VISIONES DE 1899


De la versión extendida de Continuidad Prat, llamada ahora Y=Igriega

En el Capítulo 3…

–YO A USTED no le gusto.
–¿Por qué lo dice?
La cara metálica de Igriega se inclinó como si buscara una gestualidad imposible. Luego agregó:
–Porque no me habló durante el viaje. Tampoco cuando llegamos al hotel
–Son las siete de la mañana, agente Igriega. Créame, no tengo ganas de discutir con…
–Con una máquina.
–No quise decir eso. Sólo digo que es muy temprano, pasamos la mitad de la noche viajando y he dormido muy poco. No tengo ánimos ni ganas de discutir. Vuelva a su habitación, aún es temprano.
Igriega pestañeó rápido, de un modo tan antinatural que me heló por dentro. Siempre he detestado a los números, no porque no confíe en sus capacidades, sino por que temo de ellas. No tengo claro que pueden y que no pueden hacer. Menos entiendo la razón del porque los creamos, cual fue la idea tras su abominable invención. Si Europa entero los prohibió, porque demonios tenemos nosotros que hacernos cargo de ellos. Y tratarlos como iguales, que es aún más aborrecible.
–Disculpe inspector –su voz monocorde bajó de volumen. –Pensé que como Prat…
–Almirante Prat.
–Perdón, como usted diga. Decía que como el almirante Prat pidió que le enviáramos un telelocal a las ocho y media, tal vez le gustaría tener tiempo para desayunar.
–No desayuno.
–No lo sabía.
–No se preocupe, no hay problema. Ahora por favor regrese a su habitación. Nos encontramos en el lobby a las ocho y quince, ¿le parece?
–Me parece.
Y me dio pavor descubrirme mirando con morbo su curvilíneo cuerpo de metal.
Cerré la puerta y me asomé a la ventana, encaramada en el piso séptimo de un hotel cercano a la plaza de armas de Santiago. Las líneas de iluminación pública iban apagándose a medida que el sol despuntaba. En el edificio de enfrente, una gran pintura llamaba a los ciudadanos a votar por Balmaceda para su tercera reelección. “Porque el poder debe permanecer en Santiago”, rezaba la ultima línea del grabado.
No fue una noche fácil, nunca lo son. Tres horas en un aerocarril desde Concepción hasta la estación central de Santiago, luego cuatro más encerrado en un hotel de gobierno intentando conciliar el sueño. Otra noche entera en vela. Los pocos minutos que conseguí cerrar los ojos fui interrumpido por otra pesadilla. Necesito curarme de ellas de lo contrario voy a volverme loco.
Igriega no parece ser una mala máquina, no tiene la culpa de lo que siento hacia ellas. Rebolledo me envío su carta de vida para que conociera sus habilidades y dispusiera como usarlas. Es buena rastreando cosas y encontrando pistas, pésima tiradora lo que me da algo de calma. Según el comisario hace un par de años tuvo su momento de gloria. Ella había sido la número encargado de la investigación del caso del esqueleto de la ballena varado en coronel. Un cadáver gigantesco que arrastraba otro más pequeño, los huesos de un hombre sin piernas. Cuando ocurrió aposté que no iban a resolverlo, lo que arrastra el mar se tiene que quedar en el mar, como el asunto del barco fantasma de hace un par de días. No me equivoqué, jamás lograron averiguar la identidad del muerto de la ballena. Se tiraron hipótesis de todo tipo, de esas que sólo abren más preguntas. Igriega participó del caso y se convirtió en algo parecido al rostro oficial de él. Según Rebolledo, a pesar de que el enigma se cerró, ella aún usa su tiempo libre para buscar el origen del muerto de la ballena. El muerto de la ballena, me gusta como suena eso. Alguna vez alguien me contó que los indios del sur decían que las ballenas transportaban el alma de los muertos en batalla.
El esfuerzo de regresar a la cama hubiese resultado inútil. La mañana ya había caído sobre la ciudad y con ella se habían esfumado mis ganas de continuar tratando de dormir. Fui hasta el telecable y pedí a recepción que me enviaran un periódico, luego me dirigí al servicio y abrí el paso del agua caliente para llenar la tina. La fuerza de las calderas hizo rechinar las tuberías, mientras el cuarto comenzaba a llenarse de vapor. Me gusta así, que casi queme.
El diario El Mercurio no hacía referencias a los atentados. Era como si los incidentes no existieran o como si los redactores y reporteros del periódico estuviesen anclados en una realidad paralela, donde todo corría al sabor de un buen jugo de naranjas. Ya era oficial la firma de un tratado entre la marina imperial Japonesa y los astilleros nacionales para la construcción de seis blindados aéreos de tres torres; noticia que un columnista aprovechó para tirar dados acerca del peligro de una carrera armamentista en el Pacífico entre Tokio y Washington propiciado por la tecnología chilena. La foto de portada era la de un sujeto de cara ancha y rostro arrugado llamado José Harriman, un explorador nacional que a bordo del Intrépido, su nave de investigación, anunciaba el descubrimiento de una isla perdida cerca de Java, en el océano Indico. De acuerdo a sus declaraciones, en el sitio no sólo habían encontrado ruinas ciclópeas, restos de una civilización extinta hace milenios, sino una peculiar fauna de criaturas prehistóricas que de alguna forma habían logrado sobrevivir hasta nuestros días. La isla de la Calavera, como según Harriman es llamado el peculiar hallazgo, será objeto de una completa investigación científica en el curso de los próximos dos años. Entre los objetivos planteados esta la captura de diversas especies nativas del lugar, como dinosaurios herbívoros o algún ejemplar de la extraña raza de gorilas gigantes radicados en los picos más elevados de la isla. La tripulación del Intrépido pedía premura a las autoridades en gestionar las autorizaciones necesarias, ya que según sus mediciones geológicas y vulcanológicas, la inestabilidad del terreno adelantaba un inminente hundimiento de la ínsula.

