Irrupciones en la cámara gris

Por Alfredo Hauchecorne*Cuando llegué a Nueva York a fines de los años 1970’s la actividad cultural del bajo Manhattan era casi nula debido principalmente a los drug-dealers. El barrio estaba prácticamente abandonado pero aún así contaba con uno de los centros poéticos más importantes de Nueva York, el Nuyorican Poets Café del escritor puertorriqueño Miguel Algarín.

Algarín fue uno de los precursores de un movimiento literario en el Nueva York de los 70 cuyas características principales eran, por una parte, dar voz a la gran comunidad puertorriqueña residente en los Estados Unidos y por la otra, mezclar el inglés y el español para reflejar las singularidades de una comunidad que hablaba español en su casa e inglés en la calle. Este movimiento de los llamados Nuyorican writers, compuesto sobre todo de poetas y dramaturgos, tuvo su gran momento gracias al estreno de varias obras teatrales en el Public Theater de Joseph Papp, particularmente Short Eyes, de Miguel Piñero. El éxito de esta obra de teatro fue la clave del fichaje de Piñero en Hollywood, donde lo llamaron para que escribiera el guión para uno de los episodios de Kojak. Piñero le pidió a Algarín que fuera con él porque nunca había volado (él sólo salía de Nueva York para ir a la cárcel.) El día que llegaron les dieron unos guiones para corregir que eran malísimos y en menos de media hora los dos escritores puertorriqueños se inventaron un diálogo tremendo y Telly Savalas se lo memorizó y le gustó tanto que desde ese día los pusieron en la nómina. Piñero y Algarín se quedaban despiertos noches enteras inventando capítulos para series como Kojak y Baretta; se bebían una botella de ron y lo que salía era un tiroteo tras otro, pero la acción siempre reflejaba el dilema entre la moral y la ley y las circunstancias sociales de la vida del delincuente que lo impelían a delinquir. Eran guiones que no tenían nada que ver con las típicas series de televisión, en las que por primera vez en Estados Unidos salían latinos en la pantalla y se reflejaba algo de la vida de barrio. A parte de este éxito comercial, que sirvió para abrir por primera vez las puertas de la televisión en Estados Unidos a muchos latinos, este grupo de escritores comenzó a experimentar con una literatura bilingüe y con el uso del spanglish como forma de reflejar la realidad de una población latina que se desenvolvía en un medio anglosajón.

Esta innovación literaria provocó en un principio críticas furibundas de los puristas del idioma, que no se daban cuenta que estos escritos no eran más que un fiel reflejo de una realidad neoyorquina particular. Algarín, que para entonces había obtenido un doctorado en literatura, fundó poco después de esto el Nuyorican Poets Café (Algarín sigue hasta el día de hoy presentando justas poéticas y obras multiculturales representativas del Lower East Side o Loisaida, como se hispaniza el nombre de este tradicional barrio de inmigrantes de Manhattan.) Un libro editado por él sobre la poesía en dicho centro, Aloud: Voices from the Nuyorican Poets Café, ganó el prestigioso American Book Award de 1994, nada menos que el tercero de estos premios para Algarín pero en realidad no es de Miguel Algarín de quien pretendía hablar sino de William Burroughs.

Conocí a William Burroughs gracias a Algarín quien a su vez lo había conocido por intermedio de Allen Ginzberg. Por esa época Ginzberg, Gregory Corso y Lawrence Ferlinghetti iban al Nuyorican Poets Café a leer sus creaciones y Burroughs se dejaba caer los fines de semana con los últimos capítulos de su novela que leía a los obreros puertorriqueños que venían a beberse un vaso de vino o de cerveza por 50 centavos. Estos obreros boricuas escuchaban ensimismados a ese anglosajón que no tenía vínculo alguno con la experiencia latina. Pero la profundidad con que él veía la vida y la forma en que leía con esa voz nasal inconfundible, penetraba en las mentes de esa gente que siempre celebraba sus ocurrencias. Es increíble, pero ese viejo antipático, burgués, blanco, anglosajón hacía reír a todos los boricuas a carcajadas: a trabajadores de fábrica que no tenían referencia literaria alguna. De acuerdo a Algarín el puertorriqueño era capaz de sentarse y disfrutar con la prosa difícil y ácida de Burroughs debido a la tradición de los tabaqueros de comienzos de siglo, cuyo gremio socialista estableció lectores que leían literatura y textos políticos a los trabajadores mientras liaban el tabaco. Las apariciones de Ginzberg en el Nuyorican Poets Café por otro lado eran una mezcla de literatura con placer. Los poemas de Ginzberg tenían una temática homosexual muy fuerte lo que chocaba mucho al puertorriqueño, que es muy machista. Pero era interesante porque la razón de ser del Nuyorican Poets Café era permitir la libre expresión de ideas y sentimientos, sin ningún tipo de coacción, en el Nuyorican participé de varios poetry slams en los que autores y público podían competir y juzgar la poesía y la interpretación, en un ambiente colectivo. El resultado era una cosa totalmente natural, la gente venía al café sin esperar nada y de pronto se veían envueltos en cinco horas de poesía, pero me estoy desviando del tema: mi primer encuentro con el tío Bill.

