A los lectores de TauZero habituados a encontrar aquí las digresiones autoreferentes de rmundaca, debo decirles que nuestro director se ha tomado un descanso tras su paso por la Feria del Libro y la promoción y lanzamiento de la opera prima de nuestro amigo y colaborador Jorge Baradit. En ausencia de rmundaca, por lo tanto, tendrán que conformarse, conmigo. Pero no os preocupéis que ya me advirtieron que no escribiera “idioteces”.
Hablemos entonces de TauZero. ¿Que TauZero es una idiotez?, no usted se confunde tal vez con Fobos, “el fanzine estúpidamente gratuito hecho con la estupidez de unos pocos para deleite de muchos”, como rezaba su slogan. Sí, yo me conté dentro de esos estúpidos, pero no me desvíe del tema.
TauZero…
Nuestros lectores ya deben haber leído o estar en conocimiento al menos del especial dedicado a Ygdrasil. Lo que ocurrió estas últimas semanas en torno a la novela de Jorge es algo extraordinario que yo en el terreno de la literatura nunca había visto, pero el fenómeno que provocó en cuanto a TauZero si lo he presenciado antes. Para ser más precisos tres veces antes, y todas este año. Las lúcidas palabras de Gabriel Mérida lo expresan mejor de lo que yo podría: <<…vimos lo que ocurrió en torno a Ygdrasil, que por la fuerza de su multiplicidad de influencias apiñó en torno a sí, en pocos días, a múltiples voces nunca antes reunidas, desde el mundo del cómic, del cine, de la crítica literaria mainstream.>> Esas voces que por lo general permanecen calladas, también se alzaron entusiastas ante las convocatorias a los especiales TauZero de: La Venganza del Sith, Batman y Nanocuentos, respectivamente. Como editor, este es el sueño del pibe. Para el Especial Sith escribió gente que jamás había escrito para TauZero y que probablemente nunca vuelva a hacerlo (por opción propia). En el especial de Batman conseguimos que Juan Carlos Sánchez compartiera con nosotros por fin algo de su creación literaria (aunque su fanfic haya quedado inconcluso), y en el de nanocuentos, nos llegaron tantos que tuvimos que dejar algunos fuera y considerar un nuevo especial. Estos especiales (junto al dedicado a Ygdrasil) son las excepciones dentro de los veinte ezines publicados a la fecha. Los números “normales”, cuestan muchísimo sacarlos básicamente porque no contamos con material que publicar, y pese a que alguien aseguró lo contrario, no publicamos “cualquier cosa”. ¿Debería existir TauZero sólo cuando se alcance una masa crítica para hacer un “especial”? Esa y otras interrogantes más nos plantearemos el director, los colaboradores más cercanos y yo.
Y sobre los contenidos sólo mencionaré una cosa: el autor de la nota sobre Jansenius, viejo amigo mío que prefiere colaborar desde el cuasi-anonimato, deliberadamente escribe “papa” y “dios” con minúsculas, debido a razones iconoclastas que no termino de comprender pero respeto.
¿Rellené suficiente espacio? Parece que sí. Esperando no tener que molestarles nuevamente en una próxima editorial, se despide:
Sergio Alejandro Amira
Editor Tauzero
Santiago de Chile, 09 de Noviembre 2005
Categoría: Sergio Amira
Seis Películas
Tras un agotador primer semestre de vuelta en la Universidad tuve unas merecidas vacaciones y tiempo para arrendar algunos DVDs que me pareció interesante comentar en TauZero, independiente de no adscribirse todos dentro del binomio fantasía-cf que preocupa a este e-zine. El siguiente es un ejercicio del cual dejaré fuera los bonus que todo DVD trae como los comentarios del director, escenas eliminadas, etc. Comencemos entonces.
Resident Evil: Apocalypse (2004): Hollywood se ha alimentado desde sus inicios de la literatura para desarrollar sus proyectos fílmicos; novelas, cuentos y obras de teatro han sido sus principales fuentes. Siempre en busca de nuevas expresiones que explotar, Hollywood recurrió a una forma literaria “menor”, el cómic, durante la década de los 1980s. Las primeras versiones fílmicas del mundo de las viñetas fueron desastrosas y durante un tiempo fueron dejadas de lado al descubrir los ejecutivos una nueva vaca que ordeñar: los videojuegos. De esta experiencia de principios de los 1990s resultaron películas aún más desastrosas y Hollywood también prescindió de ellas durante un tiempo para regresar a las adaptaciones de los últimos best-sellers de Michael Chrichton y Tom Clancy. El panorama cambió junto a la llegada del nuevo milenio y comenzamos a recibir adaptaciones dignas y competentes tanto de cómics como de videojuegos. Resident Evil fue una de ellas.
Dirigida por Paul W.S. Anderson, Resident Evil fue una adaptación bastante libre del juego del mismo nombre que conservaba de su fuente tan sólo los zombies humanos y caninos. Puede que esa sea la fórmula de llevar los videojuegos al cine, dirán algunos, distanciarse lo más posible del material que tan bien funciona con un joystick en la mano, pero si es así, ¿para qué hacerlo? Pues para profitar de un nombre, de una marca conocida como Resident Evil y asegurarse desde ya un público para llenar las butacas con los chicos que han jugado el videogame. Resident Evil fue una película competente, sorpresivamente elegante y sobria tratándose de un filme de zombies, con un saborcillo europeo que se agradece y una banda sonora que incluían composiciones del siempre lúdico Marilyn Manson (¿alguien se toma a este tipo en serio?) y Marco Beltrami que también realizó la banda sonora de la excelente película de Guillermo del Toro, Blade 2.
Resident Evil: Apocalypse no pareció gustarle a ningún crítico “especializado” (mucho menos a los no-especializados), pero en lo que a mí respecta, me agradó bastante. No extrañé a Romero ni a Fulci conciente que el terror no era el combustible de esta película sino la acción. Y al ser la acción su elemento clave, obviamente que no podía contar con los tiempos y la atmósfera que se experimenta en el juego.
Los juegos de Resident Evil son ejercicios exploratorios de suspenso, más thriller que horror y se basan en la resolución de problemas con algunas esporádicas pizcas terroríficas. El personaje del jugador no es particularmente fuerte o ágil, contra zombies y monstruos físicamente está en clara desventaja, pero aún así puede derrotarlos por medio del intelecto, encontrando las soluciones, las herramientas adecuadas, la llave, los fósforos para encender la mecha de la bomba… Los juegos definitivamente no son de acción, y cualquiera sabe que llevar el ritmo pausado y hasta monótono del videogame al cine no habría sido rentable. ¿Qué es rentable?, pues lo que el director Alexander Witt hizo basándose en el screenplay original de Paul W.S. Anderson: peleas acrobáticas, explosiones, motos volando a través de vitrales, explosiones, disparos en cámara lenta, más explosiones y a cambio de una chica hermosa y ruda: dos chicas hermosas y rudas. Yo al menos no me aburrí, y hoy por hoy suelo conformarme con eso, que ciertamente no es poco.
Resident Evil: Apocalypse se basa en el juego de consola Resident Evil 3: Nemesis, o mejor dicho utiliza referencias del juego conciliándolas con los elementos de la primera película, o más bien con Alice. Es por esto que la sexy Jill Valentine (Sienna Guillory), no puede ser otra cosa sino un personaje secundario. Al igual que en la primera esta es la película de Mila Jojovich, de Alice, y está hecha para su lucimiento. Ahora, personalmente encuentro mucho más atractiva a Sienna Guillory que a Mila, pero eso ¿a quien le importa?
Cuando una película de esta clase (u obra literaria o lo que sea) se convierte en un aporte es cuando agrega algo nuevo al mito que trata. Por ejemplo, Ann Rice agregó algo nuevo al establecer que los vampiros podían enfermar si bebían la sangre de un muerto. Y si bien puede alegarse que los zombies de Apocalypse no son más que “carne de cañón” sí encontré algunos elementos nuevos como las prostitutas-zombies, los inquietantes niños-zombies y el cura que alimenta a su hermana-zombie con cadáveres (en Braindead de Peter Jackson el protagonista alimenta a los zombies pero no con humanos). También se agradece la presencia de Nemesis, algo así como un “super-zombie”, similar al Deathlock de Marvel.
La trama de la película más que al videojuego me recordó al clásico filme clase-b Escape de Nueva York de John Carpenter, una ciudad aislada convertida en prisión, un sujeto a ser rescatado a cambio de la libertad y la amenaza de una explosión atómica, todo condimentado con zombies de toda clase incluyendo a los clásicos (esos que se levantan de sus tumbas al más puro estilo Thriller de Michael Jackson).
American Splendor (2003): Esta es una película extraña, así como extraño puede parecer verla después de Resident Evil: Apocalypse. A diferencia de su predecesora (en el orden en que las vi) éste es un filme pretencioso, empaquetado desde un principio con esa odiosa etiqueta de cine-arte y obtuvo premios en el Festival Sundance y de Cannes, recibiendo tantos aplausos como abucheos Resident Evil.
American Splendor recurre a distintas técnicas narrativas y el resultado final es un pastiche que no pega ni junta. Siguiendo con las adaptaciones, American Splendor es una adaptación de la vida de Harvey Pekar y de su cómic homónimo iniciado en 1976 y publicado a partir de principios de los 1990s por Dark Horse.
La película comienza bastante bien, cinco niños pidiendo dulces en Halloween, la amable vecina que abre su puerta y les entrega golosina los felicita uno a uno por sus disfraces: <<aquí tenemos a Superman, y aquí a Batman y su sidekick Robin, y a Linterna Verde…>> Cuando llega al último niño, que no está disfrazado, le pregunta quien se supone que es: <<Soy Harvey Pekar, sólo un niño del barrio>> contesta el mocoso con una actitud de “entrégueme los malditos dulces o váyase al demonio”. Como la amable vecina parece no entender nada, el niño se aleja ante las burlas de los demás, arrojando su bolsa de caramelos al suelo y pateándola. Esto es sin duda lo mejor de la película y algo que en palabras del propio Pekar en los bonus “pudo haber pasado”, aunque sabemos que no fue así.
La película habría sido mucho mejor si hubiesen permitido a Paul Giamatti hacer su trabajo, es decir, representar a Pekar. El introducir al verdadero Harvey Pekar con fórceps en la película interrumpe la “suspensión de la incredulidad” con la que todo espectador se recubre antes de ver un filme y convierte al Pekar de Giamatti en una pálida imitación de su patético referente, sobretodo en lo que al footage de sus visitas al show de Letterman se refiere. Si bien el Pekar representado por Giamatti es un perdedor, un pobre diablo mediocre y fracasado, conserva algo de dignidad quijotesca, la que se va al cuerno cuando contemplamos al verdadero Pekar en sus intervenciones televisivas. Hay una escena incluso en que el Pekar de Giamatti y el actor que representa a su amigo “orgulloso de ser nerd” se retiran a descansar mientras los verdaderos discuten sobre los sabores de unos caramelos y sus correspondientes colores. Es cómo si los directores Shari Springer Berman y Robert Pulcini quisieran decirnos: “¡Mirénlos, estos freaks son reales, no los inventamos!”
Los intentos por emplear elementos de los cómics, por otro lado, están presentes, pero no son explotados en todo su potencial. En ese sentido la pésima película The Hulk de Ang Lee es mucho mejor en lo que a edición y montaje se refiere. Y si la intención de la película es “demostrarnos” que los cómics pueden ser inteligentes, maduros y tratar temas reales, pues esa es una batalla que hace tiempo se ganó con obras como Maus, Hate, etc.
Por último, la película falla en su retrato de Pekar como un perdedor, Pekar no es un perdedor, es un tipo que si bien tuvo un trabajo aburrido, trabajó, que fue amigo de artistas influyentes como Robert Crumb y que pudo hacer su cómic y convertirse en una figura mediática underground. Frente a todo eso yo sí que soy un verdadero perdedor, aunque por otro lado y medido con los estándares de otro puede que sea un hombre de éxito (aunque lo dudo).
Secret Window (2004): Lo primero que se me vino en mente al ver esta película fue otra adaptación de Stephen King al cine: The Dark Half dirigida en 1993 por la leyenda del cine de zombies, George Romero, así que hablaré primero de este filme.
De niño, a Thad Beaumont (Timothy Hutton) se le detectó un tumor cerebral que resultó ser los restos no-desarrollados de un hermano gemelo. Más de veinte años después Thad es un escritor exitoso casado y con dos hijos. Los libros que escribe con su nombre real son “literatura seria” pero para mantenerse escribe novelas violentas bajo el seudónimo George Stark. Cuando un chantajista lo amenaza con revelar su nomme de plumme, Beaumont sale del closet y “sepulta” a Stark, lo que desencadena una serie de asesinatos de los cuales el propio Beaumont es el principal sospechoso pese a que no tiene idea de lo que está pasando. El asesino es por supuesto George Stark, y la pregunta que se plantea es si Thad sufre de doble personalidad o acaso su doppelganger realmente ha tomado forma corpórea tras el entierro simbólico.
En lo que a adaptaciones fílmicas se refiere el nombre de Stephen King suele ser sinónimo de baja calidad con notables excepciones (como The Shining de Kubrik). Usualmente el Sr. King niega toda asociación con dichas películas como en el caso de Pet Sematary 2 y The Lawnmower Man, pero por otro lado y desconcertantemente tuvo un rol activo en una de las peores películas de 1992: Sleepwalkers. En ese sentido The Dark Half si bien no está a la altura de The Shining es bastante digna gracias al oficio de Romero y los actores principales.
En cuanto a Secret Window del escritor de guiones ahora convertido en director David Koepp (Jurassic Park, Panic Room, y Spider-Man), ésta película es tan similar a The Dark Half que hasta comparte un actor: Timothy Hutton (que de protagonista es reducido a secundario). La película está basada en el cuento Secret Window, Secret Garden que es una suerte de reelaboración que King hizo de The Dark Half en un momento en el que aparentemente estaba más escaso de ideas que nunca.
película está basada en el cuento Secret Window, Secret Garden que es una suerte de reelaboración que King hizo de The Dark Half en un momento en el que aparentemente estaba más escaso de ideas que nunca.
El protagonista es Johnny Depp, algo que podrá servir como gancho para el público pero que claramente atenta contra la credibilidad del filme. Y es que Johnny Depp ya es una “estrella” demasiado grande como para encarnar a otro personaje que no sea el mismo. Hace tiempo que dejé de creer en los personajes de Johnny Depp, aunque debo admitir que no ha caído en las bajezas de Robert de Niro, una patética caricatura de sí mismo interpretando a Travis Brickle perpetuamente hasta en fiascos como la película de Bullwinkle. Cuando veo una película de Johnny Depp pienso: “Ese es Depp de pirata, ese es Depp de escritor, ese es Depp de investigador psíquico” y lo que es peor, desde la Novena Puerta en adelante que el bueno de Johhny no deja de darme risa. Es como si tras Ed Wood todas sus películas fuesen comedias.
En Secret Window Johnny Depp interpreta al exitoso escritor Mort Raney. Tras descubrir a su esposa poniéndole los cuernos, Mort se recluye en su cabaña ubicada en uno de esos puebluchos boscosos que tanto gustan a King. Repentinamente es visitado por un tipo que se identifica como Jim Shooter (un John Turturro muy similar al predicador de Poltergeist II: The Other Side) que lo acusa de haberle robado su historia. <<You stole my story>> repite con su acento sureño cada vez que entra en escena. Pese a su negativa Mort compara las dos historias percatándose que son idénticas salvo por el final de Shooter, que según él es mejor. Todo este asunto no deja de ser preocupante para Mort ya que ha sido acusado de plagio en el pasado, pero su historia fue publicada antes que Shooter escribiera la suya, cosa que puede probar mostrándole la revista donde fue publicada la que está en su ex-casa, donde vive su ex-esposa con su amante. Entonces alguien mata al perro con un desatornillador, desaparece un vecino, se quema la casa, y muere más gente, todo a causa de la incompetencia de Mort por convencer a Shooter que no le ha plagiado. ¡Por supuesto que Mort no ha plagiado a Shooter!, ya que Mort es… Bueno, ya lo saben.
La escena que destaco de la película es la recreación del cuadro de Magritte que utilizamos como ilustración para el artículo de Sandra Leal Lo fantástico en el escenario de la vida (TauZero #4).
Lost in Translation (2003): He aquí una película que quise ver desde su estreno, por varias razones. La primera de ellas, porque estaba protagonizada por Bill Murray que ha sido uno de mis actores favoritos desde Ghostbusters, si bien su filmografía no es muy extensa ha estado presente en varias de las películas que más me han gustado como son El Día de la Marmota, Los Excéntricos Tennenbaum y Ed Wood. El papel que mejor realiza Murray es el de aquel tipo desencantado y aburrido de la vida, ese sujeto que está de vuelta de todo y que parece haber perdido cualquier seña de entusiasmo. Como señala Anton Bitel: <<Desde sus apariciones de mediados de los 1970s en Saturday Night Live, su expresión de resaca y martini-seco siempre lo hizo parecer de un cinismo más allá de sus años, y ahora que realmente es viejo, interpreta la crisis de la mediana-edad como si hubiese nacido para ello.>>
La segunda razón fue motivada por alguien que vio Lost in Translation y me dijo que me identificaría con Bob Harris, el personaje de Bill Murray, lo que fue totalmente cierto. La tercera razón consistía en ver a Murray cantando More Than This de Roxy Music, ya que sólo lo había escuchado en la radio aunque podía imaginarme perfectamente su expresión de derrota y hastío.
Lost in Translation de Sofia Coppola fue exactamente lo que yo esperaba que fuese y por lo tanto la sitúo dentro de mi lista de filmes favoritos de todos los tiempos. Ahora un poco de autorefencia de esa que tanto detesta el incompetente director de TauZero:
Estando en Inglaterra estudiando Arte & Diseño y llegado el fin del primer semestre, se organizó un viaje de estudios a Ámsterdam. Viajamos en bus, de noche, zarpamos en un enorme ferry desde un lugar llamado Felixtowe y finalmente llegamos a Holanda donde alojaríamos en el Hotel Lankaster. Estuvimos cinco días, durante los que a excepción de uno nunca me sentí más solo en toda mi vida.
Estaba inserto en un grupo de gente distante para quien no era más que el “extranjero” de procedencia indeterminada entre sus filas, en un país en el que a duras penas podía comprender lo que pasaba y cuyas peculiaridades y costumbres me eran tan extrañas como yo debía serlo para mis compañeros. Fui al Red Light District, miré boquiabierto a las chicas de las vitrinas pero sólo eso. Estuve en el Café Bob Marley y en el Café Pink Floyd pero no fumé marihuana, sólo tomé té. En el museo de Van Gogh me acerqué tanto a un cuadro para ver las pinceladas que comenzó a sonar una alarma y en dos segundos tenía un guardia encima, en las calles y cuando andaba con mis compañeros ingleses, yo era siempre a quien los traficantes se acercaban a ofrecer sus productos (incluso un tipo me pidió que le vendiera droga cierta ocasión que me quedé parado en una esquina más tiempo del requerido). Por las noches mis “amigos” se iban a beber o bailar y yo me quedaba en el dormitorio del hotel que compartía con dos de ellos. Sólo una vez me invitaron, durante la primera noche, ¿y a donde fueron?, a un pub inglés a beber one pint of lager y escuchar Queen y The Rolling Stones.
