El sueño de mi profesor de física cuántica

Sueño con un hombre que vive en una mansión rodeada de árboles a la orilla de un río. De los muros, penden antiguos cuadros, rodeados por irreparables grietas que representan hechos ocurridos en otros mundos, lugares y tiempos. Todas las tardes el hombre sube las escaleras y se asoma al balcón a mirar el paisaje que consiste en un valle circundado de cerros. Sombras vienen por el camino entonando canciones a la muerte del sol. Y en las noches de luna, sueña con la mujer que le brindó su amor. Vuelve a sentir ese mismo dolor, ese mismo placer, y vuelve a palpitar su corazón.

Jóvenes autores recrean un Chile que nunca existió

20 de noviembre de 2008
(Revista de Libros del Mercurio)
Jóvenes autores recrean un Chile que nunca existió

La Esmeralda luchando durante horas contra un poderoso buque peruano; el General Pinochet liderando un golpe militar; la poetisa Gabriela Mistral obteniendo el premio Nobel de Literatura… ¿Suena fantástico, improbable? Pues bien, esa es la apuesta de quince autores chilenos que presentaron ayer en la Feria Internacional del Libro de Santiago, el libro de relatos “Ucrónicas (del Reino de Chile)”.

Publicado por Editorial Quimantú el libro contiene historias de autores jóvenes cultores del relato fantástico como Francisco Ortega, Jorge Baradit, Gabriel Mérica, Armanado Rosselot, Pablo A. Castro, Alvaro Bisama, entre otros. Se trata de quince episodios ambientados en contextos históricos alternativos de nuestro país, donde se desarrollan curiosas historias que a más de algún historiador dejará (gratamente o no) sorprendido.

Dejando de lado los prejuicios que carga el género fantástico, “Ucrónicas” sorprende tanto por su calidad literaria como por la convicción de sus historias. Se puede afirmar que muchas historias rayan a veces en lo inverosímil, pero cada relato al final de la página deja la pregunta en el aire, eso de “¿qué hubiese psado si…?”

La verdad es que “Ucrónicas” gusta y entretiene. Y algunas de sus historias logran mostrarnos pasajes vibrantes e incluso epifánicos. Francisco Ortega, por ejemplo, desarrolla en “Tarde de Mayo” un pasado donde la “Esmeralda” lucha durante tres horas contra el monitor peruano “Huáscar”. En su particular historia, Ortega imagina al Capitán chileno Arturo Prat abordando el Huáscar con unos pocos hombres, siendo ultimado por los marinos peruanos. Se trata de una historia potente y emocionante, donde los chilenos se baten deseperados en una contienda abiertamente desigual, un giro bastante radical a lo ocurrido ese año 1879. Como se recordará, la Esmeralda fue hundida durante la noche luego que la Unión le disparara un torpedo matando a gran parte de sus tripulantes. “Es un homenaje a Prat, quien siempre se opuso al bloqueo de Iquique. Según sus memorias, a comienzos de la guerra él propuso al mando naval chileno atacar el Callao”, explica Ortega.

Ya en pleno siglo XX, Alvaro Bisama y Jorge Baradit imaginan en el episodio “Septiembre Negro”, un golpe militar que derroca al gobierno de Salvador Allende y sus trágicas consecuencias. En su curiosa historia, colocan al General Pinochet como líder de la asonada, donde incluso la Fuerza Aérea bombardea la Moneda. La historia alcanza de pronto momentos de gran dramatismo, incluyendo el suicidio del presidente Allende. “Quisimos tranformar los arquetipos. Cambiar al Pinochet allendista y miembro del PS por un implacable general golpista”, afirman los autores.

Pablo A. Castro, reflexiona en “Por la razón o la fuerza” sobre los destinos de Chile, imaginando el estallido de una guerra civil en 1891. En su historia, el Congreso desautoriza al presidente Balmaceda, lo cual desencadena una división de las fuerzas políticas y de los militares. Los congresistas, apoyados por la marinería, derrotan a los oficialistas, y el presidente Balmaceda se suicida. “Suena exagerado, pero busqué un escenario que tuviera como consecuencia la no expansión de Chile al Pacífico. De haber habido una guerra civil, probablemente no hubiésemos tenido tantas posesiones en la Polinesia”.