1977, a pocas semanas de conocer a Miguel Algarín, éste me encargó retratar a William Burroughs para un artículo. El lugar de reunión: El Bunker, una enorme bodega en de concreto blanco y sin ventanas el sur de Manhattan que el poeta John Giorno había convertido en un loft y al que se accedía sorteando no pocos clochards tumbados a la entrada. El mobiliario era de lo más sucinto, algunas sillas, un escritorio metálico de segunda y una vieja Underwood sobre la que Burroughs escribía todos los días de cara contra la pared. ¿Por qué vivía Bill en ese barrio sórdido?, pues porque andaba corto de dinero. Durante mucho tiempo su familia le había enviado 200 dólares por mes y lo que en Tánger era más que suficiente en Nueva York no le alcanzaba. Sus libros no se vendían muy bien y Burroughs debía hacer lecturas públicas para ganarse la vida. Así dio giras como un cantante pop por los Estados Unidos, Europa, Roma, Zurich, Berlín… Recuerdo una lectura verdaderamente magistral de sus escritos a la que tuve la oportunidad de asistir en octubre de 1981 en el Palace de París (en dicha ocasión Bill amplificó su voz cuánto quería con la ayuda de un pedal wa-wa), pero volvamos a 1977.

De William Seward Burroughs yo no sabía gran cosa en aquel entonces fuera de las superficiales; que era homosexual, que era drogadicto y que había asesinado a su esposa. Luego de la breve sesión fotográfica Algarín se enfrascó junto a un tal James Grauerholz y el biógrafo Victor Brockis en la revisión de un sinnúmero de hojas desordenadas. Me aprestaba a retirarme cuando el delgado y elegante escritor (a quien todos llamaban Bill) me invitó a tomar unas copas.

–¿Eres mexicano? –me preguntó Bill, con una voz que parecía provenir desde una vieja vitrola. Asentí para no entrar en explicaciones.–Yo diría que eres francés –aventuró.

-Mi abuelos paternos eran franceses –le dije–. ¿Usted vivió en Ciudad de México, verdad?

–Residí en ciudad de México entre 1948 y 1950 –explicó Bill–. Mis vecinos mexicanos de clase-media sospechaban que yo era un drogadicto y los niños me gritaban en la calle: “Vicioso”. Vivíamos en una casa de dos pisos detrás de Sears Roebuck. Yo estaba estudiando en la Universidad la historia y el lenguaje de los Mayas y Aztecas. Los universitarios solían reunirse en el bar El Botín, en ese bar le disparé a un ratón con una pistola calibre 22. ¿Te gustan los deportes?

–No realmente –le dije–. ¿Y a usted, le gustan?

–Nah –respondió–. A mí tampoco me agradan los deportes, aunque debo admitir que me gustan las pistolas. En México siempre andaba armado pero aquí es contra la ley, tengo, sin embargo, algunos artefactos interesantes… Bill se levantó de su silla y se encaminó hacia lo que parecía ser un baúl, lo abrió y extrajo un cuchillo y un rifle de aire comprimido que puso en mis manos, junto a un dardo de acero.

–Chris Stein me regaló esto –dijo Bill (aludiendo al guitarrista del grupo Blondie) y comenzó a asestar puñaladas al aire como si estuviera batallando contra bestias incorpóreas.

Mientras Bill ejecutaba su danza cargué el dardo en el rifle. En ese momento una cucaracha grande como un ratón asomó sus antenas del baúl abierto, se descolgó del borde y comenzó a alejarse rápidamente.

–¡Dispara! –gritó Bill levantando la espada sobre su cabeza–. ¡Dispara! Apunté al insecto, jale el gatillo y le erré como por dos metros. El escritor bajó su espada como un general derrotado y dando un par de zancadas alcanzó al bicho aplastándolo con el pie derecho.