Al día siguiente me desperté completamente solo, mis compañeros de habitación no estaban. Bajé a desayunar y tampoco encontré a nadie, le pregunté al tipo de la recepción donde estaba todo el mundo y en un inglés más precario que el mío me explicó que se habían marchado en el bus a un paseo o algo así. “¿Por qué no estás con ellos?”, me preguntó. “nadie se molestó en despertarme”, le contesté. Así que regresé al bar-restaurant en busca de mi desayuno y fue entonces cuando la vi sentada en una mesa, bebiendo un jugo de naranja o algo por el estilo. Tenía rasgos asiáticos pero era británica, estaba acompañando a su padre que se encontraba en Holanda por asuntos de negocios y tras desayunar nos fuimos a recorrer las calles de Ámsterdam. Vimos muchas esculturas, desde los típicos bustos de próceres hasta las más vanguardistas, vimos un enorme molino, una estatua de piedra de un Tiranosaurio a escala natural y un galeón fuera del Museo Marítimo. Pasamos todo el día juntos, el mejor día de toda esa maldita semana, por la tarde nos despedimos y no la volví a ver nunca más. End of the story.
Collateral (2004): Hubo una película chilena que como suele ocurrir con todas las películas chilenas (espero que nadie me acuse de antipatriota por esto) no vi ni planeo ver: Taxi para Tres, que ganó un importante premio no sé donde. La premisa de éste filme era el “volante o maleta”, frase con la que ciertos delincuentes invitan al chofer de un taxi a participar del atraco previsto o meterse en el portamaletas a esperar que todo pase. El protagonista de Taxi para Tres elige “volante” y a partir de ese momento se desarrolla una estrecha colaboración con el par de criminales que lo involucran en sus fechorías hasta que estos descubren a Jesucristo y enmiendan sus vidas.
Bueno, la premisa de Collateral es parecida a la del filme chileno en lo que a un taxista obligado a convertirse en cómplice de actos criminales se refiere. La historia es bastante simple y va más o menos como sigue: Max (Jaime Foxx) ha sido taxista durante varios años en Los Angeles mientras espera ahorrar lo suficiente como para comenzar una compañía de limosinas. Max recoge a una pasajera con la que tiene “onda” que resulta ser una abogado (Jada Pinkett Smith) trabajando en un importante caso. Ella parece tener onda con él también y le deja su tarjeta. A continuación Max toma como pasajero al que parece ser un hombre de negocios elegantemente vestido, Vincent (Tom Cruise), quien le ofrece 600 dólares a cambio de llevarle a cinco distintas locaciones en L. A. donde atenderá sus reuniones de negocios. Y no nos habríamos enterado de cual era el negocio de Vincent si a éste en un inexplicable descuido no se le hubiese caído su primera víctima desde el cuarto piso y justo sobre el taxi de Max. A partir de ese momento el taxista es obligado a seguir con los planes del asesino a sueldo que contempla eliminar a cuatro sujetos más. Pronto la dupla tiene a la policía de Los Angeles, los Federales y a unos mafiosos tras ellos pero aun así Vincent se las arregla para cumplir con sus obligaciones, hasta que Max decide ponerse los pantalones y rebelarse.
No hay peor película para mí que aquellas que tienen potencial y se diluyen en una falsa promesa traicionándose a sí mismas. Prefiero una película mala que termine bien que una buena que termina mal.
xxMichael Mann no es el más prolífico de los directores, realiza una película cada tres o cinco años, pero sus filmes suelen valer la espera. No es el caso de Collateral, que pese a todos sus méritos falla estrepitosamente al recurrir a las manidas fórmulas hollywoodenses que uno francamente no espera de Mann. Tras una hora y media me sentí estafado, el Sr. Mann se burló de mí, me pasó gato por liebre y eso no lo tolero.
Resulta que la última potencial víctima de Vincent es justamente la bella abogado que ocupó el taxi antes que él y con la que Max tuvo “onda”, y a causa de eso es justamente que el taxista convertido en caballero de brillante armadura reúne el valor para enfrentarse al malvado asesino y derrotarlo para quedarse con la princesa que, además, es afronorteamericana como él (ya que a Hollywood no le gustan las parejas interraciales). Todos los otros testigos que Vincent elimina merecen morir porque son malos, el traficante latino menor, el abogado especialista en liberar a criminales, el oriental mafioso dueño de un club nocturno e inclusive el músico de jazz involucrado con la gente equivocada, todos menos la “bella abogado”. Ella es buena, no puede morir, ¿verdad?
La escena que rescato es aquella donde Max es obligado por Vincent a hacerse pasar por él frente al temible Felix (Javier Bardem). La metamorfosis de asustado cachorrito a fiero león que recita las mismas frases de Vincent es digna del oscar.
Dodgeball: A True Underdog’s Story (2004): No soy muy adepto a las comedias norteamericanas, a menos que Ben Stiller esté presente. Dodgeball (dirigida por un tal Rawson Marshall Thurber) no está a la altura de la hilarante Zoolander pero se defiende. Si en la película anterior Stiller hizo mofa del mundo del modelaje aquí su víctima son los gimnasios y la obsesión por mantenerse “en forma”. El sumamente vanidoso pero ingenuo y bienintencionado Derek Zoolander es reemplazado por White Goodman, igualmente vanidoso pero malévolamente ambicioso y vengativo. No sé si el Dodgeball sea un deporte que se esté practicando en Estados Unidos o cualquier otro lugar del mundo, pero sí seguramente sigue estando presente en los patios y gimnasios de los colegios. Cuando yo era un escolar jugaba bastante a una versión simplificada del Dodgeball que denominábamos “quemadas”. El juego consistía en “quemar” a los otros participantes de un pelotazo en cualquier parte del cuerpo, el quemado entonces cogía la pelota e intentaba a su vez conseguir un blanco que golpear. Por supuesto que este juego estaba diseñado para infringir dolor y era la perfecta oportunidad para que los sádicos hicieran de las suyas pero no recuerdo que nadie resultara herido, lo que no puede decirse de cuando jugábamos a Titanes del Ring (versión chilena de principios de los 1980s de la WWF), donde corrió harta sangre de narices y varias piezas dentales (aunque fuesen dientes de leche) fueron perdidas.
La película no vale la pena comentarla, es una completa idiotez que debe verse para disfrutarla. Sólo tengo una queja: Vince Vaughn, el actor que interpreta al antagonista de Stiller es el tipo más monótono y carente de entusiasmo que he visto en película alguna. Aburrido, inexpresivo, tieso, ha de haber sido el reemplazo de Owen Wilson que de seguro estaba ocupado en algún proyecto más “serio”.
Chronicles of Riddick (2004): La última película que vi durante mi ciclo de DVDs rentados y la única que podría considerarse auténtica ciencia ficción (que es el género que principalmente atañe a TauZero despues de todo).
No tenía mayores expectativas con este filme (a diferencia de Lost in Translation, por ejemplo) por lo que me agradó bastante pese a ser un flagrante refrito de varias otras cintas de acción, fantasía y cf (o tal vez a causa de ello). A estas alturas de mi artículo ya estoy algo cansado, por lo que me excusarán si recurro a una cita al comentario de Joaquín R. Fernández en la revista de cine La Butaca como introducción a mi crítica:
<<Más de cien millones de dólares es lo que se ha gastado la Universal en una película que pretende ser una continuación de otra que en su día recaudó poco más de cincuenta en las carteleras de todo el mundo (si bien en aquella ocasión su presupuesto era cinco veces menor que el de su secuela). Y es que Las Crónicas de Riddick toma al personaje más carismático de Pitch Black, aquella entretenida cinta de David Twohy que, al carecer de pretensión alguna, no molestó a casi nadie, y lo introduce en un mundo más vasto y pretencioso, transformando una pequeña obra de culto (o eso es lo que afirman algunos) en toda una superproducción de Hollywood.>>
No vi Pitch Black y ninguna película de Vin Diesel antes de Las Crónicas de Riddick. Por supuesto que estaba al tanto del asenso de Diesel como el nuevo héroe de acción llamado a ocupar el sitio vacante dejado por Schwarzenegger, Stallone y Bruce Willis (¿alguien recuerda a Jean Claude Van Damme?), aunque me sorprende que haya derivado tan pronto a las comedias familiares. Schwarzenegger, por ejemplo, hizo varias competentes películas de acción antes de derivar en este odioso género con filmes como Twins y Kindergarden Cop.
No voy a extenderme en la trama de Las Crónicas de Riddick ya que me parece un ejercicio mucho más interesante deglosar las influencias/citas/plagios/tropos que se articulan en ella, limitándome sólo a otras películas y series de televisión:
Superman: Riddick es el último miembro de una raza que ni el mismo conoce (aunque como suele ocurrir en estos casos no es del todo cierto, recordemos Superman II).
Dragon Ball Z: Lord Marshall, el poderoso líder de los Necromongers, teme a la profecía según la cual un Furian será quien lo derrote, razón por la cual destruye a toda esa raza, aunque conserva a unos cuantos a su servicio. Freezer, poderoso líder de una coalición de alienígenas dedicados a conquistar y vender planetas teme a la profecía según la cual un Saiyayin será quien lo derrote, razón por la cual destruye a toda esa raza, aunque conserva a unos cuantos a su servicio.
Duna: La estética de los Necromongers es muy similar a la del filme de David Lynch. Los Elementales son una suerte de Bene Gesserit y la lucha final entre Riddick y el Lord Marshall en el salón del trono es idéntica a la de Paul Atreides y el sobrino del Barón Harkonnen.
Conan: Inadvertidamente y agotado tras la lucha, Riddick se sienta en el trono del Lord Marshall convirtiéndose así en el líder de los Necromongers cuya máxima es: “Puedes conservar aquello que matas”. La pose y actitud meditativa de Riddick es igual a la de Schwarzenegger al final de la segunda parte de Conan.
Star Trek: Toda la secuencia en el planeta prisión Crematoria es muy similar al cautiverio del Capitán Kirk y el Dr. Bones McCoy en un gélido mundo Klingon. Los feroces perros con disfraz de los Klingons son reemplazados en Las Crónicas de Riddick por unos felinos escamosos generados por computador.
Escena destacable: El sacrificio del Purificador, un tipo que creíamos el más fundamentalista de los Necromongers resulta ser un Furian como Riddick.
© 2005, Sergio Alejandro Amira.
Lucas y la ansiedad de la influencia
por Sergio Alejandro Amira
La Guerra de las Galaxias o Una nueva esperanza (A New Hope) se estrenó el 25 de mayo de 1977 en los EE.UU., no tengo idea cuanto tardó en llegar a Chile ya que en aquél tiempo las películas se tomaban su buen tiempo en ser estrenadas por estos lares (hoy en día pareciera que eso sólo ocurre con la filmografía de David Lynch), pero creo haber contado con seis años cuando la vi por vez primera en el cine junto a mi abuelo. A continuación mis recuerdos entran en una nebulosa hasta 1980 y el estreno del Imperio Contraataca, junto al cual llegaron los anhelados juguetes. Recuerdo muy bien un helado de Savory llamado Láser junto al que te daban un sobre con láminas de los personajes para pegar en un póster y si te salía una premiada te ganabas el Halcón Milenario, un At-At o un Alas-X. Comenzó así mi compulsiva exigencia a mis padres por que me compraran las action-figures de Star Wars, lo que se prolongó hasta El Regreso del Jedi.
Cómo las figuras del primer episodio no llegaron nunca a Chile me sentía frustrado al no poder adquirir varias de las que aparecían al reverso de las cajas, sobretodo las de los alienígenas de la cantina de Mos Eisley como Hammer-Head. Con el tiempo llegué a poseer prácticamente toda la colección de action-figures tanto del Episodio V como el VII incluyendo el Slave-1, la nave de Bobba Fett y su Han Solo congelado en carbonita. Recuerdo que mi figura favorita era la del Almirante Ackbar, y lo mucho que me frustré cuando un “amigo” hurtó la insignificante vara que tenía por todo accesorio el Calamari (después recuperé el adminículo, luego que varios niños fuimos a protestar frente a la casa de éste ladrón de juguetes).
Conservé mi colección de Star Wars hasta los doce, cuando la vendí con todo y nave de Bobba Fett a un compañero de curso. ¿Qué hice con ese dinero? La verdad es que no lo recuerdo pero no debe haber sido nada que pudiese equiparar la pérdida de esa colección.
Para cuando tenía 13 años olvidé a Star Wars por completo.
Luego vinieron un par de olvidables películas protagonizadas por los ewoks que me vi obligado a ver por culpa de mi hermana menor, el vergonzoso especial navideño que vi por la tele y supe de la existencia de una serie de dibujos animados protagonizada por los peluches de la Luna de Endor y otra por C3P-O y R2D2, pese a que nunca seguí ninguna parecían del todo infantiles y olvidables (en esa época me parece que alucinaba con las aventuras del Agente Cobra y las voluptuosas figuras de Sabrina y Samantha Fox que cantaba Touch, touch me, I wanna feel your body).
Corte a: 1997, creo, y la reedición de la Trilogía original como preámbulo para La Amenaza Fantasma estrenada en mayo de 1999. Se reactiva mi interés por Star Wars justo cuando ingreso al Magíster en Artes Visuales de la Universidad de Chile, para el curso de Metodología de simbolización Social escribo un paper donde menciono a Han Solo, Chewbacca y el Halcón Milenario, obtengo la calificación más alta (gracias, Federico).
Voy al estreno de La Amenaza Fantasma junto a gran parte de mi familia y salgo tan o más decepcionado como ellos (incluyendo a mi hermano menor que nada sabía de los episodios anteriores). La verdad es que más que decepcionado salí enfurecido, ¡cómo podía Lucas hacernos esto a los fans! Bueno, técnicamente yo no era un fan, pero me sentía igual de decepcionado (¿o acaso los fans no se defraudaron? La verdad es que nunca conocí alguno).
Sin lugar a dudas lo más defraudante de la película fue que no lograra brindarnos ni un solo personaje memorable como la primera, un lenguaraz y forzadamente amistoso Jar Jar Binks no le llegaba ni a los talones al gran Chewbacca, dotado de menos locuacidad pero de mucha más “presencia escénica” por decir lo menos. Y si de hablar poco se trata, Darth Maul se llevó el premio como un pobre sucedáneo de Vader por más sable-láser doble más piruetas que desplegara. Otro personaje que al igual que el anfibio Gungan había sido forzado hasta los límites del ridículo en su caracterización, si solo le faltó una cola terminada en flecha y las patas de chivo al oscuro Sith para ser la personificación más cliché de Satán. ¿Y que es eso que Darth Vader construyó a C3-PO? ¡Por favor, Lucas, está bien que quieras atar cabos pero ésta no es la forma! También me defraudó Yoda ya que el títere se veía más falso que el de El Imperio Contrataca y, además, le agregaron unas estúpidas patillas. Lo único memorable además de volver a encontrarme con Natalie Portman tras esa película con Jean Reno donde veía a los Dinobots en la tele fue el personaje del Senador Palpatine, que alguna gente cercana a mí (muy para mi sorpresa) nunca sospechó que era Darth Sidious. El actor escocés Ian McDiarmid logró dotar al Emperador en El Regreso del Jedi de una maldad que hacía que Vader pareciera un cachorrito y considero memorable y digno de aplaudir su desempeño en la nueva trilogía, tanto en su rol de benévolo canciller Palpatine como en el del oscuro Darth Sidious. Aunque no lo crean para mí fue más emocionante ver a McDiarmid convertirse por fin 100% en el Emperador que a Hayden Como-se-llame en un Darth Vader tan escuálido comparado al de David Prowse como resultó ser Chewacca al lado de los corpulentos wookies (aunque me agrada el pensar que Chewie fuese un debilucho enclenque de su raza, eso explicaría porqué andaba de mascota del perdedor nº1 de la galaxia –pero que al final se queda con la princesa, sí).
Con un precedente tan malo no es de extrañarse que El Ataque de los Clones me haya gustado tanto, lo extraño es que con el tiempo y a medida que veía una y otra vez La Amenaza Fantasma por el cable cada vez me desagradaba menos (incluso llegué a saltar de emoción cuando vi a dos ETs en el senado de la república por vez primera).
Ahora bien, como ya he confesado nunca me documenté de material anexo a las películas mismas, a excepción de las novelizaciones de la trilogía original que leí a partir de los 11 años, las cuales no estoy seguro a cargo de quien estuvieron pero que aportaban algunos datos extras que a la larga resultarían incoherentes (recuerdo muy bien cómo en la novela del Episodio IV se decía que Jabba había perdido el cabello a raíz de una “mezcolanza de enfermedades”), por lo que no se cuanto de ese enorme universo repartido entre novelas, cómics y videojuegos tomó en cuenta Lucas para la precuela (según Juan Carlos Sánchez, nada). Hablo por lo tanto desde mi ignorancia de no-fan pero sí desde el sentido común.
En El Ataque de los Clones me pareció genial la idea que los aludidos clones fueran los stormtroopers. Que el ejército de la república estuviese compuesto de clones de Jango Fett y que Bobba, a su vez, fuese un clon de éste, me pareció un tanto ilógico. ¿No podrían los estilizados y tecnológicamente superiores Kaminoanos crear un humano perfecto como el Adam Kádmon hebreo en vez de hacer duplicados del maorí Temuera Morrison?
Y si bien me encantan las criaturas alienígenas, ¿no era la escena del coliseo romano una especie de intento por sacar partido al resucitado género “peplum” traído a nosotros por Riddley Scott? (a quien parece la cf ha perdido para siempre, por lo demás).
Y sí, eso de Conde Dooku para el actor más recordado por interpretar al Conde Drácula después de Bela Lugosi me pareció más que un homenaje una obviedad tan sosa como el cura Tomas Aquinas de esa impresentable película donde Schwarzenneger harto de Depredadores y Terminators lucha contra Satán.
Lo mejor lejos: Yoda luchando con sable láser aunque se asemejara más bien al Zooboomafu en esteroides.
Y llegamos finalmente a La Venganza del Sith. Luis Saavedra se consiguió la adaptación al cómic de la película y tras una breve ojeada me dije a mi mismo “si éste cómic es sólo un resumen de la película va a ser la mejor de las seis”.
Tras verla puedo asegurar que al menos, es la mejor después de El Imperio Contraataca, mucho más sutil que éste espectáculo de pirotecnia e incluso gore.
Estoy de acuerdo con todo lo que elocuentemente expone Juan Carlos en el primer artículo de éste especial. Sobretodo en lo que se refiere a la “compasión” y el “amor” en los Jedis. …la idea de controlar la emotividad se contradice en numerosas ocasiones como en la primera parte con el furioso ataque de Obi Wan a Darth Maul luego que éste matara a su maestro… O como en la primera vez que vemos ser usado un sable láser en la cantina de Mos Eisley. De acuerdo, el doctorcillo ese y su amigo cara-de-morsa estaban molestando bastante a Luke, Obi Wan amablemente les pidió que desistieran, pero en vez de un comando psíquico (como el dado a los stormtroppers minutos antes) o uno de esos golpes telekinéticos con la palma abierta el viejo Obi Wan opta por su espada para mutilar a los malosos, supongo que principalmente para advertirles a los demás alienígenas que no se metan con ellos, aunque a nadie parece importarle mucho de cualquier forma.
