La Caja

por Santiago Eximeno

–Ábrelo –dijo ella, con voz dulce.
Un bosque de gélidas sonrisas nació a su alrededor; ocultaban tantas sensaciones –cariño, respeto, curiosidad, envidia– que se sintió desnudo, abandonado en un baile de máscaras. Sus ojos serpentearon por la enorme mesa, recorriendo los rostros de todas aquellas personas: sus padres, sus hermanos, sus tíos, sus abuelos, sus primos…
–Vamos, ábrelo.
Notó un ligero tono de reproche en la voz de su madre. Inquieto, acarició con sus manos el regalo. El papel que lo envolvía era suave, salpicado aquí y allá de pequeñas flores de colores. Un enorme lazo rosa lo mantenía cerrado. Lo abrió en silencio, la mirada baja. En su interior encontró una cámara de fotos.
–¿Qué se dice?
–Gracias, tía Lidia –susurró.
La cámara de fotos abandonó sus manos y se reunió con las tarjetas de felicitación, los cubiertos de plata, el anillo, el libro de firmas y diversos obsequios más que, según palabras de su madre, el niño podría apreciar años más tarde en su justa medida. En la actualidad, pensó Alex, carecían de valor.
Tras la entrega de regalos, su fugaz momento de gloria, las conversaciones banales inundaron la mesa y no tardó en descubrir que ninguna le incluía. Ya no era el centro de atención. Cinco minutos después su presencia en la mesa no era relevante.
–Voy al servicio –murmuró.
Abandonó la mesa sin que nadie lo advirtiera. Estaban demasiado ocupados con la fiesta para acordarse del pequeño niño que un día de octubre como aquel había venido al mundo. Las copas chocaron en el aire, derramando lágrimas sobre el mantel inmaculado, mientras Alex descendía las escaleras que conducían a los aseos.
La puerta del servicio surgió como una aparición fantasmal al final de un pasillo de paredes blancas, desconchadas en distintos lugares y mancilladas con breves mensajes de diversa índole, la mayoría de ellos de carácter obsceno o racista. Exhibía un pequeño cartel con un joven sonriente sobre un fondo multicolor. Alex tomó el pomo entre sus manos y entornó la puerta.
Un hombre alto, delgado, sostenía entre sus largos dedos, a la altura de los ojos, una diminuta caja de madera con extraños símbolos grabados en su superficie. Su rostro surcado de arrugas se reflejaba en el espejo del lavabo.
–Perdón –dijo el niño, cerrando la puerta.
–Al contrario, pasa, pasa… –gimió el desconocido, evitando con el pie que la puerta se cerrara por completo.
Su sonrisa descubrió dos filas de dientes perfectos de un blanco inmaculado.
–Vamos, vamos, esto es para ti.
En las manos del hombre descansaba la caja. Alex la miraba ensimismado. Bajo la débil luz del servicio pareció moverse, agitarse.
–¿Qué hay dentro?
–Oh, es una sorpresa –gimió el extraño–. Una sorpresa que debes compartir con tu familia, pequeño.
No le gustaba que le llamaran así, y menos que le acariciaran el pelo como aquel hombre había hecho. Pero la caja era tan hermosa que cuando la depositó en sus manos susurró un sincero agradecimiento y corrió por el pasillo hacia las escaleras.
–Ábrela con los ojos cerrados –le oyó decir mientras volaba sobre los escalones–. Así no estropearás la sorpresa.
Cuando llegó a la mesa todos le obsequiaron con una cálida sonrisa.
–¡Mirad lo que tengo! –gritó Alex, emocionado.
Y pronunciadas estas palabras, cerró los ojos y levantó la tapa de la caja. Una oleada de podredumbre y muerte inundó sus fosas nasales. Una horrible cacofonía de gritos y risas atravesó sus oídos. Oyó la voz suplicante de su madre, los gemidos ahogados de sus familiares.
–En el nombre de Dios…
Sillas arrastradas, cristales rotos. Gritos y súplicas a su alrededor. Confusión. Bajo aquel olor a pescado podrido Alex advirtió otro más sutil, dulzón. No pudo identificarlo. Alguien lo derribó. Oyó pasos alocados en todas direcciones. Gemidos. Algo saltó sobre él, gruñó. Algo húmedo y enorme. Tumbado en el suelo, con los ojos cerrados, sintió el sabor salado del mar en la boca.
A pesar de ello, no abrió los ojos.
No quería estropear la sorpresa.

He visto un ángel

He visto un ángel, mas él fue ciego a mi mirada. Su figura, divina y majestuosa, anegaba con soberbia prestancia mi visión. Grande como una galaxia, ante su mole de épocas pretéritas sentí pánico y admiración.

He visto un ángel, pero sé que no debí contemplarlo. Tal magnificencia no debería estarles permitida a los mortales. Pero la visión se me había brindado, y en aquel momento indescriptible unas alas surgieron desde lo más profundo de mi corazón, impulsándome con su bombear allá donde nunca hubiera debido ir. Temeroso me acerqué, con la curiosidad mariposeando alocada dentro de mi alma. Poder, gloria. Sobriedad. He visto… belleza, elegancia, misterio… un ángel.
He visto un ángel, y en mi osadía busqué su rostro inhumano. Con mi alma incendiada por la emoción, estudié sus formas de fuego. Hebras de sol ardían en su cabeza, cegador tejido de luz, y desde ahí caían para cubrir su cuerpo con un manto de pura energía. Su flequillo –un millón de estrellas, hiladas como delicados tendones de arpa– caía sobre sus rasgos, ocultándolos. El suyo es un velo de luz con el que se ilumina nuestro universo. Aquellos cabellos flamígeros caían sin cesar, radiantes, sobre sus hombros bordando su túnica, moldeando su cuerpo, rasgando las tinieblas que le contemplaban con miradas rapaces. Su melena me deslumbró, y yo no podía apartar mis ojos de aquellas refulgentes llamas, de aquel sin número de constelaciones que formaban sus brazos, su torso, sus piernas. En mi arrobado atrevimiento, colocando mis manos a manera de parasol, lancé una mirada a lo que su flequillo de luz ocultaba, mas sus manos en actitud meditabunda ocultaban su faz.

He visto un ángel, pero él no se ha percatado de ello. Abstraído en su meditar trascendente, sumergido en sus pensamientos insondables, no fui para él más que una insignificante mota de polvo. Cubría su ciclópeo rostro con sus manos en actitud concentrada. Reflexionaba acerca del futuro y de lo inexplicable, y yo era testigo indigno de ello. Avergonzado, bajé la mirada hacia el abismo sobre el que pendíamos. Mas el vigoroso aletear de mi curiosidad venció mi pudor y me hizo alzar de nuevo la mirada. Estaba contemplando un ángel, y su figura marcada a fuego en mis retinas poseía mi alma. Su imagen, una droga a la que no podía resistirme. Le contemplé extasiado: su delgado cuerpo radiante se sentaba en un trono. Las lenguas de fuego que formaban su cuerpo, que le vestían –pura energía– se derramaban con languidez sobre el solio. La factura de éste parecía ébano intenso, más poseía un resplandor cegador, casi furioso. Nunca sabré cuanto tiempo transcurrió, conmigo paralizado contemplando aquello que ningún alma mortal debería ver. Le observaba desde una distancia incalculable, dichoso a la vez que avergonzado. Sin embargo, latido tras latido mis ojos se posaban obsesivos en el trono: algo extraño había en él. Aunque temeroso del gigante de fuego, me acerqué flotando hacia sus pies. Allí el calor se intensificaba, insoportable. Pero yo debía saber.

He visto un ángel, y preferiría no haberlo contemplado. Allí, entre las tórridas fraguas de sus pies, vislumbré la ruina del trono, la grieta en el reinado del Anterior. Sólo entonces tuve el valor de mirar a aquellos ojos enmarcados en el rostro colosal.

He visto un ángel. He afrontado su mirada, pero él me devolvió dos pozos de ceguera. Creo que a eso debo mi salvación. Porque lo que aquellos ojos me contaron, agrietados y resecos como un desierto, quemados por llamas más intensas que las del mismísimo infierno, resquebrajó mi alma. Desesperado, huí. Pero el estigma ya estaba sangrando en mi interior: una historia, narrada en un infinitesimal instante, fluía como lava incandescente por mi alma, devorándola, transformando lo que era esperanza en sarmientos de perdición y tristeza, al rojo vivo en un principio, moribundos después, como mi alma. Me fue relatada una epopeya colosal, de gloria, orgullo, traición, odio, lucha, muerte y victoria, culminada por aquello que ninguno de los contendientes hubo nunca imaginado: la Soledad.

He visto un ángel, y su absoluta Soledad final –cargada de triunfo, amargada en el Olvido– ya no tiene sentido.

He visto un ángel, y su nombre era Lucifer. Pero, tras su victoria final, su mirada ciega contempla el triunfo de Otro. Sus ojos están agrietados por el Vacío que una vez engendró el Universo. Ahora son eternos testigos del mecerse de hojas de abisal negrura, acunados por una brisa fantasmal surgida de ningún sitio. Hojas que visten las ramas de un ominoso árbol, vigía impasible en la cima de una colina perdida en un eterno mar de reseca hierba.

He visto un ángel. He atisbado el futuro del universo. Lo he contemplado a través del velo de la presciencia: el fin de una –nuestra– eternidad. Y ruego por todo lo sagrado no contemplar jamás el rostro del dueño de aquel horrendo árbol de cenizas, aquel en cuyo seno todo acabará devorado.

2001, por Francisco Ruiz Fernández.

Amor en Vano

por Pablo Castro

El teléfono sonó un minuto antes de salir. Era Verónica. Quería saber de mí, que por qué no la había llamado y que cuándo podíamos juntarnos.
–¿Te parece el viernes? –Pregunté. Era lunes.
–Bueno. ¿Dónde y a qué hora?
–Yo te llamo.
–Eso dijiste la última vez. ¿Por qué no nos juntamos hoy?
Hoy voy a salir con Jimena. Jimena Urzúa.
–Verónica, voy saliendo. Te llamo el jueves en la noche para confirmar.
–Bueno. Pero trata de ir. –Su voz notaba la frustración. Como psicóloga era buena, pero como amiga le costaba convencerme de sus motivaciones.
Salí en dirección a Jimena. Me esperaba en un restaurant del centro, pero como de costumbre llegué antes. Pedí un vaso de agua, mientras me dedicaba a observar otras mujeres. Había un par de tipas interesantes, otras demasiado bien acompañadas y algunas que se atrevían a mirarme de cuando en cuando.
Me concentré en algunos rostros. Sí, podía ser. No, no hay opción. Demasiado exigente. A esa no le gusta lo que hago. Esa es muy católica. Esa es muy atea. Esta es resentida social, aunque lo finge bien. No, no estoy dispuesto a soportar el izquierdismo cultural de ésta. ¿Lesbiana? Lo descubro tarde.
Apareció Jimena. Vestía bien, igual que esa primera vez, cuando concluí que era una mujer elegante. También era atractiva. Del tipo de belleza que puede enamorarte.
–¿Estás hace mucho rato?
–No. Siéntate.
Jimena Urzúa era ingeniero comercial. Trabajaba en una empresa de headhunters e imaginaba que sabía cómo tasar a una persona. Quizás me ofrecía trabajo. Bueno, por eso nos conocimos.
Logramos superar la conversación vacía y llena de frases sin dirección hasta la comida. Pidió un par de tragos. Yo encendí un cigarrillo.
–Estuve viendo la posibilidad para un trabajo y creo que algo puede salir.
–Te lo agradezco.
–Cuéntame un poco qué planes tienes.
–¿En caso de que no resulte?
–No, en general, independiente del trabajo. ¿Piensas casarte, formar una familia?
Cuidado, me está probando. Necesito el trabajo.
–Sí. Es algo que he pensado más de una vez.
–¿Y?
–¿Y qué? ¿Por qué no estoy casado? No sé. Imagino que todavía no encuentro a la mujer adecuada.
–¿Y cómo puedes saber qué mujer es esa? –Dijo sonriendo. Me tomé unos segundos.
–Buena pregunta. Supongo que con la que pueda vivir.
–Pensé que ibas a decir con la me enamore.
–Aparte de eso, claro. Una mujer con la que me enamore, me case y quiera formar una familia.
–Dime una cosa –Se acercó coqueta–: ¿Cuántos hijos te gustaría tener?
–Tres.
Sonrió:
–Igual que yo.
Sonreí.
–¿Tampoco has encontrado al tipo adecuado?
–Quién sabe. A lo mejor está al frente mío y no me he dado cuenta.
Pagó la cuenta y dejamos el restaurant. Nos fuimos directamente a su departamento en Alto Barnechea, no sin antes que pidiera el día libre. Después de varias horas de sexo necesitado supe que la cosa iba en serio. Me dijo “te quiero” como mil veces y tuve claro que llevaba años deseando decirlo con ganas a alguien dispuesto a recibirlo de igual forma.
Fueron tres meses de una relación más que plena. Intensidad y cariño se fundieron en una misma frecuencia. Jimena buscaba ese amor capaz de engendrar libertad y tranquilidad. Aunque vestía de forma dura y moderna, su cuerpo era un mar de sentimientos tradicionales, los sentimientos que las mujeres querían siempre por más que las revistas de modas aconsejaran lo contrario. Nada de experimentos, nada de sensaciones extremas, ni juegos peligrosos.
Quizás vio en mí esa misma mirada de los seres que buscaban algo tan simple como un amor bien correspondido. El amor que se basaba en una necesidad mutua y en el trabajo por mantenerlo. Amor basado en lo que debemos ser y no en lo que podemos ser. Así que nos llevamos bien. Y encontré trabajo.
De pronto algo sucedió. Llegaba más tarde que de costumbre y se sentía cansada. Ya no tocaba el tema de los hijos y por momentos buscaba irritarme en discusiones sin sentido. Un día domingo me despertó a las seis y media de la mañana y noté por su cara que no había dormido. La pieza olía a cigarro.
–Luis, tenemos que hablar.
–¿Qué pasa?
Se había enamorado de otro tipo. Un gringo que llevaba un año al frente de su empresa. Quería la nulidad porque se irían a México. ¿Se había percatado de sus verdaderos sentimientos estando ya casada o es que su jefe era la persona adecuada y no yo?
–Quién sabe. A lo mejor está al frente mío y no me he dado cuenta.
–No lo creo –respondí muy sereno mirándola con absoluta tranquilidad.
Desilusión. Su rostro se aleja y su cuerpo está preparado para moverse automáticamente. Pagó la cuenta y prometió llamarme “si tenía alguna novedad”.
Nos separamos. Caminé hacia el metro, recordando que era una pérdida de tiempo llamar a Verónica. Me subí a un carro. Frente mío había una pelirroja de unos 25 años, probablemente estudiante de periodismo. No, tampoco. Ni siquiera alcanzamos a cumplir seis meses.

Creo en el amor. El problema es que el amor no cree en mí.
Escribí esa frase a los 24 años, una madrugada después de una fiesta universitaria. Fue la primera cosa que escribí con olor a escritor. Desde entonces he estado escribiendo y publicando. Es mi oficio, no mi profesión, aunque de alguna forma la primera se las arregla para comerse a la segunda. Por eso me cuesta tanto encontrar trabajo.
En los últimos siete años después de graduarme mi vida se había mantenido en un estado de cosas que podía definir como bloqueada. No iba a ninguna parte, pero tampoco retrocedía. Bueno, si no se avanza, tampoco se retrocede.
Tenía muchas teorías y una de ellas era que sin amor la vida se olvida de ti. Te deja a un lado, fuera del plan eterno y constante de la vida. Todos debemos amar y ser amados. Si eso no pasara no habría más raza humana. En algún momento la evolución creó o fomentó el amor como una fuerza para asegurar la continuidad de la especie. Si llegáramos a la conclusión que amar es una pérdida de tiempo y energía no tendríamos ningún interés en crear relaciones interpersonales. No habría intimidad, es decir, la creencia de que se conoce a los seres amados casi de la misma forma que uno mismo.
Puedo conocer a una mujer apenas la vea. No su vida, ni sus sentimientos personales, sólo su vida respecto a mí. Es como una visión simultánea, una imaginación espontánea que surge como una película en todos sus ángulos y tomas exactas.
–¿Hablas en serio? –Preguntó la doctora Verónica Sanhueza.
–¿Diría una mentira tan poco creíble para justificarme?
Pero no fue algo inmediato.

Se llamaba Alejandra y había llegado al colegio a principio de año. Yo tenía 17, y recién me daba cuenta que las mujeres eran algo más que compañeras de clase. Qué puedo decir, el amor no me importaba. Había siempre cosas más importantes que hacer. Me entretenía solo esperando que nadie me interrumpiera. ¿Mujeres? ¿Fiestas? ¿Pero cómo iba a perder toda una noche batiendo el récord de algún video-juego?
Pero Alejandra también detestaba las fiestas. Nunca iba, según me contaban. Bueno, para todos era una tipa extraña, silenciosa y siempre mirando a cada uno de nosotros como si no fuera a olvidarlos. Me topé con esos ojos una vez y creo que me habló. Escuché sus palabras silenciosas que decían algo, algo que tardé en comprender. Por eso se acercó. Por eso me llamó un día para invitarme a su casa.
Fui casi corriendo.
La belleza o lo que nosotros consideramos bello es en el fondo algo que ya hemos visto. La belleza es el reconocimiento; el mirar por segunda vez. Esas eran las palabras que escuché de ella. Era eso lo que me decía, mientras me hablaba de otras cosas.
Describir a Alejandra es inútil. Yo ya casi no la recuerdo físicamente. ¿Para qué recordarla? Prefiero esperar a reconocerla otra vez.
Fue mi primer amor, claro. Mi primera relación íntima y completa. La primera vez que mi cuerpo habló por sí solo el lenguaje de lo imposible. Fue extraño y noble. El tiempo pareció dilatarse, mientras el paisaje alrededor se hacía más comprensible y cercano. Sentí que había salido de las aguas de la realidad. Y que ahora flotaba sobre ellas.
Alejandra dormía y no dejé de observarla todo el tiempo del mundo. Estábamos solos, y aún era temprano. Puse mis ojos en su rostro e imaginé lo que sería de nosotros dos hasta el fin.
Imaginé que nos gustaban las mismas cosas, los mismos detalles reveladores. Las mismas impresiones y los mismos comentarios. Imaginé que nuestras palabras eran parte de una misma historia, de un mismo párrafo. Imaginé que seguíamos juntos, estudiando, sacándonos las mejores notas, celebrando los cumpleaños, bailando los mismos temas, juntos en todas las fiestas, con otros amigos u otras parejas, las mismas vacaciones, en el sur a dónde le gustaba, postulando a la misma universidad o a la misma carrera, bueno en lo que quisiéramos, en la misma ciudad o en distintas, hablando por teléfono, sincronizando nuestros viajes para estar juntos los fines de semana, en distintos buses, esperándola que llegase a la hora que me dijo, esperando, esperando, hasta que un llamado me dijera que había muerto.
Me estremecí. La visión fue tan potente, tan vívida que no me di cuenta cuando mis ojos se volvieron lágrimas y su cuerpo se hizo borroso.
Me levanté con cuidado, temiendo horriblemente despertarla.
Al poner los pies sobre el suelo sentí que volvía a hundirme en las aguas que conocía bien.

–¿Y qué pasó?
–Exactamente lo que imaginé. Ocurrió exactamente lo que vi. Un año y medio de relación y Francisca terminó muerta. El bus en que viajaba se hizo pedazos. Igual que ella. Tal como lo había visto.
La sensación de que veía más allá del tiempo y del espacio se hizo algo común. Las veía a ellas y a mí mismo. Cada detalle, cada sensación juntos. Cada silencio y cada final sin sentido y sin explicación. Pensé desde que se trataba de alguna enfermedad, alguna de esos males con sabor a psicología: paranoia, esquizofrenia, alucinaciones. Ninguna se ajustaba a lo que veía, pero tampoco deseaba arriesgarme a que un tipo de blanco decidiera por sí mismo que estaba loco o completamente enfermo.
Néstor Niemand, el escritor famoso por sus relatos de mutantes y evolución dice en uno de su libro Tiempo de Evolución que existen personas productos de genes latentes que se escapan a los márgenes de la evolución y de la vida conocida. Dice conocida, porque, agrega, no todas las funciones del hombre son aquellas que reconocemos como tales y que pueden existir algunas que se nos escapan.
–Por ende, una persona puede ser un mutante sin saberlo, pues tiene alguna cualidad sobrenatural que le permite hacer o no hacer algo en su propio beneficio. Las cualidades o también llamados “poderes” responden a una necesidad y a un fin, así como la vida ha dotado a ciertos animales a ver en la noche o rastrear el sonido a kilómetros de distancia.
Nadie tiene un poder sólo porque sí. Hay un plan oculto y misterioso que otorga cualidades a ciertos seres para que se desenvuelvan mejor. ¿Es eso lo que quiere decir Niemand? Si es así, entonces, ¿en qué me beneficia saber lo que ocurrirá con cada una de mis parejas antes de relacionarme con ellas?
He pensado mucho en eso y no encuentro aún una respuesta clara. Debo aplicar la lógica: si puedo ver lo que ocurrirá con cada pareja errónea quiere decir que puedo evitar relacionarme con ellas sin pérdida de tiempo y energía. Esos serían los beneficios. Me ahorro tiempo y energía gastada en un amor en vano.
ex¿Pero de qué me sirve eso?
Si ahorro tiempo y energía quiere decir que debo ocuparlos en otra cosa. Usarlos en otra actividad más importante o más idónea. No gastarlos en amor.
O puede ser que mi mente y corazón resistan sólo un amor y al ver simultáneamente mis futuros con otras mujeres puedo discriminar para acceder a eso. Suena razonable. Entonces sólo debo ser paciente y esperar.
Y así lo he hecho.
Uno puede perder las esperanzas cuando las cosas no son como se desean. Digamos que tengo esperanza en algo y al mismo tiempo una magnífica convicción. En los días de verano salgo a caminar por los cafés del centro o por Providencia.
Como un reptil me poso en alguna parte y espero. El sol cae sobre mi espalda y a través de mis lentes oscuros observo los rostros de las mujeres que deambulan alrededor. Las hay de todo tipo y de todo gusto. Las acecho con mi mirada, mientras las visiones dentro de mí se multiplican. Extraigo de ellas cientos de posibilidades, cientos de variables y las conjuro con mi vida.
Nada. Puros esfuerzos en vano. Sólo sueños malheridos que caen al final.
No hay nada qué hacer. Nada qué probar.
El reptil se levanta y vuelve a su refugio antes que llegue la noche.

Verónica no dejaba de fumar y mirarme. Yo le hacía el quite a sus ojos, mirando el relieve de los rostros femeninos alejándose o caminando cerca.
–Me gustaría ayudarte.
–Después de tres meses de sesiones creo que es suficiente.
–No como psicóloga.
–Para eso sirven ustedes. Para asegurarle a la gente que van escucharlos. Si le cuentas a tu mejor amigo algo, nunca estarás seguro que te escucha en verdad. En cambio tú estás obligada por ética profesional. Pero tengo mis dudas. ¿De verdad escuchan? ¿De verdad se sienten con la obligación de hacerlo?
–No me cambies el tema. Estoy acá como amiga. Los amigos se ayudan.
–Eso dicen. Pero tú no me puedes ayudar.
–¿Por qué no?
–Porque ya no siento que esté sumergido en un problema. Ahora lo entiendo. No debo amar. Ni siquiera tratar de imaginarlo.
–Esa no es una solución. Nadie vive sin amor. Sin ser amado.
–Mentira. Yo he vivido sin amor. ¿Por qué el resto no podría hacerlo?
–Te sientes diferente. Y así justificas tu actitud.
–Soy diferente. Puedo ver qué ocurrirá con mi corazón. Tengo esa ventaja. Sólo debo buscar la forma de aprovecharla.
–¿Y qué has pensado hacer?
–Lo que sea. Un hombre que no es consumido por el amor, tiene mucho tiempo y energía para hacer muchas cosas.
–¿Cómo cuáles?
–En eso estoy.
Podría seguir escribiendo. Concentrar todos mis esfuerzos en escribir y publicar. Tengo 32 años, todavía soy joven. Y lo seré si no sigo amando. Definir mi camino en forma paralela a la vida, sin mezclarme con ella.
–Luis, mírame a la cara.
–¿Qué cosa?
–Que me mires. Cada vez que hablo contigo evitas mirarme.
–Veo muchas cosas cuando veo un rostro.
–¿Y qué ves en mí?
–No querrás saberlo.
–Si quiero.
–¿Por qué?
–Porque te amo.
No era una novedad. Sólo un contratiempo. La había visto una vez y fue suficiente. Pero ella no lo sabía. Esa primera vez era sólo un paciente común, con algún problema típico.
La miro fijamente, con mucha tranquilidad. Noto sus ojos expectantes y nerviosos esperando algo. Entonces bajo la vista y enciendo un cigarrillo.
–¿Y? –Pregunta temerosa.
–No hay ninguna posibilidad.
–No te creo –dice molesta.
–¿Acaso viste algo?
–Lo he visto desde que entraste a mi oficina. Tus ojos no mienten. Hasta una psicóloga sabe eso. Pero también veo miedo. Miedo y resignación.
–No importa lo que veas. Importa lo que crees. El amor nunca creyó en mi. Y ahora yo no creo en él. Esa es la razón de mi visión remota: convencerme a mí mismo de que el amor es un acto en vano. Esa fue su labor: ver cientos de fracasos, cientos de frustraciones. Sólo desilusión. Y ahora que estoy convencido, soy libre. Libre para hacer lo que la vida reservó para mí.
–Espera, dime antes qué fue lo que…
–Es irrelevante.
Me alejo del café dejando que Verónica pague la cuenta. Camino tranquilo, sin necesidad de escapar de nadie y de nada. Ni siquiera de mí mismo.
Me detengo frente a una librería y busco algún libro de Niemand. Veo que está Tiempo de Evolución y me las arreglo para dejarlo en algún lugar donde todos puedan encontrarlo. Quizás haya otros que necesitan respuestas claras de alguna ciencia. Saber qué se mueve dentro de uno, que genes increíbles esperan su oportunidad.
Tal vez seamos capaces de activar nuestros propios genes latentes. Quizás la muerte de Alejandra activó en mí la capacidad de ver más allá del presente. Un hombre que no ama, crea. Un hombre que es soledad, piensa.
Todo puede contribuir a la normalidad si así lo aceptamos. Podemos siempre encontrar una salida, si en verdad lo deseamos. Podemos inventar un mundo si nos rechazan. Vamos, nada es imposible. Sólo hay que aceptar los sacrificios, la pérdida y el dolor como algo propio de las cosas.
Camino durante una hora hasta mi departamento y siento la enorme satisfacción de alcanzar mi hogar sin que mis ojos se perdieran en el rostro de ninguna mujer.

Pablo Castro Hermosilla

Einherier 5.0

Por Pablo Castro Hermosilla

1.0
Anarquía. Caos y disolución.
La ciudad se llama Santiago. El país, Chile.
Mas, se trata de cualquier ciudad. Podría ser el pueblo donde naciste o la capital de un país que está en las noticias.
El caos es a veces una noticia en vivo y en directo o a veces, una fuerza invisible y silenciosa carcomiendo los cimientos, las bases de una nación.
Entropía, corrupción, desidia, injusticia, estupidez… Todo parece algo deliberado y siniestro. Alguien o algo está detrás de todo.
Creadores del cáncer social, diseñan metástasis en las zonas vulnerables del corazón, de la mente humana.
Les llaman sueños vivos. Neurofantasías de alta definición. Sistemas cyberorgánicos que emulan vivencias, imaginaciones, deseos ocultos… Simuladores de realidad sintética que atrapan a las mentes débiles, a las conciencias agotadas y sin esperanzas.
Los sueños vivos. La gente los compra en distintos formatos: pistolas lásers que cargan neuronas sintéticas, pastillas con proteínas de información, cultivo de células digitales para visores oscuros y viejas consolas de RV.
Por algo de dinero puedes introducir un sueño en tu mente y vivirlo como si fueras el protagonista de una película. Hay muchos sistemas, versiones distintas y actualizadas. Hay sueños que sólo te permiten vivir lo que un guionista ha escrito para sí. Hay sueños que puedes jugar en línea con otros soñadores. Hay paquetes especiales donde puedes modificar el sueño a tu voluntad y colocar patrones de comportamiento de gente que conoces. Puedes emular a tu mejor amiga muerta para que te acompañe en un viaje a un país distante. O sueños inteligentes que moldean tu entorno absorbiendo tus propias emociones y sentimientos. O bien puedes encargar un sueño específico donde te devuelven a la infancia o a ese momento que siempre has querido revivir, con las personas que en verdad te querían.
Todo sería soportable si no fuese por los sueños ilegales, lo sueños proscritos. Neurofantasías distorsionadas y con una moral desconocida. Sueños vivos que erosionan lo establecido, sin reconstruir nada. Sueños donde alguien le provoca un aborto a la mujer que amaba. Sueños donde alguien mata al sujeto que odia. Sueños donde cientos destruyen el país que no soportan. Sueños que atacan a la nación que tú amas.
Si durara un momento podrías aceptarlo. Si sólo fuese un sueño de vez en cuando…
Las neurofantasías son adictivas. Sumergen al individuo en un deseo del que la mente no puede escapar. Te vuelves adicto, te vuelves esclavo del sueño. Aunque no haya dinero, aunque destruyas tu propia vida no puedes vivir sin el sueño.
Si sólo durara un momento…
El dinero no es eterno. Los sueños deben recargarse. Y cuando los adictos deambulan en su desesperante realidad buscan transformarla, buscan convertir la realidad en sueño.
Y entonces matan al sujeto que odian. Destruyen el país que no soportan. Atacan a la nación que tú amas.
Eres capitán de la policía. Quince años de servicio. Muchos problemas, mucho combate en vano. Pero no te quejas. Entraste porque tenías vocación de servicio. Porque creías en lo que hacías. Dejaste de lado profesiones de lucro y una vida confortable, porque amas el país que se llama Chile. Has visto tantas cosas, tanta locura, que parece que nunca solucionas nada. Eres policía. hacías. Dejaste de lado profesiones de lucro y una vida confortable, porque amas el país que se llama Chile. Has visto tantas cosas, tanta locura, que parece que nunca solucionas nada. Eres policía. Orden y patria es tu lema. Tantas horas a pie por la ciudad, tantas noches lluviosas soportando el frío.
Y sin embargo te odian. Ves como se ha fomentado el odio a tu uniforme. Ves como algunos adictos te miran como lobos, acechándote, esperando un descuido para poder liquidarte.
Cinco meses atrás una pandilla de adolescentes ha acribillado en el suelo a tu compañero de unidad. Se llamaba Sergio Gutiérrez. Tenía esposa e hija, igual que tú. Treinta tiros en la espalda.
Conoces la pandilla. Son adictos al DeadPolice, Mataverdes o CopKiller, sueños donde tú eres el objetivo a matar.
La pandilla sale en libertad dos semanas después gracias a un abogado que factura diez veces más que tú.
Lo recuerdas todo. Lo analizas y no logras entenderlo. Manejas de noche en dirección a tu casa. Tu superior acaba de informarte que habrá una rebaja de sueldos. Cultura es más importante, más necesaria dicen los opinólogos.
Puedes ver como los adictos extienden sus fantasías en el mundo entero, en la ciudad donde habitas, en el país llamado Chile. Puedes ver como distorsionan las relaciones humanas, volviéndolas ajenas y los Puedes sentir como las leyes protegen a los criminales y liquidan a la nación. Queman tu bandera, cambian tus escudos. Destruyen tus héroes, postergan la vida. Puedes sentir como las leyes protegen a los criminales y liquidan a la nación.
Vas al cementerio de la policía y dejas una flores sobre en la tumba de tu compañero. Lloras en silencio.

2.0
Noviembre 15, 2056.
05:43 AM
Santiago-Este.
La Unidad de Contra-Informática decomisa miles de sueños vivos ilegales encontrados en el subte de una discoteca. La gente reacciona y ataca a los agentes. Llega la policía, pero algunos exaltados portan armas de fuego. El tiroteo es intenso y parece un antiguo video-juego, lo que excita a los sueño-adictos. Mueren tres policías. Hay más de veinte heridos. El gobierno decreta estado de alerta urbana y ordena clausurar las salas de neurofantasías clandestinas que bullen en los sectores donde un sueño vivo es aún algo…
La violencia surge como un cáncer alimentado por fuerzas extrañas y sin rostro. Santiago se vuelve campo de batalla. Los sueño-adictos no toleran vivir demasiado fuera de sus fantasías. Grupos de vándalos desalojan las tiendas de sueños emulando sus propios sueños y fantasías. Descubren que pueden extenderlas y llevarlas hasta límites inconcebibles. La realidad los excita, los vuelve en entes virtuales sin miedo y sin ataduras.
Adictos a Vandalik destruyen las casas comerciales y oficinas públicas. Adictos a Anarkia queman banderas y monumentos, destruyen estatuas de antiguos héroes nacionales. Adictos a Violator rasgan las vaginas y los traseros de mujeres en sus casas. Adictos a DarkPark y Urban Sniper disparan desde la oscuridad. Adictos a Sodoma buscan niños en las zonas marginales.
Una noche noviembre el caos y la violencia dejan a la policía incapaz de reaccionar. No hay efectivos suficientes y por tres días seguidos amplias zonas de Santiago se vuelven tierra de nadie. El gobierno declara estado de sitio y recuerda que tiene fuerzas armadas. Unidades del Ejército cubren las principales avenidas mientras los mantarrayas de la Fuerza Aérea apoyan desde el cielo con disparos certeros ahuyentando a la masa enloquecida y desbocada.
mientras los mantarrayas de la Fuerza Aérea apoyan desde el cielo con disparos certeros ahuyentando a la masa enloquecida y desbocada.
El gobierno está impotente, pero la Fuerza Aérea (Fach) y el Ejército ya ha hecho planes de contingencia, formando en silencio grupos de respuesta urbana. El Ejército y la Fach tienen experiencias después de múltiples misiones de imposición de paz bajo mando de la ONU.
Aparecen las primeras SA o Secciones de Ataque. Al parecer las fuerzas armadas están ya preparadas, acostumbradas a la entropía y estupidez de la sociedad civil. En menos de dos días, logran controlar la situación. Los adictos entienden que las SA no están para juegos. Comprenden que no tienen vidas extras para enfrentar secciones de ataque. Y que no hay sueños que las hayan concebido.
Todo vuelve a la normalidad. La mayoría de la población aplaude el accionar de las fuerzas armadas y respeta su autoridad. La población de Chile, por mandato histórico y racial, puede tolerar la corrupción y el mal gobierno, pero no el desorden. Los medios internacionales se sorprenden de este fenómeno y lo comparan con lo sucedido en Sao Paulo, Vancouver y Liberia.
Pero el saldo aterra al gobierno y a la clase política liberal. Hay más de 350 muertos, entre ellos 60 policías. Temen que en las próximas elecciones la gente desapruebe su accionar. Al parecer no han leído bien el momento histórico. Saben que sin la fuerza no hubiesen podido frenar la situación. Pero se ven abrumados por las hordas de opinólogos, sociólogos, grupos de derechos humanos y ultraizquierdistas que piensan lo contrario. Los atacan de reaccionarios, fascistas, asesinos, criminales y exigen justicia para condenar a las SA. Piden un plebiscito para sacarlos del poder. No quieren un estado militar y piensan que lo sucedido prueba que las fuerzas armadas no debieran existir.
Al final el gobierno cede. Manda un proyecto de ley al Congreso y éste lo aprueba inmediatamente. Surge la Ley 616 de contingencia urbana. Sólo la policía puede disparar contra los ciudadanos, pero con armas de corto calibre. Las SA seguirán actuando, pero sólo en caso de alerta urbana. No podrán dispararle a nadie menor de 17 años, no importando si se trata de terroristas, vándalos comunes, criminales o simples ciudadanos.
La ley no gusta a nadie y siguen los problemas. Aparecen los sueños donde despedazan a las SA. Las Fuerzas Armadas buscan que sean ilegales, pero nadie los escucha. Todos tienen derechos a soñar que los maten, dice un opinólogo en tv neural.
Ves ese programa: sientes la rabia y la desilusión. Es el peso de la noche que se traga la verdad y extiende la mentira. Es el manto oscuro que cubre los hechos inmediatos y disuelve el pasado distante. Sabes que en poco tiempo nadie recordará a tus camaradas muertos. Sabes que no habrá monumentos a esos caídos. Sabes que nadie recordará el accionar de las SA y su responsabilidad histórica. La misma responsabilidad que sentiste desde niño, la responsabilidad que a nadie le gusta asumir, que todos quieren olvidar, la responsabilidad disuelta en una maraña infinita de derechos de miles de ciudadanos que no aceptan sus deberes y que mandan a otros para que se hagan cargo de ellos, los mismos ciudadanos que después no toleran el olor a sangre en sus uniformes.
Un rumor llega a tus sentidos. Las SA están escasas de personal. La reducción de personal en la Fach y también en el Ejército hace imposible mantener un servicio extra de apoyo a la policía en la lucha urbana. Recuerdas las leyes aprobadas para transformar los ejércitos en fuerzas espectrales, en virtud de los nuevos escenarios de combate: guerras infoneurales, ataques furtivos, centros de bio-información, etc. Escenarios donde el campo de batalla no necesita grandes contingentes y unos pocos pueden producir igual daño.
La policía decide trasladar gente experimentada a la Fach. Se puede renunciar al servicio y formar parte de las filas de la Fuerza Aérea, pero eso significa perder parte importante de tu jubilación. Lo discutes con tu mujer y le dices que siempre serás policía, pero que las fuerzas armadas son el último refugio que le queda al país. No lo entiende, pero ya lo tienes decidido. No te importa el dinero o las asignaciones. Sientes que el policía que solías ser murió la noche de noviembre. Y ahora quieres renacer como algo nuevo.
Ingresas a la Fach. El entrenamiento es intenso y por momentos crees que no lo vas a lograr. Te instruyen con tácticas de lucha urbana. Te dicen cómo moverte en ciudades semi-destruidas, a discriminar blancos, a saber descubrir cuándo o quién te acecha. Te enseñan a disparar con armas de largo alcance. Te enseñan a usar sistemas de combate que nunca has visto: fusiles de alta precisión, visores de proximidad. Te sumergen en sueños vivos donde vuelas hacia un foco de lucha y desde el aire debes liquidar a tus enemigos. Sueños donde estás bajo fuego y debes reaccionar con rapidez, mientras decides las acciones certeras a seguir. Cumples de forma extraordinaria y bates cada vez tus propias marcas. Tu rango de capitán de policía te da autoridad y te asignan cuatro hombres, policías igual que tú:

Gustavo Valenzuela: 31 años. Teniente.
UCI, Inteligencia, Experiencia de lucha callejera.
Separado, sin hijos.
Tu brazo derecho. Leal y decidido. Futuro líder de sección.

Rodrigo Sáez: 28 años. Sargento.
Miembro de Operaciones Especial. Zona Norte.
Soltero.
Un verdadero soldado. Capaz de acertarle a un tipo desde dos kilómetros de distancia.

Juan Escalona: 26 años. Cabo Primero.
Sector Oriente.
Soltero.
Antes que le des una orden ya la ha cumplido.

Francisco Hernandez: 24 años. Cabo Segundo.
Sector Centro.
Casado, un hijo.
Lo miras y te ves a ti mismo. Es joven, lleno de entusiasmo. Aplicado, valiente. Aprende rápido.
Todos se reflejan en él. Todos lo cuidan. Sabes que en el futuro soldados como él, serán escasos y necesarios.

Esos son los hombres a tu mando. Toman nombres claves que serán sus distintivos, siguiendo la tradición de la Fach: Vectra, Siegfrid, Exel, Husar. Junto a ti son ya la Sección de Ataque Aerotransportada 505 o SA-505.
Te sientes parte de algo grande, como cuando eras niño y algo inmenso latía dentro de ti. Eres el capitán Emilio Enríquez. Líder de la SA.
Eres Einherier.

