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Algo ocurrió…nadie sabe todavía qué está pasando…las calles están llenas de gente en silencio, expectante y asustada…el aire está tibio, A lo lejos unos ladridos. Allá arriba, en la torre Entel, el reloj marcó las 24 horas, todos celebraron y gritaron, pero el reloj luego marcó las 25 horas…todos miraron sus relojes…el tiempo continuó marcando 31 de diciembre en todos los celulares, todos los relojes, todos los computadores.
Ya son las 27 horas y 32 minutos del día 31 de diciembre de 2006. Hemos notado que la luna sigue en el mismo sitio. Nada se mueve. Alguien me contó que en Plaza Italia alguien vió una paloma suspendida en el aire. El Mapocho no suena…me está costando respirar…creo que no puedo moverme…no se qué está pasando.

Tetragrámaton

Desde 1944 hay un hombre que vive debajo de la Biblioteca Nacional. Observa un punto oscuro que yace dentro del laberinto de libros. Jamás aparta la mirada. Conoce el nombre de cada uno de nosotros. Sus labios apenas se mueven. Susurra nuestros apellidos en la penumbra. Cuando termina, lo hace de nuevo, cambiando el orden. Sigue así, como si buscara una combinación…
Hoy me dicen que ha fallecido.
No sé… quizás la halló.

Ozaru II

1943
Una de las postas que le tocaba atender al Doctor Luciano Krauser en su cargo de médico domiciliario y rural de la Caja de Seguro Obrero Obligatorio era la posta de Catillo, situada junto a las termas del mismo nombre, famosas por el alivio que provocaban sus aguas en afecciones gástricas y reumáticas. Si bien las termas contaban con un médico exclusivo para su clientela el Seguro mantenía su Posta con un practicante residente y la visita semanal de un médico desde Parral.
Ese día viernes el doctor apenas había puesto un pie en la Posta cuando le comunicaron que tenía una llamada telefónica urgente de Parral. Lorena Larraín, su joven esposa de 17 años, estaba a punto de dar a luz. El Dr. pidió excusas a sus pacientes y emprendió el camino de regreso a Parral cómo alma que lleva el diablo.

–Todo marcha bien –señaló el Dr. Lorenzo Latorre al Dr. Krauser, que bañado en sudor sujetaba la mano de su esposa en aquella aséptica habitación de hospital–. Membranas rotas, dilatación dos centímetros, posición de vértice… ¿Va a presenciar usted el parto colega?

–N-no, no le sé –contestó titubeando el Dr. Krauser.

–Como guste –replicó Latorre–, para mí es igual, aunque Lorena estaría más tranquila… ¡En fin! La decisión es suya colega. Ahora si me disculpan, debo retirarme. La matrona me avisará cuando las contracciones se hagan más frecuentes.

–¿Qué opinas? –preguntó el Dr. Krauser a su cónyuge– ¿Quieres que presencie el parto?

–Quédate conmigo –respondió Lorena–. No me dejes sola.

–No temas –la tranquilizó el Dr. Krauser–. Voy a fumar un cigarro a la sala de médicos y vuelvo.
El Dr, Krauser besó a Lorena y abandonó el cuarto disimulando su nerviosismo lo mejor que pudo. Luego de fumarse tres cigarros y beber dos tazas de café retornó junto a ella para no abandonarla más.

La espera fue larga, más larga de lo que el Dr. Krauser y su señora esperaban, la gente entraba y salía de la habitación, la matrona, el obstreta, el Dr. Latorre, de nuevo la matrona… hasta que finalmente se produjo el milagro.

–Un hombrecito –dijo el Dr. Latorre entregando al pequeño e indefenso ser a la matrona para que lo pesara.

–Tres kilos novecientos gramos –anunció la matrona.

–¿Y? ¿Cómo se va a llamar? –preguntó el Dr. Latorre.

–Luciano –contestó el Dr. Krauser–, cómo su padre.

