Excavación


Fotografía encontrada entre archivos desechados por el diario El Mercurio. Muestra un platillo volador siendo desenterrado en pleno Santiago de Chile, junto a los cimientos mismos de La Moneda. La explicación de la época indicó que el aparato era utilería para una película de Ciencia Ficción de los Hermanos Mori, pero sobrevivientes de septiembre del 38 reclaman que este ingenio era el arma secreta con la que pretendían hacerse del gobierno, no utilizada a tiempo.
Su ubicación actual es un misterio.

JOVEN CHILENO ES ACEPTADO EN LA RENOMBRADA ACADEMIA XAVIER

Santiago.
El joven mutante nacional, Pedro Prado, mejor conocido como Alsino, fue aceptado en la prestigiosa Academia para Alumnos Dotados que dirigen los connotados profesores Charles Xavier y Erich Lenscher, máximas autoridades en el campo de la genética evolutiva a nivel mundial, en el condado de Westchester, Nueva York. Alsino, quien se hiciera famoso por sus grandes alas blancas, por las que muchos tambien lo llamaron Angel, ingresará en marzo entrante a la afamada institución, donde será educado en el uso de sus facultades extraordinarias al servicio de la humanidad. Prado, que también es poeta y narrador, ha anunciado la próxima publicación de su libro de memorias, titulado simplemente Alsino. Un joven que es un orgullo para sus padres, familia y la patria.

Rebelión

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EL ULTIMO VIAJE DEL DEMETER

IDENTIFICADO EL BUQUE FANTASMA QUE TRAJO LA TORMENTA

Valparaiso. Septiembre 10, 1897

Como Demeter, bergantin goleta de tres palos y bandera rusa fue identificado el barco que encalló anoche contra el malecón del puerto de Valparaíso. La nave, al parecer, perdió el control en medio de la feroz tempestad que ha azotado el puerto en las últimas horas. Sin embargo, aún más misterioso que su llegada, es dónde está la tripulación del buque. Como en un relato de fantasmas, el velero colisionó sin una sola alma abordo. De acuerdo al diario del capitán, rescatado esta mañana por estibadores, el Demeter habría partido del puerto de Varna en el Mar Negro, el 6 de Julio de 1897 con destino al puerto de Whitby, en Inglaterra, con una tripulación de once hombres y seis oficiales. El qué pasó con estos sujetos y por qué el navío llegó a costas chilenas es uno más de tantos misterios del mar. El cargamento, de quince cajas de tierras para experimentos, continúa intacto, sin embargo la ausencia de papeles de aduana y registros adecuados, gatillaron la decisión de la capitanía de puerto de desembarcarlas y dejarlas en alguna bodega, en espera de que se solucione el papeleo, a cargo del personal del consulado ruso, De no ocurrir esto, se procederá a quemarlas. De acuerdo a informaciones de último minuto, este cargamente fue desembarcado del buque fantasma a últimas horas de hoy.

En otro orden de noticias. A la recepciòn de este matunino, llegó la información de un enerme perro, similar a un lobo negro, que fue visto esta tarde en vaios sectores de los cerros. Consultados al respecto, las autoridades negaron tener mayores antecedentes, pero pidieron a la ciudadanía estar atentos, ya que podría tratarse de un animal peligroso.

Titanes

Testimonio de Jorge B., Guardia del supermercado:

-los encapuchados llegaron de dentro, o sea yo creo que entraron como cualquier persona y después se pusieron los pasamontañas. Tenían armas de fuego, y uno de ellos tenía un machete.

Testimonio de Ángela G.:

-Yo estaba en la caja con mis compras cuando sentí el disparo. No sabía que pasaba, pero cuando ví al encapuchado me quedó claro que era un asalto. Estaba vestido como los tipos que salen en las noticias, esos cubanos comunistas de Fidel Castro.

Testimonio de Álvaro B.:

-Yo había ido a comprar unas pílsener para un asado, y me encontré con todo el cahuín. Era la cagada, disparos, gente tirada en el suelo. Nadie cachaba que estaba pasando.

Testimonio de Martín C:

-Yo estaba comprando cuando lo vi. Al principio pensé en una broma, una talla tipo cámara escondida de Sábados Gigantes. Pero cuando la momia le arrancó la cabeza al encapuchado me cagué de miedo.