3.0
Desde el cielo puedes ver tu nuevo hogar.
La Fach te asigna a Arauco-1, la base del escuadrón Luftwaffe, que alberga a cinco secciones aéreas. La base está situada al sur de Santiago. Las mantarrayas vuelan a gran velocidad y pueden alcanzar su objetivo en cinco a diez minutos.
Arauco-1 es una base pequeña, acondicionada para albergar a las SA. Sin embargo, el gobierno ha colaborado para construir un lote de departamentos dentro de la base, pues es preferible que en caso de emergencia extrema estén todas las secciones y no sólo por turnos.
Es ideal, pues no sólo estás lejos de Santiago sino que además muy cerca existe una pequeña comunidad que dispone de todos los servicios de la gran exxEs ideal, pues no sólo estás lejos de Santiago sino que además muy cerca existe una pequeña comunidad que dispone de todos los servicios de la gran ciudad. Hay un colegio para tu hija y la posibilidad de un trabajo para tu esposa. Toda el área es una zona tranquila, donde sabes que habrá seguridad para tu familia.
Tu sección sobrevuela Santiago en turnos preestablecidos. La sensación es increíble. Nunca ha sentido tanta ansiedad, tanto estremecimiento como cuando atraviesas el cielo nocturno de Santiago la ciudad. Aunque las noches se han calmado un poco, igual sientes algo inmenso, potente cada vez que sobrevuelas la ciudad junto a tus hombres.
Alerta Urbana. La policía descubre el escondite de un guionista de sueños vivos ilegales. Un par de tipos armados lo protege. Seguramente trabaja para algún cartel que distribuye los sueños en las salas de simulacros que abundan en los barrios bajos o bien las vende directamente.
La policía inicia la redada y se trenza a tiros con los delincuentes. Estos suben a un auto, y dejan atrás a los policías. El coche vehículo avanza rápido pero antes de tomar una vía rápida el mantarraya desciende y bloquea la huída. Bajas con tus hombres y avanzan hacia el vehículo.
Uno de los tipos dispara su M-66 desde la ventana. Grave error. Todos arriba del auto superan los 17 años. El auto hace un giro pero ya es tarde. Húsar abre fuego y les destroza los neumáticos. Los hombres salen del auto en distintas direcciones, pero Exel y Siegfrid les cierran el paso, con sus fusiles apuntándoles. El tipo de la M-66 cae herido. El guionista va hacia él y toma su arma. No se da por vencido y trata de recargar el M-66. Te cercas a él, con la mira láser en su cuerpo.
–Vamos, hazte un favor y dispárame –le dices, con el fusil sin apuntar.
El hombre duda y cree poder ganar. Ha matado SA antes en los nuevos sueños vivos y no siente que ahora sea distinto. Pero tiene miedo. Si falla, no tendrá otra sesión de sueño para superar ese nivel. Lo sabe. Y ahora es cuando el frío de la noche alcanza su piel y se le mete por los poros.
–¿Eres el guionista? –le preguntas.
–La realidad dura una sola vez, ¿verdad?
El tipo bota el arma. Tus hombres reúnen a los otros delincuentes y los tiran al suelo, con las manos en sus espaldas.
–¿Cómo te llamas? –le preguntas.
–Gabriel Castell
–No. Tu otro nombre. El que usas cuando firmas tus sueños.
-No… no tengo por qué decírtelo.
Vectra le coloca una pistola en la sien.
–Este no es tu sueño. Es la realidad. Y yo pongo las reglas. O me dices tu nombre o te vuelo los sesos.
El tipo sabe que no podrían matarlo, de acuerdo a las leyes, pero ya nada existe en ese momento.
–Me dicen Cuervo.
Tu cuerpo se pone rígido. Tus manos apretan el fusil. Cuervo, el guionista de sueños mata policías. Los adictos que mataron a tu compañero.
–Arrodíllate. Vectra, Exel, las manos.
Te acercas y sacas tu corvo. Colocas el filo en una muñeca.
–¿Digitas con una o mejor te corto las dos?
–Por favor, no me cortís las manos… – aúlla.
–Entonces elige.
–No, no, no me cortís… ¡Perdónenme!
Lo agarras del pelo y enfrentas su rostro.
–Deja de diseñar porquerías, porque si te vuelvo a pillar en la realidad te cortaré todo lo que tienes. ¿Me oíste?
Lo sueltan y lo juntan con el resto. Minutos después llega un vehículo de la UCI. Se bajan dos agentes y se te acercan.
–Buen trabajo –dicen.
–¡Milico culiados, me iban a cortar las manos! –gritan desde atrás.
–¿Qué le pasa?
–Nada. Debe estar soñando. ¿Sabe quién es?
–No.
–Un asesino de policías.

Vuelves a la base. Tus hombres ríen y conversan entre sí. Los espera el hogar, sus seres queridos. Esta noche han dado un buen golpe y el descanso sabrá distinto.
Pero cuando entras a casa encuentras a tu mujer llorando. No entiendes qué pasa. Le preguntas qué ocurre, pero la mujer no puede hablar en medio del llanto histérico y desesperante.
–¡La violaron! –grita de pronto–. ¡Violaron a tu hija!
Logras calmarla y te cuenta cómo ocurrió, aunque ya lo sospechas. Vas entonces a la pieza de Ignacia y está durmiendo. Te quedas mirándola, pensando en qué vas a hacer. Mientras eso ocurre sientes que te vuelves nada. Sientes otra vez la inutilidad de la vida. De tu propio trabajo.
La violaron…
Le das un beso con cuidado para no despertarla. Luego vas a un velador y sacas tu pistola no reglamentaria. Te quedas toda la noche con ella, pensando, mientras el ruido de los mantarrayas se introduce en tu mente.
Por la mañana recibes un mensaje por canal neural.
–Einherier. Preséntese a líder de escuadrón.
Le dices a tu mujer que duerma. Ella te mira cómo si no fuese capaz de proteger nada de lo que te rodea. Tú también lo sientes así. Sales del departamento y caminas hacia el puesto de comando. Ves salir una SA a bordo de un matarraya volando hacia Santiago. Deseas más que nunca ir con ellos.
Tocas la puerta y entras. Menasor está sentado detrás de un escritorio.
–¿Quería verme coronel?
–Siéntate, Emilio.
El coronel Meneses es alto, pelo al rape y un cigarro en la mano. Ha estado en numerosos combates, en las antiguas operaciones de imposición de paz. Es un hombre valiente, duro y despiadado: el prototipo de lo que debe ser un comandante a cargo de un escuadrón de SA.
–¿Cómo está tu hija?
–Durmiendo. Pero no sé qué le voy a decir cuando despierte.
–Tu mujer dio aviso y requisamos el sueño. ¿Dónde lo compraste?
–Lo encargamos vía red. Era un simulador para aprender francés básico. Petit Francais, versión 2.0. Ignacia llegaba del colegio y lo cargaba sola. A la hora de once se ponía a recitar cosas en francés. Une table… le pain… le fromage. Lo hacía muy bien.
–Sé por lo qué estás pasando. Cuando estuve en el Caúcaso, vi cómo violaban a mujeres y niñas frente a mí sin poder hacer nada.
–Coronel, esto no es el Caúcaso. Tampoco Angola, ni Kachemira. Es Santiago. Chile. ¿Cómo vamos a dejar que violen a nuestras familias así no más?
–Tú cumples un trabajo que trata de terminar con eso. Ahora esta situación te pilló fuera de tu casa y a lo mejor tu mujer piensa que podrías haberlo evitado.
–¿Y qué podría haber hecho yo? La niña cargó el programa, apareció la maestra digital que se convirtió en un tipo que comenzó a golpearla y penetrarla por detrás. Fue lo que la niña le contó a mi mujer. Pero no sé qué otras cosas le habrán hecho.
–Mira es mejor que no los sepas. Trata de olvidar el asunto. Sé que es difícil, pero tienes un trabajo que debes hacer con mucho cuidado.
–¿Qué quiere decir?
–Vamos, Emilio, ¿a quién engañas? ¿Crees que no sé lo que estás pensando? Quieres que llegue un alerta urbana lo más rápido posible y sacarle la cresta al primero que encuentres. Ojalá un sueño adicto. O mejor todavía, exx–Vamos, Emilio, ¿a quién engañas? ¿Crees que no sé lo que estás pensando? Quieres que llegue un alerta urbana lo más rápido posible y sacarle la cresta al primero que encuentres. Ojalá un sueño adicto. O mejor todavía, un diseñador, un guionista. Si tuvieras enfrente al tipo que diseñó la violación de tu hija que infiltró su sueño lo mataría sin pensar. ¿Cierto?
–No lo sé.
–Ahora no, ¿pero y en el momento en que lo tengas frente a ti?
–No sé… bueno quizás lo mataría.
–No puedes dudar, Emilio. Ese es el punto. Y me preocupa. Porque no tenemos mucha gente y no puedo permitir tener a un líder de sección que pierda el control frente a sus hombres. Estamos en una guerra que nadie quiere reconocer y no tenemos la iniciativa. No es mucho lo que podemos hacer y tú lo sabes. Nadie nos va a ayudar, nadie va a hacer campaña por nosotros. Lo único que tenemos es a nosotros mismos. Por eso quiero que te mantengas con la moral en alto. Tú y tu sección. Y que controles tus impulsos. Fuiste un buen policía, pero ahora eres militar. Un soldado. Y acá no somos asesinos. Somos secciones de ataque. ¿Entiendes?
–Sí coronel. No se preocupe. No voy a manchar este uniforme.
–Bien. Ahora escúchame. Hay una persona que he asignado para que investigue lo que pasó con tu hija. En realidad la pedí personalmente porque la conozco y sé lo capaz que es.
–¿Inteligencia está investigando?
–Sí. Creen que el diseño vino de algún tipo escondido quién sabe dónde. De seguro un maricón que se cree especial imaginando y diseñando porquerías. Si fuera por mí lo mataría inmediatamente, sin compasión.
Piensas que tú también lo harías, si supieras quién fue. Sientes que la duda sigue sobreviviendo dentro de ti.
–Pero no son ellos exactamente los que van a encontrar al guionista o diseñador o cómo se llame. Hay otra gente trabajando ya en esto. ¿Has oído hablar de Los Espectros?
–Sí.
Los Espectros. Nadie sabe mucho de ellos. Se supone que son la sección especializada de las Fuerzas Armadas en el combate de sexta generación: infiltración de centros de comando y control, ataques furtivos a los sistemas de inteligencia artificial, destrucción de puntos neurálgicos, tácticas de bio-informática, control de conciencias emuladas… toda una zona de combate invisible pero en permanente conflicto.
No se conoce mucho sobre la identidad de Los Espectros, pero hay rumores que se trata de mentes emuladas en ambientes digitales. Mentes de oficiales ya muertos o bien en estado de suspensión neural permanente. Los norteamericanos usan fetos que cultivan en órbita para entrenarlos en combates de bio-redes. Quizás son puros rumores y se trata de personas comunes y corrientes entrenadas para el combate de sexta generación.
–No es fácil que Los Espectros hagan este tipo de trabajo porque están siempre en modalidad de combate, pero uno de ellos se dará el tiempo de trabajar en esto. Se llama Minerva. Es una de las mejores oficiales de rastreo y búsqueda. Te ayudará a encontrar quién fue el tipo que infiltró el sueño.
–¿No daremos cuenta a la UCI?
–No, esto lo llevaremos nosotros. La UCI está lenta y abrumada por los reglamentos.
–¿Dónde encuentro a Minerva?
–Ella te encontrará. Pero no esperes verla. Los Espectros casi no existen en la realidad.

4.0
Durante varios días esperas el llamado de Minerva.
A tu sección le dan unos días de descanso. Aprovechas de estar con Ignacia, pero la niña no habla, y sus ojos están fijos en algo que tú no puedes ver. La llevas al psicólogo de la base, pero no hay demasiado progreso. Tendrá no puedes ver. La llevas al psicólogo de la base, pero no hay demasiado progreso. Tendrá secuelas permanentes. ¿Cómo explicarle a una niña que lo sufrido no fue real? ¿Cómo explicarle que sólo lo bueno es real y lo deforme un sueño?
No tienes respuesta. Sabes que necesitarás de mucho tiempo para que sane esa herida. En ti y en tu hija. En todos.
Pero en medio de los vuelos de reconocimiento, de las noches sin turno, te preguntas qué sentido tiene encerrar a criminales y violadores, cuando un tipo puede destruir la vida de tu hija a distancia, sin necesidad siquiera de salir de su casa.
Te preguntas cómo combatir eso. Te preguntas si tiene demasiado sentido.
Desde el mantarraya se pueden ver las luces de la ciudad como una galaxia, expandiéndose y alcanzado la oscuridad. Pero sientes que es al revés. Es la oscuridad la que se mantiene ahí, en silencio, esperando el momento.
–Sección de Ataque A505, este es Arauco-1, cambio.
–Arauco-1 este es SA-505, cambio.
–Diríjanse al cuadrante K16, Santiago-Oeste. Policías bajo ataque, repito, policías bajo ataque.
–Enterado Arauco-1, este es SA-505. Vamos hacia allá.
El mantarraya zumba y sus hélices silenciosas susurran en la noche sin viento, en dirección oeste. El piloto inicia los sistemas furtivos y un par de minutos después alcanzan el objetivo.
Es un antiguo barrio de Santiago-Oeste, la parte más afectada por el terremoto del 2040. Sus edificios bajos y grises parecen ruinas de bombardeo. Es territorio de nadie hasta que sin previo aviso llegan las pandillas de tecnokupas a someter los escombros.
–Exel, termográfico. Enfoca a la patrulla.
En la pantalla aparecen fantasmas de colores vivos en medio de un azul oscuro y vacío. Una llamarada emerge incesante, mientras a pocos metros unos tonos rojos y amarillos forman una figura humana desplomada sobre sí misma.
–Escáner médico.
El hombre se mueve con dificultad sobre la calle mientras en la pantalla las líneas de la vida forman pequeños montículos, moviéndose lentamente.
–Arauco-1, tenemos patrulla incendiándose. Oficial muerto dentro de ella. Oficial herido necesita ayuda. Solicito neutralización de posibles blancos hostiles, repito, solicito neutralización de posibles blancos hostiles.
–¿Cuál es el estado del oficial vivo?
–Contusiones múltiples, heridas de balas en la pierna, brazo y cadera.
Estado crítico.
–¿Edad de los blancos?
–No lo sabemos. No hay rastro visible de ellos.
–Desciendan e investiguen. Rescaten al oficial. Silencio de fuego, repito, silencio de fuego. Esperen confirmación de atacantes.
El mantarraya gira sobre sí mismo y busca un lugar protegido. Desciendes con tus hombres y preparan sus armas.
–Ya saben, silencio de fuego. Avancen por la calle hacia la patrulla. Siegfrid, Vectra, primero. Húsar, tu conmigo. Vamos.
Avanzan por la calle en dirección a la llamarada que ilumina la oscuridad del sector. La calle desemboca en un pasaje rodeado de edificios bajos, de no más de cuatro pisos.
–20 metros. Capitán, no veo nada –dice Sigfrid.
–¿Manta, que ven?
–Nada capitán.
–Bien. Siegfrid, Vectra, saquen al policía. Arrástrenlo hacia la pared de ese edificio.
–Comprendido.
Los hombres avanzan hacia la patrulla con los fusiles en alto.
Ráfagas de disparo.
–¡Emboscada, emboscada! –grita Exel
–¡Emboscada, emboscada! –grita Exel
Un hombre cae al suelo. Vectra.
–Le dieron, le dieron.
–¡Mueran milicos fascistas! –se escucha desde algún lugar.
Ráfagas… Gritos de júbilo.
–Vectra, Siegfrid, retrocedan.
Siegfrid se incorpora y toma del brazo a Vectra.
–Arauco-1, tenemos oficial herido de la policía bajo fuego. Solicito permiso de netralización.
–Confirme edad e identidad de los atacantes.
–¡Están en las ventanas de los edificios!
–¡Exel, que ves!
Optrónica de alta densidad.
La visión cruza los muros derruidos por la humedad, el polvo en suspensión y alcanza la piel. Capta los píxeles de colores. La visión se aleja para ver el tatuaje. La calavera negra y roja de un feto atravesado por una cuchilla, rodeada de un rápido nombre:
Deadheads
–Capitán, son Cabezas Muertas.
Cierras los ojos.
Los Cabezas Muertas usan adolescentes como vanguardia de combate. Sus cabecillas los dirigen a distancia. Quienes te disparan no tienen más de 17 años.
No podrás disparar.
–Arauco-1, este es SA-505. Ninguno de los atacantes supera los 17 años. Solicito permiso de neutralización.
–Negativo. Repito, negativo. Rescaten al herido y salgan de ese lugar.
–Arauco-1, imposible rescatar al herido. Estamos bajo fuego, repito estamos bajo fuego.
–SA-A505, conserve su posición y espere refuerzos. Unidades de la policía se dirigen al sector. Mantenga su posición.
–¿Tiempo estimado de llegada?
–Veinte minutos.
–¿Veinte minutos? ¡Capitán, van a hacer mierda a Vectra en cinco minutos!
–Arauco-1, tenemos hombre seriamente herido en la línea de fuego. No podemos evacuarlo y está bajo fuego. Si no neutralizamos a los atacantes estará muerto.
–SA-A505, conoce la situación. No puede hacer fuego a menores de 17 años. Mantenga su posición y espera los refuerzos.
–¿Están cagados de la cabeza?
–Siegfrid, silencio.
–¡Están matándolo! ¡Lo están matando como si fuera un juego, esos hijos de puta! –grita Exel.
–Capitán, tenemos que responder –dice Vectra. Notas que tiene una voz distinta.
–Los voy a liquidar. Puedo verlos. Un disparo más y los liquido a todos – Siegfrid no deja de apuntar.
–Siegfrid, ¿qué cresta estás haciendo? Si disparas te retirarán del servicio.
–No me importa. No dejaré que maten a ese hombre.
Una disparo hace estallar el lector de audio y se incrusta en la pierna del oficial. Se escucha un grito.
–¿Qué hacemos? –Pregunta Húsar.
Las llamas se han ido apagando y una tenue lluvia comienza a caer. El policía sigue desplomado y ya casi no se mueve.
–No creo que sobreviva –apunta Vectra.
Desde el otro lado se escuchan gritos.
–¡Vengan milicos de mierda! ¡A ver si son tan valentones los hijos de puta!
–Capitán…
Otro disparo. Ahora el grito es ahogado, casi con rabia.
No sabes qué hacer. Tienes ahí un tremendo poder en tus manos, equipo que vale casi millones y no puedes usarlo. Sólo esperar a que llegue la policía que sí puede disparar. Pero tienes claro que apenas aparezcan los Cabezas Muertas se esfumarán buscando otros escombros donde pasar la noche y dispararle a la nada.
El policía sigue aún vivo y desde el mantarraya monitorean sus signos vitales.
El policía sigue aún vivo y desde el mantarraya monitorean sus signos vitales.
–Manta, ¿cómo sigue el oficial?
–Grave, capitán. Espere, creo que dice algo.
–Retransmite.
Todos se mantienen alerta.
–Salgan… de… a… quí.
Otro disparo.
–¡Conchesumadres! –Grita Siegfrid.
Entonces ves a un Cabeza Muerta, casi un niño, avanzar con una molotov en su mano. Se acerca sonriente al cuerpo del policía. Le lanza una patada y luego su brazo hace estallar la botella ardiente en todo su cuerpo. El policía se retuerce en el suelo, aullando, mientras se escuchan gritos de júbilo y disparos. Luego todo queda en silencio.
Observas la escena, el cuerpo ya inerte del policía que se hace borroso a pesar de no llueve.
Minutos después una patrulla llega al lugar.

Vuelas en silencio hacia Arauco-1. Observas el rostro de tus hombres y puedes ver la amargura e impotencia convertidas en silencio.
–Maldita ley… maldito Congreso.
–Calma Siegfrid. Esa es la democracia. Que no te sorprenda si después nos quitan las armas –dice Vectra.
–A la mierda la democracia. Capitán, ¿vamos a quedarnos así, viendo cómo nos matan?
No sabes qué responder. Sabes que no hay posibilidades de cambiar las cosas. Sabes que el cáncer jamás se cura, sólo se pospone, con medicamentos inútiles: Policías, UCI, SA. Nunca serán suficientes. La enfermedad está ya demasiado extendida, demasiado protegida para causarle un daño quirúrgico.
¿Entonces qué queda por hacer? ¿Qué sentido existe para seguir luchando?
Una voz te trae una respuesta. Penetra en tu canal neural privado, rompiendo tus barreras de protección. Sabes quién es. Sabes quien puede penetrar así, como un espectro.
-Einherier, soy Minerva. Coordenadas 4-5-67. La policía va en camino. Necesitarán el apoyo de tu SA.
Miras a tus hombres, desmoralizados. Piensas en el cuerpo de ese policía, sin vida, sin forma buscando una respuesta. Recuerdas a Sergio. Piensas en Ignacia.
–Piloto. Fija nuevo rumbo a estas coordenadas.
–Pero volvemos a la base.
–Aún no. Hay trabajo que hacer. Vectra, Exel, Siegfrid. Preparen armas.
Los hombres se sorprenden por unos cuantos segundos, pero pronto vuelven sus rostros serenos, los rostros del deber que de tanto en tanto ves en alguna esquina de tu ciudad.

El sueño termina. La versión 4.0 se eclipsa.
–¿Qué te pareció? –Le pregunto, a través del canal neural.
–Extraño. Me sentí como si fuera yo.
–Bueno, pero si eres tú –le digo.
–Es un decir.
Se levanta y sacude la cabeza. Después del retiro las cosas siguen existiendo, piensa y yo capto ese pensamiento, con dos minutos de retraso.
–Es extraño sentirse uno mismo después de tanto tiempo –dice.
Después del incidente con los Cabezas Muertas tuvo que abandonar la Fach. Estuvo en prisión cinco años y en ese tiempo pensó mucho en todo lo ocurrido, en todo lo que estaba pasando. Los sueños ilegales eran casi invencibles; nadie los combatía en la realidad. ¿Y por qué no entonces combatirlos en su propio territorio, con sus mismas cartas?
¿Por qué la gente no podía sentir ni vivir lo que él estaba pasando? Quizás si alguien se metía en la vida de un policía juzgaría mejor sus convicciones. Si todos viviéramos las vidas de otros, comenzaríamos a entender nuestros propios errores, creía.
Fui yo quién se lo sugirió, aunque la idea rondaba en Fach desde hacía tiempo. Pero siendo su caso emblemático, de conmoción nacional, sería bueno errores, creía.
Fui yo quién se lo sugirió, aunque la idea rondaba en Fach desde hacía tiempo. Pero siendo su caso emblemático, de conmoción nacional, sería bueno presentar otra perspectiva, más personal que juegos como NATIONAL STATE 3.0, FRENTE INTERNO 2.3, HUSAR 4.0, o FRONTLINE 5.0.
Diseñar un sueño vivo, a partir de una experiencia vivida no es tan difícil cuando es tan intensa o tan significativa. Por eso creí que era mejor mostrar la cosa poco a poco. Una versión progresiva de los hechos tras otros. Unos fragmentos de vida.
EINHERIER 1.0 había llamado la atención de varios soñadores y tanto las versiones 2.0 y 3.0 dejaban en claro hacia donde iba el sueño. Bueno, en realidad hacia dónde va, pues no todo terminó ahí después que le envié la posición de Sade, el diseñador-guionista que había violado a su hija.
La versión 4.0 era acaso la más difícil pues no reflejaba la realidad de lo que había ocurrido. Es una frase curiosa tratándose de un sueño vivo, pero creo que era un secuencia muy fiel a lo que pudo haber pasado.
–Creo que igual ha quedado bastante bien. Pero hay todavía hay mucha gente que espera una versión 5.0 o 6.0 donde por fin liquidan a los Deadheads. He rastreado esa parte de tu memoria. Aún es una imagen muy viva.
–No habrá necesidad. Cada vez que termine la versión 4.0 sentirán esa rabia inmediata, pero después se calmarán. La rabia se volverá entonces pensamiento y el pensamiento convicción. Y cuando llegue el momento, cuando la lucha sea abierta y completa, todos ellos serán como Einheriers luchando por salvar este país. Combatiendo a las fuerzas de la disolución. La lucha se dará en la mente, como ha sido siempre. Pero tú ya lo sabes ¿verdad?
–¿No quieres que diseñe lo que realmente pasó esa noche? Digo, si no piensas aún emularla de tus recuerdos y quieres revivirla.
–Me parece que el dolor no se olvida. Y es más real cada vez, aunque difuso. Quizás por eso duele tanto. Quizás en la versión 5.0 puedas diseñarlo de esa forma: como un recuerdo fragmentado, que te alcanza de distintas formas, de distintos lugares. No una imagen directa. Sólo una sensación de cómo fueron las cosas. O de cómo uno las siente y recuerda.
Ignacia lo sorprende cerrándole los ojos. La joven es extrañamente silenciosa. Gracias a un programa de disolución mnemotécnica ha podido olvidar por momentos lo ocurrido. Pero su silencio es especial. Quizás llegue a ser un espectro como yo.
Los dejo solos y me alejo de su mente. Vuelo a través de las corrientes invisibles hacia alguna zona de combate.

5.0
–Arauco-1, solicito permiso de netralización.
–Negativo, no pueden disparar.
El Deadhead caminando, con su sonrisa joven, ya distorsionada. La molotov en su mano. El fuego consumiendo al policía y sus gritos sin esperanza.
–¡Vectra, Siegrid, Exel! ¡Prepárense a disparar! Neutralicen objetivos. A mi señal.
–Capitán, pero…
–Yo asumo la responsabilidad.
–¡Al fin! Estoy con usted Capitán. ¡Vamos Exel!
–¡Abran fuego! A la mierda la ley 616.
–A la orden líder. ¡Vamos Sección de Ataque, disparen a matar!
Seleccionaron sus blancos. Luego los fusiles de pulsos hicieron fuego: dos, tres, cinco, diez cuerpos silenciados.
–¡Nos disparan, nos disparan!
Luego todo terminó.
Los SA corren ahora hacia los edificios para registrar los cuerpos.
Un cuerpo joven, agonizando.
Un cuerpo joven, agonizando.
El niño estaba envuelto en una angustia terrorífica, en una inmensa sensación de desamparo. Su cuerpo se agita, con desesperación.
Te acercas y le tomas la mano.
Los Cabeza Muertas eran sólo niños indefensos, niños que habían llegado demasiado lejos. Nadie les había advertido, nadie les había dicho la secuela más dura de los sueños vivos:
El miedo primitivo y humano a la realidad.

Pablo Castro Hermosilla

Mariana

por Jorge Baradit

Guiamos el desarrollo de la Web con sentido estético. Planeamos el desarrollo de Internet como una copia de la particular estructura neuronal de un santo. Cada nodo incorporado diariamente es una letra del conjuro definitivo. Y cuando la última palabra sea agregada, el altísimo tocará esta obra de sacra artesanía con su dedo hirviente y se alzará viva, cantando una letanía electrónica en nota sol, levitando sobre las cabezas de los hombres. Todas las mentes se sincronizarán a través del tono transmitido desde el cielo y serán infectados de amor a Dios. El alma de la humanidad emergerá y se hará carne y cable como gran insecto elevándose en una sola mente, cantando oraciones en código binario plenas de señales montadas en frecuencias standard, transmitiendo el infinito rostro de Dios directamente a la corteza cerebral.

(Oración del Klóketen, culto de “Los Hombres de las Cruces”. Ygdrasil. Año 18)

“Seguro que la droga estaba contaminada”
Mariana llevaba dos días sin comer. El “maíz” le había convertido la realidad en una borrosa película en blanco y negro editada a tijeretazos. Se sentía incapaz de distinguir el tiempo presente de entre el bosque de recuerdos inconexos que afloraban a su conciencia como cadáveres desde el fondo de un lago.
La habían intentado violar dos veces mientras se tambaleaba vomitando hacia el baño de la casona. Recuerda vagamente haberse defendido con pies y manos de agresores anónimos, de alientos podridos por el alcohol sintético de los traficantes.
“Contaminada con malos espíritus, quizás”.
Tenía señas de un golpe en la cabeza.
Tenía ese frío seco de las resacas del “maíz” clavándole los oídos.
Cada dolor estaba incrustado perfectamente de acuerdo al diagrama usual.
Sin embargo, la sensación de asfixia… sólo podía significar que la droga estaba contaminada.
El maíz es una droga muy sensible al medio ambiente psíquico. Si se expone cerca de una muerte violenta siempre resulta afectada. Además, también está el riesgo de adulteración con neurotoxinas vencidas, orina de gato, o cualquiera de esas porquerías que los chamanes junkies de los suburbios importan desde Bolivia. Las cosas estaban cada día más raras y a los 17 años ya podías ser un veterano completamente fuera de onda, con serio peligro de caerte por el borde del juego de puro desinformado.
Le dolían las encías.
La asfixia la paralizaba de terror como a un pez en el piso de un bote, viendo al mundo girar entre la neblina grasosa de la semi inconsciencia.
Una película de cine editada a tijeretazos…no había duda, seguro que la droga estaba contaminada.
–¿Ya contactaste a la “chilena”, Ramiro?.
–No personalmente, don Eugenio. Pero nuestro enlace asegura que mañana podremos entrevistarnos con ella y plantearle nuestro encargo.
–Y convenir el pago.
–Esa mujer es muy particular, señor. Sus servicios no son caros pero se reserva aceptar o no los trabajos de acuerdo a criterios que se nos aparecen incomprensibles.
–¿Es una excéntrica?.
–No, señor. Es una psicópata.

Eugenio Balandro era presidente del Partido Obrero Revolucionario desde los orígenes de la Segunda República. Por supuesto no era obrero y jamás había participado en revuelta alguna. Era el máximo dirigente de un movimiento en decadencia, aplastado por los sucesivos éxitos de su principal partido opositor, que pronto completaría un tercer exitoso e insoportable período en el poder.
El Partido Obrero había hecho todo lo posible para hacerlos fracasar, incluso boicotear secretamente los planes de ayuda a los más necesitados, pues no podían permitir que también les quitaran el amor de las grandes masas de hambrientos; siempre habían sido su mejor carta de negociación y hoy los necesitaban más desesperados, despojados y molestos que nunca.
Eugenio había sido reclutado a los 4 años de edad luego de un minucioso rastreo. El equipo psíquico del partido, más cuatro cibernautas nepaleses, habían scaneado durante años el plano astral con sus consolas–ouija buscando rastros de la esencia de un olvidado líder de masas de principios del siglo XX. Estafador, ladrón y finalmente dirigente sindical; instigador a sueldo de los levantamientos obreros financiados por el gobierno chileno en las plantas salitreras, asesinado luego por el mismo gobierno una vez que se hubo llegado a acuerdo con los dueños de la Industria del Salitre acerca del nuevo régimen de impuestos. Mártir de la causa obrera, se hicieron grandes esfuerzos para esconder que en sus últimos momentos había intentado vender las posiciones de los montoneros a cambio de inmunidad. Trato imposible de realizar porque, por supuesto, su muerte era uno de los requisitos de los inversionistas para cerrar las negociaciones.
Eugenio era el candidato perfecto para dirigir el partido en los años de cruenta guerra política que se vivían.
Cibernautas nepaleses adictos a la mescalina se frieron el cerebro año tras año conectados por los nervios ópticos a las consolas–ouija, scaneando los patrones de su sombra derivando por los meandros del plano astral. Hasta que un día nació nuevamente, sano y fuerte en Bérgamo, Italia, en el seno de una buena familia de campesinos que fue rápidamente eliminada, por supuesto.
Eugenio Balandro era genial. Todos estaban de acuerdo en que la decadencia del partido nada tenía que ver con su gestión. Estaban seguros de que tarde o temprano encontraría la manera de derrotar a sus oponentes y entonces podrían poner en práctica la propia visión de cómo dirigir un país y profitar sin llevarlo a la bancarrota. Les desesperaba ver a sus oponentes gozar de una mujer que consideraban de su propiedad.
Si, Eugenio Balandro encontraría la manera, no les cabía duda.
–Con su permiso, señor –dijo Ramiro Bermejo, secretario personal y enlace de Don Eugenio con el comité del partido–. Les comuniqué su decisión pero nadie considera que éste sea un momento adecuado para actuar en contra del Gobierno.
Eugenio ni siquiera lo miraba inclinado en su sillón, disfrutando a través de los ventanales de la increíble reproducción hi–fi de las costas del lago Carrera en la patagonia chilena.
–Nadie duda de su criterio, señor –agregó Ramiro con toda la humildad que pudo darle a sus palabras–, pero el gobierno ha alcanzado los índices de popularidad más altos en la historia de sus mandatos y….
–Y por eso van a ser derrotados –interrumpió Eugenio.
–Pero… no parece ser el momento, señor. Acaban de lanzar el Plan de Soberanía para el Ciberespacio, un proyecto aplaudido sin reservas por todos los sectores del país, señor –insistió cautelosamente.
–Y si fracasara sería la caída más estrepitosa de los últimos años, también. ¿No lo crees?
–No hemos encontrado fallas, señor. El proyecto ha demostrado ser 100% seguro a pesar de los temores de la gente.
–Los temores de la gente ¿Y no es eso acaso lo que finalmente importa? Si por alguna razón el miedo al proyecto se extiende y la gente no participa en él toda la enorme inversión del gobierno se irá al tarro de la basura, podremos acusarlos de dilapidar el dinero del pueblo financiando monstruos tecnológicos sin destino y comenzar nuestra ofensiva. No puedo creer que el comité no haya comprendido algo tan sencillo.
Ramiro se mantuvo en silencio ejercitando el deporte preferido de los subordinados, conjeturar el plan tras las palabras y el plan detrás del plan.
–Creo que el gobierno ya lo consideró, señor –agregó tímidamente– sabemos que pretenden “levantar” al presidente del Banco de México. Ese sería un gran golpe publicitario. Sería un claro mensaje para la gente que el Plan de Soberanía para el Ciberespacio es seguro.
Eugenio se puso violentamente de pie y caminó hacia un hermoso mueble de caoba lleno de carpetas. Era un hombre alto, de aspecto noble. Ramiro lo siguió con la mirada de respeto, envidia y temor con que se mira a un líder que se sabe superior.
–Encárgate de esto –dijo arrojándole una carpeta–, es el dossier de una asesina a sueldo de la peor clase. Tiene gran experiencia en asesinatos on–line, aunque es una junkie en caída libre un tanto impredecible. Le dicen “la chilena” –Ramiro lo miró alarmado–. Sólo imagínate el siguiente cuadro. Todo el país pendiente de la transmisión en vivo del “levantamiento” de la mente del presidente del Banco de México, principal accionista del proyecto. Todo el país recibiendo en directo las imágenes de sus patrones neurológicos de pronto inexplicablemente rojizos y sus repentinos alaridos sintetizados, el replay de su cerebro–data estallando en mil pedazos contra la nada. El primer plano del rostro del ministro de tecnología, desencajado. Todas las fichas del gobierno perdidas en una sola apuesta ¿No es perfecto?
Ramiro medía y calculaba. La idea parecía demasiado brutal y le encantaba.
–¿Cree que esta “chilena” podría hacer un trabajito así? Se trata del ciberespacio, no de un bar en las poblaciones, señor. Pero…si pudiera…sería maravilloso.
–Testéala, encárgate. Para eso estás aquí.

Mariana caminaba dando tumbos por un callejón de los suburbios con la cabeza llena de estática. Abrir y cerrar los ojos era como abrir y cerrar un canal de comunicaciones saturado de datos tóxicos y abrasivos.
La noche no tenía luna.
“No me hablen, no quiero escuchar”.
Mariana cierra los ojos y siente que dos serpientes, una roja y otra negra, penetran sus cuencas vacías para morderle el alma y sacarla afuera. Sus sinapsis están fuera de control, inundadas de “maíz”, la primera droga nanotecnológica producida artesanalmente.
“Y tú, pobre niño, ¿que haces aquí?”
“Tú, ¿eras un soldado?”
Las serpientes salen por su ano convertidas en plugs que se hunden en la tierra y la conectan al inconsciente colectivo del planeta.
–¡Ustedes están muertos! –grita agitando los brazos.
Silencio.
Estática.
De pronto está a tres calles de distancia sin la más mínima noción del transcurso.

“Una película editada a tijeretazos”.

Suspira hondo y trata de calmarse. Esos pasajes críticos son muy riesgosos, se comportan de la misma manera que las “detenciones seguras” que utiliza la policía contra los delincuentes más peligrosos. Un dardo tóxico que divide químicamente los cuerpos físico y astral del afectado, que se ve de pronto flotando a tres metros de altura mirando a los policias llevarse su cuerpo inerte, técnicamente muerto hasta que el equipo médico, compuesto de ingenieros y chamanes con consolas–ouija, lo traigan de regreso.

“Concéntrate, acuérdate”.

Se sentía rodeada de un agradable aroma a limones.
Caminó hasta un sitio eriazo en la mitad de una población suburbana.

Pensaba en el tatuaje de su muslo que, de pronto, se pone de pie frente a ella para hablarle sobre la soledad mientras cientos de hormigas trazan diagramas que lo explican todo. Mariana solloza, las hormigas se angustian por alguna razón y entran orando respetuosamente por sus fosas nasales.
“Los Pálidos. Tengo que matarlos”, y se le erizó el vello de la nuca.
De improviso toda una avalancha de datos irrumpe de golpe en su campo visual y sabe por qué está ahí.
Lleva tres días rastreando el punto donde “el Pálido quieto” y su gemelo idéntico harán contacto este año.
“Los Pálidos” eran los líderes de una red de narcotráfico de esas drogas forteanas que potencian químicamente la receptividad a los fenómenos paranormales, es decir, en el “vuelo” puedes ver a los muertos. Su principio psicoactivo es básicamente actividad poltergeist fijada como estática a placas microscópicas, montadas en insectos nanotecnológicos, que se inyectan directo al hipotálamo. La industria del arte y la investigación criminalística pagaban pequeñas fortunas por unas cuantas gotas.
La actividad poltergeist se obtenía asesinando violentamente a niños pre púberes en enormes tanques de aislamiento rodeados de placas de cobre que “recibían” y fijaban el horror y las altas cantidades de energía despedidas al momento de sus muertes.
En uno de esos tanques habían muerto 10 de las mejores prostitutas del “Machete”, prominente administrador de la “carne” local a quien, por supuesto, no le había gustado nada esa baja en sus activos. Así que mandó llamar a Mariana.

“El Pálido quieto”. 1187…11:87?..11/8/7?

“El Pálido quieto” era un cuerpo con dos cerebros completamente diferenciados dentro de su caja craneana. Era un hombre con dos almas que vivía para ofender la vista de dios. Tenía satélites naturales orbitándolo.
Su gemelo idéntico caminaba sin detenerse, en sentido contrario a la rotación terrestre, leyendo la frase escrita en el suelo que es necesario recitar para mantener la estabilidad de las cosas.
Ambos se alimentaban sólo de hostias consagradas.
Hoy se cruzarán y es el momento para matarlos.

“Hoy mataré a esos perros asquerosos”, piensa. Sus manos se crispan sobre los cuchillos y siente algo parecido a la excitación sexual. Instintivamente se agazapa y siente como se transforma en un jaguar.
“Voy a matar a esos perros, a esos cerdos cerebro de testículo”, murmura mientras aguza la vista sobre dos siluetas que se recortan contra los matorrales y la penumbra, “seguro violaban a las niñas con sus penes llenos de inmundicia los muy degenerados. Seguro las violaban a golpes mientras ellas les pedían que se detuvieran, los muy hijos de puta”.
Las dos siluetas avanzan una contra la otra.
“Los hombres son todos unos violadores. Cristo se abrió una vagina en el costado para comprendernos mejor. Las mujeres somos mártires atravesadas por la lanza de Longinos”, deliraba arrastrándose con las garras clavadas al polvo.
Las siluetas se encuentran y se abrazan. Un enorme cuchillo entra por la nuca de uno y sale a través del ojo del otro. Un demonio negro y metálico baila frenéticamente en torno a ellos cortando y hundiendo con maestría y ferocidad.
Mariana sangra de pies y manos.
Al cabo de unos segundos los gemelos yacen destrozados pero Mariana no se detiene en su rito, absolutamente transportada. Les abre una vagina bajo el escroto, se come sus testículos con recogimiento; les abre el estómago, extrae las vísceras, rellena el espacio con tierra y un escarabajo vivo, luego cose la herida con alambre y llora a gritos hasta que se duerme.

“No me hablen, no quiero escuchar”.

–Mariana, despierta.
Ramiro Bermejo la toca cautelosamente con su bastón.
Sus hombres ya habían limpiado el lugar y quemado los cadáveres con enzimas digestivas. Minutos más tarde cargaban a la mujer con evidente desagrado, tenía a lo menos un par de semanas sin conocer el jabón y la sangre seca en sus ropas indicaba que la fiesta de la noche anterior no había sido la única de los últimos días.
Cuando despertó, ya en instalaciones del partido, se mantuvo inmóvil y en silencio durante horas antes de comenzar un tenue monólogo sobre pasajes de su propia infancia. Ramiro intervino en el relato y comenzó un extraño diálogo entre desconocidos, fabricado de retazos. Hablaron de Valparaíso, de un viaje a Colombia, de la ciudad bajo la Cordillera de los Andes, hablaron sobre las profundas marcas de cuchillo en su espalda y de la manera más rápida de matar a un hombre. Hablaron de cierta persona que merecía morir, hablaron de la paga por degollarle la mente, hablaron del ciberespacio.
–Primero haremos una prueba de tus habilidades en la web. Tendrás que ingresar a la intranet del Hospital de Bogotá –dijo Ramiro–, nuestros técnicos nos aseguran que inyectándote un par de megabytes de entrenamiento no vas a tener ningún problema para manejarte en ese ambiente.
Mariana lo mira con ojos vidriosos, riéndose como una estúpida.
–Le voy a cortar el cuello con una botella.
–Hoy descansarás, mañana te injertarán y pasadomañana irás de cacería por el ciberespacio– dijo Ramiro, palmoteándola como a un perro de presa.
–¿Quién es ese al que tengo que matar?
–Un tipo accidentado en motocicleta. Recogieron los restos de masa encefálica y digitalizaron la información que contenían, la levantaron a su intranet y la montaron en una estructura neuronal standard. La próxima semana le van a injertar un cerebro nuevo y le imprimirán los fragmentos de su esencia. Tendrán que dotarlo de memoria sintética para llenar los vacíos, por supuesto. Inventar su infancia, su primer beso, parches de conocimientos académicos, etc. Su alma está irremediablemente perdida pero la transnacional dueña de su contrato exige revivir a este zombie por tratarse de un ingeniero clave en el desarrollo de ciertos proyectos de enorme valor comercial.
–Y tengo que matarlo.
–Es sólo un test, no te preocupes, El ya está muerto, lo que revivan será otro procesador de datos humano de esos que viven en las bodegas de las empresas. Sólo queremos verificar que seas capaz de asesinar on–line, luego te daremos tu objetivo real.

Dos días después Mariana se preparaba para ingresar a la Web. Se hincó frente a un agujero en la pared similar a un ano mecánico, introdujo la cabeza y un anillo se cerró en torno a su cuello. Una aguja entró por su frente inoculando mescalina hirviendo de microbios nanotecnológicos. Un tubo flexible entró por su boca y recorrió todo su sistema digestivo, salió por su esfínter y entró en su vagina desplegando dos garfios que se engancharon a sus ovarios. Por el interior del tubo comenzaron a circular escarabajos azules, caminando en hilera, con un mantra dibujado en sus élitros. El mismo mantra se comenzó a escuchar vibrando al unísono con las ondas encefálicas de Mariana y la máquina entró en trance.
Mariana cayó al agua.

