroughs se dejaba caer los fines de semana con los últimos capítulos de su novela que leía a los obreros puertorriqueños que venían a beberse un vaso de vino o de cerveza por 50 centavos. Estos obreros boricuas escuchaban ensimismados a ese anglosajón que no tenía vínculo alguno con la experiencia latina. Pero la profundidad con que él veía la vida y la forma en que leía con esa voz nasal inconfundible, penetraba en las mentes de esa gente que siempre celebraba sus ocurrencias. Es increíble, pero ese viejo antipático, burgués, blanco, anglosajón hacía reír a todos los boricuas a carcajadas: a trabajadores de fábrica que no tenían referencia literaria alguna. De acuerdo a Algarín el puertorriqueño era capaz de sentarse y disfrutar con la prosa difícil y ácida de Burroughs debido a la tradición de los tabaqueros de comienzos de siglo, cuyo gremio socialista estableció lectores que leían literatura y textos políticos a los trabajadores mientras liaban el tabaco. Las apariciones de Ginzberg en el Nuyorican Poets Café por otro lado eran una mezcla de literatura con placer. Los poemas de Ginzberg tenían una temática homosexual muy fuerte lo que chocaba mucho al puertorriqueño, que es muy machista. Pero era interesante porque la razón de ser del Nuyorican Poets Café era permitir la libre expresión de ideas y sentimientos, sin ningún tipo de coacción, en el Nuyorican participé de varios poetry slams en los que autores y público podían competir y juzgar la poesía y la interpretación, en un ambiente colectivo. El resultado era una cosa totalmente natural, la gente venía al café sin esperar nada y de pronto se veían envueltos en cinco horas de poesía, pero me estoy desviando del tema: mi primer encuentro con el tío Bill.

1977, a pocas semanas de conocer a Miguel Algarín, éste me encargó retratar a William Burroughs para un artículo. El lugar de reunión: El Bunker, una enorme bodega en de concreto blanco y sin ventanas el sur de Manhattan que el poeta John Giorno había convertido en un loft y al que se accedía sorteando no pocos clochards tumbados a la entrada. El mobiliario era de lo más sucinto, algunas sillas, un escritorio metálico de segunda y una vieja Underwood sobre la que Burroughs escribía todos los días de cara contra la pared. ¿Por qué vivía Bill en ese barrio sórdido?, pues porque andaba corto de dinero. Durante mucho tiempo su familia le había enviado 200 dólares por mes y lo que en Tánger era más que suficiente en Nueva York no le alcanzaba. Sus libros no se vendían muy bien y Burroughs debía hacer lecturas públicas para ganarse la vida. Así dio giras como un cantante pop por los Estados Unidos, Europa, Roma, Zurich, Berlín… Recuerdo una lectura verdaderamente magistral de sus escritos a la que tuve la oportunidad de asistir en octubre de 1981 en el Palace de París (en dicha ocasión Bill amplificó su voz cuánto quería con la ayuda de un pedal wa-wa), pero volvamos a 1977.

De William Seward Burroughs yo no sabía gran cosa en aquel entonces fuera de las superficiales; que era homosexual, que era drogadicto y que había asesinado a su esposa. Luego de la breve sesión fotográfica Algarín se enfrascó junto a un tal James Grauerholz y el biógrafo Victor Brockis en la revisión de un sinnúmero de hojas desordenadas. Me aprestaba a retirarme cuando el delgado y elegante escritor (a quien todos llamaban Bill) me invitó a tomar unas copas.

–¿Eres mexicano? –me preguntó Bill, con una voz que parecía provenir desde una vieja vitrola. Asentí para no entrar en explicaciones.–Yo diría que eres francés –aventuró.

-Mi abuelos paternos eran franceses –le dije–. ¿Usted vivió en Ciudad de México, verdad?

–Residí en ciudad de México entre 1948 y 1950 –explicó Bill–. Mis vecinos mexicanos de clase-media sospechaban que yo era un drogadicto y los niños me gritaban en la calle: “Vicioso”. Vivíamos en una casa de dos pisos detrás de Sears Roebuck. Yo estaba estudiando en la Universidad la historia y el lenguaje de los Mayas y Aztecas. Los universitarios solían reunirse en el bar El Botín, en ese bar le disparé a un ratón con una pistola calibre 22. ¿Te gustan los deportes?

–No realmente –le dije–. ¿Y a usted, le gustan?

–Nah –respondió–. A mí tampoco me agradan los deportes, aunque debo admitir que me gustan las pistolas. En México siempre andaba armado pero aquí es contra la ley, tengo, sin embargo, algunos artefactos interesantes… Bill se levantó de su silla y se encaminó hacia lo que parecía ser un baúl, lo abrió y extrajo un cuchillo y un rifle de aire comprimido que puso en mis manos, junto a un dardo de acero.

–Chris Stein me regaló esto –dijo Bill (aludiendo al guitarrista del grupo Blondie) y comenzó a asestar puñaladas al aire como si estuviera batallando contra bestias incorpóreas.

Mientras Bill ejecutaba su danza cargué el dardo en el rifle. En ese momento una cucaracha grande como un ratón asomó sus antenas del baúl abierto, se descolgó del borde y comenzó a alejarse rápidamente.

–¡Dispara! –gritó Bill levantando la espada sobre su cabeza–. ¡Dispara! Apunté al insecto, jale el gatillo y le erré como por dos metros. El escritor bajó su espada como un general derrotado y dando un par de zancadas alcanzó al bicho aplastándolo con el pie derecho.

–La idea era darle al jodido insecto, no a la muralla –musitó Bill retornando a su silla y dejando el cuchillo sobre la mesa–. Bueno, supongo que se necesita algo de práctica para darle a un objetivo en movimiento. Sobre todo a una presa tan pequeña.

–Sí, necesito practicar nunca había tenido un rifle entre mis manos –dije apoyando el arma contra el muro.

–¿Ni siquiera uno de aire comprimido? –preguntó Bill estupefacto.

–No, ni siquiera uno de estos.

–Pero debes haber jugado con armas de juguete cuando niño.

–Sí, claro, pero es distinto, con esas no puedes matar.

–Sí, es cierto, con esas no se puede matar. ¡Qué lastima!

–¿Ha matado a alguien? –pregunté casi al mismo tiempo que recordaba el absurdo incidente que lo había llevado a asesinar a su esposa en México.

–Yo también he tenido algunos disparos desacertados –respondió Bill con una especie de tristeza atérmica–. Insectos he matado muchos, fui exterminador ¿sabes?, exterminador de insectos. Debo haber eliminado unos cuantos miles de esas alimañas pero la verdad es que cualquier intento de erradicarlos de la faz de la tierra es inútil, podemos matar insectos individualmente, como las arañas; pero no podemos substraernos del continuum insectoide. ¿Crees que la forma de vida dominante en el planeta somos nosotros? Te equivocas, no somos más que unos recién llegados, ¿sabes cuanto tiempo separa a nuestros linajes?, nada menos que 600 millones de años.

–Mi abuela Geraldine tenía un insectario, coleccionaba insectos.

–Esa, mi joven amigo, es una afición que no muchos comparten.

–Las mariposas son bellas.