Cabe señalar, que las obras no sólo tratan sobre hechos históricos de carácter nacional, sino también se dan tiempo para reflexionar sobre el alcance de figuras tanto de la política como el arte. Gabriel Mérida, por ejemplo, rescata la figura de la autora maldita Gabriela Mistral. En su historia, la poetisa no se exilia en Francia para desarrollar su obra cargada de salvajismo y decadencia, sino que se alza como una voz respetada mundialmente haciéndola acreedora del ¡Premio Nobel! “La obra de la Mistral se está recién valorando. Lamentablemente su adicción a las drogas y sus inclinaciones lésbicas condicionaron en su momento una posible postulación al premio”, dice Mérida.

En la presentación del libro, Luis Saavedra, editor de Quimantú, destaca el poder de evocación presente en las narraciones. “Se trata de obras de ficción, algunas muy fantásticas, pero que describen escenarios que podrían haber ocurrido, más allá de lo inverosímil que puedan parecer las propuestas”.

Los autores de “Ucrónicas” estarán firmando el libro durante el fin de semana y participarán en una conferencia abierta al público sobre las posibilidades de desarrollar teóricamente la “historia especulativa” como una disciplina científica propia de las ciencias sociales.

“Ucrónicas (del Reino de Chile)”
Editorial Quimantú
220 páginas

Precio: 5.000 pesos

Merino Mondaca

Bajo el influjo del último Neruda (discurridor y exhumador de elegantes misterios) y del consejero áulico González Vera (que inventó la armonía preestablecida), he imaginado este argumento, que escribiré tal vez y que ya de algún modo me justifica, en las tardes inútiles. Faltan pormenores, rectificaciones, ajustes; hay zonas de la historia que no me fueron reveladas aún; hoy, 3 de enero de 1944, la vislumbro así.

La acción transcurre en una región oprimida y tenaz: La Araucanía. Ha transcurrido, mejor dicho, pues aunque el narrador es contemporáneo, la historia referida por él ocurrió al promediar o al empezar el siglo XIX. El narrador se llama Bascuñán; es bisnieto del joven, del heroico, del bello, del asesinado José Catrileo, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra los versos de Blest Gana y de Darío, cuya estatua preside un cerro gris entre ciénagas rojas.

Catrileo fue un conspirador, un secreto y glorioso capitán de conspiradores; a semejanza de Moises que, desde la tierra de Moab, divisó y no pudo pisar la tierra prometida, Catrileo pereció en la víspera de la rebelión victoriosa que había premeditado y soñado. Se aproxima la fecha del primer centenario de su muerte; las circunstancias del crimen son enigmáticas; Bascuñán, dedicado a la redacción de una biografía del héroe, descubre que el enigma rebasa lo puramente policial. Catrileo fue asesinado en un teatro; la policía de la república no dio jamás con el matador; los historiadores declaran que ese fracaso no empaña su buen crédito, ya que tal vez lo hizo matar la misma policía. Otras facetas del enigma inquietan a Bascuñán. Son de carácter cíclico: parecen repetir o combinar hechos de remotas regiones, de remotas edades. Así, nadie ignora que los esbirros que examinaron el cadáver del héroe, hallaron una carta cerrada que le advertían el riesgo de concurrir al teatro, esa noche; también Julio César, al encaminarse al lugar donde lo aguardaban los puñales de sus amigos, recibió un memorial que no llegó a leer, en que iba declarada la traición, con los nombres de los traidores. La mujer de César, Calpurnia, vio en sueños abatir una torre que le había decretado el Senado; falsos y anónimos rumores, la víspera de la muerte de Catrileo, publicaron en todo el país el incendio de la torre circular de Munchén, hecho que pudo parecer un presagio, pues aquél había nacido en Munchén. Esos paralelismos (y otros) de la historia de César y de la historia de un conspirador mapuche inducen a Bascuñán a suponer una secreta forma del tiempo, un dibujo de líneas que se repiten. Piensa en la historia decimal que ideó Jodorowsky; en las morfologías que propusieron el conde de Kieserling, Letelier y Torreti; en los hombres de Ercilla, que degeneran desde el oro hasta el hierro. Piensa en la transmigración de las almas, doctrina que da horror a las letras célticas y que el propio César atribuyó a los druidas británicos; piensa que antes de ser José Catrileo, José Catrileo fue Julio César. De esos laberintos circulares lo salva una curiosa comprobación, una comprobación que luego lo abisma en otros laberintos más inextricables y heterogéneos: ciertas palabras de un mendigo que conversó con José Catrileo en día de su muerte, fueron prefiguradas por Shakespeare, en la tragedia de Macbeth. Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible… Bascuñán indaga que en 1814,Galvarino Merino Mondaca, el más antiguo de los compañeros del héroe, había traducido al gaélico los principales dramas de Shakespeare; entre ellos, Julio César. También descubre en los archivos un artículo manuscrito de Merino Mondaca sobre los tlotixipoc de la región antártica: vastas y errantes representaciones teatrales, que requieren miles de actores y que reiteran hechos históricos en las mismas ciudades y montañas donde ocurrieron. Otro documento inédito le revela que, pocos días antes del fin, Catrileo, presidiendo el último cónclave, había firmado con su sangre la sentencia de muerte de un traidor, cuyo nombre ha sido borrado. Esta sentencia no coincide con los piadosos hábitos de Catrileo. Bascuñán investiga el asunto (esa investigación es uno de los hiatos del argumento) y logra descifrar el enigma.