>acceso a la web, autorizado

Mariana de pie frente al mar.
La construcción le impide girar demasiado hacia la izquierda o hacia la derecha. El cielo está más bajo de lo normal y gira velozmente. Las estrellas son agujeros que dejan ver la luz que hay más allá en las zonas caóticas del ciberespacio, al parecer cumplen la misma función que los agujeros de las antiguas tarjetas perforadas.
La Web había sido reestructurada completamente 50 años atrás a la manera de un océano. Tenía sus propias mareas numéricas, microclimas informáticos y tormentas que reordenaban aleatoriamente los distintos cardúmenes de datos sumergidos en el plancton que contenía el sistema operativo del software. Todo estaba administrado con criterios ecológicos estrictos. La Web se había convertido en un gran organismo océanico gobernado por la libre interacción de sus componentes en un circuito autoasistido casi biológico.
La playa era la plataforma de acceso.
El sonido del conjunto parecía sacado del corazón de una fábrica en plena Revolución Industrial. Émbolos y engranajes gruñendo en los sótanos del software, arrastrándose tras la escenografía de la playa.
“Cosas” asomaban a la superficie del mar y luego se hundían.
Mariana estira la mano y saca un pez abisal que le hace una pregunta. Lo abre por la panza y saca un cuchillo, lo entierra en el sol y pide acceso: “Solve et coagula”, murmura. El cielo se abre como un párpado y el mar detrás del cielo se revela como una masa de estática similar al ruido blanco de los monitores sin señal. Mariana calibra esa imagen y digita unos conjuros en voz baja con los ojos cerrados. Entre la niebla de la estática escucha inesperados lamentos que la sacan de su meditación, gemidos de textura magnetofónica arrastrándose por el suelo y una mano le toca el hombro.
“Esto no tiene nada que ver con el Hospital de Bogotá”, piensa sobresaltada haciendo esfuerzos para no dejarse llevar por las extrañas presencias que parecían brotar como hongos en las paredes de la programación del software.
“Concéntrate”.
La intranet del Hospital de Bogotá era una hermosa mujer con branquias recitando una pregunta de acceso con voz bellísima. Mariana la besó apasionadamente y pudo conectarse sin problemas, la pasión fue recíproca y la mujer la devoró con su boca de anaconda. Las paredes intestinales estaban escritas, el estómago de la serpiente parecía un árbol flotando en el centro de un universo de dimensiones reducidas, hecho de pequeños mosaicos de obsidiana. Dentro de un fruto encontró al paciente indicado. Los restos de su mente estaban montados sobre una estructura neuronal standard que parecía un panal de furibundas termitas trabajando afanosamente, llevando dendritas de aquí para allá, llorando con pequeños gritos espantosos en frecuencias agudísimas.
“Acupuntura sónica”, pensó la mujer.
Suspiró.
Cerró los ojos para mirar con el cuerpo.
Convirtió sus manos en uñas congeladas del largo de katanas y atacó.
La lucha contra las termitas fue corta y atlética. Mariana giraba y cortaba cabezas avanzando hacia el centro blando de la estructura. De un salto cortó las cabezas de las últimas termitas guardianes y quedó en cuclillas frente a un niño asustado, no dudó en hundirle una uña en la frente y ahogarle el grito degollándolo de un golpe.
Todo tomó coloración rojiza.
Huyó por la línea telefónica asociada a los monitores cardíacos hacia las lagunas de la empresa de telecomunicaciones Aotel, dueña de los empalmes.
Salió caminando hacia la playa de acceso, cayó hacia arriba y la sacaron como se saca a un recién nacido, a un bautizado húmedo de placenta y mescalina, inconsciente.
–Todo salió perfecto –murmuró Ramiro–. Déjenla descansar unas horas.
Las primeras horas de inconsciencia fueron tranquilas, pero pronto comenzaron a brotar infecciones neuronales adquiridas durante su permanencia en la red. Su conciencia fue atacada por gemidos. Gente muerta rasguñando el piso bajo ella, hablándole a través de grabaciones magnetofónicas, amenazando derramarse desde pantallas de televisión encendidas, insultándola imperceptiblemente desde los enchufes de corriente eléctrica. Mariana pudo escucharlos pidiendo ayuda desde las cintas de antiguas grabadoras dejadas encendidas al ambiente. Intentando comunicarse desesperadamente.
Una voz se separa y le susurra al oído un secreto terrible, Mariana llora.

El proyecto de Soberanía para el Ciberespacio se había convertido en la obsesión del Gobierno. Estaban convencidos que sería más importante que las estaciones en la luna o las bases de avanzada en el subsuelo antártico. Se trataba de la colonización de todo un nuevo continente de características ilimitadas.
El Gobierno pagaba importantes sumas de dinero a los voluntarios que aceptaban sumarse al programa. Incluso se sabía de tratos con criminales, blanqueo de papeles y reducciones de condena a cambio de aceptar ser “levantado” a la Web.
El concepto era sencillo. Se sometía al voluntario a un scaneo de sus patrones de memoria y se transferían sus funciones cerebrales, a través de una interface adecuada, directamente al ambiente del Ciberespacio. Las mentes “levantadas” eran asignadas a espacios de memoria protegidos y administrados por el Gobierno llamados “granjas”, donde desarrollaban tareas específicas diseñadas por los departamentos gubernamentales.
“Levantar” a un voluntario se hacía de por vida y se había convertido en todo un rito entre monástico y funerario al que acudía toda la familia en procesión hasta el edificio del proyecto. Allí el voluntario firmaba el contrato que lo separaría voluntariamente de nuestra realidad, se le cortaba un mechón de cabello y se tomaba una fotografía familiar. Luego ingresaba a través de unas puertas a un pasillo oscuro con una potente luz al fondo. Los parientes lloraban y vestían de negro al ir a entregarlo.
Los voluntarios eran inducidos al coma profundo y se les extraían brazos y piernas para reducir espacio. Los cuerpos eran mantenidos dentro de los úteros de cientos de yeguas inconscientes que colgaban de ganchos al interior de enormes galpones oscuros, en una enmarañada red de cables y fibra óptica. Doce clavos de cobre hundidos a lo largo de sus columnas vertebrales se conectaban al hipotálamo de las yeguas, desde allí se proyectaba un axón de calamar que entraba al tejido blando que cubría el techo de los galpones. El espectáculo era sombrío. Interminables aglomeraciones de cuerpos suspendidos caóticamente en la penumbra, destilando aceites y orina al piso enrejado. Respiraciones, uno que otro bufido inconsciente, en general silencio y olor a muerte.
Los parientes podían visitarlos sólo en el Web site de la compañía que administraba la señal, en una amigable interface que simulaba prados al atardecer.
Todo parecía perfecto. El Gobierno tendría “conciencias” administrando desde adentro los complejos procesos de flujo y análisis de datos. La eficiencia aumentaría a rangos impensados y la productividad de toda la red industrial crecería a niveles nunca antes vistos.
Pero un grave problema se cernía sobre el proyecto más ambicioso y revolucionario del Gobierno. Rumores sobre supuestas fallas en los sistemas de suspensión vital frenaron el entusiasmo de los ciudadanos por acogerse al programa. Todo el proyecto dependía de la masividad con que se llevaran a cabo los “uploads” de “conciencias” y sin una masa crítica de a lo menos dos millones de “levantados” el proyecto sería un fracaso, los inversionistas privados retirarían su dinero y su apoyo, comenzarían las auditorías, aparecerían los acreedores nerviosos, los periodistas y toda la fauna que parece brotar de las paredes cuando un animal herido es abandonado por la manada. El Gobierno podía desmoronarse en medio de un escándalo financiero en menos de seis meses.
Además, estaban los “hombres de las cruces”, secta fanática de perfil apocalíptico y escaso número pero de gran espectacularidad, que atraía la atención del público con sus manifestaciones ruidosas y melodramáticas. La gente los escuchaba y para desgracia del Gobierno el mensaje no era alentador para el programa. No podían acallarlos porque la prensa adoraba los escándalos de presión política, menos hacerlos desaparecer, la opinión pública sospecharía de inmediato empeorando aún más la situación.
Los “hombres de las cruces” predicaban en torno a una terrible revelación: la electricidad sería en realidad un demonio, que habría hecho un pacto con sectas alquímicas en los albores de la Revolución Tecnológica para dotar de espíritu a las creaciones humanas a cambio de espacio para manifestarse en nuestro plano. Su medio ambiente particular era el cobre (para los “hombres de las cruces” el cobre era un metal sagrado comparable a la sangre de Cristo). El hombre le había construído redes de carreteras a este demonio a cambio del misterio de la electricidad, la estática y los signos ocultos en las placas de circuitería.
Los “hombres de las cruces” recibían ese nombre por las enormes cruces de cobre que clavaban en puntos de acupuntura de la Tierra. Allí crucificaban a sus iniciados y les extirpaban el ojo izquierdo para conectarles receptores–kirlian directamente al nervio óptico. En torno a la cruz enterraban de cabeza a 4 médiums hasta la cintura, para que escucharan las transmisiones de dios que esa monstruosa antena captaba. En los páramos del desierto de Atacama se podían ver alineamientos de cruces hasta el horizonte. Siempre con obispos perilleando frenéticamente antiguos aparatos radioescuchas e interpretando la estática.
Los mensajes no eran alentadores. Decían que el cobre atrapaba en sus redes a espíritus, esencias y entidades que estaban en tránsito al más allá. El plano astral vibraba y luchaba atrapado en esas redes eléctricas buscando liberarse. Los “hombres de las cruces” profetizaban la apertura de las puertas del infierno, decían que los aparatos estaban a punto de salir de nuestro control y ser controlados “desde adentro”. Predicaban que el ciberespacio se estaba convirtiendo en un limbo para los que no estaban en la gracia de dios y que cualquier proyecto que pretendiera enviar personas vivas allá era producto de las conspiraciones del demiurgo y por lo tanto blasfemo. El ciberespacio era un misterio sacro, un nuevo “más allá” que no debía ser profanado so pena de aumentar el poder del demonio electricidad.
Por alguna razón, quizás por aburrimiento, la gente los escuchaba y su inquietud frente al programa de colonización del ciberespacio aumentaba.

–Espero que hayas descansado, Mariana –dijo Ramiro–. Llevamos dos días esperando que despiertes.
–Denme un poco de maíz, por favor –murmuró la mujer.
–No hasta después de entrevistarte con nuestro presidente. El te hará el encargo personalmente.
–Juro que tomaré sólo un poco –insistió jadeando–, juro que sólo un poco, por favor.
–Tienes que estar lúcida.
–¡No quiero estar lúcida! –gritó irguiéndose de la cama, dos guardias ingresaron a la habitación pero Ramiro los detuvo con un gesto–. Vi… algo. Me hablaron. No quiero recordarlo, por favor.
Ramiro la miró en silencio por algunos segundos, echó a los guardias fuera de la habitación y se sentó en el borde de la cama.
–Cuéntame quién te habló mientras estabas en la Web, dime qué escuchaste. Después te daré todo el maíz que quieras.

La mañana era espléndida. La llovizna de la noche anterior había disipado la eterna nube de contaminación que escondía a la ciudad de los ojos de dios. Hasta se podía ver el enorme cordón montañoso nevado, como una monstruosa ola congelada siempre a punto de reventar, inquietante y amenazador. Como si nos hubiéramos quedado a vivir en la mitad del mar rojo en vez de atravesarlo.

Ciudad peligrosa.

El edificio del partido se encontraba en una zona de las afueras de Santiago de Chile llamada Melipilla (“cuatro espíritus”, en mapudungún). Era una explanada de concreto con accesos vehiculares a los 4 niveles subterráneos donde estaban las oficinas administrativas. Eugenio Balandro se encontraba en el centro del nivel más profundo en una oficina circular con cuatro accesos que se bifurcaban hacia el resto de las instalaciones, incluidos los bnkers y las salas de la artillería antiaérea. El minotauro en su laberinto, el centro del mandala. Hasta allí condujeron a Mariana, o lo que quedaba de ella después de encontrarla en el suelo de su habitación con el maíz saliéndole por los oídos.
–Manténte de pie, ¡por dios! –murmuró Ramiro con dureza. La mujer se tambaleaba junto al secretario que, muy nervioso, esperaba que Eugenio Balandro abandonara sus papeles y les dirigiera su atención.
“Dónde estoy, acuérdate, acuérdate”.
–¿Este espantapájaros es la famosa “chilena”, Ramiro? –se burló Eugenio. Su cabello oscuro contrastaba con el paisaje blanco que se reproducía tras los falsos ventanales a su espalda: los hielos de la patagonia.
“Acuérdate, no te desmayes ¿Quién es este huevón?”.
–Que no le engañe su apariencia, señor. La destreza que demostró en el ciberespacio nos dejó en extremo satisfechos.
–¿Me entenderá si le hablo? –sonrió–. Mírala, apenas puede sostenerse en pie.
–Le va a entender perfectamente, señor.
“De qué están hablando. La cabeza me da vueltas. Los muertos si hablan. Acuérdate…acuérdate”.
Eugenio se puso de pie y caminó hasta ponerse delante de su escritorio.
–Señorita Mariana ¿Sabe Usted por qué han sido solicitados sus servicios?.
“¿De qué habla este huevón?… Dios, la estática se hace líquida. Si me muevo y la derramo se va a comer todo el edificio…algo va a ocurrir”.
–¿Mariana?
–¿Si?.
–¿Sabes por qué estás aquí?.
–Tengo que matar a alguien, creo.
–No hay por qué plantearlo de esa manera –sonrió–, tú eres el factor inesperado. El pedrusco que golpea los pies de barro del gigante.
Mariana luchaba por mantener el equilibrio afirmada en el vano de la puerta. La presión en su garganta comenzaba a ser molesta. Las imágenes se mezclaban mutando como en un sueño.
“Seguro que la droga estaba contaminada”.
–Tú no lo sabes pero vas a contribuir a cambiar la historia de este país –continuó–. Hoy en la mañana he hecho duras declaraciones a la prensa sobre la inseguridad del proyecto de Soberanía para el Ciberespacio del Gobierno. Insistí en el peligro latente para la ciudadanía, en los gastos excesivos y en la imposibilidad de asegurar la sobrevida de los individuos mantenidos en coma, de los “levantados”.
“Quiero vomitar”.
–Mañana a las 10:00 AM van a transmitir en directo, para todo el país, la ceremonia de “upload” de la mente del presidente del Banco de México. Debería ser el impulso definitivo para el éxito del programa. Pero tú vas a estar ahí, entre los pliegues del software con cuchillos digitales en vez de miradas, lista para degollarle la mente en cuanto asome la cabeza fuera del agua. Todo el planeta será testigo en vivo y en directo del fracaso total de nuestro Gobierno.
“¿De qué está hablando este imbécil? Si no para le voy a ensuciar la alfombra”.
La mujer estaba pálida. Sudaba y jadeaba mirando la escena tras un mareo lleno de náusea, palabras entrecortadas y todo ocurriendo a metros de distancia. La realidad pero más blanda, bajo el agua y mal editada.
–Señor –interrumpió inesperadamente Ramiro Bermejo–, tenemos información adicional de gran relevancia.
Eugenio le clavó una mirada de molestia.
–Entonces dímela de una vez.
–Señor, Mariana es una mujer extraordinariamente receptiva a las frecuencias del plano astral. Cuando entró al ciberespacio hizo contacto de alguna manera con “entidades” y “presencias” de naturaleza paranormal, señor –la mujer se afirmó ruidosamente de un mueble y tosió aguantando la náusea.
–Continúa.
–De los mensajes y restos de información que recibió de estas entidades podemos deducir que hay una marea síquica filtrándose hacia el ciberespacio, señor.
–¿“El movimiento en los sueños”? –sonrió–, has estado escuchando demasiado a los “hombres de las cruces”.
–Creemos que la contaminación del ciberespacio por estas entidades se encuentra en avanzado estado de infección, señor.
Mariana levanta bruscamente la cabeza con los ojos desorbitados –¡Tratan de salir por mis nervios ópticos!
–¡De qué habla esta mujer! –grita Eugenio cada vez más molesto.
–Las llamadas telefónicas siempre difieren en una letra, en un imperceptible cambio en la intención de la voz. Todo está orientado a producir necesidad de dios. Todo está manejado por el demonio de la electricidad– murmura la mujer.
–¡Ramiro, calla a esta loca!.
Mariana vomita sujeta a un mueble de archivos.
–Lo siento, señor –dice Ramiro.
“Vienen a través del cobre, van a salir por mis ojos”.
–Lo que averiguamos es de gran importancia, señor.
Eugenio le hizo un gesto indicándole continuar.
–Al parecer el departamento psíquico del gobierno hizo contacto con las entidades del “movimiento en los sueños”. Tenemos información que sugiere que el Proyecto de Soberanía para el Ciberespacio es un programa de alcances más allá de nuestro conocimiento, señor. Las mentes “levantadas” estarían creando un ambiente operativo compatible con la naturaleza de estas entidades síquicas para facilitar su ingreso y proliferación. La segunda etapa sería crearles una interface para salir, a través de puertos de datos, hacia periféricos que les permitan interactuar con nuestra realidad.
–Encarnarse en máquinas –murmuró Eugenio.
–Algo así, señor –continuó–. El proyecto es de un potencial ilimitado.
–¿Y en qué cambia eso nuestros planes? –dijo Eugenio.
Ramiro titubeó, bajó la mirada y observó a Mariana jadear. El vómito era blanquecino, le iba a hacer bien haber expulsado todo ese maíz de su organismo. –Quizás reenfocar nuestra estrategia, señor.
Eugenio guardó silencio, expectante.
–Creo que nuestro objetivo debiera ser desprestigiar al gobierno y no al Proyecto, señor. Los beneficios que podríamos obtener de él, una vez que lleguemos al poder, serían incalculables –Eugenio sonrió burlonamente meneando la cabeza–. ¿Y cómo “crees” que podríamos conseguir eso, Ramirito?
–Bien. Todos saben que usted es el principal opositor al proyecto. Todos saben que usted es responsable, en buena medida, del fracaso del proceso de reclutamiento de voluntarios. Usted es una gran piedra en sus zapatos y todos saben que al Gobierno le encantaría que usted… desapareciera del paisaje, señor.
–Entiendo –continuó Eugenio, muy serio–. Y si yo tuviera un “accidente” todos sospecharían con razón de los organismos de seguridad, se podrían proveer algunas pruebas y el escándalo se desataría. Sería considerado magnicidio, el desprestigio del Gobierno sería inmediato y todos se verían obligados a rechazar a una administración responsable de asesinato político, ¿cierto? –Ramiro bajó la mirada y Eugenio estalló como un volcán–. ¡Deberían desollarte vivo sólo por insinuar semejante estupidez, imbécil! ¡Es lo más descabellado que se le podría haber ocurrido a alguien! –Se detuvo de golpe y miró a Mariana que se ponía de pie, aún mareada. Se puso pálido y giró bruscamente hacia Ramiro.
–Pequeño imbécil… no estás bromeando –murmuró.
–No, señor.
–Mariana no vino a recibir un encargo sino a ejecutarlo.
–Así es, señor.
–Esto fue demasiado lejos. Voy a llamar a la guardia…
–Señor –interrumpió– las comunicaciones de la sala están cortadas.
Eugenio comenzaba a ponerse muy nervioso, la cabeza le funcionaba vertiginosamente buscando una salida, analizando la situación. Ramiro esperaba tranquilamente a que Mariana finalmente se recuperara.
–Pequeño ambicioso, ya entiendo –sonrió nerviosamente–, quieres nada más y nada menos que la presidencia del partido. Para tu información mi candidato es otro…jamás serías tú, pequeña rata.
–Todos saben que su candidato “secreto” es Pedro Alvarado, señor. El sería el principal beneficiado con su muerte y por lo mismo considerado como primer sospechoso de su asesinato.
–Entiendo, esa fue tu condición para ejecutar el proyecto. Que el inculpado fuera mi candidato, ¿cierto? Así te deshaces de él y limpias tu camino.
–Le inventaremos un historial de espionaje y una conexión secreta con organismos del Gobierno –continuó–. El se defenderá pero las pruebas serán concluyentes, además nadie podría creerle que nosotros mismos planeamos la muerte de nuestro presidente como parte de una estrategia política, sería demasiado monstruoso. En eso radica la genialidad de esta idea, señor.
Mariana meneó la cabeza intentando despejarse.
–¿“Le inventaremos un historial”? ¿Quieres decir que hay más gente involucrada en esta locura? Sólo espera a que el comité se entere, miserable idiota. Tú y tus cómplices van a pagar muy caro este desacato.
–Señor….
–¡Nada de “señor”, conchetumadre! ¡Cuando el comité te desenmascare no habrá lugar en la tierra para ti y tu familia! –gritó mientras intentaba activar su intercomunicador personal.
–Señor….
–Aquí, Eugenio Balandro. Solicito línea directa con el comité, de inmediato…
–¡Señor!.
–¡Cállate!.
Mariana se refregó la cara con las manos y resopló con energía, la niebla se disipaba.
–Fue el comité en pleno el que aprobó este procedimiento, señor. Y por unanimidad, no está de más decirlo. Todos consideraron la idea digna de elogio.
Eugenio quedó inmóvil, el rostro desencajado, la boca semi abierta. Durante un segundo le pareció que su mente se equilibraba precariamente sobre un acantilado brumoso. Mantuvo la mirada fija en Ramiro. Experimentó la sensación inédita de ser sólo un hombre indefenso, desnudo y frágil. Pensó en convencer, sobornar, finalmente rogar, pero era Ramiro Bermejo a quien tenía enfrente, imposible rebajarse. Pensó en el arma que guardaba en el cajón, pero Mariana sería más rápida, lo sabía bien pues él mismo la había seleccionado por su destreza.
Sus rodillas comenzaron a temblar y un involuntario rictus de dolor fue rápidamente controlado.
–Por favor, señor –dijo Ramiro un tanto incómodo– recuerde que las cámaras de seguridad lo están filmando. Eugenio bajó la cabeza y miró de reojo las puertas cerradas, el minotauro en su laberinto.
–Todos los accesos están bloqueados, le imploro dignidad, señor –dijo Ramiro inspeccionando con la mirada a Mariana.
–Perderán mucho con mi partida –dijo en un hilo de voz.
–En absoluto. Usted es la persona justa que necesitaremos “allá arriba” para que se entienda con “ellos”, señor.
Eugenio intentó sonreír. Repentinamente se arrojó con agilidad sobre su escritorio. Papeles y objetos metálicos saltaron en todas direcciones mientras abría un cajón intentando alcanzar el arma escondida bajo los archivos.
Mariana no entendía nada. Entre su mareo y las palabras inconexas que llegaba a escuchar vio el gesto de Ramiro indicándole a Eugenio y diciendo la palabra “mátalo”. Eso lo entendió perfectamente, algo se activó en su interior y todas sus partes calzaron automáticamente.
Eugenio alcanzó el arma pero cuando consiguió levantarla un cuchillo le había clavado la mano al escritorio y se encontró cara a cara con un demonio transfigurado.
–Cerdo inmundo, seguro has violado mujeres –lo tomó de los cabellos, le puso la hoja en la garganta y miró a Ramiro esperando su señal.
–Quiero que sepa que la idea fue mía, señor. Espero que se sienta orgulloso –dijo el secretario haciendo un gesto a Mariana y desviando la mirada.
Todo estaba terminando dolorosamente para Eugenio Balandro. Todo estaba comenzando para Ramiro Bermejo, nuevo presidente del Partido Obrero Revolucionario.
Mariana se acercó a él bañada en la sangre de Eugenio y con parte de su tráquea en la mano derecha, sonriendo.
–Lo hice rápido, creo que me dio lástima. Nunca me ha agradado matar a adolescentes, ¿qué edad tenía, 13 años? Me preocupa pensar que lo disfrutaste, Ramiro.
El secretario la miró con desprecio. Tendrían que eliminarla, el comité detestaba los cabos sueltos.
La mujer permaneció inmóvil frente a él, mirándolo a los ojos mientras una sonrisa congelada avanzaba en cámara lenta por sus mejillas salpicadas de sangre.
Ramiro tragó saliva.
Mariana avanzó dos pasos hacia él.
(El zumbido del sistema de ventilación).
–Tengo este regalo para ti –dijo y le hundió un cuchillo en el páncreas–. Es gratis –sonrió.
–¿¡Pero… –susurró con los ojos desorbitados por la sorpresa, deslizando lentamente la espalda por la pared hasta el suelo–… por qué!?.
–No se, creo que me das asco. A lo mejor sólo estoy cagada de la cabeza –sonrió rascándose la nuca–. Quizás… quizás me molestan los finales demasiado perfectos. Algo sobre cabos sueltos me dijeron, también…creo.
Ramiro la miraba hacia arriba con los ojos muy abiertos, como un pez ahogándose al fondo de un bote. Comprendió que una nueva decisión se había tomado en su ausencia y, entre la niebla de su desvanecimiento, la aceptó con amargura.

Mariana limpió los cuchillos en la solapa de seda del secretario muerto y sintió un agudo dolor en el centro de la frente.
“La droga me está matando”, pensó y salió de la habitación tambaleándose.

[FIN]

por Jorge Baradit

Fiat Lux

por José Ángel Martínez

“Oh, grandes padres,
que después de haber sembrado frutos escogidos
sobre un planeta árido e inculto
nos habéis abandonado como flores sin rocío…”
Canto Maya, Azteca o algo así.

Ante todo, estaba el huevo reluciendo, suspendido de la nada, orbitando sobre su eje lentamente. De vez en cuando, una serie de estrías más brillantes aparecían en la superficie, concentrándose hacia el paralelo ecuatorial y hacia los polos, comenzando a recorrer la esfera con una aceleración constante hasta fundirse y desaparecer absorbidos por el brillante fondo. Otras veces, el huevo entraba en una serie de pulsaciones espasmódicas que cesaban cuando alcanzaban su clímax. Pero la mayor parte del tiempo permanecía estable.
A su alrededor estaban los tres vigías en una órbita estacionaria, vigilando la esfera a través del poderoso campo empático que proyectaban. Desde hace mucho tiempo esperaban.
–El protoplasma está en los límites de su estado inmaduro, la evolución es inminente y la superunificación ha entrado en receso. Se ha detectado plasma germinal en el núcleo, a través de las sondas. La semilla está lista, es cosa de tiempo para que implote. Nuestro campo ya no es suficiente para detenerlo…
–No podríamos. Ya casi no tenemos energía para manejarlo. Es seguro que pronto aparecerá el Tutor.
Los tres vigías que eran una continuaron girando impasibles en el espacio primario.
–Vigías, estoy preocupado.
–¿Y cuál es el motivo? –le preguntaron los restantes.
–He pensado que a pesar de todo nuestro celo en cuidar de la semilla algo saldrá mal, algo que deforme el plasma germinal y lo convierta en una creación inmadura como los experimentos de nuestros antecesores.
–Hemos estudiado, lo sabes –le respondieron–. Hemos analizado la teoría y la práctica de tales experimentos y hallado las causas y efectos de sus errores. Nuestro huevo está libre de fallo estructural… sólo podría existir error mediante la influencia que ejercemos en su gestación. Somos la fuente de destrucción potencial, de modo que, paciencia y cuidado, hermano.
–Paciencia y cuidado, hermanos.
Los guardianes lo presintieron antes de detectarlo dentro del campo de sensores. El preterespacio se curvó ante la emisión masiva de transenergía, saliendo a boca de jarro de la discontinuidad generada, creando plasma puro espontáneo, que se reorganizó en la forma nebulosa del Tutor. Eran tres cúmulos globulares brillando intensamente: plasma altamente acelerado que se mantenía unido formando los vértices de un triángulo, mientras una serie de frías extensiones fluían entre los cúmulos con irregularidad. La presencia del Tutor era imponente: latía con pausado pero poderoso ritmo, rarificando la atmósfera alrededor. Su mente como un trueno que no tenía secretos ni lugares ocultos.
–Salud y conocimiento, vigías.
–Salud y conocimiento, Tutor –respondieron al unísono.
–Bien, aquí me hallo, nuevamente. Supongo que no he pediros que no me defraudéis. Ya harto lo han hecho vuestros antecesores que no pudieron aprobar. –La indirecta caló hasta los núcleos de los vigías despertando ecos de la memoria gestalt. Su atención se concentró en el huevo: extendió un delicado apéndice sensor y lo auscultó. El huevo palpitó como si se revelara contra el contacto.
–Noto ciertas diferencias en la estructuración de la semilla. Tú, primer vigía, dime como han logrado el nivel de estabilidad.
–Tutor, como bien has dicho, nuestros antiguos no aprobaron. Hemos visto sus emisiones construyendo las semillas en base a planos dimensionales adyacentes. Sabemos que esto corresponde a que el plasma germinal que contiene una semilla prototipo está demasiado comprimido para retenerlo en su campo original, que si lo reuniésemos resultaría en una implosión que dañaría el tejido del preterespacio. Si este sistema mantenía la estabilidad de los huevos, no obstante, no contribuía a la economía del campo empático, debilitando la gestación.
–Bien, han encontrado el error, cosa que casi nadie hizo durante sus exámenes. Pero es relativamente fácil comparado con la solución.
El primer vigía volvió a hablar.– El problema era cómo evitar la implosión prematura de la semilla y estructurar una buena yemación al mismo tiempo; los vigías hemos concluido en crear un espaciocampo de características tales que pueda contener de manera íntegra al huevo, plegándose sobre sus planos en forma económica y construyendo un campo multidimensional que equilibrara la gravedad… La deformación geométrica del preterespacio que ves es el único efecto perceptible que se produce.
“Luego, adaptamos el campo empático para proyectarse en las múltiples manifestaciones del huevo dentro de nuestro espaciocampo y sin problemas casi hemos concluido el experimento.
–Esta… deformación, ¿es entonces la evolución?
–Esto es la forma preterespacial que hemos querido que asuma la semilla para poder controlar la sintomatología… Te mostraremos como es aproximadamente.– Los vigías desencadenaron un campo empático en el vacío cercano. Apareció una tenue cortina burbujeante que se transformó en una galaxia de polvo que giraba rápidamente hasta condensarse en una figura. Parecía una esfera dentro de otra esfera circundado de una infinidad de esferas menores, parecía. Poseía diversos colores, ninguno de ellos definido, ninguno basado en el espectro cromático común, bandas de estática e iones de alta energía salían en pulsaciones de números primos.
–Una excelente exposición, vigía. Pero ¿cómo sacareis el producto del multiplespacio?
–Hemos creado autómatas que, en su momento, enlazarán sus campos en los diferentes estratos de la semilla, empujando la energía de la explosión hacia este espacio.
–Una solución económica. ¿Qué criatura pensáis formar a partir de la semilla? ¿Plasmamineraloide? ¿Transmorfa, quizás?
–Será una de clasificación madura, poseerá cuatro estados de plasma germinal. Le crearemos un mundo modelo para que podamos establecer el límite de sus posibilidades y luego le crearemos un compañero.
–Y… y…
–Tutor, la naturaleza de la criatura es muy compleja y ya no hay tiempo para detalles.
–Razón. Procedan.
Los tres vigías suspendieron su campo empático sobre el huevo y se dispusieron a esperar, no habría problema en hacerlo un poco más. El huevo no pareció cambiar al primer instante, pero luego comenzó a pulsar violentamente y a aumentar la velocidad de giro, hasta achatarse en forma visible. Los colores se fundieron en un blanco rabioso y una intensa emisión de rayos gamma bañó los campos protectores de los seres.
–La crisis está en su apogeo… El colapso es inminente –musitó mecánicamente el primer vigía. En efecto, la contracción del huevo tuvo mucho de una reacción taquiónica, desapareciendo y dejando una impresión en el preterespacio.
–¿Ha donde ha ido la semilla?
–Se replegó hasta el núcleo que, en realidad, no está en ninguno de los multiplespacios conocidos sino en el suyo propio, puesto que tiene suficiente materia. La implosión retrocederá y se revertirá, y es mejor que no nos encuentre con las defensas bajas.
Sus sensores comenzaron a registrar un campo de gravedad que se hacía más poderoso. Las defensas se energizaron a medida que el preterespacio se curvaba ostensiblemente. Entonces, la aparición de una estrella de neutrones deslumbró el espectro por pocos segundos y su colapso dio forma al embrión. Una figura en gestación: un hombre.
Olas de desilusión se extendieron del Tutor, seguido por ondas de frecuencia más larga que representaban una ira contenida. Los vigías captaron las emisiones y se pusieron de inmediato a la defensiva.
–¡Vigías!.. ¿Qué-es-esto? Bioenergía imperfecta, fallas estructurales obvias –la figura fetal continuó rotando como un capullo en el agua, quizás soñando–. ¿Qué habéis hecho?
–¡No lo sabemos, Tutor!
La energía refulgió con ira poniendo en peligro la cohesión molecular del Tutor. Las partículas de alta aceleración liberadas se estrellaron con dureza en los escudos de defensa de los vigías.
–¡Una criatura enana en la escala evolutiva no podrá sobrevivir a ninguna maqueta que le creéis! Y sin embargo ya le habéis dado forma… Proceded.
–¿Cómo?
–¡Ineptos! Materialicen un universo con la energía residual, luego vengan a mi presencia para ser absorbidos como sus antecesores.
Los biorritmos bajaron ante la sola mención de la no–existencia, el eterno olvido.
–Esperaré. –El Tutor se teleportó por el preterespacio a su morada, dejando atrás un ejército de autómatas–furias que esperaban lanzarse sin piedad sobre los vigías si desobedecían.
Los vigías y el embrión quedaron allí, en un lapsus que pareció el tiempo de un laberinto.
–Hermanos, nos hemos fallado y le hemos fallado a todos los estamentos que nos respaldaron, a pesar de nuestros estudios, y ahora hemos de afrontar caras consecuencias con nuestra osadía. Nuestra última acción, pues, deberá ser bien estructurada: un universo mal gestado para un ser igual. Al menos, permitámonos ese lujo, creemos el hábitat de este ser.
El feto siguió ajeno al destino que se le otorgaba.
Los tres vigías desplegaron los campos envolviendo al hombre amniótico como leche luminiscente. Encadenaron las reacciones químicas configurando la materia y la extendieron como una maldición que aparecía por doquier. Nacieron nebulosas y las estrellas frías y viejas, dieron a luz cuerpos ígneos y otros carentes de radiación lumínica.
“Éste será tu universo. Un lugar tan inmenso que te abrumará.”
Donde las extensiones del campo de los vigías tocaban la nada, florecían púlsares y planetas estériles, esferas marchitas de ceniza y estrellas abortadas como cerezas podridas, el polvo lo llenó todo como un manto moribundo y perpetuo. Y crearon un cuidado y frágil mundo que orbitaba alrededor de un sol menor, lejos de todo centro. Hicieron caer sobre él los cuatro estados de la materia, la bañaron de energía para que viviera y cuando los colores nacieron los limitaron a un espectro menor.
“Esta será tu morada, tu Edén, la única cuna que te acogerá, porque no tendrás más paradero que la muerte si sales, ni más compañía que tu ego, en un Universo que te desprecia.”
Tomaron el feto y lo depositaron en un nicho metálico incrustado en medio del jardín. Un jardín lleno de verde y rojo, de lo vegetal y lo animal. A su lado, un segundo nicho vacío.
“Te daremos un complemento para que puedas perpetuar tu desgracia.”
La percepción de los vigías se redujo a la unidad orgánica del hombre, navegaron por su columna hueca, montados en un relámpago de información cifrada. De su médula espinal sustrajeron una célula que fue colocada en el nicho vacío, reorganizaron la energía para crear el caldo de nutrientes que bañó la célula e hirvió muchos ciclos, para ver al final surgir una mujer en pose fetal.
“Nacerás con 4004 traslaciones planetarias antes de la primera y última época que siempre recrearás. Te condenamos a renacer de las cenizas cada 8000 ciclos y aunque encuentres vestigios de un pasado más lejano o vida fuera de la Cuna, solo servirán para aumentar tu angustia.”
La Obra comenzó a girar sobre su filigrana casi invisible, representando las elipses, parábolas y rectas, aduciendo a una geometría pagana de tres dimensiones. Los vigías observaron cuán corrupta era y decidieron que no, el preterespacio no merecía contener tal aberración… En un último y fatigado acto reunieron la totalidad del campo empático y le ordenaron devorar el espacio de la Obra, lo potenciaron para que se autocontuviese y le ordenaron desaparecer de las coordenadas reales. El campo cristalizó en un perfecto y sedoso huevo para ser exiliado del preterespacio; inició un ciclo de contracciones en aceleración reduciendo su tamaño hasta convertirse en un punto sin dimensiones, y luego nada.
El Tutor exigía.
Mientras se teleportaban a su destino, se preguntaron que sucedería con aquella minúscula obra…cuando su habitante rompiese la esfera…

1998, José Ángel Martínez.

Corcho Loco Mata una Vaca

por Daniel E. Guajardo Sánchez

Se alistaba para escribir. El computador encendido, una caña con tinto de caja, la tabla con tres tipos de queso y un puñado de tabaco para cuando terminara.
¿Y sobre qué escribiré esta vez?, se preguntó. Le picaba el rostro allí donde crecía la barba, quería rascarse pero si lo hacía se podía caer un avión en el Caribe y no podía permitir más muertes por un simple prurito.
¡Tengo que escribir!…
Saltó de la silla y trepó como mono las lianas que pendían de un árbol en medio de su habitación. Entonces recordó que no hay ningún árbol allí y se rindió de espaldas sobre su cama. Pero aún se sentía como mono y ahora le picaba todo el cuerpo.
Cerró los ojos, debía relajarse, las alucinaciones se irían cuando llegara la calma. Caminó por praderas, entre la nieve de la cordillera, bajo las olas y sobre las nubes. Atravesó muros de roca y despertó en medio de su otro cuarto, con interminables estantes de libros en vez de paredes.
Aún sentía algo de simio, pero la comezón había cesado.
Trepó al estante sur y sacó el libro de cuentos ajenos. Había buen material allí, buenas lágrimas para derramar de pena y de rabia.
No tengo tema. Tengo mil imágenes para explotar y ninguna huele a cuento. Quizá algo simple resulte, antes de los mundos tenía un duende que escribía en los recreos y sus cuentos sabían bien, pero ahora no. ¡Tantas brutalidades! Tres carillas para describir el protón de huevo y cómo éste podía destruir a la humanidad… y un párrafo al final explicando que bastaba con una buena fritura para terminar con la amenaza.
¿Protón de huevo? La idea no venía de sus recuerdos, era algo nuevo en su cabeza y al fin tenía algo sobre qué trabajar.
Entró al libro y encontró a Matilda. Siempre la encontraba, estaba en todos los libros, era la señora de los índices, cómplice del lápiz y la pluma salvaje.
–Buen día Pablov –dijo ella y tenía una coqueta sonrisa que iluminaba las letras danzantes en su aura–. Te noto algo peludo hoy. ¿Has estado masticando tabaco otra vez?
–No Matilda, la culpa es del protón de huevo.
–¿Y qué hace este como se llame?
–Flota en la atmósfera amenazando la vida en la Tierra.
–¡Oh! Eso es grave. ¿Qué lo hace tan apocalíptico?
–Causa dolorosas mutaciones al escroto…
Matilda escupió una carcajada y el libro se cerró riendo hasta que fue colocado una vez más en el estante.
¿Mutaciones al escroto? Abrió los ojos y estaba de regreso en su habitación, sobre su cama, a un lado del computador y la caña de tinto. Pero aún no podía escribir, faltaba la historia.
Salió a la galería y su madre lo regañó por decir groserías. Se me salen sin querer, respondió y escapó a la calle. No recordaba haber dicho nada indigno, pero probablemente lo había hecho. No lo regañaban por lavar su plato después de comer.
La vecina del frente regaba el pasto y miraba de reojo al hijo de su vieja amiga. Señora, soy una bendición, dijo él con una sonrisa de mucho tabaco y la vecina dejó de regar para esconderse en su casa.
Esa mañana había dos soles en el cielo, y la estación espacial giraba a medio camino entre las nubes y la luna. Allá estaban los científicos, los mejores del planeta, intentando descubrir una cura para el escroto mutante. ¡En cosa de dos generaciones ya no habrán más generaciones si no hacen algo! Los dolores impiden la procreación y con suerte sobrevivirán algunos tipos de caracoles abisales que no requieren contacto sexual para engendrar.
Pero el protón de huevo no es un simple químico en la atmósfera. Tiene inteligencia y la mentalidad de un niño de cuatro años que sólo quiere jugar. Eso explicaría los extraños episodios de huevos quebrados en las avícolas del mundo. El chicoco es un tanto bruto.
Cavilaba sobre estas cuestiones y la densidad de la yema cuando una mano suave se posó en su hombro derecho. Ante la idea de ser otra alucinación decidió ignorar el gesto.
No te vas a librar de mí tan fácilmente, dijo una voz junto a su oído. Sonaba como Matilda. Olía como ella y la mano se sentía como suya. ¿Será Matilda? Se dio media vuelta y sí, era ella, pero en carne y hueso. Aún así habían algunas letras flotando en su aura, lo que hacía su sonrisa aún más cautivadora.
–¿No deberías estar viendo el Pipiripao? preguntó él y encendió un cigarro.
–Pablo, no había nacido cuando daban esa cosa en la tele. Y no hay ningún cigarro en tu mano. ¡Vuelve! ¡Manifiéstate! ¡Estoy llamando al Pablo que vive encerrado en esta cabeza rapada!
Matilda siempre se burlaba de su padecimiento, y él lo disfrutaba. Las personas solían ignorarlo o fingir que nada pasaba cuando él estaba cerca. ¿Y qué otra cosa podían hacer? Estaban lejos de entender lo que ocurría. Pero pronto lo entenderían, cuando el protón de huevo se apoderase de sus escrotos…
–¿Por qué dices esas barbaridades? –rió Matilda y se sentó en la cuneta a fumar un cigarro de verdad–. Siéntate a mi lado y cuéntame qué que cuece.
ex¿Acaso puede leer mi mente esta mujer? Era un pensamiento alarmante, quizá fuera una manifestación física del maléfico protón de huevo, que ya había evolucionado a una etapa más adulta. Había que admitir que se trataba de una muy buena manifestación física…
–¡Pablo! No puedo leer la mente, estás pensando en voz alta.
–¡Demonios! Entonces no necesito hablar, ya que con mi pensamiento basta.
–Como quieras. Ahora háblame de ese protón de huevo.
Y habló de él tres horas, de corrido.
–Ya poh, dime algo.
–¡Un bucle en es espacio-tiempo! Este protón de huevo es realmente travieso, voy a tener que contarlo todo de nuevo…
–Pablo, no me has contado nada. ¿Estás tomando las pastillas que te recetó el loquero? Nadie quiere que andes por allí llamando a la gente «pulpa de bola» otra vez. Y ahora con esto del protón de huevo y del escroto mutante, creo que es hora que tomes conciencia de tu problema y hagas algo al respecto.
–¿Cuándo te hablé de las horribles mutaciones que produce el protón de huevo en los escrotos del mundo? ¿Eres real o te estoy imaginando? Cresta…
–Hablabas de eso y de una base espacial cuando te encontré. No seas paranoico. Una razón más para ir a tomar las pastillas.
Está bien, pensó él, y recibió una tremenda cachetada a cambio.
–Eres muy cerdo, Pablo. Por muy loco que estés, no te aguanto que me digas eso.
Y así se fue Matilda, la de verdad.
Que la gente le dijera loco no era problema, estaba realmente loco. Pero que Matilda lo golpeara por eso era causa de infinito sufrimiento. Entró de vuelta a su casa y fue directo al cajón donde guardaba las pastillas. En el baño tragó dos y en el patio se sentó a esperar. Su madre lo miraba por una ventana con esa expresión orgullosa de madre que mira a su hijo. Y él ya comenzaba a sentir el sopor y las tinieblas cotidianas que venían encerradas en las tabletas.
Cerró los ojos y fue a su otra habitación, donde los libros comenzaban a desvanecerse. No habría Matilda por un buen rato.
Y al abrir los ojos otra vez estaba frente al computador. Había escrito cinco carillas de un cuento llamado El protón de huevo, en cuyo último párrafo decía FIN. La caña de tinto estaba por la mitad y el tabaco picaba en su boca.
Esta weá no es pa’ masticar, pensó y escupió todo al piso. No recordaba el final del cuento, ni siquiera recordaba haberlo escrito, pero si estaba archivado quizá lo leyera más tarde.
Ahora sólo tenía pensamientos para Matilda.