La pregunta es ¿Era necesaria tanta brutalidad? Claro que sí, para que viéramos que el vejete era cool y que la espada podía servir como algo más que una linterna, pero en términos argumentales, no se justifica como no se justifica nada de lo que compone la filosofía pseudo New Age de los Jedis.
Hay una escena entre Yoda, el insoportable Mace Windu y Obi Wan donde se habla de la profecía aquella del “elegido” que supuestamente sería Anakin, “el que traería equilibrio a la Fuerza”. “Una profecía mal interpretada podría ser” dice Yoda y puede que sí, desde el punto de vista de los Jedis, pero no del mío a menos y disculpen el egocentrismo pero sólo puedo hacerme cargo de mis palabras.
Anakin efectivamente trajo aquel anhelado balance a la Fuerza, exterminando a la absurda orden Jedi en el Episodio III y a los Sith (con la ayuda de Luke) en el Episodio VI. Ese era el equilibrio que se necesitaba, que tanto Jedis como Sith se desvanecieran para siempre. Estoy seguro que no es así en los cientos de novelas y cómics posteriores a El Regreso del Jedi, pero confío en que Luke no fundó ninguna academia Jedi tras la muerte de su padre o que si efectivamente lo hizo, se trató de una nueva orden que combinaba lo mejor de ambas escuelas que según las propias palabra de Palpatine “no se diferenciaban prácticamente en nada la una de la otra”.
Antes de concluir debo quebrar una lanza por Luke. Jorge Baradit asegura que aquellos que …en el futuro vean la saga en orden no van a entender muy bien por qué a partir del capítulo IV se le dan tantos minutos en pantalla a ese pendejo rubio medio gil, cuando lo realmente interesante está detrás de esa máscara negra. Cabe notar que el pendejo rubio medio gil no tuvo un entrenamiento formal de Jedi en una Academia como su padre (¡que ya era considerado viejo para ser un padawan a los seis años!). Luke comenzó a entrenarse tardíamente, a la muy avanzada edad de 18 años que es lo que supongo el personaje tenía al momento de encontrarse con Obi Wan. ¿Y cuanto lo entrenó Obi Wan? Lo que toma el viaje en Halcón Milenario a la velocidad de la luz desde Tatooine hasta Alderan. Antes de partir a Dagobah a entrenar con Yoda suponemos que Luke ha sido un autodidacta, luego, cuando Yoda deja de hacerse el payaso cuanto tiempo lo entrena, ¿una semana? Y eso sería todo hasta que Luke aparece en el Palacio de Jabba demandando se le entregue a su amigo Han. ¿Se imaginan lo que éste “pendejo rubio” habría logrado con un entrenamiento Jedi formal? Y no dejemos de lado que acometió la mayor hazaña de todas, no cayó en el lado oscuro y venció al Jedi y Sith más poderoso de todos y más aún, como bien dice Jorge, lo redimió. Porque Anakin en esos últimos minutos de vida se ha arrepentido del camino doloroso al que fue empujado por los incompetentes Jedis y el astuto Emperador, y guste o no, desde un prisma cristiano y pese a ser el responsable de la muerte de miles y millones (incluyendo los pequeños padawans del templo y los hijos y mujeres de los moradores de las arenas) el “maligno” Darth Vader se arrepiente y todos sus pecados son perdonados al punto que se sitúa a la derecha en aquella Santa Trinidad Jedi compuesta por el Padre (Yoda), el Hijo (Anakin) y el Espíritu Santo (Obi Wan). Después de toda esa amalgama mitológica (que se comprende aún mejor tras leer El héroe de los mil rostros de Joseph Campbell), Lucas termina con una referencia cristiana que también sitúa al principio de la hexalogía al señalar que Anakin ha sido concebido por los midiclorianos que son la fuerza misma o el “dios” de este aparente universo ateo.
Por último cabe agregar que no encuentro necesariamente negativo el basarse, copiar, inspirarse, homenajear o dejarse seducir por eso que Harold Bloom denominó la “ansiedad de la influencia” (claro ejemplo de ello es el general Grievous, sospechosamente similar al Alcaudón de Dan Simmons y al Hierofante del juego House of the Dead 2 a un mismo tiempo), lo que importa es que de aquello emerja algo que pese a todo tenga un sello propio y cierta honestidad y coherencia, algo que la nueva trilogía de Star Wars, pese a sus muchos aciertos, no posee. De todas maneras me quedo con Las Guerras Clones de Tartakovsky.
por Sergio Alejandro Amira
Larva y la niña de Mermeroth
por Sergio Alejandro Amira
Él siempre se alzaba sobre todos, matando con sus dos lunaris ensangrentados, degollando al enemigo, ya fuesen humanos, elfos o enanos. Nada ni nadie podía contenerle… ni tan siquiera los grandes señores del cielo.
–David Mateo–
1
Larva se paseó entre los despojos de los ejércitos caídos contemplando cómo la carne de aquellas débiles criaturas era reclamada por la hambrienta Arankandas. Como vasallo del Abismo, él jamás sería reclamado por la Dama Blanca.
Larva contempló una vez más el solitario valle y fijó la vista en un andrajoso estandarte con el árbol de profundas raíces que tanto odiaba. Aparentemente él era el único ser vivo tras la furia ígnea desatada por el Karkang, aquel volcán que le había apresado en su útero de fuego devorando su carne tan rápido cómo ésta se regeneraba. Fueron días, semanas, eones los que transcurrieron para Larva en aquel estado de no-muerte tan similar a su propia existencia, sin embargo.
Sus dos corazones latían sosegados tras el enorme esfuerzo que significó escapar al magma que le mantenía cautivo. Tranquilamente Larva se desplazó entre los cadáveres de sus compañeros de armas y enemigos, entre las carcasas de los caballos gigantes y bulugbars, y entre los orgullosos dragones que pese a su gran poder habían caído como moscas ante la furia de los Señores Oscuros, ante la furia del propio Larva que había destruido a un gran blanco antes de ser engullido por el Karkang.
Sólo entonces fijó Larva su pensamiento en los lunaris. Los había perdido y sin ellos se sentía más desnudo que despojado de su armadura del yagath, forjada al inicio de la Oscuridad.
Uno de los lunaris se hundió en el Karkang junto al gran blanco, incrustado en la nuca de la bestia, pero el que utilizó para mutilar uno de los ojos del dragón había caído fuera del volcán y le aguardaba en algún sitio de aquella alfombra de cadáveres y armas rotas. Larva cerró sus ojos de pez y percibió las débiles vibraciones de la hoja diamantina que llamaba a su amo. Algo la sujetaba, algo vivo… él no era el único sobreviviente después de todo.
En la rivera del Zoj encontró a uno de sus antiguos camaradas contemplando el lunaris como si fuese un trofeo.
–¡Larva! –exclamó la criatura–, pensé que habías muerto, vi cómo caías al interior del Karkang combatiendo a ese blanco…
–El Supremo ha desaparecido –contestó Larva escuetamente.
–Sí, su esencia nos ha abandonado, es cómo…
–Tienes algo que me pertenece –interrumpió Larva. La criatura de seis brazos (tres de los cuales había perdido en combate) le entregó el cuchillo. Larva cerró su mano sobre la empuñadura y sintió como regresaba a él toda la ira que durante semanas y cuentas le había mantenido vivo. Llevó la hoja hacia su pecho clavándola en su corazón izquierdo y luego describió un amplio arco hacia delante que cercenó la quiróptera cabeza del guerrero.
Larva decidió que no se marcharía del campo de batalla hasta cerciorarse que no quedaba nadie vivo. Él sería el único sobreviviente de aquella histórica contienda.
2
Desde el extremo austral de Ashgord hasta las costas bañadas por el mar del Olvido, Larva no halló sobreviviente alguno, pero sí un navío rezagado, a punto de zarpar. Sigilosamente abordó el barco y dos cuentas antes que arribara a puerto mató a toda la tripulación y dejando atrás el Olvido, se zambulló en las cálidas aguas del océano Virgen, nadando hacia una playa solitaria lejos de Yenyirob, la capital. El último barco de guerreros en regresar a Zánjila sería recibido por sus viudas y huérfanos. ¡Cuánto daría Larva por contemplar las expresiones de horror en aquellas caras al ver los cuerpos mutilados de sus héroes!, pero debía actuar con cautela. Necesitaba una armadura, no era digno de un guerrero como él andar desnudo y sería más fácil conseguirla en un villorrio.
Larva se guió por su olfato y pronto halló el sendero hacia una ciudadela de horticultores que abastecían con sus granos y frutos a la capital. En el camino se topó con dos hombres montados a caballo, sucios tramperos a juzgar por sus apariencias. Una veloz estocada a la izquierda, otra a la derecha y las cabezas de los caballos cayeron al suelo antes que sus cuerpos y jinetes. Cuando estos intentaron ponerse de pie fueron cercenados en dos a la altura del torso por el lunaris. Larva seguía siendo el mejor, de eso no cabía duda.
Atardecía en aquel inmundo villorrio conocido como Mermeroth y al parecer todos sus habitantes habían abandonado sus casas, Larva se topó con el cuerpo sin vida de un mendigo andrajoso y le arrebató su apestosa túnica.
A medida que Larva, encogido para aparentar la estatura de un humano, avanzaba por una estrecha avenida que desembocaba en la plaza central comprendió el porqué de la ausencia de lugareños. Todo el pueblo estaba reunido allí en medio de una bulliciosa algarabía. Larva espió sobre las cabezas del gentío y vio en medio de la plaza una plataforma sobre la cual se hallaban tres sujetos. Uno de ellos estaba atado a un poste, el de la izquierda era un tipo obeso con una tea en la mano y una capucha que le ocultaba el rostro, el de la derecha era sin lugar a dudas el cacique del pueblo, un individuo delgado de cabello rojo y lujosas prendas.
-En virtud de mi derecho y obligaciones como cacique de la comarca de Mermeroth –exclamaba a todo pulmón el cacique– decreto que el ciudadano Bigardo Tejar sea quemado vivo en la hoguera en represalia a las ofensas que prodigó contra mi persona en la Taberna de Saa-Dreva.
Larva examinó el rostro del condenado y se sorprendió al ver que no reflejaba temor alguno. El sujeto tenía una boca ancha y unos ojos saltones algo más separados del tabique nasal que el común de los humanos. Su cabello era casi gris y lucía un cuidado bigote sobre su boca de batracio. Bigardo Tejar más que atemorizado parecía divertido, incluso cuando el cacique bajó de la plataforma y el verdugo le prendió fuego a las ramas secas que rodeaban el poste al cual estaba atado.
Las llamas y el humo comenzaron a envolver al infeliz pero éste, en vez de gritar, comenzó a reír estrepitosamente. De pronto su cuerpo se encendió por si sólo como una antorcha, y se elevó disparado hacia el cielo, perdiéndose entre las nubes.
–¡Un elemental, era un elemental! –vociferaba la muchedumbre conmocionada.
–Un surtur –dijo Larva con su rasposa y grave voz sin percatarse que había atraído con ello la atención de quienes le rodeaban.
–¡Otra criatura mágica! –gritó alguien dando inicio al caos.
La noche encontró a Larva de pie en medio de la plataforma de ejecución rodeado de una cincuentena de cadáveres que, además de los aldeanos, incluían al verdugo, el cacique y su guardia personal. Mermeroth se hallaba desabitada, todos aquellos lo suficientemente inteligentes o cobardes huyeron en cuanto se desató la carnicería.
Larva penetró en el palaciego hogar del cacique y se sentó a su mesa para degustar el gran banquete que sus cocineros le habían preparado para después de la frustrada ejecución. Una vez saciado su apetito, recorrió las estancias hasta dar con la sala de trofeos donde encontró una armadura que, si bien no podría compararse a la que había perdido en la gran batalla, serviría por el momento.
Larva vistió el velmex casi hecho a su medida y se colocó la lóriga de escamas para luego continuar desde los pies hacia arriba con los escarpes, las esquinelas, los grebones, quijotes, rodilleras y musleras. Escarcelas, manoplas, sobrecodales, guardabrazos, ristre, peto, bufa y hombreras completaron su atuendo. No encontró ningún yelmo como el suyo, que tan bien imitaba sus rasgos faciales, por lo que decidió no emplearlos. La noticia de su llegada a Mermeroth pronto traería toda clase de enemigos con los cuales luchar. Pero Larva ya estaba aburrido de pelear con humanos tras enfrentarse a seres mucho más poderosos. Lo mejor sería buscar un caballo, si es que quedaba alguno, y marcharse de aquel sitio.
Mientras abandonaba la sala de armas, su agudo oído detectó un leve respirar entrecortado proveniente del segundo piso. Subió pesadamente las escaleras y con cada paso que daba oía como esa respiración se agitaba más y más. Entró en los aposentos del cacique muerto y con una sola mano volteó la cama. Bajo ella se ocultaba una niña de unos nueve años, cabello rojo, ojos verdes, probablemente hija del cacique. La pequeña estaba asustada, “pero no tanto como debiera” pensó Larva alzando el lunaris. La niña cerró los ojos y comenzó a llorar desesperadamente.
¿A eso se dedica ahora el Poderoso Larva?, ¿a asustar niñitas? –escuchó el guerrero sin la mediación de sus oídos.
–¿Quién eres? –preguntó.
Deja en paz a esa niña y te lo diré. Sal a la plaza, allí estoy esperándote.
Larva emergió a la plaza pero no vio nada más que los cuerpos sin vida de sus víctimas.
–¿Dónde estás?
Aquí –dijo la voz.
Larva le vio entonces, o mejor dicho no le vio. Percibió su ausencia, el vacío provocado en la atmósfera que le rodeaba, algo muy sutil para los ojos de criaturas menores como elfos y humanos pero que para él era evidente.
–Rubb –dijo Larva– ¿te envía Yeresath?
El Cambiante ya no existe, criatura estúpida
–No puede ser…
El Culebril está muerto, cómo deberías estarlo tú, pero a ti no se te puede matar, ¿no es cierto?
¿Era eso una pregunta o una aseveración? Larva sabía que era un hueso duro de roer, pero de ninguna forma inmortal.
Cómo no puedo matarte serás exiliado, ya no tienes cabida en el Nuevo Orden, Larva. Eres una reliquia de un pasado extinto, ¡Yo, mesástatas del tiempo te expulso de la vieja Argos!
Dicho esto se abrió a espaldas de Larva una boca similar a un tornado que lo engulló por completo.
El Blanco Velo del Olvido ha sido dispuesto –sentenció Rubb.
3
Larva arribó a su lugar de destino en medio de un caos generalizado. Era de noche al igual que en Zánjila, pero el ambiente era húmedo y algo más caluroso. Larva estaba de pie en una plataforma similar a la plaza de Mermeroth, pero unas veinte veces más grande. Había mucha luz proveniente de las esquinas del cuadrilátero, estructuras metálicas similares a troncos de árboles coronadas por rectángulos luminosos. Sobre la cabeza de Larva sobrevolaban criaturas voladoras que asemejaban ser de metal, no, eran máquinas con aspas rotatorias que las mantenían en el aire. Desde dos de las esquinas de la plataforma se erguían unas estructuras que conformaban una especie de pirámide con algo similar a un tonel de cerveza en el medio. Todo era muy extraño para Larva que no sabía cómo reaccionar.
Finalmente decidió descender de la plataforma pese a que los potentes focos prácticamente lo cegaban. Halló unos peldaños y bajó los ocho metros que lo separaban del suelo. Al parecer había acontecido otra batalla ya que por lo menos una docena de cadáveres, ataviados de uniformes de tela y extraños armamentos, yacían esparcidos por todas partes. Sin mediar aviso alguno se posó sobre uno de los cuerpos algo similar a una pantera humanoide, con grandes alas emplumadas y amenazadores colmillos. Larva no le dio tiempo de reaccionar a la criatura y arrojó el lunaris. Cuando el cuchillo regresó a su mano la cabeza del animal yacía en el suelo.
–¡Freeze! –escuchó gritar Larva en un idioma que no comprendía para verse rodeado luego de humanos en atuendos y con armas similares a las de sus compañeros caídos. Larva se aprestó a combatir pero de pronto sintió su cabeza muy pesada, cómo si un gnomo se hubiese sentado sobre ella.
AQUÍ NADIE HABLA LA LENGUA DE ILINDIS, LARVA, PERO PUEDO ASEGURARTE QUE NO SOMOS TUS ENEMIGOS
Dijo una voz dentro de su cabeza en una comunicación similar a la que mantuviese en Mermeroth con Rubb, aunque mucho menos sutil.
–¿Qué eres? –preguntó Larva–, ¿un dios acaso?
NO, PERO TAMPOCO SOY HUMANO. QUEDATE QUIETO ALLÍ Y ME VERÁS
Larva decidió obedecer ya que las armas empuñadas por esos humanos a todas luces parecían cañones miniatura que fácilmente podrían penetrar su coraza de metal. Si bien Larva podía regenerarse el recibir heridas no era algo que le agradara precisamente.
Tras unos segundos el semicírculo de soldados se abrió y una especie de cruza entre tanque y pecera se plantó frente a Larva. En el interior cristalino nadaba un pez de gran tamaño similar a las feroces bestias marinas del Mar del Olvido. La criatura poseía una estilizada forma de torpedo con una pronunciada aleta dorsal y una gran boca plagada de afilados dientes triangulares dispuestos en su mandíbula en varias filas ligeramente inclinadas hacia el interior. Larva estimó que el pez medía unos seis metros de longitud y debía pesar unos 1200 kilogramos.
–¿Eres el líder de estos hombres? –preguntó Larva.
SÍ, MI NOMBRE ES BARDO, Y TENGO UNA PROPUESTA QUE HACERTE
–Primero que nada demando saber donde me encuentro –dijo Larva.
ESTÁS EN EL PLANETA TIERRA, EN EL CONTINENTE AMERICANO, EN LOS PANTANOS EVERGLADE DE FLORIDA DONDE HACE DOS AÑOS DESCUBRIMOS SE ENCUENTRA LO QUE HEMOS DENOMINADO EL EJE DE LAS REALIDADES O NEXUS, ESTÁBAMOS INTENTANDO ENVIAR UNA MANZANA A TRAVES DEL PORTAL, LA MANZANA DESAPARECIÓ Y EN SU LUGAR LLEGASTE TÚ EN MEDIO DE UNA EXPLOSIÓN QUE MATÓ A QUIENES ESTABAN MÁS CERCA DE LA PLATAFORMA
–Éste no es mi mundo.
NI TAMPOCO TU UNIVERSO, ESA ES LA RAZÓN POR LA CUAL PUDISTE HACER LO QUE NADIE JAMÁS HA LOGRADO, MATAR A UN ARCÁNGEL
–La criatura alada que decapité, imagino.
SÍ, HASTA EL MOMENTO NADIE HABÍA CONSEGUIDO INFRINIGIR DAÑO ALGUNO A LOS ARCÁNGELES, NO SE TRATA DE TU ARMA SINO DEL HECHO QUE TÚ LA EMPUÑES, PODRÍAS ELIMINAR A LOS MENSAJEROS DE DIOS CON UN SIMPLE TENEDOR O TUS PROPIAS MANOS SI QUISIERAS
–Mensajeros de Dios, ¿Cuál dios?, ¿Miles Der Vand?