1945
A pesar que llevaban cerca de dos años en Parral el Dr. Krauser y su señora no lograban acostumbrarse. El pueblo era una mezcla de gente muy rica con tendencias aristocráticas (que residían mayormente en la capital y venía por temporadas a sus latifundios) y agricultores, obreros y gente de trabajo que no podían seguir el ritmo de gastos ni la manera de vivir de los primeros. El Dr. Krauser estaba cansado del permanente escrutinio del que eran objeto por parte de estos ‘aristócratas’, que reprobaban que la mujer del médico cuidara del ante jardín de su chalet o fuera de compras por su cuenta al mercado. Lorena por su parte estaba hastiada de la vida social, de la forzada elegancia, de los vestidos de las ‘damas’, de mañana, tarde o noche, según fuera la ocasión. El trabajo del Dr. Krauser por otra parte, con una posta rural que atender cada día, era muy pesado por lo que cuando se llamó a concurso para llenar los cargos de dos horas en la Beneficencia, o sea hospital, y tres horas como tratante y domiciliario en el Seguro Obrero Obligatorio del puerto de Tomé, el Dr. Krauser se presentó a ambos.

­–Más mal que aquí no nos puede ir –decía Lorena que entusiasmada ante la idea de abandonar Parral ya había comenzado a hacer las maletas–. Cuatro años con el mismo sueldo cuando todo ha subido de precio al doble o al triple.

Lorena estaba en lo correcto. Mientras a todos los empleados de la administración pública y el sector privado se les había reajustado sus sueldos de acuerdo al alza del costo de vida, en el Servicio de Salubridad Fusionado o Servicio de emergencia (creado por el presidente Don Pedro Aguirre Cerda para la mejor atención de la zona afectada por el terremoto del 39) se habían mantenido los mismos salarios hasta nivelarlos con los cargos similares de las zonas no afectadas. Lo que el año 1939 era un sueldazo en 1945 era un sueldo más bien mediocre en los servicios de salud.

Afortunadamente ambos concursos se resolvieron a favor del Dr. Krauser, de algo habían servido sus seis años de antigüedad, sus estudios en el extranjero, sus excelentes calificaciones y sus puntos extras por servicio rural. El Dr. tenía una semana para mudarse por lo que se apresuró en viajar a Tomé, en busca de una casa.

Tomé en esa época contaba con tres grandes Industrias Textiles, la Fábrica de Paños Bellavista-Tomé, la Fábrica o Sociedad Nacional de Paños Tomé y la Fábrica Italo Americana de Paños (FIAP), además de una fábrica de lienza y artículos pesqueros y una industria vitivinícola (la Wagner Stein y Cía. Ltda). Gracias a estas industrias se respiraba una sensación de prosperidad y bienestar en la mayoría de los estratos sociales. El Dr. Krauser, gracias a la intervención del Director del hospital de Tomé, consiguió tres habitaciones que se arrendaban con pensión completa, canceló dos meses por adelantado y regresó a Parral. Los muebles se fueron en ferrocarril y ellos en su Ford 31, sedán dos puertas. Se instalaron en las tres habitaciones; un dormitorio, un comedor y un escritorio que le serviría también de sala de exámenes. El Dr. puso su placa de médico en la puerta de la casa y ese mismo día comenzaron a llegar los pacientes, tantos que el Dr. hubo de arrendar dos habitaciones más para atenderlos. El hall central que daba a dichos cuartos hacía las veces de sala de espera, allí colocó el Dr. un par de sofás y unos muebles de mimbre que la dueña del edificio gentilmente le había facilitado. En cuanto a su trabajo en el hospital el doctor se hizo cargo de dos salas diferenciadas por sexo de veinte camas cada una, cuarenta camas que debía atender en dos horas diarias de trabajo. En el Seguro Obrero Obligatorio tenía tres horas, un policlínico de dos horas diarias y una hora para atender los domicilios de los cerros que se presentaran, los que había que realizar a pie debido a la escasa y deficiente urbanización.