En el Capítulo 5…

–Y a propósito de tiempos nuevos –continuó delirando el almirante –han escuchado las noticias de Marte.
Preferí dejarlo hablar. Igriega lo miró, como si buscase su aprovación y luego añadió:
–Lo de las explosiones, señor.
–Exacto, lo de las explosiones, querida. De verdad la velocidad de las cosas me supera. Explosiones marcianas, quien podría haberlo pensado. Escuchó inspector que algunos hombres de ciencia han dicho que tal vez no se trate de eventos naturales, sino de estallidos de alguna clase de arma. Leía esta mañana a un inglés que advertía acerca de una posible invasión del planeta rojo. ¿Sabe lo que decía?
–Como puedo saberlo, señor –le respondí.
–Claro, por supuesto, como puede saberlo. Decía que de ocurrir lo que estaba vaticinando no teníamos de que preocuparnos, ya que Chile le había regalado al mundo la metahulla necesaria para defenderse de cualquier agresión de un pueblo hostil venido de las estrellas….De las estrellas –subrayó el viejo. ¬–¿Alguno de ustedes dos cree que algún día llegaremos a las estrellas?
–¿Almirante? –interrumpí, antes de que Igriega le respondiera al anciano.
–Veo que usted no, inspector –bajó su tono. –Pero en fin, dígame, señor Uribe, soy todo oídos.
La número me miró, tratando de entender el brusco cambio en los ánimos de la conversación. Y aunque era imposible, juraría que la vi sonreír.
–Pensé que íbamos a hablar del asunto de los atentados.
–Oh, claro, por supuesto. ¿Un café?





Cybersocialismo mágico


Ricardo Lagos Y Martina bajaron por un ascensor custodiado por dos milicianos GAP y su característica calvicie, que ostentaban en su brazo izquierdo la franja roja con la flecha bidireccional, símbolo de una fuerza que había evolucionado hasta convertirse en un ejército paralelo bajo la tutela de las fuerzas armadas, pero dependiente directamente del presidente de la república. Eran, para todo el país, la quintaesencia del “hombre nuevo” socialista: ideólogos, estrategas, ciudadanos, obreros, artistas, magos y guerrilleros. El compañero presidente les había otorgado la custodia de las instalaciones de SYNCO.