–Una excepción, tan solo una excepción –dijo Bill mientras observaba los reflejos en la hoja del cuchillo– a la mayoría de la gente no le agrada compartir su hábitat con cucarachas, pulgas o moscas. La forma en que los insectos se reproducen y alimentan, esas dos funciones biológicas tan cruciales para los seres vivos, son radicalmente distintas a las de nosotros. No podemos leer las expresiones de los insectos, no sabemos que piensan, ni siquiera sabemos si piensan del todo, como dice Wills los insectos son inexpresivos por naturaleza, ya que usan sus esqueletos afuera. Puedo sentir empatía por un león devorando una presa por ejemplo ya que al menos parece disfrutarlo pero cuando la mantis hembra arranca la cabeza de su cónyuge para gatillar el reflejo copulatorio lo hace con una ausencia total de amor, odio, o cualquier otra emoción con la cual pudiéramos remotamente relacionarnos. Un ebrio le toma una foto a un monstruo marino en algún lago brumoso o alguien filma a un simio escabulléndose entre los árboles y el mundo entero se maravilla de estas supuestas y prodigiosa criaturas. Yo me pregunto: ¿para que preocuparse por estos monstruos inexistentes cuando hay literalmente millones de organismos enigmáticos viviendo junto a nosotros, e incluso sobre nosotros, y hasta dentro de nuestro propio cuerpo? ¿A quien le importa el Yeti o el monstruo del lago Ness cuando tenemos criaturas que habitan en las raíces de nuestras pestañas como el Demidex Folliculurum o en nuestros intestinos como la Lombriz Solitaria?

–Cierto –murmuré–, muy cierto.

–¿Que crees que fue primero, el intestino o la lombriz solitaria? –inquirió Bill.

–No entiendo la pregunta –le contesté.

–No es una pregunta en realidad sino más bien un epigrama. Piensa esto: la interioridad significa intrusión y colonización. La identidad propia es finalmente un síntoma de la invasión parasitaria, la expresión de fuerzas que se originan desde fuera de nosotros, como el lenguaje por ejemplo. El lenguaje es un virus, el lenguaje es al cerebro lo que la lombriz solitaria es para el intestino o algo aún peor ya que es posible encontrar un espacio digestivo libre de parásitos pero nunca encontraremos un espacio mental incontaminado. Huellas de ADN alienígena se despliegan en nuestros cerebros de la misma forma que lombrices en nuestras entrañas. No sólo el lenguaje sino la totalidad de la conciencia humana es básicamente un mecanismo viral. El lenguaje es un mecanismo de reproducción cuyo propósito no es indicar o comunicar un contenido dado sino perpetuarse y replicarse a si mismo. El problema con la mayoría de las hipótesis comunicacionales es que ignoran estas funciones, presentado ingenuamente al lenguaje como un método para transmitir información. La verdad es esta: el lenguaje, como los virus o el capital, está completamente vacío y su aparente contenido es solo una parasitación de un significado contingente cuyo fin es la auto-valorización y auto-proliferación. Fuera del medio no hay otro mensaje.

–Si el lenguaje no puede entenderse entonces en función de contenido de información –argumenté– menos podrá entenderse sobre la base de su forma y estructura.

–Exacto –replicó Bill–, el lenguaje no representa al mundo: interviene el mundo, invade el mundo, se apropia del mundo. No es que el lenguaje no se refiera a nada real sino que el lenguaje mismo se ha vuelto más real que la realidad. Yo sostengo que el parasitismo y la simbiosis fueron las fuerzas conductoras de la evolución de la mente humana. El virus invasor del lenguaje y sus hospedadores evolucionaron gradualmente hacia una relación de dependencia mutua de forma tal que el otrora organismo invasor se convirtió gradualmente en parásito crónico, primero, más tarde en pareja simbiótica, y, finalmente, en una parte indispensable de la esencia del hospedador. Steinpiatz afirma que el virus de mutación biológica, denominado Virus B-23, se encuentra contenido en la palabra. Liberar este virus de la palabra podría ser más mortífero que liberar el poder del átomo porque todo odio, todo dolor, toda lujuria se encuentran contenidos en la palabra. Yo propongo la teoría de que un virus es una unidad muy pequeña de palabra e imagen y sugiero que esas unidades pueden activarse biológicamente para que actúen como tendencias comunicables del virus. Comencemos con tres magnetófonos en El jardín del Edén por ejemplo, el magnetófono 1 es Adán, el magnetófono 2 es Eva y el magnetófono 3 es Dios, que degeneró después de Hiroshima en el Feo Americano o bien; el magnetófono 1 es el mono macho en un indefenso frenesí sexual al tiempo que el virus le estrangula, el magnetófono 2 es el mono hembra arrulladora que se sienta encima de él a horcajadas y el magnetófono 3 es LA MUERTE. Hablando de magnetófonos, la reproducción en situación puede producir unos efectos muy curiosos, ¿sabes? La reproducción de las grabaciones de un accidente puede provocar otro accidente, cuando regresé a Londres en 1966 ya había descubierto esto, había acumulado una cantidad considerable de datos y desarrollado una tecnología. Estaba hospedándome en el Rushmore Hotel aquella época y llevé a cabo una serie de operaciones: grabaciones en la calle, inserto de otro material, reproducción en las calles, recuerdo que había insertado coches de bomberos y mientras que reproducía esta cinta en la calle pasaron coches de bomberos. Quien realice experimentos parecidos durante un período de tiempo descubrirá más “coincidencias” de las que permite la ley de los promedios. Uno de los casos más sorprendentes al respecto se refiere al Dr. Carl Jung y su igualmente renombrado maestro, el Dr, Sigmund Freud. En una discusión sobre parapsicología, en 1909, Freud y Jung perdieron los estribos. Precisamente entonces, oyeron un súbito sonido de explosión procedente de la biblioteca de Freud. Los dos quedaron sorprendidos, eso es un ejemplo de los llamados fenómenos catalíticos, dijo Jung. ¡Oh, vamos!, ¡eso es mierda de vaca!, exclamó Freud. Se equivoca Herr profesor, respondió Jung, y para demostrar mi punto de vista predigo que en un momento se producirá otro grave informe. Freud y Jung guardaron silencio y entonces: una segunda explosión. En 1972, el Dr. Robert Harvie, psicólogo de la Universidad de Londres leía en voz alta a un amigo este episodio cuando cayó ruidosamente una lámpara de la sala de Harvie al suelo. Y en 1973, una tal Margaret Green informó que mientras leía el mismo pasaje acerca de Freud y Jung en un tren, la ventana estalló repentinamente. Algunos científicos hablan de fuerza psiónica o bioplasma…

Se produjo un silencio ominoso, como si ambos esperáramos que estallara la botella o algo.

–¿Otro vaso de vodka? –preguntó Bill al cabo de unos minutos. La conversación se prolongó sólo un poco más ya que se me hacía tarde para una cita a cenar con mi novia francesa de aquel entonces. Antes de marcharme Bill me obsequió un pequeño y algo deteriorado libro de cubierta verde para subsanar el hecho que su escritura me fuera desconocida. Cuando me retiré del mítico Bunker, Algarín, Bockris y Grauerholz aún seguían de cabeza entre los manuscritos.El libro que Bill me había regalado era El Almuerzo Desnudo, en una edición de Grove Press de 1962. Hasta el día de hoy lo conservo.