Ya habían transcurrido un año desde que el Dr. Krauser y su familia se habían mudado de Parral y las cosas no podían estar mejor, el comercio en Tomé era próspero, el dinero abundaba, se realizaban fiestas de caridad, bingos, bailes y fiestas de la primavera (que después se transformarían en al Semana Tomecina). Los sindicatos de las tres fabricas de paños eran poderosos y en sus presupuestos tenían ítem para médico y farmacia, de modo que el obrero podía consultar en el seguro, en el sindicato y por último, si lo deseaba, podía pagar su consulta en un estudio particular. Lorena no se cansaba de repetir que él haberse trasladado a Tomé era lo mejor que podrían haber hecho. Entonces, cuando menos se le esperaba y cómo suele ocurrir, sobrevino la tragedia. Una epidemia de poliomielitis o parálisis infantil había estallado en la zona. Los tres primeros niños fueron auscultados en sus domicilios por el Dr. Krauser y el pediatra el Dr. Luis Latorre, en junta médica y sin usar mascarilla pues ignoraban el diagnóstico. El Dr. Krauser se transformó sin saberlo en un mortal portador de gérmenes. Fue así cómo se contagió Lucianito desarrollando una meningo encefalitis aguda. Pérdida brusca del conocimiento, fiebre alta, convulsiones… Fue hospitalizado en el pensionado del Hospital Clínico Regional de Concepción y atendido con mucha dedicación y esmero por pediatras y neurólogos, a pesar de esto solo un milagro podría salvar la vida del niño.

El milagro no se produjo, cumpliéndose los diagnósticos más pesimistas, luego de setenta y dos horas luchando por su vida Lucianito dejaba de existir a la edad de tres años. El Dr. Krauser recibió la noticia sin manifestar ninguna emoción aunque por dentro estaba hecho pedazos. Lorena se abrazó a él y estalló en desgarradores gemidos. Nueve meses después del triste fallecimiento de su hijo Lorena sufrió un cólico renal derecho. Las radiografías solicitadas por el urólogo revelaron una hidrofrenosis a derecha, con gran dilatación de la pelvis renal y uréter filiforme mal implantado. Se decidió amputar el órgano defectuoso, Lorena tendría que arreglárselas de ahí en adelante con un sólo riñón. Los exámenes de orina, uremia y creatinemia posteriores a la intervención quirúrgica fueron normales. Se suponía que luego de esto Lorena podría llevar una vida normal pero comenzó a sufrir de anemia. A pesar de los tratamientos para estimular la médula ósea la anemia seguía acentuándose, Lorena desarrolló un cuadro anoréxico y bajó varios kilos, el diagnóstico del nefrólogo: Leucemia crónica.

1956
Ya era de noche y el Dr. Krauser conducía su antiguo Ford 31 por una polvorienta ruta luego de una visita médica que se había prolongado más de lo debido, Lorena estaría furiosa… De pronto la imagen de una torta de cumpleaños se formó en la mente del Doctor. Tenía hambre, debía admitirlo, ¿pero porqué una torta? ¡Lorena! Ese día era el cumpleaños de Lorena, cumplía treinta y cuatro, doce años menos que su esposo. ¿Cuantos cumpleaños más le quedarían por delante?

Habían transcurrido catorce años desde la muerte de Lucianito durante los cuales el Doctor no había dejado de culparse a sí mismo por tan lamentable hecho y por la enfermedad de su esposa también, enfermedad que constantemente amenazaba con llevársela al lado de su hijo. El Dr. Krauser se había enfrentado a está terrible posibilidad en dos ocasiones, la primera; cuando hubo de llevar a Lorena de urgencia al hospital debido a un edema pulmonar agudo, la segunda; cuando a causa de la aparición de extracístoles hubo de trasladarla de amanecida a Concepción para un electrocardiograma, que afortunadamente salió negativo.

