Ellos pueden saberlo. Los terroristas. Los olvidados. Los que se equivocaron. Los que se obsesionaron con la violencia y no entendieron que las reglas del juego habíian cambiado. Los que siguieron gritando «¡traición!» mientras el país entraba en la feroz democracia de los acuerdos. Los que asesinaron a Jaime Guzmán y fueron ajusticiados, capturados, castigados. Los que se fugaron. Los que se envilecieron robando bancos y asaltando sólo para sobrevivir. Los que fueron repudiados por todos, odiados por la Derecha, castigados por la Concertación, ignorados por la Izquierda, temidos por el pueblo al que decían amar. Los valientes más tontos del fin de siglo, los guerrilleros con miedo a mirar la realidad. Los que degeneraron en grupúsculos que hacían barricadas vaciadas de sentido y conciencia de clase en las poblaciones. Los que se obsesionaron con la violencia. Los que se equivocaron. Los olvidados. Los terroristas. Ellos pueden saberlo.
Pero están todos muertos, física o espiritualmente.
La misión del agente 28 de Junio de 1946 (nombre clave) comienza allí: en la búsqueda de el secreto que desapareció con ellos. Es 16 de junio de 2007, y después de que le notifiquen que un informante traidor ha muerto en el día de su cumpleaños, puede comenzar la búsqueda con la pista que ese informante escribió en la pared de su baño antes de morir.
Antes de salir a ver la pista, repasa la historia: FPMR, MIR, GAP. Repasa los nombres muertos, grises en sus fotografáis de intercambio. Repasa el video (nadie excepto la Unidad lo tiene) de la batalla del microbus en Apoquindo con Manquehue, el 21 de octubre de 1993, donde Carabineros de Chile mataron a 4 miembros del grupo Lautaro y 3 civiles inocentes, tras el asalto a un banco donde mataron a un guardia y a otro carabinero. Repasa las palabras del presidente Patricio Aylwin: «Yo avalo la actitud de los contingentes policiales». Repasa uno de los frames del video, donde una de las cientas de balas desparece frente al corazón de la niña de trece años que sería parte de los doce civiles heridos.
Y repasa la situación: los terroristas están muertos. Algunos están muertos físicamente, y la tecnología que permitirá rastrear su alma aún tardará varias décadas en desarrollarse. Otros están muertos espiritualmente, y el Agente 28-6 repasa recuerda mentalmente las carpetas donde dice ARREPENTIDO, DESAHUCIADO, CONVERTIDO, AMNÉSICO, ENLOQUECIDO, MUDO. No es hablando con ellos como encontrará el secreto. Pero la información ha saltado en los charcos de sangre donde ellos resbalaron, y se ha replicado en las declaraciones de los personeros de gobierno de esos años.
Se sabe que el secreto pasó de uno de los miembros del Lautaro al Carabinero que lo mató, pegándose como una mancha de sangre. Seguirla ahora es como seguir una cadena de contagio de VIH, 13 años después. Del carabinero a su oficial, del oficial a su superior, del superior al entonces ministro del Interior Enrique Krauss, de Krauss al presidente Aylwin, del presidente Aylwin a su retocador de discursos, y de él a su vecina, a quien le contó los hechos llorando. La vecina está muerta, su segundo nombre era Lucila, su color de ojos era castaño oscuro. Ahí el rastro se pierde. La pista del informante lo retoma unos veinte pasos después: en un vendedor de libros usados del persa Bío-Bío.
El Agente 28-6 repite su mantra personal, quema los papeles en su cocina, se asoma por la ventana antes de partir al persa. Sus humanos ojos sólo pueden ver lo que todos ven: un horizonte de edificios en una bruma plomiza, con transeúntes afanándose por las calles y micros multicolores rugiendo junto a autos demasiado veloces. Pero sabe que todo se está encaminando a la destrucción, cada vez con mayor velocidad: sabe que el otro nombre del país es Gomorra. Y sabe que sólo ellos, los agentes de la Unidad Secreta que nadie comprende ni apoya, pueden evitar que el océano cubra el territorio para castigar los pecados de sus hombres y dejar limpio el puerto de datos, como dirían los agentes enemigos en su lenguaje seudo-religioso. Sabe que la azarosa búsqueda de sentido en las pistas de sangre de un grupo de muertos-vivientes es un empeño más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Sabiendo todo eso, sabiendo que el destino está escrito y que su única misión es ayudar a encontrar el punto donde todo podría haber sido diferente, sale a la calle a buscar el secreto, la frase de quince palabras, la oración que no tienen los poderosos ni los famosos ni los empresarios. La canción que sólo ciertos seres anónimos y felices conocen.
Y piensa en los terroristas, en su destino, en sus ideales perdidos y, equivocados o no, finalmente derrotados y borrados de la historia humana. Y piensa en la paradoja que sólo su Unidad conoce: en un país que marcha decididamente hacia un futuro brillante, hacia la paz mundial, hacia el crecimiento económico y la justicia social, sólo los que se equivocaron, los olvidados, los terroristas, sólo ellos podrían saberlo.
Porque ama a su país, porque ama la verdad, porque no le queda otra solución, el Agente 28-6, conocido hasta hace dieciséis años como Jaime Guzmán Errázuriz, cierra la puerta y parte a cumplir su misión.