Con respecto a la historia de este notable libro vale la pena recordar lo siguiente: Burroughs trabajó desde 1957 a 1959 en reunir los manuscritos para El Almuerzo Desnudo, lo que significó seleccionar y editar miles de páginas. Kerouac y Ginsberg ayudaron a Burroughs en Tangier en 1957 y Gysin y Sinclair Beiles de Olympia Press hicieron otro tanto en Paris en 1959. Una vez que Maurice Girodias de Olympia publicó El Almuerzo Desnudo en Francia en 1959, Grove Press comenzó los preparativos para su publicación en los Estados Unidos, concientes de los posibles problemas legales. El amante de Lady Chatterley, Aullido y Trópico de Cáncer eran objeto de censura judicial en aquel tiempo y el servicio de Aduana tenía órdenes de confiscar todas las copias del Almuerzo traídas de Francia. Luego que Grove publicara El Almuerzo Desnudo en 1962 tuvo que defender la novela contra la censura de los académicos, de la Oficina Postal de los Estados Unidos, del Departamento de Aduana, y de los gobiernos estatales y locales ante la corte de Boston, además de preparase para hacer lo mismo en Los Ángeles. El caso en Los Ángeles fue sobreseído en 1965 pero el juez de Boston determinó declarar El Almuerzo Desnudo obsceno. El caso fue apelado en la Corte Suprema de Massachussets y la decisión del juez de Boston fue revertida en 1966. El juicio de Boston marcó un precedente muy importante al ser el último gran juicio de censura de una obra literaria en los Estados Unidos. ¿Qué tal me pareció El Almuerzo Desnudo? Recuerdo que leí cinco o seis párrafos y de inmediato me di cuenta que estaba ante la obra del escritor más importante de lengua inglesa surgido tras la Segunda Guerra Mundial (ese juicio ha cambiado hasta el día de hoy y a pesar que mi propia escritura no sea muy semejante a la de Burroughs sí puedo afirmar que de no ser por él nunca me habría atrevido a escribir.) La nueva visión que presentaba El Almuerzo Desnudo era una forma experimental derivada de la pintura, la fotografía, el montaje cinematográfico y el Jazz (justamente las manifestaciones artísticas que principalmente me interesaban.) La técnica básica que Burroughs eligió emplear es la yuxtaposición, llamado collage o montage en las artes visuales. La estructura de El Almuerzo Desnudo es un montaje de “rutinas” que teóricamente pueden ser leídas en cualquier orden. Burroughs anuncia esta estructura en el “Prefacio atrofiado”cuando dice, Puedes meterte en El Almuerzo Desnudo en cualquier punto de intersección y La Palabra está dividida en unidades que juntas forman una pieza y así deben de ser tomadas, pero las piezas pueden ser consideradas en cualquier orden.

A fines de 1977 me trasladé a Francia pero seguí adquiriendo los libros de Bill y escribiéndole alguna carta de vez en cuando. No recuerdo como me enteré de su fallecimiento pero fue aquel mismo día, el 2 de abril de 1997. Habiéndosele siempre escatimado al chamán de las letras un lugar entre los ilustres maestros de la pluma el establishment literario del orbe prodigó sólo pálidos obituarios, una excepción a esto fueron las cálidas líneas que mi buen amigo Antonio Skármeta dedicó a Bill en su columna de la, algo superficial, revista Caras. Antonio me contó que estaba leyendo uno de los libros de Burroughs pocos días antes que este zarpara rumbo a las Tierras de Occidente. El libro era The Adding Machine y de acuerdo a Antonio justo se había detenido en un ensayo que llevaba por título Inmortalidad antes de conocer la noticia. Recuerdo que le comenté que a Bill le hubiera agradado la ironía.

©Alfredo Hauchecorne, 1998. Publicado originalmente en Revista del Fondo de Cultura Económica, México.

*Alfredo Hauchecorne recortó su perfil entre los escritores latinoamericanos durante fines de la década del ‘70 y principios de los ’80 con el pulso de obras de poesía como Mi otro yo tenebroso (1978), Amphisbaena (1979) y su aclamada novelas Crisálida (1982) y El sueño de la razón (1985) Estudió pintura en el Bellas Artes del D. F. Mexicano pero abandonó la carrera para dedicarse de lleno a la poesía, en 1976 se trasladó a Nueva York donde gracias a su trabajo como fotógrafo tomó contacto con artistas, poetas e intelectuales de la talla de Allen Ginzberg, William Burroughs y John Cage. A fines de 1977 Hauchecorne cambiaría Nueva York por Madrid donde publicaría el grueso de su obra y residiría hasta su regreso a Chile en 1989.

Editorial TauZero #19

Si el asunto fuera siempre hacer y decir cosas sensatas y probadas y nunca jamás dar pasos en falso, entonces no estarían leyendo esto. Sucede que, desde un tiempo a estar parte, he comenzado a sentir (más que pensar) que existen cosas que uno simplemente tiene que hacer porque sí: por alguna extraña responsabilidad autoimpuesta, o para no sentir que vas pasando por esta vida sin realizar ningún aporte, o simplemente para matar el tedio; para hacer algo distinto, tal vez algo con cierto valor cultural y que sea satisfactorio intelectualmente…motivaciones para nuestras acciones de cada día hay tantas como ángeles bailando en infinitas cabezas de alfileres…

El peridódico chileno El Mercurio, en su edición del 23 de julio de 2006, señala que la venta de libros en el mercado chileno está bastante alicaída. En un artículo dedicado al mercado literario local, todos los editores entrevistados, concordaron que el negocio editorial no es negocio, considerando lo inconcebiblemente mala para leer que es nuestra sociedad y los precios altos que convierten al libro en un producto elitista, un artículo casi suntuario.

Entonces, si ya el mercado para los libros en general es pequeño y poco rentable, ¿qué queda para el tipo de literatura que me mueve a mí -la que mueve a los tauzerianos-, la literatura fantástica? Hago la pregunta, pero voy a evitar respondérmela, y no escucharé a nadie quien crea sabérsela :).

Más arriba hablaba de alguna extraña responsabilidad autoimpuesta. El asunto es que desde el año 2003 implícitamente me autoimpuse la responsabilidad de dar a conocer la literatura de ciencia ficción chilena/latino-hispanoamericana, para luego ir ampliando el espectro y considerar a todo el género fantástico… con todas las vertientes, subgéneros y variantes que puedan tener. Adicionalmente decidí incluir contenidos de divulgación científica debido a que poseo la convicción que es un tipo de conocimiento que fomenta la curiosidad y el escepticismo, características que yo considero fundamentales para considerar persona a un ente con forma humanoide. El medio donde quise implementar todo lo anterior fue (y es) precisamente esto que ahora estás leyendo: TauZero, siendo un de sus objetivos el realizar el rescate patrimonial del género fantástico hispano, en particular el chileno.

Me gusta repetir -como loro- que un pueblo que no posee imaginación no puede visionar su futuro y que el género fantástico es precisamente un medio para estimular la imaginación de las personas, para que estén en condiciones de idear un mejor futuro para nuestra sociedad.

Sé que todo esto puede sonar tan utópico como desear la destrucción del capitalismo y la llegada de comunismo vegano fundamentalista. Pero ser fantasioso y desear imposibles es nuestro negocio, de modo que todo este latoso preámbulo sirva para presentar una iniciativa que sentí tenía que realizar.

Me refiero a TauZero Shop, proyecto de e-tienda que pretende estar especializada en género fantástico; una vitrina online donde los autores de género puedan ofrecer sus obras al público lector:

http://shop.tauzero.org

Podría señalar que la característica fundamental de esta e-tienda es que los autores que se ofrecen corresponden a autores locales de literatura fantástica *y* cuyas obras son muy difíciles de encontrar en el mercado o derechamente es imposible, debido a que son autoediciones, de tiraje limitado o bien son obras descatalogadas hace tiempo.

Desde este punto de vista, adquirir un libro que pertenece a ese *patrimonio fantástico* se convierte en un acto de coleccionismo, que llegado el momento su venta podría asegurar la universidad de algunos nietos… si se me permite el fantaseo.

No está de más señalar que con el tiempo se espera que la tienda crezca en cantidad y diversidad de obras, abarcando ya no sólo la CF, sino que permeando además con contenidos de ciencia y, en general, con literatura que abarque todos los tópicos que se traten en el e-zine.

Si tu recepción a todo lo anterior es positiva, permanece cerca y memoriza la dirección dónde dirigir los clicks. En cualquier otro caso, vamos a lo que nos interesa aquí: la lectura de TauZero.

La frontera del olvido

Kneser tanteó una vez más con el fragmentador la pared para asegurarse de que había elegido el punto más apropiado para poder abrir un agujero. Hizo una seña a Séradim, su único compañero en aquellos túneles oscuros y profundos, y éste se apartó, ajustando con firmeza su máscara de oxígeno. Kneser apretó el botón y el fragmentador comenzó su trabajo, usando vibraciones ajustadas a la longitud de onda de la pared para romper ésta lentamente y sólo en los sitios apropiados. Kneser estaba tenso con el instrumento en las manos. Había estado en muchas excavaciones a lo largo de su vida, pero nunca se había sentido tan embargado por la emoción como en aquel instante.