De pronto una intensa luz cegó al Dr. Krauser, que al cubrirse instintivamente los ojos perdió control del vehículo, saliéndose del camino.

Algo se había estrellado a unos metros de distancia.

El Dr. Krauser armándose de valor dirigió sus pasos hacia el lugar del impacto. Lo que encontró al fondo del pequeño cráter fue una especie de cápsula, no mayor al torso de un hombre. Sin mediar aviso la cápsula se abrió descubriendo la pequeña figura de un bebé en posición fetal. El Dr. no perdió tiempo en conjeturas, descendió al fondo del cráter y comprobó los signos vitales del lactante. Luego, con mucho cuidado, procedió a cargarlo y además de notar que era varoncito, comprobó que tenía una larga cola velluda.

Al extraer al niño de la cápsula, Krauser activó un mecanismo de autodestrucción que disolvió la cápsula en cuestión de segundos ante sus atónitos ojos. El infante, que hasta ese momento parecía dormido estalló en llantos.

–Te llamarás Cristóbal –dijo Luciano acunando tiernamente al pequeño contra su pecho–, ya que al igual que Colón has viajado por negros océanos insondables para llegar a un nuevo mundo. Sí, Cristóbal Krause Larraín, ese será tu nombre.

El Dr. Krauser envolvió en su chaqueta a Cristóbal, lo depositó cuidadosamente en el asiento del copiloto y se marchó rumbo a Tomé en su antiguo Ford 31.

Presidenta Alvear podría estar implicada en asesinatos

A raíz del escándalo ChileDeportes, un equipo de tres estudiantes de primer año de periodismo de la Universidad Bolivariana inventaron una hipótesis mientras estaban bajo los efectos de alguna droga. La naturaleza de dicha hipótesis es un misterio y sólo podemos conjeturar que habían acertado.

Llenos de entusiasmo e incapaces de ver el caos que desatarían, salieron ese mismo día a investigar. Fue la última vez que sus familias les vieron con vida.

Dos días más tarde un travesti del barrio el Golf vomitaba en el automóvil de un diputado UDI. Residentes de la zona presenciaron el momento en que el funcionario público salía corriendo y gritando con los pantalones abajo, mientras el travesti sufría convulsiones producto del shock.

Investigaciones posteriores revelaron la presencia de restos humanos en el vómito del «prostituto».

Sólo diez minutos antes de subir al automóvil, el travesti compraba un hot-dog en un carro de frituras, y que prácticamente tragó al notar que su cliente frecuente lo esperaba estacionado no muy lejos de allí.

Siete personas más en distintas zonas de Santiago vomitaron restos humanos. Todas ellas habían consumido completos en la vía pública, con una excepción.

Los embutidos provenían del matadero de Franklin. El carnicero dueño de la tienda donde se compraron las vienesas yacía muerto, colgado de un gancho en el congelador de la carnicería.

Entre las vienesas incautadas había más restos humanos, algunos trozos de ropa y el fragmento de un anillo de oro. Y dentro de la máquina moledora permanecía intacta la punta de un dedo meñique.

El dedo pertenecía a un joven alumno de periodismo de la Universidad Bolivariana desaparecido dos días antes, de iniciales J.P., quien la noche anterior a su desaparición había escrito en su blog: «Alvear con la DC caerán por corruptos».

Dicho blog fue hackeado, pero de él quedaron varios respaldos automáticos en distintos lectores de RSS internacionales. Esto inevitablemente permitió a familiares y amigos de las víctimas gritar a los cuatro vientos la posible relación entre los asesinatos y ese comentario en el blog.

De los otros dos estudiantes desaparecidos, análisis de ADN corroboraron que sus restos habían sido utilizados para fabricar vienesas.

Actualmente y a pesar de la guerra mediática de los familiares de las víctimas en contra del Gobierno, Alvear sólo ha declarado que su único «delito» fue usar fondos de un Ministerio con fines «ornamentales».

