Ozaru II

1943
Una de las postas que le tocaba atender al Doctor Luciano Krauser en su cargo de médico domiciliario y rural de la Caja de Seguro Obrero Obligatorio era la posta de Catillo, situada junto a las termas del mismo nombre, famosas por el alivio que provocaban sus aguas en afecciones gástricas y reumáticas. Si bien las termas contaban con un médico exclusivo para su clientela el Seguro mantenía su Posta con un practicante residente y la visita semanal de un médico desde Parral.
Ese día viernes el doctor apenas había puesto un pie en la Posta cuando le comunicaron que tenía una llamada telefónica urgente de Parral. Lorena Larraín, su joven esposa de 17 años, estaba a punto de dar a luz. El Dr. pidió excusas a sus pacientes y emprendió el camino de regreso a Parral cómo alma que lleva el diablo.

–Todo marcha bien –señaló el Dr. Lorenzo Latorre al Dr. Krauser, que bañado en sudor sujetaba la mano de su esposa en aquella aséptica habitación de hospital–. Membranas rotas, dilatación dos centímetros, posición de vértice… ¿Va a presenciar usted el parto colega?

–N-no, no le sé –contestó titubeando el Dr. Krauser.

–Como guste –replicó Latorre–, para mí es igual, aunque Lorena estaría más tranquila… ¡En fin! La decisión es suya colega. Ahora si me disculpan, debo retirarme. La matrona me avisará cuando las contracciones se hagan más frecuentes.

–¿Qué opinas? –preguntó el Dr. Krauser a su cónyuge– ¿Quieres que presencie el parto?

–Quédate conmigo –respondió Lorena–. No me dejes sola.

–No temas –la tranquilizó el Dr. Krauser–. Voy a fumar un cigarro a la sala de médicos y vuelvo.
El Dr, Krauser besó a Lorena y abandonó el cuarto disimulando su nerviosismo lo mejor que pudo. Luego de fumarse tres cigarros y beber dos tazas de café retornó junto a ella para no abandonarla más.

La espera fue larga, más larga de lo que el Dr. Krauser y su señora esperaban, la gente entraba y salía de la habitación, la matrona, el obstreta, el Dr. Latorre, de nuevo la matrona… hasta que finalmente se produjo el milagro.

–Un hombrecito –dijo el Dr. Latorre entregando al pequeño e indefenso ser a la matrona para que lo pesara.

–Tres kilos novecientos gramos –anunció la matrona.

–¿Y? ¿Cómo se va a llamar? –preguntó el Dr. Latorre.

–Luciano –contestó el Dr. Krauser–, cómo su padre.

1945
A pesar que llevaban cerca de dos años en Parral el Dr. Krauser y su señora no lograban acostumbrarse. El pueblo era una mezcla de gente muy rica con tendencias aristocráticas (que residían mayormente en la capital y venía por temporadas a sus latifundios) y agricultores, obreros y gente de trabajo que no podían seguir el ritmo de gastos ni la manera de vivir de los primeros. El Dr. Krauser estaba cansado del permanente escrutinio del que eran objeto por parte de estos ‘aristócratas’, que reprobaban que la mujer del médico cuidara del ante jardín de su chalet o fuera de compras por su cuenta al mercado. Lorena por su parte estaba hastiada de la vida social, de la forzada elegancia, de los vestidos de las ‘damas’, de mañana, tarde o noche, según fuera la ocasión. El trabajo del Dr. Krauser por otra parte, con una posta rural que atender cada día, era muy pesado por lo que cuando se llamó a concurso para llenar los cargos de dos horas en la Beneficencia, o sea hospital, y tres horas como tratante y domiciliario en el Seguro Obrero Obligatorio del puerto de Tomé, el Dr. Krauser se presentó a ambos.

­–Más mal que aquí no nos puede ir –decía Lorena que entusiasmada ante la idea de abandonar Parral ya había comenzado a hacer las maletas–. Cuatro años con el mismo sueldo cuando todo ha subido de precio al doble o al triple.

