¿Qué es lo que cuenta Lewis Carroll En Alicia en el País de las Maravillas? ¿De dónde sacó estas ideas tan descabelladas y dementes acerca de mundos desquiciados que se doblan sobre sí mismos, repletos de significados torcidos y realidades rabiosamente alteradas? La primera lección que hay que sacar de este libro, que originalmente iba a llamarse Las aventuras subterráneas de Alicia, es confirmar que los textos que exploran la ficción son generalmente los que más se acercan a la realidad como la conocemos. La ciencia ficción, por ejemplo, se comporta naturalmente como una metáfora muy nítida del contexto histórico y la fantasía es un reflejo ampliado de nuestra realidad más cercana. Continue reading «La realidad es monstruosa»
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El fandom que cazó a Gollum
Mientras medio mundo esperaba con ansias ver a Zachary Quinto encarnando a Spock, saber cómo los Illuminati van a destruir el Vaticano con antimateria y ver la versión final de la ultra pirateada Wolverine, el pasado 3 de mayo un grupo de aficionados lanzó su propio estreno del género fantástico, «The Hunt for Gollum» (La Caza de Gollum), armados únicamente con su fanatismo por la obra de Tolkien y escasos £3.000 (poco más de $2.500.000), que se dio a conocer en el SCI-FI LONDON Film Festival y es distribuida gratuitamente a través de Internet (http://www.thehuntforgollum.com). Fue filmada en Reino Unido y puesta en escena únicamente por fans, que debido a obvias limitaciones de presupuesto, dura poco más de 30 minutos.
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La Hermandad del Viento [Fragmento]
Todo permanecía en silencio, hasta que sobrevino el caos. Al unísono, las tres enormes puertas del templo de Trepal estallaron convertidas en una tormenta de fuego, madera y metal, asustando a todos los animales de la isla. La mayoría de los Monjes Púrpura cayeron al suelo, en medio del humo y los fragmentos incandescentes. Estaban perdidos.
Durante tres días, el templo más sagrado de la Orden había resistido un incesante ataque con flechas incendiarias, proyectiles lanzados desde catapultas y arietes que intentaban una y otra vez derribar alguna de sus tres centenarias puertas. Y finalmente Continue reading «La Hermandad del Viento [Fragmento]»
Confesiones de un semidiós agobiado
¿Que por qué temo al compromiso y la responsabilidad, dices? Nena, ¿cómo quieres que te cuente eso? Que es una cosa tan íntima como el perfume que usa uno, el recuerdo de su primer amor o la marca de esa crema depilatoria que le deja las piernas tersas como el culito de un bebé recién salido de su baño de la mañana. Y esas son cosas muy íntimas, no sé si me quieres entender…
Oh, está bien: ya que siempre te empeñas en tratar de sonsacarme por qué tengo tanto miedito al asunto de la paternidad esa, te lo explicaré ahora que estás tan rica, dormidita con Continue reading «Confesiones de un semidiós agobiado»
Alborada
Soñé que Chile quedaba entre Bulgaria y Turquía, soñé que nuestras ciudades eran grises y peligrosas, soñé que éramos un país liberado de la órbita socialista por un militar heroico que encabezó una toma del poder sangrienta. Soñé que nuestra independencia la consiguió un magiar abandonado por su padre, miembro de la aristocracia rusa. Soñé que teníamos poetas ganadores del premio Nobel y que nuestra principal figura mundial era un futbolista de origen turco. Soñé que una enorme mano de hierro tomaba nuestro país y lo lanzaba a través del océano hasta chocar contra el cordón montañoso de otro continente. Soñé que no nos llamábamos Chile, sino Calvsktyenska, y que habíamos tenido una guerra contra nuestros vecinos por depósitos minerales en un desierto inútil y extenso. Soñé que nunca habíamos tenido generadores nucleares y que éramos pobres, que no teníamos programa espacial y que nuestra gente era explotada por la oligarquía y sus capataces. Soñé que Calvsktyenska nunca había sido dominada por los hunos, cuando arrasaron europa, y menos por los romanos, porque la sangre de sus pueblos nativos nunca había sido doblegada. Soñe que despertaba llorando y llamando a gente cuyos nombres ni siquiera puedo pronunciar, soñé con una ventana en donde se veían enormes volcanes y lomas verdes sin fin. Soñé con chamanes sobre cóndores volando entre las torres de Praga, soñé que hablaban mi idioma y me gritaban que despertara desde las alturas, y despertaba, pero en mi cama en Calvsktyenska, con la lengua entumecida y la mente confusa llamando a mi madre porque no reconocía los rostros oscuros de las personas que tenía en junto. Gentes que hablaban de conjuros y cosas que no debe escuchar un cristiano. Todos me pedían que despertara o algo horrible ocurriría. Ahora es febrero de 1914, pero nadie cree lo que tengo para decirles.