[FIN]

por Daniel E. Guajardo Sánchez

Reflejos

por Pablo Castro

Penétralo, y comprenderás mejor:
que la vida se nos muestra en un reflejo.
Pintado.

Anoche maté a mi hijo Mauro.

Bueno, no fui yo precisamente quién lo hizo. Sólo me limité a darle la orden al ejecutivo de V.I.P. para que terminaran de una vez con él. Por cierto que tampoco era mi hijo. Había vivido en nuestra casa durante varios años y supongo que eso era suficiente para sentirme atado a él. En realidad no lo tengo muy claro. Debí terminar con él desde el principio y si no lo hice fue porque lo había olvidado. ¿Significaba nada para mí? Y de ser así, ¿por qué me estremecía al verlo?

Lo tenían en una especie de sala de juegos, donde resaltaban colores infantiles y accesorios para construir o dibujar cosas. Mauro permanecía sentado en una esquina. Me acerqué muy despacio.

–Hola, hijo.

El niño levantó su cara y esbozó una sonrisa que semejaba cualquier cosa. Concentré mi mirada en él: cabeza pequeña y deforme. Frente alta y aplanada. Ojos rasgados hacia arriba. ¿Podía entender lo que era y dónde estaba en ese momento? ¿Podría yo mismo explicárselo? Bueno, digamos que estábamos ahí, los dos, como en los viejos tiempos, y tal vez era la única verdad plausible de entender. Me concentré en ese punto y obvié cualquier clase de sentimiento.

Mauro alzó sus brazos, tratando de alcanzarme con sus manos cortas y anchas. Quería que lo tocara o bien que extendiera mis propias extremidades hacia él. Sólo atiné a tragar saliva y a retroceder lentamente. El rostro de Mauro no varió, quedando congelado en su sonrisa estúpida e inalcanzable. No era mi hijo. Yo no era su padre. Pero me quería igual. Me querría siempre. Y eso era algo que se me hacía difícil de soportar.

Levanté mi mano derecha hacia la cabeza y toqué mi sien. El ambiente comenzó a disolverse y una tenue oscuridad cubrió todo alrededor. Cuando abrí los ojos me encontré en la consola de interacción pegada a mi cuerpo. Me quité los guantes y el casco, tratando de absorber de nuevo el paisaje real. A mi lado el ejecutivo de V.I.P. esperaba mi veredicto final. En su mano había una agenda holográfica esperando mi firma.

–Bórrenlo –ordené sin mirar a nadie.

* * *

Hubo una vez una familia.

Estaba el padre, su mujer y una hija llamada Ana María. Vivían en Santiago y durante muchos años fueron una familia muy unida y que se amaba mutuamente, hasta que de pronto las cosas comenzaron a desintegrarse y cada uno se convirtió en una extraño para el otro, a tal punto de ser nada más que reflejos de sí mismos, interactuando automáticamente: ese es el resumen burdo de nuestra historia.

Pero no era de la forma en que yo lo recordaba constantemente. Por las noches, cuando el sueño me abandonaba, la historia de mi familia llegaba en perspectivas de imágenes sin orden o sentido; sin estructura o razón. En pocos segundos podía revivir cada una de nuestras tragedias. Y en pocos minutos intentaba darle un sentido a cada momento vivido. ¿Qué era lo más significativo? Y sobre todo ¿quién era la persona de la cual todos dependíamos? ¿A quién más podía necesitar?

Todo sucedió en nuestra época de vacas gordas. Toda familia la tiene alguna vez. Por supuesto que sólo a mi esposa (previsora como siempre, como todas las madres) se le ocurrió la idea de reflejarnos, pensando que en algún momento “podía pasarnos algo, porque nunca se sabe”. En realidad, nadie a esas alturas pensaba en la muerte, sobre todo cuando hacíamos planes para viajes de hasta tres semanas por alguna playa de Mozambique o alguna visita a un resort orbital. Pero cuando a mi esposa la visitó un tumor, todos concordamos silenciosamente que era mejor estar preparados para un eventual deceso inesperado.

Así que ella fue la primera en reflejarse. Llegó un día a la casa con un par de catálogos sobre Vidas Interactivas Post-Mortem y nos preguntó cuál sistema sería el más apropiado. Ella lo tenía decidido, pero igual nos dimos el fastidio de revisar una que otra oferta. Había de todo: desde crear un programa virtual en base a datos diversos de la persona hasta la emulación digital completa de cada célula o neurona del cuerpo. Este último era el sistema más caro, pero garantizaba una interacción completa con la persona, y cuando digo completa me refiero a estar hablando y tocándose como si el fallecido estuviese vivo. Ese eligió mi esposa, para todos nosotros.

Pero como dije el asunto salía un disparate, a pesar de que era un monto totalmente justificado. Para entender lo que era una reflexión de ese tipo, hay que intentar imaginar un sistema capaz de copiar cada una de las moléculas de tu cuerpo en lenguaje digital y luego vaciar esa información en un universo recreado de la misma forma. No hablo de proyecciones virtuales ni máquinas de RV de esas malas películas del siglo pasado. Hablo de crear un ente totalmente nuevo, una copia exacta de la persona viviendo tal cual lo haría la misma persona si estuviera viva. Porque el paquete incluía no sólo la creación de los reflejos, sino también la del mundo en el cual vivirían, que no era más que una proyección de nuestra propia realidad. Es decir, si mi esposa pasaba quince horas de su vida moviéndose de la casa al trabajo, del trabajo a la ciudad y de vuelta a la casa, tal rutina era recreada por el sistema en hasta sus más mínimos detalles, cosa que el reflejo no tuviera la más mínima duda de que seguía sano y vivo. Y era así, porque sencillamente lo estaba.

Observando el desarrollo moral de la sociedad pasada cuesta entender a veces cómo fue posible que muchos estamentos permitieran la creación exacta de otras realidades, sin armar demasiado jaleo. Pero también es difícil imaginar que la gran mayoría de las personas no quisieran apoyar un sistema que les permitía recobrar a sus seres queridos luego de una muerte violenta o alguna enfermedad terminal. El mito de la resurrección funcionaba y si el mismo Jesús lo había ensayado alguna vez, bueno, los reflejos no le hacían mal a nadie. Después de un tiempo el mismo concepto de enterrar a alguien e ir a visitar sus restos se transformó para la sociedad en una práctica macabra y atrasada, sumado a la urgencia por recuperar terrenos que podían usarse de forma más beneficiosa.
Ese fue el comienzo de nuestro pasado al otro mundo (es una forma de decir). Había sobradas razones para que mi esposa se reflejara cuánto antes, más allá que su nuevo terminador se encargara de liquidar cualquier célula cancerígena. Pero Anita planteó una cuestión interesante: ¿la emulación de cada célula no incluiría el potencial genético del tumor? ¿No se enfermaría también el reflejo de la mamá?

Los de los de V.I.P. estaban preparados para tales contingencias.

–Es una buena pregunta. Fue algo que nos sucedió en la década pasada. Para evitarlo las nanocomps actuales que digitan las células se encargan de recombinar las proteínas del ADN, eliminando cualquier posibilidad de desarrollar alguna enfermedad de tipo genética. Esto produce ciertos cambios leves en la persona, pero no afectan demasiado la personalidad psicosomática.
Hubiese sido más práctico que la recombinación molecular fuese hecha mientras uno estaba vivo, pero aquello era aún imposible. Lo que sí entendí fue esto: de alguna forma los reflejos eran una copia purificada de nosotros mismos, lo que hacía el sistema más interesante aún.

En esa época y gracias a nuestra nueva situación económica mi mujer decidió ayudar al prójimo y adoptó a Mauro, como forma de agradecer a la vida por la desaparición momentánea de su tumor. Lo hizo sin avisarnos, como si traer un niño discapacitado a la casa fuese igual que comprar un perro. Me enfurecí, alegando de que ya estaba harto del derroche de plata, aunque en realidad mi enojo tenía más que ver con la confusión emocional que causaba tener a un niño que no entendía las cosas a través de su cauce normal. Mauro asimilaba cualquier cosa si detrás de ella había un cariño o una sonrisa y para mi hija y yo, aquello significa una erosión a nuestra propia y necesaria frialdad. En una familia donde el amor se había casi evaporado, la urgencia por expresar lo bueno que iba quedando en nosotros resultaba más bien una lenta y dolorosa asimilación de lo humano.

Sé que no lo podrían entender. Hasta el día de hoy me parece una imposibilidad de la razón. Pero lo cierto es que para esos años en que mi mujer se recuperaba de su enfermedad las cosas ya estaban lo suficientemente podridas, listas para su completa disolución. Todos esperaban. Menos mi esposa, supongo. Así que decidí ser yo quien diera el primer paso. Se lo comuniqué al resto, quien asintió de mala gana.

Había resuelto no reflejarme. Si fallecía no quedaría ningún rastro de mi existencia. Esa idea me fascinaba. Sentía una profunda necesidad de desaparecer y a los pocos meses abandoné la casa. Mi mujer se deprimió, Anita me odió profundamente y Mauro me echaba de menos. Bueno, eso fue lo que escuché.

* * *

Estaba sentada sobre la cama, inmóvil y silenciosa. Una suave cubrecamas tapaba su cuerpo hasta más arriba de la cintura, mientras a su alrededor un cúmulo de pequeñas máquinas y sistemas monitoreaban la metástasis producida por el tumor. Ya no buscaban detener la enfermedad. Sólo intentaban menguar sus efectos para evitar una muerte dolorosa, llena de padecimientos. Me acerqué lentamente.

–Hola, Graciela.

Sus ojos miraban la luz del sol atrapada en la ventana polarizada. Entonces me miró, e inmediatamente su rostro se afirmó a una sonrisa leve. Tragó con dificultad.

–Hola… –su voz sonó rara. Parecía que hablaba el tumor y no ella.
-¿Cómo te sientes?
–Bien… pero no me han dicho… –trató de incorporarse–… si me volvió el tumor o es uno nuevo.

Los parasoftwares le habían dado una serie de explicaciones, pero evitaron darle un diagnóstico claro y específico. Por supuesto que le había vuelto su antiguo tumor. En realidad siempre había estado ahí, esperando su oportunidad. Todo bajo mis claras instrucciones.

–¿No ha venido nadie a verme…? –preguntó casi ahogada.
–Han preguntado por ti, pero prefiero que no te vean.
–¿Pero Anita?… ¿Mauro?
–Bueno, ya tendrán tiempo. Ahora estoy yo aquí, así que voy a ser tu enfermero. ¿Qué te parece?

Lo normal era que hubiese protestado, pero su sonrisa fue más grande aún, como diciéndome que entendía perfectamente. Era lo que siempre había querido. Que estuviésemos juntos y que el resto se fuera al diablo. Me amaba. Quería que yo la amara. Estar los dos en esa habitación, solos, le deba forma a ese amor.

–¿Tienes hambre? –pregunté.

* * *

El ejecutivo de V.I.P. me esperaba en una oficina pequeña, muy apropiada para una sucursal de la empresa. Yo estaba viviendo en Santa María, una de las pequeñas ciudades surgidas después de los tsunamis que arrasaron el Norte Grande de Chile. El lugar semejaba la costa de Israel, con la diferencia que acá la reforestación si funcionó y ya teníamos unos bosques semejantes a los que se habían extinguido en el sur hacía décadas.

–Señor Saavedra, gracias por venir tan luego. Por favor, asiento–. El hombre se mantenía igual que hace siete años. Me pregunté cómo me vería yo para él.

–Gracias. Recibí su mensaje y la verdad es que no entiendo absolutamente nada– encendí un cigarro–. Me gustaría que me lo explicara personalmente.

–Bueno, supongo que para eso vino ¿verdad? Bien. El asunto es muy sencillo. De acuerdo a los registros, su esposa Ana María Escobar compró un paquete de cinco reflejos de Nivel 6, que corresponden a ella misma, usted, su hija Ana y un niño llamado Mauricio. El paquete incluía el servicio normal, esto es, la inclusión de los reflejos en su entorno habitual, más las extrapolaciones que fuesen necesarias dependiendo del comportamiento de cada una de ellas.

–Así es– respondí tranquilo.
–Una pregunta. ¿Usted no accedió al paquete, verdad?
–No, me mantuve al margen. Mi mujer pagó todo, de eso me acuerdo bien. Supuestamente los reflejos estaban financiados para unos diez años, más o menos.
–Bueno, eso es lo que firmó ella. El problema señor Saavedra es que el paquete comprado por su esposa no incluía los gastos de interacción.
–¿Los qué? A ver…
–Déjeme explicarle. Nuestra empresa otorga una serie de modalidades de pago como también varios ajustes en caso de no cancelarse una deuda. En el caso de su esposa, ella canceló el proceso de reflexión como también la simulación de los entornos virtuales. Al mismo tiempo pagó dos años de interacción, esto es, el servicio que prestamos para que el visitante pueda interactuar con sus seres queridos. Y eso tiene un costo.
–Eso se llama estafar –exclamé.
–Claro que no. Recuerde que los antiguos cementerios cobraban una tarifa para poder visitar una tumba. No me eche la culpa a mí del encarecimiento de la tierra en este país, culpe a los maremotos. Pero el uso de la consola de RV, como también el mantenimiento de los reflejos, tiene un costo. No es que sea demasiado, pero cuando usted y otros familiares siguieron interactuando con… espere, quiero ver…
–Mi mujer. Interactuaban con mi mujer. Ella fue la primera en morir.
–Exacto, su esposa. Bien, pasó el año y ninguno de ustedes canceló las visitas a su esposa. Por ende, nosotros…
–¿Qué?–interrumpí–. Pero si yo jamás me he metido con ninguno de ellos. ¿Que no lo entiende? Yo no he interactuado con mi mujer, ni con Anita ni con Mauro. ¿Por qué tengo que pagarles?
–No lo sabía. Pensé que usted había usado nuestro servicio. De cualquier forma, eso no cambia el asunto. Usted es la única persona que sigue con vida en su familia. Tiene que responder por ellos.
–Eso es imposible. Mi situación actual no me da para cancelar esos montos, independiente de las facilidades que me den. No puedo hacer nada.
–A ver, creo que podemos encontrar una solución. ¿Qué le parece si le explico cada una de sus posibilidades?
–Bien. Me parece bien –encendí otro cigarro y aproveché de ofrecerle uno. El hombre sonrió.
–Gracias, pero no puedo fumar de los suyos –dijo y entonces recordé que el ejecutivo frente a mí no era más que un holograma proyectado desde las oficinas centrales de V.I.P. Santiago.

* * *

–¿Papá, qué te parece?

Miré la holoescultura. Era una especie de rostro global alimentado por cientos de pequeñas caras. Aparte de lo obvio no noté ningún elemento que me llamara la atención, nada especial. Bien, podía simplificar las cosas y decir que era algo bonito o bien arriesgar un juicio estético que hablara de la armonía de las formas y toda esa parafernalia tan típica de los artistas. Dije la verdad:

–En realidad, no tengo idea Anita. No entiendo mucho tus cuadros.
–No son cuadros, son figuras – respondió. Y luego agregó – Tienen alma y contenido.
–Me imagino. ¿Dicen algo en especial?

Estábamos en su taller y cuando digo taller me refiero a una sala enorme con elevadas paredes sin techo que mi hija usaba para moldear y guardar sus obras. Llevaba casi dos horas dibujando en el aire una mezcla de rostros sin eje definido, todos increíblemente superpuestos. A mi hija le encantaban los rostros. Eran su especialidad. Supongo que representaban su búsqueda personal de una identidad, la misma que había sido esquiva con ella desde niña. Anita lo sabía y siempre trató de disimularlo, lo cual es imposible. Si no tienes identidad, entonces no tienes conciencia… ¿y cómo se puede disimular eso? Bastaba verla, completamente desnuda, moviendo sus manos en el aire, acariciando el vacío, mientras de sus dedos emergían pixeles magnéticos como si fuese una araña que bota el hilo invisible desde sus entrañas. Llevaba dentro de ella un sistema orgánico capaz de interpretar las señales que enviaba su cerebro para producir pixeles de diversos colores como así también de distintos tamaños. Los pixeles se unían para formar colores y trazos. El resto lo hacía su imaginación y la habilidad. Lo de estar desnuda era sólo parte de la excentricidad algo falsa de los artistas. O quizás porque hacía mucho calor.

–Papá, lo que pinto no dice nada –sentenció aburrida–. Sólo refleja nuestra sociedad. Eso es lo que hace el arte. Reflejar nuestro mundo y sociedad. La vida misma.
–Pero en tu caso sólo pintas rostros. ¿Por qué?
–Las caras representan el símbolo de lo humano. Lo que somos. Por eso me dedico a ellas. Como te dije, reflejan nuestro mundo. A nosotros mismos.

Entonces el arte era inútil, pensé. Sin embargo, permanecí callado mientras Anita comenzaba otro diseño. Y al cabo de unos minutos pude comprobar que no era muy distinto al anterior. ¿Eso era arte? ¿Una permanente imitación de lo ya hecho? No tenía sentido. Lo único claro para mí era entender por fin las razones que tuvo Anita para suicidarse. Era muy simple y al fin podía entenderlo: En algún momento tuvo curiosidad y pudo acceder a su vida de reflejo, cosa que estaba prohibida, pues sólo se podían ver los reflejos una vez que la persona en cuestión hubiese fallecido. Anita probablemente contempló las obras que en vida no había podido hacer y se convenció a sí misma de que jamás podría hacerlas creyendo que el talento pertenecía sólo a su reflejo y no a ella.
¿Le pertenecía de verdad? Claro que no. La única diferencia es que su reflejo no le hacía asco al trabajo guardando para sí mismo una gran voluntad. Ahí estaba la diferencia con la Anita original. Sin embargo, ambas proyectaban una concepción inútil del arte: la de creer que éste se constituye como tal por el sólo hecho de reflejar la realidad. Eso está también, pero sólo es un punto de partida. Todo arte que no sea capaz de proponer, de proyectar un mundo nuevo o algo que vaya más allá de reflejar la realidad es completamente inútil, tanto como lo fue mi hija, que a esas alturas era sólo cenizas, igual que el resto de mi familia.

–¿Anita?
–¿Mmm?
–Nada. Sólo quería despedirme.
–Ah. Oye, ¿vas a ir a la exposición? Es la próxima semana.
–Claro que sí.
Entonces dejó los colores y las formas sólo para acercarse y darme un extraño abrazo, como si de pronto algo dentro de ella le informara que ya no nos veríamos más. Caminé buscando la salida mientras algunos pixeles seguían adheridos a mí, como estrellas diminutas, brillando en la distante oscuridad.

Coloqué mi mano en la sien.

* * *

Costaba un mundo darle una cucharada de sopa. No era capaz de tragarla toda y se escurría por los lados manchando el cubrecamas. Por suerte la metástasis había infiltrado sólo los pulmones y no la cavidad estomacal, porque entonces tendría a Graciela vomitando por toda la habitación. Bien, esos sistemas hacían su trabajo, después de todo.

–¿Quedaste con hambre? –le pregunté mientras limpiaba su boca.
–No… está bien –hizo un esfuerzo otra vez tratando de buscar aire–, estaba rico.
–Me imagino.

En realidad me imaginaba muchas cosas, pero en ese momento lo que más buscaba era absorber cada detalle de su cuerpo, como si pudiese pintarlo por dentro. Podría haber traído una cámara adosada al nervio óptico, pero me parecía muy artificial y además podría darse cuenta. La idea era que no supiera que dentro de unas pocas horas iba a morir. O quizás sí lo sabía y no deseaba preocuparme.

–¿Te ha costado dormir en las noches?
–No… no tanto.
–¿Pero puedes dormir?
–No mucho.
–¿Cuál es el problema?

Se mantuvo en silencio durante unos minutos, tratando de disimular su evidente falta de aire. A esas alturas era muy poco lo que debía quedarle y en cualquier momento el sistema ingresaría morfina para calmar el dolor. Era eso lo que yo esperaba. Quería verla dormir y sentir al mismo tiempo que ese sueño era el fin de todas las cosas.

–Me agito mucho… –dijo moviendo una mano–. Me cuesta dormir.
–Sí, te entiendo. Te late mucho el corazón y no puedes estar tranquila –dije creyéndome parasoftware.

Sonrió, pero sus ojos se quedaron mudos. Era evidente que ya no tenía muchas fuerzas. Pensé: ¿debo tomarle la mano? ¿Debo acercarme a su oído y decirle que la quiero? Porque era eso lo que yo sentía. Era eso lo que mi corazón deseaba hacer. Sin embargo mantuve mi distancia. No hice ningún movimiento. Debía cumplir con mi extraña y absurda convicción.

* * *

No podía creer lo que estaba pasando. Hablé de mis desgracias. Pero el ejecutivo fue muy claro:

–Entonces, no nos queda más que borrar alguien de su familia.
–¿Cómo?
–Nuestra política es borrar los reflejos si el usuario es incapaz de cancelar su deuda. Sí, podemos hacerlo. Está dentro de la ley. Suena horrible, pero es una forma de que el deudor reaccione y se esfuerce por pagar. Pero en casos como el suyo la ley permite una modalidad especial. En vez de borrar todo el paquete, dejamos a un reflejo con vida. Tiene que elegir: o borra a su hijo, a su hija o a su ex-mujer.

Fue en ese momento que entendí lo irreversible de la situación. Los de V.I.P. iban a borrar a casi toda mi familia y no había forma de impedirlo. No existían alternativas o pataleos a la conciencia pública. En realidad mi caso no era el único. Todos los meses borraban de a cien a doscientos reflejos, de la misma forma como las estadísticas hablan de cientos de personas muertas por accidentes o suicidios. Recién lograba entender que la destrucción material de una familia era cosa diaria, fuesen reflejos o no. Y a nadie parecía importarle. Era sólo parte del paisaje. El reflejo de una difícil sociedad, en la cual la familia era supuestamente la base. ¿Cómo se entendía que el mismo sistema se encargara de destruir las bases de sí mismo?

Era todo demasiado lógico. Aquello me destruía mucho más que las circunstancias en las cuáles yo estaba. Todo tenía su solución, por más que ésta fuese cuestionable desde la moral o la ética. Y no es que el ejecutivo de V.I.P. fuese malvado o frío. El hombre sólo me ofrecía las posibilidades lógicas y razonables para resolver el problema. V.I.P. trabajaba con la vida y cuando se trabaja de esa forma sólo existe cabida para las soluciones y no para cuestionamientos valóricos o incluso religiosos. La sobrevivencia es la base de la sociedad, todos quieren vivir a como sea lugar y si para eso hay que matar o borrar a tu ser querido, la cuestión no es si hacerlo o no, sino cómo y cuándo. La justificación es la vida misma. Y en este caso la vida de los reflejos de mi familia. Pero ¿quiénes tenían que pagar el precio? ¿Cómo se decide a quién mantener con vida y a quién sacrificar? ¿Cómo se decide quién vive y quién muere?

Las noches se me hicieron gigantescas. Quería borrarme y olvidar por momentos lo que tenía que hacer pero eran muchos los puntos de la cuestión que revolvían mi mente. Había tantas consideraciones que ni siquiera podía establecer un curso de acción susceptible de ser discutido. Tenía que concentrar todas mis fuerzas en una razón que fuese lo suficientemente poderosa para evitar volverme loco en el futuro. Para aplacar la estúpida sensación de culpa. Necesitaba un motivo y una razón que pudiesen aplacar la idea de que ellos morirían por mi propia incapacidad. Si tenía que matarlos necesitaba una lógica fría y absoluta capaz de diluir cualquier sentimentalismo.

Dada mi situación era imposible imaginar que alguna vez tendría el dinero para volver a reflejarlos a todos. Los de V.I.P. me propusieron firmar un acta en la cual me comprometía a reflejar a mi familia si mi situación mejoraba. Ellos por su parte garantizaban hacer una copia de los reflejos actuales y mantenerlos en suspensión criodigital por un lapso indefinido, para luego reactivarlos, una vez iniciado el pago de las cuotas más un monto especial por la suspensión. Cuando vi los precios comprendí que no había ninguna posibilidad. Ya sé que cualquiera habría firmado de todos maneras, pero mi expediente urbano condensaba, por culpa de la edad, mi tendencia a la inactividad y al fracaso ocupacional, lo cual era una mancha muy difícil de cubrir para un puesto de trabajo. Los de V.I.P. sabían eso, y su ofrecimiento era más que nada para amarrarme a ellos, pues la ley estipulaba que en caso de incumplimiento de contrato la persona en cuestión pasaba a la categoría de “entidad”, lo que les daba cancha abierta para usarme como cárcel portátil para reflejos renegados o extracción de neuronas y experimentación virtual.

Así que sólo tendría un par de meses para decidir a quién borrar y sobre todo establecer por qué. Lo que me estremecía era que independiente del léxico utilizado yo iba a matar alguien de mi propia familia. No iba a liquidar programas semánticos. Iba a destruir a mi esposa, a mi hija, y a Mauro. No me preocupaba perderlos para siempre. Eso ya había ocurrido muchos años atrás, independiente que ya estuviesen cremados y esparcidos por el viento. Aquello era tan irreal como su condición actual, sólo que es más difícil lidiar con alguien vivo que con un muerto. Y ellos vivían. Tenían sus trabajos, sus esperanzas, sueños o sentimientos de una forma que el tiempo no podría repetir y menos poder emularse, por más que los de V.I.P. me garantizaban que una copia en suspensión volvería a ser igual después. Pero nada había sido igual. Se suponía que los reflejos no podrían ser mejores y distintos de sus modelos. Y sin embargo, en el mundo de V.I.P. mi esposa era una mujer sana y feliz. Anita, una pequeña artista en permanente afirmación. Mauro, camino a su rehabilitación…

–Mire, entiendo que usted no se haya enterado de los detalles de la compra del sistema, pero todo está en el contrato que firmó su esposa. Este especifica claramente que la interacción de los reflejos tiene un costo y que se cancela mensualmente.
–¿Y cuál es la gracia entonces del sistema? Si uno tiene que pagar de por vida para mantener a otro vivo, es casi lo mismo que cuando se está vivo…– ni yo sabía lo que estaba alegando. El hombre me miró con lástima.
–Los reflejos son seres vivos. La gente olvida ese detalle. Cree que son proyecciones de sí mismos que pueden olvidar mientras otros se encargan de sus vidas. Eso es lo que hacemos nosotros. Financiamos sus vidas, precisamente porque están vivos, más allá que en términos prácticos sean complejos sistemas orgánico-digitales. Pero no olvide que ellos piensan, sueñan e interactúan con el mundo que nosotros emulamos para ellos. Y alguien tiene que pagar por eso. No somos Dios.

Su discurso era claro y firme. Tuve la sensación de que lo había pulido con el tiempo, aplacando los alegatos de quizás cuántas otras personas envueltas en el mismo problema. No sólo carecía de dinero suficiente en ese momento. Seguía en categoría de no-empleo y aquello podía durar demasiado tiempo. Aquello significaba no poder disfrutar de un trabajo, ni tampoco poder acceder a uno. Cuando alguien no encontraba trabajo en un plazo determinado se le consideraba como no apto y tenía que abandonar la búsqueda para darle la oportunidad a otros que no estaban aún en esa categoría. Era una forma de controlar ordenadamente la tasa de cinco millones de desocupados que había siempre en el país, de la cual formaba parte ahora.

No me quedaba más que acatar lo inevitable.

–Hay algo que me gustaría saber. ¿Cómo borran ustedes a los reflejos?
–¿Cómo así?
–Es decir… ¿apagan el sistema y nada más? No sé, meten un virus…
–No, no. A ver, no es tan fácil. El reflejo tiene su propia actividad neural y ésta es capaz de resistirse al desmembramiento digital. No puedo darle los detalles técnicos de cómo se disuelve el reflejo, sólo le puedo decir que antes que ocurra le provocamos una reacción emocional que disminuye su resistencia al proceso de borrar.
–No entiendo. ¿Acaso le dicen al reflejo lo que le va a pasar?
–No exactamente. Lo que hacemos es manipular su entorno virtual de tal modo que su vida se vaya desmoronando para así provocarle una baja en sus patrones psicosomáticos.
–¿Patrones psicosomáticos?
–Claro. Su hija, por ejemplo era dentro del sistema una holoescultora con buenas críticas y ventas interesantes. Antes de borrarla insertamos dentro de su conciencia un programa que disminuyó su capacidad para evocar imágenes pictóricas. Su hermana se quedó, literalmente, sin capacidad ni fuerzas para delinear un rostro o un perro. A ello se le sumó el aumento artificial de críticas desfavorables y claro, las cuentas no se pagan solas.
–¿Qué pasó entonces?
–Bueno, lo mismo que en su vida real. Se suicidó.
No podía creerlo. Entonces, no borraban a los reflejos. Se dedicaban sólo a liquidarles sus vidas, empujándolos a la conclusión destructiva e inminente. Perdí la compostura. Hijos de…
–Cálmese. No todos siguen el mismo curso. Aplicamos eso con su hermana porque lo reflejamos de su vida real. Algo de eso también pasó con el niño. ¿No falleció de una afección cardiaca? Bueno, sólo aceleramos el proceso natural, eso es todo.

Aquello sí tenía sentido.

–Con su esposa podría pasar lo mismo. Podríamos reactivar su antiguo tumor y doparla con morfina par que muera en el sueño. Luego procederíamos a cremarla y esparcir sus cenizas, que en nuestra jerga significa disolver la información digital. Es más fácil borrar entidades microscópicas que un sistema humano entero. Pero insisto, es una posibilidad. Aunque debo decirle que en su reflexión ella ya generó un tumor. Eso me hace pensar que dicha enfermedad es algo que ella lleva consigo, irremediablemente. O bien, es producto de una situación emocional. Como usted debe saber los reflejos generan comportamientos y actitudes similares en sus ambientes digitales. Si su esposa tuvo un tumor en su vida real producto de una situación x, puede repetirlo siendo reflejo.
Me estremecí.

–¿Puedo ver una simulación de eso?
–Me parece que ya la vio morir ¿verdad?
–No, no la vi cuando estaba en agonía. Yo… no estuve ahí.
–Lo siento. Bueno, pero su situación puede cambiar… Como decimos aquí, un reflejo debe estar seguro de que todo termina alguna vez. Si no la vio morir en vida real, tiene la oportunidad de verla como reflejo. Es prácticamente lo mismo. Y si se esfuerza puede recordar ese momento como algo real que pasó.
Tenía toda la razón, como de costumbre. Volví a sentirme perplejo y derrotado, pero duró muy poco. De pronto sentí que lograba asimilarlo. Como que al fin lograba entender la finalidad última de cada muerte. Pensaba en los reflejos, en esas “vidas” digitadas pretendiendo significar algo. Como el falso amor, como el mundo de allá afuera, no podían ir hacia mí para convertirse en símbolos. No podían “vivir” si ya estaban muertos dentro de mí.

Sólo quedaba una cosa por hacer. Un último reflejo de la vida.

* * *

Las horas pasaron lentamente. Hacía rato que su cuerpo no era más que un desecho. Me acerqué todo lo que pude a ella y memoricé el hedor enfermizo de su carne pudriéndose en la habitación, esperando que la misma carne resucitara alguna vez, quizás en el eterno retorno de las experiencia humana. Su cuerpo seguía sobre la cama mientras el conjunto de máquinas y sistemas seguían monitoreando su lenta agonía. Sus brazos ya tenían manchas violetas y sus manos se cerraban en muñones, densamente oscuros. De tanto en tanto me gustaba levantar las sábanas y acariciarle sus piernas frías, completamente inmóviles. Y sólo habían pasado unas siete horas. ¿Cuánto más tardaría en morir? ¿Cuánto había tardado la primera vez?

Supe de la noticia gracias a la Anita, pero jamás llegué a la clínica. No tuve el valor para verla. Nunca supe por qué. Quizás porque sabía que ese tumor era una proyección maligna de mi propio ser. Nunca en realidad pude entender la razón para abandonarlos a todos, como si su mera existencia fuese una afrenta para mi propia vida. Es tan extraño. ¿En qué momento nos convertimos en reflejos de algo que fuimos? O bien, ¿cómo hacemos para volver a recuperarnos?

Tenía las respuestas. Una por una. Ya no me era difícil aceptar que de una forma u otra yo era el responsable de la muerte de todos. Así lo creí en su momento y así necesitaba creerlo ahora. Ahí estaba la lógica implacable para borrar los reflejos. Podía irme a casa con la certeza de que yo había destruido a toda la familia, y de que nadie más que yo podía soportar esa responsabilidad. Supongo que la necesitaba. Por eso debía borrar a todos. Debía sentir que su muerte era algo que sólo podía provenir de mí. Y mientras los ojos de Graciela, mi mujer, fallecían lentamente, mientras el aire que salía de su boca era la única señal de que aún estaba ahí, mi mente grababa cada detalle e imagen para revivirlas todo el tiempo posible, todo el tiempo necesario para sentirla en su hora final.
Cuando ocurrió sólo pude tocar mi sien y salir de ese universo de certera irrealidad. Volví a mi hogar, donde no me esperaba nadie, y donde tampoco habría alguien alguna vez. Y eso tampoco era algo distinto o inesperado. La sociedad decadente tiene su lógica absurda que contribuye a la normalidad. Lo normal era abandonar todo, incluyendo a mí mismo.

Así que este reflejo humano vuelve a su casa, cierra la puerta y espera con calma. Abre los ojos y los vuelve a cerrar. Duerme un poco, más tranquilo, pues algo es seguro:

Todo termina alguna vez. [FIN]

Ygdrasil

por Jorge Baradit

Guiamos el desarrollo de la Web con sentido estético.
Planeamos el desarrollo de la Internet como una copia de la particular estructura neuronal de un santo.
Cada nodo incorporado diariamente es una letra del conjuro definitivo. Y cuando la última palabra sea agregada, el altísimo tocará esta obra de sacra artesanía con su dedo hirviente y se alzará viva, cantando una letanía electrónica en nota sol, levitando sobre las cabezas de los hombres.
Todas las mentes se sincronizarán a través del tono transmitido desde el cielo y serán infectados de amor a Dios. El alma de la humanidad emergerá y se hará carne y cable como gran insecto elevándose en una sola mente, cantando oraciones en código binario plenas de señales montadas en frecuencias standard, transmitiendo el infinito rostro de Dios directamente a la corteza cerebral.

-Transmisión pirata emitida a fines del siglo XX en la forma de un virus informático para usuarios. El contenido fue decodificado, por error, sesenta años después-

Es el atardecer de la segunda semana de febrero.
Como todos los días a esta hora la boca monstruosa de la Coatlicue devora los colores, la luz y el calor con su lengua helada de madre terrible.
La vida del planeta se escurre lentamente por el oriente.

* * *
Un nahuatl mira hacia el cielo con melancolía. La noche derrama sus negras lágrimas sobre el cielo de México y los engranajes del calendario celeste sólo le confirman, con su caligrafía congelada, lo que su estirpe sabe desde hace décadas: la matemática tropezó consigo misma, los números comenzaron a fallar, la realidad está muriendo.
A sólo unos kilómetros de ahí un hombre pintado de azul araña la tierra con sus gemidos, arrastrándose dolorosamente por el centro geométrico del desierto de Sonora.
Lloran todos los médiums en 800 kilómetros a la redonda. Hacia donde miran ven de frente el rostro del doliente que se arrastra. Pareciera ser el espíritu del desierto que muere, saliendo a jirones por la boca del desgraciado en la forma de cuchillos kirlian y frecuencias electrónicas desgarradoras. Los aullidos del hombre pulsan como una inflamación en los scanners. Son rítmicos a la manera de un código o una serie matemática, espasmos binarios de dolor digital. Estridencia astral que copa los receptores de microondas y que ha mantenido despierta a la unidad del ejército mexicano “Iztacuauhtli” toda la noche frente a los monitores.

1. RAMIREZ
-¡Quiero la ubicación de la fuente de las anomalías y la quiero ahora!- gritó el comandante Ramírez. Llevaban horas recibiendo reportes acerca del extraño comportamiento de la realidad en distintos Estados de la Federación Mexicana. Pronto el Ministerio del Interior comenzaría a hacer preguntas para las que no había respuestas. Además, todos conocían la difícil situación que atravesaba el militar. Los técnicos del Departamento de Estado habían descubierto que, en una de sus vidas pasadas, Pablo Ramírez Escobar había sido un asesino a sueldo. También habían conseguido rastrear hacia atrás un componente de su estructura psíquica hasta una mujer que había exigido a gritos la Crucifixión. La Iglesia, políticamente muy poderosa, vetaba secretamente ese tipo de nexos escandalosos y las instrucciones del gobierno eran claras al respecto desde hacía varios años, “Sólo almas nuevas o de probada pureza pueden acceder a los puestos de poder”.
Ramírez era un animal en extinción, desesperado por justificar su existencia en una sección perdida al fondo del escalafón militar mexicano. Lo que menos necesitaba eran problemas. Había trepado desde el fondo de la carrera militar con mucho esfuerzo, sin apoyo y a base de grandes sacrificios. Sumiso hasta la humillación con sus superiores, soñaba con las balas que reservaba para cada uno de ellos, guardadas en el fondo de su corazón como el veneno de una araña pequeña, acurrucada en un rincón esperando su momento.
-Si no tengo el informe en 5 minutos voy a comenzar a cortar cabezas – gruñó.
-El informe aún no está completo, señor… La zona está muy inestable y las comunicaciones se cortan con facilidad. P…pero podría leer el boletín preliminar… señor -dijo un operario, muy nervioso. Ramírez hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza y el subalterno comenzó a leer.
-El grupo 3 informa que, pasadas las 4 de la madrugada, hizo contacto con la fuente de las anomalías. “Nuestro grupo estaba compuesto por dos sargentos, una médium, dos niños y tres perros implantados para búsqueda. En las coordenadas adjuntas encontramos un fenómeno inesperado…” -el subalterno se detuvo y miró a Ramírez-. El detalle indica que hallaron algo que definieron como un “transpuesto”, señor. Una malformación difícil de explicar. Un hombre agónico con su alma “desplazada”. Su existencia se encontraba “traslapada” entre su propio cuerpo, un cactus, una roca y una rata. El resto trataba de “aferrarse desesperadamente a la realidad, siendo succionada a jirones por la nada”, dice textualmente. Los perros se pusieron histéricos y lo atacaron con furia. Los sargentos intentaron accionar sus limitadores pero los perros habían enloquecido y tuvieron que matarlos. Los niños no han vuelto a controlar sus esfínteres desde entonces y la médium… bueno, ella murió al cabo de unos minutos y un equipo trabaja para determinar a la brevedad el paradero de su personalidad original. Ella maneja información clasificada y determinar la identidad de su siguiente reencarnación nos es prioritario.
Ramírez mantuvo la vista en el suelo. La situación era un completo desastre. Si se administraba con astucia no había nada mejor que una crisis para trepar posiciones.
-¿Alguna información sobre la procedencia de esta anomalía? -preguntó distraídamente.
-No, señor. Excepto una marca en su tobillo izquierdo. “Sujeto de prueba Nº21”, señor.
Ramírez se mordió repetidamente el labio inferior.
“Pruebas extranjeras en suelo mexicano con tecnología desconocida. Una grave amenaza sobre suelo patrio”, pensó.
-Perfecto -murmuró, y no pudo evitar una sonrisa.

2. MARIANA
Ella.
Ella crucificada y toda la humanidad naciendo violentamente entre sus piernas, como una multitud buscando comida.
El parto sangriento de toda una especie.
Ella como mater dolorosa de miles de Cristos, arrojados al polvo aullando, envueltos en placenta, amarrados de pies y manos, sanguinolentos después de atravesar la matriz erizada de púas de la Reina de la Colmena.
Ella clavada a los meridianos y auscultada desde adentro por insectos electrónicos.