El fragmentador terminó su trabajo, a lo que Kneser y Séradim se colaron por el estrecho agujero que el primero había abierto, el mínimo necesario para avanzar. Miraron fijamente y encontraron otro pasillo oscuro. Cuando encontraron el primero, varios días atrás, sintieron miedo. Ese miedo estaba siendo sustituido por una naciente frustración. Otro nuevo pasillo. Avanzar más hondo aún. Encendieron las antorchas atómicas y prosiguieron su andar.

–¿Qué lectura dan tus instrumentos, Séradim? –preguntó Kneser mientras examinaba las inscripciones del lugar.

–Está cerca. Tiene que estar cerca –respondió a su compañero sin levantar la vista de sus aparatos, cuyos nombres técnicos Kneser apenas era capaz de pronunciar.

Estaban más cerca de lo que cualquier aparato podía medir, y Kneser lo sabía, de lo contrario no se habría separado del resto del grupo. No en vano por algo era uno de los mayores conocedores de los Profundos, la raza alienígena cuyas ruinas estaban recorriendo.

Los Profundos… Kneser recordó la primera vez que encontró señales de ellos. Un accidente. Una explosión incontrolada que abrió una sima en pleno fondo del mar. Cuando la zona fue asegurada, él y su grupo de estudiantes de arqueología penetraron en las profundidades de la entrada que habían encontrado, porque no tenían duda alguna de que se trataba de una entrada. Construcciones muy alejadas de los cánones griegos, llenas de amplias estancias que se hubieran podido decir dominadas por gigantes. Un estudio geológico reveló que estaban en la frontera de lo que se podía llamar la superficie terrestre, a punto de entrar en las capas superficiales. Tiempo atrás, en los primeros milenios de la humanidad, la empresa de penetrar más allá del manto, incluso a las proximidades del núcleo, era considerada poco menos que una locura sólo propia de la ciencia ficción, en la que se relataba que había dinosaurios y perdidas culturas.

Pero la ciencia ficción se empezó a convertir en ciencia. Se encontraron ruinas de ciudades. No ciudades de los hombres; ciudades con proporciones que desafiaban los escritos de la época clásica, donde era posible imaginarse al monstruo Tifón sepultado en un cráter, donde era posible imaginarse a un hombre luchar contra una legión de titanes. Los estudios geológicos revelaron que estaban a tanta profundidad que resultaba necesario remontarse a cuando la Tierra no podía ser aún llamada como tal, cuando sólo se trataba de una bola incandescente asediada por eternos volcanes y mortales lluvias de meteoritos, sin atmósfera ni agua. Un erial que, por increíble que le resultara a Kneser y todo su equipo, alojaba vida.

No caldos primitivos ni sopas de genoma. Vida inteligente, habitable. Y el ser humano nunca la había encontrado porque la presencia de su civilización estaba oculta bajo la corteza terrestre, más hondo de lo que se pensó que los estratos podrían llegar jamás. Al principio Kneser se negó a la evidencia. No era lógico ni probable, simplemente se habían confundido en las mediciones y no estaban tan cerca del núcleo, sólo eran ruinas de hombres de una impensable tenacidad, sólo una prueba de que los seres humanos podían en verdad adaptarse a las condiciones más adversas.

Tuvo que ver las inscripciones de las paredes para convencerse de lo contrario.

Nunca, jamás, había visto nada remotamente similar. No conocía idioma terrestre alguno que tuviera tal sintaxis, no podía apenas hablar de términos linguísticos. La hipótesis de la cultura extraterrestre empezó a tomar forma, y así fue presentada al mundo, pero Kneser no los consideraba extraterrestres, sino tan terrestres como nosotros. Tal vez, incluso, con más derecho a llamarse así. Sin embargo, fueron bautizados como los Profundos, los habitantes de las profundidades.

Entonces comenzó su estudio. Su búsqueda de Atlántidas perdidas, de Acrópolis canónicas, y una de las etapas más fascinantes de la historia de la humanidad. Eran inteligentes, posiblemente mucho más que los humanos. Cada nuevo yacimiento traía consigo tecnología devastada, pero tecnología al fin y al cabo, y la medicina, la biología, todas las ciencias en general se enriquecieron con pobres retazos de lo que debió ser un imperio de prosperidad en un entorno de caos.

Y así fue como Séradim conoció a Kneser. Como científico no tardó en compartir el deseo de Kneser de encontrar más muestras de su cultura, y por lo que se apuntó con el equipo de expertos del mundo entero a la expedición al núcleo del planeta. La mezcla de arte y ciencia en los Profundos era notable, para dicha cultura los misterios no eran incompatibles con los descubrimientos, y no existía la aridez del conocimiento ni la irracionalidad de las supersticiones. Pero aquellas cosas sólo Kneser las sabía, el único arqueólogo capaz de descifrar las inscripciones de los Profundos, una raza que no creaba libros pues su conservación en aquella época resultaba imposible.

Y ahora estaba cerca. Sabía que estaba cerca de conseguirlo. Las lecturas de Séradim eran claras. Detectaba radiación ordenada, actividad rítmica allí abajo. Los Profundos no eran un montón de ruinas sin sentido. Había algo allí abajo. Una máquina aún estaba funcionando.

El resto de los miembros de la exploración no le tomaron en serio, por supuesto. Qué sabría él de máquinas, él que había encontrado el mayor hallazgo de su época por mero accidente. Otros le creían, argumentaban que también la penicilina se había descubierto por accidente, pero tenían miedo de desobedecer a los jefes de excavación. De modo que Kneser y Séradim se separaron del resto del grupo y prosiguieron por su cuenta con las señales de los instrumentos de Séradim como única guía.

–Las expresiones son más modernas en esta zona –dijo Kneser tras pasarse un buen rato ojeando las paredes lisas y puntiagudas–. Nos encontramos en la cúspide de su civilización.

–¿Qué dice? –preguntó Séradim nervioso, apuntando a las paredes con el haz de luz. Se sentía como un profanador de tumbas egipcias.

–Convertido a nuestra manera de ordenar las palabras dice algo así: ‘Éste es el camino que conduce a todos los caminos. El Tiempo está ahora en tus manos.’

–Curiosas palabras para una raza supuestamente más avanzada que nosotros. Pensaba que no tenían religiones.

–Y no las tienen –objetó Kneser–. Su mezcla entre arte y ciencia es tan homogénea que tratan los conceptos científicos con un fervor filosófico que sería la envidia de la escuela griega.

–Las lecturas se incrementan en esa dirección –dijo Séradim ansioso, pensando en las palabras de Kneser y comprendiendo en parte a los Profundos.

–Ya hemos llegado, amigo –dijo Kneser con entusiasmo–. De no ser así no habríamos encontrado esa inscripción, esa advertencia. Y mira –comentó apuntando la antorcha atómica contra las altísimas paredes–. Todos esos mensajes… nunca había visto tanta solemnidad en las palabras de los Profundos. Si no fuera porque estoy usando un término de dudosa aplicación, diría que nos acercamos a un templo, o por lo menos a un lugar sagrado para ellos. ¿Qué puede haber que consideren tan importante que haya aguantado incluso los procesos de formación de la corteza terrestre?

–No estoy seguro de querer saberlo –dijo Séradim mintiendo para sí.

Anduvieron muy lentamente por el pasillo, saboreando cada paso que daban como si estuvieran a punto de encontrar la fuente de la eterna juventud, como si supieran que nunca querrían regresar. Kneser trató de ponerse en contacto con el campamento base. Era inútil. Sacó su indicador de profundidad sólo para cerciorarse que la aguja se había roto hacía varias horas.