Testimonio de Francisco O:

-El tipo simplemente voló, dio una vuelta en el aire y golpeó al encapuchado. Fue demasiado rápido. Después saludó como esos actores al final de la función. Sonrió y dijo “Jerónimo jerez, para servirlos”

Testimonio de Gabriel Salvador:

-Mi mami se puso a gritar. Un hombre salió de las sombras y les pegó a todos los encapuchados. Después me regaló un paquete de Natur. Me dijo que se llamaba Mister Chile.

Testimonio de Jorge B:

-Me dijo que se llamaba Cavernario Galindo. Que era un paladín. No supe que decir, después de ver como hacia pebre a los encapuchados.

Testimonio de Alvaro B:

-La momia era enorme, un huevón de cien kilos, mínimo. Estaba chorreando sangre, y le colgaban las vendas putrefactas, hediondas a cadáver.

-Testimonio de Daniel H:

-El tipo era pelado, pero tiró a un encapuchado a través de una muralla. Al pasar por la caja, pagó un Liberty diciendo “El Barón Von Racket fuma solo lo mejor”.

Diario La tercera, febrero de 1976. Crónica del asalto al supermercado Unicoop de Ñuñoa.

1899 (4ª PARTE)

MUSEO A LAS GLORIAS navales de la Guerra del Pacífico, estaba escrito, con grandes letras de bronce, en la puerta metálica de un pequeño muelle junto al malecón del puerto de Iquique. Seis y media de la mañana y un viento helado impulsaba la neblina que cubría el horizonte de la bahía. Hacía cinco horas que arribamos a Iquique en una aeronave de la línea nacional, servicio cómodo pero lento, si se le compara con la velocidad del aerocarril. Es una lástima que el gobierno haya encontrado inviable extender las vías hacia el norte, habríamos llegado antes. No sé si era necesario llegar antes.
Prat me indicó que esperara junto a Ginebra.
–Vengo en seguida-, dijo. Su delgada figura se perdió en la niebla.
-¿Tiene frío, inspector?-, preguntó mi mecánica compañera.
-Hace frío, Ginebra.
-Me gustaría sentirlo.
-Ustedes no sienten nada.
-Discúlpeme-, guardó silencio un momento. -¿Inspector, Uribe?
-Dígame.
-Aún no consigo entender que hacemos acá.
-Usted no tiene que entender nada, sólo acompañarme.
-¿Será verdad que el almirante está loco?
-Si vuelve a preguntarlo, le juro que la desconecto.
-Los números no podemos ser desconectados.
-La destruyo.
-Usted sabe lo que sucedería si soy destruida.
-Guarde silencio por favor.
Una nueva silueta apareció en la neblina junto a Prat. Una figura un poco más gruesa, que cojeaba del lado derecho. A medida que se acercaba reconocí su rostro. Alguna vez, tras lo ocurrido aquí mismo hace veinte años, la prensa lo llamó primer campeón de la era metahullana: Carlos Condell.
-Capitán Condell-, me adelanté a saludarlo.
-Inspector Uribe, el almirante me contó de usted. Y la señorita de plata debe ser…
-Puede llamarme Ginebra-, respondió su voz sin dimensiones.
La brisa parecía ser cada vez más fría.
-Es una número muy atractiva.
Si la máquina se hubiese ruborizado, juro que la mataba.
-Señores-, prosiguió Condell. –Y dama-, odié que la tratara así, de un modo tan humano, -como deben adivinar, tiempo es lo que menos tenemos. Vengan conmigo, en el museo nos aguardan. Por acá, por favor.
Prat me hizo un ademán para que me adelantara. La número vino tras mío.
Condell nos llevó hasta el borde del muelle, donde embarcamos en un pequeño bote de motor. Fui quien tuvo más dificultades para abordar, debí luchar contra el vértigo y la neblina. Prat saltó, habituado a esa clase de maniobras. Ginebra ni siquiera demostró molestia entre sus giroscopios, apenas un silbido en alguna juntura.
-No creo que despeje antes de las diez-, comentó Condell.
-Amigo mío, eso nos conviene mucho-, agregó Prat.
-Supongo inspector que anoche también soñó-, me habló Condell. –Lo que es yo, ya estoy extrañando a la mujer que se me aparece cada noche.
-¿De qué está hablando, capitán?
-Oh, inspector, creo que usted sabe muy bien de lo qué estoy hablando.
Miré a Prat, el almirante levantó sus cejas. Desde el primer instante supe que había sido un error acompañar al viejo.
Carlos Condell giró dos veces una pequeña llave de ignición. El pequeño motor de metahulla, instalado bajo el casco de la embarcación, comenzó a silbar mientras movía el eje de la hélice, impulsando el bote hacia el corazón de la neblina.
