Undead Again

vampire.jpgKen MacLeod, premiado escritor de ciencia ficción escocés, también fue partícipe de la sección Futures de la revista Nature. El relato publicado a continuación vio la luz en el número 784 del volumen 433 del mencionado bisemanario científico (15 de febrero de 2005).


Sin más preámbulos:


Undead Again
Ken MacLeod
Traducción: Guayec Perdomo

Es el 2045 y aún soy un vampiro. Maldición.

El chico de Alcor UK me aburre con su monótona charla de orientación. Una nueva era de ilustración, una nueva revolución industrial, muchos cambios, toma algún tiempo ajustarse, bla bla bla. Escucho sólo a medias, demasiado ocupada moviendo el pie de un lado a otro para evitar el rayo de luz solar que se arrastra sobre el piso, y tratando de no mirarle el cuello.

Tengo ganas de decirle: Sólo he estado muerta 40 años, por Cris… por todos los dioses. Vi la primera era de ilustración. Trabajé noches enteras durante la Revolución Industrial original. Recuerdo haber sido lo bastante ingenua para sentirme excitada respecto al hipnotismo, el galvanismo, el espiritismo, el socialismo, los rayos Röntgen, el racionalismo, el radio, el mendelismo, Marconi, la relatividad, el feminismo, la Revolución Rusa, la bomba, los clubes nocturnos, el feminismo (de nuevo), el Apolo 11, el socialismo (de nuevo), la caída de Raigón y la caída del Muro.

La última moda en la que caí fue la criogenia.

Así que no me vengas con esta mierda del shock del futuro, tesoro. Lo más desconcertante con lo que me he topado hasta ahora en el 2045 es la última moda en vestimenta femenina: el viejo mini-vestido sin mangas. La capa de ozono ha sido arreglada, y la gente retoza bajo el sol. Me abrazo a mí misma con los brazos desnudos, y empujo hacia atrás la silla otra pulgada.

Bajo la muñeca izquierda siento el pulso de mi corazón regenerado. Late más rápido que la arteria visible bajo la piel bronceada del cuello del muchacho. El resto de mi organismo no se ha regenerado. Me siento frustrada de algún modo. Ésta no es, definitivamente, la razón por la que morí. Y parecía tan buena idea en ese entonces.

Siempre lo parece.

En 1995 pensamos que teníamos algo a qué aferrarnos. Es un virus. En todos los aspectos excepto en uno: es benigno. Previene el envejecimiento y estimula la regeneración de cualquier tejido dañado excepto, bueno, una estaca en el corazón. Pero es muy poco infeccioso, así que require la mezcla de grandes cantidades de fluidos para propagarse. La selección natural lo ha hecho bien con éste. De ahí los desafortunados impulsos. Y para 1995, dejen que les diga, me estaba hartando de ellos. Convertí en efectivo mis seis seguros de Viudas Escocesas (corramos un velo sobre la forma en que los adquirí), firmé por una preservación criogénica en caso de muerte, y después de 10 discretos años, encontré un desafortunado y sangriento final a manos del más viejo del clan, Kevin.

– Más tarde me lo agradecerás –dijo, justo antes de empujarme.

– Te veré en el futuro –grazné.

Lo último que vi fue su sonrisa. Eso, y el pavimento bajo la cerca de púas junto los escalones de mi apartamento. Un trágico accidente. El pesquisidor, acabo de saber, culpó a la falda. Vampiros… siempre víctimas de la moda.

Dejo la sala de orientación, y doy vueltas hasta el atardecer con el pretexto de estar digiriendo las noticias, y luego salgo y busco una tienda de ropa clásica. Salgo cubierta con el luto de una viuda Victoriana. La ropa me queda tan bien que sospecho que alguna vez fue mía.

– No funcionó –le digo a Kelvin.

Él sorbe su bloody mary y se pone a la defensiva.

– Sí lo hizo, en cierto modo –dice-. No quedan virus en tu sangre.

De nuevo esa palabra. Desvío la mirada. Estamos en alguna especie de club gótico, que resulta adecuado pero no mejora mi ánimo.

– ¿Entonces por qué aún me siento… hambrienta?

– Toma un canapé –dice-. Pero en serio… según creemos, el virus debe haberse transcrito a sí mismo a nuestro ADN. Así que la reparación celular nanotécnica simplemente lo replica sin pensarlo dos veces

– O sea que no podemos hacer nada –digo-. Vivir en la oscuridad y de vez en cuando…

– Para nada –dice-. Ahora que se sabe que la criogenia realmente funciona, ha resurgido un gran interés por una idea muy vieja…

La tapa del ataúd se abre. Kelvin mira hacia abajo, como espero. El verdadero shock es la luz, cálida y de espectro completo. Se siente como algo que mi piel ha extrañado por siglos. Me siento, desnuda, y gozo el momento.