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Next Generation
Invierno, 1976
El frío cañón me aplastaba la sien. -¡Levántate conchetumadre!-, fue lo único que les escuché decir. Luego una bolsa de género negro me envolvió la cabeza. Era tarde, estaba oscuro. El furgón cruzó Santiago, por el movimiento sabía que el camino no estaba pavimentado. El furgón se detuvo y la puerta lateral se abrió.
Algo me golpeó la cabeza.
…
Apenas puedo enfocar. Estoy desnudo en una sucia mesa de operación. Un tipo con mascarilla me mete algo a la vena. Alguien habla sobre mutantes y semen. No recuerdo nada más…
Patmos
Todo parece indicar que el fenómeno comenzó la semana pasada. Nadie lo notó, parecía un nuevo caso de persona perdida, declarada muerta por equivocación.
Tres días atrás la situación tomó un giro definitivo. Ya no eran sólo rumores, ya no era una nueva leyenda urbana copando un pequeño espacio en los diarios sensacionalistas. Frente a las cámaras de televisión la familia Frei, con lágrimas en los ojos, presentaban algo que según sus propias palabras era «sorpresivo, incomprensible y en cierto sentido aterrador…pero que le ha devuelto la alegría a una familia atormentada por la duda». Ese mismo día en la mañana carabineros les había informado que habían encontrado vagando por los jardines de la Moneda a Eduardo Frei Montalva. Estaba sano, un poco aturdido pero absolutamente lúcido.
Los hechos se sucedieron vertiginosamente. Los canales de televisión daban paso a numerosos extras en distitos puntos de la capital para dar cobertura a la repentina aparición de personas declaradas muertas años e incluso décadas atrás.
Al mediodía los casos eran tan numerosos que los medios de prensa comenzaron a enfocarse en las celebridades del arte, la política y la farándula que aparecían en puntos disímiles de la capital, aturdidos, preguntando por el año en curso, perplejos y sedientos. Un mozo de una fuente de soda del centro aseguraba haberle dado de beber a una silenciosa Violeta Parra, que, con lágrimas en los ojos le agradeció con un apretado beso en la mejilla.
A pesar de que en la mañana de hoy la prensa fue nuevamente golpeada por la irrupción de Salvador Allende frente a los televisores, en compañía de su nonagenaria esposa y sus hijos, declarando a viva voz su alegría por regresar a una patria libre y moderna (convirtiéndose en el primer «retornado» en hacer declaraciones públicas), nadie estaba preparado para lo que ocurriría al caer la tarde. Por la Alameda Bernardo O’Higgins apareció una columna de hombres, mujeres y ancianos silenciosos que caminaban ante la mirada atónita de los transeúntes. Luego de comenzadas las transmisiones del fenómeno, las llamadas telefónicas de familiares confirmaron las sospechas, la columna estaba formada por los detenidos desaparecidos durante el gobierno de Pinochet. Avanzaban silenciosamente, con lágrimas en los ojos, estrechándose las manos algunos, apretándose las manos contra el pecho, otros. A la altura del Palacio de La Moneda comenzaron a entonar calladamente nuestro Himno Nacional, las personas que observaban se unieron a ellos e incluso los camarógrafos no podían evitar llorar y cantar susurrando a media voz. De los buses y salidas del Metro salían familiares que corrían buscando a sus seres entre la columna de «retornados». La autoridad cerró las calles y se formó de inmediato un comité de chequeo y búsqueda de las personas aparecidas.
Hoy en la noche Chile parece un mejor lugar. A pesar de las últimas informaciones que hablan de la irrupción de columnas de soldados vestidos con uniformes de la Guerra del Pacífico enfrentándose a grupos irregulares de indígenas en los faldeos del cerro Santa Lucía.
