El sobreviviente

Lo vimos por última vez en el reciente video de U2. Elegante a pesar de su edad y de su paso de anciano, con su eterno sombrero y sus anteojos negros estilo Al Capone, fiel hasta el fin en su fascinación por el mundo del crimen. El 2 de agosto, a la edad de 83 años, murió William Seward Burroughs. Al hígado reventado de Kerouac, al corazón exhausto de Allen Ginsberg, se agrega ahora el de Burroughs, completando la desaparición de las principales figuras de la Beat Generation. Durante los últimos veinte anos, vimos a Burroughs pasear su frágil silueta de icono rockero por el backstage, on stage o in the studio, junto a Lou Reed, Bowie, Laurie Anderson, Disposable Heroes Of Hiphoprisy, Kurt Cobain. Su extensa obra esta repleta de intuiciones geniales acerca del mundo contemporáneo. Una y otra vez, podemos leer en ella: el virus más peligroso para el hombre es la palabra. Varias generaciones de escritores, músicos y cineastas aprendieron de Burroughs como manipularla y triturarla, con las tijeras y pinzas del cut-up, su famoso método de collage. Porque si el lenguaje es un virus, el universo alucinado de la obra de Burroughs no deja de servirnos de antidote. Androginia antes que homosexualidad, biopolítica y experiencias límite antes que drogas, virus mortal, deseo mortífero de velocidad que lleva a sus personajes a gozar muriendo. Y, sobre todo, el control informático del Estado: Burroughs murió pero sigue sonando, y nosotros somos sus pesadillas.

¿Cuando y por que empezó a escribir?

Empecé a escribir alrededor de 1950; tenía entonces treinta y cinco años; aparentemente no hubo ninguna motivación fuerte. Simplemente intentaba poner por escrito, en un estilo más o menos directo, periodístico, algo sobre mis experiencias con la adicción y los adictos. No tenía otra cosa que hacer. Escribir me daba algo que hacer cada día.

¿Por que empezó a consumir drogas?

Bien, simplemente, estaba aburrido. Aparentemente no tenia mucho interés en convertirme en un exitoso ejecutivo publicitario ni en ninguna otra cosa, ni en vivir la clase de vida que Harvard diseña para uno. Después de que me convertí en adicto en Nueva York, en 1944, las cosas empezaron a ocurrir. Me metí en algunos problemas con la ley, me case, me mude a Nueva Orleans y después me fui a México. Creo que las drogas son interesantes especialmente como medio químico de alterar el metabolismo y alterar por lo tanto aquello que llamamos la realidad, que yo definirla como un esquema de observacion mas o menos constante.

¿Las visiones de las drogas y las visiones del arte no se mezclan?

Nunca. Los alucinógenos producen una serie de estados visionarios, pero la morfina y sus derivados disminuyen la conciencia de los procesos interiores, del pensamiento y las emociones. Matan el dolor, pura y simplemente. Están absolutamente contraindicados para cualquier trabajo creativo, e incluyo en las contraindicaciones el alcohol, la morfina, los barbitúricos, los sedantes…

¿Usted considera que la adicción es una enfermedad pero también un drama humano, de importancia central?

Absolutamente. Es tan simple como la manera en que alguien llega a convertirse en un alcohólico. Se empieza a beber, eso es todo. Le gusta, bebe, y después alguien se convierte en alcohólico. Estuve expuesto a la heroína en nueva York… es decir, andaba por allí con gente que la consumía; yo la ingerí, los efectos fueron placenteros. Seguí consumiéndola y me convertí en un adicto. La idea de que la adicción es de algún modo una enfermedad psicológica es, creo yo, totalmente ridícula. Es tan psicológica como la malaria. Es todo cuestión de exponerse. También hay formas espirituales de adicción. Cualquier cosa que pueda hacerse químicamente puede hacerse de otras maneras, es decir, si es que tenemos suficientes conocimientos de los procesos involucrados. Muchos policías y agentes de narcóticos son precisamente adictos al poder, a ejercer una cierta clase de poder perverso sobre personas indefensas. Droga limpia, la llamo yo… rectitud; ellos son rectos, y si perdieran ese poder, sufrirían tremendos síntomas de abstinencia. Los narcóticos, entonces, perturban la percepción normal… Y provocan, en cambio, un arbitrario deseo de imágenes. Si las drogas no estuvieran prohibidas en los Estados Unidos, serian el perfecto vicio de la clase media. Los adictos cumplirían con su trabajo y después volverían a casa para consumir la enorme dosis de imágenes que los espera en los medios de comunicación de masas. A los yonquis les encanta ver televisión o leer un periódico o una revista. Billie Holliday dijo que supo que estaba dejando las drogas cuando dejo de gustarle ver televisión.

Usted parece estar primordialmente interesado en puentear la estructura consciente, racional, hacia la que la mayoría de los escritores dirigen sus esfuerzos.