–La idea era darle al jodido insecto, no a la muralla –musitó Bill retornando a su silla y dejando el cuchillo sobre la mesa–. Bueno, supongo que se necesita algo de práctica para darle a un objetivo en movimiento. Sobre todo a una presa tan pequeña.

–Sí, necesito practicar nunca había tenido un rifle entre mis manos –dije apoyando el arma contra el muro.

–¿Ni siquiera uno de aire comprimido? –preguntó Bill estupefacto.

–No, ni siquiera uno de estos.

–Pero debes haber jugado con armas de juguete cuando niño.

–Sí, claro, pero es distinto, con esas no puedes matar.

–Sí, es cierto, con esas no se puede matar. ¡Qué lastima!

–¿Ha matado a alguien? –pregunté casi al mismo tiempo que recordaba el absurdo incidente que lo había llevado a asesinar a su esposa en México.

–Yo también he tenido algunos disparos desacertados –respondió Bill con una especie de tristeza atérmica–. Insectos he matado muchos, fui exterminador ¿sabes?, exterminador de insectos. Debo haber eliminado unos cuantos miles de esas alimañas pero la verdad es que cualquier intento de erradicarlos de la faz de la tierra es inútil, podemos matar insectos individualmente, como las arañas; pero no podemos substraernos del continuum insectoide. ¿Crees que la forma de vida dominante en el planeta somos nosotros? Te equivocas, no somos más que unos recién llegados, ¿sabes cuanto tiempo separa a nuestros linajes?, nada menos que 600 millones de años.

–Mi abuela Geraldine tenía un insectario, coleccionaba insectos.

–Esa, mi joven amigo, es una afición que no muchos comparten.

–Las mariposas son bellas.

–Una excepción, tan solo una excepción –dijo Bill mientras observaba los reflejos en la hoja del cuchillo– a la mayoría de la gente no le agrada compartir su hábitat con cucarachas, pulgas o moscas. La forma en que los insectos se reproducen y alimentan, esas dos funciones biológicas tan cruciales para los seres vivos, son radicalmente distintas a las de nosotros. No podemos leer las expresiones de los insectos, no sabemos que piensan, ni siquiera sabemos si piensan del todo, como dice Wills los insectos son inexpresivos por naturaleza, ya que usan sus esqueletos afuera. Puedo sentir empatía por un león devorando una presa por ejemplo ya que al menos parece disfrutarlo pero cuando la mantis hembra arranca la cabeza de su cónyuge para gatillar el reflejo copulatorio lo hace con una ausencia total de amor, odio, o cualquier otra emoción con la cual pudiéramos remotamente relacionarnos. Un ebrio le toma una foto a un monstruo marino en algún lago brumoso o alguien filma a un simio escabulléndose entre los árboles y el mundo entero se maravilla de estas supuestas y prodigiosa criaturas. Yo me pregunto: ¿para que preocuparse por estos monstruos inexistentes cuando hay literalmente millones de organismos enigmáticos viviendo junto a nosotros, e incluso sobre nosotros, y hasta dentro de nuestro propio cuerpo? ¿A quien le importa el Yeti o el monstruo del lago Ness cuando tenemos criaturas que habitan en las raíces de nuestras pestañas como el Demidex Folliculurum o en nuestros intestinos como la Lombriz Solitaria?

–Cierto –murmuré–, muy cierto.

–¿Que crees que fue primero, el intestino o la lombriz solitaria? –inquirió Bill.

–No entiendo la pregunta –le contesté.

–No es una pregunta en realidad sino más bien un epigrama. Piensa esto: la interioridad significa intrusión y colonización. La identidad propia es finalmente un síntoma de la invasión parasitaria, la expresión de fuerzas que se originan desde fuera de nosotros, como el lenguaje por ejemplo. El lenguaje es un virus, el lenguaje es al cerebro lo que la lombriz solitaria es para el intestino o algo aún peor ya que es posible encontrar un espacio digestivo libre de parásitos pero nunca encontraremos un espacio mental incontaminado. Huellas de ADN alienígena se despliegan en nuestros cerebros de la misma forma que lombrices en nuestras entrañas. No sólo el lenguaje sino la totalidad de la conciencia humana es básicamente un mecanismo viral. El lenguaje es un mecanismo de reproducción cuyo propósito no es indicar o comunicar un contenido dado sino perpetuarse y replicarse a si mismo. El problema con la mayoría de las hipótesis comunicacionales es que ignoran estas funciones, presentado ingenuamente al lenguaje como un método para transmitir información. La verdad es esta: el lenguaje, como los virus o el capital, está completamente vacío y su aparente contenido es solo una parasitación de un significado contingente cuyo fin es la auto-valorización y auto-proliferación. Fuera del medio no hay otro mensaje.