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El traslado
Esta mañana la comuna de Puente Alto se vio conmocionada con la aparición de un círculo boscoso perfecto de exactamente un kilómetro de diámetro, en donde antes habían casas, plazas, calles y colegios.
El lugar ha sido acordonado, y personal de Carabineros así como del Sag y Conaf están investigando el extraño círculo.
Desde el aire se ve como un punto verde en medio de la ciudad. Las casas que colindan con el extraño bosque fueron cortadas a la perfección, tanto muros como muebles y electrodomésticos. No se ha reportado ningún fallecimiento.
Nuestra mayor preocupación es… ¿dónde están las casas y pobladores que solían estar donde ahora hay un tupido bosque?
Excavación
Fotografía encontrada entre archivos desechados por el diario El Mercurio. Muestra un platillo volador siendo desenterrado en pleno Santiago de Chile, junto a los cimientos mismos de La Moneda. La explicación de la época indicó que el aparato era utilería para una película de Ciencia Ficción de los Hermanos Mori, pero sobrevivientes de septiembre del 38 reclaman que este ingenio era el arma secreta con la que pretendían hacerse del gobierno, no utilizada a tiempo.
Su ubicación actual es un misterio.
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1899 (4ª PARTE)
Prat me indicó que esperara junto a Ginebra.
-¿Tiene frío, inspector?-, preguntó mi mecánica compañera.
-Hace frío, Ginebra.
-Me gustaría sentirlo.
-Ustedes no sienten nada.
-Discúlpeme-, guardó silencio un momento. -¿Inspector, Uribe?
-Dígame.
-Aún no consigo entender que hacemos acá.
-Usted no tiene que entender nada, sólo acompañarme.
-¿Será verdad que el almirante está loco?
-Si vuelve a preguntarlo, le juro que la desconecto.
-Los números no podemos ser desconectados.
-La destruyo.
-Usted sabe lo que sucedería si soy destruida.
-Guarde silencio por favor.
Una nueva silueta apareció en la neblina junto a Prat. Una figura un poco más gruesa, que cojeaba del lado derecho. A medida que se acercaba reconocí su rostro. Alguna vez, tras lo ocurrido aquí mismo hace veinte años, la prensa lo llamó primer campeón de la era metahullana: Carlos Condell.
-Capitán Condell-, me adelanté a saludarlo.
-Inspector Uribe, el almirante me contó de usted. Y la señorita de plata debe ser…
-Puede llamarme Ginebra-, respondió su voz sin dimensiones.
La brisa parecía ser cada vez más fría.
-Es una número muy atractiva.
Si la máquina se hubiese ruborizado, juro que la mataba.
-Señores-, prosiguió Condell. –Y dama-, odié que la tratara así, de un modo tan humano, -como deben adivinar, tiempo es lo que menos tenemos. Vengan conmigo, en el museo nos aguardan. Por acá, por favor.
Prat me hizo un ademán para que me adelantara. La número vino tras mío.
Condell nos llevó hasta el borde del muelle, donde embarcamos en un pequeño bote de motor. Fui quien tuvo más dificultades para abordar, debí luchar contra el vértigo y la neblina. Prat saltó, habituado a esa clase de maniobras. Ginebra ni siquiera demostró molestia entre sus giroscopios, apenas un silbido en alguna juntura.
-No creo que despeje antes de las diez-, comentó Condell.
-Amigo mío, eso nos conviene mucho-, agregó Prat.
-Supongo inspector que anoche también soñó-, me habló Condell. –Lo que es yo, ya estoy extrañando a la mujer que se me aparece cada noche.
-¿De qué está hablando, capitán?
-Oh, inspector, creo que usted sabe muy bien de lo qué estoy hablando.
Miré a Prat, el almirante levantó sus cejas. Desde el primer instante supe que había sido un error acompañar al viejo.
Carlos Condell giró dos veces una pequeña llave de ignición. El pequeño motor de metahulla, instalado bajo el casco de la embarcación, comenzó a silbar mientras movía el eje de la hélice, impulsando el bote hacia el corazón de la neblina.