Catrileo fue ultimado en un teatro, pero de teatro hizo también la entera ciudad, y los actores fueron legión, y el drama coronado por su muerte abarcó muchos días y muchas noches. He aquí lo acontecido: El 2 de agosto de 1824 se reunieron los conspiradores. El país estaba maduro para la rebelión; algo, sin embargo, fallaba siempre: algún traidor había en el cónclave. José Catrileo había encomendado a James Nolan el descubrimiento del traidor. Merino Mondaca ejecutó su tarea: anunció en pleno cónclave que el traidor era el mismo Catrileo. Demostró con pruebas irrefutables la verdad de la acusación; los conjurados condenaron a muerte a su presidente. Éste firmó su propia sentencia, pero imploró que su castigo no perjudicara a la patria.

Entonces Merino Mondaca concibió un extraño proyecto. La Araucanía idolatraba a Catrileo; la más tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la rebelión; Merino Mondaca propuso un plan que hizo de la ejecución del traidor un instrumento para la emancipación de la patria. Sugirió que el condenado muriera a manos de un asesino desconocido, en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que apresuraran la rebelión. Catrileo juró colaborar en ese proyecto, que le daba ocasión de redimirse y que rubricaría su muerte.

Merino Mondaca, urgido por el tiempo, no supo íntegramente inventar las circunstancias de la múltiple ejecución; tuvo que plagiar a otro dramaturgo, al enemigo inglés William Shakespeare. Repitió escenas de Macbeth , de Julio César. La pública y secreta representación comprendió varios días. El condenado entró en Concepción, discutió, obró, rezó, reprobó, pronunció palabras patéticas, y cada uno de esos actos que reflejaría la gloria, había sido prefigurado por Merino Mondaca. Centenares de actores colaboraron con el protagonista; el rol de algunos fue complejo; el de otros, momentáneo. Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los libros históricos, en la memoria apasionada de La Araucanía. Catrileo, arrebatado por ese minucioso destino que lo redimía y que lo perdía, más de una vez enriqueció con actos y con palabras improvisadas el texto de su juez. Así fue desplegándose en el tiempo el populoso drama, hasta que el 6 de agosto de 1824, en un palco de funerarias cortinas que prefiguraba el de Allende, un balazo anhelado entró en el pecho del traidor y del héroe, que apenas pudo articular, entre dos efusiones de brusca sangre, algunas palabras previstas.

