Extracto de Historia Chilena del Siglo XX (Varios autores. Ed. Dobleverso)
Mientras tanto, la izquierda, al tiempo que ganaba terreno electoral, se había debilitado a causa de luchas internas. En agosto de 1965, el nuevo Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) había sido fundado en la Universidad de Concepción. Sus pocos miembros activos, en su mayoría con estudios universitarios, adoptaron el enfoque guevarista (del Che Guevara) respecto de la necesidad de una “lucha armada” para derrotar al capitalismo e instaurar un sistema revolucionario al estilo cubano. Un enfoque igualmente intransigente encontró aliados, en algunos sectores del Partido Socialista. En la asamblea de Chillan en noviembre de 1967, el Partido se redefinió como marxista-leninista y declaro su objetivo de crear un “Estado revolucionario”. Muchos socialistas, sin embargo, incluido Salvador Allende, continuaron defendiendo la estrategia electoral, al igual que los comunistas. Estos debates de la izquierda muchas veces llegaron a ser bastante duros. En medio de ese contexto aparece el único personaje que en la historia de Chile podría llamarse supervillano, alguien para el que ninguno de nuestros enmascarados estaba preparado.
En julio de 1967 apareció su primer víctima. La mujer se llamaba Virginia Vincent y era una ciudadana norteamericana que llevaba quince años avecindada en Chile, tras contraer matrimonio con un reconocido abogado de la capital. La señora Vincent había desaparecido unos días antes y la policía tenía muchos de sus recursos enfocados en la búsqueda. Su esposo había declarado que la última vez que fue vista había sido en un local comercial de Providencia, pero de un momento a otro se la había tragado la tierra. Finalmente Virginia Vincent apareció en una vía secundario a un costado de la Estación Central. Estaba muerta y su cuerpo mostraba las señas de extrema violencia sexual, pero eso no era lo más peculiar del caso. La dama había sido horriblemente desfigurada en el sector de la boca. Cada una de sus piezas dentales le habían sido arrancadas de cuajo. Además le cortaron los labios y estiraron la comisura de estos hasta la altura de las orejas para simular una terrible mueca. Los peritos que examinaron el cuerpo concluyeron que esta horrorosa tortura había sido realizada mientras ella aún estaba viva, presumiblemente tras ser ultrajada. La prensa especuló con un crimen pasional y se habló de un amante despechado, también de un asaltante que se había visto maravillado con la belleza de la mujer y tras abusar de ella había entrado en una especie de locura momentánea. Lo cierto es que nunca nadie aventuró la pesadilla que se nos venía por delante. Hasta que sucedió de nuevo.
Bastián Bahamondes era un muchacho de 17 años, alumno del colegio San Ignacio y deportista ejemplar. Sus profesores y compañeros auguraban para él un promisorio futuro como estudiante de leyes, hasta que un día desapareció para no regresar con vida. En esta ocasión, sin embargo, las cosas se dieron de forma muy distinta a lo ocurrido con la señora Vincent. Tres días después del rapto del estudiante, la redacción del vespertino Las Últimas Noticias recibió un paquete remitido al editor de crónica policial. Dentro de la caja, los reporteros del periódico se enfrentaron con una espeluznante sorpresa. Todos los dientes y muelas de Bastián Bahamondes aparecían repartidos alrededor de un charco de sangre seca, obsceno detalle coronando con una carta escrita también con la sangre de la victima: “Es mi segunda obra de arte, señor editor. Y sólo estoy comenzando”. Firmaba el mensaje: El Dentista.
Por 13 meses, entre julio de 1967 y agosto de 1968, El Dentista tiñó de sangre y terror las noches santiaguinas. Dos víctimas por mes, en total 36 santiaguinos de distinto sexo y edad fueron asesinados por este sicópata. En todos los casos las piezas dentales de las victimas fueron arrancadas y las bocas deformadas a cuchilladas, presumiblemente con ellos aún con vida. Las mujeres además eran violadas, con instrumentos que desgarraban sus canales vaginales en una especie de macabro ritual que nunca logró ser entendido, porque así como apareció, el Dentista se esfumó en la noche.
Pero más allá de la violencia de su actuar, Este aterrador personaje acabó convertido en una terrible e inusual arma contra la estabilidad social por la que atravesaba el país. Tanto la derecha como la izquierda lo usaron como justificación de sus críticas hacia sus adversarios políticos y sobre todo contra el gobierno Demócrata Cristiano de Frei, a quien acusaban de blando y permisivo. El Partido Nacional se atrevió incluso a insinuar que El Dentista era producto directo de la ambigüedad moral de los democratacristianos, nada más ajeno de la realidad.