Finalmente encontraron una luz brillante al fondo, tan brillante que no sólo pudieron reservar la energía de sus antorchas atómicas, sino que además tuvieron que sacar sus gafas de protección. Séradim pensó que era la primera vez que las usaba desde que sintetizó un cuásar en su laboratorio.

Al final del pasillo encontraron un pórtico alto como ocho hombres por el que entraron sobrecogidos de humildad. Justo al cruzarlo, los instrumentos de Séradim recogieron una alteración en el pulso de las ondas. Las gafas no eran suficiente para protegerse, por lo que tuvieron que moverse casi a ciegas.

–Hemos activado algo –dijo Séradim analizando los cambios.

–¿Una trampa? –preguntó Kneser, que nunca antes se había encontrado con ninguna.

–No, más bien parece como si nuestra presencia hubiera alterado las órdenes preestablecidas.

–La luminosidad disminuyó hasta tal punto que pudieron distinguir una enorme máquina al fondo de la habitación. De un vistazo Séradim, experto en maquinaria Profundos, no pudo identificar qué era ni qué utilidad podía tener, pero comprobó que era más moderna que cualquiera que hubiera visto antes tanto en persona como en trabajos ajenos.

–Creo que tenemos ante nosotros la obra maestra de la cultura Profundos –aseveró Kneser con gravedad.

–Entonces será mejor que nos demos prisa en descifrarla, porque mis instrumentos indican que se está desvaneciendo.

–Kneser se acercó a la base del colosal objeto y buscó inscripciones que traducir.

No tuvo muchas dificultades, pues como pudo comprobar en cuanto estuvo al pie del artefacto se encontraba casi enteramente cubierto por ellas. Muchas de ellas rezaban principios básicos de la cultura Profundos que ya conocía, junto con otros que no había leído nunca antes.

–Sea lo que sea este chisme, le tenían mucho aprecio –comentó en voz alta. La luminosidad era cada vez más reducida, aunque seguían sin necesitar las antorchas atómicas.

–¿Qué ponen? –preguntó Séradim.

–Son sólo proverbios, pero no aparecen muy a menudo, y menos aún todos juntos.

–Busca las Instrucciones Maestras.

–¿El qué?

–En algunas inscripciones se alude a las instrucciones maestras, tres frases elementales que indican el funcionamiento de las máquinas más complejas, como pistas para desentrañar su funcionamiento.

–¿Cómo sabías eso?

–Un artículo reciente de mi colega Golvan. ¿Le recuerdas? Os presenté en una conferencia hace tiempo.

–Debo suponer que nunca se ha encontrado una máquina que las tenga.

–Supones bien.

Kneser siguió buscando hasta que se detuvo junto a una sección destacada de las demás.

–Recuérdame que invite a Golvan a cenar un día de éstos –comentó satisfecho.

-¿Lo has encontrado?

–Creo que sí. Signos ordinales Profundos, pero éstos son de la primera época. Creo que esta máquina fue concebida en los albores de su cultura. Estamos ante un aparato que para ellos debió ser la culminación de sus sueños.

–Y ahora se está apagando –comentó Séradim cada vez más preocupado en lo que miraba los indicadores. Ya no tenían necesidad de las gafas.

–La primera instrucción dice, si deseas la paz y la redención visita el Eje, pero nunca vayas a su mismo centro o el Vórtice te atrapará en el eterno Pasado.

–No suena muy halagueño –dijo Séradim.

–La segunda dice, si deseas viajar, deberás ir a los… no entiendo bien esta palabra, creo que no la había visto antes. Dudo que tenga homólogo en ninguno de nuestros idiomas. La tercera dice, no te acerques a la Frontera del Olvido.

–¿Qué querrá decir?

–No lo sé, pero no es poesía sin más, eso está claro. Menos aún con esta máquina de por medio. Estas instrucciones hablan de lugares. Tiene que haber un mapa por alguna parte…

–¿Y eso de qué nos serviría? ¿Acaso no ha cambiado la superficie terrestre?

–Te sorprenderías de saber lo avanzados que están los estudios de la cartografía Profunda –dijo Kneser en lo que seguía buscando.

–Bueno, finalmente la obra maestra de nuestros anfitriones se ha apagado –dijo Séradim haciendo lo mismo con sus instrumentos. Se acercó a la máquina y examinó sus bordes–. Aquí hay un mecanismo de tensión, Kneser. Lo he visto en otros aparatos Profundos antes. Suele servir para dejar al descubierto nuevas secciones. Éste parece que no ha sido usado nunca.

Kneser se quedó pensativo un momento. Al fin habló.

–A quién quiero engañar, no podría resistir la tentación de dejarlo intocado. Acciónalo.

Así hizo Séradim, y de repente una sección completa de pared, grande como una ciudad, comenzó a deslizarse. Por la velocidad que llevaba parecía que se disponía a aplastarles y a barrer la sala entera, pero al momento se dobló como un complicado rompecabezas y recuperó su posición original para revelar un enorme planisferio.

A pesar de que había luz, era demasiado tenue para poderse leer con claridad, por lo que Kneser encendió su antorcha atómica para rastrear por zonas el recién aparecido mapa.

–Es un mapa físico de los últimos tiempos de los Profundos –explicó con calma–, pero no entiendo los símbolos ni las líneas que los surcan.

–Es que son símbolos científicos –añadió Séradim–. Son líneas de campo.

–¿Estás seguro?

Séradim vaciló un momento.

–Completamente. En muchas cosas la notación científica de los Profundos difiere de la nuestra, pero en esto… son como dos gotas de agua. Junto a cada línea hay números Profundos. Esto es un campo escalar, Kneser. Como las líneas isobaras de las predicciones meteorológicas. Como las líneas de altitud de una montaña –dijo pensando que el ejemplo sería apropiado para ilustrar a su compañero.

–¿Y qué es lo que miden?

Séradim dirigió la antorcha de Kneser inquisitivamente hasta encontrar las unidades de medida. Una vez lo hizo sus pupilas se dilataron.

–Esto, amigo… es un campo de tiempo.

–No te entiendo –comentó Kneser intrigado. La mención de la palabra tiempo en relación a una máquina desconocida le asustaba más si se la oía decir a un científico que si la leía en unas instrucciones arcanas.

–Aunque parezca imposible, estas líneas unen puntos con el mismo tiempo. ¿Dónde… dónde estamos nosotros?

–Aquí –dijo Kneser apuntando con la luz.

–Ahora mismo estamos en una… creo que sería apropiado llamarlo isocrona… de magnitud dos, según el mapa. Es decir, que el tiempo aquí avanza el doble de rápido de lo normal.

–Yo no noto ninguna diferencia respecto a cómo ha avanzado siempre –objetó Kneser.

–Ahí está lo inquietante. Creo que lo que tenemos delante refleja cómo es la Tierra realmente, y lo que nosotros hemos conocido, que el tiempo avance por igual en todos los puntos, o al menos de manera relativamente similar, era producto de esa máquina.

–Entonces… entonces insinúas que en realidad nuestra percepción del tiempo siempre ha sido el doble de la normal…

–¿Qué es normal, Kneser? Todo depende de nuestras unidades, aunque siempre existen ciertas directrices para elegirlas. ¿Cómo eran las instrucciones?

–Una de ellas decía que si se necesitaba… –hizo memoria– la paz y la redención se visitara el Eje.

–Apuesto a que esto es el Eje –dijo Séradim apuntando un punto rodeado de deformados círculos concéntricos. Kneser miró la leyenda cartográfica, y efectivamente lo denotaba como el Eje.

–Los números son el equivalente de nuestros negativos. Cuando se está ahí, el tiempo no sólo no avanza, sino que retrocede. De ese modo podían olvidar los malos acontecimientos, como reza la instrucción. Sin embargo, en el centro de esta zona, el retroceso es infinito, es como un logaritmo en el cero, una asíntota que nunca se detiene. Sólo Dios sabe qué fenómenos físicos le ocurrirán a aquel que estuviera ahí. Sólo Dios sabe qué le habrá ocurrido a los que estuvieran ahí en el momento en que se ha apagado este trasto… dijo mirando a la máquina.