–Si el lenguaje no puede entenderse entonces en función de contenido de información –argumenté– menos podrá entenderse sobre la base de su forma y estructura.

–Exacto –replicó Bill–, el lenguaje no representa al mundo: interviene el mundo, invade el mundo, se apropia del mundo. No es que el lenguaje no se refiera a nada real sino que el lenguaje mismo se ha vuelto más real que la realidad. Yo sostengo que el parasitismo y la simbiosis fueron las fuerzas conductoras de la evolución de la mente humana. El virus invasor del lenguaje y sus hospedadores evolucionaron gradualmente hacia una relación de dependencia mutua de forma tal que el otrora organismo invasor se convirtió gradualmente en parásito crónico, primero, más tarde en pareja simbiótica, y, finalmente, en una parte indispensable de la esencia del hospedador. Steinpiatz afirma que el virus de mutación biológica, denominado Virus B-23, se encuentra contenido en la palabra. Liberar este virus de la palabra podría ser más mortífero que liberar el poder del átomo porque todo odio, todo dolor, toda lujuria se encuentran contenidos en la palabra. Yo propongo la teoría de que un virus es una unidad muy pequeña de palabra e imagen y sugiero que esas unidades pueden activarse biológicamente para que actúen como tendencias comunicables del virus. Comencemos con tres magnetófonos en El jardín del Edén por ejemplo, el magnetófono 1 es Adán, el magnetófono 2 es Eva y el magnetófono 3 es Dios, que degeneró después de Hiroshima en el Feo Americano o bien; el magnetófono 1 es el mono macho en un indefenso frenesí sexual al tiempo que el virus le estrangula, el magnetófono 2 es el mono hembra arrulladora que se sienta encima de él a horcajadas y el magnetófono 3 es LA MUERTE. Hablando de magnetófonos, la reproducción en situación puede producir unos efectos muy curiosos, ¿sabes? La reproducción de las grabaciones de un accidente puede provocar otro accidente, cuando regresé a Londres en 1966 ya había descubierto esto, había acumulado una cantidad considerable de datos y desarrollado una tecnología. Estaba hospedándome en el Rushmore Hotel aquella época y llevé a cabo una serie de operaciones: grabaciones en la calle, inserto de otro material, reproducción en las calles, recuerdo que había insertado coches de bomberos y mientras que reproducía esta cinta en la calle pasaron coches de bomberos. Quien realice experimentos parecidos durante un período de tiempo descubrirá más “coincidencias” de las que permite la ley de los promedios. Uno de los casos más sorprendentes al respecto se refiere al Dr. Carl Jung y su igualmente renombrado maestro, el Dr, Sigmund Freud. En una discusión sobre parapsicología, en 1909, Freud y Jung perdieron los estribos. Precisamente entonces, oyeron un súbito sonido de explosión procedente de la biblioteca de Freud. Los dos quedaron sorprendidos, eso es un ejemplo de los llamados fenómenos catalíticos, dijo Jung. ¡Oh, vamos!, ¡eso es mierda de vaca!, exclamó Freud. Se equivoca Herr profesor, respondió Jung, y para demostrar mi punto de vista predigo que en un momento se producirá otro grave informe. Freud y Jung guardaron silencio y entonces: una segunda explosión. En 1972, el Dr. Robert Harvie, psicólogo de la Universidad de Londres leía en voz alta a un amigo este episodio cuando cayó ruidosamente una lámpara de la sala de Harvie al suelo. Y en 1973, una tal Margaret Green informó que mientras leía el mismo pasaje acerca de Freud y Jung en un tren, la ventana estalló repentinamente. Algunos científicos hablan de fuerza psiónica o bioplasma…

Se produjo un silencio ominoso, como si ambos esperáramos que estallara la botella o algo.

–¿Otro vaso de vodka? –preguntó Bill al cabo de unos minutos. La conversación se prolongó sólo un poco más ya que se me hacía tarde para una cita a cenar con mi novia francesa de aquel entonces. Antes de marcharme Bill me obsequió un pequeño y algo deteriorado libro de cubierta verde para subsanar el hecho que su escritura me fuera desconocida. Cuando me retiré del mítico Bunker, Algarín, Bockris y Grauerholz aún seguían de cabeza entre los manuscritos.El libro que Bill me había regalado era El Almuerzo Desnudo, en una edición de Grove Press de 1962. Hasta el día de hoy lo conservo.