* * *
-¡Ayúdenme! -gritó Mariana cuando abrió los ojos.
Sudaba copiosamente.
Siempre era lo mismo, soñar horrores y despertar asustada. Temblando, aferrada a imágenes horribles que retrocedían demasiado lento de su memoria cuando reingresaba a la realidad. Infierno personal. La muerte diaria cocinada en el óxido de la droga.
Siempre cansada de constatar que seguía viva, que tendría nuevamente que luchar para levantar su cuerpo adolorido de miembros hinchados, de olores avinagrados. Hediondez de resurrección.
Pero esta vez las cosas eran bastante distintas. Para su sorpresa, no despertó en su horrible cuartucho de las afueras de Puebla, esa celda de tres por dos metros contigua a otras de igual tamaño, habitadas por despojos humanos tan patéticos como ella misma y administrada por un matón que cobraba dos monedas por día a estos animales que noche a noche llegaban arrastrándose hasta su puerta. Celdas llenas de cucarachas y pulgas, hediondas a mierda porque casi todos eran adictos al “maíz”, droga que relaja los esfínteres y te deja tan agotado que después no tienes fuerzas para limpiar la inmundicia.
Esta vez despertó en una pulcra cabina de sueño, bastante lujosa, de esas instaladas bajo las aceras en el centro de ciudad de México. No se había orinado y estaba recién bañada. Miró en torno a ella los blancos cojinetes de espuma, las gavetas llenas de objetos olorosos. Sonrió, entre feliz y sorprendida. Entonces comenzó a recordar poco a poco.
Estaba en un callejón vigilando al tipo que le habían encargado liquidar. Era un traficante de “maíz” que se había metido en el territorio del “guajolote”, un mafioso que controlaba su imperio desde una enorme tina de baño llena de agua de mar. Había pedido que fuera Mariana, específicamente, la que se encargara del entrometido. No podía dar una mala señal a su competencia y la “chilena” era famosa por su crueldad en el arte de matar. Sería una buena advertencia para todos.
Llevaba dos días siguiéndole los pasos al traficante y había decidido que esa sería la noche del sacrificio.
Los efectos de las anfetaminas habían comenzado a agudizar los ángulos de su visión de gato y las manos se crispaban sobre sus cuchillos. La adrenalina subía a medida que el traficante se acercaba al callejón sin advertir al terrible animal agazapado que, erizado de garras metálicas, esperaba ansioso abrirle las carnes.
De pronto, Mariana sintió un dolor agudo en el cuello. Instintivamente se llevó la mano al lugar y recogió una aguja, un mareo la invadió y al minuto siguiente observaba a 3 metros de altura lo que le ocurría a su cuerpo abajo en el callejón. Había sido “dividida” químicamente.
Tres furgones militares sin marcas llegaron velozmente al lugar. Un equipo de enfermeros descendió de ellos, la desnudaron y fue sacada rápidamente de ahí casi sin ruido.
A partir de allí su memoria se convertía en retazos nebulosos de eventos inconexos: Un hombre bajo, de rasgos nahuatl, muy agresivo, de apellido Ramírez. Algo sobre un “transpuesto”; un encargo, el gobierno muy preocupado, amenazas… muchas amenazas. Ella vomitando, un golpe seco en la cara, un grito que le partió la cabeza; pero sobre todo la luz. Había demasiada luz.
Intentó recordar algo más pero le resultó imposible. Miró a su alrededor buscando la puerta de la cabina. Se palpó los costados y descubrió que le habían quitado sus cuchillos. Abrió las gavetas buscando algo que pudiera usar como arma, pero sólo encontró cremas y polvos cosméticos. Se sentó con las piernas cruzadas intentando pensar, sacudió su cabellera negra cortada a tijeretazos, como queriendo limpiarla de estática, suspiró y se decidió a salir.
La precaución con que abandonó la cabina era mecánica. Años de vivir tanteando el suelo y oliendo el aire de la jungla urbana, siempre cazador y siempre presa. Aunque esta vez se sentía más tranquila, sabía que si la hubieran querido juzgar ya estaría tras los barrotes de la cárcel de Oaxaca, y si la hubieran querido matar ya sería polvo disperso en algún suburbio de esta enorme costra metálica, ingobernable y llena de laberintos.
Subió la escalinata metálica que conducía hacia la calle con aparente relajo. El sol la encandiló suspendido ahí a medio camino de su muerte contra el horizonte de edificios. Reconoció el pasaje Motolínia, a sólo unos metros del Zócalo y en pleno centro histórico de Ciudad de México, corazón de la enorme megápolis que se extendía a kilómetros a la redonda sobre el antiguo lecho de un lago, el Anáhuac de los aborígenes. Ahora no era más que otra mala copia hipertrofiada de las megápolis europeas de antaño, un quiste extraño en el costado del continente.
México City, la “costra” le decían con desprecio. Desde el cielo se ve como una monstruosa ameba metálica engarfiada a la tierra como un parásito gris, emanando calor y mucho ruido electrónico. Las carreteras que se entierran en sus costados no cesan de inyectarle vegetales, trozos de animales, madera y combustibles que la ciudad devora y degrada generando más y más calor. Una reina monstruosa y obesa, incapaz de moverse, voraz e insaciable, sudando y defecando sin parar.
Entre los racimos de millones de seres humanos que se mueven en esa caldera, que mancha como un punto rojo sangre los mapas termales de los satélites, estaba Mariana, mirando a su alrededor la incesante actividad de la media tarde en Ciudad de México. Intentando entender todo lo que estaba ocurriéndole.
No podía recordar casi nada.
-Puta la huevá rara -murmuró rascándose la cabeza, sólo para descubrir pequeñas marcas de sutura en la zona de su parietal derecho, “¿implantes?”, pensó con horror.
-Debes ponerte en camino, la operación comenzará dentro de unos minutos- sonó la voz imperativa de Ramírez dentro de su propia cabeza, como un cuchillo hundiéndose en su masa encefálica.
-¡¡¿Quién los autorizó a implantarme, hijos de la chingada?!! -gritó la mujer tomándose la cabeza con las dos manos. El dolor entraba como un clavo a través de su cráneo.
-Tranquilízate. Somos el gobierno de México. Busca nuestras instrucciones entre tus recuerdos recientes.
-¡Pero si no soy nadie! -interrumpió. No entendía por qué el gobierno podía interesarse en ella. El gobierno prefería matar a la gente como ella en espectaculares purgas transmitidas en directo por la televisión.
No era más que una asesina de barrio miserable, el último depredador de la escala alimenticia. Mariana, la “cortapicos”, la “cuchillo”, la “chilena”. Evitaban verla cuando cruzaba la calle como un espectro doloroso y la mirada extraviada, a veces aún manchada con la sangre y el hedor de su último trabajo.
-Revisen la intensidad de la frecuencia… -escuchaba a lo lejos la voz de Ramírez hablando con sus técnicos. Qué tenía que ver el gobierno con ella, si era sólo un animal salvaje que mataba para drogarse, mientras esperaba desaparecer cualquier día, en cualquier esquina de esta Babilonia monstruosa tejida estrato sobre estrato con metal, fibra óptica y huesos humanos.
Ella, la “cortapicos”. Mataba sólo hombres en un ritual que ya era leyenda. Lloraba mientras despedazaba a sus presas.
-A unos metros te espera un automóvil blanco, ¿lo ves? Ahí encontrarás todo lo necesario para infiltrarte en tu objetivo. Deberás interceptar las cifras del Banco de México y analizarlas antes de la medianoche -la voz le reventaba los globos oculares, sentía claramente las uniones de su cráneo como cordones de fuego-. No debes fallar o morirás -cada palabra le producía el mismo efecto que golpes directos al mentón. Y la náusea.
Se sentó en el borde de la acera. No entendía nada.
-Están equivocados. Yo soy nadie… me duele tanto -murmuraba con los ojos apretados y llorosos, confundida por las voces y el dolor de su cerebro inflamado-. ¡Déjenme ir! -gritó.
-Cálmate, al parecer hay un problema en tus implantes de comunicaciones. No entres en pánico.
Mariana se puso bruscamente de pie -¡Déjenme en paz!-, gritó e intentó caminar, pero cayó de bruces, desmayada contra el concreto de la calle. La gente sólo esquivó ese bulto en su camino, nadie intentó socorrerla, nadie prestó atención tampoco a los vehículos que llegaron y a los soldados que se la llevaron. No era anormal un espectáculo de ese tipo en las calles de México.

Ella.
Ella dentro de ella, luchando por no ahogarse en oscuridad líquida. Enredada en sus intestinos, atrapada dentro de su cráneo.
Cuarenta Marianas amarradas dentro de un saco que cuelga de su propia columna vertebral.

Despertó muy confundida dentro de un vehículo de seguridad. Miró a su alrededor y sólo vio el interior de una cabina blanca que vibraba y se inclinaba mientras avanzaban hacia un destino desconocido.
Se sentía mucho mejor, es decir, demasiado bien para una junkie de 36 años que acababa de desmayarse de dolor.
-Espero que hayas notado el cambio -dijo Ramírez.
-¿A qué te refieres? -respondió con el pensamiento, sin articular palabra.
-Que bien. Aprendes rápido, chamaca -bromeó el militar-. Tuvimos que ajustar un par de cosas en tu cabeza. Disculpa si no puedes recordar tu vida entre los 20 y 22 años, debimos eliminar experiencias incompatibles con el software de comunicaciones. Tampoco recordarás lo que significa la palabra “semilla”, ni la sensación de tocar la corteza de un tronco de pino, pero no creo que te importe demasiado.
Mariana se sentía demasiado bien. La lenta caída en el pozo de la droga-maíz termina por hacerte olvidar el significado de “estar bien” física y mentalmente. Al final te conviertes en un organismo semiinconsciente, acosado por el frío y la necesidad; con la vista nublada y todos los sentidos abiertos a la paranoia y al único objetivo reconocible entre tanta estática: conseguir más.
“Quizás me limpiaron de la adicción”, pensaba. “Quizás me inyectaron alegría química”.
-Oye, Ramírez. Creo que cometieron un error. Yo no se nada de infiltraciones o espionaje, creo que….
-Silencio -la interrumpió el militar-. Lo que tú creas no importa.
-Ándate a la mierda. No tengo ninguna intención de trabajar para el gobierno, cabrones de la puta. Ahora mismo…-no terminó la frase, algo le ocurría a su cabeza. Fue violentamente inundada con vértigo sintético, las paredes se alejaron y todo comenzó a dar vueltas; un sonido agudo se clavó de lado a lado entre sus oídos. Vomitó, las venas le estallaban, pánico, sudor helado.
-Vas a trabajar para nosotros te guste o no. Además, no es necesario que seas experta en nada, tienes la cabeza llena de chips “recipientes” capaces de alojar a los espíritus de decenas de colaboradores muertos: médicos, asesinos, ingenieros, etc. Tenemos “oficinas en el más allá”, querida. Nuestros “contactados” reclutan a cientos de espíritus, todos gustosos de cooperar a cambio de volver a sentir el mundo, aunque sea a través de una marioneta como tú. No te preocupes, ellos harán el trabajo por ti.
El vehículo zumbaba meciendo su estructura y meciendo los órganos de la mujer que, acurrucada en una esquina, luchaba por fijar la mirada en un punto y recuperar la estabilidad.
-El grupo que escogimos para ti es particularmente eficiente. Si tu cooperación finalmente nos satisface, serás liberada, exorcizada por expertos y tu cuenta corriente sufrirá un repentino abultamiento. Con papeles nuevos y dinero podrás comenzar una nueva vida en cualquier lugar del mundo… excepto en México, por supuesto.
-La vida no es para mí -murmuró mientras se limpiaba la boca y recuperaba la calma-. Creo que dios se equivocó al mandarme para acá. Quizás soy un ángel que quería tener experiencias fuertes -sonrió con dificultad.
-Si no cooperas -agregó Ramírez, tomando un tono sombrío- será peor que morir, te lo aseguro. Terminarás tus días como una prostituta-esclava en algún suburbio inmundo de Colombia -Mariana palideció-, Mutilada, sin brazos, sin piernas, incapaz de moverte; violada 8 a 10 veces al día por vagabundos y drogadictos durante algunos años. Seis, tal vez cuatro, con suerte -Ramírez sabía que había tocado un punto sensible, la mujer estaba paralizada-. Te venderemos como a una “perra”, igual que tu madre -algo brotó frío y áspero desde su corazón para recorrer toda su piel-. Si nos ayudas, tendrás una vida de verdad. Sabemos que quieres salir de la inmundicia, además, tendrías el agradecimiento eterno del pueblo de México y de todo el mundo libre -concluyó, sarcástico.
Mariana miró hacia la oscuridad de la única ventana en el vehículo. Afuera no se veía nada, afuera no había nada. Apretó las mandíbulas e intentó controlar su angustia.
-Díganme qué tengo que hacer.
Así, mientras los técnicos le transmitían las instrucciones en código mnemónico por debajo de su conciencia, Mariana se perdía en un recuerdo al fondo de un reflejo en la moldura plástica cromada del vehículo. Ejercitaba el viejo juego de perderse en un detalle de la pared para evitar el dolor, el mandala que abría para huir de su cuerpo cuando era niña y su padre no era su padre. Los detalles juguetones en los reflejos de sus pupilas llameantes en esas noches de terror de su infancia. Puertas a través de las que entraba para encerrarse en la dolorosa fortaleza donde se congelaba de soledad.
El ruido del vehículo.
Las luces de los postes de alumbrado, pasando por la ventana como la gráfica cardiovascular de un muerto. Su corazón abandonado en un rincón, la mirada perdida, el zumbido de la información entrando en su memoria.

3. ALVARADO
Pedro Alvarado era el joven representante del pueblo para el Estado de Yucatán y celoso supervisor gubernamental de la operación que se llevaba a cabo. El y Ramírez se entendían a la perfección. Los dos eran animales medianos en la escala de poder y se ayudaban mutuamente con entusiasmo, mientras llegaba el momento de clavarse un puñal en la espalda. Hasta entonces su confianza era completa y mantenían ese puñal siempre a la vista.

Alvarado estaba cómodamente sentado en el sillón de Ramírez cuando se desplegaron los monitores que seguirían los movimientos de Mariana. Con él presente la operación se ponía en marcha oficialmente.
Su impecable imagen combinaba perfectamente con su estudiada forma de sentarse. Pierna cruzada mostrando relajo, cuerpo recostado hacia atrás para comunicar seguridad, cabeza erguida y mentón retraído mostrando dignidad. Todo orientado hacia el centro vacío de la sala para hacer sentir su poder.
-Y dime, Ramírez, ¿cómo va el entrenamiento de Mariana? -la voz era fuerte, por sobre el volumen usual de conversación e hizo que todas las cabezas giraran hacia el militar.
-No muy bien -gruñó. Siempre se sentía incómodo ante esos manejos sicológicos, esas destrezas comunicacionales tan finas que lo sacaban de quicio. Lo de él era el grito o el comentario lacónico; la política y sus rincones lo descolocaban-. Ya hemos perdido tres días ajustando las “posesiones” del equipo. Su mente es todo un caso, aún no entiendo por qué la escogiste a ella.
-Eso no importa -murmuró- quiero saber qué le dijiste sobre nuestro “problema” -interrogó sin molestarse en mirarlo.
Ramírez miró de reojo a sus subalternos que, al igual que él, sabían que esa pregunta era humillante. Todos estaban al tanto de la información transmitida a Mariana, hacer que Ramírez la repitiera era tratarlo como a un escolar. Era decirle que no estaba seguro de su capacidad.
El militar decidió jugar este ajedrez y caminó dos pasos hacia la ventana, dándole la espalda con medida indiferencia, sabía que su gente lo miraba y no quería perder autoridad. Entonces contestó con voz fuerte.
-Ella sabe lo que el gobierno decidió que debía saber -insistiendo en la palabra “gobierno” para recordarle que los dos tenían al mismo jefe-. Pero, por si no lo recuerdas, te lo voy a repetir. Ella sabe que descubrimos un sujeto de prueba en el desierto, sometido a quién sabe qué tipo de experimento. Sabe que es una tecnología absolutamente nueva, limpia, altamente destructiva, con alcances militares insospechados que vulneran nuestro sentido de la seguridad nacional.
>>Sabe también que el “transpuesto” liberó egos de vidas pasadas y se contaminó con esencias insostenibles, como recordar haber sido una roca y acoger esa memoria infinita. Recordar haber estado enterrado a 500 kilómetros de profundidad durante 18 millones de años no es algo que la mente humana pueda resistir sin dañarse.
>>También fue informada que la internación de esa tecnología fue hecha a espaldas de nuestro gobierno y que nuestra misión consiste en infiltrarnos en el Banco de México para seguir la única pista que tenemos: unos movimientos bancarios inusuales en torno a la importación de aparatos médicos, alrededor de la fecha en que se desataron los hechos de Sonora.
Alvarado hizo un silencio para mirar de reojo a los técnicos que aún no terminaban de conectar los racimos de aparatos que controlarían la evolución del operativo.
-¿Ella sospecha por qué la escogimos?.
-No -recalcó Ramírez con energía- y a decir verdad, yo tampoco. Todavía no entiendo por qué te decidiste por ese espantapájaros drogadicto para una operación tan relevante. Si me hubieran preguntado…
-Pero nadie lo hizo -interrumpió con suavidad-. El gobierno considera este operativo como “estratégico”. No pensarías que iban a dejar las decisiones importantes en manos de militares -sonrió-. No lo tomes a mal…tú me entiendes.
No, Ramírez no entendía y lo tomaba muy mal. Pero calló.
-De acuerdo a mis planes -dijo Alvarado marcando sutilmente la palabra “mis”- Mariana es la mejor elección que podríamos haber hecho.
Ramírez suspiró. Ya tenía 48 años y la fila de culos aún por lamer se perdía en el horizonte de su estancada carrera, estancada como un bocado amargo en mitad de su garganta.
Suspiró y se acercó a los primeros monitores que se encendían. Pidió que le muestren el perfil digital de Mariana en la Red y casi se le salieron los ojos del rostro. La mujer aparecía llena de lazos, vasos comunicantes, infecciones digitales, seguimientos policiales y todo un gran karma electrónico muy ruidoso. Ramírez casi entró en pánico.
-¿¡Quieres decirme que “ésto” es tu mejor elección!? -gritó perdiendo la compostura por primera vez-. ¿¡Medio México la busca y tú la usas como espía!? -Alvarado lo miraba sin mover un músculo-. Esa mujer, ese esperpento deja un rastro tan notorio como un animal herido en la nieve. Debemos cancelar de inmediato y voy a dar instrucciones de entregarle la responsabilidad a una unidad de nuestra confianza….
-¡Basta! -lo interrumpió el político-. ¿Es que no entiendes nada? Mariana es sólo una carnada. Es un trozo de carne para atraer a los tiburones ¿O tú crees que íbamos a enviar personal clasificado a realizar la infiltración? -sonrió sarcástico-. Es una empresa privada, ¡por dios! Si descubren a un agente oficial infiltrándose en sus instalaciones el escándalo podría derrocar a todo el gobierno -Ramírez miraba sintiéndose estúpido-. Ella será la vara con la que probaremos si el alto voltaje de su reja funciona. Ella es un mensaje que sin duda leerán, “los estamos vigilando, sabemos lo que están haciendo.”
-Pero ellos la destruirán….
-Por supuesto. Pero no te preocupes, leerán el mensaje y eso es todo lo que nos interesa por el momento. Ella no es una agente del Estado así que no podrán sacarle cosas importantes de sus neuronas; excepto lo que nosotros queremos que sepan, por supuesto.
Ramírez estaba furioso, había sido humillado en presencia de sus subalternos sin ninguna misericordia. Gritó un par de órdenes a los técnicos para que finalizaran las instalaciones y salió de la sala con el enojo vivo bajo la piel. Alvarado lo miró retirarse con una sonrisa, “indígena con charreteras”, pensó.

4. EL BANCO DE MEXICO
Las redes de comunicaciones se habían convertido en carreteras blindadas por donde la información viajaba segura, encapsulada en encriptados imposibles. La única posibilidad de robar información era el viejo sistema de forzar la cerradura y entrar como un ladrón en la noche, evadir la seguridad y salir corriendo antes que sonaran las alarmas y las mandíbulas de acero se cerraran sobre la carne del intruso.
Mariana llevaba ocho horas inmóvil dentro de un ducto de evacuación de desechos orgánicos, colgando de un garfio y respirando por una mascarilla. Cada quince minutos el edificio del Banco de México “orinaba” a través del ducto y Mariana podía avanzar unos centímetros sin ser detectada. El esfuerzo de avanzar contra la corriente de desechos era enorme y los brazos le dolían. “Qué mierda estoy haciendo aquí”, era la pregunta que se hacía durante todo el tiempo que permanecía colgada, como una pupa, de las paredes interiores de la “uretra” del edificio.
Al cabo de catorce horas había alcanzado por fin penetrar el casco de la construcción, a la altura del piso 40 bajo tierra. Desde allí sólo le tomó una hora más llegar hasta el centro de la estructura, de forma tubular, donde se albergaba la médula espinal del edificio. De ocho metros de diámetro, la médula se extendía a lo alto de toda la construcción conectando los pisos y coordinando todas las funciones biológicas y administrativas de la empresa. Era el sistema neurovegetativo de una nueva generación de edificios “vivos”, monstruosas neuronas de exoesqueleto metálico llamadas “colmenas”.
Mariana enganchó el seguro de su cinturón a un tubo que se insertaba en la médula para abrir con comodidad su traje elástico de seguridad. Metió una mano entre sus piernas y extrajo de su ano un pequeño tubo metálico que insertó en su nariz. El tubo desplegó unas pequeñas garras que lo aseguraron a las paredes de la cavidad nasal, Mariana palideció; luego extendió lentamente una aguja hasta la base del cerebro y se “conectó” a la corteza de la mujer. Del otro extremo sacó un line-in, delgado como un cabello, que insertó directamente en una de las arterias que se hundían en la médula del Banco de México.
Por sencilla osmosis, la fibra interventora era capaz de oír y discriminar la transmisión de datos, por vía química, que circulaba a través de sus fibras de mielina. El tubo metálico en la nariz de Mariana modulaba la información y la codificaba, en la forma de imágenes y patrones aleatorios perdidos en la vorágine de recuerdos de infancia del recipiente.
Sintió un sabor acre en la boca, entonces supo que estaba transmitiendo los datos hacia la central.
Mientras sentía un cosquilleo en un lugar indefinido sobre el paladar, estiró un poco los miembros y se relajó, respiró muy hondo y sonrió feliz por el éxito de una operación que, sólo unas horas antes, le habría parecido imposible debido a su avanzado estado de dependencia a las drogas. Su mente comenzó a volar entre pensamientos variados. “Estoy divagando”, se dijo a sí misma, sorprendida. El maíz era una droga esclavizante y la adicción no daba tiempo a pensar en otra cosa que no fuera conseguir más. Te mantenía todo el día hambriento, como un lobo famélico que sólo se saciaba mientras devoraba a dentelladas los gramos siempre escasos, para quedar nuevamente vacío, ansioso y sediento. La sensación de calma que envolvía a Mariana la embargó de emoción, se sentía viva. Era una extraña paz abrazándola ahí, en la oscuridad, a cien metros bajo tierra. De pronto se vio a sí misma despierta, humana de nuevo, lúcida. La revelación repentina agrietó su pared y una gota se filtró por sus ojos para caer rodando lentamente por su mejilla. Por fin estaba consciente de la muerte en vida por la que se había arrastrado durante tantos años.
Fue una larga noche donde lloró por todo lo que no había llorado jamás. Lloró por su madre, por su padre, por sus víctimas; por la pesadilla que aterrorizó a la niña y de la que acababa de despertar con pesados 36 años sobre sus hombros, en un cuerpo de mujer medio seco por la falta de afecto.
Era un llanto de nacimiento ahí, en la oscuridad, a cien metros bajo tierra.
En la sala de control, Ramírez y sus subalternos se miraban sin comprender nada. Evaluaban los datos, sudaban nerviosos, revisaban las gráficas buscando anomalías. No entendían ese llanto largo y desgarrado que llegaba por sus comunicadores desde las entrañas del Banco de México. Qué ocurría… ¿incompatibilidad química?

* * *
A las 8 de la mañana apareció Alvarado con una taza de café en la mano. Los tacos de sus zapatos resonaban en las baldosas aislantes que cubrían el suelo de los pasillos. La noche había sido larga y el sueño corto, así que el café tendría un par de polizones disolviéndose clandestinamente al fondo de la taza. Nada anormal, sólo el rito diario de la clase ejecutiva incapaz de renunciar a la ayuda de los químicos, a esas alturas, imprescindibles para sostener el ritmo endemoniado que exigían las responsabilidades laborales. Todos en el gobierno apoyaban la lucha contra las drogas, pero todos también sabían que sin ellas el sistema se derrumbaría, agotado e imposibilitado de contener el stress y la exigencia de forma natural. Los destinos del país eran dirigidos por una banda de drogadictos obsesos, necesariamente relacionados y chantajeados por hermandades del comercio ilegal.
-¿Cuánto falta? -preguntó en medio de un bostezo. Ramírez no despegó la vista del monitor y murmuró-. Estamos en itinerario. Esta niña resultó ser bastante buena y nos está transmitiendo más información de la que pensábamos.
-Bien por ti -dijo estirando los brazos- recuerda que tus galones dependen de tu eficiencia en esta operación -el militar tragó saliva y se negó a contestar, era demasiado temprano para responder a las provocaciones. Además, Alvarado era un político joven enviado aquí seguramente para medirle su desenvolvimiento. Esta misión no era precisamente un premio, de modo que sus situaciones eran bastante similares.
-¿Qué vas a hacer si los del Banco no la descubren pronto? Supongo que tienes un plan de contingencia…
-¡Shht! -interrumpió muy concentrado -en diez segundos va a comenzar la fiesta- el político volvió a bostezar sonoramente, sólo para burlarse de la expectación de Ramírez.
-¡Ahora! -dos monitores se apagaron y una pantalla apareció flotando en el centro de la sala, llena de fibras luminosas haciendo veloces recorridos en torno a un punto violeta. Poco a poco las fibras se conectaban al punto hasta que toda la gráfica quedó inmóvil, pulsando ingrávida. Letras salieron de la nada indicando vectores y gráficas se derramaron hasta el suelo. Un reloj contó cinco segundos hacia atrás y toda la sala quedó a oscuras.
Mariana no notó nada anormal al principio, sólo el cese del cosquilleo en el paladar. Luego notó que el zumbido también había cesado y supo que algo andaba mal. Ramírez la había abandonado
Quiso moverse, pero estaba paralizada. Las luces de seguridad que cargaba se apagaron y se encontró de pronto sola, a cien metros bajo tierra, presa del pánico pero incapaz de gritar; paralizada por quién sabe qué químico, atrapada entre los intestinos de un monstruo que la había identificado como a un cuerpo extraño y que en cualquier momento comenzaría algo muy parecido a una digestión.
-Ahora, cuéntame qué fue lo que hiciste -preguntó Alvarado café en mano. En su rostro había trazos de preocupación que Ramírez, demasiado entusiasmado con su éxito, sólo interpretaba como irritación mal escondida ante la genialidad de su maniobra.
-Mariana -dijo en voz alta, imitando la actitud del profesor que comienza una lección- resultó más eficiente de lo que pensábamos. Los imbéciles del departamento de seguridad del Banco de México, no estaban pudiendo detectarla.
Entonces di un giro al operativo -continuó lleno de autosatisfacción, “bastante patética”, pensaba Alvarado-. Me comuniqué directamente con ellos y les dije que estaban siendo infiltrados. Su sorpresa fue mayúscula. Antes que pudieran decir nada los amenacé con informar a la prensa de la situación si no cooperaban. Les aseguré que el descrédito y la fuga de capitales serían inevitables, que la ofuscación de sus superiores sería tal, que no daba ni una moneda por sus vidas -Alvarado veía en torno suyo los rostros embobados de los subalternos de Ramírez con una mezcla de asco y rabia. La táctica descrita era tosca, grosera, carente de toda sutileza. No era una estrategia fina, era una simple amenaza de gorila.
-Les exigí de inmediato la información completa sobre los movimientos bancarios que necesitábamos. De esa manera nos ahorramos un par de semanas de investigación, por lo menos -sonrió buscando aprobación en los ojos de su gente.
“Qué espectáculo”, pensó Alvarado -Y, ¿qué te pidieron a cambio? -preguntó con calculada indiferencia, haciendo girar el café dentro de la taza.
-La ubicación de Mariana,…por supuesto.
-Por supuesto -murmuró Alvarado, apretando las mandíbulas en un gesto de preocupación que esa vez no pasó desapercibido para Ramírez.

5. NIGREDO

Ella.
Ella embarazada, con el estómago lleno de cuervos.
Una muchedumbre grita y se remueve, virulenta, bajo la tierra, entre sus válvulas y pasadizos.
(Del cielo llueven ojos izquierdos).
Ella arrastrando sus 40 úteros infectados bajo la tormenta. Maúlla lastimosamente, se rasca los parásitos que florecen alrededor de su boca, mientras arrastra su prole no nata por el único camino. Con el alma cayéndosele a pedazos, deja un rastro.
El Vía Crucis tiene la forma del circuito impreso grabado en su paladar, y es un nombre.

Despertó ahogada en un grito, pero no pudo moverse. El cuadro le encogió el corazón.
Estaba desnuda, de alguna manera fijada a la superficie de una mesa de madera negra. La larga mesa ocupaba casi toda la superficie de una especie de sala de reuniones de color blanco. En torno a ella, unos doce hombres de edad heterogénea, vestidos formalmente, permanecían sentados mirándola. Sobre la puerta, una placa metálica con el logo iridiscente del Banco de México.
Pasaron un par de horas, durante las cuales Mariana intentó inútilmente comunicarse con ellos. Les pidió, les exigió, les gritó. Los amenazó, les rogó, sin obtener respuesta alguna.
Cuando la mujer agotó incluso las lágrimas, uno de ellos se puso de pie y extrajo de su bolsillo un punzón. Le dibujó hermosos kanjis sobre la piel del torso que, a pesar de la sangre, dejaban leer perfectamente los pasajes luminosos del “sutra del loto”. Le atravesaron los pezones con clavos de cobre finamente tallados, le cortaron los párpados con una tijera antiquísima de acero templado y de orejas talladas en madera de nogal. Uno de los hombres, de rasgos asiáticos, le hundió un bisturí con mango de bronce a la altura del chakra “anahata” y practicó un corte longitudinal hasta llegar al pubis y dividir el clítoris a la mitad. Nadie le tocó la vagina.
Otro personaje, de origen indefinido, se acercó lentamente con un martillo en las manos. Entre la semiinconsciencia y el ahogo del dolor la mujer alcanzó a gemir con angustia, aunque sin ninguna esperanza – No, por favor-.
vEntonces, la crucificaron a la mesa.
Le arrancaron dientes y algunas uñas. Le extrajeron costillas y dedos. Alinearon todo cuidadosamente en torno a ella como un gran mandala de restos humanos, mientras murmuraban y repetían la palabra “perfecto” acentuando cada final de frase.
La mujer desorbitaba los ojos intentando ver más allá de la niebla y la asfixia del martirio. Abría la boca en el grito mudo de la carne.
vDe pronto, el ritual pareció terminar. Sólo el jadeo mínimo de Mariana denunciaba que esos despojos desordenados, sanguinolentos, habían sido un ser humano.
Entonces entró ese otro hombre.
Con una daga le abrió el costado lentamente, copuló con ella a través de la herida y eyaculó en su interior al cabo de unos minutos. Con una frase dio por terminada la reunión y se retiraron.
Alguien llegó, le clavó un gancho a la cadera y la arrastró hacia un ascensor. Salieron a un estacionamiento y la arrojaron al compartimiento de carga de una camioneta.
Mariana seguía semiinconsciente y cada imperfección del pavimento la atravesaba con dolores lejanos como recuerdos.
Sintió la luz cuando abrieron la camioneta, sintió el golpe de su cabeza contra el pavimento cuando la arrojaron fuera. Escuchó algo acerca de la altura del puente y la profundidad del río.
El cielo estaba muy azul, había bosques a lo lejos.
Sintió una repentina ingravidez y luego el golpe contra el agua. Había cierta calma en todo lo que ocurría, veía perfectamente a las algas mecerse y a las burbujas subir hacia la superficie mientras se hundía.
Se hundía, sabía que se hundía de espaldas hacia el olvido, la luz alejándose poco a poco allá arriba. Sentía que la oscuridad la abrazaba con su tela espesa, que la muerte la cubría casi con ternura. “Ya pasó todo”, le susurraba mientras se hundía en el sueño, como una novia dolorosa.
Todo parecía un sueño.
Las algas del fondo la envolvieron con sus dedos transparentes cuando casi tocaba su cuna definitiva.
Todo debía ser un sueño.
Del fondo salieron unos brazos que la estrecharon y Mariana escuchó una voz diciéndole al oído -Llevo 20 años esperándote bajo el limo-.

6. EL SELKNAM

Ella.
Ella en un paisaje con los colores mal calibrados.
Una cuerda baja desde el cielo y la sostiene colgando por los pies, sangra por la nariz. Bajo ella un charco de sangre de 5 metros de profundidad donde nadan peces extraños e ideas desesperadas.
Ella, murmurando un nombre que no recuerda mientras un insecto le hace una cesárea. En las antípodas del planeta un sacerdote levanta la ostia y un aullido brota del cáliz. El insecto entra por la herida del parto y se acomoda para dormir.

-¿Los de Seguridad del Banco de México enviaron la información?- preguntó Alvarado. Eran las tres de la mañana, tenía el cabello desordenado, la corbata en el bolsillo y ojeras que le llegaban a las rodillas.
– El último paquete llegará en dos horas. Han debido sortear su propio sistema de seguridad y los segmentos de datos se están transmitiendo codificados en cadena. Sólo cuando los hayamos recuperado en su totalidad, podremos reconstruir el conjunto- Ramírez no desvió la vista de un teclado-ouija color siena, de reciente fabricación. Sus curvas simulaban un cangrejo y las terminaciones eran exquisitas.
“Que estúpido”, pensó Alvarado. “Es obvio que están ganando tiempo. Seguramente para cuando hayamos reconstruido la información, ellos ya habrán limpiado toda evidencia y descubriremos que nuestros datos son basura”. -¿Ya sabes qué hicieron con Mariana?
-Seguramente algo horrible. Esa gente busca destruir el cuerpo, pero también inutilizar el espíritu -murmuró Ramírez tecleando la ouija con nerviosismo-. Si conseguimos rastrear sus residuos en el plano astral, seguramente veremos las condiciones desastrosas en que dejaron su esencia -sonrió-. Un guiñapo arrastrándose demasiado lento para llegar a ninguna parte, desmoronándose como una figura de barro seco. El problema es que…-se detuvo para teclear un comando avanzado en la ouija- en esas condiciones debería estar dejando un rastro por demás visible. Algunas brasas Kirlian aquí y allá. Pero no hemos detectado nada con el sello característico de ese grupo misterioso que opera con el Banco de México.
-¿De los “Perfectos”? -murmuró Alvarado distraídamente.
-¿De quiénes? -lo miró el militar muy sorprendido.
-Nada, nada -sonrió- es sólo un término de usuario -salió de la sala sonriendo teatralmente, feliz de ofuscar al “mono con uniforme”, como lo llamaba a sus espaldas-. No busques a los vivos entre los muertos -gritó desde el pasillo.
“Típico de políticos”, pensó Ramírez. “Jugando a hacerte sentir desinformado”.
-No encontramos reencarnaciones con el perfil de la identidad “Mariana”, señor -lo interrumpió un subalterno-. Tampoco posesiones con su patrón de aura, señor.
La preocupación de Ramírez era evidente para todos. Era muy importante que la mujer estuviera fuera de circulación. Un cabo suelto en una operación encubierta tan comprometedora se leía como un fracaso inexcusable. Gobiernos completos habían caído por menos, aunque siempre volvían al poder de una u otra manera. Pero los responsables directos, los funcionarios como él, con suerte podían rehacer sus vidas en otro país.

Ella.
Ella clavada a una pared en el centro de un campo arado.
Ella sabe que bajo la pared hay un elefante enterrado de pie, que evita que el mundo se desplome.
Un ladrido sale de los ojos de ella y la multitud huye despavorida, porque en el ladrido hay un color lleno de cosas que nadie quiere saber. Un pez atraviesa la escena y sabemos que en realidad todo ocurre bajo el mar.
Ella.
Ella de pie frente a un hombre muy extraño.

-¿Cómo te sientes? -le pregunta de improviso-. Soy quien te rescató desde el fondo del río. Entré para ver tu estado. Intenta descansar, tu recuperación tardará un par de semanas más -Mariana lo miraba con asombro mientras se transformaba una y otra vez, en una mujer, una carta de Tarot, un campo de margaritas, un caballo árabe, en el cielo estrellado esa mañana en Tlatelolco, en una voluta de humo de su primer cigarro de marihuana.
-Todo está muy raro desde que aparecieron los selknam -se dijo, mirándose a los ojos. Un escarabajo entraba por su nariz sonando como un viejo reloj a cuerda.
Un mapa con venas en vez de ríos.
El cielo es su córnea.
Muchas hormigas. Muchos días.

El selknam tenía a Mariana colgando por los pies de un árbol, en un lugar escondido de la sierra en el Estado de Guerrero.
Alrededor del tronco había dispuesto un círculo de rocas negras y cuatro espejos marcando los cuatro puntos cardinales. Sobre los espejos había derramado palabras poderosas y pétalos de flores.
Llevaba dos días girando ritualmente en torno al árbol, para frenar la fricción con que el tiempo desgasta las cosas y así disminuir su efecto erosivo sobre la memoria de Mariana. La danza se sostenía sobre un canto de tres notas musicales que estimulaban curativamente su glándula pineal.
Al tercer día desenterró los pulmones de la mujer y los introdujo en agua consagrada antes de reintegrárselos. Puso un pez minúsculo en cada ojo antes de reintroducirlos en sus cuencas. Abrió por el estómago a un lobo y extrajo el corazón de Mariana, escondido allí durante días, lejos de los ojos de la muerte.
Cosió las heridas con fibra de cactus y se sentó a esperar.
A los nueve días ocurrió la maravilla.
Con el primer rayo de sol se escuchó un llanto de bebé saliendo del árbol, que crujía angustiado. Poco a poco el llanto llegó a su adultez, las astillas saltaban, la corteza se resquebrajaba. De pronto, una mano rompe la corteza y aflora buscando asirse, luego otra mano. Mariana luchando por romper el cascarón y salir a respirar. Finalmente el tronco cede, la corteza explota y Mariana emerge envuelta en savia y musgo vomitando tierra. Pone un pie fuera del círculo de rocas y cae al suelo completamente desvanecida, a los pies del selknam que permanece sentado, indiferente, recortado contra el sol de la mañana.
Las aves no cruzan el espacio sobre el selknam.

Ella.
Ella recostada durante mucho tiempo junto a un gato con forma humana.

-Despierta -susurró el selknam. Mariana abrió los ojos y lo vio, en cuclillas junto a ella. No supo si le despertaba curiosidad, sorpresa o asco, se sentía extraordinariamente calmada. Podría haber visto al diablo y no le habría producido mayor efecto. De todas maneras lo que tenía enfrente era toda una rareza, tenía que admitirlo.
-¿Se puede saber qué clase de “cosa” eres tú? -bromeó.
“Eso” se mantuvo inmóvil unos segundos demasiado extensos, se puso violentamente de pie y extendió su “boca”.
-Selknam -dijo y prolongó la última letra haciendo vibrar a todo el lugar. Mariana sintió también como su cuerpo temblaba, envuelta en un placer
violeta muy similar al arrobo después del orgasmo.
-¡Wow!- sonrió -¿Podrías repetir eso?
-Se hace lo que se debe hacer, ni más, ni menos.
La mujer se sentía increíblemente bien. Entre la bruma de una memoria obviamente intervenida, veía heridas, torturas. Pero donde deberían haber terribles marcas había piel lisa, donde hubo fracturas no habían desgarros; todo estaba en su lugar y en perfecto estado, incluso el trauma del dolor estaba suturado.
-No se me ocurre cómo lo hiciste, pero gracias. Ahora completa el favor e indícame cómo volver a ciudad de México. Tanto espacio abierto me pone nerviosa.
El selknam la observó de arriba abajo -Entonces, ¿no lo sabes?.
Mariana notaba como las letras, pronunciadas con inusual transparencia por el selknam, resonaban en distintas partes de su cuerpo. La “n”, en cambio, le traía el recuerdo de un rayo de sol asomándose tras un arbusto a sus ocho años, siempre igual, como si tocara la misma tecla en el piano de su memoria. Las “l” parecían estimularle sus glándulas salivales, las vocales tenían relación con sus órganos internos y la “t”, un indefinible sabor a algo masculino que la ponía nerviosa.
-Perdóname, “bicho”…
-Mi nombre es Reche -la interrumpió.
-Discúlpame, Reche -remedó-, pero, ¿qué es lo que debería saber?
-No puedes volver atrás. Todo ha comenzado. No hay regreso -diciendo esto se sentó en posición de loto.
-Qué es lo que ha comenzado, bicho -continuó Mariana, un tanto nerviosa.
-Selknam -repitió el Reche y quedó inmóvil mirándose el pie izquierdo.
-Oye, te hice una pregunta, huevón -pero el selknam se veía como una imagen de video congelada, plana, mal definida, en pausa-. Todo está muy raro desde que aparecieron estos huevotes -dijo mientras se enderezaba lentamente, buscando con la mirada algo con qué cubrirse. Comenzaba a bajar la temperatura en la sierra y el viento se arrastraba inundándolo todo, mojando las piedras con su lengua helada.
Tras un arbusto encontró una manta, no muy gruesa pero útil.
Mariana de pie, temblando contra el atardecer.
-Estoy viva -dijo para sí con una sonrisa triste-. No entiendo nada, pero estoy más viva que nunca -y lloró en silencio frente al misterio.
Arriba, las estrellas comenzaban a brotar como recuerdos en la mente del mundo.