Los operarios de SYNCO (que son miles) viven en diferentes comunas aisladas del resto de la ciudad, en complejos habitacionales con vigilancia perimetral militar, para impedir el acceso o la salida de nadie. Los operarios de SYNCO son considerados de importancia estratégica para la Nación y como tales son protegidos. Durante la mañana ingresan buses blindados y sin ventanas a recogerlos a las comunas ubicadas en los altos de peñalolén y luego del turno son devueltos en los mismos buses,con custodia policial, helicópteros y jaurías de perros artillados corriendo en junto. No se pueden permitir que un operario sea asesinado, se fugue o peor aún, sea raptado por potencias extranjeras en la búsqueda por obtener información relevante acerca de SYNCO y su funcionamiento.

(año 1978)

2022: Pedreros

Así que estamos en el laboratorio y Sodano va y me dice que logró la fórmula para hacer funcionar la máquina del tiempo y que quiere viajar de vuelta a Santiago de 1965 para matar a Jorge Pedreros. Y yo le pregunto si es verdad y él me dice que sí, que quiere matar a Pedreros. Y yo le aclaro que lo que me interesa es lo otro, lo de la máquina y me dice que sí, que fue sencillo y que la máquina ahora funciona a las mil maravillas pero lo que importa es Pedreros, matar a Pedreros y toda su musiquita. Y yo le digo que está loco y él me dice que no y luego nos ponemos a discutir y nos trenzamos a golpes y Sodano va y saca una llave inglesa y me golpea en la cabeza. Y yo caigo al suelo y lo único que veo es como Sodano se mete a la máquina y aparece y desaparece en un segundo mientras la máquina del tiempo emite un ruido similar al de un helicóptero o un comediante que hace el ruido de un helicóptero. Y luego me desvanezco (en el momento en que todo el mundo se desvanece) y despierto con la cabeza herida y Sodano me sacude y me dice: lo siento, no quería hacerlo. No me dejaste otra. Y yo me preguntó qué. Eso. Viajar en el tiempo. Salvar la línea temporal. Eso. Matar a Jorge Pedreros. Y yo me pregunto quién es Pedreros. Y Sodano dice. El compositor, el actor cómico, Espinita, ese. No sé de qué hablas, digo. Y Sodano me dice: No más Pedreros. Y yo me doy cuenta de que tiene la bata blanca manchada con sangre. Lo he comprobado, dice. Salvé al mundo. Ya no existe Pedreros. Pero a quién le importa ese tal Pedreros, digo. Para eso viajé en el tiempo, dice. Fui y lo maté. Eso fue todo. Ya no más el Jappening Con Ja, ni las canciones de Gloria Benavides, ni el Festival de la Una. La Nueva Ola duró un suspiro. Maté al Chino Pedreros, dice. A Espinita, dice. Yo cambié la historia y luego eché a perder la máquina y ya no se puede ocupar más, dice. Y yo lo miro. Y me doy cuenta de que Sodano siempre fue un poco loco, un poco excéntrico. Y él salta en el aire y no sé qué decir. Me duele la cabeza. Me duele la herida en la cabeza. Me duele el vacío que tengo en mi cabeza: algo que se perdió. Algo que no está ahí. Algo que no puedo recordar. Más adelante, sabré que centenares de personas tuvieron esta misma sensación en este mismo instante y que algunas sufrieron ataques de epilepsia o crisis histéricas. Más adelante, me enteraré que algunas de esas personas iniciarán una religión dedicada a ese agujero blanco en su propia memoria y se explicarán que en esa nada, esa línea borrosa de amnesia, hay una manifestación de la voluntad de Dios. Pero eso será después. Por ahora, en el laboratorio, veo como Sodano baila y salta y me abraza y me dice que no lo veré nunca más, que ya es un un hombre completo porque eliminó a Jorge Pedreros, mató al peor virus de la cultura chilena de los últimos treinta años y con eso cambió la historia, salvó el presente, aseguró el futuro, puso las cosas el lugar correcto, dice antes de irse a un lugar desconocido.