No sé nada con respecto al sitio hacia el que la ficción se dirige habitualmente, pero yo me dirijo, de manera bastante deliberada, hacia el área que denominamos sueños. ¿Qué es precisamente un sueño? Una cierta yuxtaposición de palabra e imagen. Recientemente he hecho muchos experimentos con los álbumes de recortes. Leo en los periódicos algo que tal vez me recuerda algo que he escrito, o que tiene alguna relación con eso. Recorto la foto o el artículo y lo pego en el álbum junto a las palabras de mi libro. O puedo estar caminando por la calle y de repente veo una escena de mi libro, y la fotografío y la pongo en mi álbum. En otras palabras, he estado muy interesado en la precisa manera en que la palabra y la imagen se relacionan, de manera asociativa extremadamente compleja. Los álbumes de recortes son ejercicios para expandir la conciencia, para enseñarme a pensar en bloques asociativos en vez de en palabras. Las palabras, al menos tal como las usamos, pueden interponerse en el camino de lo que yo llamo experiencia no-corporal. Ya es hora de que pensemos en dejar atrás el cuerpo.

¿Por qué es deseable ese estado sin palabras?

Creo que es una tendencia evolutiva. Creo que las palabras son una manera de hacer las cosas con rodeos, como si avanzáramos en un carro tirado por bueyes, que son instrumentos torpes que finalmente serán dejados de lado, probablemente mas pronto de lo que creemos. Es algo que ocurrirá en la era espacial. Casi todos los escritores serios se niegan a abrirse a las cosas que está haciendo la tecnología. Yo nunca he podido entender esa clase de temor, esa especie de reverenda supersticiosa por la palabra. Dios mío, dicen, no se puede recortar así las palabras. ¿Por qué no puedo?

¿Qué ofrece al lector la tecnica del cut-up que no le ofrezca la narrativa convencional?

Cualquier fragmento narrativa o cualquier fragmento, digamos, de imágenes poéticas, esta sujeto a cierto número de variaciones, todas las cuales pueden ser interesantes y validas por derecho propio. Una pagina de Rimbaud recortada y reacomodada ofrecerá imágenes bastante nuevas. Imágenes de Rimbaud –verdaderas imágenes de Rimbaud–, pero nuevas. Los cut-up establecen nuevas conexiones entre imágenes, y en consecuencia el espectro de visión de uno se expande.

¿Cree que el público puede eventualmente ser entrenado para responder a los cut-up?

Por supuesto, porque los recortes hacen explícito un proceso psicosensorial que de todos modos funciona todo el tiempo. Alguien esta leyendo un periódico, y sus ojos siguen la columna del modo lógico adecuado, una idea por vez, una oración por vez. Pero subliminalmente esta leyendo las columnas de ambos costados y es consciente de la persona que esta sentada a su lado. Eso es un cut-up. Yo estaba sentado en una cafetería de Nueva York, tomando un café. Pensaba que allí, uno se siente verdaderamente encajonado, como si viviera dentro de una serie de cajas. Miré por la ventana y había un gran camión de Yale… Eso es un cut-up, una yuxtaposicion de lo que ocurre afuera y de lo que uno esta pensando. La mayoría de la gente no ve lo que ocurre a su alrededor. Ese es mi principal mensaje para los escritores: por amor de Dios, tengan los ojos abiertos. Adviertan lo que ocurre alrededor.

Usted considera que hay esperanzas para la raza humana, pero al mismo tiempo esta alarmado porque los instrumentos de control se vuelven cada vez mas sofisticados.

La gente que trabaja con encefalogramas y con ondas cerebrales señala que algún día será posible instalar, en el momento del nacimiento, una antena de radio en el cerebro, que controle el pensamiento, los sentimientos y la percepción sensorial. En realidad, que no solo controle el pensamiento sino que haga imposibles ciertos pensamientos. Pero al mismo tiempo que los instrumentos de control se hacen mas sofisticados, también se vuelven más vulherabies. Time, Life, Fortune aplican un sistema de control mas complejo y efectivo que el del calendario maya –que postulaba como debía sentirse todo el mundo en un determinado momento–, pero también es mucho mas vulnerable, por ser tan enorme y mecanizado. Es posible redirigir una maquina. Un sargento técnico puede arruinar toda la maquinaria. Nadie puede controlar la operación completa. Viene el capitán y dice: “Bien, muchachos, en marcha”. Ahora bien, ¿quién sabe que botones hay que apretar? ¿Quién sabe como mandar para arriba las cajas de Spam, al sitio al que van, y como llenar los formularios? El sargento lo sabe. El capitán no lo sabe. Mientras haya sargentos, la maquinaria puede desmantelarse, y todavía podemos salir con vida de todo esto.

Mary McCarthy lo ha caracterizado como un utopista amargo. ¿Es correcta la definición?

Definitivamente pretendo que lo que digo sea tornado literalmente, si, para que la gente sea consciente de la verdadera criminalidad de nuestra época, para que puedan distinguir las marcas. Toda mi obra esta dirigida en contra de aquellos que, por estupidez o conscientemente, están abocados a hacer estallar el planeta o a hacerlo inhabitable. Como la gente de la publicidad, estoy preocupado por la precisa manipulación de palabra e imagen para crear una acción, no para salir a comprar una Coca Cola, sino para crear una alteración de la conciencia del lector. Sabe, me han preguntado si de estar en una isla desierta sabiendo que nadie vería nunca lo que yo pudiera escribir, lo mismo seguiría escribiendo. Mi respuesta es un enfático sí. Seguiría escribiendo para tener compañía. Porque estoy creando un mundo imaginario –siempre es imaginario– en el que me gustaría vivir.

El sobreviviente

Entrevista: Conrad Knickerbocker

The Paris Review

Foto Renaud Monfourny

Confesiones de escritores – Narradores 2 (El Ateneo). Traducción de Mirta Rosenberg, 263 páginas.