7. LAS “PERRAS”
-Definitivamente la mujer no está muerta -gruñó Ramírez. Alvarado, junto a él, no movió un sólo músculo.
-¿Qué vas a hacer entonces, comandante? -preguntó.
-Qué “vamos” a hacer, querrás decir -Alvarado lo miró sonriendo.
-Es muy probable que, gracias a tu espectacular manejo, la gente del Banco de México haya limpiado todas sus relaciones con el fenómeno de Sonora y estén buscando a Mariana para devolvernos la mano ¿Te das cuenta lo que ocurriría si ellos exponen a la luz pública tu operativo de infiltración a una institución privada, comandante? -dijo el político, cómodo y feliz, navegando en los marasmos que tan bien conocía.
-El gobierno no nos va a defender… -murmuró.
-¡Por supuesto que no! -exclamó levantando los brazos-. Van a negar toda participación. Lo van a presentar como un simple caso de estafa. Dos inescrupulosos funcionarios, o sea nosotros, utilizando la estructura estatal con oscuros fines personales -Alvarado se acercó a Ramírez y le susurró al oído-. Nos van a crucificar para mantener limpio el honor de la institución, comandante. Quizás una mañana amanezcamos colgados por el cuello en nuestras celdas, “incapaces de soportar el dolor por haber traicionado a la nación” -y se alejó unos pasos emitiendo una risita burlona, de espaldas al apesadumbrado militar.
-Comuníquense con Pedro, el ermitaño. El va a encontrarla, él la va a eliminar -ordenó Ramírez mirando al suelo.

Ella.
Ella en posición fetal, dentro de una nuez. Abajo, el océano Atlántico hablando con unas aldeanas.

-Ahora va a despertar -susurró el selknam.
El bulto de mantas pareció cobrar vida, un brazo se extendió fuera y estiró los dedos. Mariana sacó la cabeza de su noche personal como una luna somnolienta. Dolía abrir los ojos tanto como doblar una articulación, pero había algo placentero en ello que la hizo sonreír.
-Esta saliendo el sol -dijo bostezando. Había cantos de pájaros, crepitar de brasas; todos esos sonidos mínimos, en puntillas de pies, que van desapareciendo a medida que el mundo despierta. Había humo flotando, la luz era submarina.
-¿Por qué me rescataste? -preguntó de golpe. Alguna urgencia interior guardada desde la noche saltó como un resorte por su boca. Ni siquiera lo miraba, parecía más preocupada por encontrar algo para comer entre las coloridas mantas y cordeles llenos de nudos, similares a los quipus que viera en alguna imagen cuando niña.
-No fue un rescate. Sólo estuve en el lugar correcto para ser puente de los acontecimientos.
-OK, super claro -murmuró escarbando dentro de un bolso huichol, cargado de imaginería psicodélica-. ¿No tienes nada para comer? -dijo finalmente, molesta.
El selknam apareció frente a ella, a 10 centímetros de su rostro. Mariana notó que estaba inmovilizada y tuvo miedo. El se puso de rodillas frente a ella y hundió el brazo hasta el codo en la tierra para sacar una liebre viva, chillando y pataleando. Mariana estaba muy sorprendida pero también hambrienta, así que juntó leña rápidamente y en unos minutos la liebre se asaba al palo, despidiendo olores que le excitaban los nervios. Tenía tanta hambre que de pronto supo que sus manos sólo existían con el objeto de acercar comida a su tubo de deglución.
-Es extraño matar -dijo como hablándole al fuego-, es necesario pero te enseñan que no debes sentir placer cuando lo haces.
-Es distinto matar que alimentarse.
-El trabajo más difícil del Universo es ser animales éticos -dijo sonriendo-, tener conviviendo en la misma celda a este cerebro, este estómago y estos genitales es un mal chiste. Pasan todo el día peleándose el timón-.
-¿No les han enseñado a controlarse, aún?
-Puf… lo intentan. Somos lobos educados como vacas, pero lobos al fin -dijo con cansancio y arrojó una piedra al fuego, las chispas envolvieron a la liebre. El silencio enmarcó el momento.
-Parece que nuestro problema -continuó Mariana- es que somos depredadores viviendo en manadas. La matanza interna es terrible. El cerebro fabrica un montón de razones para justificarlo, pero en el fondo de todo sólo está “el loco”, hambriento de carne humana.
-Los hombres están divididos.
-La Tierra es un barco sin timón, compadre -prosiguió Mariana, como si no lo hubiera escuchado- lleno de locos devorándose, a la deriva. Debemos ser todo un espectáculo para el resto del Universo -hizo una pausa para arrojar otra piedra-. Sería mejor que nos borraran de una vez.
-Nadie va a mancharse las manos con ustedes -dijo el selknam, molesto.
La mujer se abrazó las rodillas con los brazos y apoyó la barbilla en ellas. Se balanceó e hizo ruidos con la boca mirando fijamente a la liebre, “está casi lista”, pensó.
-Ahora dime por qué me salvaste. Y quiero una respuesta que pueda entender. Sabes a lo que me refiero -estiró las manos, quebró un hueso, acercó la carne a su boca, la saliva comenzó a fluir, el estómago rugió exigiendo ser saciado. Los dientes comenzaron a destrozar al pequeño animal.
El selknam la miraba con una mezcla de curiosidad y algo parecido al asco. “Se comunican con el mismo órgano con el que se alimentan”, pensó, “Su sistema de ventilación hace vibrar el aire con códigos rudimentarios. Son realmente groseros, pero bellos. Salvajes, abisales, frágiles. Sus ojos son de las cosas más hermosas que he visto, sus mentes son malignas e impredecibles. Es de esperar que no se propaguen”.
-¿No me vas a responder? -insistió Mariana, en cuclillas y con la boca llena de grasa-. ¿Por qué me salvaste?.
-Estás en el curso de los acontecimientos.
-¿Que acontecimientos?
-Los acontecimientos por los que se requirió mi presencia en este plano.
-¡¿Qué acontecimientos, por la chucha?! -gesticuló, impaciente, con una pierna de liebre a medio roer en la mano derecha.
-Se está produciendo un grave problema en este sector del Universo, generado por tecnología humana que debo descubrir y eliminar.
v-Continúa, por favor -Mariana ya no estaba comiendo.
-Algo está rompiendo la relación entre las cosas físicas y las cosas astrales. Alguien descubrió como romper ese enlace, que es fundamental para la estructura de las cosas.
-¿Y qué eres tú? ¿Una especie de ángel enviado a salvarnos?.
-A nadie le importa “salvarlos”. De hecho ustedes generan el problema. Piensa en mí como en un anticuerpo que el Universo produce cuando se le infecta una herida.
-¡Chucha! -bromeó Mariana -estoy hablando con un leucocito.
-Alguien está soltando los enlaces astrales. Alguien está evitando el flujo sostenido de almas hacia Dios. Y él las necesita más que nunca.
Mariana lo miró con sospecha. Quizás su inverosímil existencia hacía menos ridícula su historia. Su apariencia era imposible, sus palabras también, “está todo tan raro desde que estos huevones aparecieron”, pensó.
-¿Qué tiene que ver Dios con todo esto?
-Dios está agonizando. Este Universo es algo lejanamente parecido a una máquina de suspensión vital -la mujer no pudo evitar sonreír. El selknam estaba ahí enfrente, pero de alguna manera estaba también hablándole unos minutos hacia adelante en el futuro. Y también estaba a sus espaldas, aunque su voz… parecía salir desde la mano izquierda de Mariana.
La mujer sacudió la cabeza y alzó la voz -¿Y qué tengo que ver yo con todo esto?-. Pero el selknam no estaba hacia donde ella hablaba. De pronto se dio cuenta que siempre había estado sentado, en loto, suspendido a 20 centímetros del suelo a 20 metros de distancia. No tenía boca y junto a él estaba ella misma durmiendo abrazada a otras dos Marianas, una de color rojo y otra de color negro. Se tomó la cabeza y cerró los ojos, pero seguía viendo la escena. -Déjame en paz. No tengo nada que ver en esta locura.
-Estás en el curso de los acontecimientos.
-¡Otra vez con eso! Soy una mujer que no sabe ni dónde está parada. Lo único que se es que por fin desperté de una pesadilla de veinte años de duración. Saqué la cabeza del agua, ¿me entiendes? No quiero tener nada que ver contigo, ni con Ramírez, ni con tus “acontecimientos”. Así que muchas gracias, pero yo me voy de aquí apenas termine de comerme este conejo.
-Liebre.
-¡Da lo mismo! Yo me voy.
-No puedes, ellos te buscan -le dijo el selknam desde su nuca. Mariana se dio vuelta pero se vio a ella misma, por dentro.
-¿Quiénes me buscan, Ramírez y sus milicos? -preguntó. Un mareo le hizo cerrar los ojos. Vio a su madre en una bolsa de basura, con varios días de muerta.
-Ellos quieren hacerte desaparecer. Así, suelta, eres un peligro para su seguridad. Sólo siendo útil evitarás ser considerada “prioridad para terminación.” -Esta vez el selknam le habló en la forma de un recuerdo. Sintió que le había dicho esa frase tres horas atrás.
-Pero, ¿por qué me quieren muerta? Les conseguí la información que querían. Estoy segura que alcancé a transmitirla antes de que me descubrieran.
-A ellos no les interesaban esos datos. Ellos mismos te denunciaron a cambio de la información que realmente necesitaban y que era inaccesible para cualquier saboteador.
-No te creo.
-Te necesitan muerta para borrar toda evidencia de la operación.
-¡No te creo! El selknam la miró jadear.
-Da lo mismo, ya todo está hecho -se obscureció en meditación, inmóvil por las siguientes tres horas.
Mariana se recostó agotada. Durmió, despertó, se volvió a dormir. No podía sacarse de la cabeza la imagen de su madre muerta.
Así que Ramírez la quería eliminar. Ellos eran demasiado poderosos, “si no cumples tu objetivo te venderemos como a una perra”, le habían gritado en el rostro.
Le resultaba extraño volver a pensar en su madre de esa manera. Durante años la enarboló como una herida que le inflamaba la rabia al destrozar a sus víctimas. Era su estandarte, su escapulario tatuado con sangre al pecho, un grito horrible que emergía desde su esternón como un foco de luz oscura iluminándole el camino hacia una sed de venganza jamás saciada.
Cuando mataba pensaba en ella y su dolor le daba fuerzas sobrehumanas y crueldad sin límites. Sólo el agotamiento detenía la carnicería, luego venía el llanto, el vacío.
Pero ahora se detenía en su imagen, “una perra, como tu madre”, le había gritado Ramírez. Su madre no era más que una sombra de su infancia, irradiando una energía misteriosa y abstracta. Nunca la vio moverse, nunca le escuchó decir una sola palabra, pero en su inocencia le parecía oírla diciendo frases de ternura, “que linda estás hoy, Marianita”, “que duermas bien, mi amor”. Incluso ahora sonreía sintiendo la caricia de esos artificios.
Ese día jugaba con guijarros en el patio de su casa, cuando vio a los perros arrastrar esa bolsa de basura. Mariana corrió a observar qué tesoro habían desenterrado sus amigos de cuatro patas. Lo que vio le abrió el corazón y la vida en dos partes.
-¿Por qué lloras? -preguntó el selknam.
-Tienes razón -sollozaba- ellos me quieren eliminar. Pero no me van a matar, me van a vender como a una “perra”, como mi madre.
El Reche la miraba estremecerse, se preguntaba por el tipo de reacción química anómala que se estaba produciendo al interior de ella.
-¿Qué es eso, qué es una “perra”? Explícame.
Mariana suspiró, se secó los ojos con la manta y miró lejos, hacia sus recuerdos.
-Las “perras” son un producto artesanal típico de los suburbios de Santiago de Chile.
>>Cuando la Trata de Blancas se volvió un negocio masivo, los traficantes comenzaron a refinar y diversificar sus procedimientos. Ya no sólo ofrecían productos caros, como niñas vírgenes o mujeres condicionadas para la esclavitud, también desarrollaron un producto de consumo masivo, barato y menos exigente: la “perra”.
>>El procedimiento es bastante sencillo. Secuestran mujeres, les extraen las cuerdas vocales, las córneas, médula espinal, un riñón y todo lo “cosechable” para el mercado negro de órganos. Luego les fríen el cerebro mediante un proceso artesanal muy lento y doloroso. Inducen pavor límite a través de punciones directas a la masa encefálica, inundan la corteza con pulsos eléctricos, producen el suicidio químico del yo. La corteza cerebral se fríe lentamente. A través de una interface gráfica podrías ver como les cortan los pezones que las sostienen a la realidad, como caen luego de espaldas al pozo negro de la catatonia, al útero sellado de la muerte en vida.
>>Es un proceso barato. Y para abaratarlo aún más, les amputan brazos y piernas para disminuir el costo de almacenamiento y transporte. Las cuelgan en bolsas a unos rieles frigoríficos donde mantienen sus metabolismos funcionando al mínimo, alimentadas con suero directo a las venas.
>>El transporte se hace en camiones de frío, viejos y sucios. He visto camiones abandonados con cargamentos completos, grandes cantidades de bolsas apiladas pudriéndose en el desierto, rostros incógnitos asomándose desde el plástico.
Mariana se detuvo, la mirada perdida, mirando sin mirar.
-Es extraño que se pierdan tantos cargamentos -continuó-. La policía no se mete si les das su parte y las mafias se protegen con favores políticos. Las “Perreras” son empresas prósperas.
-Desde fuera su planeta se ve como una vorágine de genitales y dientes, una herida supurada -agregó el selknam, fríamente-. Las personas que hacen uso de estos productos, ¿no corren riesgos?
-Si claro. Todo el proceso es artesanal y muy sucio. la posibilidad de adquirir una “perra” infectada no es baja. Aunque la infección más común no es biológica, sino producida por la mala manipulación de la psique al momento de “freírla”. La “perra” queda efectivamente inmóvil, pero consciente. El horror que siente la hace sudar en exceso, su musculatura vaginal se tensa y todo es un desastre.
>>La mayoría opta por ir de noche a algún basural y abandonarlas a las jaurías de perros que, por lo menos, aprovecharán su carne -la distancia con que Mariana se refería al tema parecía protegerla de su propio origen. Había algo defensivo en la naturalidad con que abordaba un tema tan espantoso.
-Las mujeres raptadas que presentan “potencial”, es decir, jóvenes y hermosas, no son mutiladas sino sólo “estupidizadas”. Aunque una “estúpida” semiinconsciente es un lujo al que muy pocos pueden pagar. Para los menos acaudalados están las “perras” de uso personal. Y para el resto la alternativa es ahorrar y comprar una “perra” con fines comerciales. Ese era el caso de mi padre.
Mariana se detuvo en ese punto del relato y todo se detuvo con ella. Su rostro no estaba en su lugar, la boca semiabierta incapaz de continuar y los ojos sin mirada en ellos.
-Tu madre era una “perra”, ¿cierto? Por eso el chantaje de Ramírez te aterra.
La mujer miraba un dibujo en la manta. Una espiral roja y negra sobre un fondo azulino representando la energía del “hikuri” de los huicholes.
-Ramiro, mi padre -continuó sin despegar la vista de la espiral-mantenía a mi madre en un cuartucho inmundo en el patio trasero de la casa. Ahí había un colchón grasiento, tubos de evacuación y el atril para el suero. Ella era su micro-empresa y su goce personal. Nunca le habían acomodado los jefes y los trabajos que el gobierno le conseguía eran rápidamente abandonados por su falta de disciplina, anegados por el alcohol y una furia incontrolable que estallaba en los momentos más inoportunos.
>>Era rentable tener una “perra” en un barrio de parias incapaces de solventarse una propia -Mariana esbozó una sonrisa muerta. Nunca había hablado de esto con nadie. Había intentado enterrar todo bajo capas de olvido inútiles. Ahora, en la primera oportunidad, todo afloraba fresco y reciente, dolorosamente nítido-. Todo funcionaba bien hasta que fue detenido por robar una botella de vino. Volvió a la casa siete meses después y para su sorpresa, encontró un bebé moribundo, apenas pataleando entre restos descompuestos de placenta, junto a la vagina destrozada de su “perra”. Agradeció a su buena fortuna cuando comprobó que era mujercita; una niña virgen era un producto muy escaso y muy caro, cuando cumpliera doce años valdría una pequeña fortuna.
>>Me alimentó y me cuidó. Yo pensaba que me quería, pero no era más que su inversión a futuro más preciada -Mariana nuevamente se detuvo para sonreír-. ¿Te das cuenta que nací gracias a una botella de vino? -pero la broma sonó vacía. Ella estaba vacía. Los ojos se le llenaron de lágrimas pero se contuvo, volvió la vista hacia el valle y suspiró.
-No continúes si no lo deseas.
-No, no, está bien. Creo que así es mejor.
>>¿Sabes?, es extraño. Pero ni siquiera sé cómo se llamaba. Siempre me referí a “ella”, la que está en el cuarto de atrás. Nunca me incomodó no saber su nombre. Excepto aquel día en que no la encontré en su cuarto. El colchón estaba vacío y por primera vez se veía como lo que era: materia muerta, concha vacía. Salí corriendo a llamarla y no supe cómo, la palabra mamá no quiso salir por mi garganta. Entonces vi a los perros arrastrando esa bolsa de basura -las lágrimas de Mariana caían de un rostro indiferente, mirando hacia otro tiempo no tan lejano como ella quisiera-. Esa noche mi padre tomó demasiado licor. Enojado, insultaba a gritos a mi madre por la mala ocurrencia de haber muerto. Golpeó la mesa con la botella y maldijo con furia su deceso, los trozos de vidrio volaron por toda la habitación. Mi curiosidad pudo más y me asomé a mirar el desastre. De pronto sus ojos se clavaron en los míos como arpones. Durante dos eternos segundos el Universo completo se detuvo y me sentí cazada, inmóvil como una presa pequeña. Él avanzó y fui incapaz de huir. Apenas pude ver el puñetazo girando en el aire hacia mi mandíbula. Sumergida en estática negra, espesa, viaje de ida y vuelta a la nada.
>>Cuando regresé, me aplastaba el cuerpo de mi propio padre y sufría un insoportable dolor entre las piernas. Le rogué que se detuviera, lloré de dolor durante veinte minutos eternos intentando zafarme del abrazo asfixiante, de su lengua metiéndose en mi garganta, pero fue inútil. Algo enorme y quemante me partía los interiores. Pensaba que estaba intentando matarme de alguna forma horrible, apuñalada cientos de veces. La idea de que mi padre no me quería e intentaba matarme me paralizó. Entonces deje de luchar.
>>Cuando se levantó y se sentó en la silla junto a la mesa, yo estaba muerta, vacía, desmembrada. Mi alma había volado a otro lugar y mis ojos estaban clavados en un nudo de la madera en el techo. Recorrí todos sus detalles mientras mi padre se extendía en cuáles iban a ser mis deberes a partir de ese momento. “Desde mañana reemplazarás a tu madre”, dijo finalmente.
>>Se había hecho de noche nuevamente en la sierra. El selknam indicó la entrada a una caverna y entraron en silencio cargando las mantas y bolsos. Mariana se sentó sobre una de ellas, el selknam encendió fuego y esperó.
-Fui amarrada por el cuello al mismo colchón donde había muerto mi madre. En los siguientes cuatro años fui diariamente violada por todo un zoológico humano indescriptible, asqueroso, muy creativo y variado en su sentido del placer.
>>Manejaba la geografía de grietas, arrugas y manchas en las paredes como si fueran un espejo de mi mente. Eran mi libro de oración y mis puertas de escape.
-¿Cómo te liberaste? -preguntó el selknam.
-Un once de junio mi padre me desencadenó para lavarme la espalda y fumigar el colchón. Algo estalló en mi interior y me abalancé sobre él envuelta en alaridos inhumanos. Mi padre quizás no había notado que había crecido bastante, casi a la par con mi odio. Agarré su rostro y hundí mis pulgares en sus ojos. Él comenzó a gritar buscando la puerta, pero yo la había cerrado. Con el atril del suero le di un golpe seco en los testículos. Le quité el cuchillo que guardaba en el cinturón y le abrí el estómago. Le corté las orejas, la nariz, los dedos e introduje todo por la herida del abdomen, incluida la bolsa de suero y algunos trozos de madera. Le abrí la tráquea, le corté el pene y se lo introduje por la garganta.
>>Luego lloré a gritos, me bañe todo el cuerpo con su sangre y lloré hasta perderme. Devoré sus testículos con recogimiento.
>>Dormí acurrucada junto a su cadáver por tres días. La sangre había cuajado, el olor era insoportable, pero yo seguía abrazada a él.
>>No recuerdo muy bien, pero creo que uno de mis clientes habituales fue quien me sacó de ahí. Me vistió, me alimentó y me cuidó con mucha compasión, luego lo maté y esparcí sus restos por toda la calle.
>>Rodé de pueblo en pueblo hasta ciudad de México. Conseguí un espacio en el subterráneo y conseguí un nombre al matar pública y salvajemente al “jarocho”. El pobre sólo quería agarrarme una teta y terminó con sus manos dentro de su estómago. Entre el público había un hampón de origen colombiano que se impresionó con mi acto y comenzó a protegerme a cambio de pequeños “favores”. Me volví adicta al maíz a los 16 años, luego todo se vuelve difuso. Día y noche nos consumíamos en una tormenta de fuego y entre la niebla de mi inconsciencia mataba a uno o dos enemigos del colombiano, lloraba de alegría. Me volví adicta al odio y a la carne de hombre.
>>Un día desperté y el colombiano estaba regado por toda la habitación. Tuve que huir a los suburbios exteriores y comenzar a trabajar por mi cuenta. Ahí me encontró Ramírez. Cuando desperté, estaba metida cien metros bajo tierra robándole datos al Banco de México.
>>Estoy cansada, compadre. Como después de una noche de pesadilla de veinte años de duración.
>>No sé si es tarde para comenzar una vida nueva, pero lo voy a intentar.
-Ellos no te van a dejar.
-Me voy a esconder.
-Te van a encontrar -Mariana apretó las mandíbulas porque en el fondo sabía que tenía razón. Lo miró con rabia, quería esa esperanza, realmente quería tener la esperanza y ese bicho se la negaba.
Era un bicho realmente extraño, algún mecanismo impedía que pudiera recordar sus facciones, aunque lo mirara fijamente siempre tenía la sensación de estarlo mirando por primera vez.
-¿Y qué quieres que haga?.
-Completa tu objetivo original. Descubre la tecnología que produjo al “transpuesto” de Sonora.
-Ellos ya me dejaron fuera de la operación.
-Ellos no tienen nada. Tú eres la que está en el camino de los acontecimientos. Tú eres la que va a descubrir todo. Si estoy junto a ti es porque necesito saberlo y tú eres la que lo va a descubrir.
Mariana resopló y se puso de pie con un quejido. Se estiró como un gato y bostezó.
-Yo ya no tengo objetivo. Me voy a esconder por un tiempo en Perú. Tengo unos amigos en Arequipa que trafican buen software narcótico y podrían…
-Ellos te van a encontrar -la interrumpió.
-¡Déjame en paz, insecto de mierda! -restalló con furia.
El selknam la miró en silencio por unos segundos -me voy a sentar en esa roca a mirar tu futuro- y avanzó tranquilamente para instalarse junto a la entrada de la cueva-. Tu única salida es seguir el curso de los acontecimientos y encontrar esa tecnología. Cualquier otro camino te lleva a la destrucción en pocas horas.
-Voy a intentarlo. Si nos hemos podido esconder aquí por tantos días, podré hacerlo en otro lugar también -insistió.
-Ellos no te dejarán libre a menos que sigas dentro del operativo. Fuera de él eres un cabo suelto.
-¡Pero si ya me dejaron fuera! ¿¡Es que no lo entiendes!? -gritó Mariana, pero no hubo respuesta, sólo el crepitar del fuego. El selknam ya no estaba ahí.

8. PEDRO, EL ERMITAÑO
La mujer se dejó caer en el suelo de la caverna, agotada. El selknam tenía razón, ellos nunca la dejarían ir con todos esos datos en su interior. Debería esconderse y huir durante mucho tiempo antes de encontrar la paz. “Por lo menos en este lugar puedo estar segura unos días”, pensó a la vez que buscaba con la mirada las mantas para dormir.
-Hola, Mariana -una voz gutural que no era la del selknam, se arrastró desde la entrada de la caverna. Había algo de burlón en el acento.
-¿Selknam?.
-No, Marianita. Soy el que te va a liberar. El que te va a arrastrar por los cabellos desde aquí hasta ciudad de México. Soy el brazo que te lanzará hacia tu destino, fundida como hierro candente en el volcán de la fe.
A medida que hablaba, una silueta se definía, avanzando por la caverna, acercándose hacia ella.
El miedo comenzó a invadirla -Selknam, ¿dónde estás? -instintivamente buscó alternativas de fuga, armas, piedras. Para su espanto se encontró indefensa y acorralada contra el fondo de la caverna.
-¡Selknam, ayúdame! -le gritaba al bulto indefinido, sentado junto a la
entrada sin ningún atisbo de actividad, en que se había convertido el Reche.
-Tranquila, mi amor. Sólo quiero tu cerebro. Tu alma se podrá quedar en lo que reste de ti, una vez que finalice -se acercó a la luz de la fogata y entonces pudo verlo, pero su mente difícilmente pudo comprender lo que se le aparecía ahí frente a sus ojos. Una entidad difusa, fuera de foco, desplazándose arrítmicamente de izquierda a derecha sin transiciones como una película mal proyectada. Un engendro inexplicable que se dividía en tres colores que volvían a ser uno. Su voz salía de un punto en el espacio que sólo a veces coincidía con su boca. Algunas “cosas” lo orbitaban.
-Bésame, Marianita -le susurró la voz, extendida hasta el oído de la mujer como un dedo pegajoso.
-¡Seeelknam! Hijo de la conchetumadre ¡Ayúdame! -gritaba.

* * *
Alvarado limpiaba con elegancia sus anteojos, que usaba esporádicamente más con la intención de parecer intelectual que para corregir un casi inexistente problema visual. Los limpiaba con calma y elegancia, como correspondía a un caballero de noble origen. Su antepasado directo era uno de esos europeos salvajes arrojados a las costas mexicanas hirviendo de codicia, domesticados luego por el lujo que compraron con el oro robado a los indígenas. Por sus venas corría la sangre de los nobles ladrones que habían clavado la espada en tierras nahuatl, nobles que aún mamaban de la herida abierta sin atisbo de saciarse. Eran los dueños desde esos tiempos y lo seguirían siendo.
-Necesito que el tema “Mariana” quede resuelto antes de hoy en la noche -le dijo a Ramírez de un punto a otro de la sala, para que todos escucharan-. Se acabaron las excusas y me veré forzado a tomar medidas más drásticas -agregó con el tono en que su casta se dirigía a la servidumbre. -La operación está sufriendo enormes retrasos por tu incapacidad para deshacerte de una puta -y lo miró directamente a los ojos sin pestañear. Ramírez hervía, pero sabía que tenía razón.
A pesar de la amargura que le producía verse humillado frente a sus subordinados, todos de origen popular, contestó calmadamente.
-Pedro, el ermitaño, ya la debe haber rastreado.
-¿Sabes? Nunca entendí por qué es tan especial ese Pedro ¿Es algún agente o sólo otro de esos mercenarios que recoges de las calles?
-Pedro Damián, el ermitaño, es un selknam psicótico. Un embrión mal desarrollado que se obstinó en vivir. Su cerebro es inestable como toda su existencia. Su lóbulo temporal continúa, en otra dimensión, hacia el cerebro de un tiburón blanco. Su cuerpo deforme no está del todo en nuestro espacio, se remueve y vibra como una imagen de video deteriorada.
No es fácil describirlo, pero ante su presencia se tiene la sensación de una anomalía perversa, de existencia corrupta. Muchos de nosotros pensamos que ofende a Dios.
Alvarado había cambiado de expresión a medida que oía los detalles.
-Suena espantoso.
-Lo es. Es una pesadilla viviente.
-¿Cómo es que algo así trabaja para nosotros?
-Entiende que no trabaja oficialmente para nosotros.
-Si, entiendo- sonrió -tú trabajas en los límites de lo permitido. Eres el basurero que se encarga del “trabajo sucio”, ¿no?.
-Si, Alvarado -dijo disimulando su amargura- soy de los que le recogen la basura a tipos como tú.
>>Pedro, el ermitaño, hace trabajos para nosotros a cambio de “miedo residual”.
-Parece que hay varias cosas que no me informaron cuando me enviaron a este agujero ¿Qué es “miedo residual”, por el amor de Dios?.
-Todas las unidades operacionales como la nuestra, trabajan con médiums, contactados, poseídos y entidades psíquicas altamente tóxicas. Se necesita un complejo sistema de extracción y limpieza en las redes de aire acondicionado. Las infecciones que pueden producirse son realmente peligrosas, si vieras las imágenes que obtenemos con los filtros adecuados se te pondrían los pelos de punta. Quizás por eso no te contaron nada -sonrió viendo la cara de preocupación que comenzaba a aparecer en Alvarado-. Hace algunos años conseguimos convertir en datos los procesos chamánicos de exorcismo y desarrollamos extractores que están constantemente filtrando la carga en las auras de los operarios, quebrando “presencias”, absorbiendo la pena que emanan algunas entidades; absorbiendo algunas almas que se han arrastrado hasta nosotros evadiendo los firewalls, sedientas de calor humano, a través de las carreteras que abrimos entre mundos.
>>Todo lo extraído se reduce en unas cámaras de disolución. Los dolores demasiado gruesos se fijan con estática a unas barras de ferrita del tamaño de una mano. Les llamamos “miedo residual” y Pedro, el ermitaño, tiene un especial gusto por ellas.
-¿Cómo? -Alvarado se reía nerviosamente-. ¿Le pagamos con almas en pena?- sonrió cruzándose de piernas y brazos, pensando “este cabrón realmente lo está disfrutando”.
-Si no me crees -dijo Ramírez y modificó la función en la pantalla de su monitor- te puedo contar que en estos momentos hay algo parecido a un niño trepando abrazado a tu pierna derecha y una entidad, vagamente similar a un pulpo, está adherida a tu espalda intentando penetrar tus chakras con sus tentáculos -Alvarado hizo una mueca parecida a una sonrisa y tragó saliva. Todos los operarios miraban expectantes la pequeña venganza de Ramírez. De pronto sonaron todas las alarmas y las luces enrojecieron.
-¡Señor, Pedro encontró a Mariana! -Ramírez corrió hacia el puesto del controlador y le palmoteó la espalda-. Bien, muchacho. Abre la comunicación ¿Tenemos imagen?.

* * *
-¡Seelknaaam! ¡Este huevón me quiere matar! ¡Ayúdame desgraciado! – Mariana respiraba agitadamente.
Pedro se hundió la mano en el ojo derecho y giró algo que sonó como un switch, una nube se formó en torno a él y lo hizo desaparecer. De la nube emergió la imagen de la madre de Mariana levitando hacia ella. La mujer entró en pánico.

* * *
-¿Qué ocurre? -preguntó Alvarado inclinándose sobre el monitor-. Ahora se ve distinto.
-Pedro tiene disociados todos los componentes de su psique. Su ego, su yo y todas sus capas psicológicas tienen vida independiente en torno a él. Lo orbitan, entran y salen frenéticamente.
>>“Eso” que está viendo Mariana es su arma más peligrosa -continuó-. Su ánima es una entidad femenina voraz e infecciosa, sus raíces penetran tu psique desde el inconsciente colectivo e inocula recuerdos tóxicos en tu mente que se reproducen y copan tu memoria. Es capaz de reencarnarse en cualquier estructura, puede hacer vivir a un cuchillo o una montaña pequeña. Es un conjuro negro personificado.
-”Eso” ¿es parte de Pedro? -preguntó Alvarado con nerviosismo.
-Es la entidad “Juana”. Su sonda, su proyectil, su perro guardián, su amante, su tarot, su droga. Veneno psicológico vivo.
-Recuerda que no debe dañarla, sólo capturarla ¿Podrá entender eso?

* * *
-¡No me toques! -Mariana gritaba completamente fuera de sí frente a la visión fantasmagórica de su madre mutilada. La veía desde todos los puntos de vista y era capaz de leer la estructura molecular de toda su piel.
Comenzó a vomitar.
-No quiero hacerte daño, hija mía. Sólo quiero llevarte conmigo para que disfrutes este calvario. Sólo quiero nos abracemos en esta muerte antes de la muerte -extendió un brazo desde la zona de su corazón y la tocó entre los ojos. Mariana estaba siendo inoculada con veneno psíquico directo a sus neuronas, pulsos cargados con los recuerdos atroces de las “perras”. Se desorbitaban sus ojos, el cuerpo completamente crispado; se orinó y le faltaba la respiración. Sentía que una mantarraya le envolvía el cerebro con un color hediondo lleno de microbios catódicos. Anémonas electrónicas interviniendo sus sistemas, colonias de parásitos mnemónicos proliferando en los resquicios de su masa encefálica.
-Ahorita te vas conmigo a Colombia, Mariana. Que pinche “perrita” vas a ser. Pero como soy todo un bromista, vas a estar consciente todo el tiempo, mi chula.

* * *
-No vamos a hacer eso -dijo Alvarado- ¡díselo ya!
-Bien, el trato era que si ella no cumplía la íbamos a…
-¡No, imbécil! -le gritó en la cara y perdiendo toda la compostura, lo aferró de una solapa. Ramírez lo miró más sorprendido que molesto.
-¡Te ordeno que controles a esa cosa de inmediato! -Ramírez se soltó de un manotazo. Desde el comunicador se escuchó una voz extraña.

* * *
-Ya está bien. Suéltala -dijo el selknam y desplazó el espacio que ocupaba Pedro un milímetro hacia la izquierda. El demonio alcanzó a huir por una puerta y entrar inmediatamente tras el Reche en la forma de una ola de ira roja.
El selknam huyó dos años hacia el pasado, a un momento en que Pedro meditaba, y le enterró un estilete de metal en su columna. Saltó hacia una grieta de tiempo y cayó al presente de cara a una ola roja bastante más débil, la esquivó con un pase de Aikido y, tomando el mango del estilete, le arrancó la columna vertebral de un elegante tirón.
Pedro cayó de bruces.
El selknam, inmóvil en el gesto, la columna colgando de su mano.
El silencio, el crepitar del fuego.
Mariana en el suelo, desvanecida.

* * *
-¿Qué pasó? -preguntó Ramírez.
-No tengo idea quién es ese huevón -dijo Alvarado- pero te salvó de una caada mayúscula.
-Verifiquen si todavía tenemos comunicación con los aparatos de Pedro -reaccionó mecánicamente el militar, sorprendido por la aparición del selknam y la particular preocupación de Alvarado por Mariana.

[…continúa en TauZero #3]

El libro de Shklovski

Por Sergio Alejandro Amira

Como moscas para muchachos lascivos somos nosotros
para los dioses:
Nos matan por deporte.

(Rey Lear)

I

Anoche soñé con Enki, y hoy la puerta se abrió.

Al igual que la primera vez no recordaba nada específico del sueño, salvo esa silueta iridiscente de tigre que era el avatar escogido por Enki para sus andanzas por este Universo.

¿Habría pasado tres meses durmiendo como la primera vez? ¿Habrían logrado enjaular a Enki una vez más? Aruru debería estar al tanto por lo cual la invoqué a viva voz. En ocasiones acudía a mi llamado, y en otras, como ahora, no.

Dijeron que si volvía a soñar con él serían capaces de rastrearlo y capturarlo y que entonces, tal vez, me dejarían en libertad. ¿Estarían hablando en serio o era sólo una mentira para brindarme esperanza?

Poso mi mano en la perilla de la puerta que, para mi asombro, se abre. Avanzo cautelosamente fuera de mi celda en medio de las penumbras de lo que asemeja un túnel, en dirección a un rayo oblicuo que ilumina el final.

La luz al final del túnel, ¿estaré muerto?, reflexiono.
Emerjo en la boca de una caverna situada en una saliente a varios metros del suelo. No, no estoy muerto.

Lleno mis pulmones de aire y me percato que es de una pureza a la que no estoy acostumbrado. Allá abajo se extiende un frondoso tapete verde, un bosque interminable y majestuoso.

El sol está emergiendo tras las montañas, no estoy en la Tierra, como atestiguan las tres pequeñas lunas que aún engalanan el cielo matutino.

En el pedregoso suelo reposa una rama caída, larga como un brazo y aún húmeda por el rocío de la mañana. La recojo como si se tratara de un majestuoso cetro, como si mediante esta acción estuviese reclamando mi dominio sobre esta nueva realidad.

Disfruto de una paz como no he experimentado nunca en toda mi vida, y tranquilamente comienzo a descender por las rocas desnudas. Mientras lo hago, rememoro las circunstancias que me trajeron aquí.

II

La verdad es que siempre me pareció risible esto del fin del mundo, ya fuesen las hipótesis planteadas por científicos ociosos o las escatologías religiosas ideadas para ganar más adeptos. La mayoría de estas ideas solían proponer un exterminio generalizado de la vida sobre el planeta, no podíamos desaparecer nosotros nada más, no señor, el gran Arca de Noe que es la Tierra tenía que hundirse con todos los pasajeros a bordo. Pues bien, alguien no tuvo en consideración nuestra pedante vanidad y nos borró de la faz del planeta sin tocarle un pelo a sus demás habitantes.

Desperté en lo que creí era mi habitación, en lo que creí era mi casa, con los músculos agarrotados y la imagen de Enki envuelta en una vaga memoria de espantosos horrores oníricos. El reloj marcaba las seis y media de la tarde, era sábado y al parecer había dormido durante gran parte del día.

El libro de Shklovski ya no estaba sobre el lugar donde lo había dejado la noche anterior, tal vez mamá había entrado en mi cuarto mientras dormía y lo había tomado.

Abandoné mi habitación a la espera de encontrarme con alguno de mis padres pero no había señal alguna de ellos, estaba solo en el departamento.

¿Por qué razón me habrían dejado dormir tanto? Ni siquiera cuando llegaba tarde de alguna fiesta permitían que me levantase más allá de las 9:30 de la mañana.

Al pasar junto a la puerta que comunicaba al corredor del edificio sentí el impulso de abrirla, pero esta permaneció cerrada pese a no estar con llave. Similar resultado obtuve al intentar abrir las ventanas. Tomé el citófono para así pedir ayuda al conserje pero la línea estaba muerta.

Hube de admitir que estaba confinado al interior de mi hogar, como sí del único participante de uno de esos reality shows al estilo Gran Hermano se tratara. Las tripas, a quienes mi desconcierto les importaba un bledo, protestaron hambrientas. Me dirigí a la cocina en busca de algo que comer y una vez allí comprobé que el suministro de gas estaba cortado, las cerillas no estaban en su lugar y la única cubertería disponible eran cucharas. En cuanto a los suministros alimenticios estos se reducían a un sinnúmero de compotas en frascos de vidrio para críos desdentados. Colados y picados Nestum, carne con espinacas, pescado, pollo, compotas de pera y duraznos…

Tomé una cuchara y, resignado, abrí un pote. Luego de zamparme cinco frascos y quedando medianamente satisfecho retorné a mi dormitorio y encendí la tele. La misma y curiosa imagen era transmitida en todos los canales: una habitación completamente vacía salvo por un taburete blanco con una rueda de bicicleta ensartada encima. ¿Qué podría significar aquello?

De algo eso sí estaba seguro, mi actual situación debía estar relacionada con los eventos acaecidos el día anterior en casa de mi hermana.

Pese a que mi radio Philips Digital Equalizer Incredible Surround Bass Reflex Speaker System funcionaba me fue imposible localizar alguna emisora y sólo se oía estática (por suerte tenía mis discos compactos para alivianar el tedio).

Decidí esperar a que regresaran mis padres, dos, tres, cuatro horas hasta quedarme dormido. Desperté en medio de la oscuridad, encendí la luz y nuevamente inspeccioné el departamento, que continuaba en las mismas condiciones. Presa de una repentina desesperación comencé a golpear las paredes y a gritar como loco pidiendo ayuda, pero me percaté que todo era en vano.

Durante los días siguientes me avoqué a la tarea de inspeccionar el departamento en busca de algún indicio que me ayudara a comprender el absurdo episodio de la Dimensión Desconocida que, contra mi voluntad, estaba protagonizando. Revisé cada rincón sin que el libro de Shklovski apareciese por ninguna parte. Arrojé sillas y otros objetos hacia las ventanas sin hacerles mella alguna e intenté derribar la puerta con similares resultados. Grité hasta quedar afónico y hasta tuve la idea de prenderle fuego al departamento ¿pero con qué si no había cerillas? Intenté provocar un corto circuito y me percaté que por los cables no corría electricidad. Lo que fuera que permitía el funcionamiento de los aparatos electrónicos como mi radio Philips Digital Equalizer Incredible Surround Bass etc. no era, paradójicamente, la electricidad.
Fue entonces cuando comencé a considerar la idea que no me encontraba en mi casa, lo que confirmé tras observar largamente por los ventanales y comprobar que el exterior no era más que una especie de filme que se repetía cada 24 horas. Simulacro, todo no era más que un simulacro, mis libros, mis discos compactos, mi radio, mi ropa, el día, la noche, todo.

¿Qué hace uno frente a tales circunstancias? Pues seguir viviendo de la mejor forma posible. Como la temperatura de mi prisión era de unos agradables y constantes 22 grados centígrados decidí andar desnudo, después de todo no podría llevar mi ropa a la lavandería si se ensuciaba. Lo que sí podía era asearme a mí mismo, ya que la ducha funcionaba a la perfección y ni siquiera tenía que encender el calefón para obtener agua caliente. De esta forma pasaron tres días durante los cuales comí mi alimento para bebé, escuché música, releí algunos de mis libros y observé de cuando en cuando la pantalla del televisor a ver si habían cambiado el programa. Pese a todo mi situación no era tan desagradable. Extrañaba a mis padres, pero no tanto como poder salir a dar una vuelta a la manzana o comerme una buena hamburguesa del McDonald.

Y entonces, la tercera noche, apareció Aruru.

Al principio pensé que estaba soñando una de esas recurrentes poluciones nocturnas de joven solitario, pero no, la mujer a la que penetraba extasiado no había sido modelada de la materia incoherente y vertiginosa de la cual se componen los sueños, era real, o por lo menos así se sentía. Su bronceado cuerpo de caderas generosas, pechos firmes y bien torneadas piernas era perfecto, aunque sus extremidades superiores… no es que se asemejaran a las de una marioneta, ¡eran las de una marioneta!

