Gaspar, mi perro, se mueve soñoliento hacia mí cuando me ve. Estoy en el cambio de guardia y sabe que le traigo su colación nocturna. Sáez me dice que no se siente muy bien y que si sigue así habrá que llevarlo al veterinario. Ya hicimos la colecta y nos pusimos todos, solo faltó el sargento Humeres que nunca le ha tenido gran cariño. Mueve la cola y aprieta el paso en la noche hasta que alcanza su plato.
Gaspar apareció hace un par de años, igualmente crecido como ahora y de raza indefinida. Eso fue para la inauguración de la Plaza del Nuevo Ciudadano y decidió quedarse. Total, es un sitio amplio y lleno de esquinas donde un perro se puede meter en invierno y correr en primavera. Antes había aquí un centro de convenciones que con el tiempo se volvió obsoleto y costoso, así que lo demolieron y construyeron un centro cultural debajo. No tocaron el edificio de la Secretaría de la Cultura.
Yo llevo más años que el perro. He visto dos gobiernos y soy afortunado de tener esta destinación tan piola. Tengo traje de gala, regular y de invierno. Por acá he saludado a Allende, Frei, Altamirano, todos expresidentes. Una vez vino el viejo Lawner antes de morirse y le di un apretón de manos. Me conversó que para él fue como esperar un hijo inmenso, de concreto y acero hecho por mil chilenos en una época que fue el canto de cisne de las ideas.
Gaspar es amistoso y sumiso, pero celoso de su territorio. Tal vez eso explique que los otros perros solo pasen por la vereda de la Alameda y no ingresen en la explanada. Siempre lo veo recorriendo o recibiendo la palmadita de una gringa con la cola entre las piernas, siempre oliscando de lejos los extraños. La verdad es que el perro es desconfiado y solo se da con las guardias. De hecho, Gaspar no duerme, dormita.
Hay veces en que no aparece por dos o tres días. Las primeras nos volvimos loco buscándolo y hasta nos fuimos de franco para ver en las calles si lo veíamos en medio de una leva. Ni por Villavicencio ni José Victorino Lastarria. Llegábamos hasta el Parque Forestal o el Santa Lucía. Hasta creamos una red de apoyo con los vecinos de alrededor del Gabriela Mistral. Nada; al perro se lo traga la tierra. Cuando estamos por desesperar –porque es como un juego, el primero que desespera pierde-, aparece y siempre soy yo el que lo divisa primero. Siempre del lado este, siempre en mi guardia, siempre a las cuatro de la mañana. Machucado, flaco, con mal ánimo, me alcanza y se echa sobre mis botas. Se queda quieto y yo sin poder abrazarlo le digo palabras reconfortantes y le cuento lo que se ha perdido en esos días. Llega la mañana y el cambio de guardia, la noticia es general. Me voy a la casa contento a dormir.
Nunca he ido abajo, al centro cultural. Como que no se me da. Pero a Gaspar sí, aunque no entienda nada en el Museo de la Solidaridad. Debe ser el único perro en Chile al que le permiten pasearse por el centro cultural y echarse debajo de una pintura. Eso de sus desapariciones, me obsesionó en algún momento. Verlo siempre llegar por el mismo lado me llevó a una exclusa cerrada, perpendicular al suelo. En ese momento no pude sacar ninguna conclusión, pero luego me enteré que la exclusa funcionaría como desagüe y a último momento decidieron alterar el plano de aguaslluvias y clausurarla. Seguramente lleva a otra parte del complejo igualmente poco interesante y no hay ninguna conexión con Gaspar.
La última vez, el perro se perdió diez días. Desapareció el 5 de marzo de 2006. Como siempre, fuimos a buscarlo. Nos comenzamos a quedar mudos al sexto. Hasta a Humeres se le reblandeció el corazón y le daba grima vernos a todos en ese estado, y terminó donando cinco mil pesos para el fondo. Fui el último que perdió la ilusión y lo esperé todas esas noches mirando hacia la exclusa del este, a las cuatro de la madrugada. El día octavo comencé a aceptar la idea de que Gaspar no iba a volver. Me lo imaginé muerto al borde de la calle o en la perrera. El día noveno nos conseguimos que el trompeta se pegara un pique a la guardia de la noche. Usé mi traje de gala. Nos formamos todos y presentamos armas en el más completo silencio. Rompimos filas y me juré que no iba a volver a hablar sobre el asunto. A las cuatro de la madrugada del décimo día, Gaspar apareció por el este. Había mucha niebla pero tenía la vista fija en la exclusa. La sensación más clara es que la “atravesó” en un tufo de nube. Corrió espantado hacia mí, la cola entre las piernas. Yo también corrí, y cuando me vieron los otros hubo una estampida general y Humeres se volvió loco gritándonos. Estábamos más allá de eso. Nos juntamos en medio de la explanada y todo era un caos de órdenes y contraórdenes. Yo me preocupé únicamente de revisarlo y palparlo. Olía a humo y cenizas, una parte del lomo estaba chamuscada pero no parecía herido; tenía una mirada huidiza y después hundió la cabeza en mi pecho. No podía estar seguro de nada. Alguien se sacó la chaqueta de servicio y lo arropamos, corrimos con él hasta una clínica veterinario. Humeres nos siguió haciéndose el enojado. El médico de turno dijo que, aparte de las quemaduras, estaba bien, con un poco de inflamación en las vías respiratorias, y que ahora lo único que necesitaba era mucho descanso. Nos preguntó si lo habíamos rescatado de un incendio. “No”. Era más complicado que eso. Me lo llevé a la casa un par de días. La noche siguiente me acerqué a la exclusa y le di un par de patadas de prueba y parecía tan sólida como siempre. No había marcas nuevas, nada. Cuando la toqué estaba caliente.
Gaspar no ha vuelto a hacer su magnífico acto de desaparición. Lo que hacía cuando no estaba parecía darle un equilibrio. Me engaño diciendo que quizás es solo añorar a alguna perra, pero diría que se nota más triste. Dos veces lo he pillado raspando con la pata delantera la exclusa. Insiste por largos minutos. Luego me va a buscar y con una típica mirada de perro callejero se pone a gemir. Me apoyo en una rodilla y le tomo la cabeza. Le pregunto “¿qué?” y me hundo en esos ojos tratando de entender. Pero no puedo. Se echa sobre mis botas y el resto de la noche dormita. ¿Qué busca, qué? ¿El aire frío del otoño le hace daño, tan viejo puede estar? Busca volver a un sitio con sol, podría ser que sea hora que me lo lleve a la casa. Y Gaspar dormita, ¿sueña que abre una puerta hacia al verano?
Mi perro Gaspar atraviesa el sueño en estado de vigilia.