–El centro… es lo que la instrucción llamaba el Vórtice –añadió Kneser.

–Ahora sabemos por qué. La segunda hablaba de poder viajar, ¿verdad?

–Sí, así es. Ponía nombre a los lugares donde hacerlo, y son los mismos que aparecen aquí –dijo señalando a múltiples puntos del mapa–. Todos están cerca de donde hubo grandes ciudades Profundos.

–Dios santo… –dijo Séradim en voz casi imperceptible–. La velocidad. La velocidad, Kneser. La velocidad es inversamente proporcional al tiempo, espacio partido tiempo, como se cuenta a los niños. A más tiempo, menos velocidad y viceversa. En esos puntos las líneas indican tiempos cercanos a cero… y por tanto, velocidades cercanas a infinito, así como aceleraciones. Dios mío, pensábamos que eran avanzados, pero son mucho más que eso. Con este sistema podrían acelerar tanto las naves que irían a velocidades ya no mayores que la luz, sino cientos, miles, millones de veces mayores que la luz.

–Pero eso es imposible, la luz es lo más rápido en el Universo, ¿no?

–¿No lo ves? ¡Hemos vivido en una mentira toda nuestra existencia! Pensábamos que el tiempo se comportaba de manera similar en todas partes, y no es así ni remotamente. Hemos estudiado el Universo sin saber que nuestra percepción de él estaba distorsionada, sin sospechar que estábamos en un campo de tiempos artificial que siempre valía dos en todos los puntos. Éramos peces en un acuario y desconocíamos las olas del mar.

–Y nosotros hemos desactivado la máquina… –pensó Kneser.

–La tercera instrucción… hablaba de no acercarse a la Frontera del Olvido. Si el campo en el que está la Tierra no sufre variaciones, si los cambios son suaves, sin brusquedades, al ir de aquí al Vórtice, donde el tiempo retrocede, como en este lugar avanza deberíamos pasar por algún lugar donde sea cero… –trazó una línea recta entre ambos sitios, y se paró en un anillo de color rojo–. Eso es. Todo ese anillo es la Frontera del Olvido.

–Efectivamente, así es –corroboró Kneser leyendo el mapa–. Pero ¿por qué es tan peligroso?

–Un lugar en el que el tiempo no avanza ni retrocede… es como la parálisis eterna de todo, el fin último. Es ridículo pensar en los movimientos sin pensar en el tiempo, Kneser. Sin tiempo, todo es bello, estático, pero también carente de vida alguna. Y no se puede escapar de algo así. No se puede huir de la Frontera del Olvido. Como… como les habrá pasado a los que estuvieran allí ahora.

–Así que… se fueron de aquí y dejaron este chisme para eliminar todas estas… estas anomalías, tal vez se activó solo una vez estuvieran suficientemente lejos –reflexionó Kneser–. Tal vez tenían miedo de que el experimento saliera mal y por eso se fueron antes.

–Quién sabe. Para ellos el tiempo siempre había sido así. Intuyo que este campo de tiempo artificial afectaba a todo el Sistema Solar. Hay buenas y malas noticias, claro. Ahora el Universo es accesible, podemos viajar en él, y eso es esperanzador. Pero hemos descubierto nuevos monstruos, como cuando descubrimos los agujeros negros. Lugares que se tragan nuestro tiempo, que nos roban el alma.

–Sin embargo –pensó Kneser–, también hemos ganado control sobre el tiempo. Si ahora somos felices, sólo tenemos que ir allí donde el tiempo sea más lento. Si somos tristes, podemos volver atrás… o incluso avanzar más deprisa. Si deseas la paz y la redención… –dijo mirando en el mapa al Eje.

–Tal vez querían encarcelar a los futuros habitantes de la Tierra. O tal vez querían que ellos experimentaran un tiempo uniforme, como dejarse mecer por el viento. Algo que ellos nunca tuvieron.

–En ese caso, ¿por qué se fueron en vez de probarlo ellos?

–Toda la vida con lo mismo y de repente un cambio… aun sabiendo que el cambio es a mejor, se hace duro de sobrellevar.

–Y nosotros lo hemos provocado al llegar aquí. Al entrar a este lugar apartado incluso para su época. ¿Qué haremos? ¿Qué diremos?

–¿Decir? –pensó Séradim mirando al mapa–. La verdad. Lo que encontramos, y cómo va a cambiar el curso de la humanidad. Y les advertiremos sobre la Frontera del Olvido.

–Tienes razón –dijo su compañero cruzando el pórtico sin mirar atrás. Es lo único que podemos hacer.

Séradim se quedó un momento atrás mirando aquel aparato que no hace mucho funcionaba y debido al cual la humanidad vivía una mentira, tal vez piadosa, tal vez no, pero mentira al fin y al cabo.

–Y el tiempo decidirá si los que vinieron antes que nosotros fueron dioses o monstruos –pronunció en voz baja antes de salir.

(A Fede)

2006, Miguel Ángel López Muñoz.

El Suicida

–¿Nunca has sentido un temor especial cuando has transitado por una acera desértica en una calle igual de sólida? Más aún, ¿nunca te has sentido como capturado por la angustia cuando has caminado por un paraje inhabitado, una carretera vacía, quizá a altas horas de la noche? dijo el viejo Martín, y al decir estas frases, su rostro se puso más pálido, su arrugada piel mostró una expresividad inusitada.

