Vía Boing-boing.
(…) el 20 de diciembre de 2006 marcará el décimo aniversario del fallecimiento de Carl Sagan. En su honor, estoy organizando una blog-a-ton en su memoria (…) Si eres un fan de Sagan con un blog, puedes participar posteando algo relativo a él. Leyendo o releyendo un libro y comentándolo; discutiendo sobre las cosas que hizo que te hayan influenciado; pontificando sobre alguno de los muchos temas en que se interesó (SETI, astronomía, pensamiento crítico, historia de la ciencia, inteligencia humana), o postea algo completamente sorprendente.
Fuente: Joel’s humanistic blog.
Aunque tengo algunos de sus libros en alguna parte de mi biblioteca sería completamente un error decir que Carl Sagan llegó a mí por alguno de ellos. Nada más decir Cosmos es para mí un poderoso meme que gatilla recuerdos y sensaciones. Éste es mi homenaje.
Porque estaba en la escuela cuando Canal 13 televisó el primer episodio de Cosmos y el impacto fue inmediato. Porque creí, en mi inocencia, que al fin se acababa esa pesada atmósfera de los 1970’s. Si no me equivoco, 1982 fue uno de los primeros años en que la ley obligaba a los canales de la televisión chilena a exhibir una hora de programación cultural, los días jueves, después del noticiero; los regímenes autoritarios son demasiado eficientes en estas cosas. Era algo tan nuevo que casi nadie estaba preparado y se tuvieron que comprar series envasadas para cubrir el hoyo. No me acuerdo qué tenía Canal 7 (¿Informe Especial?), pero Canal 11 competía con un excelente programa sobre física producido por la BBC (creo) que tenía el mismo acercamiento ameno que Cosmos, pero ganó el último. Ya había visto El Ascenso del Hombre, de Jacob Bronowski, en la que se basó la serie de Sagan, y repetir la experiencia era algo que buscaba desde hace un tiempo. Todos los episodios estaban presentados y rematados por Hernán Olguín, que luego, con el impulso creado por la serie, iniciaría su serie Mundo. Carl Sagan era un anfitrión lleno de energía y entusiasmo por la ciencia, la historia y todo lo que se le cruzara. No por nada el subtítulo de la serie era “Un viaje personal”. O sea, cabía todo lo que una vida de científico podía dar. El doblaje al castellano también tenía su carisma con esa voz cálida que te llamaba a irte por la Biblioteca de Alejandría. Fueron catorce episodios que me atrapaban al anochecer y me tensaban como una cuerda de guitarra. Las intensas escenas que recuerdo se mezclan con episodios de la vida personal. Un planeta reciclado completamente por su civilización. La grotesca nariz de oro y plata de Ticho Brahe. Los furiosos cangrejos heikegani. Percival Lowell y sus estrambóticas teorías sobre una moribunda nación marciana. El disco de oro de la Voyager llevando los sonidos de esta Tierra. Los cataclismos violentos y estelares de seres inmutables como las estrellas. Los cachos diabólicos de la Luna y un grupo de monjes asustados hasta el alma. Por último, la nave de la imaginación que era simplemente un diente de león echado al viento. Soñaba con subirme a ella.
Nunca fue un tipo muy apreciado en la línea dura de la ciencia. Todo eso de la divulgación solía ser para investigadores de medio pelo. La verdadera ciencia se crea en los laboratorios, en la dureza de los años de soledad y porfía, lo cual es cierto. Pero no menos cierto es que alguien tiene que llevar esa especie de fuego de los dioses a los mortales como uno, que creen todavía que los motores funcionan con cien enanitos musculosos. Cuando uno se da cuenta que todo es una metódica observación y plantearse las preguntas correctas ya no parece tan difícil de entender. Sagan lo hacía más fácil aún porque mezclaba los datos más difíciles con curiosidades y ejemplos. Pero era un científico de tomo y lomo, y lo demuestran sus estudios sobre microondas -aplicable a la superficie venusina- la exobiología, sus contribuciones al programa Mariner, entre otros. Y humano también, en serio, porque tenía el ego suficiente para meterse en la televisión y salir bien parado. Era un agnóstico y escéptico acérrimo al punto de convertirlo en un enemigo formidable y fundamentalista. Se casó tres veces, la última vez con Ann Druyan, con quien mantuvo una relación de amistad y colaboración previa de veinte años. Lo más polémico de él quizás fuera su preferencia por la marihuana que, según él, le ayudaba a trabajar mejor en sus proyectos.