El museo flotante apareció entre la bruma, como una figura negra de altos castillos y mástiles gemelos alzándose frente y tras la única chimenea. Hasta un niño hubiese reconocido la silueta. Antes de la guerra, antes de la metahulla, era el horror de nuestras fuerzas navales. De a poco, a medida que nos aproximábamos, la sombría superficie adquirió un matiz a grís oxidado, marca indeleble de un centenar de batallas. El barco estaba prácticamente intacto a cuando el propio Condell lo capturó en mayo del 79.
-Bienvenidos al Museo Huascar-, pronunció Prat, mientras su compañero ataba el bote al pequeño portalón improvisado junto a la escalera de abordaje del que alguna vez fuera el monitor de guerra más poderoso de esta parte del planeta.
El barco más mortífero de una época en que los buques sólo navegaban.
Condell amarró el esquife y se puso de pie con una agilidad que negaba su evidente cojera.
-Señores-, invitó, desplegando una escalinata.
El y Prat me ayudaron a subir. La número lo hizo sola, como si el buque fuera su ambiente natural.
La cubierta del Huascar estaba humedecida. El puente y la torre de artillería principal habían sido completamente reconstruidas. Supuse que la idea era otorgarle a los visitantes una idea de cómo era, el otrora orgullo de la marina peruana, antes de ser emboscado por la aeronave Valparaíso. La boya, que recordaba el lugar donde la Independencia se había ido a pique, no conseguía distinguirse entre las nubes bajas.
Me adelanté hacia el puente de mando, justo al sitio donde se recordaba el momento en que Grau se rindió, entregando su nave y sus hombres a las fuerzas chilenas. El metro exacto en que un héroe absoluto se había convertido en el peor de los traidores.
-Me costó tomar esa decisión-, pronunció a mi espalda, una voz grave, de acento levemente británico, que no tardé en reconocer. –Pero tenía que pensar en mis hombres.
Giré despacio. Junto a Prat y Condell, aparecía un anciano completamente calvo, gordo y vestido de negro. Un parche cubría lo que había sido su ojo izquierdo. El hombre más odiado por nuestros vecinos del norte, el hombre que alguna vez había comandado la nave donde estábamos parados.
-Miguel Grau, para servirle-, me saludó estirando su enguantada mano derecha.
-Luis Uribe, inspector de la metropolitana de Nueva Arauco le respondí.
El apretón fue duro y helado.
-Usted debe perdonarme-, se excusó. -Aún no me acostumbro a ésto.
Se quitó el guante que cubría su mano derecha. Una prótesis mecánica, movida por cables verdes de metahulla reemplazaba la mano que le fuera amputada tras el juicio, por cargos de traición, que la armada peruana levantó en su contra al terminar la guerra.
-Los médicos de su ciudad, inspector, hicieron un buen trabajo-, agregó mientras volvía a enguantarse. Noté la completa ausencia del dolor que los expatriados y desterrados suelen mostrar en su mirada -Bueno señores-, alargó, -les parece que entremos, hace demasiado frío.
Seguí a mis anfitriones hasta el salón de oficiales, ubicado bajo cubierta, en la popa de la nave, tras el comedor principal. Las paredes estaban decoradas con fotografías pasadas y armas lustradas que hacía mucho tiempo no eran usadas. Sobre la mesa redonda, que ocupaba todo el centro de la habitación, había un periódico tamaño tabloide completamente extendido.
Los tres marinos notaron que me había fijado en el detalle. Ginebra se ubicó a un lado de Prat, con su cara de nada mirando en línea recta a algún punto tras Miguel Grau.
Prat me pidió que leyera la noticia que encabezaba la página de portada. Era un ejemplar de El Mercurio de Valparaíso.
-Lea-, insistió Condell.
Lo hice.
-En voz alta, si le parece-, agregó el ex comandante peruano.
-Desastre en Iquique-, pronuncié la primera línea. Luego: Sangriento enfrentamiento en la bahía de Iquique entre el navío chileno Esmeralda y el acorazado peruano Huascar, terminó con el hundimiento de la nave nacional y la muerte de su capitán, el comandante Arturo Prat.
Miré a Prat.
-¿Es una broma?
-Vea la fecha.
Lo hice: 24 de mayo de 1879…
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Ellos pueden saberlo