Lorena estaba en lo correcto. Mientras a todos los empleados de la administración pública y el sector privado se les había reajustado sus sueldos de acuerdo al alza del costo de vida, en el Servicio de Salubridad Fusionado o Servicio de emergencia (creado por el presidente Don Pedro Aguirre Cerda para la mejor atención de la zona afectada por el terremoto del 39) se habían mantenido los mismos salarios hasta nivelarlos con los cargos similares de las zonas no afectadas. Lo que el año 1939 era un sueldazo en 1945 era un sueldo más bien mediocre en los servicios de salud.

Afortunadamente ambos concursos se resolvieron a favor del Dr. Krauser, de algo habían servido sus seis años de antigüedad, sus estudios en el extranjero, sus excelentes calificaciones y sus puntos extras por servicio rural. El Dr. tenía una semana para mudarse por lo que se apresuró en viajar a Tomé, en busca de una casa.

Tomé en esa época contaba con tres grandes Industrias Textiles, la Fábrica de Paños Bellavista-Tomé, la Fábrica o Sociedad Nacional de Paños Tomé y la Fábrica Italo Americana de Paños (FIAP), además de una fábrica de lienza y artículos pesqueros y una industria vitivinícola (la Wagner Stein y Cía. Ltda). Gracias a estas industrias se respiraba una sensación de prosperidad y bienestar en la mayoría de los estratos sociales. El Dr. Krauser, gracias a la intervención del Director del hospital de Tomé, consiguió tres habitaciones que se arrendaban con pensión completa, canceló dos meses por adelantado y regresó a Parral. Los muebles se fueron en ferrocarril y ellos en su Ford 31, sedán dos puertas. Se instalaron en las tres habitaciones; un dormitorio, un comedor y un escritorio que le serviría también de sala de exámenes. El Dr. puso su placa de médico en la puerta de la casa y ese mismo día comenzaron a llegar los pacientes, tantos que el Dr. hubo de arrendar dos habitaciones más para atenderlos. El hall central que daba a dichos cuartos hacía las veces de sala de espera, allí colocó el Dr. un par de sofás y unos muebles de mimbre que la dueña del edificio gentilmente le había facilitado. En cuanto a su trabajo en el hospital el doctor se hizo cargo de dos salas diferenciadas por sexo de veinte camas cada una, cuarenta camas que debía atender en dos horas diarias de trabajo. En el Seguro Obrero Obligatorio tenía tres horas, un policlínico de dos horas diarias y una hora para atender los domicilios de los cerros que se presentaran, los que había que realizar a pie debido a la escasa y deficiente urbanización.

Ya habían transcurrido un año desde que el Dr. Krauser y su familia se habían mudado de Parral y las cosas no podían estar mejor, el comercio en Tomé era próspero, el dinero abundaba, se realizaban fiestas de caridad, bingos, bailes y fiestas de la primavera (que después se transformarían en al Semana Tomecina). Los sindicatos de las tres fabricas de paños eran poderosos y en sus presupuestos tenían ítem para médico y farmacia, de modo que el obrero podía consultar en el seguro, en el sindicato y por último, si lo deseaba, podía pagar su consulta en un estudio particular. Lorena no se cansaba de repetir que él haberse trasladado a Tomé era lo mejor que podrían haber hecho. Entonces, cuando menos se le esperaba y cómo suele ocurrir, sobrevino la tragedia. Una epidemia de poliomielitis o parálisis infantil había estallado en la zona. Los tres primeros niños fueron auscultados en sus domicilios por el Dr. Krauser y el pediatra el Dr. Luis Latorre, en junta médica y sin usar mascarilla pues ignoraban el diagnóstico. El Dr. Krauser se transformó sin saberlo en un mortal portador de gérmenes. Fue así cómo se contagió Lucianito desarrollando una meningo encefalitis aguda. Pérdida brusca del conocimiento, fiebre alta, convulsiones… Fue hospitalizado en el pensionado del Hospital Clínico Regional de Concepción y atendido con mucha dedicación y esmero por pediatras y neurólogos, a pesar de esto solo un milagro podría salvar la vida del niño.