Sagan también incursionó en la ciencia ficción con su novela Contacto. Su cercanía con el género se nota en todos sus libros, con la especulación de alto vuelo que se permitía, y desde la infancia con las portadas de las revistas pulp, coloridas y sugerentes de otros mundos. Ya lo demostraba participando del proyecto SETI, que buscaba vida inteligente en el Universo. Son muy vívidas, por ejemplo, las poderosas imágenes que describía sobre la vida en las capas superiores de Júpiter con esos organismos flotantes depredados y depredadores. Para el caso de Contacto, lo vapulearon bastante en la crítica, y luego salió una versión cinematográfica edulcorada al extremo (¡que le valió a Jodie Foster galardones a destajo, mientras Sagan se moría al mismo tiempo! Ironías de la vida). Cuando la leí ya venía advertido: malos personajes, escenarios de cartón, ideas sin calentar. Pero estaba blindado de todos esos comentarios y no solo la disfruté, sino que sinceramente pensé –pienso- que no fue para nada un escritor de ficción desdeñable. Porque la protagonista principal está bien cimentada en un conflicto con el padre, porque la trama tiene suficientes aristas interesantes que se van cerrando en forma satisfactoria, porque las ideas me volaron la cabeza. Quizás el pecado de Sagan fue ser Carl Sagan, un nombre demasiado grande.
Como corolario solamente decir que su hijo Nick ha tomado este nicho para sí y parece que la va bien. Ha terminado una trilogía (Everfree, Idlewild, Edenborn) y supongo que no debe irle mal como para tener pensado seguir escribiendo ficción.
Cosmos me marcó. No fui el único. Conversando con diferentes personas sin nada en común, y dirigidos por la teoría del Caos, desembocamos en esa serie y en las experiencias que vivimos alrededor de ella. Tampoco es que sea algo generacional, la ciencia les interesa a unos pocos, aunque la forma en que la presentaba Cosmos era atractiva y novedosa. Pero, en unos más y en otros menos, cuando surgía la melancólica música de Vangelis atravesando la galaxia, se nos aceleraba el pulso. Y entonces irse en la nave de la imaginación, durante catorce semanas, fue obligación. Al otro día, buscaba a alguien para comentarla en la escuela, aunque no la hubiera visto, aunque la detestase.
Me acuerdo que la noticia de la muerte de Carl Sagan (1996) llegó en la última semana de uno de los últimos encuentros de Ficcionautas Asociados. En la mesa de clausura, cuando me tocó hablar, lo relaté al público y de inmediato me di cuenta del error. Ojala hubiera traído un grillo que me hiciera cri-crí. Quizás sea mejor así, como un código de identificación entre los que la vieron ese 1982 (?), un guiño exclusivo y juguetón hacia la infancia moribunda y la prepubertad, y las ganas de querer conocer, explorar, contenerlo todo de una edad inquieta. Carl Sagan forma parte de un imaginario, no colectivo, pero lo suficientemente amplio para que dos personas de universos paralelos puedan compartir. Si es cierto que existe una Tierra paralela, en la misma órbita y al otro lado del Sol, me gustaría imaginar que Sagan sigue vivo allá, haciendo más episodios de Cosmos, escribiendo más libros de ciencia y ficción. En un pub con una pinta de cerveza, discutiendo por qué debería existir un artefacto como Dios, con ese otro superhéroe que fue Hernán Olguín. A los dos les debo parte de mi sentido de la curiosidad y la maravilla.