Ozaru I

El Mercurio, 16 de mayo de 1961
La comuna de Tomé, ubicada a 29 km. al norte de la ciudad de Concepción, sufrió durante la noche del día de ayer lo que a todas luces pareciera ser un terremoto pese a que ninguna actividad sísmica fue registrada en toda la Octava Región.
El centro de Tomé fue el más afectado siendo destruido en un 74% según estima la Oficina Nacional de Emergencia. La cantidad de damnificados sería de 12 mil personas mientras que la de muertos ascendería a 1.800 según cálculos estimativos, aunque no se descarta que esta cifra aumente una vez que sean removidos los escombros.
El gobierno declaró Zona de Catástrofe a Tomé y el Presidente ha dado expresas instrucciones para que se desplieguen todos los recursos que sean necesarios para ir en ayuda de los afectados.
Pese a que no existe versión oficial sobre la causa de este trágico siniestro, los sobrevivientes coinciden en señalar como causante a un gorila enorme, grande como un edificio de diez pisos. Consultado al respecto, el Ministro del Interior desdeñó tales comentarios asegurando que se trata de una caso de alucinación masiva, similar a la provocada en 1938 por el radioteatro de Orson Welles en los EE.UU. “¿De verdad creé usted que King Kong vino a desatar su furia en Tomé?”, señaló con ironía durante la conferencia de prensa.
Seguiremos informando sobre esta extraña catástrofe.

EL FANTASMA

Estimado Capitán

«Le escribo esta carta para contarle un hecho de lo más extraño que sucedió antenoche acá mismo en Tirúa. Con fecha 18 de Octubre de 1860 se desató uno de esos temporales que usted bien conoce. Si parecía que el mismo mar se nos iba a echar encima. Hubo que entrar los botes más grandes y soltar los más chicos para que se los llevara la mar. Perdimos a dos hombres, usted no los conoció, unos cabros de la zona que trabajaban acá de temporeros. Pero no es del temporal de lo que quiero hablarle y pedirle consejo. A la mañana siguiente cuando todo estaba más en calma, el pueblo estaba todo agitado. Me asomé por la ventana y vi que todos corrían a la playa. Me vestí rápido y fui a ver que había sucedido. Seguramente ya le contaron que el oleaje trajo el cadáver de un Cachalote. Pero mi capitán le juro que no era un Cachalote, no al menos como los que usted y yo hemos visto en alta mar o varados en otras playas. El Cachalote que trajo la marea era el macho más grande que yo hubiera visto, al menos 5 o 6 metros más grande que los comunes. Y lo de común no es casual, mi señor. El animal no sólo era bíblico en sus proporciones, sino que totalmente albino. Blanco como la misma palidez de la muerte. El cachalote era viejo, por sus dientes y cicatrices era fácil calcularle una edad centenaria, porque si de algo murió fue de viejo. En vida debió de ser todo un luchador, porque su cuerpo estaba entero cubierto por arpones y lanzas. Pero eso no es lo más importante, mi Capitán. Amarrado a la joroba del animal, atado por las cuerdas de uno de los arpones, colgaba el esqueleto de un hombre. El esqueleto de un hombre cojo, vestido aún con jirones de ropa marinera a la usanza de Nantucket. La ballena la enterramos bajo la arena, pero el cadáver del cojo, Capitán. Se que le parecerá extraño, pero mandé a que le hicieran un ataud. Y he aquí mi pregunta. El párroco de Tirúa se niega a darle santa sepultura a menos que usted, con su autoridad, se lo pida. Yo le ruego señor, que por el descanso de esa alma, autorice usted el entierro. El muerto de la Ballena Blanca tiene a muchos asustados por acá, lo divino calma los miedos, usted sabe. Sin otro particular.”

IMPERIOPOLIS

El Mercurio, Martes 4 de agosto de 1925, página 11:
El 6 de este mes, Nueva York se hundirá en las aguas del Atlántico y luego se producirá la hecatombe mundial, dice el astrónomo Abner Hubs desde su observatorio en Imperiópolis.