NO, NINGÚN DIOS QUE TU CONOZCAS NI AL QUE TENGAS QUE RESPONDERLE, SÉ QUE ERES UN MERCENARIO POR LO QUE TE OFREZCO UN TRATO, DESHASTE DE CIERTOS ENEMIGOS DE MI NACIÓN Y TE REGRESARÉ A TU MUNDO, A LA VIEJA ARGOS
4
Habían transcurrido tres años desde que Victorino se había transformado en el primer acólito, el primero de los Doce y legendario guardaespaldas de Constanza la mesías, que si bien había ganado bastante estatura, seguía poseyendo rostro de niña y cuerpo de muchachito a sus doce años y medio. Esa noche Constanza se hallaba reunida con sus discípulos al interior de una vieja cabaña en lo que alguna vez fueran los amplios dominios boscosos de Warren Kettenmann. La casa pertenecía a una anciana que había muerto dos días antes de un paro diabético, demasiado vieja como para resucitarla. Constanza y los suyos la dejaron bajo un árbol sobre un trozo de tela carmesí que ella misma guardaba para dichos efectos y decidieron quedarse unos días en su casa, que contaba con una despensa llena de alimentos y una gran chimenea de piedra.
A Victorino le habían seguido cuatro acólitos más, todos vueltos a la vida por Constanza para convertirse en sus apóstoles. Felipe fue el segundo y lo encontraron colgando de una soga que pendía de la rama de un árbol, no había intentado suicidarse, como explicó, sino que fue asesinado por su esposa y su amante. El tercer resucitado fue Matías, de dieciséis años, a quien un granjero disparó tras encontrarlo en su predio robando naranjas. La cuarta fue Romina, degollada y violada por un infeliz que el pueblo se encargó de linchar. El quinto fue Gustavo, corneado hasta la muerte por una enloquecida vaca.
Todos estaban sentados en la posición del loto rodeando a su mesías quien les hablaba del futuro por venir. Victorino notó de inmediato el cambio de expresión en el rostro de la jovencita, poniéndose de pie de un salto.
–¿Viste algo Constanza? –le preguntó.
–Sí, una cosa similar a un perro se asomó a la ventana durante unos segundos –explicó la niña.
–Ha de haber sido un perro muy grande para alcanzar la ventana, será mejor que vaya a ver –opinó Victorino mientras vestía su cazadora y salía al exterior.
Larva esperaba oculto tras los matorrales, Bardo le advirtió que Victor Ur era el único acólito que podía significar un verdadero desafío, y le aconsejó matarlo tras acabar con la niña. Bardo estaba al tanto que Ur abandonaría la cabaña por cerca de diez minutos, el escualo poseía cierta habilidad limitada para predecir eventos futuros y presumía haber contando con mayores poderes aún antes que su cerebro fuese cambiado de cuerpo tras recibir un ataque combinado de Ur y la muchachita. Bardo ya no podía mover personas como piezas de ajedrez alrededor del mundo, por lo que Larva había viajado en uno de esos aparatos mecánicos voladores que tanto le desagradaban.
Una vez que el fornido Ur se internó en el bosque, Larva ataviado de su armadura mermerothide destrozó de una patada la puerta y con unos cuantos movimientos de su letal arma desmenuzó a los inmortales esparciendo sus miembros y trozos cercenados en un baño de sangre. Luego avanzó hacia la muchacha que estoica y salpicada de rojo lo esperaba de pie en medio de la sala.
Su rostro manchado casi por completo de sangre apenas podía distinguirse de su inflamado cabello.
–Ya intentaste matarme anteriormente pero no fuiste capaz –dijo la niña.
Vino entonces claramente a la memoria de Larva el rostro de la hija del cacique oculta bajo la cama. Se trataba de la misma chica, algunos pocos años mayor.
En ese momento Victor Ur entró por el ventanal junto a una lluvia de cristales rotos, interponiéndose entre la niña y Larva. Ambos se trenzaron en una singular lucha, Larva armado de su lunaris y Ur de sus puños.
Lo que había dicho Bardo era cierto, Larva nunca se había enfrentado contra hombre o elfo tan poderoso. Tras un breve intercambio de golpes y fintas ambos contrincantes se separaron. Ur contaba con dos dedos menos de su mano derecha como único saldo de la batalla y, además, había conseguido arrebatarle el arma a su contrincante, Larva tenía un ojo colgando de su cuenca, la mandíbula fracturada, varios colmillos menos, cuatro costillas rotas, un pulmón perforado y su armadura rasgada en varios sitios.
“Ésta es una pelea que no podré ganar”, pensó Larva mientras se regeneraba. “Bardo sobreestimó mis habilidades, éste hombre en apariencia común es más fuerte incluso que el dragón blanco con el cual luché sobre el Karkang.”
Retrocediendo lentamente, Larva, que sabía reconocer a un contrincante superior cuando lo enfrentaba y que valoraba su “vida” por sobre todas las cosas, abandonó la cabaña y se sentó sobre un tronco caído.
Escuchó a la niña y al sobrehombre hablar dentro y luego vio a la primera emerger de la casa para sentarse junto a él.
–¿Estás en comunicación con mi enemigo? –le preguntó Constanza en la lengua de Ilindis.
–Sí –contestó Larva ya más recuperado de sus heridas–, puede ver y escuchar todo lo que está ocurriendo gracias a este aparato que no se cómo aún permanece sobre mi hombro. Sus poderes ya no suelen ser los que poseía antes que lo atacaran.
–¿Por qué te rendiste?
–Sé muy bien cuando un adversario está más allá de mis posibilidades para derrotarlo. Valoro mi vida por sobretodas las cosas.
–No así la vida de los demás.
–Los demás no me importan, pero dime, ¿eres tú la niña de Mermeroth?
–Allí tampoco tuviste escrúpulo alguno en matar a hombres desarmados, mujeres y niños. Bardo te ofreció regresarte a tu mundo si me matabas a mí y a los míos, ¿no es cierto?
Larva asintió con la cabeza.
–Es una lástima que te hayas encontrado con él primero y no conmigo. –afirmó Constanza–. Yo puedo enviarte de regreso a tu mundo sin pedirte nada a cambio salvo que valores la vida de los demás de ahora en adelante.
–Yo no hago promesas –contestó secamente Larva.
–Lo sé, pero no importa, lo que ha sido hecho puede deshacerse, regresa Larva al mundo de Argos, regresa a tu cubil abyecto, a tu renacer maligno. Ya no serás el mismo después de esto, te lo aseguro.
Con un simple gesto de su mano derecha Constanza arrojó a Larva de regreso al fondo del Karkang.
5
Larva despierta con la piel manchada de sangre y brea, olfateando el ozono a su alrededor y sintiendo como la oscuridad le apresa como una mortaja. Se sacude en un oquedad de roca fundida y nota el fuego a su alrededor… alto… ardiente. Larva sólo puede arrastrarse cómo un gusano hacia arriba, abrazándose cómo una molusco a las murallas rocosas…
Tras días de incesante escalada Larva emerge del volcán refugiándose en una enorme saliente. Sólo la magia que sus padres insuflaron en él lo mantiene con vida.
¿Que haces tú aquí nuevamente? –pregunta una voz familiar.
–Pertenezco a este mundo –gritó Larva con toda la fuerza de sus pulmones–, y si me destierras mil veces, ¡mil veces regresaré!
Tienes razón –dijo la mano derecha de Yeresath– Argos está incompleto sin ti, pero eres demasiado peligroso por lo que te privaré parcialmente de tu inteligencia y de las memorias que obtuviste en ese otro mundo al que te envié, al que los mismos dioses tememos entrar
La no-presencia que era Rubb se esfumó dejando a Larva convertido en poco más que un animal salvaje.
La cacería estaba a punto de comenzar.
Nota del autor: Larva, los Dioses, Dragones y sitios de Argos (a excepción de Mermeroth) mencionados en este cuento son creación de David Mateo y han sido utilizados con su consentimiento. Gracias amigo.
Agradecimientos de un amigo: Es indescriptible la emoción que siento al ver a un personaje creado por mí en manos de un escritor tan talentoso y original. Gracias a ti.
–David Mateo (en Argos conocido como Tobías Grumm)–
por Sergio Alejandro Amira
Editorial Especial Batman Begins
Bienvenidos al segundo especial TauZero dedicado a una película que por la portada ya deben adivinar cual es.
Grandes expectativas teníamos todos quienes disfrutamos con los primeros Batman de Burton y nos decepcionamos por completo con las posteriores entregas de Shumacher. Y es mi opinión personal y de todos aquellos con los que he comentado la película, que dichas expectativas fueron cubiertas con creces.
Christopher Nolan ha hecho muy bien en obviar todas las anteriores Batman y proponer su particular visión del personaje, rescatando de paso a uno de los villanos menos extravagantes del panteón-gótico pero mucho más siniestro: Ra’s al Ghul.
Y así como ya hemos visto en la pantalla grande al Batman oscuro y barroco de Burton; al Batman gay de Shumacher y al Batman «realista» de Nolan, este especial incluye tres visiones más del señor de la noche en la forma de fanfictions.
Juan Carlos Sánchez nos presenta la primera entrega de El advenimiento de la tormenta (que ciertamente nos ha dejado impacientes por continuar su lectura) mientras que Daniel Vak Contreras nos entrega un relato breve pero intenso que nos hace sentir toda la impotencia de Batman al tiempo que nos permite vislumbrar el terrible futuro que se desencadenaría de cambiarse ciertos roles.
Con respecto a mi propio aporte escrito hace cinco años, sólo puedo decir que surgió de la pregunta de qué haría Batman en una Gotham sin habitantes. ¿Continuaría patrullando sus calles vacías y sin vida?
A diferencia del Especial Sith, la creación literaria en torno a Batman se tomó el segundo especial. Daniel y Juan Carlos no sólo quisieron escribir sobre Batman, quisieron escribir «a» Batman desde sus propias perspectivas, lo que nos prueba sin lugar a dudas que más que un personaje, Batman es un mito.
Por mi parte tenía planeado comentar la película y escribir una reseña del excelente cómic Planetary: Night on Earth, pero estos especiales deben ser contingentes y ya nos hemos retrasado más de lo aconsejable.
Sergio Alejandro Amira
Santiago de Chile Julio 2005
El Sucesor
Hace más de tres mil años que las ciudades estaban muertas.
Sin duda el trabajo y el transporte fueron las principales causas que motivaron a hombres y mujeres a apiñarse en las ciudades pero el descubrimiento de la teletransportación hizo que estas razones quedaran obsoletas. Por un lado, las personas ya no necesitaban vivir cerca de sus trabajos, y por el otro, la devaluación de la tierra gracias a los cultivos en laboratorio permitió que varias hectáreas de campo costaran menos que un departamento de 40 metros cuadrados. Paulatinamente los citadinos se fueron mudando cada vez más lejos de sus ciudades, las industrias se dispersaron, y al no existir objetivos militares la guerra también se convirtió en una cosa del pasado. La humanidad ciertamente estaba en un punto de inflexión evolutivo, pero entonces, intempestivamente, llegaron las naves alienígenas.
Mediante un sistema desconocido los extraterrestres eliminaron de forma simultánea a prácticamente todos los seres humanos de la faz del planeta. Una vez finalizado el genocidio, las naves se marcharon, permaneciendo las motivaciones de los alienígenas en el más absoluto misterio. la gran matanza, por alguna razón inmunes a las mortíferas emisiones extraterrestres, se agruparon en pequeñas comunidades agrícolas y desarrollaron un estricto control reproductivo. La fobia a los espacios cerrados, las cerrados, las construcciones inorgánicas y las aglomeraciones, presentes en su memoria racial, hacían improbable que sus diminutos pueblos llegaran a convertirse algún día en las enajenantes ciudades del pasado.
***
Sumzen se desplazaba furtivamente por las vacías calles de la ciudad. Los edificios eran aún más altos de lo que su abuelo le contara. No era de extrañarse, después de todo el abuelo sólo había contemplado la ciudad desde muy lejos, sin atreverse a penetrar en ella. Sumzen pertenecía a la casta de los historiadores, pero al igual que su abuelo, y a diferencia de su padre, no se contentaba con un mero conocimiento teórico. Ese espíritu aventurero -había dicho su madre-, esa curiosidad que parecía carecer de límites, era algo que se saltaba un par de generaciones por lo menos.
Mi madre tenía razón -meditaba Sumzen mientras contemplaba absorto las estructuras inorgánicas que empleaban los antiguos para edificar-. Ni mi padre, ni el padre de mi padre tuvieron el valor suficiente como para llegar tan lejos, pero si lo tuvo el bisabuelo Harken, que no sólo recorrió estas mismas estériles rutas, sino que además estableció contacto con el ser más antiguo del planeta.
Harken había descrito al ser como un gigante negro, duro como la roca, capaz de despedir haces de luz a través de sus ojos y de volar. El bisabuelo de Sumzen, intuyendo que estaba ante una criatura de otra época, le habló en la lengua de los Antiguos. La conversación fue breve, ya que la criatura estaba ansiosa por escoltar al intruso fuera de su territorio.
¡Los hechos históricos que podría aprender gracias a esta criatura! -pensó Sumzen lleno de emoción-. Algo, o alguien, que existe desde antes de la llegada de los navíos del espacio, que existía incluso antes que acontecieran las grandes migraciones y que se negó a abandonar esta ciudad. ¿Pero donde estaba? A estas alturas ya debería haberse presentado.
Al atardecer Sumzen llegó a una amplia área de la ciudad en la que no se había levantado edificaciones de ningún tipo y se sentó sobre el césped bajo la sombra de un enorme árbol. Buscó en su morral algo de comida y se alimentó mientras observaba el firmamento desprovisto de nubes. Un pequeño objeto oscuro, que apareció de improviso tras las torres artificiales invadiendo la inmaculada vastedad celeste, llamó su atención. El objeto voló hasta donde Sumzen se encontraba aterrizando a un par de metros frente a él. Era la criatura con la que había hablado el bisabuelo.
-¿A que has venido aquí? -preguntó el gigante con una voz vagamente humana.
-He venido a aprender -dijo Sumzen incorporándose-. Tú hablaste con uno de mis ancestros, hace muchos años atrás.
-Sí, lo recuerdo perfectamente ya que no suelo tener muchas visitas aquí en mi casa. Supongo que eres un historiador, como tu antepasado. ¿Qué tanto han podido reconstruir de la historia humana?
-No mucho, avanzamos muy lento, sobretodo porque los historiadores son reacios a penetrar en las ciudades, y aún más a traer objetos de vuelta.
-Pues son muy sensatos. No hay nada de valor aquí para ustedes, y antes de pedirte que abandones mi hogar, te diré lo mismo que le dije a tu antepasado: olviden la historia antigua, construyan su propia historia.
-¿Que clase de criatura eres?
-Una muy malhumorada, por favor vete o me veré obligado a usar la fuerza.
-No me marcharé tan fácil como mi bisabuelo, no antes que hable contigo.
-Estamos hablando ahora.
-No antes que hablemos en persona. Sé que esta cosa que se yergue frente a mi no es más que un cascarón controlado a distancia. Creo que la palabra usada por los Antiguos era «robot», ¿me equivoco?
-No, no te equivocas. Veo que vuestros estudios están más avanzados de lo que pensaba.
-La casta de los Historiadores es reducida pero compartimos todos nuestros descubrimientos. Un historiador de la zona de los hielos logró descifrar parcialmente algunos documentos relativos a tú época.
-¿Dónde halló esa información?
-En una antigua fortaleza, al parecer de los alienígenas exterminadores.
-Esa fortaleza efectivamente perteneció a un alienígena, pero no de la raza de los exterminadores. Él fue uno de los pocos héroes de la Tierra que sobrevivió al cobarde ataque. Al ver muertos a todos sus seres queridos, a todos a quienes había jurado proteger, abandonó el planeta. Nunca más supe de él. Pero dime, ¿qué es lo que han descubierto de mí?
-Qué alguna vez fuiste humano, que solías ser el protector de esta ciudad, que tenías a tu servicio un ejército de cosas como esta que utilizabas para evitar conflictos entre los habitantes.
-En un principio sólo me bastaba conmigo mismo, luego conté con la asistencia de un aprendiz, que murió en manos de mi peor adversario. De todas las ciudades del mundo, esta era la que concentraba la mayor cantidad de homicidas maniáticos, de psicópatas con disfraz. Los robots vinieron después, luego de mi…
La máquina guardó silencio
-Por favor, continúa -solicitó Sumzen.
-¿Que continúe? En primer lugar no debería estar hablando contigo.
-Pero ya lo estamos haciendo, ¿qué hay de malo en seguir con la charla?
-¿En verdad quieres conocer mis secretos?
-A eso he venido.
-Tu antepasado, a esta misma pregunta, contestó negativamente.
-Supongo que le faltó valor.
-O curiosidad.
-Tal vez ambas. Pero nadie de mi tribu volvió a llegar tan lejos como él.
-Hasta ahora.
La noche estaba a punto de caerles encima. Tras unos breves minutos de silencio, el gigante habló:
-El Sol deja su reino, y el mío comienza. He decido recibirte en persona, hazte a un lado mientras reconfiguro esta unidad.
Sumzen hizo como se le ordenaba y con ojos asombrados observó como cambiaba de forma el ser artificial de algo parecido a un hombre a una cosa similar a un pájaro. Una especie de caparazón que antes estaba en el pecho de la criatura y ahora era su cabeza se volvió transparente y se abrió.
-Súbete a la cabina -ordenó la voz. Sumzen hizo como le indicaban y una vez dentro de la «cabina» el caparazón cristalino se cerró sobre él y la máquina se elevó por los cielos. Tras un breve trayecto que lo llevó al extremo sur de la ciudad el aparato aéreo descendió verticalmente sobre una explanada que pareció hundirse bajo su peso. Una vez finalizada la caída Sumzen bajó de la máquina y miró a su alrededor, se hallaba en una enorme y oscura caverna subterránea. Decidió avanzar por el sendero de luces que tenía enfrente y pronto se halló en una especie de montículo rocoso sobre el cual se acumulaban un sinnúmero de objetos artificiales.
-Bienvenido a mi morada -dijo la misma voz que emergiera previamente del aparato, Sumzen volteó hacia el lugar de donde esta provenía, una especie de enorme trono que apenas permitía ver la espalda de su ocupante-. Este es mi centro de operaciones, desde aquí vigilo mi ciudad de día mediante mis robots, de noche, prefiero prefiero hacerlo personalmente -dicho esto la silla dio un giro de 90 grados y Sumzen pudo finalmente contemplar al Antiguo, mientras este se incorporaba.
Lo primero que llamó la atención de Sumzen fue el tamaño de la criatura, algo así como tres hombres parados unos sobres los hombros de los demás. Su rostro era horrendo, nada humano había en él salvo sus ojos, que reflejaban una sabiduría y desánimo infinitos. Vestía una piel negro-azulada del cuello hasta los pies, no, esa no era una vestimenta, era su pelaje. El antiguo estaba desnudo y por única prenda llevaba un cinturón con un extraño símbolo en la hebilla. ¿Que era eso que emergía de sus espalas? Alas, unas enormes alas membranosas.
-Aún no me has dicho tu nombre -dijo el horrendo ser.
-Sumzen -respondió el recién llegado-. Y tú eres Ba…
-Hace siglos que no escucho ese nombre -interrumpió la criatura-. No quebrantemos su silencio.