El milagro no se produjo, cumpliéndose los diagnósticos más pesimistas, luego de setenta y dos horas luchando por su vida Lucianito dejaba de existir a la edad de tres años. El Dr. Krauser recibió la noticia sin manifestar ninguna emoción aunque por dentro estaba hecho pedazos. Lorena se abrazó a él y estalló en desgarradores gemidos. Nueve meses después del triste fallecimiento de su hijo Lorena sufrió un cólico renal derecho. Las radiografías solicitadas por el urólogo revelaron una hidrofrenosis a derecha, con gran dilatación de la pelvis renal y uréter filiforme mal implantado. Se decidió amputar el órgano defectuoso, Lorena tendría que arreglárselas de ahí en adelante con un sólo riñón. Los exámenes de orina, uremia y creatinemia posteriores a la intervención quirúrgica fueron normales. Se suponía que luego de esto Lorena podría llevar una vida normal pero comenzó a sufrir de anemia. A pesar de los tratamientos para estimular la médula ósea la anemia seguía acentuándose, Lorena desarrolló un cuadro anoréxico y bajó varios kilos, el diagnóstico del nefrólogo: Leucemia crónica.

1956
Ya era de noche y el Dr. Krauser conducía su antiguo Ford 31 por una polvorienta ruta luego de una visita médica que se había prolongado más de lo debido, Lorena estaría furiosa… De pronto la imagen de una torta de cumpleaños se formó en la mente del Doctor. Tenía hambre, debía admitirlo, ¿pero porqué una torta? ¡Lorena! Ese día era el cumpleaños de Lorena, cumplía treinta y cuatro, doce años menos que su esposo. ¿Cuantos cumpleaños más le quedarían por delante?

Habían transcurrido catorce años desde la muerte de Lucianito durante los cuales el Doctor no había dejado de culparse a sí mismo por tan lamentable hecho y por la enfermedad de su esposa también, enfermedad que constantemente amenazaba con llevársela al lado de su hijo. El Dr. Krauser se había enfrentado a está terrible posibilidad en dos ocasiones, la primera; cuando hubo de llevar a Lorena de urgencia al hospital debido a un edema pulmonar agudo, la segunda; cuando a causa de la aparición de extracístoles hubo de trasladarla de amanecida a Concepción para un electrocardiograma, que afortunadamente salió negativo.

De pronto una intensa luz cegó al Dr. Krauser, que al cubrirse instintivamente los ojos perdió control del vehículo, saliéndose del camino.

Algo se había estrellado a unos metros de distancia.

El Dr. Krauser armándose de valor dirigió sus pasos hacia el lugar del impacto. Lo que encontró al fondo del pequeño cráter fue una especie de cápsula, no mayor al torso de un hombre. Sin mediar aviso la cápsula se abrió descubriendo la pequeña figura de un bebé en posición fetal. El Dr. no perdió tiempo en conjeturas, descendió al fondo del cráter y comprobó los signos vitales del lactante. Luego, con mucho cuidado, procedió a cargarlo y además de notar que era varoncito, comprobó que tenía una larga cola velluda.

Al extraer al niño de la cápsula, Krauser activó un mecanismo de autodestrucción que disolvió la cápsula en cuestión de segundos ante sus atónitos ojos. El infante, que hasta ese momento parecía dormido estalló en llantos.

–Te llamarás Cristóbal –dijo Luciano acunando tiernamente al pequeño contra su pecho–, ya que al igual que Colón has viajado por negros océanos insondables para llegar a un nuevo mundo. Sí, Cristóbal Krause Larraín, ese será tu nombre.

El Dr. Krauser envolvió en su chaqueta a Cristóbal, lo depositó cuidadosamente en el asiento del copiloto y se marchó rumbo a Tomé en su antiguo Ford 31.