Las consecuencias de esta terrible predicción producen en Nueva Cork los más extraños fenómenos sociales. Cosas que no se han visto nunca; matrimonios al minuto, ancianos que se divierten como niños, la multitud se entrega al baile y al regocijo y el gobierno se encuentra con los brazos cruzados debido a la falta de las fuerzas.

Lo que a este respecto, dicen Edison y el físico Meredit, la forma como se producirá la última catástrofe del mundo, se habla del hundimiento de Nueva Cork debido al gran peso de los edificios. Edison calcula que solamente el área de Broadway podría contener el peso equivalente de muchas ciudades de Europa.

Este artículo lo encontramos en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, buscando otra información que no vale la pena mencionar. Nos pareció raro el artículo en sí. Al parecer es una broma de algún periodista o un relleno, tan común en los medios nacionales. Es de analizar el uso de las fuentes.

Imperiópolis: Es una clara alusión a la avanzada expansionista que venía haciendo los Estados Unidos en Centro América durante esos años. ¿Redactores de izquierda en El Mercurio de 1925?
El Edison que se menciona alude a Thomas Alba Edison, inventor de la luz eléctrica, el gramófono y un sin fin de benditas inspiraciones (ver el capítulo de Los Simpsons donde Homero se obsesiona con el inventor) que culminaron con la Edison, la compañía más grande de la época. Edison como símbolo del dominio tecnológico y científico de Imperiópolis sobre el mundo.
Algo raro, en efecto, tiene este articulito.
¿Que los gringos se casen en masa?, ¿que los ancianos salgan a la calle en busca de acción?
En los años veinte los fumaderos de opio eran el top del carrete y en una de esas, el tipo que escribió el cable por Franklin, donde se juntaban los viejos periodistas a pegarse sus fumadas.

Unterwelt

Hoy, 27 de diciembre, se cumple un año exactamente desde el descubrimiento de La Colmena. Como recordarán, los trabajos en la línea 5 del Metro se toparon de pronto con algo que inicialmente pareció una caverna subterránea. Los trabajadores retrocedieron espantados ante la fetidez que emanaba el agujero. Algunos bravucones se hicieron los valientes y se acercaron demasiado. El resto lo sabemos por la infinidad de reportajes que se han hecho hasta la fecha: del agujero emergieron hombres…o bien…algo parecido a hombres, que se abalanzaron aullando sobre los trabajadores. De piel reseca, vestidos con harapos, cabello larguísimo y uñas como garras, se aferraban a los aterrorizados trabajadores para sacarles la piel a dentelladas y hundirles las uñas en sus abdómenes hasta el puño. Algunos carabineros de punto fijo pudieron reaccionar y dispararon desesperados tumbando a algunos, antes de caer ellos mismos presas de la marea fétida que no cesaba de salir por el boquerón. Un par de verdaderos héroes (hoy sabemos sus nombres y atesoramos su memoria) consiguieron hacerse de algunos cartuchos de explosivos en poder de la constructora y los lanzaron contra la pared que sostenía el techo sobre el agujero. El estampido los mató a casi todos, incluyendo a los trabajadores que aún permanecían dentro de la obra, pero libró a la capital de una tragedia impensable.
Con los días comenzaron a saberse detalles espeluznantes. Dos especímenes agonizantes pronunciaron algunas oraciones en español antiguo antes de morir, uno de ellos mantenía una cadena con una cruz en su cuello. El otro sonrió a los médicos y le preguntó si estaban en el cielo o en el infierno, en perfecto español castizo. Un tercero pronunció palabras que se mantuvieron en secreto por mucho tiempo: «…apenas tocaron un brazo de la colmena, el hervidero que duerme en el estómago de la nueva extremadura estallará tarde o temprano. El territorio supurará.»

Repito la pregunta de hace un momento: ¿Cada hijo de Santiago de Chile tiene ya un arma en su poder?.