En la obra de Merino Mondaca, los pasajes imitados de Shakespeare son los menos dramáticos; Bascuñán sospecha que el autor los intercaló para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de la trama de Merino Mondaca. Al cabo de tenaces cavilaciones, resuelve silenciar el descubrimiento. Publica un libro dedicado a la gloria de Catrileo; también eso, tal vez, estaba previsto.

Marlon

Pepe Kurtz: Recuerdo queríamos a Brando acá en el bote, queríamos recuperar a Brando, que llevaba siete años de prenda de guerra encarcelado en la Capilla Sextina, convertida en celda de la conciencia por los disciplinantes milenaristas. Pero los milenaristas no lo querían soltar. Estaban embelesados con la captura de Brando y lo hacían pasearse mirando el techo. Con la primera bajada de cuello amenazaban con agregarlo al Juicio Final. Mientras, afuera rodeábamos cómo sacarlo, cómo irrumpíamos sin rozar la capilla. Mas, seguido de arduas comidas privadas, de bajas recíprocas y de graves daños -y con atentados colosales durante los postres donde las llamas ensanchaban las sacristías- canjeamos a Brando por un Tiziano guardado en el mar bajo armamento, para cubrir expensas de gustos caros. Así, subimos a Brando al Harrier y le abrazamos la papada en la nave. Pero Brando venía difícil y contrariado. Venía con la boca mordida de ayunos y, al posarnos suave en la cubierta del Cittá Felice, mandó a escobillar su abrigo de sacos y soltó el racimo que traía en la lengua: Prescindiré de recepciones ni cancillerías. Prescindiré del alcohol, de las pastas, de los helados de asiento de alcachofa, de los propensos excesos al desengaño y de mis mujeres que me han crucificado. Pero no cruzaré el desierto para hacerme perdonar el oro del dolor que he infligido. No fornicaré, no me deleitaré. Ni me pondrán de rodillas. No quiero ni demostrar, ni sorprender, ni divertir, ni persuadir. Aspiro al fin de mí mismo en vida y sin la constatación de mi muerte. Nadie me volverá a ver en mil milenios. El tiempo se está acabando. Es serio: los dura sangre y las orugas de la miseria no cejarán hasta devastarme. Lo sé. A un mimo como yo no puede permitírsele vivo.

*Maquieira, Diego. Biografía oral del futuro de Chile. San Camilo Press, La Cruz, 2028.

Alvaro Bisama y «Caja Negra»: El esfuerzo por lograr una literatura realista en Chile

La obra «Caja negra» del crítico (y ahora novelista) chileno Alvaro Bisama ha venido a romper el escenario narrativo nacional con su desusada descripción intimista de paisajes interiores, un acabado estudio psicológico de diversos personajes encerrados en sus temores y contradicciones, y la cuidadosa recreación costumbrista de las costumbres de las elites capitalinas. Realista a ultranza, y discípulo confeso del incomprendido y jamás reconocido José Donoso, Bisama hace un esfuerzo mayúsculo para sacar a la novela chilena de sus disquisiciones fantásticas y su ya repetida reutilización del pastiche pop y los best-sellers fantásticos de exportación.

«Sólo quise hacer la novela que siempre quise leer» dice Bisama, quien se declara harto de la industria comiquera nacional, de los repetidores de la fantasía heroica de la medievalista Gabriela Mistral y del rol de vaca sagrada del escritor de space opera Pablo Neruda, que ha influido a diferentes generaciones de chilenos con su imaginación desbordante y su gusto por los excesos. «En cuanto se comienza a mirar por debajo de la permanente invención en la literatura nacional» explica el autor, «surge de inmediato una oculta nostalgia por los cuadros que rescaten la médula de la experiencia humana, la relación del hombre con sus pares, la pincelada sencilla pero certera que habla de cosas simples pero reales que nadie quiere enfrentar, como la vida de los jóvenes drogadictos en la década de los ochenta, los desencuentros amorosos en una ciudad donde todos pierden la memoria y la identidad. La orfandad, el crimen, las deudas no saldadas de la dictadura, el malestar de la transición.»