Las luces sobre nuestras cabezas reproducen el espectro de Alpha Centauri, que es adonde vamos. Todo el clan está aquí, los 13, más contentos y mejor alimentados que nunca. Nos ha tomado mucho tiempo y planificación, mucho dinero, y muchas mentiras llegar aquí, pero estamos de camino.

– Bienvenida –dice Kelvin. Sonríe hacia el clan.

– Descongelemos uno para ella –dice-. Debe estar hambrienta.

Tan lejos como alcanzo a ver, filas y filas de ataúdes se alargan conteniendo colonos estelares que duermen en lo que eufemísticamente llaman sueño frío. Miles de ellos.

Suficientes para mantenernos mientras alcanzamos un sol más amable.

Mejorando el vecindario

En 1999 y 2000, la prestigiosa revista científica Nature presentó una nueva sección de artículos titulada Futures, una popular serie de breves relatos (unos tres cuartos de página, por lo general) de ciencia ficción sobre lo que el nuevo milenio tenía para ofrecer. Una segunda temporada de Futures (que será próximamente recopilada en una antología) fue publicada en 2005 y 2006, con la participación de autores de renombre tales como Bruce Sterling, Norman Spinrad, Stephen Baxter y Vonda N. McIntyre.

A continuación presentamos la contribución de Arthur C. Clarke a Futures, un breve texto publicado en el número 19 del volumen 402 de Nature, el 4 de noviembre de 1999.


Mejorando el vecindario

Arthur C. Clarke
Traducción: Guayec Perdomo

Al fin, después de numerosas hazañas en el campo del procesamiento de la información que llevaron nuestros recursos hasta el límite, hemos resuelto el ancestral misterio de la Doble Nova. Incluso después de tanto tiempo, solo hemos interpretado una pequeña fracción de los mensajes ópticos y radiales de la cultura que tan espectacularmente pereció. Pero los hechos más importantes, asombrosos como son, parecen estar más allá de toda disputa.

Nuestros desaparecidos vecinos evolucionaron en un mundo muy similar a nuestro propio planeta, a una distancia de su sol a la que el agua se encontraba normalmente en estado líquido. Tras un largo periodo de barbarismo, comenzaron a desarrollar tecnologías utilizando los materiales y fuentes de energía disponibles. Sus primeras máquinas, como las nuestras, dependían de reacciones químicas que involucraban los elementos hidrógeno, carbono y oxígeno.

Inevitablemente, construyeron vehículos para moverse sobre la tierra y el mar, así como a través de la atmósfera y en el espacio. Después del descubrimiento de la electricidad, rápidamente desarrollaron dispositivos de telecomunicaciones, incluyendo los radiotransmisores que nos alertaron de su existencia por primera vez. Aunque las imágenes móviles entregadas en sus mensajes nos revelaron su apariencia y comportamiento, la mayor parte de nuestra comprensión sobre su historia y eventual final deriva de los complejos símbolos que utilizaban para grabar la información.

Poco antes del fin, se enfrentaron a una crisis energética, gatillada en parte por su enorme tamaño físico y violenta actividad. Por un tiempo, el uso extendido de la fisión del uranio y la fusión del hidrógeno pospuso lo inevitable. Entonces, apremiados por la necesidad, hicieron intentos desesperados por encontrar alternativas superiores. Tras varias partidas en falso, que involucraban reacciones nucleares a bajas temperaturas de innegable interés científico pero escaso valor práctico, tuvieron éxito al descubrir las fluctuaciones cuánticas que tienen lugar en las mismas bases del espacio-tiempo. Esto les permitió acceder a una fuente de energía virtualmente inagotable.

Lo que ocurrió a continuación es aún una conjetura. Puede haber sido un accidente industrial, o un intento por parte de una de sus muchas organizaciones competidoras de ganar ventaja sobre otra. En cualquier caso, el mal uso de las fuerzas últimas del Universo causó un cataclismo que detonó su propio planeta y, muy poco después, su único y enorme satélite.

Aunque la aniquilación de cualquier número de seres inteligentes depería ser deplorada, es imposible sentir demasiada lástima en este caso particular. La historia de estas gigantescas criaturas contiene innumerables episodios de violencia, contra su propia especie y las numerosas otras que ocupaban su planeta. La posibilidad de que hubieran realizado la transición necesaria, como hicimos nosotros hace eones, desde una consciencia basada en el carbono a una basada en el germanio, ha sido motivo de intenso debate. Es bastante sorprendente todo lo que fueron capaces de lograr, siendo masivas entidades individuales que intercambiaban información a una velocidad patética, ¡a menudo mediante vibraciones de corto alcance en su atmósfera!
Aparentemente se encontraban a punto de desarrollar la tecnología necesaria que les hubiera permitido abandonar sus torpes cuerpos sostenidos químicamente, logrando así una múltiple conectividad. De haber tenido éxito, podrían haberse convertido en una seria amenaza para todas las civilizaciones de nuestro Cúmulo Local.

Asegurémonos de que no vuelva a producirse una situación similar.