Top 10 Astronómicos 2006

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La revista Astronomy, en su número de Diciembre 2006, trae una lista de las historias más importantes del año en el mundo astronómico. La lista es, en dramático orden descendente:

10.- Discovery vuela de nuevo : El retorno del transbordador espacial al servicio activo.
9.- La exploración de Marte da un salto cuántico : La sonda Mars Reconaissance Orbiter entró en órbita con equipos very high tech…
8.- Retorno a Venus : La sonda europea Venus Express llega a Venus.
7.- 200 Exoplanetas y contando : La lista de exoplanetas descubiertos llega a las dos centenas.
6.- Se multiplican los satélites de la Via Lactea : Descubrieron 7 nuevas galaxias satélites de la nuestra.
5.- Odisea en el asteroide Hayabusa : Una sonda japonesa aterrizó en dicho asteroide, y trató de traer una muestra back to Tierra, pero se perdió en el camino.
4.- Estrellas de Neutrones chocando generan cortos GRBs : Se prueba que los choques entre estrellas de neutrones generan emisiones de rayos gamma, conocidos como GRB.
3.- Achicando el Sistema Solar : Plutón, pobrecito, que más decir…
2.- Primera visión de la Inflación Cósmica : La Sonda WMAP presentó el primer mapa completo de microondas del cielo, entregando nuevas visiones sobre las teorías del Big Bang.
1.- Sonda Stardust trae un cometa a casa : La sonda Stardust envió con éxito a la Tierra 46 kilos de polvo cometario, capturado hace dos años al pasar por el cometa 81P/Wild 2.

Eso sería. Fue un gran año..