En efecto, tanto sus largos e inútiles brazos como su cabeza eran de madera, recubierta con lo que parece ser esmalte brillante. Las pupilas de sus ojos estaban pintadas sobre la inexpresiva cara, asimismo como sus labios carmesí y las largas pestañas semejantes a puntas de lanzas que circunvalaban sus cuencas. Su brillante y negro cabello era sintético, como el de las muñecas, probablemente plástico.

Los brazos como ya he dicho eran inservibles, y se ladeaban de un lado para otro cuando Aruru caminaba. Sus rígidos dedos no poseían articulaciones y sus manos estaban siempre abiertas. La sólida cabeza sobre sus hombros era tan inútil como sus brazos y parecía no albergar ningún cerebro orgánico u electrónico. Pero esto no quiere decir que Aruru no fuese un ser inteligente. Lo era, aunque no pueda explicarme cómo, y hablaba, aunque no produjese sonido alguno.
Cómo lograron sus creadores dotar de vida a un exquisito cuerpo femenino decapitado escapa a toda hipótesis por más aventurada que esta sea. Si su intención era proveerme de compañía femenina, ¿Por qué no una mujer real?, ¿A que se debía la presencia de aquella criatura de brazos y cabeza inanimadas? Estas eran sólo un par de las muchas preguntas que Aruru no supo explicarme nunca. De cualquier forma era buena compañía, sobretodo en la cama.
Tal vez Aruru fuese una especie de androide (aunque el término correcto sería “gineoide”, si mal no recuerdo) o incluso una proyección telepática de mi subconsciente, lo cual explicaría su insólita apariencia (me imagino a Romina diciéndome: la ausencia de una cabeza real en Aruru representa tu temor a las mujeres autónomas e inteligentes, su ausencia de brazos responde a la aversión que sientes ante el tacto de terceras personas, etc., etc.).

Durante mi cautiverio llegué incluso a contemplar la posibilidad que Aruru, junto con todo lo que me rodeaba, no fuese más que un programa al interior de un computador al que mi cerebro estaría conectado, ¿no decía Copenhage que todo el universo conocido por nosotros es producto de nuestros cerebros e instrumentos de tal modo que uno es eliminado del universo actual? Como sea, a esas alturas era evidente que Aruru no era más que un intermediario entre mi persona y la verdadera inteligencia detrás de mi curiosa situación.
Pero, ¿cómo es que entraba Aruru si la puerta nunca se abría? Pues atravesando las paredes como un fantasma, por supuesto. ¿Por qué no podía hacer yo lo mismo? Pues debido a que mis carceleros no deseaban que abandonase mi prisión, claro.

Sí, pensé en el suicidio poco antes de que apareciera Aruru, pero lo deseché de inmediato. Primero que nada por que sería incapaz de cometer un acto así, y segundo, porque carecía de todos los medios necesarios como para llevarlo a cabo. Si bien es cierto que había varios cinturones bien resistentes en el armario de mis padres, no existía nada de donde poder colgarme. Podría tal vez intentado quebrar la pantalla de la TV y utilizar los fragmentos de vidrio para cortarme las venas, pero Aruru me advirtió que al menor intento de atentar contra mi integridad física un intenso dolor de estómago acompañado de náuseas y perdida de motricidad me lo impediría. Preferí no comprobar si lo que decía era cierto.

Ya que no podía ni deseaba poner fin a mi vida volvamos al fin del resto de mis congéneres. Aunque parezca inaudito no me atormenta mayormente el fin de la humanidad, nunca le tuve gran aprecio y hasta cierto punto me alegraba que Enki hubiese librado al planeta de nuestra presencia. Se me viene a la memoria una hipótesis, desarrollada en la última película a la que tuve oportunidad de asistir. Uno de los personajes, una IA, proponía que nuestro comportamiento no era el de un mamífero, sino el de un virus. ¡Como olvidar las sabias palabras del Sr. Smith!: “Los seres humanos son una enfermedad, el cáncer de este planeta. Ustedes son una plaga.” A la luz de esta revelación podríamos definir a Enki entonces como la cura definitiva contra el virus humano.

Las migajas de información que Aruru mezquinamente fue arrojándome me hicieron perder poco a poco la comodidad de la ignorancia. Lo que yo creía apenas una noche de sueño habían sido en realidad nueve semanas de letargo, tiempo que le tomó a Enki borrar a la humanidad de la Tierra. Caí en el hechizo del sueño eterno cual poco agraciado bello durmiente, y no desperté hasta que Enki terminó su pantagruélica comilona.

Fui abducido la misma noche de la llegada de Enki, antes siquiera que los inexplicables decesos preocuparan a la opinión pública. Sus primeras víctimas fueron Romina y Alana, luego continuó con los habitantes de Santiago de Chile y el resto del mundo. Enki es un verdadero tragaldabas, un glotón como jamás se ha visto en el universo. Desconozco el porqué de su preferencia culinaria por el homo sapiens sobre todas las demás criaturas terráqueas pero si sé esto: Enki se nutre de la energía liberada al momento de la muerte, la que provoca manipulando los electrolitos del torrente sanguíneo de sus víctimas, o algo por el estilo.

Aruru me explicó detalladamente la fisiología de Enki pero la verdad es que no me quedó muy claro (las ciencias nunca fueron mi fuerte). Por lo poco que entendí Enki es una entidad que posee total control de sus átomos además de una vasta red energética que emana del núcleo de su cuerpo, puede alterar su masa a voluntad y adoptar cualquier apariencia. Mis indolentes carceleros le habrían permitido actuar a su antojo con el fin de estudiarlo. “Los seres humanos de la tierra no son más que un cultivo de miles y por lo tanto, sacrificables”, fueron las exactas palabras de Aruru cuando le eché en cara la indiferencia de sus amos para con mi especie.

De acuerdo a Aruru sus jefes teorizaban que la única forma de eliminar a Enki sería por medio de una explosión nuclear que interrumpiera la energía unificadora de sus átomos, pero para ello primero tenían que encontrarlo. ¿Pueden creer que en un momento de descuido se les perdió de vista a los muy omnipotentes, tal como si de un tigre que huyó del zoológico se tratara? En efecto, Enki abandonó la Tierra y esperaban ubicarlo con mi ayuda antes de que se zampara otro mundo. ¿Habrán logrado capturarlo? Dada mi actual situación parecía que sí.

El día antes de mi liberación (haya sido ayer o hace tres meses), y tras una agotadora sesión de sexo, Aruru me solicitó por enésima vez hablarle de mi visita a la casa de Alfredo Hauchecorne y los sucesos posteriores al hurto del libro de Shklovski. Yo pensaba que si mis carceleros lograron replicar mi habitación completa hasta el más mínimo detalle deben haberlo hecho a partir de información que recuperaron de mi cerebro. ¿No podrían mediante el mismo mecanismo enterarse de todo lo demás entonces? ¿Qué objeto tenían esos interrogatorios? Nunca lo supe, pero lo cierto es que cada vez que narraba la historia recordaba más y más detalles.

III

La culpa de todo esto la tenía Gonzalo Le Feuvre, con él se cruzó mi errante camino cierto día en que la fortuna no me era del todo favorable. ¿Las circunstancias del encuentro? Avenida Pedro de Valdivia, después de haber realizado algún tramite sin importancia. Estado moral: ociosidad, hastío por los vicios e injusticias del mundo moderno. Entra en escena Le-Feuvre, el joven poeta iba de visita a la casa de Alfredo Hauchecorne, ubicada en una de esas calles ciegas de Pedro de Valdivia. Me sugirió que lo acompañara.
-¡Cómo te vas a perder la oportunidad de conocer a Hauchecorne! -me dijo-. ¡Tiene una biblioteca increíble!

La propuesta de Le-Feuvre tuvo en mí un efecto seductor casi instantáneo. Conocer a Alfredo Hauchecorne, ¡y en su casa! Un momento, ¿y si a Hauchecorne le importunaba la aparición de una visita extra? Ciertamente no sería la ocasión más afortunada para ser presentado ante uno de los hommes de lettres más ilustres de Chile.

-No habrá problema, te lo aseguro. Hauchecorne es muy amable, ya veras -dijo Le-Feuvre. Sus argumentos parecían convincentes por lo que accedí a acompañarlo.

A Le-Feuvre le había conocido a principios de año. Por aquel entonces me parecía bastante insoportable y es que había obtenido el primer premio del concurso de poesía juvenil Me niego a guardar silencio, organizado por Mnemotecnia Ediciones. Alfredo Hauchecorne, único jurado del concurso, no escatimó elogios para Le-Feuvre llegando a decir que éste representaba la continuidad poética en nuestro país, cosa que me pareció algo exagerada.

Hauchecorne recortó su perfil entre los poetas latinoamericanos durante la década de 1960 con el pulso de obras como Exijo ver a Dios en su casa (1960), Crisálida (1962), y el aclamado Mi otro yo tenebroso (1965). El poeta había estudiado pintura en el Bellas Artes del D. F. Mexicano y a mediados de la década abandonó México para instalarse en el Greenwich Village, Nueva York, donde tomaría contacto con artistas, poetas e intelectuales como John Cage, Allen Ginsberg y William Burroughs. Desde entonces Hauchecorne residió intermitentemente entre el D.F. mexicano, Nueva York, París y Barcelona hasta que luego de pasar tres años en un convento trapense decidió regresar a Chile.

Tras un breve trayecto llegamos ante la puerta de Alfredo Hauchecorne. Le-Feuvre llamó y tras unos segundos apareció el poeta en persona.

-Hola, Alfredo -saludó Le-Feuvre estrechándole la mano-. Te presento a un amigo, Daslav Merovic.
-Mucho gusto, Daslav -dijo Hauchecorne.
-Lo mismo digo -contesté.
-Daslav es hermano de Romina Trugeda -informó Gonzalo.
-Medio-hermano -corregí antes que Hauchecorne inquiriera por qué mi hermana y yo teníamos apellidos distintos. Aunque la razón era bastante obvia esta era una pregunta que solían hacerme.

Tras las formalidades de rigor Alfredo Hauchecorne nos hizo pasar a una elegante estancia decorada con valiosos muebles, en su mayoría de caoba estilo francés, un gran tapiz mural de Verdure del siglo XVIII lucía en una de sus murallas. No fueron estos objetos, sin embargo, los que llamaron mi atención sino la gran cantidad de volúmenes con los que contaba la biblioteca de Hauchecorne, ¡y yo que pensaba ingenuamente que la biblioteca de Romina era grande!
Me precipité a revisar los títulos de las estanterías mientras Hauchecorne, con una sonrisa benevolente, fumaba tabaco francés en una pipa tallada. Su colección de pipas, que conservaba en la biblioteca, no era menos impresionante que la de libros. Amablemente me mostró algunas, una de agua del siglo XV, otra de calabaza como la de Sherlock Holmes, una china, otra griega…

-Según un estudio norteamericano los fumadores de pipa viven cinco años más que los no fumadores -informó Hauchecorne mientras rellenaba de tabaco una antiquísima pipa de espuma de mar que había adquirido a un anticuario del centro por un precio ridículo. La pieza tenía tallado, a ambos lados de la cazoleta, el escudo de armas de la familia real de Bohemia-. La próxima semana viajo a la Quinta Región, al primer encuentro nacional del Círculo de la Pipa a realizarse en el Bar Inglés de Valparaíso -agregó el poeta.
Tras aquel comentario Hauchecorne nos invitó a tomar asiento (lo que hicimos sobre un sillón Luis XVI con tapicería Grosspoint) y ofreció café negro con crema. Mientras el poeta preparaba la infusión reparé en un gato enorme que dormitaba sobre un aparador francés de nogal. Fue bueno saber que a Hauchecorne le gustaban los gatos, me ayudó a entrar en confianza ya que siempre he sospechado de la gente a las que no les agradaba la compañía felina. Soriano decía que todos los escritores con corazón se han ganado un gato que los sigue y los protege. Recordé al gato del Dante, al de Baudelaire, al de Lewis Carrol, al de Borges, a los de Burroughs y Hemingway, y recordé a Enki, por supuesto.

-Quince mil, pero eso fue hace tres años -fue la respuesta de Hauchecorne a mis preguntas: “¿Cuántos libros tienes?, ¿los has contado?”-. Esta biblioteca la heredé, junto con la casa y todos los muebles y objetos de arte, de mi abuelo paterno. No tuve acceso a ella sino hasta mi regreso a Chile, a fines de los ochentas. No me crié bajo la sombra de este inmenso roble como podrías pensar. Tengo planeado botar el techo para poder alargar los estantes y colocar una escalera.
-Y terminar construyendo la Biblioteca de Babel ­-comentó Le-Feuvre.
Tras mi somera revisión de las estanterías me extrañó la ausencia de libros de la pluma de Hauchecorne en su biblioteca y así se lo hice notar. Éste argumentó que la causa por la cual no había libros suyos se debía a que todavía conservaba el hábito por la buena lectura. Le-Feuvre rió de buena gana mientras me invadía una ligera sensación de Deja-vu.
-Daslav es un gran lector de ciencia ficción -informó Le-Feuvre a nuestro anfitrión.
-¿En serio? -preguntó éste.
-Sí -confirmé-. ¿A usted le gusta la ciencia ficción?
-No -fue la respuesta de Hauchecorne-. Es un género con el cual no he logrado relacionarme nunca. A Borges le gustaba mucho, aunque eludió el término “ciencia ficción”; refiriéndose a ella sólo en forma elíptica: “fantasía de carácter científico”, “ficciones de cosas probables”, “pesadillas que rehuyen un estilo fantástico”, “imaginación razonada”. Lo poco que he leído del género han sido justamente los autores recomendados por Borges: H. G. Wells, Ray Bradbury, Olaf Stapledon, C. S. Lewis… Me quedo con la Trilogía Cósmica de Lewis, Hacedor de estrellas de Stapledon y uno que otro cuento de Lovecraft, aunque este último me parece no es ciencia ficción en el sentido más estricto, ¿no es así?
Le-Feuvre asintió con la cabeza.

Tras aquella declaración permanecí un buen rato en silencio, escuchando a los poetas, me aterraba no decir algo lo suficientemente inteligente.

En una primera instancia, la charla giró en torno a la falta de apoyo a la poesía en Chile y el favoritismo hacia la narrativa que en la mayor parte de los casos era, a juicio de Hauchecorne, de dudosa calidad. Le-Feuvre hizo sus descargos en contra de las casas editoriales que tienen la política de no publicar poesía porque según ellos “no vende”, a pesar, según él, de ser Chile un país de poetas.

-Tienes razón -contestó Hauchecorne mientras recargaba de tabaco su pipa-. Chile es un país de poetas pero lamentablemente no de lectores de poesía. La lectura no es un hábito lo suficientemente desarrollado entre los chilenos quienes en su mayoría prefieren la narrativa a la poesía. Pregúntale a cualquier editor y te dirá que la poesía no despierta gran interés en el público, en especial la poesía contemporánea que les es “más difícil de comprender”. En la poesía el lenguaje se recrea en sí mismo, hay metáforas que conducen a otros mundos. De los lectores la mayoría está por lo fácil, donde no hay interpretación. Una muy buena amiga mía que es editora dice que el apoyo a la creación poética y la rentabilidad de esta es una ecuación que no cuadra ni ha cuadrado nunca, a excepción de los consagrados claro está. Por esto iniciativas como la de Mnemotecnia Ediciones tienen tan formidables convocatorias ya que representan una de las pocas oportunidades de romper él círculo vicioso del poeta desconocido que no puede publicar por no ser consagrado por no poder publicar. ¿Sabían que de los 157 títulos de poesía de autores chilenos que se publicaron el año pasado 92 fueron autoediciones de los propios autores? Para muchos poetas la autoedición es el único método. Yo autopubliqué mis primeros poemas a los dieciséis años en una imprenta llamada Nieto & Nieto, en la que se podía pagar a medida que se vendían los libros. Cuando le llevé mi primer libro publicado a mi madre, me dijo: “¿Y qué plata vas a ganar con esto?”. Tenía razón, vendí uno o dos y los demás los quemé, los poemas de aquel libro eran horrendos. Coincidentemente la imprenta se incendió a los pocos días, se rumoreaba que los hermanos Nieto le prendieron fuego, para poder cobrar el seguro. No tuve que pagarles ni un peso. No fui el único, los hermanos Nieto publicaron como a 300 poetas, todos a perdida. Nadie se acuerda de ellos, salvo una vez que les hicieron un reconocimiento, un almuerzo en la Sociedad de Escritores. Tú has sido afortunado Gonzalo, son pocos los poetas que pueden contar con una editorial que los apoye, sobre todo de una editorial grande como Mnemotecnia Ediciones que desde su fundación en 1957 ha mantenido un compromiso ininterrumpido con la poesía chilena.

-Sí, lo sé -admitió el poeta más joven-. Más del 18 por ciento del catálogo de Mnemotecnia lo constituyen publicaciones en poesía, análisis y crítica y cuatro de las veintiséis colecciones que conforman su catálogo están dedicadas íntegramente a la poesía. Tú sin embargo te retiraste de Mnemotecnia, a pesar de todos los halagos que le promulgas, y te cambiaste a una editorial pequeña.
-Las editoriales pequeñas son más jugadas, ¿sabías que publican proporcionalmente más poesía que las grandes? El 40 por ciento de lo que publica Ataraxia, mi nueva editorial, es poesía, a razón de mil ejemplares por título. Ha habido algunas reediciones, a pérdida por cierto, pero se trata de una inversión a largo plazo, de desarrollar el gusto por la poesía. Por lo demás estoy algo cansado de eso que Elias Canetti denominaba pfauenhaftigkeit, ese afán de notoriedad y presunción de muchos artistas y escritores, cuyas obras suelen ser objetos de grandes lanzamientos por parte de algunas casas editoriales. Ataraxia es la clase de proyecto en el que me interesa estar en esta etapa de mi vida. Ahora estoy trabajando para ellos en un libro que reunirá todos mis ensayos sobre literatura, una especie de mapa de la tradición personal en la que se inscribe mi obra, un mapa de mi problemática como escritor.

Fue entonces cuando me atreví a formular una pregunta ingenua; ¿Se puede escribir fuera de una tradición? La respuesta de Hauchecorne:

-Uno crea su propia tradición, tradición que acarrea ciertas obligaciones que deben respetarse. Remitámonos a Latinoamérica, no se puede escribir literatura por estos lados sin tener en cuenta a Vallejo, Neruda, Tirapegui, Arlt, Borges, Guimaraes Rosa, Onetti, Rulfo… no se puede escribir como si esos monstruos no hubiesen existido. Hay colegas que exaltan a otros escritores como sus maestros, pero esa admiración no se refleja en sus obras. Admirar también supone obligaciones, no se puede admirar a Shakespeare y escribir como Góngora. Cuando uno escribe se establece, por supuesto, una lucha con esa tradición, es ahí cuando aparecen los escritores que uno admira, los que uno tiende a imitar. La obra se cubre entonces con la piel fantasmal de los antiguos maestros, a veces es una fina epidermis apenas perceptible, otras, una manta gruesa que puede guarecerte de las inclemencias del exterior pero de la cual no se te asomará ni la cabeza. Yo creo que las influencias son reales cuando no son superficiales, lo que Goethe llamaba “las afinidades selectivas”. Las influencias se producen también inadvertidamente, por germinación, como diría Gelman, por contaminación, y por esto en ocasiones un escritor o un poeta actual iluminan a uno anterior, como si el escritor actual hubiese influido al otro. En un principio uno imita mucho, como un autómata, como el Espantapájaros del Mago de Oz. Luego uno quiere un cerebro propio, una personalidad propia, es como dijera Marinetti: <> Uno puede arrojar a la basura a los escritores que uno admira y pensar que es lo más saludable ya que nunca estaremos capacitados para superar a nuestros maestros, sin embargo a mí eso no me parece un buen estímulo. No se escribe con la ambición de matar a Shakespeare sino para ser admitido en su círculo. Faulkner decía que si un día llegaba a alcanzar esa perfección, ese ideal al que cada vez que escribía aspiraba, sólo restaba cortarse la garganta. No me agrada en absoluto la sacralización del escritor o la mitificación de la literatura, obstruyen el buen juicio. Para mí los textos son los que cuentan y no los escritores. Detesto a esos poetas extremadamente cultos, se puede ser muy culto e inteligente y producir un material infecto y débil.

-Como es el caso de tantos eruditos del Siglo de Oro frente a Cervantes -aseveró Le-Feuvre.
-Exactamente -afirmó Hauchecorne-. Esos humanistas eran los hombres cultos de la época pero leerlos hoy me produce acidez estomacal. No debe existir necesariamente una ética que acompañe a la estética de un escritor ¿saben? Hay muchas cosas de Borges por ejemplo que yo no comparto pero Borges es un gran escritor y eso es lo que me importa.
-Sin embargo la poesía de Borges no me parece tan notable como su narrativa -comentó Le-Feuvre.
-Bueno, a decir verdad Borges no es un gran poeta cuando escribe en verso, por lo menos no en el sentido que lo es Vallejo -dijo Hauchecorne-. Vallejo es uno de mis poetas favoritos, es un destructor implacable de jerarquías y valores. Sus poemas atesoran fragmentos expresados en sinécdoques que han dejado de remitir las partes a un todo y sin embargo hay en él un elemento autóctono, un elemento campesino, que no está en los cánones de la vanguardia.
-Vallejo es también uno de mis favoritos -aseveró Le-Feuvre-, pero volviendo a Borges, su poesía evidencia la habilidad de alguien que sabe escribir verso, pero que no es poeta -agregó Le-Feuvre.
-Es probable -reflexionó Hauchecorne-, a pesar de esto hay zonas de su prosa que son hondamente poéticas.
-Alfredo conoció en persona a Borges ¿lo sabías? -comentó Le-Feuvre desviando su cabeza hacia el sillón que ocupaba Remigio.
-¿En verdad? -respondí fingiendo no estar al tanto de tan memorable acontecimiento.
-Sí -contestó Hauchecorne-. Lo conocí en abril de 1976, durante un cocktail realizado en su honor en la casa del decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Maine a propósito de una reunión académica titulada Simposium sobre Borges con Borges. Borges se acomodó en un sillón y a su lado dispusieron una silla para los que desearan platicar con él. Yo estaba parado por ahí cerca, librando una lucha interior entre el deseo de hablarle y el terror que me producía su presencia cuando Oscar Hahn, que se había percatado de mis tribulaciones, me dijo de manera divertida y paternal: “Ya hombre, no seas cobarde. Siéntate ahí o té siento de un empujón”. Sin saber cómo, me encontré sentado junto a Jorge Luis Borges. Nuestra charla se centró en un principio en su célebre cuento Las ruinas circulares para derivar luego a su poema El Gólem, a la alquimia y la cábala.
-Existe también una novela títulada El Gólem si mal no recuerdo -comenté ya que no deseaba quedarme corto en cuanto a trivia literaria respecta.
-Si, del escritor austríaco Gustav Meyrink -confirmó Hauchecorne-. La novela de Meyrink y su versión cinematográfica de 1920 impresionaron grandemente al joven Borges, mucho antes de conocer los estudios de Gershom Scholem, pero no creas que Meynrick se inventó al gólem, dicha criatura proviene de la tradición hebrea.
Le-Feuvre y Hauchecorne se enfrascaron luego en una discusión sobre los caminos órficos y prometéicos. El primero insistía en su visión de la poesía como “iluminación” mientras el segundo la visualizaba como un arduo camino por el cual finalmente se llegaba a “la” palabra escrita. Para confirmar su posición Hauchecorne citaba a Picasso: <>.

Podríamos decir que la manera en que Le-Feuvre enfrentaba la vida era en efecto más “órfica” o del ocio (el don de la belleza, el orden y la paz sin conquista) que “prometéica” o del trabajo (el problema que se vence mediante el esfuerzo.) Le-Feuvre solía decir, citando a Eluard; <>. Una belleza más bien “convulsiva” que de proporción áurea cabe mencionar.
-El poeta debe transpirar tanto como un obrero, debe mojar la camiseta. Transpiración -remarcaba Hauchecorne-. Ese trabajo frío y arduo sobre el poema; ese quitar todo lo que sobra y agregar lo que falta. Porque casi siempre es mucho lo que sobra y en menor medida, lo que falta.

Le-Feuvre despreció la tesis de Hauchecorne e insistió en la inspiración fulminante e imprevista mientras Remigio pensaba que el acuerdo entre dos caracteres tan distintos como los de estos poetas era tan improbable como la humanización del excremento gnóstico el día jueves antes del almuerzo.

Le-Feuvre arremetió luego contra las odas, en las que no veía valor poético alguno. Ya no se trataba de una conversación entre aprendiz y maestro, Le-Feuvre se creía con la suficiente autoridad como para medirse con los pesos pesados.

-No cabe proponerse escribir una oda a esto o a esto otro porque en ese caso se trata solamente de ejercer un oficio -sentenció Le-Feuvre-, y el oficio sólo no basta para que la poesía nos visite, no alcanza a suplir esa necesidad. Las odas elementales de Neruda por ejemplo son como la recreación de una técnica conquistada por una vivencia inicial, pero ya separada de ella.
-No sé, a mí me gusta mucho la Oda al Caldillo de Congrio -replicó Hauchecorne.
En este punto decidí entrometerme en la discusión, ya llevaban demasiado tiempo ignorándome.
-Es tan abundante el mundo fenoménico en su inmenso despliegue que es imposible no sentirse saciado de estímulos perceptivos -argumenté ante la mirada suspicaz de Le-Feuvre-. ¿Qué necesidad entonces, suple la poesía? ¿Cuál es la finalidad de la creación poética?
-Tu pregunta no es muy distinta a la interrogante de Leibniz: <<¿Por qué ha de haber ser y sustancia? ¿Por qué no hay más bien nada?>> -contestó Hauchecorne-. Hago eco de las palabras de George Steiner: hay creación estética porque hay creación. Lo que mueve al arte, por más abstracto o hermético que este sea, es la mimesis, la instintiva “imitatio mundi”.
-No creo que la mimesis sea lo que justifica la creación artística -arremetí-. De ser así la precisión fotográfica, la finalidad reproductora constituiría la cumbre del mérito estético.
-No necesariamente -dijo a su vez Le-Feuvre-. Para que haya poesía debemos primero alcanzar la piedra sin dialecto, la hoja sin torreón, el agua frágil sin fémur, el peritoneo seroso de los anocheceres de manantial…
Le reproché al joven poeta estar alejándose del tema.
-No nos estamos alejando -respondió Le-Feuvre-. No es posible alejarse de la poesía, todos los caminos conducen a ella.
-Contesta mi pregunta entonces -demandé-. ¿Por qué habría de haber poesía?
-¿Y por qué no habría de haberla? -contestó impávido Le-Feuvre.
-La justificación de que hay poiesis porque hay creación es un lugar común -le contesté.
-Es este lugar común sin embargo el que desafía el entendimiento -concluyó Hauchecorne.
Luego de esto Le-Feuvre condujo la conversación hacia uno de sus temas favoritos, la muerte.
-Te gustaría el cementerio de Père Lachaise de París -dijo Hauchecorne-. Allí están enterrados, entre otros, Jim Morrison, Moliére, Chopin, Oscar Wilde, Max Ernst y Marcel Proust. También descansa en paz en el Lachaise un muy buen amigo mío, Dante Renard. Descubrí su poesía por casualidad, cuando trabaja como corrector en la revista Plural, dirigida por Octavio Paz. Aquel poema me impresionó tanto que olvidé corregirlo, lo que me valió una dura reprimenda por parte de mi jefa. Renard residía en Xalapa, su casa estaba en las afueras, en un barrio muy tranquilo. Su casa era inmensa, con habitaciones espaciosas y una estupenda biblioteca, del doble del tamaño que esta. Renard era solo, pero tenía una cocinera y también estaba la hija de la cocinera, y la hija de la hija de la cocinera y el hermano de la cocinera que oficiaba de chofer. En esa época Renard encabezaba un grupo de poetas denominado Nil admirari. Yo mismo fundé, junto con otros escritores, un grupo literario que de algún modo fue apadrinado por Renard. Era un grupo cuyo vínculo giraba alrededor de los textos, amigos interesados en el estudio del estructuralismo, del formalismo ruso y de una política de la lengua y el psicoanálisis. Lo que más añoro de aquella época es la vida de café que ahora parece estar en extinción. Renard decía que un poeta es como cualquier hombre, pero cualquier hombre no es un poeta. Nos reencontramos años después en Francia. Estaba muy anciano, aunque a mí me parecía que en veinte años no había cambiado nada, ya era viejo cuando le conocí. Recuerdo nuestros paseos por el Lachaise. En el cementerio hay un busto de un espiritista que prometía la reencarnación, su nombre era Kardek, Allan Kardek. En cierta ocasión Renard posó sus huesudas manos sobre él y me invitó a emular su acto. “Así nos encontraremos en la próxima vida” sentenció.
-Renard, he oído de él pero no conozco su trabajo -dije para luego preguntar si es que aquel poeta era mexicano.
-¡No! -exclamó Hauchecorne- Renard era chileno ¿qué no lo sabías?
Enmudecí ante la cólera exhibida por el poeta.
-Ahora que lo pienso en parte tienes razón ¿sabes? -continuó Hauchecorne algo más calmado-. El Renard escritor nació en México. ¡Tanto que se dice que Chile es país de poetas y Renard nos fue a florecer en México! No es de extrañarse en todo caso, México es impresionante, cuando llegué por primera vez al DF tenía dieciocho años y me sentí alucinado, sensación que se mantuvo durante toda mi estadía. Los mejores amigos los hice en México. Renard, Joaquín Obregón, Dorian Cano, Lázaro Fresnillo…

Hauchecorne se quedó un largo rato callado paseando aún por las calles del DF mexicano almacenadas en quien sabe que apolillado rincón de su cerebro. Una vez que volvió en sí se concentró en aconsejar a Le-Feuvre sobre los peligros del éxito, “muchos no te perdonarán él tenerlo”, le dijo. Le-Feuvre hacía oídos sordos a dichas recomendaciones ya que ambicionaba a como de lugar la corona de Amaranto, con la que se coronaba a los poetas dignos de inmortalidad. Sin duda alguna que Le-Feuvre era un romántico, si por romántico entendemos a aquel que “busca inflar su yo a la medida del universo”.

En cierto momento el gato que había permanecido indiferente se desperezó y de un salto bajó del estante donde dormitaba arrojando al suelo una fotografía. Aproveché de preguntarle el nombre del gato a Hauchecorne mientras Le-Feuvre se apresuraba en recoger la foto enmarcada.

-Alistair, se llama Alistair -contestó-. Es como el gato de ese poema de Nicanor Parra, un ser más allá del bien y del mal. A pesar de sus años aún conserva la misma mirada que me cautivó cuando lo recogí de la calle, esa mirada que te atornilla al sillón y ese ronroneo que precede a la llegada del diablo.
-Este es Rimbaud ¿no? -dije mientras Le-Feuvre colocaba la foto sobre el escritorio nuevamente.
-No, esa foto es de Baudelaire -corrigió Hauchecorne.
-¡Como puedes confundirlos! -exclamó Le-Feuvre-. Las diferencias entre Rimbaud y Baudelaire son notorias. Baudelaire por ejemplo siempre soñaba con viajar pero nunca lo hizo, apenas llegó a Bélgica, Rimbaud en cambio viajó muchísimo.
-Te equivocas -señaló Hauchecorne-. Baudelaire, bajo la presión del general Aupick, su padrastro, fue enviado a las Indias en 1841, a bordo de un navío mercante. A Baudelaire no le interesaba probar la aventura en el confín del mundo, no deseaba más que la gloria literaria. Desertó durante una escala en la Isla de la Reunión y volvió a París a tomar posesión de la herencia paterna ya que había cumplido la mayoría de edad. En todo caso esta confusión de poetas me trae a la memoria la observación que Oscar Wilde le hizo a Latourette sobre la fotografía: <>.
Es cierto -reflexioné-. La verdad es que de todas las similitudes entre ambos poetas la más obvia era la más inquietante; ambos estaban muertos.
-Para Baudelaire la palabra más hermosa era herpes -dijo Le-Feuvre como para enmendar su error y no quedar como un ignorante, sin embargo una vez más fue corregido.
-No, él no dijo herpes sino “hemorroides” -precisó Hauchecorne.
En ese momento observé la hora percatándome de que ya era muy tarde. Miré a Le-Feuvre por si hacía algún gesto de levantarse de su silla. El agotamiento de Hauchecorne era evidente pero Le-Feuvre no parecía enterarse. Finalmente el dueño de casa se levantó del sitio en que se hallaba cómodamente sentado y se dirigió hacia su escritorio.
-Tomen, dos invitaciones para una conferencia de la Academia Utópica. Me las enviaron por correo pero la verdad es que no me interesa asistir.
Aprovechó el momento para sugerir la retirada. Antes siquiera de abandonar la biblioteca Le-Feuvre “recordó” algo.
-¿Podrías prestarme un libro? -inquirió de manera despreocupada el joven poeta.
-Aún no me has devuelto los otros que te presté -contestó Hauchecorne.
-Si, ya te los traigo, pero ahora necesito que me prestes un libro en particular, para un ensayo que estoy escribiendo.
-¿Cual? -preguntó resignado Hauchecorne.
-La Nueva Novela si fuera posible.
Hauchecorne titubeó unos instantes para luego acceder a la petición del joven poeta no sin antes las recomendaciones de rigor.
-Cuídala como hueso santo, es una primera edición.
-Hauchecorne alargó su velluda mano y tomó el libro, el espacio vacío dejado por este me hizo reparar en uno de sus vecinos de estante.
-¿Y este libro? -pregunté señalando un pequeño y delgado volumen color caqui.
-Este libro es uno de los más curiosos de mi biblioteca no por su contenido a diferencia del dicho popular sino por su tapa -Hauchecorne sacó el libro del estante, depositándolo en mis manos. La superficie de la tapa era áspera y porosa, no muy agradable al tacto. En indescifrables letras doradas se podía apreciar el título del libro, o tal vez fuera el nombre del autor, o ambos. Bajo este, también en oro, una extraña imagen.

-La tapa esta forrada en la piel del autor -continuó Hauchecorne-. La imagen de la cubierta es una representación de la amphisbaena, una serpiente de dos cabezas cuyo nombre significa “va hacia ambos lados” en griego.
-Ese nombre está en uno de tus libros -señaló Le-Feuvre.
-La mordida de la Amphisbaena -confirmó Hauchecorne-, uno de mis libros más queridos. En los bestiarios medievales se documentaba a la amphisbaena también como un lagarto o un dragón, similar a este. Como pueden evidenciar el libro está redactado en un lenguaje incomprensible. El autor es Piotr Shklovski, poeta ruso de principios del siglo XIX que perdió un brazo tras caerse de un caballo. Es la piel de su mano amputada la que cubre el libro. Las páginas que faltan fueron arrancadas por el poeta en un momento de locura, esto, unido a la naturaleza críptica de la escritura impide cualquier intento de traducción.

Desde ese momento en adelante no pude apartar mis pensamientos de aquel libro, incapaz de sustraerme a su órbita que me jalaba como la tierra a un aerolito. De inmediato recordé la historia del Zahír, ese objeto que posee la terrible virtud de ser inolvidable y que termina por enloquecer a quien lo contemple. Puede que el libro haya tenido en mi el efecto descrito por Borges, de otra manera ¿cómo se explica que luego de nuestra visita y estando ya casi en la puerta despidiéndonos de nuestro anfitrión haya, so pretexto de haber olvidado algo, vuelto a la biblioteca para tomar el libro, guardarlo en mi bolso y salir como si nada?

-¿Que té pasa? -me preguntó Le-Feuvre a medida que nos alejábamos del lugar del crimen-. Té noto algo agitado.
-Nada, no ocurre nada, es que se me hizo tarde, después nos vemos, adiós.
-Espera ¿vas a ir a la conferencia de la Academia Utópica?
-No, gracias. Seguro que podrás encontrar mejor compañía.
-Sí no quieres ir a la conferencia podrías por lo menos venir a las charlas literarias que organizo los martes en el Café Off the Record.
-¿Cuándo dijiste que eran?
-Los martes, a las 7.30 p. m. En el Café Off the Record, tú sabes donde queda.
-Si, ahí estaré -dije para desembarazarse del poeta.

IV

Llegué a mi casa cerca de la medianoche. Mis padres ya estaban durmiendo y un plato frío me esperaba en la mesa de la cocina, lo cogí sin tomarme la molestia de calentarlo en el horno microondas y me encerré en mi habitación.

Había robado un libro valioso a un importante poeta, a un poeta que incluso admiraba por lo que aún no podía convencerme de haber ejecutado tan temerario acto. Había actuado con tal prisa y descuido que al salir de la biblioteca tropecé con una escultura de antimonio de Perseo y Pegaso, que por poco no se cayó al suelo. No había librado impune de mi acto. Hauchecorne se percataría de la ausencia del volumen tarde o temprano y si su memoria no le fallaba los principales sospechosos seríamos Le-Feuvre y yo. Cómo Le-Feuvre no había manifestado ningún interés en el libro mi culpabilidad sería evidente.

Me imaginé declarando ante Hauchecorne: Le-Feuvre me encargó robar el libro, cómo usted no me conoce renunciaría a la idea de recuperarlo y lo liberaría a él de toda culpa. No, ¿quien creería tal absurdo? Le-Feuvre tenía el desparpajo suficiente para pedir libros prestados y no devolverlos. No necesitaba de la complicidad de terceros. Luego pensé que estaba sobredimensionando el asunto, después de todo, ¿qué importaba un libro menos cuando se tenían 14.999 más? Si Hauchecorne realmente no estuviera dispuesto a perder sus libros hubiera obligado a Le-Feuvre, o a cualquier otro, a leerlos sin hacer abandono de la biblioteca, cómo hacía Vicente Huidobro con el Chico Molina, a quien el padre del creacionismo jamás le concedió sacar ningún volumen de su casa. Siguiendo esta línea de razonamiento se podría concluir que Hauchecorne estaba dispuesto al saqueo por que el mismo lo practicaba. ¿Cuantos libros de esa biblioteca habría adquirido Hauchecorne de la misma forma en que yo había obtenido el de Shklovski? Existía incluso la posibilidad que el mismo libro de Shklovski fuera un “préstamo” que Hauchecorne nunca devolvió, o que tomó sin consentimiento de su dueño.

Luego de contemplar largamente el dibujo en oro de la amphisbaena, aquél híbrido de ave y serpiente me abocó a estudiar los extraños símbolos que constituían aquella extraña escritura. ¿Podría alcanzar a entender aquel texto de la misma manera en que Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom, había entendido la escritura del tigre?
El mensaje confiado por el dios a la piel de los tigres era una fórmula de catorce palabras que parecían casuales. Tzinacán confiesa que le bastaría decir en voz alta aquella formula para abolir su prisión, para ser inmortal. <> ¿Cuantas sílabas se ocultaban en aquel libro forrado en la piel de su autor y que terrible formula contenían? ¿Podría ser el libro de Shklovski un vehículo hacia el nirvana? El nirvana según había leído por ahí es la extinción del no-Ser en la totalidad del Ser, un estado de comunión con el Universo en su totalidad al que se entra a través de la destrucción de todo lo que es individual, convirtiéndonos de esta manera en parte íntegra del gran propósito. Por esto Tzinacán ya no recuerda a Tzinacán. Ha logrado la perfección cómo idea de lo que no es con relación a todo lo que es, ha sido y será. Cuando el Ser se va, el Universo crece en mí. A eso de las seis de la mañana y tras pasar la noche en vela concluí que Hauchecorne no merecía la posesión del libro, para él no tenía mayor valor fuera de la anécdota. No era más que una “curiosidad” dentro de su biblioteca, una curiosidad como los Innuits que ciertos científicos inescrupulosos llevaron como “muestra viva” al Museo Americano de Historia Natural de Nueva York en 1897, curiosidad como lo fueron los tallados africanos para Picasso que hasta último momento negó haberlos visto previo a las Demoiselles de Avignon. Para mí en cambio, el libro era un objeto mágico, capaz de invocar fuerzas y poderes superiores, cual piedra filosofal. Desde un principio intuí que encerraba un misterio que a Hauchecorne, o bien se le pasó por alto, o simplemente no le interesó develar. Algunos se contentan con juzgar a un misterio como algo más allá del alcance de la comprensión humana, yo sin discrepar del todo con dicha postura consideraba mi deber el intentar comprenderlo, hasta donde ello fuera posible dentro del dominio del intelecto, como recomienda Taimni pero, ¿cómo dar con la intima arquitectura alfabética en la que encontrar la anhelada escalera que me permitiría ascender a la fuente de toda razón y descender a sus infinitas ramificaciones para encontrar lo ignorado y oculto?

Al día siguiente y tras no hallar información alguna de Piotr Shklovski en la biblioteca de mi universidad decidí buscar a Ignacio Enríquez en la Facultad de Letras, debido a su estadía en Rusia parecía ser el candidato idóneo para consultar.