–Sí, lo he sentido, ¿pero qué? ¿Qué hay con eso?
–No has notado que caminas y alguien o algo te sigue…
–¿Una persona? ¿Te refieres a una persona? Eso se llama delirio de persecución, producto de una mente algo trastornada…
–Sabes exactamente lo que digo, puntualmente no una persona, más bien un… “algo”, una existencia, como si un escalofrío te rozara la piel. Varias veces lo he vivido, a veces temo que suceda, yo hombre que he recorrido mucho en esta vida, en algunas ocasiones regresando de la chacra he oído un cascabeleo, una agitación…
–Una serpiente o un bicho de esos seguramente Martín… interrumpió Román al anciano, éste le miró con imprecación.
–No es una cascabel, ¿crees que no conozco de animales? Hay algo que hace sinuoso el aire, a menudo en algunas partes de un determinado camino, no te comenté la terrible influencia -botó el humo de su cigarro- que se siente al pasar por el camino que conduce hacia aquella huaca, donde ese Gilberti se perdió.
–Sí, en eso te doy la razón, aquel lugar esta demasiado viejo o maldito si queremos utilizar una palabra más adecuada, algunos dicen que hay días en que el camino es visible y otros en los que no, temporadas en que nadie lo puede encontrar…
–La naturaleza…
–¿La naturaleza?
–Sí, Román, la madre naturaleza es sabia, oculta el camino para que otros no se pierdan, rechaza y oculta a sus hijos enfermos y perdidos, pútridos…
–¿La naturaleza o Dios?
–Llámalo como desees mi amigo, pero pon más leña al fuego, aviva esas llamas pues no deseo quedarme a oscuras… en un paraje como éste – comentó preocupado el viejo Martín.
–Román se paró no sin demostrar cansancio, la jornada de aquel día lo había agotado. Al poner un par de pequeños troncos en la rústica cocinilla, la luz iluminó vivamente la estancia, las sombras de aquellos hombres se reflejaban como un teatro ambulante en la pared de adobes de la pequeña sala.
–El miedo… retomó la conversación el viejo Martín.
–¿El miedo? No entiendo – dijo Román.
–El miedo, el temor fue el que hizo que se matara.
–¿A quién? preguntó, sin seguir sin entender Román Rivas.
–A Ignacio Mejía, estoy seguro, así como yo siento esos escalofríos, esa especie de contacto de este mundo con el otro universo inmaterial, muchos mortales pueden sufrir una experiencia mucho más “material”, que pasa de las ligeras sensaciones a otros planos de experiencias.
–¡Bah! Era un vago, un individuo muy afecto al alcohol y a pensar cosas – dijo en tono despreciativo Román, y con ese gesto trató de quitarle fuerza a la palabra del viejo.
–Era una buena persona en el fondo, lo conocí, ¿sabes? Nunca me demostró un lado necesariamente hostil o una personalidad díscola. Pero si me habló de su temor a la soledad.
–Un temor que casi todas las personas tienen.
-Seguramente, pero es en la soledad cuando más personas sienten esas vibraciones, esas conexiones con aquella dimensión.
–Pareces muy seguro de todo eso, ¿por qué?
–Te acuerdas de la vieja Telma, ¿No?
–Sí. ¿Pero?
–Predijo su muerte.
–Sí lo recuerdo, era medio cartomancista o cartomántica, leía el tarot.
–Profetizó su fallecimiento, adivinó exactamente el día que iba a fallecer, dicen que alguien del otro lado se lo comunicó…
–¿En verdad crees eso Martín?
–¿Cómo adivinar la fecha exacta en que te vas a morir casi tres años antes de que suceda?
–La gente suele sugestionarse, vamos, Lambayeque esta llena de esas historias, aparecidos, pactos con el diablo, gente que regresa del más allá para recoger sus pasos, historias que se cuentan a los niños para que no se queden hasta muy tarde en la calle o despiertos.
–¿Y los Gilberti?
–Román recompuso su rostro, repentinamente se le fue la incredulidad.
–Tienes razón, pero insiste en que el muchacho era un vago, bebía mucho.
–Mucha gente bebe mucho, y jamás tiene el tipo de experiencia que tuvo Ignacio Mejía, y sobretodo no se esfuma para luego aparecer muerto, sobre todo luego de ese misterioso viaje al monte, el campo esta lleno de huacas, de tumbas, de lugares fantasmagóricos, muchos indios murieron aquí en la colonia, las antiguas culturas hacían sacrificios humanos, ¿cuánto crees que pesa eso? Muchas puertas han sido abiertas y no se han cerrado. Quizá todo esto pierda fuerza porque pocas son las personas que se aventuran por lugares remotos en busca de tesoros y esas cosas, por lo tanto pocos hombres tienen éste tipo de experiencias.
–Martín, pero él no fue en busca de tesoros, simplemente se remontó adentro en las campiñas, fue por una carretera abandonada a fin de sortear un problema de tránsito, las lluvias habían arruinado todas las vías, muchas personas hacen lo mismo.
–Pero él equivocó el camino, transitó largo trecho solo, por terrenos que no deben ser frecuentados…
–La gente dice que cargó en su mochila algunos estupefacientes y alcohol. Bajo esas condiciones cualquiera pierde el control.
–Supe que llegó a la ciudad luego de varios días, además también los aldeanos manifiestan que no tenía rasgos de haber ingerido alcohol, tan sólo mostraba un aspecto decaído, y actuaba como fuera de si.
–¿Como loco?
–No, solamente estaba ido y anodino.
–¿Qué crees exactamente que pasó? interrogó Román mientras jugaba débilmente con el humo que salía de su pucho, luego prestó atención a las palabras de Mejía.
–Aquellas sensaciones, aquellos roces desde otro mundo lo atraparon, ¿por qué crees que demoró tanto? Una travesía que por lo general la concluyes en un día.
–No lo sé, dímelo tú.
–Se encontró con la muerte…
–¡Vamos, no seas ridículo! vociferó Román, en su rostro un gesto de incredulidad.
–¡Él me lo contó por Dios!
–¡Por favor amigo, la muerte tan sólo es una abstracción! ¡Una idea! ¡No creerás algo diferente! ¿O si?
–Si tú no lo crees, es tu problema…
–Pero, ¿qué fue lo que te dijo? Te conozco, ¿por qué a un hombre como tú lo ha conmovido tanto ésta historia?
–Él había decidido encauzar su vida, había desperdiciado mucho de su valioso tiempo en borracheras y en exceso de todo tipo. Por fin había logrado conseguir un trabajo estable o había una posibilidad de conseguirlo, y ¡zas! El problema de las lluvias lo arruinó todo!
–Pero no se rindió. Empezó a pensar y a pensar, había oído de un viejo camino hacia la sierra, una antigua vía no usada desde 1800, antes de que se proclamase la Independencia, pero también tenía conocimiento de que ese camino era peligroso, por lo intransitable y por que se contaban extrañas historias acerca de él. Se decidió a tomarlo, consiguió un mapa y apuntó todas las sugerencias que le dieron acerca de cómo llegar por el a su destino. En primer lugar cargó varios víveres ya que le habían dicho que el viaje tardaría por lo menos día y medio a dos días a pie, debo mencionarte que la primera parte del viaje podría tomar un transporte motorizado, ya que sería hasta la ciudad de Ferreñafe, la segunda parte de la travesía sería a lomo de mula y más allá aún sería a pie.
–Más o menos, ¿ochenta kilómetros?
–Si los haces en línea recta, sí, pero ¿qué camino es en línea recta?
–¿Lo acompañó alguien en el viaje?
–Sí, cuando fue a lomo de mula un indio, y la vía que sólo podría transitarse a pie, la hizo él solo.
–¿Llevó algún tipo de droga consigo?
–No, conversé con él, ni bien hubo llegado de su viaje, como te dije al principio no presentaba rastros de haberse perdido en alcohol o alguna otra sustancia…
–¿Pero exactamente que vio? Aún no me lo has dicho -preguntó Martín, impaciente y movido de alguna forma por el giro que estaba tomando el relato.
–Te lo he dicho ya, y no te sonrías así -se apuró a decir el sexagenario narrador.- Me refirió una experiencia extraña, abandonó al indio y a la mula, dejándole instrucciones que si en dos días no llegaba regresara, que de ser así seguro había encontrado el campamento minero y se quedaría a trabajar, te mencionaré con la mayor aproximación sus palabras:

«Me despedí de Rogelio, así se llamaba el muchacho y seguí mi rumbo, eran cerca de las cuatro de la tarde, seguro me agarraría la noche caminando pero no tenía otra salida… acamparía… tomaría mi merienda en la oscuridad a la luz de un pequeño fuego… a medida que avanzaba mis pasos se hacían más sonoros, no se por qué, pero al continuar y al alejarme de mi acompañante, la soledad era más y más grande, una sensación de soledad tremenda, era como navegar a la deriva solo, como derivar en un barco fantasma, sintiendo el nauseoso movimiento de la barcaza, no estoy seguro de cuanto camine, me refiero a que distancia pero una oscura noche se cernió sobre mí, disminuí velocidad de mis pasos, me senté, con la ayuda de mi linterna y busque algunos pequeños leños de algarrobo y prendí fuego, calenté algo y prendí un cigarrillo para pasar el rato. El viento silbaba fuerte, escuchaba sonidos extraños, a la manera de ecos, no les tomé importancia, hasta que algo ¡De pronto me sobresaltó! ¡El silbido del viento se había convertido en música! Una rarísima danza volaba en los aires, busqué desesperado -aunque tratando de conservar la calma- más leños para aumentar el fuego, el calor y la luz de mi fogata. Así lo hice. Sin embargo, la danza seguía surcando los cielos, se tornaba más y más denso y pesado el aire que me rodeaba, encendí mi linterna, dirigiéndola hacia uno y otro lado, ¡nada, no se veía nada! ¿Alguien me estaría jugando una especie de broma? ¿Pero en esa inmensa soledad? ¿En medio de la nada? Era muy poco probable, casi imposible.»