Sub Aether – 002

El amanecer llegó como lo había estado haciendo por casi un año, un sutil y progresivo cambio de luz, desde la oscuridad total, hasta la penumbra. Laskov despertó de igual manera, progresivamente. Había soñado con el viaje en tren desde Moscú, los soldados que lo felicitaban y luego se reían a sus espaldas. En el sueño era así, el los veia reirse a pesar de que no los estaba mirando. Luego entraba en un vagón y estaba toda su familia, y el tren ahora iba al Sur. Se sentaba a mirar por la ventana y veía el mar. Por largo rato lo miró, hasta que pestañeó, o abrió los ojos, o simplemente se dió cuenta de que estaba despierto.
Luego se puso de pie. Viña parecía estar más cerca de lo que había estado cuando se echó en la arena. Lo primero que distinguió fueron los vehículos dados vuelta. Destrozados, la verdad. Restos del tsunami probablemente. Recordó cuando escuchó la noticia, olas gigantes en todo el mundo, y lo primero que pensó fue que Chile no tenía oportunidad. Contra eso, que puede hacer una larga y angosta faja de tierra, una pequeña playa a orillas del acantilado, contra la furia del mar.
La ciudad en si no parecía golpeada por la catástrofe. Más bien parecía estar en ruinas, abandonada siglos atrás. Como Machu Pichu, que Laskov solo había visto en fotos, o el Partenón. Las calles desiertas, salvo uno que otro esqueleto. La vegetación emancipada, lentamente reclamando el territorio para si. Las casas borrosas, manchas amorfas vagamente parecidas a sus recuerdos. Pero reconocibles. Esencialmente las mismas. Con una extraña sensación de familiaridad, mal que mal la devastación no era nada nuevo para él, había visto los mismos estragos en cada ciudad costera de su ruta, Laskov comenzó a recorrer las calles camino de su casa. Sabía lo que iba a encontrar. Lo veía todo alrededor.
No había cadáveres, y eso lo tranquilizó. Estaba la posibilidad. Estaría toda la vida quizás. Pero estaba. Prefería que estuviera. Había abandonado la esperanza de volver a verlos, no solo a ellos, a todos, tiempo ha. Se lo había preguntado mil veces, por qué volver, por qué bajar tan lejos, si no por ellos. Por qué volver si sabía que todos iban a estar muertos. O ausentes, que era casi lo mismo.
Simplemente estaba harto de fingir, de seguir causas que no eran la suya. Pensó que se sentiría un heroe, al liberar a su pueblo de las garras del mal. Se había sentido bien, se había sentido útil, aunque marginalmente. Pero la verdad es que no los conocía, a nadie. Se había sentido solo, terriblemente al margen. Espectante. Aquí al menos era protagonista. Esta ciudad en ruinas era su ciudad, esta manzana desierta era su manzana.
Su cuarto estaba totalmente revuelto. Supuso que la pulpa mohosa en la esquina era lo que quedaba de sus libros. Le causó risa. Pulpa. Una risa breve y melancólica. Su ventana rota. Desde ahí pudo ver el esqueleto de un perro amarrado en el jardín vecino. Que horrorosa forma de morir. Amarrado. Contempló la idea de dormir en su cama, pero estaba toda podrida. Recordó las arañas. Decidió salir de la casa lo antes posible.
Cerrado el capítulo de su familia, mirando la calle sin saber que hacer, de golpe recordó la Logia. Era tan obvio. Había dejado de pensar en la Logia durante el camino, resignado a la pérdida. Con el mundo acabándose, no habría tiempo para frivolidades. Sin embargo ya que estaba allí, era lógico que la siguiente parada en su recorrido, como quien visita un cementerio, fuera la Logia.
Caminó hacia Libertad empujado por el viento, el abrigo flameando delante de él. Una vez en la avenida, enfiló por el centro de la calle en dirección a la municipalidad. La iglesia de Los Carmelitas había sido golpeada brutalmente. Derruida como estaba, tenía más solemnidad de la que Laskov jamás le encontró en vida, más aun después de conocer las verdaderas Catedrales europeas. Viendo las ruinas, por un segundo tuvo la impresión de que el tsunami nunca había terminado, de que todo seguía sumergido, y que la barrera de polvo que bloqueaba el sol no era sino la superficie del agua. Altísima, inalcanzable desde allá abajo. Pensó que solo bastaba con sacarse el abrigo y flotar hacia arriba, nadar hasta la libertad, pero luego olvidó como. Le dió un poco de vértigo. Por supuesto, el temor a perder la cordura estaba siempre presente. Era el signo de los tiempos.
Apenas dejó atrás la iglesia apareció ante él el Palacio Carrasco, el cuartel central de la Logia. El edificio, salvo tener todas las ventanas rotas, no se veían tan deteriorado como el resto de la ciudad. Laskov subió las escaleras hacia la entrada principal. Un cartel con la borrosa leyenda “Ilustre Municipalidad de Viña del Mar” bloqueaba el acceso, puesto como en lugar de la puerta.
Quitó el cartel de en medio. Adentro estaba considerablemente más oscuro. Sacó su linterna de la mochila y comenzó a darle cuerda con el pulgar, rítmicamente. Al presionar la manilla se activaba un pequeño dínamo que daba a la linterna la energía necesaria para funcionar. La primera vez que la tuvo en sus manos, Laskov pensó que era el mejor invento que había visto jamás. Había conseguido tres. Una para él, una para Jorge y la tercera por si acaso. Quizá quedarían todas para él.
Entró en el Salón Principal del Palacio Carrasco, y lo primero que notó fue, como siempre, la gran escalera que, bifurcándose luego en dos, conectaba al Salón con el segundo piso. Luego paseó la luz de su linterna por el suelo cuadriculado, pero le sorprendió verlo pintado de azul. ¿Manchado? Sobre las baldozas negras y blancas, alguien había pintado un patrón azul que representaba el mar. Luego venía la costa, modelada en papel maché. No le costó trabajo reconocer que se trataba de Viña y Valparaíso. Maravillado, no se cuestionó su origen. Acercó su vista al territorio: sobre el modelo de ambas ciudades, reposaba algo que pensó nunca volvería a ver.

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