Ellos pueden saberlo. Los terroristas. Los olvidados. Los que se equivocaron. Los que se obsesionaron con la violencia y no entendieron que las reglas del juego habíian cambiado. Los que siguieron gritando «¡traición!» mientras el país entraba en la feroz democracia de los acuerdos. Los que asesinaron a Jaime Guzmán y fueron ajusticiados, capturados, castigados. Los que se fugaron. Los que se envilecieron robando bancos y asaltando sólo para sobrevivir. Los que fueron repudiados por todos, odiados por la Derecha, castigados por la Concertación, ignorados por la Izquierda, temidos por el pueblo al que decían amar. Los valientes más tontos del fin de siglo, los guerrilleros con miedo a mirar la realidad. Los que degeneraron en grupúsculos que hacían barricadas vaciadas de sentido y conciencia de clase en las poblaciones. Los que se obsesionaron con la violencia. Los que se equivocaron. Los olvidados. Los terroristas. Ellos pueden saberlo.

Pero están todos muertos, física o espiritualmente.

La misión del agente 28 de Junio de 1946 (nombre clave) comienza allí: en la búsqueda de el secreto que desapareció con ellos. Es 16 de junio de 2007, y después de que le notifiquen que un informante traidor ha muerto en el día de su cumpleaños, puede comenzar la búsqueda con la pista que ese informante escribió en la pared de su baño antes de morir.

Antes de salir a ver la pista, repasa la historia: FPMR, MIR, GAP. Repasa los nombres muertos, grises en sus fotografáis de intercambio. Repasa el video (nadie excepto la Unidad lo tiene) de la batalla del microbus en Apoquindo con Manquehue, el 21 de octubre de 1993, donde Carabineros de Chile mataron a 4 miembros del grupo Lautaro y 3 civiles inocentes, tras el asalto a un banco donde mataron a un guardia y a otro carabinero. Repasa las palabras del presidente Patricio Aylwin: «Yo avalo la actitud de los contingentes policiales». Repasa uno de los frames del video, donde una de las cientas de balas desparece frente al corazón de la niña de trece años que sería parte de los doce civiles heridos.

Y repasa la situación: los terroristas están muertos. Algunos están muertos físicamente, y la tecnología que permitirá rastrear su alma aún tardará varias décadas en desarrollarse. Otros están muertos espiritualmente, y el Agente 28-6 repasa recuerda mentalmente las carpetas donde dice ARREPENTIDO, DESAHUCIADO, CONVERTIDO, AMNÉSICO, ENLOQUECIDO, MUDO. No es hablando con ellos como encontrará el secreto. Pero la información ha saltado en los charcos de sangre donde ellos resbalaron, y se ha replicado en las declaraciones de los personeros de gobierno de esos años.

Se sabe que el secreto pasó de uno de los miembros del Lautaro al Carabinero que lo mató, pegándose como una mancha de sangre. Seguirla ahora es como seguir una cadena de contagio de VIH, 13 años después. Del carabinero a su oficial, del oficial a su superior, del superior al entonces ministro del Interior Enrique Krauss, de Krauss al presidente Aylwin, del presidente Aylwin a su retocador de discursos, y de él a su vecina, a quien le contó los hechos llorando. La vecina está muerta, su segundo nombre era Lucila, su color de ojos era castaño oscuro. Ahí el rastro se pierde. La pista del informante lo retoma unos veinte pasos después: en un vendedor de libros usados del persa Bío-Bío.