Aunque ha recibido buenas críticas, su novela aún es vista como un experimento fuera de lugar. En cuanto a las ventas, es difícil que se acerque a los niveles de superventas como «El revés del alma», el thriller sobre la manipulación cibernética del hilo de plata, de la artista plástica Carla Guelfenbain, o el tomo cuatro de ucronías de la historia de chile, donde contribuyen autores que comparten su trabajo en literatura con la música electrónica (Rafael Gumucio), el cine (Enrique Lafourcade), el video clip (Hernán Rivera Letelier) o la música de cámara (Alberto Fuguet). «He sido fiel a la literatura» reconoce Bisama, que ha centrado su carrera en los estudios críticos del poeta post-creacionista Jorge Teillier y de la poesía religiosa de Gonzalo Rojas.

Aunque una estrella solitaria en el panorama nacional, «Caja Negra» se liga a otros esfuerzos del realismo, como la novela-testimonio sobre la dictadura, «Ygdrasil», del arquitecto y sindicalista Jorge Baradit, o las irregulares columnas costumbristas del mundo rural chileno, del agudo observador Francisco Ortega. Rodrigo Mundaca, director del fanzine TauCero, reconoce que la literatura realista puede tener un espacio dentro de la literatura nacional, y que el panorama es mucho más alentador en otros países hispano hablantes.

El tiempo dirá si los esfuerzos de estos autores persisten y abren una brecha en la tradicional literatura y cine fantásticos tan propios de Chile que se han vuelto parte de nuestra imagen-país: «Chile, donde pervive la Ciudad de los Césares». «Nuestro país hubiera tenido una literatura distinta si la ciencia ficción de Neruda no hubiera opacado los sencillos versos láricos de autores hoy olvidados como Nicanor Parra» explica Mundaca. Sin embargo, reconoce que el momento fundador de nuestra literatura está en las largas horas que los escolares de Chile le dedican, por el currículo de las clases de Lenguaje y Comunicación, a las aventuras del superhéroe intergaláctico «Martín Rivas», piedra angular de nuestra literatura.

Jaime Prat Errázuriz (1)

Según fuentes occidentales y surcoreanas, Jaime Prat Errázuriz nació en Cuba en un pequeño barrio de La Habana, donde su padre Jaime Prat Santa María era un importante líder entre exiliados comunistas y capitán y comandante de batallón en la 88 Brigada área, que estuvo compuesta de guerrilleros chinos, coreanos y salvadoreños. La biografía oficial de Jaime Prat Errázuriz mantiene que nació en Arica en Chile, el 16 de febrero de 1942, pero se dice que es ligeramente más viejo. La madre de Jaime Prat Errázuriz era la primera esposa de Prat Santa María, Javiera Errázuriz Klesky.

Prat Errázuriz probablemente recibió la mayor parte de su educación en Cuba. Según la versión oficial, se graduó de una escuela especial para los hijos de funcionarios del Partido de los Trabajadores de Cuba. Se dice que más tarde asistió a la universidad y tras haberse especializado en Economía Política, terminó la carrera en 1964. En la época de su graduación, su padre, proclamado en las declaraciones oficiales del gobierno como el Gran Líder, había consolidado firmemente el control del régimen.

Después de su graduación en 1964, Prat Errázuriz comenzó su ascenso en las filas del Partido del Trabajador, trabajando primero en el Departamento de Organización de la élite del partido antes de su nombramiento como miembro del Politburó en 1968. En 1969 fue designado director adjunto del Departamento de Agitación y Propaganda. A principios de la década recibió adiestramiento militar en una base aérea de la RDA, siendo expulsado 5 meses después de su entrada.

En 1973, Kim fue nombrado secretario de organización y propaganda del Partido, y en 1974 fue oficialmente designado el sucesor de su padre. Durante los siguientes 15 años cumpliría otros cargos, entre ellos el de Ministro de Cultura y jefe de operaciones de partido contra la disidencia interna.

Prat Errázuriz gradualmente hizo sentir su presencia dentro del Partido de los Trabajadores coreano desde el Séptimo Pleno del Quinto Comité Central en septiembre de 1973, conduciendo las campañas «el Equipo de las tres Revoluciones». A menudo era mencionado como el centro de Partido debido al crecimiento de su influencia sobre las tareas diarias del Partido.