Octubre

Nadie se acuerda de lo que hicimos el pasado 8 de octubre. Gran parte de nuestra memoria es desechable, como si nunca hubiera existido. Decimos tener un pasado, pero si pudiéramos aislar y cuantificar nuestras memorias, sin contaminarlas con reflexiones a posteriori ni llenar los vacíos con racionalismos… posiblemente nuestro pasado llegue a durar un minuto, posiblemente no tenga duración. La realidad es que tras el presente hay mucha materia oscura, nuestra historia es de composición desconocida, sin embargo, digo lo siguiente con cierta seguridad. El pasado 8 de octubre todos nosotros hicimos algo… Algo siniestro.

Imagen: Gregory Crewdson

La noche del Caperuzo

11 de septiembre 2007

18.30
Subcomisaría Pudahuel Sur, Calle Oceanía 425.
–Se viene movida la cosa, guatón –le dijo el sargento segundo José Ferrada a su amigo, el cabo primero Andrés Rojas-Murphy, quien estaba sentado frente a él en la mesa del comedor de la subcomisaría.
–Lo mismo de todos los años –respondió Rojas-Murphy mientras comía con desgano su plato de tallarines. Llevaba trabajado un turno de 12 horas ese día y tenía la noche libre pero la idea de irse a su casa dejando solos a sus compañeros de unidad le incomodaba.
–Francamente no sé porque no la cortan con la hueá –murmuró Ferrada–. Hasta cuando siguen armando huevéo pal 11…
–Hace harto rato que esto dejó de tratarse de política –replicó Rojas-Murphy–. El 11 es la excusa perfecta para que los malandras saquen sus juguetitos nuevos a la calle. Esto es un gallito, quieren ver quien tiene más fuerza, sí nosotros o ellos.
–¿Qué estay diciendo guatón?, esos rechuchasumadre nunca van a poder igualarse a nosotros.
–No lo sé, supe por un amigo rati que los narcos han estado trayendo armas clandestinas de última generación…
–¡Y qué! No creo que tengan nada mejor que las viejas kalashnikov que sacaron el año pasado.
En ese momento el capitán Jorge Morales se hizo presente en el comedor y todos los hombres callaron ante su imponente presencia.
–Ya se armó la casa de puta en Pudahuel Sur –dijo el capitán–. Vamos andando, y recuerden, no queremos héroes.
Los hombres de Morales abandonaron el comedor como una estampida, todos menos Rojas-Murphy.
–¿Y usted, por que no se va a su casa? –le preguntó Morales.
–Capitán, solicito autorización para acompañar a mi unidad. Creo que será necesaria toda la ayuda posible.
–Tiene razón, cabo. La jornada de hoy se prefigura mucho más violenta que en años anteriores, ¿ha escuchado hablar del Caperuzo?
A Rojas-Murphy se le heló la sangre al escuchar ese nombre. El Caperucito o Caperuzo era un delincuente de poca monta que en menos de un año había ascendido en el mundo del hampa hasta controlar gran parte del microtráfico, prostitución y asesinos a sueldo de Santiago. Su apodo se debía a una ridícula capa roja con capucha que usaba todo el tiempo y que según rezaba el folklore popular, le permitía hacerse invisible (pero sólo mientras aguantaba la respiración).
–¿Qué pasa con el Caperuzo, capitán? –preguntó Rojas-Murphy adivinando la respuesta.
–Se dice que estará en persona en la Villa Laguna Sur, «defendiendo sus dominios».
–Sí, algo escuché al respecto. Con su permiso entonces, capitán…
Rojas Murphy pasó junto a Morales, y este lo detuvo colocándole su mano sobre el hombro derecho.
–¿Esas historias que cuentan sobre el Caperuzo, cabo? Son ciertas. Recuerde, cumpla con su obligación pero, nada de heroísmos.
–Nada de heroísmos, capitán –repitió Rojas-Murphy–, no se preocupe.