-¿Como he de llamarte entonces, Antiguo?
-Llámame así, Antiguo. Va muy bien con mi naturaleza.
-¡Tengo tantas preguntas que hacerte! -exclamó entusiasmado Sumzen.
-Ven, acompáñame a dar un paseo por mi guarida y veremos cuales de ellas puedo responderte.
El Antiguo se encaminó con andar pausado por entre los artefactos que allí atesoraba, cápsulas transparentes que contenían vestuarios de diversos colores y materiales, la estatua de un animal bípedo gigantesco y otros artefactos cuyo funcionamiento y finalidad sólo él conocía. Sumzen hubo de correr para alcanzarlo.
-¿Como llegaste a ser lo que eres? -preguntó Sumzen al llegar junto al antiguo-. ¿Como es que has vivido tanto?
El Antiguo se detuvo frente a un gigantesco óvalo metálico con el rostro de un hombre con barba y habló.
-Sus primeras victimas fueron vagabundos y prostitutas, la escoria de la sociedad, nadie los echó de menos. Las autoridades ocultaron estos hechos a la opinión pública, el alcalde temía que su popularidad decayera. Yo supe la verdad que se ocultaba tras estos horrorosos homicidios gracias a una visitante nocturna. Ella había sido su esclava, pero había logrado liberarse de su dominio gracias a su enorme fuerza de voluntad y conocimientos científicos. Ella me entregó el «don», sabía que sólo yo podría hacerle frente al Señor de los No-muertos. Las grandes ciudades eran perfectas para una criatura como él, nunca antes había podido cazar a tan gran escala sin ser detectado como en las urbes modernas, donde los crímenes más atroces eran prácticamente cotidianos. Eligió mi ciudad como base de operaciones, y ese fue su error. Convertido ya en su igual lo combatí junto a aquella que me diera la no-vida, finalmente le vencimos. Murió la verdadera muerte, al igual que mi amada, y todos los demás no-muertos de mi ciudad. Durante los siguientes años me avoqué a la tarea de eliminar a cada una de aquellos seres alrededor de todo el mundo, hasta que sólo quedé yo.
El Antiguo guardó silencio y cabizbajo, se dirigió hacia el borde de lo que era un insondable abismo al interior de la gran caverna. Sumzen lo siguió hasta aquel lugar.
-Nunca me alimenté de sangre humana -continuó el Antiguo-, sino del suero que Ella había desarrollado, una suerte de plasma artificial. Nunca más pude ver la luz del Sol, por lo que implementé una escuadra de androides de los cuales sólo quedan tres operativos. Nunca más pude dormir tampoco, por lo que la vigilancia de mi ciudad pasó a ser una tarea de 24 horas. Él podía transformarse a voluntad en éste monstruo que tienes frente a ti. Yo en cambio, he ido degenerando en esto a través de los siglos. El proceso es inevitable, uno de los inconvenientes del suero.
-¿Terminarás por perder lo que te queda de humanidad? -inquirió Sumzen escrutando el rostro del Antiguo.
-Es probable. Aunque según mis cálculos esto no acontecerá sino hasta dentro de mil años.
-¿Quién vigilará tu ciudad entonces, cuando yo no seas más que una bestia descerebrada?
-Deberé buscarme un sucesor. Alguien que esté dispuesto a convertirse en esto en lo que me he transformado. Pero, ¿quién querrá para sí tan terrible suerte? -se preguntó el Antiguo, volteando hacia Sumzen y clavando en él una terrible mirada- ¿Tú tal vez?
Sumzen, intempestivamente extrajo de su morral una afilada estaca de madera y de un veloz brinco la clavó con toda su fuerza en el pecho del Antiguo. Este se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos como si no pudiera dar crédito a lo que había ocurrido, mientras comenzaba a resquebrajarse como si de una vasija de greda se tratara. Antes que se cayera a pedazos Sumzen lo arrojó al abismo propinándole un fuerte empujón.
Los planes de Sumzen contemplaban apoderarse de la guarida del Antiguo y desentrañar pacientemente todo su vasto conocimiento. Luego obligaría por la fuerza a los suyos a repoblar la ciudad ya que había llegado a la conclusión que sin ciudades, no existía civilización y sin civilización, su gente estaba condenada a un estancamiento evolutivo.
Y fue así como el pequeño humano, en apariencia inofensivo, había logrado lo que ni el circense, el palmípedo, la félida o incluso el mismo príncipe de los no-muertos consiguieron: eliminar a Batman.
© 2000, Sergio Alejandro Amira.
Editorial TauZero Especial Sith
Primero que nada, quien escribe la presente editorial es Sergio Alejandro Amira Álvarez y no Rodrigo Mundaca. Repitan conmigo niños y niñas: «no Rodrigo Mundaca», gracias.
Segundo: Para quienes no me conozcan o no lean los créditos soy el Editor, Director de Arte y Diagramador de TauZero, además de escribir ocasionalmente uno que otra cosa. Les cuento desde ya que tal y como pretendía Mace Windu estoy preparando un golpe de estado contra el gobierno del oscuro y maligno Mundaca que se lleva todas las felicitaciones por mi trabajo… un momento… me dicen que Mundaca ya no sólo es director de TauZero sino que ha conseguido arrebatarle los cubos cósmicos al Magus convirtiéndose en una cuasi-divinidad. Bueno, no queremos enojar al ahora todopoderoso y «Gran R», por lo que regreso a las sombras… pero un momento, ¡alguien debe escribir ésta editorial! y el «Gran R» por más omnipotable o como se diga que sea no puede atender a «Taucito» en estos momentos (algunas cosas no cambian aunque te conviertas en un dios), así que tendré que proseguir con mi tarea, no vaya a ser cosa que vuelva Remigio con su ventilador y su cubeta de excrementos.
Intentaré ser tan autorreferente y arrogante como Mundaca, por lo tanto les contaré cierta ocasión en clase de Retórica con Roberto Merino, cuando el escritor y docente nos solicitó redactáramos en no más de diez minutos un breve ensayo sobre el terremoto de 1985 que asoló la zona central de Chile. Inmediatamente se dejaron oír las protestas: «yo no estaba en el país», decían algunos, «yo vivía en Antofagasta o Punta Arenas» decían otros. «No importa», contestó Merino, «escriban entonces de su noexperiencia con el terremoto de 1985». Una vez dada esta instrucción fue como si el velo de maya se descorriera ante mis ojos y escribí toda una página de mi no-experiencia (yo era el tipo que Director Rodrigo Mundaca Contreras Editor Sergio Alejandro Amira Diagramación y Dirección de Arte Sergio Alejandro Amira Portada Doug Wheatley Colaboradores David Mateo Escudero Alvaro Medina Armando Rosselot Luis Saavedra Juan Carlos Sánchez Don Pipito vivía en Punta Arenas, al lado de la Antártida y muuuuuuuuy lejos del epicentro del terremoto).
Ahora bien, es prácticamente imposible que tras casi treinta años alguien no tenga algo que decir sobre La Guerra de las Galaxias y eso es lo que hemos pretendido con este especial. Ninguno de los aquí convocados es un fan acérrimo de Star Wars de esos que pertenecen a algún club, gastan la mitad de su sueldo en figuritas y se disfrazan de piloto de X-Wing o Bobba Fett durante sus reuniones (no que eso tenga nada de malo, por cierto). Todos son amigos y colaboradores estables de TauZero y el Calabozo del Androide, todos tienen algo que decir ciertamente, algunos en más palabras, otros en menos, pero todos desde su particular óptica. Los artículos van desde la breve reseña de mi amigo personal Armando Rosselot (centrada en la exquisita Padmé), hasta lo escrito por quien representa una de las más talentosas y lúcidas plumas de este Simurg que es TauZero: me refiero a Juan Carlos Sánchez quien es lapidario con Lucas y su hexalogía mientras aprovecha de hablar de lo que realmente le gusta: Babylon 5 (lo que me parece genial para ver si pica algún fanático de Star Wars que no conozca la obra de Straczynsky y se entusiasme a adentrarse en ella).
Algunos textos como los de Juan Carlos, David Mateo e incluso Rodrigo Mundaca fueron encargados por quien escribe expresamente para el especial, otros como los de Jorge Baradit y Álvaro Medina fueron opiniones posteadas en el foro de la CCF Chile (de ahí el tono coloquial) y en cuanto a Luis Saavedra (a quien muchos daban por muerto) le tendí una trampa preguntándole por mail que le había parecido el filme.
Leí en un periódico que Lucas supuestamente estaría planeando una pre-precuela ambientada 800 años antes y protagonizada por Yoda. Sería interesante que siguiera retrocediendo hasta llegar a contarnos la historia de un joven cineasta desgarbado y tímido con un sueño visionario, pero verdad que Star Wars no es futurista, ocurrió en una lejana galaxia hace mucho, mucho tiempo…
Sergio Alejandro Amira Junio 2005
Licantropía contemporánea
Érase una vez un hombre extremadamente profesional y perfeccionista llamado Cristóbal Landsburg quien era el Cirujano Plástico y Reconstructivo más prestigioso de un largo y angosto país llamado Chile. El Dr. Landsburg se especializó en Cirugía General y en Cirugía Plástica y Reconstructiva en Inglaterra, donde se graduó con honores y donde se desempeñaría durante tres años. A su regreso a Chile fue médico colaborador de la Clínica Alemana de Santiago y Médico Interconsultor de
la Clínica Las Condes, se convirtió en Miembro Titular de
la Sociedad Chilena de Cirugía Plástica, Reconstructiva y Estética; de
la Sociedad de Cirujanos de Chile y por supuesto; del Colegio Médico de Chile. Landsburg era, además, el único chileno Fellow del Royal College of Surgeons of England y se definía a sí mismo como un “hombre de mundo”, practicaba el tenis y el golf, era socio del Hogar de Cristo, amaba las Bellas Artes y a las mujeres hermosas, le agradaba tanto la música clásica como el pop sofisticado y era, además, un hombre lobo. Sí, uno de esos sujetos que en las noches de luna llena tienen por costumbre mutar en feroces bestias antropófagas de mal carácter y peor aliento. El primer viaje de placer del Dr. había sido al paradisíaco Hawai, locación de su serie favorita de los 1980’s: Magnum P.I. Landsburg se bañó en las tibias aguas de la costa norte de Oahu junto a la mansión de Robin Masters, dio un paseo en un helicóptero pintado con los mismos colores que el de T.C. y se defraudó mucho al no encontrar ningún nigthclub en Honolulu con el nombre de “King Kamehameha Beach Club”.
Cuatro años después del debut de Magnum, apareció en las pantallas chilenas la sofisticada serie Miami Vice. Pese a que el Dr. no se perdía un solo capítulo y que adoptó el look de Don Jhonson durante un tiempo, Magnum seguía siendo su serie de televisión favorita. Por alguna razón se identificaba más con el personaje de Tom Selleck que con el de Sonny Crockett o Ricardo Tubbs (el teniente Castillo en su opinión era un verdadero hijo de puta y consideraba que Saundra Santiago no estaba nada de mal). Magnum era un tipo independiente, a diferencia de los policías de Miami. No tenía mayores responsabilidades y hacía lo que se le venía en gana, una manera de enfrentar la vida que ya deseaba poseer Landsburg que cómo hemos ya dicho era un sujeto perfeccionista, algo que quedó demostrado en el test de rorschach al que se había sometido antes de iniciar su psicoterapia. Con el transcurrir de los años la elección del sitio donde vacacionar se tornó en extremo complicada para el Dr., mientras se especializaba en Inglaterra había visitado gran parte de Europa y tras su regreso a Chile; los principales balnearios y enclaves turísticos internacionales, incluyendo Miami, por supuesto. Existía sin embargo un lugar que anhelaba conocer al que todavía no viajaba, un lugar que evocaba en él primigenios terrores infantiles: Transilvania. El Dr. buscó por Internet la página de una empresa turística que ofreciera recorridos guiados por aquel lugar hasta que dio con una que ofrecía un tour completísimo, “de manera que nadie le cuente historias y mentiras del famoso conde Vlad Drácula.” El Dr. Landsburg de inmediato llamó a la agencia con sede en Boston y contrató el servicio. El tour comprendía un recorrido completo por Rumania; un paseo por las ruinas de la corte de Drácula y sus tesoros expuestos en Bucarest; un almuerzo en la casa donde Vlad Tepes pasó su infancia; una visita al castillo Bran, ubicado en el sendero que conduce a la verdadera fortaleza del conde; pases gratis para observar un juicio de brujas simulado; una cena en el restaurante Golden Krone y finalmente una invitación a un baile de máscaras, con cena incluida, en el propio castillo Drácula.
En esa época el Dr. Landsburg estaba más habituado a Río de Janeiro, Cancún o la misma Hawai, por lo que las ciudades de Europa Oriental le parecieron algo monótonas y lóbregas. Bucarest, a pesar de todo, le pareció más soportable que Praga o Budapest. Cierta noche, durante su estadía en Bucarest, el Dr. Landsburg decidió abandonar su alojamiento para embriagarse de aquella sensación de lo romántico y oculto que tanto anhelaba encontrar. En un principio caminó por la calle Victoria, la espaciosa avenida principal, para luego abandonarla y vagar por las antiguas callejuelas, de casas pequeñas incrustadas en la mampostería de muelles y puentes. No le tomó mucho tiempo percatarse que estaba totalmente perdido. Luego de vagar bajo los escasos faroles que pestañeaban tímidamente en la oscura y húmeda penumbra, el Dr. Landsburg se encontró en las cercanías de un lugar reconocible, la antigua iglesia Domnita Baleasa en la Plaza mayor frente al Palacio de Justicia. El Dr. divisó una silueta que le pareció era una persona y se dirigió hacia ella con la esperanza de obtener alguna información sobre cómo volver a su hotel. El encuentro de aquella noche arruinó el resto de las vacaciones del Dr. Landsburg. La silueta que parecía humana resultó ser la de un animal que intempestivamente le mordió la pierna derecha para luego desaparecer. Era peludo y gruñía como un perro, pero no era un perro como pudo percatarse a su regreso a Chile. 2
La primera metamorfosis encontró al Dr. en medio de un desfile de modas a beneficio de la Corporación del Trasplante, organizado por
la Cámara Chilena de Alta Costura en el exclusivo centro de eventos CasaPiedra, ubicada en medio de un desfile de modas a beneficio de
la Corporación del Trasplante, organizado por
la Cámara Chilena de Alta Costura en el exclusivo centro de eventos CasaPiedra, ubicada en Avda. Monseñor Escrivá de Balaguer 5600, Vitacura (una reunión familiar de 10 personas o un evento comercial de 2.200 personas. Desde lo más convencional y tradicional hasta lo más original y diferente. Cualquier encuentro que tenga en mente, en CasaPiedra siempre resultará un éxito). –¿Qué te ocurre? –preguntó a Landsburg su atractiva acompañante al notar como este se retorcía y sudaba de manera muy poco decorosa. –No me siento muy bien –dijo el Dr.–, me duele mucho el estómago. Voy al baño y vuelvo.
–Ya, pero no te demores –replicó María Gracia Larraín, 28 años, kinesióloga de profesión, signo zodiacal Virgo y caballo de fuego en el horóscopo chino. Landsburg se puso de pie y se alejó de la pasarela por la cual desfilaban los maniquíes vivientes. Una última mirada a las esbeltas muchachas provocó en él una copiosa salivación y no de lascivia sino de hambre. Las modelos se le antojaron como trozos de carne que avanzaban colgados de una correa transportadora, ¡y eso pese a que él era vegetariano! Cada paso que daba era un suplicio, el Dr. levantó la mirada hacia el cielo y vio que la Luna estaba llena. La visión del rechoncho disco plateado capturó su vista y por unos segundos creyó fusionarse en aquella superficie lechosa. Un intenso dolor en su bajo vientre lo retrotrajo a la realidad. “María Gracia no me va a perdonar el haberla dejado plantada”, pensó Landsburg y se dirigió hacia su vehículo con la intención de marcharse a su casa, pero al llegar a los estacionamientos los espasmos fueron tan fuertes que cayó al suelo. Era como si tuviera algo dentro que le desgarraba los órganos, como si en su interior hubiese una cosa que intentaba salir, algo con garras y colmillos al más puro estilo de Alien: El Octavo Pasajero. “Alguna porquería me cayó mal, seguramente uno de esos canapés del cocktail”, reflexionó el Dr. mientras yacía unos segundos sobre el frío pavimento. Una vez que el dolor disminuyó lo suficiente como para permitirle ponerse de pie, Landsburg abordó su Ferrari 308 GTS color rojo (el mismo modelo que conducía Tom Selleck en Magnum) y se alejó de aquel sitio. El Dr. coleccionaba Ferraris y el 308 había sido su primera y más querida “pieza”, poseía también un Daytona Spyder negro (mejor conocido como 365GTB/4 por los especialistas) y un Testarossa blanco, el primer Ferrari construido especialmente para el mercado norteamericano (cabe agregar que estos fueron los automóviles que utilizó Sonny Crockett en Miami Vice). Por alguna razón inexplicable Landsburg no condujo hacia su casa sino que se vio impelido a alejarse cada vez más de la ciudad. Los dolores hacían que se doblara sobre el volante y varias veces hizo sonar la bocina involuntariamente. Comenzó a sentir calor, un calor tan intenso que sudaba como si hubiesen 45 grados a la sombra. El Dr. Landsburg ya no resistió más, estacionó el Ferrari a un lado de la carretera y corrió hacia los arbustos mientras se despojaba del traje Armani (de líneas depuradas y ausencia de detalles llamativos) cuyo roce le quemaba la piel. Completamente desnudo cayó de rodillas en medio de un claro. Sintió los rayos lunares sobre su espalda y cada uno de sus cabellos se erizaron, su pene se erectó violentamente, sus brazos se alzaron y se tensaron, sus piernas se expandieron, su piel se cubrió de un oscuro y denso pelaje, su rostro se alargó y de su boca brotaron agudos colmillos. Landsburg sentía como atravesaban su cuerpo fuerzas caóticas y primigenias, clavó sus garras en la tierra húmeda y profirió un intenso rugido. La temporada de caza había sido inaugurada.
Las primeras luces de la mañana encontraron al Dr. Landsburg abrazado a los restos carcomidos de una vaca. Landsburg se alejó del animal muerto y se sumergió en una acequia para limpiar la sangre que le cubría de pies a cabeza. El Dr. no se duchaba con agua caliente por lo que el agua helada no le incomodó en lo más mínimo. Luego de esto se sentó sobre la hierba intentando entender cómo era que estaba tomándoselo todo con tanta calma. “Debo estar en shock”, pensó. “Sí, eso es, estoy en schok. Aquel animal que me mordió era un hombre lobo, yo soy ahora un hombre lobo…” El Dr. recogió su carísima ropa, abordó su Ferrari, puso en marcha el motor y encendió la radio. El nuevo single del último álbum de Madonna, Frozen, resonó por los parlantes. A Landsburg le agradó lo que escuchaba y tomó nota mental de adquirir el disco compacto, apretó el acelerador y se marchó a su casa.