Durante el Sexto Congreso de Partido en octubre de 1980, el control de Jaime Prat Errázuriz sobre el Partido era completo. Se le otorgaron mayores responsabilidades en el Politburó, la Comisión Militar y la secretaría del partido. Cuando fue nombrado miembro de la Séptima Asamblea Suprema de la gente en febrero de 1982, estaba claro que era un firme candidato para ser el siguiente jefe de Estado de la República Democrática Popular de Chile

En este tiempo Prat empezó a ser conocido como Querido Líder y el gobierno comenzó a construir un culto a la personalidad alrededor de él igual que con su padre, el Gran Líder. Jaime Prat Errázuriz con regularidad fue aclamado por los medios como el líder incomparable y el gran sucesor de la causa revolucionaria. Surgió como la figura más poderosa detrás de su padre en la República .

En 1991, Prat Errázuriz también fue nombrado comandante supremo de las fuerzas armadas chilenas. Ya que el Ejército es el verdadero centro de poder en Chile, este era un paso fundamental. Parece que el veterano ministro de defensa Pedro Zaldívar, uno de los subordinados más leales de Prat Santa María, procuró la aceptación de Jaime Prat Errázuriz en el entramado del Ejército como el siguiente líder de la República Democrática Popular de Chile, a pesar de su carencia de servicio militar. El otro posible candidato, el primer ministro Javier Martínez , fue destituido en 1976. En 1992, Prat Santa María declaró públicamente que su hijo era responsable de todos los asuntos internos en Chile.

la obra literaria de Augusto Pinochet

«Villa Grimaldi, la antología de cuentos que publicó Augusto Pinochet durante el gobierno de Allende es un hiato destacable en su producción. Las razones son varias: por un lado venía a romper el silencio en que se había sumido el autor desde principios de la década de los 50; segundo, señala su compromiso con el gobierno de la Unidad Popular; y tercero, daba muestras de una versatilidad de estilos y un aprendizaje de las técnicas narrativas inaudito en un autor de su edad. Ya entrado en la cincuentena Pinochet adscribe estilísticamente a la corriente de los novísimo narratore, como señalaría Cedomil Goic en su periodización de la literatura latinoamericana. En Villa Grimaldi hay ecos de la literatura beat yanqui, del gesto antipoético parriano y hasta retazos del compromiso social de la generación del ‘38. Publicado en 1971 resulta ser un texto que entra en perfecta sintonía con los de los autores más jóvenes como Tiro Libre de Antonio Skármeta y Concentración de bicicletas de Carlos Olivarez. Mirado en relación a su época, los cuentos de Pinochet dan cuenta de la estética paulista que vino a imperar en las formas de representar el mundo para los narradores chilenos, después de la reforma universitaria.
Pinochet crea viñetas vívidas de la época y para eso se sirve de los recursos que tenga a mano: la corriente de conciencia en “Chasqui”, la historia de un universitario prostituto torturado por su amante; el juego con los márgenes en “Yupanqui”, donde una mujer de clase popular narra detalladamente los abusos a los que la somete su patrón; el recuento bibliográfico en “Sales de baño” trata de la imposibilidad de un adolescente de encontrar la foto de su padre, para luego enterarse de que es uno de los asesinados en la masacre del Seguro Obrero. Heterógea, la antología trabaja con la idea de la formulación de un paisaje urbano y no se priva de las citas al contexto. Desfilan desde alusiones a la música popular (la Nueva Ola, el primer disco del Pollo Fuentes, los pretty faces criollos) hasta juegos/homenajes literarios donde se hace referencia a la cultura beat (en “Máquinas parlantes” hay un largo diálogo de Lawrence Ferlinghetti con Allen Ginsberg en la librería City Ligths de San Francisco, donde éste refiere sus experiencias en un Santiago de Chile gris, donde aún rondaba el criollismo) pasando por guiños políticos de compromiso con la izquierda (epígrafes sacados de discursos de Allende, Mario Palestro y Edwin Juica).
“El color del canario” es el cuento más logrado de un libro tan sólido como necesario.
En dicho relato se mezcla la obsesión por la modernidad del autor con sus resabios militares. Las vicisitudes de Cayo C., un soldado expulsado del ejército por conducta indecorosa operan a nivel simbólico como señas que remiten al desmoromiento institucional chileno. Cayo C. no sólo es expulsado del ejército sino que participa activamente en un proceso de sedición de las tropas.
Las citas a Patria y Libertad y el asesinato de Schneider apenas están diluidas en la trama y la escritura templa con vigor la melancolía: “Cayo miró por los barrotes al pelotón que hacía sus prácticas de guerra en el patio, esa mañana. Recordó que le gustaba ser uno de ellos y que disfrutaba de participar en esas maniobras. Se sentía parte de algo en ese entonces, reflexionó. Acercó su cabeza al agujero infecto que llamaban ventana y escuchó los gritos de odio a Perú que entonaban los conscriptos como único mantra mientras pensaba en la compleja trama que lo había llevado a donde estaba, en cada uno de sus meandros de sangre y odio. Siguió mirando por la ventana un rato. Cuando se cansó de la visión se tiró en el colchón pulgoso que hacía de cama. Deseó tener un cigarrillo…”