El Agente 28-6 repite su mantra personal, quema los papeles en su cocina, se asoma por la ventana antes de partir al persa. Sus humanos ojos sólo pueden ver lo que todos ven: un horizonte de edificios en una bruma plomiza, con transeúntes afanándose por las calles y micros multicolores rugiendo junto a autos demasiado veloces. Pero sabe que todo se está encaminando a la destrucción, cada vez con mayor velocidad: sabe que el otro nombre del país es Gomorra. Y sabe que sólo ellos, los agentes de la Unidad Secreta que nadie comprende ni apoya, pueden evitar que el océano cubra el territorio para castigar los pecados de sus hombres y dejar limpio el puerto de datos, como dirían los agentes enemigos en su lenguaje seudo-religioso. Sabe que la azarosa búsqueda de sentido en las pistas de sangre de un grupo de muertos-vivientes es un empeño más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Sabiendo todo eso, sabiendo que el destino está escrito y que su única misión es ayudar a encontrar el punto donde todo podría haber sido diferente, sale a la calle a buscar el secreto, la frase de quince palabras, la oración que no tienen los poderosos ni los famosos ni los empresarios. La canción que sólo ciertos seres anónimos y felices conocen.

Y piensa en los terroristas, en su destino, en sus ideales perdidos y, equivocados o no, finalmente derrotados y borrados de la historia humana. Y piensa en la paradoja que sólo su Unidad conoce: en un país que marcha decididamente hacia un futuro brillante, hacia la paz mundial, hacia el crecimiento económico y la justicia social, sólo los que se equivocaron, los olvidados, los terroristas, sólo ellos podrían saberlo.

Porque ama a su país, porque ama la verdad, porque no le queda otra solución, el Agente 28-6, conocido hasta hace dieciséis años como Jaime Guzmán Errázuriz, cierra la puerta y parte a cumplir su misión.

Tractatus Zone (episodio final)

Para cuando llegó la década de los 80, varios funcionarios importantes y miembros de la clase hegemónica ya habían perdido su alma. Este hecho les era sumamente inquietante, comenzaron a sufrir pesadillas idénticas y simultáneas. En un acto de desesperación, el Estado recurrió al dúo excéntrico de Serling y Wittgenstein. Para entonces, habían vuelto a ser arrestados por varios delitos menores y estaban pudriéndose en una cárcel antofagastina. Se les ofreció un indulto a cambio de una solución a este dilema metafísico. Wittgenstein, siendo un hombre de principios, se rehusó a brindarles un remedio que dependiera de lo metafísico, alegando que semejante concepto era inefable. Ante esta traba, Serling le propuso a su amigo que articularan una prótesis mecánica que pudiera aliviar la minusvalencia espiritual. Después de pasar varias semanas en el laboratorio, presentaron un aparato protésico que suplía la función del alma.
El siguiente texto es el testimonio del primer voluntario:
Activé la ortopedia espiritual. La máquina se animó, al comienzo todo parecía normal. Cuando me acerqué… tomó posesión de mí. Se depositó en mi vacío. Me rearticuló. Se infiltró en mi carne, diseccionó mis tendones, sus garras metálicas se incrustaron en mis huesos… mis tejidos rajados por la brutalidad de sus circuitos. Creció en mí, alimentándose de mis órganos… En este momento lo puedo sentir… un alma de metal y electricidad se retuerce en mi cuerpo. He recuperdo la esperanza.
Después de fabricar un número desconocido de prótesis, Wittgenstein y Serling fueron llevados a un terreno baldío y acusados de herejía y suplantación deífica. Se escucharon dos disparos.

Inflexión


Hoy pasé frente a La Moneda…pero no estaba. Pregunté a la gente pero todos dijeron que nunca había habido un edificio llamado «La Moneda» en el lugar. Se alejaban asustados. La señalética decía que la calle se llama Alameda de las Delicias. Algo cambió en algún momento…no quiero llamar a mi casa…¿y si no existe?…saco mi carnet…hay otro nombre ahí…

Creo que se trata de un nuevo tipo de guerra…¿cargas de profundidad enviadas a momentos de la historia de un país?…¿inventé algo así alguna vez?…
Llevo dos días deambulando…hay palabras que han cambiado…

Claramente fuimos derrotados…por alguien.