LA LIGA DE LOS EXTRAORDINARIOS CHILOTES

Sucedió poco después de que el Capitán Urdemales capturara El Caleuche a las fuerzas de la Recta Provincia. Sin su nave insignia, los brujos quedaron desamparados y el mundo disfrutó de un corto periodo de paz. Pero los Rectos, como se hacían llamar, no se quedaron tranquilos y no demoraron en unir sus fuerzas con los primigenios de la sumergida R’Lyeh y con los tripodes marcianos, ahora dominados por el despiadado Ming, regente de Mongo, para coordinar un ataque final contra la humanidad y así controlar los secretos del mundo, sobre todo los poderes ancestrales ocultos en el congelado centro hueco del mundo. Pero los Rectos se fueron con cuidado, sabían que ni los cefalópodos de R´Lyeh, ni Ming y sus trípodes marcianos eran de fiar, pero el fin era más grande y los brujos tenían más de una carta bajo la manga, una de las cuales les aseguraba el control sobre los Primigenios y las fuerzas de Mongo-Marte. Kuanyip, ultimo guardián de la Ciudad de los Cesares, tenía claro que los nuevos tiempos que se avecinaban requerían de un nuevo tipo de acción. Junto al capitán Urdemales buscaron la tripulación ideal para el Caleuche, mercenarios poderosos, relacionados a los poderes ancestrales de la Patagonia y la isla grande, que estuvieran dispuestos a enfrentarse a la sombra que se avecinaba. En un principio se mostraron reticentes, pero con el paso del tiempo comprendieron lo trascendente de su misión y sus hazañas se hicieron mito. Y los escogidos fueron: Imbunche, el gigante con manos de piedra; Pincoya, la señora de las aguas; Trauko, el duende de los bosques, señor de la naturaleza; Basilisco, el hombre reptil, vastago de la antigua raza Lemuriana; Fiura, una vieja bruja ciega, expulsada de la Recta Provincia y Pihuchen, señor de los No-Muertos del sur. Estas son sus aventuras…

EL CALEUCHE

Veinte años después de que el mundo lo creyera tragado por el Maelstrom, Nemo ordenó a sus hombre sacar al Nautilus de su escondite, una enorme cueva submarina bajo la isla grande. Les dijo que los tiempos habían cambiado, que ahora estaban viejos y la nave oxidada. Que ahora lo mejor era navegar en silencio, evitar enfrentamientos y subir a la superficie sólo de noche. Y precisamente esa noche fue la primera vez en que el Nautilus emergió sobre los canales chilotes. Y lo hizo con sus faros alumbrando al máximo, para que si alguien los veía desde la costa, sólo distinguira una luces blancas flotando sobre el agua. Para Nemo no era algo nuevo, hacía rato que se había acostumbrado a comandar un barco fantasma…

KILLING GAME 0.73

Esto no es una Ucronía. Porque la historia no es de nadie, y tampoco la escriben los pueblos. ¿Quién es el pueblo? ¿La gente emprendedora y sacrificada? ¿Los tengo-una-pistola-y-mato-total-mañana-soy-un-hombre-libre-para-correr-por-la-alameda?
Las grandes alamedas no se abren, se contruyen con paz y responsabilidad. ¡Si no es por la ley será por la violencia revolucionaria! Palabras de un ex – Presidente, adicto a los Kalashnikov. La ley de control de armas, un papel doblado, para que la mesa de las reuniones de gabinete no cojee.
Los programas del futuro video-juego de Chile se escribieron hace mucho. Carabineros: 500 puntos. Asaltos: 300. Niño muerto por balas locas: vida extra. Para seguir disparando, para dejar la escopeta hechiza, obtener armas nuevas y avanzar por la pantalla tejida de pixeles diminutos y resentidos.
Insert coin
Elige personalidad
Joven combatiente / Narco / Lumpen tech / Sharp
Elige nivel
Santiago 2007 / Santiago 1973 / Santiago 2052
Ahora te mueves en la oscuridad del juego, joven combatiente, siempre presente.
Apuntas a una patrulla.
Años atrás alguien te programó para que lo hicieras.
Tiras a matar.