«¿Quién esta ahí? Grité. ¡Responda! Dije una vez más. Volví a preguntar. Nada. Entre tanta tensión me quedé dormido. Amaneció, muy temprano, puedo jurar que vi el sol enrojecido. Eran las cinco de la madrugada y su luz taciturna me inquietaba ya. Me incitaba a levantarme. Tomé algo de comida y seguí mi camino. A mitad del día y habiendo caminado ya varias horas, empecé a sentir que alguien me seguía, mas volteaba y aquel hombre se ocultaba tras los matorrales. Como medida de previsión saqué mi revolver y a la segunda vez que lo vi, inmediatamente volteé y logré verlo. Debo decir necesariamente que era un hombre, no, no era un hombre, me equivoque, era una especie de ser. ¡Disparé! el escopetazo sonó como una bomba en tan asfixiante soledad. Una carcajada provino de “eso” corrí en su persecución, más fue en vano. Al darme la vuelta, “eso” se encontraba detrás de mí; el acosado fue perseguidor, mas no huí, lo enfrenté. E incluso debo decir lo “miré”; mas no puedo describir que observé: un rostro amorfo, sin ojos ni boca ni nada de lo que pudiera haber visto nunca, por eso mi descripción es torpe. Atiné a dispararle nuevamente. Me tomó del brazo ¿con qué brazos o manos? No lo sé, no vi ninguna, pero me tomó de la muñeca. Le increpé que me soltara, pero mi voz se perdía en su cuerpo, el que había adquirido una enorme dimensión, tanto que ensombrecía el sol. Me arrastró, me arrastró con fuerza… ¡Mire! ¡Mire! ¡Cómo ha quedado mi brazo! Está quemado, completamente quemado. Al parecer es una gangrena, tan fuerte fue como aquella bestia me tomó, que vea cómo ha quedado, mas aún pude escapar, no sé como lo conseguí. Encontré al indio, al pequeño, al muchacho que me acompañó, no supo que decirme, más pronto me llevó donde su padre, me dijo que era curandero… Me desmayé… desperté y muchos indios me miraban… estaba justo en una ceremonia de limpia, el padre del muchacho era en efecto un brujo reconocido. La sesión fue agotadora. Mi mano me seguía doliendo horriblemente, desafortunadamente el brujo no me dio muy buenas noticias: no era ningún hechizo o mal conocido el que tenía yo, me dijo que ¡¡LA MISMA MUERTE ME HABÍA TOCADO!! Varios de los presentes se santiguaron y empezaron a condolerse de mí, mas no tardaron mucho en irse, el dolor sigue aumentando… sigue aumentando…»

–No sé que decirle, Martín, no lo sé, el muchacho se volvió loco…
–Le hubieras visto la mano, amigo, he visto gangrenas en mi vida, he presenciado enfermedades y mutilaciones pero eso, no se qué sería…
–¿A los cuantos días murió Ignacio?
–Luego que conversamos, a los dos días creo, se envenenó, pero su brazo nunca se encontró, nunca lo encontraron… ¡Se lo cercenó!

por Paul Muro

Atlantis

“Y en un solo día, en una noche fatal, todos los guerreros que había en vuestro país fueron tragados por la tierra que se abrió, y la isla Atlántida desapareció entre las olas”
Platón (427–347 A.C.)

Timeo

Desde que lo cantó Platón, hace más de dos milenios, nunca hubo otro testigo de la tragedia del continente perdido. Ese mundo cuyo paso por la existencia se esfumó en la bruma de la prehistoria, convirtiéndose en nada más que sueños y especulación; dudándose incluso que alguna vez existiera. Continue reading «Atlantis»

Grandes éxitos de un viejo indecente

Parece irónico que, poco antes de morir, Burroughs haya participado en el video Last night on Earth (Ultima noche en la Tierra), el reciente singlbe de U2. Pero su relación con la música siempre fue intensa. El año antepasado, Island Records lanzo Spare Ass Annie, una placa donde aparecía leyendo sus grandes éxitos, extractos de sus libros, sobre una porfiada base hip-hop que pusieron los Disposable Heroes of Hiphoprisy, el ultimo álbum de ellos antes de transformarse en Spearhead.

Hace un año Rhino –la compañía disquera de este estilo llamado spoken word (palabra hablada) volvió a la carga con la reedición de la colección Burroughs 65, simplemente titulada Call me Burroughs. Como ya es costumbre, la depravación, la decadencia, la adicción, lo subversivo y lo propiamente humano son los tópicos que Burroughs exaltaba con su monótono acento del Medio Oeste, vestido de una suerte de lógica perversa. Su estrecha relación con la cultura popular se prueba con que, a los 79 anos, haya accedido a grabar Just One Fix junto al líder de Ministry y The «Priest” they call him con Kurt Cobain; más aún tomando en cuenta que odiaba el rock ‘n roll.

En los límites de la ciudad de Lawrence, Kansas, se escondía este hombre ajeno, forastero a la vorágine del American Way y que terminó convirtiéndose en un gurú. Y ahora su figura se multiplicara por tres, quizás barriendo al mito de Jack Kerouac. Este William Burroughs es el padre de los beats, el abuelo del punk, el tipo al que qente como Allen Ginsberg o Jack Kerouac llamaban para pedirle un poco de inspiración. Y pese a todo el fenomenal avance de las comunicaciones, y por tanto la creación del monstruo del mass-media, Burroughs vivió sus últimos años siendo un alienado, una oveja neqra de las letras y el arte americano.

Volví a pensar en William Burroughs, por lo de su muerte, pero también por lo del reciente aniversario del suicidio de Kurt Cobain. El poeta guardaba un muy buen recuerdo deK urt: “un chico dulce, amable y educado”, lo describiría tiempo después. Al conocer y adentrarme más en el fenómeno Burroughs tiene mucho sentido el que Cobain haya tocado a su puerta, como quien va a pedir una taza de azúcar. Quería encontrarle significado a lo que a veces no lo tiene, saber como mantenerse vivo y lúcido a la vez, equilibrándose sobre la cuerda floja de su vida. El juicio final de Burroughs fue: Cobain no aprendió a vivir en soledad.

William Burroughs mató accidentalmente a Joan, su segunda esposa, de un disparo en un mortal juego de Guillermo Tell, pero con balas. Eso fue en México en 1953. Totalmente borracho. “He llegado a la horrenda conclusión de que nunca me hubiese convertido en un escritor sino fuese por la muerte de Joan –dijo alguna vez–, y me he dado cuenta en que grado este evento ha motivado e influenciado mi escribir… la muerte de Joan me trajo a este mundo con el espíritu maligno y me manipuló de tal forma que terminé en una lucha interna de por vida en la que no tengo otra opción que escribir.”

Lo que hizo de la vida de Burroughs algo muy extraño fue que a los 79 años de edad –vividos como un extranjero luego de sobrevivir a 20 anos de adicción a la heroína, de la muerte de su esposa. de haberse autoexiliado en Tánger, de ser homosexual en la era macho de John Wayne y de ser un escritor que se atrevió a hablar de pandillas de cerdos sicoticos– se haya convertido en lo que es ahora: un ídolo. Vimos a William en Drugstore Cowboy. En la adaptación de David Cronenberg de su novela El almuerzo desnudo, historia que escribió basándose en su propia vida. Y hace poco hasta la firma Nike ocupo su figura en spots de televisión y prensa.

Si miran con atención la carátula del inmortal Sgt Peppers lonely Hearts Club Band (The Beatles) puede que reconozcan el rostro lánguido de William Burroughs. Ese fue su primer paso a la inmortalidad. Estado en que se preservara perenne porque lo dijo John Lennon: Nadie te ama cuando estas viejo y gris/Todo el mundo te ama/cuando estas enterrado dos metros bajo tierra. Álbum: Walls and Bridges.

Alfredo Lewin Zona de contacto, número sin identificar del año 1997