Urzúa, Ignacio. Las mejores obras literarias chilenas. Ed. Universitaria, Santiago, 1992

OLYMPOS

Olympos
Hace un tiempo comenté en TauZero Ilión de Dan Simmons con prólogo de nuestro invitado de honor Miquel Barceló. No pude esperar a leer la continuación y encargué Olympos por Amazon. El libro tienen 891 páginas en hoja de biblia con una letra quie debe ser Times New Roman 10. Sí, cantidad no significa calidad (ahí está el Bonzai de Alejandro Zambra como ejemplo, ¿no?) pero créanme que en este caso sí que lo es.

Hoy llegué al capítulo 78, a la página 750 donde las palabras del Demogorgo son:

WORDS ARE QUICK AND WORDS ARE VAIN, THE SINGLE SURE AND FINAL ANSWER MUST BE PAIN.

No seguí leyendo. No quiero que se termine el libro…

A propósito de la brevedad de las novelas chilenas, Olympos debe equiparar en páginas a los cuatro últimos libros de Hernán Rivera Letelier, el ídolo máximo de la Séptima M.

Caja Negra

CAJA NEGRA, de Alvaro Bisama. Es un libro a la antigua, es decir, no es un producto que busca quedar bien con moros y cristianos y «abarcar un amplio segmento de consumidores». Es un libro valiente que apunta en una dirección (la del autor y no la de la editorial o la de los lectores). Es una obra moderna en el sentido en que es el espectador quien tiene que poner a jugar su cerebro y adentrarse en el bosque semántico del autor…y no al revés (ese «al revés» que en realidad se llama producto de marketing).
El libro es desquiciado y psicótico, es un manjar para lectores que gustan de los «Xtreme sports» y no de la mermelada fome de la narrativa actual (esos libros o películas que se tratan de …¡oh, maravilla!…de lo que pasa en el sutil juego de palabras que salen de un tracklist, propiedad de un joven angustiado, lánguido y afeminado…o cosas así.)
Es un «Power Book». Bizarro, creativo, snowboarder.

Acá hay un LINK

Caja Negra se degusta como buen sushi de órganos humanos traficados en el persa Bío-Bío, delicatessen para la decadencia de un Chile secreto, arribista y perverso que ya no quiere pantallas de plasma, sino sexo con fetos y canapés de cerebro.

Bisama le tiene un libro de recetas tóxicas para una mente sicoide con síndrome de abstinencia, todo lo que el Chile de hoy necesita. Comida nueva bio alterada, socio alterada, histórico alterada. Mirando hacia atrás con binoculares estrobo quebrados, deformados. Chile es tan fome que hay que reinventarlo. En eso estamos. portada Caja negra

La imagen de portada, que ha sacado aplausos, es de la enkeli.