3 Landsburg sabía que lo suyo no era un desorden licantrópico, estado mental en el que el sujeto cree ser una bestia que suele ser la más peligrosa de su región (el lobo y el oso en Europa y el noreste de Asia, la hiena o leopardo en África, y el tigre en la India, China y Japón). A él le constaba que su transformación era real pese a que los exámenes médicos a los cuales se había sometido no arrojaron ningún resultado anómalo. De cualquier forma debería tomar medidas especiales para que nadie descubriera su secreto. El Dr. no estaba casado y vivía solo junto a sus dos empleadas domésticas; Doña Julia, que lo había cuidado desde niño y a la que él había contratado luego de la muerte de los Landsburg progenitores; y
la Consuelo, que estaba para desempeñar las labores que Doña Julia ya no estaba en condiciones de llevar a cabo. Consuelo llevaba dos años trabajando para Landsburg y era peruana, de una localidad ubicada al norte de Lima llamada Chimbote. Debido a la mala situación económica de su país, Consuelo (madre soltera a la edad de 15 años) tuvo que dejar a su hija de 6 años al cuidado de sus abuelos y emigrar a Chile. Pese a que la idea de una mocosa pululando por la casa no le complacía en extremo, Doña Julia convenció al Dr. de traer a la hija de Consuelo, Marleni, a vivir con ellos. Completaba el staff de Landsburg el jardinero Felipe Vargas (que venía día por medio) y “Jaimito”, quien una vez a la semana se encargaba del aseo general de la casa (lo que le tomaba cerca de 12 horas) con una prolijidad tal que sus servicios eran requeridos en varios hogares del barrio alto. El Dr. tenía también dos Rottweilers a quienes había bautizado Apolo y Zeus como los dobermans de Higgins en Magnum. Los canes se mostraban un tanto hostiles ahora que su amo era un hombre lobo, pero no quería deshacerse de ellos aún. “Bastará con asegurarme que no haya nadie en la casa las noches de luna llena”, meditó Landsburg y así lo hizo para su próxima transformación.
Estaba completamente solo en su enorme casa repleta de obras de artes y altar del buen gusto. Se encerró en la habitación de los trastos (que había ordenado limpiar a Jaimito) con un costillar de buey y deslizó la llave debajo de la gruesa e inexpugnable puerta sobre un papel para así poder recuperarla. El Dr. emergió al día siguiente de aquel cuarto con heridas en los brazos y piernas producto de sus propios mordiscos, las paredes de la habitación mostraban hendiduras de garras por todos lados y el picaporte de la puerta había sido arrancado y probablemente se lo había comido. Nunca había experimentado un suplicio de tal magnitud, un anhelo de libertad tan agobiante. De la misma manera que el circunspecto Higgins no podía restringir las libertades que se otorgaba Thomas Magnum, él no podía encerrar al lobo.
Landsburg tomó una ducha y mientras pensaba la explicación que la daría a su servidumbre por los destrozos (que atribuiría a los canes y que proporcionaría, además, la excusa perfecta para deshacerse de ellos) observó como sus lesiones y magulladuras desaparecían. “Ahora soy prácticamente inmortal”, reflexionó el Dr. 4
Como es de suponerse, Landsburg no se atrevió a confesar su licantropía con nadie y mucho menos buscar asistencia médica. ¡Él, un hombre de ciencia afectado por una maldición que desafiaba toda lógica! En un esfuerzo por comprender el mal que le aquejaba, recopiló toda la información posible sobre hombres lobos que pudo hallar, enterándose que este ser no era una invención del Hollywood de los años cincuenta sino algo tan antiguo como la humanidad misma. Fe de esto la proporcionaban la multitud de nombres con el que se había conocido al hombre lobo a través de la historia. Los romanos le llamaron versipellis o gerulfus, garwali los normandos, werewolf los anglosajones, wáhr-wólfe los alemánes, Loupgarou los franceses, waerulf los danéses, warulf los suecos, vircolac los eslavos, procolici los rumanos, la lista suma y sigue. Tan antigua era la tradición del hombre lobo de hecho, que investigadores japoneses habían encontrado representaciones de estos y otros seres teriantropos en pinturas rupestres de hace más de 10.000 años. Los hombres lobo y vampiros eran tan viejos como el arte mismo y pertenecían a un mundo en que humanos y bestias no se habían diferenciado. Con respecto al término “licantropía” este hallaba su origen en el héroe arcadio Licaón que tuvo la mala idea de sacrificar a un niño y servírselo en un banquete a el irascible Zeus para de esta forma poner a prueba su divinidad. Obviamente que a Zeus, que no era un antropófago como su padre Cronos, no le cayó en gracia la broma de su anfitrión a quien en castigo transformó en lobo.
El desorden mental licantrópico también parecía ser muy antiguo. Marcelus Sidetes, en el siglo II ya se refería a él como una forma de alienación: “Los hombres son atacados por el mal especialmente en febrero y acechan, solitarios, en los cementerios, como frenéticos lobos.” De acuerdo a los estudios históricos se podía reconocer a un hombre lobo mediante cinco rasgos físicos que conservaba en su forma humana; cejas espesas, dientes rojizos, un dedo medio bastante largo, uñas largas y orejas situadas muy atrás y muy abajo de la cabeza. El Dr. sólo respondía a una de dichas características; las cejas espesas, pero siempre las había tenido así, ¡cómo se burlaban los niños de él en la escuela!, hasta le habían apodado Beto en alusión al malhumorado títere de tupidas cejas de Plaza Sésamo.
Además de los rasgos físicos, la historia señalaba ciertos modos de conducta típicos de los hombres lobo. Se les suponía amantes de la noche (mucha gente bohemia lo es sin ser hombre lobo o vampiro) y cultores de la soledad (¿qué esperaban?, ¿que los hombres lobo se organizaran para formar clubes o sindicatos?) y parecían acosados por una profunda melancolía (cuando te despiertas, después de una noche de luna llena junto a algunos restos humanos mordisqueados, no andas por ahí con una sonrisa de oreja a oreja). Durante los primeros meses, cuando aún no asumía completamente su condición, Landsburg llegó a odiar
la Luna. La veía engordar, noche tras noche y se decía: “cuando estés llena maldita, también me llenaré yo”. Por ese entonces las ideas más descabelladas surcaban su mente, se preguntaba, por ejemplo, si el destruir
la Luna, sacarla de la órbita de
la Tierra, cesaría su suplicio.
Después de documentarse lo suficiente, el Dr. Landsburg se percató que para la historia el hombre lobo era algo común: Collin de Plaucy incluso contaba que una mañana de 1542 se había visto a ciento cincuenta hombres-lobo en una plaza de Constantinopla. “Tal vez mi condición no sea tan extraordinaria después de todo”, pensaba el Dr. Landsburg. Probablemente no podría encontrar la Sociedad de Hombres Lobos Anónimos en las páginas amarillas pero le bastaba con saber que había otros como él por ahí, ocultando su verdadera naturaleza al mundo, sufriendo y haciendo sufrir. Pronto la actitud del Dr. cambió radicalmente y pudo superar las barreras, impuestas por su formación científica, que le impedían aceptar plenamente el fenómeno del que era objeto. “Después de todo la ciencia no es otra cosa sino un pensamiento paranoide aplicado a la naturaleza”, pensaba el Dr. Landsburg, quien terminó por convencerse de incluso estar predestinado a ser un hombre lobo producto de algunas curiosas coincidencias. Era cáncer y la Luna, que gatillaba la transformación, es el regente de dicho signo zodiacal. El Dr. Landsburg, además, era perro en el horóscopo chino y como todos saben, el perro evolucionó a partir del lobo. A medida que las transformaciones se iban sucediendo, Landsburg conservaba cada vez más las impresiones y reminiscencias de su yo-lobo. Los objetos confeccionados por el hombre le repelían, mientras que los árboles, rocas y arbustos se le antojaban entes vivos que carecían de nombre y que no estaban agrupados por la palabra o el pensamiento. En su mente de lobo no existían especies ni géneros sino meramente individuos. En estado humano el Dr. conservaba muchas de las capacidades lupinas, su sentido del olfato y del oído se desarrollaron extraordinariamente, al igual que su capacidad atlética. Su aspecto físico y su salud también mejoraron, rumoreándose incluso que se había operado él mismo, quitándose veinte años de encima. La dieta vegetariana de Landsburg no cambió en absoluto ya que contrario a lo que podría pensarse, en estado humano no sentía un deseo inusual de comer carne. Sólo comía carne en noches de luna llena, carne humana.
Estos beneficios colaterales, junto al firme propósito de adaptarse a su nuevo estado y evitar caer en la autocompasión le llevaron a enfrentar su problema de una forma positivista algo exagerada (siendo esto no otra cosa sino un mecanismo de autodefensa para soportar la maldición). En aquel entonces al Dr. no le preocupaban mayormente las personas que morían con la llegada de la luna llena, después de todo no era su culpa que mensualmente, y en un par de noches, se registrarán entre 7 y 9 asesinatos en los que poco y nada quedaba de las víctimas para ser reconocidas por sus adoloridos deudos. “Yo soy el otro”, escribió Gerard de Nerval, idea tan antigua como la de los hombres-lobo y que han repetido incansablemente los poetas desde Blake y los románticos alemanes. El lobo, el otro yo del Dr. Landsburg, era el culpable de las muertes. Él había tratado de evitarlo, había puesto las esposas, se había retirado a su casa en la playa, mas todo era inútil. Había investigado y no había cura.
–¿Cura? ¡Lo mío no es una enfermedad! Es una condición –se decía el Dr. Landsburg–. Como el daltonismo por ejemplo. El lobo ya no asustaba a Landsburg y había dejado de maldecir a la Luna, a la cual ahora profesaba su amor. –Me da lo mismo que me digan que la Luna es una roca inerte en el firmamento, yo sé positivamente que no lo es –solía decir el Dr. parafraseando a Lawrence–.
La Luna, símbolo femenino mortuorio y cíclico. Controladora de todos los planos cósmicos sujetos a la ley del devenir: aguas, lluvia, vegetación, fecundidad, hombres lobo… A pesar que el lobo como símbolo es ambivalente, el Dr. imbuido por su positivismo prefirió quedarse con el aspecto benéfico, en contraposición al feroz y satánico. El lobo es símbolo de la luz porque ve en la noche, esa era su significación entre los nórdicos y los griegos que lo atribuyeron a Belen y Apolo. Entre los mongoles, el lobo tenía carácter celeste y se le consideraba el ancestro del gran Gengis Khan. También en China se le vincula al cielo, siendo personificación de la estrella Sirius, guardián del palacio celestial (la Osa Mayor). El hecho que el lobo desempeñara el papel de psicopompo y que su boca fuera el símbolo de reintegración cíclica en la mitología escandinava hicieron creer al Dr. que las víctimas de su yo-lupino no podían encontrar una mejor forma de morir. La adaptabilidad del ser humano parece no tener límites, se decía Landsburg, uno se acostumbra a todo.
La Fontaine estaba en lo correcto cuando, al oír lamentar la suerte de los condenados en las llamas del Hades dijo: “Pienso que al final se acostumbrarán y estarán allí como el pez en el agua”.
5 La primera víctima humana de Landsburg fue “la Jacqueline”, una muchacha que ejercía el comercio sexual. Jacqueline tenía tan sólo doce años cuando el borracho de su padre llevó a casa a un amigo suyo para que la violase. Ella se negó enérgicamente y el padre mismo la violó para que no se hiciera la caprichosa, luego le tocó el turno a su amigo. Desde aquella noche Jacqueline no volvió a oponer resistencia. Durante años tuvo relaciones sexuales con su padre hasta que lo arrolló un camión, Jacqueline fue acogida entonces por uno de los amigos del viejo que oficiaba de proxeneta y que la obligó a prostituirse. Landsburg la despedazó con rapidez para luego seguir con Rodrigo Fuentes; taxista; 62 años; jubilado de Carabineros; padre de dos hijos y abuelo de cinco nietos; fanático del fútbol, los buenos asados y la de proxeneta y que la obligó a prostituirse. Landsburg la despedazó con rapidez para luego seguir con Rodrigo Fuentes; taxista; 62 años; jubilado de Carabineros; padre de dos hijos y abuelo de cinco nietos; fanático del fútbol, los buenos asados y
la Sonora de Tommy Rey. Don Rolo (como le decían en el barrio) había tenido la mala idea de detener su vehículo para contemplar la carnicería. Mala suerte. Landsburg se sirvió luego a Delia Jorquera (una anciana vagabunda de la que no podemos decir mucho salvo que apestaba a orines) y a Javier Eltit; Diseñador Gráfico de una importante agencia de publicidad; 35 años; de signo zodiacal Géminis; muy imbuido en los temas esotéricos y fanático de bandas como Atari Teenage Riot, Nine Inch Nails y Slayer. Javier viajaba por la costanera a 140 km./hora en su moto Steed cuando el licántropo le saltó encima. Antes de tocar tierra ya estaba muerto con el cuello seccionado. Su novia de 19 años, Esperanza Gubbins (prima del estudiante de Literatura y joven promesa de la narrativa chilena, Carlos Andrade), lo esperaba en el departamento que ambos compartían para celebrar el primer aniversario desde que vivían juntos. Había preparado una cena especial y esperaba hacer el amor toda la noche con Javier, a quien llamaba cariñosamente “Pinky” y cuyos restos los efectivos policiales habrían de reunir en cinco bolsas distintas.
El licántropo ya había saciado su hambre, pero de todas maneras mató a una persona más antes que despuntara el alba, un borracho que dormía sobre el banco de una plaza y que resultó ser no otro que Miguel Alvarado alias “Cocofla”, estudiante de cuarto año de Sociología de la Universidad Arcis. Cocofla venía de un recital de Bad Religion en
la Discotheque Laberinto, había estado dos horas encerrado en el baño de mujeres para no pagar y luego se había emborrachado con unas botellas de vodka y pisco que habían entrado clandestinamente unos conocidos suyos. Terminada la tocata y abandonado por sus amigos, Cocofla intentó abordar una micro pero antes de llegar al paradero lo venció la borrachera, y ahí, durmiendo la mona sobre un banco lo encontró el lobo. En un principio, Landsburg pensó que le descubrirían, sobre todo cuando los periódicos sensacionalistas comenzaron a especular sobre la desaparición de varias personas que no dejaban más rastros que algunas manchas de sangre. Primero, se habló de un asesino en serie, las versiones sobre un monstruo de pelaje grisáceo y dientes agudos como navajas eran demasiado absurdas, incluso para la prensa amarillista. Finalmente los medios debieron aceptar la existencia de, por lo menos, un animal noctívago con una particular debilidad por la carne humana. Se recomendó a la población santiaguina no abandonar sus hogares las noches de luna llena, que era cuando la bestia cobraba sus víctimas pero esto no sirvió de nada. Existían personas de hábitos nocturnos que no se intimidarían por un perro grande, por lo demás, ¿quién se va a estar preocupando de observar el estado de la Luna antes de salir de noche?
Siempre en Lunes, el programa de televisión con el más alto rating desde que se inventara el people meter y que ni siquiera el Dr. Landsburg se perdía, invitó como era de esperarse a expertos en el tema. Szandor Rivero, periodista argentino especializado en desenmascarar fraudes paranormales desestimó, pese a las rotundas evidencias, que se tratara de un hombre lobo. –La primera mención a un hombre lobo sería en el siglo quinto A.C. –señaló Rivero al ser consultado sobre el tema–, cuando los griegos, al asentarse en las costas del Mar Negro tomaron a los habitantes de otras regiones por hechiceros capaces de metamorfosearse en bestias salvajes. La leyenda más conocida sin embargo proviene de la campiña francesa. Basta decir que entre 1520 y 1630 tuvieron lugar más de 30,000 juicios a hombres-lobo en dicho país. La mayoría de las personas que fueron llevadas ante los tribunales eran gente pobre, que provenía de tierras bajas con elevaciones de menos de 500 1520 y 1630 tuvieron lugar más de 30,000 juicios a hombres lobo en dicho país. La mayoría de las personas que fueron llevadas ante los tribunales eran gente pobre, que provenía de tierras bajas con elevaciones de menos de 500 metros sobre el nivel del mar. Una teoría reciente señala que toda esta psicosis colectiva de hombres lobo fueron resultado del hongo Ergot, que se desarrolló en el pan de centeno, la principal fuente de alimentación de los pobres. Dicho hongo, era un poderoso alucinógeno. La histeria de hombres lobo sería el resultado de una alucinación en masa ya que gran parte de los acusadores y acusados eran consumidores de pan de centeno. El pan que comían los ricos se elaboraba sobre la base de trigo, inmune al hongo Ergot. Esto explica la ausencia de casos de licantropía en dicho segmento de la población.
–¿Qué es lo que quiere decir, profesor Rivero? –preguntó la preciosa Carolina Russolo, una de los tres conductores del programa cuya profesión era la de reina de belleza. –Quiero decir que estamos ante un caso de psicosis colectiva, similar a la ocurrida en Francia en el siglo XV –contestó Rivero–. Me temo que estamos a las puertas de una nueva caza de brujas.
Al igual que en los libros filosóficos de Tlön, Siempre en Lunes suele incluir la tesis y la antítesis, el riguroso pro y el contra de una doctrina. Su director, Bertrand González, sabe bien que un programa de televisión que no encierre su contraprograma es un programa incompleto por lo que también invitó al afamado investigador de lo paranormal Jaime Cáceres, experto en OVNIs, psicofonías, apariciones marianas y otras yerbas. –Sólo por siaca, Don Jaime –dijo el Pipe Marambio, de profesión bueno pa’l hueveo y a quien Landsburg conocía de los tiempos en que Marambio animaba las fiestas del Club de Polo–, ¿qué precauciones tenemos que tomar pa’ protegernos de los hombre lobos?
–El método más seguro para eliminar a un hombre lobo –dijo Cáceres– es la plata. –O sea que le tiro unas monedas y listo, profe –acotó el Pipe provocando las carcajadas del público.
–Me refiero a penetrar su cabeza, corazón o cualquier otra parte vital de su cuerpo con el metal llamado plata –continuó Cáceres sin perder su habitual compostura–. La plata tiene el mismo efecto corrosivo en los hombres-lobo que el ácido en el cuerpo humano, neutraliza las capacidades regenerativas de la criatura. El hombre lobo, ya sea en forma humana o de lobo, no será capaz de regenerarse con la nueva luna llena y morirá indeclinablemente. Ahora bien, cabe señalar que no existen aún pruebas que confirmen que el responsable de las muertes sea un hombre lobo, ni siquiera existen pruebas de que esta criatura mitológica exista, yo tengo otra teoría… –¿Y cual es esa teoría, profesor? –preguntó la hermosísima Carolina, una de las pocas mujeres que no necesitaba bisturí de acuerdo al Dr. Landsburg (por lo menos hasta que los años se le vinieran encima) y que gustaba de leer indistintamente tanto a Paulo Coelho como Nietszche, además de mantener una relación extra-marital con el Pipe (la cual era un secreto a voces).
–Yo creo, Carolina –dijo muy serio Cáceres–, que las muertes son obra del chupacabras. –¿Del chupacabras? –exclamó sorprendido el Pipe–, no hueveé profe. –Mis investigaciones me han llevado a concluir que el EBA (o ente biológico anómalo) conocido como chupacabras, es la mascota olvidada de un equipo de investigación alienígena. Lo que en un principio no era más que un cachorro se ha desarrollado y ahora posee la capacidad y fuerza necesaria para alimentarse de humanos. El chupacabras puede teletransportarse utilizando los campos geomagnéticos de la Tierra, lo que representa una enorme ventaja evolutiva.