Si no es por la ley…

periodismo gonzo: 11-9-2006


-El frasco cuesta ciento cincuenta lucas- dice Mini Hitler y luego deletrea lentamente- C-I-N-C-U-E-N-T-A.
Estoy en una fuente de soda de la Estación Central esperando que sea la hora para confirmar un rumor insistente sobre la nueva droga que circula. Algo elítico y aterrador cuyos detalles por ahora omitiré, concentrándome en quien me acompaña ahora, alguien que simplemente se hace llamar Mini Hitler. Mini Hitler tiene 32 años y, obvio, es nazi. Sabe karate, maneja armas de fuego y, según él, puede traducir con algo de esfuerzo Mein Kampf. No trabaja y vive de una escuálida mesada que su madre anciana le manda desde Temuco. Su currículum es más impresionante por lo que omite que por lo hace: lo echaron de RN, lo echaron de la UDI y en lo que queda de Patria y Libertad no lo quieren de vuelta. En la calle se comenta que meterse con él es «comprar un boleto para la rifa».
Mide un metro cincuenta, por cierto.

Y ahora me tomo una cerveza con él.

Bien.
Cada día mejor.
Mira la hora.
-Sígueme – dice – vamos por el paquete.
En el auto cuelga una svástica del espejo retrovisor. El motor del escarabajo tose asmáticamente mientras atravesamos Santiago, dejamos el humo gris de los edificios públicos del centro y como una flecha por Providencia para luego Apoquindo llegar al metro Escuela Militar.

-¿Vamos al Hyatt?-pregunto medio en broma.
No responde. Estaciona el auto y con una seña me dice que los acompañe. Su desdén no me sorprende. Si estoy con él es porque le paga el favor a una vieja amiga que, ventura, me debe uno a mí. Bajamos la estación y caminamos entre oficinistas, estudiantes de diseño apuradas y vagos de la capital que tienen el suficiente dinero para que su única ocupación sea un look alternativo que ya no sorprende a nadie. En esta parte de la ciudad los que toman el metro son indigentes. Nadie viene acá por placer. Este es el territorio del enemigo. La imagen del Chile que debemos adorar, venerar y pagar. Aquí andar a pie es sinónimo de pobreza y el bufido del metro algo parecido a la campana de un comedor común del Hogar de Cristo. Así que mientras el calor se coagula en las vitrinas de la casi desierta galería subterránea y la cerveza se me repite, sigo a un nazi para combrobar un dato no confirmado sobre la droga más dura de la capital. No sé de dónde el nazi ha sacado la plata.
La mujer nos espera apoyada en una baranda cerca de las cajas. Mini Hitler me dice que no hable. Grabo en la mente la imagen de la mujer: vestido de oficinista, pelo tomado hacia atrás, una cartera de cuero falso. Algo entre evangélico y frígido.
Mini Hitler hace una reverencia y luego hablan entre susurros. Ella le entrega un frasquito y él mete un sobre en uno de los bolsillos de la chaqueta de ella. Nada más. Eso es todo. Cero conversación. Ella ni siquiera me mira pero intuyo que la he visto de alguna parte. No puedo decidir dónde.
Hacemos el camino de vuelta. Mini Hitler me lleva a un departamento mugroso de San Diego, cerca de unos casi vacíos juegos Diana. Su casa. Pido permiso para entrar y mientra cruzo la puerta entro a un living que tiene muebles de mimbre una foto de una de los shows de luces de Albert Speer y una estantería en donde destacan Los diarios de Turner, La raza chilena y los textos menos esotéricos de Miguel Serrano. Hay una bandera chilena doblada y metida en una caja de vidrio. Está comida por las polillas y casi no tiene color.
-Es del Seguro Obrero. Los agujeros son de bala.
Ah.
Dejo de mirar. Mini Hitler abre el paquete y saca un frasquito mínimo con líquido blanco. Lo pone a contraluz y lo mira como si fuera un prisma.
-¿Es verdadero?-pregunto
-Saliva de Pinochet. Corvo. Recogida en la mañana. Mientras más reciente más efectiva.
-¿Cuántas veces lo has hecho?
-Tres. Dos el mes pasado. Una éste. La última vez estuvo complicado.
-¿Qué pasó?
-Cosas. Revelaciones.
-¿Qué produce?
-Alucinaciones. Viaje temporal. Regresión. Imágenes. El ruido de la historia.
El ruido de la historia. Mini Hitler saca del refrigerador una cerveza y me ofrece. Hace calor. Acepto la cerveza.
Bebemos en silencio. Afuera suenan las micros. Recuerdo una canción de los Prisioneros. Mini Hitler acaba su cerveza y se levanta.
-Ahora-dice.
Saco del bolso la cámara de video. Verifico el estado de la cinta.
OK.
Se saca el cinturón del pantalón y se aplica un torniquete en el brazo.
Detalle: la droga de la derecha va a entrar por el brazo izquierdo.
Mientras se le hinchan las venas abre el frasquito y sobre una cuchara calienta el líquido. Lo que viene es exactamente igual al ritual de la heroína. Mini Hitler mete llena la jeringa con la saliva del dictador y luego, lentamente la introduce en su brazo. Aspira un poco de sangre, que tiñe de rosado la sustancia. Tiene los ojos irrigados y respira de manera entrecortada. La grabadora hace un ruido mecánico mientras corre la cinta. No digo nada. Mini Hitler espera medio minuto y luego aprieta el émbolo con suavidad. La saliva rosada entra lentamente en su flujo sanguíneo. Cuando la jeringa está vacía, Mini Hitler afloja el cinturón y se tira hacia atrás en el sillón.
Pasa un rato de silencio luego el corvo hace efecta. Yo grabo mientras Mini Hitler habla sobre la dominación mundial y una colección de cintas porno ecuatorianas.
Luego babea.
Y se mea.
Y vomita.
Y baila.
Y desfila.
Y luego se apaga.
Como un peluche que funciona a pilas.
Todo con los ojos cerrados.
Luego Mini Hitler se duerme.
Cuando despierta yo sigo ahí. Le muestro parte de la grabación. Mini Hitler la mira con estupor.
-¿Cuánto duró?
Digo: una hora y media.
Mini Hitler no dice nada salvo: «Un mal viaje». Le queda la mitad del frasquito. Le pregunto si va a ocuparlo. Me pregunta si me atrevo. Le digo que no. Me dice que sabía que era un cobarde y luego me mira con la infinita superioridad de la raza aria mapuche y me dice que me vaya.
En la calle camino por San Diego rumbo a la Alameda.Tomo el metro en Universidad de Chile. Llego a casa. Miro la cinta de nuevo. Por un rato pienso en borrarla. Siento una pizca de arrepentimiento por no haberme inyectado pero luego se me pasa. Luego me da sueño. Sorprendentemente, no tengo pesadillas.