El museo flotante apareció entre la bruma, como una figura negra de altos castillos y mástiles gemelos alzándose frente y tras la única chimenea. Hasta un niño hubiese reconocido la silueta. Antes de la guerra, antes de la metahulla, era el horror de nuestras fuerzas navales. De a poco, a medida que nos aproximábamos, la sombría superficie adquirió un matiz a grís oxidado, marca indeleble de un centenar de batallas. El barco estaba prácticamente intacto a cuando el propio Condell lo capturó en mayo del 79.
-Bienvenidos al Museo Huascar-, pronunció Prat, mientras su compañero ataba el bote al pequeño portalón improvisado junto a la escalera de abordaje del que alguna vez fuera el monitor de guerra más poderoso de esta parte del planeta.
El barco más mortífero de una época en que los buques sólo navegaban.
Condell amarró el esquife y se puso de pie con una agilidad que negaba su evidente cojera.
-Señores-, invitó, desplegando una escalinata.
El y Prat me ayudaron a subir. La número lo hizo sola, como si el buque fuera su ambiente natural.
La cubierta del Huascar estaba humedecida. El puente y la torre de artillería principal habían sido completamente reconstruidas. Supuse que la idea era otorgarle a los visitantes una idea de cómo era, el otrora orgullo de la marina peruana, antes de ser emboscado por la aeronave Valparaíso. La boya, que recordaba el lugar donde la Independencia se había ido a pique, no conseguía distinguirse entre las nubes bajas.
Me adelanté hacia el puente de mando, justo al sitio donde se recordaba el momento en que Grau se rindió, entregando su nave y sus hombres a las fuerzas chilenas. El metro exacto en que un héroe absoluto se había convertido en el peor de los traidores.
-Me costó tomar esa decisión-, pronunció a mi espalda, una voz grave, de acento levemente británico, que no tardé en reconocer. –Pero tenía que pensar en mis hombres.
Giré despacio. Junto a Prat y Condell, aparecía un anciano completamente calvo, gordo y vestido de negro. Un parche cubría lo que había sido su ojo izquierdo. El hombre más odiado por nuestros vecinos del norte, el hombre que alguna vez había comandado la nave donde estábamos parados.
-Miguel Grau, para servirle-, me saludó estirando su enguantada mano derecha.
-Luis Uribe, inspector de la metropolitana de Nueva Arauco le respondí.
El apretón fue duro y helado.
-Usted debe perdonarme-, se excusó. -Aún no me acostumbro a ésto.
Se quitó el guante que cubría su mano derecha. Una prótesis mecánica, movida por cables verdes de metahulla reemplazaba la mano que le fuera amputada tras el juicio, por cargos de traición, que la armada peruana levantó en su contra al terminar la guerra.
-Los médicos de su ciudad, inspector, hicieron un buen trabajo-, agregó mientras volvía a enguantarse. Noté la completa ausencia del dolor que los expatriados y desterrados suelen mostrar en su mirada -Bueno señores-, alargó, -les parece que entremos, hace demasiado frío.
Seguí a mis anfitriones hasta el salón de oficiales, ubicado bajo cubierta, en la popa de la nave, tras el comedor principal. Las paredes estaban decoradas con fotografías pasadas y armas lustradas que hacía mucho tiempo no eran usadas. Sobre la mesa redonda, que ocupaba todo el centro de la habitación, había un periódico tamaño tabloide completamente extendido.
Los tres marinos notaron que me había fijado en el detalle. Ginebra se ubicó a un lado de Prat, con su cara de nada mirando en línea recta a algún punto tras Miguel Grau.
Prat me pidió que leyera la noticia que encabezaba la página de portada. Era un ejemplar de El Mercurio de Valparaíso.
-Lea-, insistió Condell.
Lo hice.
-En voz alta, si le parece-, agregó el ex comandante peruano.
-Desastre en Iquique-, pronuncié la primera línea. Luego: Sangriento enfrentamiento en la bahía de Iquique entre el navío chileno Esmeralda y el acorazado peruano Huascar, terminó con el hundimiento de la nave nacional y la muerte de su capitán, el comandante Arturo Prat.
Miré a Prat.
-¿Es una broma?
-Vea la fecha.
Lo hice: 24 de mayo de 1879…