-¿Y ubicas a un tal Piotr Shklovski? -le pregunté mientras almorzábamos en el casino de la U.
-Por supuesto -replicó con tono erudito-. Piotr Shklovski era el seudónimo literario con el que firmaba sus poemas Grigori Grigorivich Rubarienko, hijo natural del conocido aristócrata de la corte de Catalina II, el conde Rzumovski. Rubarienko se doctoró en Filosofía y Letras y fue uno de los organizadores de la Asociación Libre de Amantes de las Letras Rusas, que jugó un destacado papel en el desarrollo de la literatura rusa de la primera mitad del siglo XIX. A Rubarienko se le conoce más cómo escritor de relatos qué cómo poeta, de hecho el seudónimo de Alexandr Shklovski sólo lo utilizaba en su obra poética.
-¿Sabes si Rubarienko era manco? -le interrumpí.
-¿Manco?, ¿cómo Cervantes? No, en realidad no lo sé. Si quieres saber más te recomiendo que vayas a la Biblioteca Nacional y pidas el volumen de Poesía soviética rusa, publicado por Editorial Progreso, de Moscú, a mediados de la década del sesenta.
¡La Biblioteca Nacional!, ¡cómo no lo había pensado antes! No perdí tiempo y me dirigí a dicho lugar. Me perdería un par de clases pero dilucidar el misterio se había convertido en mi prioridad.
Mientras revisaba el catálogo de la biblioteca en busca de la Poesía soviética rusa una mano se posó sobre mi hombro derecho, sobresaltado me di la vuelta encontrándome cara a cara con Gonzalo Le-Feuvre.
-¿Y que te trae por aquí? -interrogó Le-Feuvre-, tu no eres un visitante muy asiduo de la biblioteca.
-Busco un libro -le dije.
-¿Cual? Tal vez pueda ayudarte.
-Uno de poesía rusa -contesté tras dudar unos segundos-, Poesía soviética rusa.
-Lo conozco -aseguró Le-Feuvre-. Ese libro es una recopilación de poetas rusos del siglo XX, treinta en total, entre los que destacan Esenin, Blok, Pasternak, Evtushenko, Ajamatova, Tsvetaeva y Mayakovski. La recopilación y traducción estuvo a cargo de Nicanor Parra, aunque en realidad Don Nica en esa época no sabía ruso y trabajó en base a una primera versión literal al castellano preparada por José Vento…
-¿Dijiste poetas del siglo XX? ¿Sólo del XX? -pregunté extrañado.
-Sí, ¿por qué?
-Esperaba encontrar a un poeta de la primera mitad del siglo XIX.
-¿Que poeta?
-Ese del que nos habló Hauchecorne en su casa ayer.
-No recuerdo.
-Piotr Shklovski, cuyo brazo amputado sirvió para forrar la cubierta del libro.
-¡Pero claro! ¡Si hasta nos mostró el libro! Pero no, en la antología que buscas sólo figuran poetas del siglo XX, por lo demás recuerdo que Hauchecorne dijo que Shklovski era bastante desconocido.
-Ignacio Enríquez lo conoce, él me sugirió que lo buscara en éste libro.
-¿Qué más te dijo?
-Que Piotr Shklovski era el seudónimo literario con el que firmaba sus poemas Grigori Grigorivich Rubarienko, hijo natural del conocido aristócrata de la corte de Catalina II, el conde Rzumovski, que Rubarienko se doctoró en Filosofía y Letras y fue uno de los organizadores de la Asociación Libre de Amantes de las Letras Rusas y que jugó un destacado papel en el desarrollo de la literatura rusa de la primera mitad del siglo XIX.
-Lamento decirte que Enríquez te ha tomado el pelo, debe haberle causado mucha gracia enviarte a consultar un libro que ya no se encuentra dentro de los archivos de la biblioteca y además, que te hayas tragado todo el cuento que armó en torno a Shklovski valiéndose de tu ignorancia.
-¿A que te refieres?
-El volumen de Poesía soviética rusa fue retirado por última vez por un sujeto que nunca lo devolvió. Ese ejemplar no estaba fechado pero registraba su ingreso en el catálogo el 28 de octubre de 1966. De esa edición no se conoce otro ejemplar, el que yo leí fue una reedición a cargo de Margarita Aliguer para Chile que llevaba por título Poesía rusa contemporánea, publicada en 1972. Todos los datos biográficos que te dio de Shklovski son falsos, no existe ningún Grigori Grigorivich Rubarienko, Enríquez lo inventó usando a Antoni Pogorelski cómo modelo, ¿lo ubicas?
-No.
-Me lo imaginaba, Antoni Pogorelski realmente se llamaba Alexei Perovski, fue discípulo del precursor del Romanticismo ruso Karamzín y era tío de Tolstoi.
-Maldito desgraciado.
-¿Quien? ¿Tolstoi?
-No, Enríquez.
-Él es así, le encanta burlarse de la gente. De cualquier forma, ¿a qué se debe tu interés en Shklovski?
-Nada en especial, sólo me llamó la atención eso de que usara la piel de su brazo para encuadernar el manuscrito, la idea de que la piel humana se utilice para forrar un libro me parece repugnante, cómo repugnante fue tener aquel volumen en mis manos. Nunca imaginé que tal cosa fuera posible.

-Eso de usar la piel humana para forrar libros no es algo tan fuera de lo común. El más antiguo de esta clase de libro se encuentra en Los Ángeles, en la biblioteca de la Universidad de California. El libro se titula ‘Relation des mouvemens de la ville de Messine despuis l’année M.DC.LXXI jusques à présent’, en una inscripción se puede leer “A la bibliothèque de M. Bignon, reliure en peau humaine”. Supuestamente el tal Bignon no es otro sino Armand Jerome Bignon, el bibliotecario de Luis XV, que mandó a encuadernar varios libros en la piel de sus amantes muertas. Hauchecorne me había hablado anteriormente de éste libro y de dos casos de otros volúmenes forrados en piel humana relacionados con dos poetas franceses, Dellile y Flammarion. En 1882 una joven duquesa francesa, que sufría de tuberculosis confesó a su médico su amor por Camille Flammarion a pesar de nunca haber sido presentados, de nunca haber cruzado palabra alguna y de ni siquiera haberlo visto en persona. La intensa admiración de la duquesa, que pronto derivaría en un amor secreto, había nacido de la lectura de los libros del Flammarion. La duquesa lo había adorado día y noche, por cinco años y su última voluntad consistió en que, tras su muerte, el doctor cortara un gran trozo de los hombros de ella y se los enviara al poeta y astrónomo para que encuadernase uno de sus libros, todo esto se haría en el más absoluto anonimato. Tras recobrarse de la primera impresión el poeta hizo lo que la desconocida dama le solicitase; mandó la piel a curtir y la usó para encuadernar un espécimen de Terre et Ciel; al interior de la tapa inscribió en oro: “Por la realización de un deseo anónimo, cubierta de piel humana (mujer)”. El caso de Delille, llamado el “Virgilio Francés”, es aún más curioso. Almé Leroy, quien en ese tiempo era un estudiante de derecho, obtuvo permiso de Tissot, sucesor de Delille en la dirección de la escuela de poesía en Latin en el Collège de France, para entrar en el cuarto donde el poeta yacía muerto. Del cuerpo de su maestro cortó dos trozos de piel, una del pecho y otra de una pierna. Más tarde confesaría que a pesar que algunos le condenaran por su acto el no se arrepentía ya que consideraba el robo de piel del muerto como un homenaje. Con la piel Leroy encuadernó un ejemplar de la traducción que Delille hiciera de la Georgica. Bueno, espero haberte sido de ayuda, ahora debo proseguir mi camino. Te veo en la tertulia literaria del Off the Record.

Tras despedirse Le-Feuvre condujo sus pasos hacia la hemeroteca, yo continué con mi pesquisa sin el menor éxito, siendo éste resultado el mismo en cada tentativa por averiguar algún dato de Piotr Shklovski. Ciertamente que todo éste proceso se habría facilitado si hubiese podido hablar con Hauchecorne sobre cómo había obtenido el libro, sobre el misterioso autor y la extraña escritura, pero no era cosa de aparecerse por su casa y plantearle el tema. Ya le había robado el libro, no había vuelta atrás.

V

Luego de una semana quebrándome la cabeza sobre cómo descifrar el libro decidí recurrir a mi hermana, mi media-hermana (cómo le señalé a Hauchecorne), fruto de la unión matrimonial previa de mi mamá con el padre de ella, el célebre sociólogo y autor de best-sellers que viviseccionaban la identidad chilena: Román Trugeda.

Romina tenía 36 años y pertenecía a esa elite de intelectuales pedantes que gustan usar guiones o paréntesis frente a los prefijos des, re o in, y de hablar de rasgos temáticos formales, aspectos crítico-reflexivos, sociología de la recepción, estrategias programáticas, lectura sintomal, gratuidad cosmética, sistemas tecnomediáticos, modelos productivos, arte crítico-experimental, metarrelatos académicos e histórico monumentales, límites del cuadro, soporte de obra, vanguardias históricas, rigor tautológico, rigor lingüístico y semiológico, extensiones genéricas, configuración espacial y productiva, fuerza de conectividad, operación transicional, criterio analítico, estrategias curatoriales, sintomatología analítica, sustrato epistemológico, planos imbrincados, metabolismo social, ficha antropométrica, personalidad expropiada, sustratos perceptivos, instituciones receptivas anacrónicas, postmodernismo, feminismo post-estructuralista, sujeto plural heterogéneo y múltiple, planeta champú y cultura del envoltorio, excesos baudrillardianos, concatenación de estereotipos, técnica disciplinaria foucaultiana y un largo etcétera. Había vivido gran parte de su juventud en España. Su amor por los libros la había llevado a estudiar, una vez finalizada su carrera de Filosofía y su PhD en la Universidad Complutense de Madrid, restauración en papel con especialización en libros.

Mi hermana mayor era considerada como una de las más destacadas teóricas nacionales y entre otras cosas, había sido responsable de la visita y presentación de Gérard Argellies en el Salón de Honor de la Universidad de la Costa de Valparaíso; fue Gestora y Directora del Coloquio Internacional sobre el pensamiento francés postmetafísico con el auspicio de la Embajada de Francia en Chile; tradujo al español textos de Argellies y Derrída, publicó un par de libros no tan exitosos en términos de ventas como los de su padre pero elogiados por la crítica; El colapso de la distancia y Defecto(s) de borde creó y redactó el programa de Bachiller en Arte de la Universidad del Gran Tilo; fue fundadora de la revista literaria Norte-Sur y todavía encontraba tiempo para, de vez en cuando, realizar conservación de textos para particulares, además de ejercer como profesora de Estado en la Universidad de Chile y del primer nivel de los talleres de encuadernación del Centro Cultural Salvador Allende (su último trabajo había sido la restauración de El Cautiverio Feliz, del siglo XVI, la cual le tomó ocho meses).
Ciertamente sería largo enumerar las actividades, todas de gran valor y alto vuelo intelectual, que Romina había realizado y que llenaban de orgullo a mi madre pese a que ella y su hija no se hablaban hacía más de nueve años. Nunca supe “oficialmente” la razón por la cual se habían distanciado ya que ambas evitaban el tema cada vez que se les preguntaba, pero eventualmente me di cuenta, por supuesto.

No es que yo me llevara mal con Romina, simplemente no nos llevábamos. Cada cual había crecido en ambientes distintos, en familias distintas y hasta en países diferentes y ninguno de los dos había manifestado mucho interés por reunirse con el otro salvo ciertas celebraciones familiares. El problema con mamá había acrecentado más aún nuestra distancia. Para Romina yo siempre había sido un chiquillo molesto y mimado mientras que para mí ella era una mujer una década mayor que yo, inescrutable y poco afectuosa. Pese a esto parecía la persona indicada para ayudarme a dilucidar el misterio del libro, por lo que la llamé para concertar una cita ya que, como imaginarán, era alguien muy ocupada. Sobre el libro le diría haberlo encontrado en alguna librería de viejo cualquiera.
El asunto despertó el interés de mi hermana lo suficiente como para reunirnos al día siguiente a eso de las 8:30 p.m. en su casa. Romina vivía sola con su padre en una enrome vivienda de la avenida Chile-España, frente a la cual se había erigido una de las pocas mesquitas de Santiago. Esta era la tercera vez en mi vida que pisaba aquel lugar.

Tras entregarle el libro, Romina lo estuvo examinando sin decir palabra durante un tiempo que se me antojó demasiado largo. Cuando le pregunté que podía decirme sobre el volumen me hizo callar y continuó su silencioso examen. Finalmente dijo:
-Letras y motivos en dorado, la amphisbaena, humm… interesante -comentó Romina tras ponerse sus gafas redondas-. Esta decoración se logra aplicando sobre la piel clara de huevo y una lámina muy delgada de oro. Sobre la lámina se apoya un hierro caliente cuya presión hace adherir el oro a la piel en el sitio en que ha sido aplicado dicho hierro; se retira el sobrante de la hoja de oro, superponiendo una nueva y se repite varias veces la operación a fin de obtener una capa de oro bien espesa. De este modo fueron realizadas estas letras y el dibujo, se trata sin lugar a dudas de una encuadernación artística.

-¿Que me dices de la amphisbaena? -pregunté-. Hasta donde he averiguado se trata de una serpiente con dos cabezas que según los romanos habitaba en África.
-Sí -replicó mi hermana-, y cabe agregar que de acuerdo a Plinio era muy venenosa, <>. Esta amphisbaena en particular también simboliza al ouroboros, la serpiente o dragón que se come su propia cola, un símbolo de la perfección, la totalidad, el eterno retorno, la auto-fecundación, el andrógino. Este símbolo aparece principalmente entre los gnósticos y puede explicarse como la unión entre el principio chthoniano representado por la serpiente y el principio celestial representado por el ave, síntesis claramente aplicada en este dragón.
-¿Habías visto alguna vez un libro como este?
-Sí, durante mi viaje a Baviera tuve acceso a varios ejemplares antropodérmicos -aseguró Romina que gracias a los contactos de su padre había conseguido visitar la colección de libros extraños de Georg Sommervogel-. Uno de los que pude examinar fue Le Bien qu’on a dit des femmes, una colección de octavas de Emile Deschanel que en su última página incluía un certificado de autenticidad que rezaba “Hic liber de feminis ut viris amabilior esset, femineam cutem induit”. A pesar de esto Sommervogel me reveló que el libro era un fraude siendo la supuesta piel de mujer en realidad un Chagrín, una piel granulosa que proviene de la cabra, del camello, o del caballo. Sommervogel luego me enseñó un ejemplar verdadero, una copia de los poemas de Edgar Allan Poe traducido por Stéphane Mallarmé y con ilustraciones de Manet y Félicien Rops que J. R. de Brousse, conocido como el poeta de la “Maison sur la colline”, mandó a encuadernar en la piel de Ramboula, un luchador de wrestling famoso en las ferias del sur de Francia. En la contratapa del libro el encuadernador había agregado, en marroquí negro y oro, un cuervo dibujado por Manet.
-¿Marroquí?
-El marroquí es uno de los materiales empleados para encuadernar y toma su nombre de Marruecos, donde se lo preparaba antiguamente. Es una piel de cabra preparada con nuez de agalla o sumac. Volviendo a mi relato, con ambos libros Sommervogel me demostró como diferenciar un ejemplar falso de uno verdadero. El cuero de procedencia humana es generalmente más oscuro y tiene una textura más bien áspera y poros comparables a la piel de cerdo, pero más pequeños y en menor cantidad, así mismo puede ser curtida para obtener tanto una textura áspera y opaca como una suave y brillante variando los colores desde el rosa pálido hasta el café oscuro. Me temo que el cuero de este libro no es humano sino de cerdo.
-¿Estás segura?
-Si, la piel de cerdo fue muy empleada en la Edad Media y luego por los alemanes que en los siglos posteriores realizaron con ella notables encuadernaciones con hierros en frío. Luego cayó en el desuso, pese a ser casi indestructible. Esto es piel de cerdo, no cabe la menor duda.
-¿Y que me dices de la escritura?
-Déjame ver -sentenció Romina repasando una vez más las páginas del libro-. Estas inscripciones me son, como sospechaba, muy familiares.
Mi hermana depositó el libro abierto sobre su escritorio y se dirigió hacia las estanterías de donde extrajo un pesado volumen.
-Este libro es La Fuga de Atalanta -explicó mientras depositaba el tomo junto al empequeñecido libro de Shklovski-, su autor es Michel Maier. Una obra notable sin lugar a dudas. Contiene un texto, un grabado, y una partitura musical en cada página, afirmación del orden y la correspondencia que vinculan a las artes como expresión de la interpenetración y armonía Universal. Como puedes ver este libro prefigura los medios audiovisuales de comunicación, lo que tanto se ha dado por llamar hoy en día como “multimedia”. A Michel Maier se le señala como uno de los fundadores de la Hermandad Secreta de los Rosacruces, de vasta importancia para el desarrollo de las ideas herméticas. Esta sociedad publicó dos manifiestos anónimos en 1614 y 1615 respectivamente, que provocaron un gran alboroto en el mundo intelectual de la época. Dentro de este volumen venía una carta antiquísima escrita en alemán que incluía un fragmento escrito en el mismo misterioso lenguaje del libro de Shklovski.
-Tendrás que explicarme que dice la carta ya que como bien sabes no entiendo ni una palabra en alemán -solicité a Romina.
-Bueno, como puedes ver la carta tiene fecha de 1663 y está dirigida a Athanasius Kircher de parte de un tal Ptolomeo Schaub que le solicitaba hallar la forma de descifrar las inscripciones de una lápida de piedra que había hallado en una excavación. Sobre Schaub no tengo más datos fuera de esta carta. En cuanto a Kircher, este fue un estudioso jesuita y profesor de matemáticas en la Universidad Romana de Italia que vivió entre 1602 y 1680. Kircher también fue una de las principales figuras de la cultura científica Barroca en la Europa de esa época, y probablemente, el más grande experto en lenguajes antiguos y universales, arqueología, astronomía, magnetismo, y culturas China y Egipcia.
-¿Qué relación podrá tener el libro de Shklovski con aquella piedra? -pregunté.
-Sospecho que el libro es una trascripción de aquella lápida -aventuró Romina-. En cuanto al lenguaje misterioso tengo la impresión que este es inventado. Inventar lenguajes nuevos, no tiene, excusando el vicio de dicción, nada de nuevo. Esta el caso del Esperanto, por ejemplo, que hoy es hablado por aproximadamente un millón de personas en todo el planeta. Tolkien, por su parte, creó lenguas propias para sus personajes con las cuales bautizó muchos lugares de la Tierra Media e incluso existe cierto autor de ciencia-ficción que ha creado más de una docena de lenguajes artificiales con el sólo fin de darle una lengua propia a los diferentes alienígenas que componen su historia. ¿Conoces al novelista y poeta suizo Robert Walser? ¿No? Walser fue admirado y reivindicado por Kafka, Elías Canetti, Thomas Mann y Walter Benjamin. Walser ingresó voluntariamente a un sanatorio en calidad de “enfermo mental” y en la Navidad de 1956 emprendió una caminata que terminaría con su muerte en un campo nevado. Después de su deceso se encontraron más de 500 páginas escritas en un lenguaje inventado por el mismo, tan sólo en 1985 se logró descifrar esos manuscritos, se trataba de poemas, relatos y obras de teatro.
-¿Crees que Kircher logró descifrar el lenguaje?
-Lo dudo, puede incluso que nunca recibiera esta carta.
-Entonces es probable que no exista forma de descifrar el libro.
-Sí, de no ser por que contamos con Alana.
-¿Alana?, ¿quien es ella? ¿Alguna nueva conquista?
-Sólo una amiga, de momento.
-¿Y en qué puede ayudarnos ella?
-Ya verás, voy a llamarla de inmediato.

Resultó que Alana poseía un alto cargo en Microsoft Chile S.A. y era lo que suele denominarse como “superdotada”. Había abandonado Chile a los cinco años junto a su familia para radicarse en los EE.UU. y había regresado al país hacía tan sólo un par de años atrás. A la edad en que muchos jóvenes recién ingresan a la Universidad, Alana ya contaba con su título de Ingeniero civil industrial. Luego había realizado un post-grado en economía en el centre d’Etudes de Programmes Economiques de París y una maestría en administración en la Universidad de Harvard. Alana, además, poseía amplios conocimientos de literatura y tenía la ventaja de leer a los grandes autores en sus idiomas y hasta de pensar bien de acuerdo al Sr. Heidegger, de pensar en alemán o griego. Por lo visto tenía mucho en común con Romina.

VI

Esperamos cerca de dos horas a que llegara Alana, especulando sobre el libro de Shklovski, bebiendo café y escuchando a Stockhausen. Finalmente llamaron a la puerta y Romina se levantó de su sofá como un resorte en dirección de la escalera y regresó a los pocos minutos acompañada de Alana.

Además de poseer un intelecto brillante, Alana era preciosa. Aunque no pregunté ni Romina tampoco me dijo su edad, le calculé unos 25 años, o sea, solamente un par de años mayor que yo. Tenía un rostro suave y lleno de pecas oscuritas. Sus cabellos rojos se apoyaban delicadamente sobre sus angostos hombros y sus ojos eran pardos, irresistiblemente atractivos, como los agujeros negros de los que ni la luz escapa.

Después de ofrecerle algo de beber y de sentarse junto a ella en el amplio sofá, Romina reveló la forma en que su amiga podría descifrar el oscuro lenguaje empleado por Shklovski:
-Alana posee una extraordinaria habilidad para traducir lenguajes, hablados o escritos. Su habilidad además se manifiesta en una gran facilidad para descifrar códigos y lenguajes computacionales. El talento de Alana difiere de las habilidades de traducción “normales” en que es “intuitivo”. Actúa en un nivel subconsciente, y aunque no lo creas esta relacionado a la telepatía.
-¿De verdad? -espeté incrédulo, ya me era difícil creer que Alana fuera de carne y hueso cómo para que Romina largara el cuento de los poderes de la mente. No lo hubiese creído de no confirmarlo ella misma.
-Una persona “normal”, -dijo Alana simulando con los dedos de ambas manos las comillas de la palabra normal- incluso un genio, un políglota, tendría que traducir de manera consciente, paso a paso. En mi caso el problema es resuelto en un nivel subconsciente.
-Está hablando en serio, ¿verdad? -pregunté a mi hermana.
-Para que sepas -dijo muy seria Romina-, Alana fue la primera persona en aprobar el test preliminar de la Fundación Randy. Pero tú no tienes idea que es la Fundación Randy, ¿no?
-Así es.
-La Fundación Randy, o JREF es una entidad sin fines de lucro creada en 1996 con sede en Estados Unidos cuyo objetivo es el de proveer información confiable sobre casos paranormales. Ofrecen un millón de dólares a quien pueda demostrar, bajo condiciones de observación apropiadas, evidencia de cualquier habilidad psíquica o evento paranormal. La JREF no se involucra directamente en el procedimiento de evaluación fuera de diseñar los protocolos y condiciones bajo los cuales se toma el test. Existen dos clases de tests, ambos desarrollados con la participación y aprobación del postulante; El test preliminar, que es relativamente simple pero que sin embargo nadie había logrado aprobar y el test formal, conducente al millón de dólares. Teniendo éxito en el test preliminar el “postulante” se convierte en un “reclamante”. Alana aprobó el test preliminar y viajó a Fort Lauderdale para cumplir con la segunda etapa.
En este punto, Romina interrumpió abruptamente su relato.
-¿Y? -pregunté dirigiéndome a Alana-, ¿aprobaste la prueba entonces?
-No -respondió la aludida sin perder la compostura-, no lo aprobé debido a lo que en inglés se denomina “Shy effect”, una inhibición de las habilidades psíquicas al momento de ser estudiadas bajo condiciones rigurosas.
-Que conveniente -dije sardónico.
-Es algo lamentable, que suele ocurrir -replicó Alana sin darse por ofendida-. Esta es la razón por la cual aún no ha logrado acreditarse la real existencia de los poderes psiónicos.
-Además estos supuestos “profesionales” someten a estudio en la mayoría de los casos sólo a aquellos psíquicos que con antelación, saben fraudulentos -agregó Alana-. Los psíquicos reales generalmente son ignorados ya que probarían que se equivocan. La Fundación Randy jamás va a dejar que nadie pase sus pruebas, esos tipos nunca van a reconocer la existencia de los poderes paranormales. Alana no será la primera ni la última que estos escépticos recalcitrantes desacrediten, ya le ocurrió a Arthur G. Lintgen, un tipo que podía identificar discos sin etiquetas. Randi lo testeó por encargo de la revista Time y concluyó que la habilidad psíquica de Lingten se sustentaba en el hecho de que era capaz de reconocer los surcos de los discos, una explicación plausible que sin embargo deja la duda de cómo Lingten había sido capaz de memorizar los surcos de todos los discos que se habían fabricado hasta el momento en que se efectuaron las pruebas, ya que nunca erró ninguno.
-Quiere decir que el tal Lingten logró superar el efecto “shy”, ¿no? -pregunté.
-Sí -respondió Romina-, aunque no le sirvió de nada.
-Algo digno de un poder tan inútil -sentencié-, sólo apto para espectáculos de feria. Pero ese o es el caso de Alana, ¿verdad? Ella si que posee una facultad útil, ¿podremos conocer el contenido del libro de inmediato entonces?
-No tan deprisa -contestó Romina frunciendo el ceño-, Alana necesita tiempo, no le gusta ser presionada.
La aludida tomó el libro entre sus delicadas y blancas manos y recorrió sus páginas de principio a fin.
-Bueno, ¿de qué trata el libro? -pregunté impaciente.
-Éste no es un libro a la manera que nosotros lo entendemos -explicó Alana-, es más bien un aparato, por lo menos esa es la definición empleada por Shklovski, es una máquina, una máquina del tiempo.
-¿Estas hablando en serio? -pregunté incrédulo-. ¿Y cómo funciona ésta supuesta máquina del tiempo?
-Mediante la lectura en voz alta del, texto, las letras son por decirlo así, los componentes mecánicos del aparato -respondió Alana.
-En lo que al viaje en el tiempo respecta la ciencia ficción y la ciencia en general han especulado bastante -señalé-. Los ejemplos son numerosos pero entre ellos no se cuenta, por lo menos hasta donde yo sé, el de un libro cómo una máquina del tiempo.
-La idea del libro cómo medio de transporte, cómo máquina del tiempo no es tan descabellada como puedas pensar -dijo Romina-. Los libros, ya sean de ficción o de historia nos transportan a otros países, otras épocas y nos sustraen de cierta manera del espacio continuo-temporal mientras leemos, si la lectura es entretenida el tiempo se nos pasa volando y de esta manera es cómo si hubiésemos viajado al futuro.
-Sin embargo el viaje en el tiempo siempre parece estar ligado a algún artilugio mecánico o aparato excéntrico, algún ingenio de alta tecnología -argumenté-. Lo que planteas no deja de ser tan sólo una metáfora.
-Contrario a lo que tú piensas existen otras formas, otras variantes para el viaje temporal no sujetas a las leyes humanas y emparentadas con la mente y el espacio -sentenció Alana.
-¡Bah! El viaje en el tiempo es imposible -repliqué ofuscado-. ¡Cómo puedes considerar posible tal absurdo!
-¡Claro que el viaje en el tiempo es posible! -exclamó Romina-. Con el advenimiento de la teoría de la relatividad de Einstein, la posibilidad de construir una maquina del tiempo dejó de ser una entelequia para convertirse en una realidad. Reputados científicos cómo Kip Thorne, Carl Sagan, John Wheeler, Stephen Hawking y un largo etcétera lo han demostrado.
-¡Tonterías! -dije a mi vez alzando la voz-. El tiempo es relativo, un segundo es un segundo porque lo percibimos así. Un día es un día porque ese es el tiempo qué le toma a nuestro planeta rotar sobre su propio eje. En otro mundo, podría ser distinto. Podemos declarar que estamos aquí y ahora en cierto segundo o cierta millonésima de segundo, pero no podemos declarar hasta donde llega nuestra “temporalidad”, nos resulta imposible. Podemos calcular nuestra dirección de movimiento, pero no nuestra posición exacta en el tiempo. En las máquinas del tiempo imaginadas por el hombre casi siempre se incluye la presencia de un reloj al que se le ingresan las coordenadas temporales a las que se desea viajar pero la verdad es que una máquina no tiene concepto del tiempo. Ciertamente se puede construir un artefacto para que cuente hacia adelante con cuarzo y cristal y mecanismos que simulan el tiempo pero eso es todo lo que puede hacer, un simulacro. ¿Cómo hago para que una máquina cuente para atrás? ¿Cómo le digo a mi computador: llévame al 20 de Julio de 1973? ¿Necesita la máquina una información más concisa? ¿Debería precisar los minutos? ¿Los segundos? ¿Los nanosegundos? Por otro lado está la Teoría de la Cubeta o de la densidad absoluta del Universo. Un obstáculo comúnmente ignorado por los escritores de C-F es el simple hecho que el universo puede contener sólo cierta cantidad determinada de materia. Esto es comúnmente descrito cómo el “Factor Cubeta”. Imaginemos que el universo es una cubeta llena de agua hasta el tope. Supongamos que un viajero del tiempo llega a este universo. Pretendamos que nuestro puño es el viajero. Introduzcamos el puño en el agua y veremos cómo ésta se desparrama fuera de la cubeta, acaba de explotar el universo ya que lo hemos llenado con más masa de la que puede soportar. ¿Y que hay del universo dejado por el viajero? Ahora hay menos masa en ese universo de la que debería haber. La inevitable conclusión es que tal hecho produciría inmediatamente un agujero negro que se tragaría al universo entero.

Tras mi apasionado discurso miré a mis interlocutoras que me contemplaban a su vez con una expresión de incredulidad en el rostro.
-También está el asunto de las paradojas -agregué-, todos hemos oído el caso del tipo que viaja al pasado y mata a su abuelo que entonces no engendra al padre del primero que luego no existe por lo que no puede viajar en el tiempo para matar a su abuelo en el pasado.
Esperé a ver cómo rebatían mis argumentos pero ni Alana ni Romina pronunciaron palabra alguna.

Por otro lado es bien sabido que nuestra percepción del tiempo no es linear sino logarítmica -dije en un intento por convencerlas-. Intervalos de tiempo recientes son exagerados mientras intervalos distantes son comprimidos. No importa cuanto tiempo vivamos, siempre vivimos en el presente, el pasado y el futuro no existen.
-Bueno, creo que deberíamos dejar de lado la discusión de los pro y contras del viaje en el tiempo para concentramos en los contenidos del libro de Shklovski. ¿Que es lo que dice exactamente, Alana? -preguntó Romina evitando un prolongado desarrollo de la discusión en torno a lo plausible de tal viaje.
-Las primeras páginas contienen datos sobre el autor del libro y explican la forma en que se obtuvo el conocimiento para el desplazamiento temporal, el resto es una larga invocación al dios Cronos, para que abra las puertas que separan lo sucedido de lo que está por suceder.
-¿Qué dice sobre Shklovski? -pregunté ansioso-. ¡Habla ya!
Alana me miró algo desconcertada para luego desviar la vista hacia Romina y preguntar:
-¿En serio es tu hermano?
Romina asintió con la cabeza y le cerró un ojo. Alana le obsequió una sonrisa y comenzó la lectura del libro de Shklovski.
En el prólogo, Shklovski aseguraba haber nacido en 1831 en Krasnoyarsk, Siberia, en el seno de una vieja familia cosaca. En 1849 se trasladó a San Petersburgo para estudiar en la Academia de Artes donde no fue admitido como estudiante sino hasta un año después. Después de cuatro años se graduó con los más altos honores y una medalla de oro. Cinco años después se convirtió en miembro de la Academia y luego en profesor. Después de la muerte de su esposa, Shklovski enfermó gravemente por lo que hubo de emprender un viaje a Italia para recuperarse gracias a un tratamiento con zumo de uva. En la ciudad de Como, junto al célebre lago donde se envía a los enfermos para que reciban ese tratamiento entabló amistad con el bibliófilo Vincenzo Moscati, encuadernador y coleccionista de libros raros. Shklovski murió en su tierra natal a la edad de 72 años de un ataque cardíaco. El ejemplar antropodérmico fue un regalo afectuoso de Moscati, supuestamente encuadernado en su propia piel. En efecto, quien se cayó del caballo no fue Shklovski sino su amigo italiano, y no le amputaron el brazo sino la pierna derecha. Moscati tenía experiencia en lo que a encuadernación con piel humana se refiere y le pareció un desperdicio no usar la propia. Esto contradecía lo dicho por mi hermana al asegurar que se trataba de piel de cerdo y no humana. Romina confesó que tal vez podría equivocarse, o que Moscati no logro utilizar su piel y usó la de un cerdo, convenciendo a Shklovski que era la propia.

En cuanto a la invocación a Cronos, ésta era (tal y como especulara Romina) una trascripción efectuada por Shklovski de la lápida de piedra ludida por Ptolomeo Schaub en su carta a Athanasius Kircher. La lápida había pertenecido a un tal Pietro de Urgina, el hombre más rico y despreciado de Como. En los años de mala cosecha Don Pietro, que contaba con grandes reservas de grano lo vendía a precios ridículamente excesivos a pesar que la mitad de la población se moría de hambre. En uno de esos años emprendió viaje a Rusia, entre tanto llegó la primavera y con ella cosechas abundantes que hicieron caer el precio del grano. El hijo de Don Pietro, a quien este no había dado instrucciones especiales antes de viajar, siguió vendiendo el grano a precios altos lo que obviamente significó que dejaran de comprarle. El hijo escribió a Don Pietro en reiteradas ocasiones pero el precio del grano caía con una celeridad tal, que el viejo avaro no tuvo tiempo de autorizar a su hijo para bajarlo. Esta situación obligó a Don Pietro a retornar a Como. Una vez allí Don Pietro hizo correr la voz que regalaría todo el grano a los pobres pero en realidad ordenó que lo arrojaran todo al lago. Cuando en la fecha señalada los pobres acudieron ante su casa, les gritó desde una ventana que el grano estaba en el fondo del lago y que el que supiera bucear podía cogerlo de allí. A partir de ese momento los residentes de Como le empezaron a llamar “el cruel”. En Como se rumoreaba desde hacía ya tiempo que Don Pietro había vendido su alma al diablo y que este, en retribución, le había proporcionado una lápida de piedra con signos cabalísticos que le otorgarían todos los placeres terrenales hasta que se rompiera. En cuanto esto tomara lugar, el diablo, de acuerdo a lo que habrían acordado, se apoderaría del alma de Don Pietro. Una mañana en que el abad del monasterio de San Sebastián se hallaba mirando al camino por una ventana vio a un jinete sobre un caballo negro que le dijo: <>. Poco después el abad vio a ese mismo sujeto regresar con Don Pietro tumbado sobre el caballo. Obviamente que había mucha superstición intercalada con los hechos reales en toda esta historia, después de todo habían transcurrido más de cincuenta años desde la desaparición de Don Pietro, tiempo más que suficiente para que se construyera toda una mitología en torno a este evento. Una cosa sí era cierta según Shklovski, la Lápida de Urgina había existido pero su autor no era el diablo sino un escultor originario de Cracovia llamado Wilhem Hennings. Shklovski pudo obtener la totalidad de los fragmentos de la lápida por medio del famoso contrabandista Tita Canelli quien a su vez los había robado a Don Pietro de Urgina hijo, quien a esas alturas ya era un octogenario. Pero la lápida de Hennings, al igual que el libro de Shklovski, era sólo una trascripción del original, Hennings temía que éste fuera destruido y decidió traspasar el conocimiento allí encerrado del papel, a un material más perecedero con la esperanza que las generaciones futuras lograran descifrar el misterio, cosa que de alguna forma consiguió Shklovski como atestiguaba que hubiese empleado el alfabeto de la lápida para escribir su prólogo.

Esa era la historia del libro de Shklovski y el origen del lenguaje indescifrable. En cuanto al método de viaje en el tiempo proporcionado por el libro, éste no interfería con ninguna de mis objeciones como reveló Alana a continuación:
-Quienes sean más aptos psíquicamente podrán acceder al estado “fuera del tiempo” con tan solo leer unas cuantas líneas de la invocación a Cronos -aseguró la joven ejecutiva de Microsoft-. Para aquellos que no posean dicha cualidad será necesario leerlo hasta el final. Las palabras, el sonido de las palabras pronunciadas a viva voz inducen un flujo constante de la pauta cerebral alfa. No hace falta pasar a las ondas beta; de hecho podría resultar un inconveniente. Una vez mental y físicamente preparado, y procediendo correctamente, se experimentará una sensación de intemporalidad y suspensión del factor tiempo. A partir de ahí, la intemporalidad de la mente puede conducir a zonas de tiempo concretas, a momentos de la historia pasada o de acontecimientos futuros, aquí en la Tierra o cualquier parte del universo. El viaje es en el fondo el acto de permitir que esa parte del alma o espíritu que está en estado intemporal inyecte en el hemisferio derecho del cerebro una serie de impulsos que se retransmitan luego al hemisferio izquierdo donde se traducirán en imágenes, formas o palabras que son términos reconocibles de referencia aquí en el presente. El viajero, el alma de viajero, no tiene sustancia corpórea ni masa estando “fuera del tiempo” por lo que el efecto cubeta queda suprimido. Tampoco puede incidir en los eventos que presencie, es un mero observador, un fantasma sin corporeidad alguna lo que suprime las tan molestas paradojas que arriesgarían al universo entero.

-Todo esto es un fraude entonces, ser un simple espectador, no poder cambiar el curso de la historia, no poder matar a mí abuelo a ver que pasa, ¡qué frustrante! -alegué-, de cualquier forma, ¿por qué no lees la invocación a ver que pasa?

Alana miró a Romina y ésta dijo: ¿por qué no? La amiga de mi hermana entonces se sacó los zapatos y se sentó en cuclillas con el libro sobre sus muslos. Según ella sería capaz de narrar en detalle para nosotros lo que en su proyección fuera del tiempo presenciara.
Alana leyó en voz alta en una lengua que definitivamente no parecía humana y recordé lo dicho por Sartre, eso que cualquier intento por parte del hombre (y las mujeres) por transgredir su entorno existencial, en el que no es más que una entidad minúscula que se mueve en el vacío, podría desatar fuerzas incontrolables. De ser este libro una real máquina del tiempo ¿no seríamos cómo unos niños de cuatro años jugando con un revólver cargado?

A medida que la melodiosa voz de Alana recitaba el arcano texto comencé a sentirme desencadenado de los lazos gravitatorios y me encontré como flotando en un inmenso horizonte iluminado por una luz vasta y difusa; la inmensidad sin más decoro que ella misma. Me di cuenta que no estaba solo, junto a mí como una pequeña nube levitaba la mascota más querida de mi infancia, mi gato Enki. De niño nunca gocé de la simpatía de mis pares, sobretodo debido a esa aversión que tenía por que me tocaran, así que Enki se convirtió en mi único compañero de juegos. Lo acechaba entre las plantas del jardín y me le arrojaba encima con un cuchillo de madera entre los dientes. Combatíamos y mi gato me regresaba arañazos de mentira entre un revoltijo de cojines y sillas volteadas.

La intensidad de la luz no dejaba de aumentar, lo mismo que la sensación de ardor y blancura en mi interior. Todo pensamiento fue anulado y vacío de mí mismo, me disolví en esa inmensidad que nada contenía a excepción de ella misma. Luego de lo que me pareció una infinitud sentí el impulso de “volver”. A medida que la música de la caja se extinguía yo bajaba de aquel reino inefable, pero no venía solo. Enki, mi gato, venía conmigo.

Volví en mí percatándome que Alana había interrumpido la lectura del libro.
-Ya es suficiente -decía Romina-, llevamos media hora y no ha pasado nada, al parecer el libro es un completo fraude.
Yo no salía de mi asombro, algo había ocurrido, no lo que ninguno nosotros se esperaba pero había ocurrido, ¡me había ocurrido a mí! Decidí callar, apoyé la tesis que el libro era un fraude y lo solicité de vuelta. Romina me preguntó si accedería a vendérselo y le dije que lo pensaría.

Al marcharme me encontré con el padre de Romina que llegaba a la casa.

-Hola Román -le dije.
-Hola, Daslav, ¿ya te vas? -preguntó el dueño de casa.
-Sí, se me hace tarde.
-Saluda a tu mamá de mi parte.
-Por supuesto.

Esa noche soñé con Enki y ya saben el resto de la historia, nueve semanas de sueño para mí, nueve semanas de agonía para la raza humana.

De acuerdo a lo explicado por Aruru las palabras del libro en efecto permitía a la mente proyectarse a otras dimensiones espacio-temporales, pero cabe mencionar que no a la mente de cualquier hijo de vecino sino a la de unos pocos privilegiados, “individuos de un poder mental inconmensurable” según las palabras de Arrurú. Yo un individuo de vasto poder mental, ¡imagínense!

Para mi desgracia, o más bien para desgracia de la humanidad, una de esas típicas criaturas que moran en otras dimensiones (uno de esos leones, tigres u osos), decidió colarse a nuestro mundo. Necesitaba de una mente que le sirviera de anclaje para entrar a éste universo, razón por la cual adoptó la forma de mi querido gato. Fue así cómo, inconscientemente, lo “traje de vuelta” conmigo.

Tras escuchar la historia que parecía estar condenado a repetir ad infinitum, Aruru abandonó mi celda. En vuelto en la oscuridad de esa falsa noche cerré los ojos y dormí profundamente, y Enki se me apareció como aquella pantera del poema de Borges.

VII

Después de una hora de descenso por la apenas escarpada pared rocosa, llego a los pies de la montaña. Una encorvada figura me saluda con una reverencia. Está apoyado en un largo bastón con una esfera como huevo de avestruz en la punta y junto a él hay dos cántaros de greda con extraños símbolos. Del cuello del anciano cuelga media docena de correas con dientes de animales, de sus orejas penden unos enormes aros de cobre y sus delgados brazos lucen un sinnúmero de pulseras del mismo material. Salvo estos adornos va completamente desnudo. Me percato entonces que yo también estoy desnudo, pero no siento ningún pudor.

El anciano se acerca y me cubre con la piel de un puma cuya cabeza queda situada sobre mi hombro derecho. Arrojo al suelo la rama que me ha acompañado todo el descenso y recibo el báculo de manos del viejo chamán.

-Es un alivio ver que has logrado salir con vida de la Caverna de la Muerte -dice el anciano en un idioma desconocido que, sin embargo, entiendo perfectamente-. Aunque nunca dudé que pudieses hacerlo, mi Señor Ninurta. Te ves tan fuerte y vigoroso como cuando entraste.
-¿Cuantos días estuve allí dentro, Sumuqan?
-Tres días sin comida ni agua, como dicta la tradición. He traído los víveres por si deseas beber o alimentarte.
-No será necesario. Quiero sentir el hambre y la sed un poco más, hasta que lleguemos a la aldea. Me hace sentir vivo. La verdad es que, nunca me había sentido tan vivo.

[FIN]

Por Sergio Alejandro Amira