–Eso explicaría entonces sus ataques en distintos puntos del planeta, y el que haya sido imposible su captura –comentó la superlativamente agraciada Carolina como si diera crédito a las palabras del charlatán. –En efecto, Carolina –respondió el embelesado ufólogo con la mirada fija en aquellos grandes ojos azules de nuestra única Miss Universo–. Usted además de bella es muy inteligente.
–¡Por favor! –exclamó indignado Rivero–, que este asunto no involucre hombres lobos no quiere decir que usted los reemplace por el aún menos probable chupacabras, ¿tiene usted alguna noción mínima de ciencia?, ¿ha oído hablar de la Paradoja de Fermi? Samuel Álvarez, de profesión humorista y tercer y último integrante en importancia del triunvirato de conductores trata de calmar los encendidos ánimos de Rivero con el chiste de rigor: dos siameses llegan al médico, uno está todo rasguñado, el médico pregunta ¿cuál de ustedes es el hombre lobo? El Pipe y el resto de los conductores, invitados, público y tele-espectadores se desternillan de la risa, todos menos Szandor Rivero que no se explica cómo fue que aceptó venir al programa.
Landsburg, que había seguido la transmisión desde la comodidad de su cama king size en compañía de María Gracia (con la que había hecho el amor cinco veces durante las tandas comerciales), apagó la tele. Inmersos en la oscuridad del dormitorio los amantes se abrazaron y María Gracia dijo: –Tú deberías tener un programa de televisión.
–¿Yo en la tele? –preguntó Landsburg–. Debes estar bromeando. –De ninguna manera –aseveró María Gracia– eres muy fotogénico, Cristóbal, tienes mucha mejor facha que el roto ordinario del Pipe Marambio, ¡no sé que le encuentran a ese gallo!
–Es simpático, representa muy bien al chileno bueno pa’l hueveo. Yo no sería capaz de conducir un programa como Siempre en Lunes. –No hablo de que hagas un programa como ese, sino algo que tenga que ver con lo tuyo.
–¿Con la cirugía? –Sí, se podría hacer un casting de gente que necesite arreglarse algo, pero no deformidades congénitas o de grado patológico, nada de labios leporinos, secuelas cicatrizales de quemaduras, pérdidas de sustancia por resección de tumores o accidentes, eso no lo quiere ver el público.
–¿Qué entonces? ¿Liftings, mamoplastias, abdominoplastias, lipoaspiraciones…? –You got the idea, Chris. En el programa se mostraría a los pacientes en tu consulta hablando de que quieren hacerse y porqué, luego podría ir parte de la operación y después como quedaron y la forma en que la operación ha mejorado sus vidas. Ellos no pagarían un peso, sería financiado por el canal, y tú te convertirías en una estrella mediática.
–No sé si quiera convertirme en una estrella mediática. –Hasta te tengo un nombre para el programa, “Cirugía del cuerpo y del alma”, es una idea ganadora, te lo aseguro.
–No sé, no me convence. –Bueno, si no lo haces tú ya verás como alguien se te adelanta –sentenció María Gracia volteándose.
Landsburg permaneció despierto unos minutos más en medio del silencio nocturno, reflexionado lo positivo que era que se tomara a la broma los ataques del licántropo para finalmente concluir que dentro de un tiempo sería tan habitual que murieran despedazadas cinco o seis personas durante las noches de luna llena que nadie daría mayor importancia al asunto, pero el Dr. se equivocaba. 6
Pese a que Landsburg no poseía plena conciencia en estado de lobo, sí recordaba algunos detalles de sus correrías nocturnas y conservaba suficiente conciencia como para no atacar a un familiar, amigo o cliente, así mismo como niños y mujeres embarazadas (cabe recordar que el hombre lobo en forma lupina retiene suficiente conocimiento como para reconocer víctimas, evadir trampas, etc.). Como bien sabemos el licántropo se había zampado a criminales menores, parejas de enamorados, pordioseros, trabajadoras sexuales, nadie que fuera significativo para el gran público. Pero entonces, tragedia nacional, ¡el hombre lobo se había comido al Pipe Marambio! Luto nacional, banderas a media asta. Fue la gota que colmó el vaso, el Gobierno decidió que era tiempo de hacer su entrada y optó, no sin las acostumbradas discrepancias partidistas, a decretar toque de queda en Santiago las noches de luna llena, lo que se conoció como “restricción lunar”. Una vez más las fuerzas armadas se volcaron a las calles para “garantizar la paz ciudadana” y “hacer cumplir la normativa”. Se cometieron algunos excesos pero después de todo era por el bien del país. Lo irónico de todo esto, es que el Dr. no era el responsable de la muerte del Pipe, sino un asesino a sueldo contratado por Maximiliano Canala-Etcheverría, el celoso y multimillonario marido de la Russolo. Michael Fallon era británico y un especialista en realizar homicidios que aparentaran ser accidentes, razón por la que se había ganado el apodo de “Accident-Man”. Para él fue muy fácil deshacerse del Pipe simulando un ataque del hombre lobo, cobró la otra mitad de su paga (que el anciano marido de la reina de belleza depositó en una cuenta en Suiza) y regresó a su apacible casita de ladrillos en la ciudad de Lowestoft en el condado de Suffolk, Inglaterra, donde vivía junto a sus tres gatos. En cuanto a la brillante medida implementada por el Gobierno, esta duró tan sólo unos meses. La gente ya estaba harta de la restricción vehicular, los ahorros de luz forzados, las botillerías cerradas después de las doce de la noche… La oposición, que hace tiempo exigía que el Gobierno tomara cartas en el asunto le echó luego en cara el implementar un régimen del terror y hasta se dijo que el monstruo era un sistema de limpieza étnica del gobierno, coludido en cierto complot internacional orquestado por los socialistas. Giorgio Giordano, el diputado ecológico, llamó por otra parte a un acto público en contra de la restricción lunar, que se sumaba a todas las otras medidas que amenazaban la libertad y derechos ciudadanos. Finalmente, los militares se negaron a seguir protegiendo a la ciudadanía. ¿Quién nos protege a nosotros?, alegó el general al mando. Al monstruo le gustaban tanto los militares como los civiles.
Debido a la delicada situación que vivía el país, es decir, Santiago y sus alrededores, el Dr. Landsburg decidió abandonar Chile durante un tiempo. Dejó a su socio, el doctor Víctor Carrera a cargo de la clínica y emprendió un viaje de dos años a Israel, Alemania, Brasil y Estados Unidos, donde se especializó en los nuevos procedimientos de la cirugía plástica y degustó la carne extranjera. Landsburg intentó, además, contactarse con otros de su especie e incluso regresó a Rumania en busca del lobo alfa que le había engendrado, pero todo fue en vano. ¿Cómo era posible que él fuera el único hombre lobo en el mundo?, se preguntaba Landsburg, ¿dónde estaban sus demás hermanos? Ante el fracaso de sus pesquisas el Dr. hubo de contentarse con observar a los lobos enjaulados de los zoológicos de las principales capitales que visitó. Para su sorpresa ahora podía distinguir perfectamente a los machos de las hembras, que despertaron en él novedosos deseos zoofílicos. Era una suerte que en su forma lupina su principal deseo fuera el de cazar y no reproducirse ya que en Chile no había ni una sola loba (ni siquiera en el zoológico metropolitano) y encontraba indigno cruzarse con una perra. A su regreso a Chile el ambiente socio-político se hallaba más tranquilo y la polémica del momento se centraba en el magnate norteamericano George Kettenmann y su proyecto de crear un “santuario de la naturaleza” en la Décima Región. Kettenmann era partidario de lo que el ecofilósofo noruego Arne Naess denominó “ecología profunda”, algo que nadie sabía muy bien de qué se trata pero que aparentemente se asemeja a las ideas de San Francisco de Asís y a lo que en países desarrollados se conoce como “perennial philosophy”, término cercano al ecocentrismo. Kettenmann había publicado un aviso en la prensa local pidiendo información que condujese a la captura de los responsables de una matanza de lobos marinos cerca de una empresa salmonera de la zona y como respuesta se produjo una avalancha de denuncias que señalaban el presunto acoso de Kettenmann hacia los colonos, además de surgir versiones que señalaban que el territorio del norteamericano (el 22 por ciento del total de terrenos de la provincia de Palena) era una amenaza a la seguridad de la nación, y que daría paso a una nueva Colonia Dignidad, un basurero nuclear, o una nueva patria judía. Ajeno a estas polémicas, Landsburg reformó la clínica de cirugía plástica convirtiéndola en clínica estética, especializándose en la tecnología láser, y cambiando el bisturí por el rayo de luz colimado, coherente y monocromático. Al igual que en la mayoría de los países industrializados el Chile de la década de los 1990’s experimentaba un auténtico boom de cirugías estéticas por lo que el Dr. estaba ganado dinero a camionadas.
Los servicios de Landsburg ya no eran un bastión exclusivo de la clase alta y tanto secretarias como vendedores de seguros se endeudaban con el banco para cortarse unas cuantas lonjas de cadera o hacerse un lifting. La cosa llegaba a tal extremo que unos padres, tan necios como ricos, quisieron regalar a su hija, con motivo de su decimocuarto cumpleaños, una implante de pechos. El Dr. Landsburg se negó a hacer la intervención explicándoles que a los doce años la niña aún no terminaba de desarrollar sus propios senos. Los padres encolerizados demandaron al Dr. pero los jueces, como es lógico, le dieron la razón a Landsburg. Rosa Montero, lúcida cronista de la revista El Sábado de El Mercurio (al que el Dr. estaba suscrito por supuesto), había redactado: “Vivimos en un mundo hipertecnológico en el que casi todo es posible, y el deseo de ser Dios es demasiado fuerte. ¿Qué mayor poder aparente sobre la vida puede haber que el de construirnos a nosotros mismos? Cambiar de sexo, como los transexuales; de raza, como los chinos; o, más modestamente, de nariz, de glúteos, de barriga. Cambiar de cuerpo, en fin, y luchar contra los estragos de la edad, como si la eternidad fuera posible. Pero no lo es, y, por mucho que nos estiremos y recosamos, la muerte siempre acaba por devorarnos.” ¡Que identificado se sintió el Dr. Landsburg con esas palabras! Él era un dios que dispensaba inmortalidad a sus pacientes pero que también acababa con la vida de los indeseados, él cambiaba de cuerpo y nunca envejecería, lo que podría suponer un problema a la larga, pero el Dr. ya se ocuparía de ello a su debido tiempo.
7 Los medios de comunicación volvieron a divulgar las andanzas del monstruo y una vez más el gobierno intentó decretar estado de emergencia y restricción lunar pero nadie hizo caso, había mayor mortandad por conductores ebrios que por un hombre lobo. El Dr. nunca se había sentido más seguro y confiado. Entonces comenzaron sus verdaderos problemas.
Lo primero fueron ciertos indicios de que su yo lupino se estaba tornando incontrolable, cuyo mejor ejemplo fue la cirugía que hubo de practicarle a una dama de la alta sociedad que había recibido un zarpazo de la bestia en los glúteos. La excelentísima señora era una de sus mejores clientes y cada vez que le solicitaban ser portada de revista acudía con él a “arreglarse” algo. Imaginen la preocupación del Dr., hasta ese momento sólo había atacado a desconocidos (lo que de alguna manera alivianaba su sentimiento de culpa) pero ya no podría estar seguro de no zamparse a algún amigo, cliente o familiar. A esto hubo de sumarle Landsburg una demanda por cuasidelito de lesiones graves interpuesta por una de sus pacientes luego de que se acreditara que había dejado una compresa de gasa en uno de sus implantes. El Sexto Juzgado del Crimen de Santiago decidió someterlo a proceso por el cuasidelito de lesiones graves debido a esta negligencia médica “inexcusable” y el escándalo que se desató al filtrarse la noticia fue de proporciones afectando profundamente la impecable reputación del Dr. Pero lo peor estaba aún por llegar tras el infortunado fallecimiento de una paciente en su exclusiva clínica. El procedimiento llevado a cabo por su socio, el Dr. Carrera, había consistido en una doble cirugía: implante mamario y estiramiento de abdomen, lo que significó casi seis horas de pabellón. A eso de las tres de la tarde del día siguiente, la paciente comenzó con síntomas de taquicardia y baja de presión. El doctor Carrera consultó con Landsburg quien concluyó que probablemente tendrían que efectuar una transfusión sanguínea, pero antes de llevarla a cabo la paciente falleció a causa de una embolia pulmonar, una complicación poco frecuente pero propia de cirugías estéticas de alta complejidad como es efectuar dos procedimientos en una misma intervención.
Dos querellas (una criminal y otra civil) fueron interpuestas en contra del Dr. Landsburg y su socio. Su reputación se hundió más aún y el escándalo creció a proporciones insoportables, Landsburg lo único que deseaba era huir al extranjero, deseo que no podía llevar a la práctica debido a la orden de arraigo emitida en su contra. El único consuelo del Dr. ante todos estos contratiempos era que pronto habría Luna llena pero incluso esto le producía cierto resquemor ante la posibilidad de que el lobo actuara descuidadamente.
Esa noche, como cada mes, el Dr. Landsburg había abierto los ventanales de par en par y contemplaba pacientemente al sol ocultarse tras la cordillera mientras escuchaba los Conciertos brandenburgueses de Bach. Cuando el astro estaba a punto de abandonar completamente el firmamento y justo en el mismo instante en que se oía el increíble solo de clavelín del primer movimiento del quinto concierto, Landsburg comenzó a resoplar fuertemente por la nariz y a jadear como un cánido. Ya adoptando la pose cuadrúpeda, saltó por la ventana hacia el enorme patio de su residencia y dio la bienvenida al lobo. El licántropo estaba impaciente y en vez de merodear por las periferias de la ciudad, lejos de su exclusivo barrio donde nadie se metía con nadie y nadie veía nada, irrumpió con violencia en la casa de sus vecinos modificando inesperadamente sus hábitos de cacería. Primero atacó a los dos perros de la familia (un dogo argentino que respondía al nombre de Polo y un pastor belga llamado Lucas) para luego seguir con la asesora del hogar cuya habitación se ubicaba en un pasillo junto a la cocina. La Sra. Eduviges tenía 54 años y era oriunda de Panguipulli, llevaba diez años trabajando con la familia Arestizabal-Hoffman y se sentía muy agradecida de sus patrones que la trataban dignamente y le tenían el pago de sus imposiciones al día. A los pies de la escalera que conducía al segundo piso y los agradecida de sus patrones que la trataban dignamente y le tenían el pago de sus imposiciones al día. A los pies de la escalera que conducía al segundo piso y los dormitorios el licántropo se encontró con el jefe de hogar en pijama y empuñando una pistola, José Ignacio Arestizabal Lorenzini, de 47 años, era colega del Dr. Landsburg; había estudiado Medicina en
la Universidad de Chile y Psiquiatría en la misma casa de estudios; tenía un postgrado en el Nacional Addiction Centre, Institute os Psychiatry of Maudsley and Bethlehem Hospital, University of London y un postgrado en Abuso de sustancias de
la Universidad de Yale; le gustaba practicar el parapente, sus escritores favoritos eran Tom Clancy y Robert Ludlum y le gustaban las películas de James Bond. El licántropo recibió cinco disparos en el cuerpo y luego destrozó a José Ignacio. Arriba le esperaban abrazados en una esquina los restantes miembros del núcleo familiar. Francisca Hoffman Cruchaga tenía 32 años y era “Artista visual”, poseía una licenciatura en arte mención escultura y un postítulo en arquitectura y manejo del paisaje de
la Universidad Católica,
la Pancha había participado en un sinnúmero de exposiciones tanto en Chile como en el extranjero y para ella el arte podía definirse en la frase de Joseph Beuys: “Denken ist Form”. Luciano Arestizabal Hoffman tenía 9 meses, pesaba 11 kilos, medía 79 cms. y gustaba de llorar y beber leche del pecho de su madre; Candelaria Arestizabal Hoffman tenía 13 años, estudiaba en las Monjas Francesas y era fanática del animé y Placebo, sus amigas la llamaban “Candy”, tenía el cabello rubio y quería desesperadamente tinturárselo negro, pero sus padres se lo habían prohibido. El licántropo dio cuenta de ellos de una forma particularmente bestial dejando tras de sí un escenario de sangre y vísceras que los periodistas no dudarían de calificar como “dantesco”. El hombre lobo se disponía a retirarse del hogar de la extinta familia cuando una potente luz penetró de improviso por la ventana del dormitorio, la intensidad del foco cegó al licántropo y este huyó hacia los faldeos precordilleranos contiguos al Arrayán, corriendo velozmente con su perseguidor volando detrás de él por sobre las copas de los árboles más altos. Una y otra vez el licántropo cambió bruscamente de dirección en busca de un fragmento más tupido de bosque, sólo para ver de nuevo frente a si el rayo de luz del helicóptero, un A-H 64 Apache de esos que fueron utilizados exitosamente durante la guerra de Golfo de 1991 cuando destruyeron más de 800 blindados e inutilizaron radares estratégicos iraquíes.
El Apache que perseguía a Landsburg estaba diseñado para combatir tanto de día como de noche y con cualquier condición meteorológica, estaba armado de un cañón de 30 milímetros montado en el eje y sobre el fuselaje; de un lanzacohetes de 70 milímetros y de cuatro lanzadores de misiles de tipo Hellfire (antitanques), Sidewinder (antiaéreos) y Sidearm (antirradares). Este helicóptero por supuesto que no pertenecía a la Fuerza Aérea chilena, sino a cierto particular muy acaudalado e inescrupuloso. Tras una hora de persecución el Apache acorraló al licántropo en un yermo al pie de un acantilado. El lobo intentó trepar por la rocosa muralla pero le fue imposible, el helicóptero había descendido cortándole la vía de escape. Dos hombres con atuendos paramilitares se bajaron del Apache y el licántropo se dispuso a atacarles, los sujetos le apuntaron con sus fusiles y antes que pudiera saltarles encima lo acribillaron a balazos. El Dr. jamás había recibido una bala en el cuerpo, ya fuese en estado lupino o como humano, pero sabía que estas no eran balas comunes, eran balas de plata. Los poderosos músculos del licántropo se contrajeron al igual que garras, comillos y pelaje. En medio de un indescriptible y dulce dolor más cercano al éxtasis divino que otra cosa el hombre lobo recuperó su forma humana.
El asombroso factor regenerativo de Landsburg no estaba funcionando, parecía increíble, pero se estaba muriendo. –¿Quiénes son ustedes? –logró balbucear el Dr. mientras escupía sangre e intentaba ponerse de pie. –Esto es de parte del Sr. George Kettenmann –dijo uno de los sujetos desenvainando una katana de plata–. Usted es una muy mala propaganda para Chile como destino turístico, el Sr. Kettenmann ha tolerado suficiente su existencia y no puede permitir que un hombre lobo ajeno a la Hermandad le arruine su proyecto de instalar un resort para licántropos en el sur.
–¿De qué hermandad está hablando? –La Hermandad del Plenilunio, la organización más grande de licántropos del mundo.