Al día siguiente, borro la cinta.

Bajo el hielo

Encontré al viejo en un baño abandonado debajo del subsuelo de la Torre Santa María. Me dijo que hacía años que no bajaba nadie. Le pregunté quién era. Me dijo que lo habían contratado para mantener el baño en el año cuarenta, justo durante la guerra.
-¿Qué guerra? -pregunté.
Me miró extrañado
-¿Cómo qué guerra? La Gran Guerra Polar.
-¿Eh?
-¿Ya no les enseñan nada en los colegios? Supongo que has oído de la Batalla Glaciar… Vamos, tú sabes, ese batallón de Punta Arenas que combatió ferozmente contra los Sub-Antárticos. Quedaron sólo tres para contar lo ocurrido.
-Em…
No tenía la más mínima idea de lo que me hablaba.
-¿Me estás tomando el pelo? A ver, todos saben de la Batalla Cero Absoluto del ’38. Yo mismo estuve presente, navegando un submarino y avanzando cientos de kilómetros bajo la capa polar hasta llegar a unas cavernas submarinas donde se hallaba el núcleo de los Sub-Antárticos. Fuimos victoriosos ese día, pero a qué precio… perdimos cuatrocientos valientes… ¿Y tú me traes alguna noticia? ¿Se ha acabado por fin?
No supe qué decir. Sonreí patéticamente.
De pronto el anciano dejó de hablar, inclinó la cabeza y su mirada se perdió en el vacío.
Me fui.
Mientras me sentaba en el tren del metro, planifiqué mi fin de semana largo. Pediré unos días más en la oficina… unos cuántos días. Los necesitaré. Iré al sur. Extremo sur. Esperan refuerzos.

Imagen: Murnau Last Laugh