Con respecto a la historia de este notable libro vale la pena recordar lo siguiente: Burroughs trabajó desde 1957 a 1959 en reunir los manuscritos para El Almuerzo Desnudo, lo que significó seleccionar y editar miles de páginas. Kerouac y Ginsberg ayudaron a Burroughs en Tangier en 1957 y Gysin y Sinclair Beiles de Olympia Press hicieron otro tanto en Paris en 1959. Una vez que Maurice Girodias de Olympia publicó El Almuerzo Desnudo en Francia en 1959, Grove Press comenzó los preparativos para su publicación en los Estados Unidos, concientes de los posibles problemas legales. El amante de Lady Chatterley, Aullido y Trópico de Cáncer eran objeto de censura judicial en aquel tiempo y el servicio de Aduana tenía órdenes de confiscar todas las copias del Almuerzo traídas de Francia. Luego que Grove publicara El Almuerzo Desnudo en 1962 tuvo que defender la novela contra la censura de los académicos, de la Oficina Postal de los Estados Unidos, del Departamento de Aduana, y de los gobiernos estatales y locales ante la corte de Boston, además de preparase para hacer lo mismo en Los Ángeles. El caso en Los Ángeles fue sobreseído en 1965 pero el juez de Boston determinó declarar El Almuerzo Desnudo obsceno. El caso fue apelado en la Corte Suprema de Massachussets y la decisión del juez de Boston fue revertida en 1966. El juicio de Boston marcó un precedente muy importante al ser el último gran juicio de censura de una obra literaria en los Estados Unidos. ¿Qué tal me pareció El Almuerzo Desnudo? Recuerdo que leí cinco o seis párrafos y de inmediato me di cuenta que estaba ante la obra del escritor más importante de lengua inglesa surgido tras la Segunda Guerra Mundial (ese juicio ha cambiado hasta el día de hoy y a pesar que mi propia escritura no sea muy semejante a la de Burroughs sí puedo afirmar que de no ser por él nunca me habría atrevido a escribir.) La nueva visión que presentaba El Almuerzo Desnudo era una forma experimental derivada de la pintura, la fotografía, el montaje cinematográfico y el Jazz (justamente las manifestaciones artísticas que principalmente me interesaban.) La técnica básica que Burroughs eligió emplear es la yuxtaposición, llamado collage o montage en las artes visuales. La estructura de El Almuerzo Desnudo es un montaje de “rutinas” que teóricamente pueden ser leídas en cualquier orden. Burroughs anuncia esta estructura en el “Prefacio atrofiado”cuando dice, Puedes meterte en El Almuerzo Desnudo en cualquier punto de intersección y La Palabra está dividida en unidades que juntas forman una pieza y así deben de ser tomadas, pero las piezas pueden ser consideradas en cualquier orden.

A fines de 1977 me trasladé a Francia pero seguí adquiriendo los libros de Bill y escribiéndole alguna carta de vez en cuando. No recuerdo como me enteré de su fallecimiento pero fue aquel mismo día, el 2 de abril de 1997. Habiéndosele siempre escatimado al chamán de las letras un lugar entre los ilustres maestros de la pluma el establishment literario del orbe prodigó sólo pálidos obituarios, una excepción a esto fueron las cálidas líneas que mi buen amigo Antonio Skármeta dedicó a Bill en su columna de la, algo superficial, revista Caras. Antonio me contó que estaba leyendo uno de los libros de Burroughs pocos días antes que este zarpara rumbo a las Tierras de Occidente. El libro era The Adding Machine y de acuerdo a Antonio justo se había detenido en un ensayo que llevaba por título Inmortalidad antes de conocer la noticia. Recuerdo que le comenté que a Bill le hubiera agradado la ironía.

©Alfredo Hauchecorne, 1998. Publicado originalmente en Revista del Fondo de Cultura Económica, México.

*Alfredo Hauchecorne recortó su perfil entre los escritores latinoamericanos durante fines de la década del ‘70 y principios de los ’80 con el pulso de obras de poesía como Mi otro yo tenebroso (1978), Amphisbaena (1979) y su aclamada novelas Crisálida (1982) y El sueño de la razón (1985) Estudió pintura en el Bellas Artes del D. F. Mexicano pero abandonó la carrera para dedicarse de lleno a la poesía, en 1976 se trasladó a Nueva York donde gracias a su trabajo como fotógrafo tomó contacto con artistas, poetas e intelectuales de la talla de Allen Ginzberg, William Burroughs y John Cage. A fines de 1977 Hauchecorne cambiaría Nueva York por Madrid donde publicaría el grueso de su obra y residiría hasta su regreso a Chile en 1989.