–¿Y por qué nunca se me invitó a unirme? –Usted fue mordido por un miembro expulsado de la hermandad, y al ser un lobo beta engendrado por un alfa desafiliado no posee el derecho a incorporarse a la organización.
–¿Que hay del lobo alfa que me infectó? –Fue eliminado poco después que lo mordiera, esa misma noche de hecho. Le estábamos siguiendo la pista hacía meses a ese desgraciado. Si usted no hubiese abandonado su habitación del hotel todo esto podría haberse evitado Dr.
Todo quedaba muy claro ahora. Landsburg no había podido encontrar más hombres lobos porque estos le rehuían. Él era como un leproso para ellos, el hijo bastardo que se negaban a reconocer. –Nuestro jefe me ha pedido que le lleve su cabeza –dijo el sujeto de la katana–, así que si me permite…
Mucho se ha especulado sobre lo que experimenta la mente de alguien que está a punto de morir y no son pocos quienes postulan que la vida entera del individuo pasa ante sus ojos en un breve instante. En el caso del Dr. Landsburg, su mente se fijó en un recuerdo en particular: el último capítulo de Magnum P.I., tanto el “aparente”, como el verdadero. Anticipándose a la presunta cancelación de la serie en la primavera de 1987, los productores de Magnum filmaron un dramático y surrealista final en el que el personaje interpretado por Tom Selleck era asesinado de un balazo para luego irse directo al cielo. Sin embargo el programa favorito del Dr. gozaría inesperadamente de una nueva temporada, obligando a los guionistas a convertir la muerte y ascensión al Reino Celestial de Magnum en un “sueño”. El verdadero final de la serie saldría al aire en mayo de 1988 en un capítulo de dos horas en el cual Thomas Magnum abandonaría el negocio detectivesco, se reuniría con su hija perdida y se reincorporaría a la armada. ¿Era este, al igual que en el caso de Magnum, sólo un final aparente? ¿Se extendería la temporada de caza para el licántropo hasta su verdadero retiro?
La hoja de la katana cercenó de un sólo y certero golpe la cabeza del Dr. Landsburg que rodó por el suelo con una expresión beatífica en el rostro, expresión que posteriormente sorprendería a George Kettenmann. © 1997-2003, Sergio Alejandro Amira A.
El hombre lobo en la ciencia ficción
terror. No sé que diablos será y puede que sátira sea la forma más adecuada para definirlo. Sea como sea e independiente de la taxonomía debo mencionar que es el único cuento de mi producción (en su versión original al menos) que le ha agradado minimamente al riguroso y taciturno ex-pope de la ciencia ficción chilena, Luis Saavedra. Licantropía contemporánea data del año 1997, y sufrió varias correcciones menores hasta su versión definitiva del 2004. Encuentro particular deleite en los cuentos que toman ideas cliché o tópicos gastados dándoles una vuelta de tuerca y eso fue lo que pretendí con Licantropía… La idea original surgió tras la lectura en un suplemento de viajes que detallaba las ofertas turísticas de Transilvania. De inmediato imaginé a un personaje chileno viajando a las tierras del Conde Drácula y siendo mordido por un hombre lobo. ¿Por qué no por un vampiro?, no sé, hubiera sido lo más lógico pero yo no tenía en mente escribir sobre vampiros sino sobre hombres lobo.
A la hora de diseñar al personaje pensé: ¿quién sería el tipo menos probable como para convertirse en un hombre lobo? La respuesta: un acaudalado cirujano plástico. El resto surgió sólo. Hasta ese momento la única obra de ficción que había leído sobre el tema de la licantropía era A la deriva entre los islotes de Lagerhans: Latitud 38º 54’N, longitud 77º 00’13 O, cuento de Harlan Ellison incluido en Los Premios Hugo 1973-1975 (según Asimov esta narración ganó el Hugo ya que cuando se imprimió el título no quedó espacio para el resto de los nominados). A la deriva… comienza con el siguiente párrafo: “Cierta mañana, al despertarse en su cama de algas después de tener sueños inquietos, Moby Dick se halló transformada en el capitán Ahab”. ¡Grande Ellison!, ¡que buena alegoría! Pero hasta ahí no más las alabanzas para el diminuto y temperamental escritor. Nada más de lo suyo que he leído me ha gustado, ni siquiera su mediocre antología Visiones Peligrosas, que salvo el cuento de Sturgeon no ofrece nada realmente “peligroso” e incluye algunas narraciones bochornosamente malas. Mi idea era escribir algo parecido a A la deriva… entonces, pero por suerte lo que salió fue muy distinto. Lo que más apreciaba del cuento de Ellison era la sutileza con que trata el tema del licántropo haciéndolo tan imperceptible que se transforma casi en un ruido de fondo, algo muy distinto a lo que ocurre en mi narración, donde el hombre lobo es una estridencia omnipresente que se hace sentir desde el título, que adopté del poeta surrealista Louis Aragón. Obsérvese sus versos:
Recuerdo que en mil quinientos cuarenta y unocerca de Paviacuando me apresaron en la campiña por donde [deambulaba víctima de los primeros efectos del [mallos campesinos no quisieron creerme cuando les [dije la verdad
Rehusaron tomarme por lobo furioso a causa de mi piel humana y Santos Tomases eternos de la ciencia
experimental. Cuando les confesé que mi piel lupina estaba
[oculta entre pellejo y carne
con sus puñales me hicieron tajos en los miembros [y el cuerpo
para verificar mis melancólicas afirmaciones no me tocaron la cara
espantados por la atroz poesía de mis rasgos. Luego de escribir Licantropía contemporánea, y mientras husmeaba entre los escasos títulos de ciencia ficción de la librería Catalonia, encontré El Hombre Lobo Insólito, y sin dudarlo dos veces desembolsé el oneroso precio que por él exigían. Este libro forma parte de una tríada sobre monstruos clásicos que completan Frankenstein Insólito y Drácula Insólito, de hecho posteriormente encontraría estos tres títulos en otra librería, ¡por el mismo precio que yo había comprado El Hombre Lobo Insólito!
Volví a encontrarme en esta recopilación con A la deriva…, el cuento de Harlan Ellison, quien además escribe el prólogo. Aunque no queda del todo claro me parece que Ellison no actuó como antologador en este caso, dicha función no está acreditada y sólo figuran como responsables los Editores Asociados: David Keller, Megan Miller y John Betancourt, que asumo habrán seleccionado los cuentos. De cualquier forma y como suele ocurrir en estos casos la calidad de las narraciones es muy dispar correspondiendo las más afortunadas no a los “grandes nombres” anunciados en la portada como Robert Silverberg o Philip José Farmer, sino a los menos conocidos (el cuento de Silverberg de hecho es malísimo). El único relato de esta antología que trata el tema del hombre lobo en clave de ciencia ficción es Y la luna llena brillará de Brad Strickland. Están Ellison y Niven también, pero en el caso del primero la condición licantrópica del protagonista es un mero vehículo para justificar un viaje al interior del “alma” humana (literalmente), y en lo que al autor de Mundo Anillo respecta, su relato no involucra hombres lobos propiamente tales sino seres humanoides que evolucionaron del lobo en vez del mono. El cuento de Strickland relata las desventuras del último hombre lobo sobre la faz de la Tierra, sometido a estudios psíquicos y biológicos por parte de un indolente científico. “Usted no posee derechos.”, señala el doctor a Kazak, el hombre lobo, “
La Constitución planetaria garantiza derechos a los humanos, y usted es un licántropo. Algo muy diferente. Tal vez un Homo sapiens ferox.” El doctor Iglace también nos revela que la licantropía no es una maldición sino una condición, genética por un lado, y contagiosa por el otro. La mordedura de un hombre lobo en su forma lupina, explica el doctor, conlleva una secreción de las glándulas salivares que altera el ADN de manera sutil pero crucial en las personas que poseen el gen licantrópico recesivo. Otras características de la licantropía explicadas de manera verosímil por Strickland son:
La voracidad del hombre lobo. La transformación exige un gran gasto de energía y el licántropo debe comer por lo menos un tercio de su peso humano normal para hacer la transición de hombre a lobo y de lobo a hombre sin efectos secundarios nocivos. La biomasa perdida al cambiar de hombre a lobo va a para a la formación del pelaje y la reorganización del esqueleto y musculatura. La plata como método para eliminar a un hombre lobo. La plata actúa como catalizador y debilita dos de las hormonas del licántropo. La plata en si misma no se ve afectada por la reacción pero la estimula, cortocircuitando la capacidad regenerativa del hombre lobo.
La Luna llena como agente catalizador de la metamorfosis. Esto se debe a una forma sutil de radiación provocada por la luz solar al incidir en la superficie lunar, activando un proceso que hace desprenderse determinadas partículas subatómicas del suelo de
la Luna. “Cuando
la Luna esta en cuarto creciente, incluso en tres cuartos, la radiación es demasiado débil para influirle. Sólo cuando la luna está enteramente plena la reacción llega a
la Tierra con la intensidad suficiente para generar la transformación.” La única solución para escapar al influjo de las radiaciones propuesta por el Dr. Iglace 45Zerosubatómicas del suelo de
la Luna. “Cuando
la Luna esta en cuarto creciente, incluso en tres cuartos, la radiación es demasiado débil para influirle. Sólo cuando la luna está enteramente plena la reacción llega a
la Tierra con la intensidad suficiente para generar la transformación.” La única solución para escapar al influjo de las radiaciones propuesta por el Dr. Iglace sería estar protegido por una capa de material de mil kilómetros de espesor o volar alrededor de la tierra una vez al mes en un avión rápido de modo que
la Tierra se interpusiera constantemente con la luna. Posible pero poco práctico. El otro relato de ciencia ficción referente a hombres lobo que he leído es Plenisol, de Brian Aldiss. Plenisol transcurre en un mundo dominado por gigantescas ciudades mecanizadas en las que el hombre se ha recluido amputándose finalmente del todo de la naturaleza. “…una ciudad estaba separada de otra ciudad por extensiones de vegetación que las aislaban mutuamente como un planeta está aislado de otro planeta. Muy pocos de los habitantes de las ciudades pensaban siquiera en el exterior; los que iban físicamente al exterior tenían algún elemento de anormalidad en ellos.” Estos sujetos eran los hombres lobos al que el protagonista, el oficial Balank junto a su robot, esperan dar caza adentrándose en el bosque. Los hombres lobos del cuento eran y habían sido siempre enemigos del hombre, quienes lo llamaban El Hermano Oscuro. Las máquinas les daban caza de un modo implacable pero los hombres-lobo poseían poderes que no estaban al alcance de hombres o máquinas y que les permitían sobrevivir sin la ayuda de las ciudades.
En este cuento, además, las máquinas han conseguido avanzar ocho millones de años en su exploración del tiempo, interrumpido su avance por una desviación en los quanta del espectro electromagnético. Plataforma Uno; la máquina situada a muchos centenares de siglos adelante, que por primera vez había traspasado la barrera del tiempo y establecido contacto con todas las civilizaciones gobernadas por máquinas posteriores a su propia época, había decidido que las operaciones debían limitarse ahora al espacio de tiempo que había quedado abierto. Las imágenes transmitidas desde el lejano futuro mostraban desiertos de hielo sobre los que brillaba un pequeño sol azul, tan brillante como la luna llena. El sol había pasado por sus fases de blanca y enana avanzando hacia el período principal de su existencia en que se convertiría en una enana roja. “Entonces alcanzaría la madurez y arrojaría sobre su tercer planeta la luz de una perpetua luna llena.” Las ciudades aún existían, y las máquinas, objetos similares a los dinosaurios que vagaban por los yermo paisajes y ascendían al espacio, “construyendo allí monstruosos brazos unidos por membranas que se extendían lejos de la órbita de la Tierra para recoger energía y el envolver al pobre sol en una amplia red de fuerza magnética.” De los seres humanos de aquel distante futuro no había señal alguna. En la escena final el robot confiesa a Balank, quien tenía sus sospechas sobre las motivaciones reales del androide, que los hombres lobo representan una amenaza para las máquinas mucho mayor que los humanos. Hombre y máquina se disponen a luchar mientras sin saberlo son observados por el hombre lobo al que pretendían dar caza. Para el hombre lobo el desenlace de aquella pequeña lucha carece de importancia ya que sabe que su raza ha ganado ya su guerra contra el género humano y que la verdadera batalla aún estaba por llegar, la batalla contra las máquinas. “Pero aquel momento llegaría. Y entonces derrotarían a las máquinas. En los largos días en que el sol brillaría siempre sobre la bendita Tierra como una luna llena… en aquellos días, su raza vería terminada su espera y entraría en su propio reino salvaje.” Por supuesto que un artículo titulado “El hombre lobo en la CF” no puede obviar la novela Darker Than You Think (1940) de Jack Williamson, en la que los “shape-shifters” pueden adoptar no sólo formas lobunas sino también las de anacondas y tigres dientes de sable, además de poseer la facultad de hacerse invisibles. Williamson ofrece una explicación pseudocientífica del fenómeno licantrópico que es poco convincente pero imaginativa y sus hombres lobos no existen como meros depredadores de la humanidad sino como los destinados a regir el mundo. Williamson retoma el tema de los hombres lobo en su novela de 1994 Demon Moon, en la cual licántropos, unicornios y wyverns son todos alienígenas inteligentes. Otras obras que tratan el tema y que están en las antípodas la una de la otra son WerewolveSS (1990) de Jerry y Sharon Ahern y The Runton Werewolf (1994) de Ritchie Perry. WerewolveSS trata sobre hombres lobo creados mediante ingeniería genética por Hitler para ser utilizados como su más letal cuerpo de guerreros (de ahí la doble “S” de werewolf, ¡que originales estos Ahern!) mientras que The Runton Werewolf es un libro infantil en el cual los vampiros y hombres lobo son los inofensivos descendientes de una pareja de alienígenas atrapados en
la Tierra.
No puedo terminar este artículo sin referirme a la injustamente olvidada serie de dibujos animados La Conspiración Roswell (1999). Yo solía verla a eso de la medianoche en el verano del 2000 y si mal no recuerdo la transmitían en el Cartoon Network antes de Men in Black. La calidad de la animación de Roswell no era tan buena como la de MIB, pero como ciencia ficción era muy superior a esta disparatada serie basada en la no menos disparatada película basada a su vez en un cómic del cual no tengo ningún conocimiento pero del cual cabe la posibilidad que sea también un disparate (esta clase de trasvasijes nunca me ha convencido del todo). La Conspiración Roswell iba sobre un grupo de agentes que descubre la existencia en
la Tierra de distintas razas alienígenas que usan a los humanos con fines alimenticios, deportivos e incluso para fines aún más siniestros. Para combatir a los extraterrestres se forma una entidad multi-nacional oculta bajo tierra llamada
la Alianza Global, compuesta por científicos, militares, policías y agencias de inteligencia cuya base de operaciones es un bunker en la pequeña localidad de Roswell. La existencia de distintos monstruos y criaturas míticas como vampiros, zombies, yetis, minotauros y cíclopes en esta serie es justificada a través de la invasión alienígena (una de las más memorable relecturas fue la del último hijo de Kryptón, que es presentado como un solitario alienígena superpoderoso impulsado a obrar el bien que finalmente sufre el rechazo de sus protegidos al descubrirse su verdadera y repugnante forma).
Los licántropos de La Conspiración Roswell son seres bípedos de dos metros de altura, copioso pelaje, garras, y protuberantes espinas dorsales. Viven diez años, son violentos, carnívoros y pueden adoptar forma humana (la avanzada tecnología de los licántropos les permitió esclavizar a los sasquatchs y yetis, con una descarga EMP que revirtió la polaridad magnética de su planeta). Y llegamos al final del presente texto, espero que haya servido como ejemplo de la forma en que la ciencia ficción puede absorber y regurgitar hasta los temas más vetustos y desgastados. © 2004, Sergio Alejandro Amira.
Próximos
por Greg Egan
Nadie desea pasar la eternidad a solas.
(“La intimidad,” Le dije en cierta ocasión a Sian después de hacer el amor, “es la única cura para el solipsismo”. Ella rió y dijo, “No te pongas muy ambicioso, Michael. Hasta el momento, ni siquiera me ha curado de la masturbación”).
El verdadero solipsismo, sin embargo, nunca fue un problema para mí. Desde el primer momento que consideré el asunto admití que no había forma alguna de probar la realidad de un mundo externo, menos aún comprobar la existencia de otras mentes –pero hube de reconocer que la convicción en la existencia real de ambos fenómenos era la única forma de lidiar con el día a día.
La pregunta que me obsesionaba era esta: asumiendo que existía otra gente, ¿cómo percibían ellos dicha existencia? ¿Cómo experimentaban el ser? ¿Podría alguna vez comprender verdaderamente lo que la conciencia era para otra persona? –¿más de lo que podía hacerlo con un simio, un gato, o un insecto?
De no poder hacerlo, estaba solo.
Quería desesperadamente creer que las demás personas eran de alguna manera cognoscibles, algo que de ninguna manera podía aceptar cómo obvio. Sabía que no podía existir una prueba absoluta, pero quería ser persuadido, lo necesitaba.
Ninguna novela drama o poesía por más resonante que fuera para mi persona pudo nunca convencerme de haber atisbado siquiera el alma de su autor. El lenguaje ha evolucionado para facilitar la cooperación en la conquista el mundo físico, no para describir la realidad subjetiva. Amor, odio, celos, resentimiento, tristeza –todos han sido definidos, en última instancia, en términos de circunstancias externas y acciones observables–. Y cuando una imagen o metáfora si logró concitar mi atención, lo fue sólo para probar que compartía con el autor nada más que cierto conjunto de definiciones, una lista culturalmente ratificada de asociaciones de palabras. Después de todo, muchos editores usan programas de ordenador –altamente especializados, pero algoritmícamente prosaicos, sin la más remota posibilidad de auto-conciencia– para producir rutinariamente tanto literatura cómo crititica literaria, indistinguibles de aquellas producidas por los humanos. Y no me refiero tan sólo a la basura predecible ya que en varias ocasiones he sido afectado profundamente por obras que luego descubrí habían sido realizadas por un software incapaz de pensar. Esto no era prueba que la literatura escrita por humanos no comunicara nada sobre la vida interna de su autor, pero ciertamente dejaba mucho espacio para la duda.
A diferencia de mis amigos, yo no tenía reparos de ningúna clase cuando, a los dieciocho años, llegó el momento de “switchear”. Mi cerebro orgánico fue removido y desechado entregándose el control de mi cuerpo al Dispositivo Ndoli mejor conocido como “joya” –una red neuro-computacional que, implantada poco después de mi nacimiento, aprendió a imitar a mi cerebro al punto de poder replicar las acciones de cada una de mis neuronas–. Yo no tenía reparo alguno, no porque estuviera convencido que la joya y el cerebro experimentaran de manera similar el fenómeno de la conciencia, sino porque, desde muy temprana edad, me sentí identificado sólo con la joya. Mi cerebro era una especie de dispositivo de instrucciones iniciales, nada más que eso, por lo que llorar su pérdida habría sido tan absurdo como lamentarse por haber emergido de alguno de los estados iniciales del desarrollo neuronal embrionario. Switchear era simplemente lo que los humanos hacían ahora, una etapa de nuestro ciclo vital establecida y aceptada, pese a estar determinada no por nuestros genes sino por nuestra cultura.
Verse morir los unos a los otros, y observar el deterioro gradual de sus propios cuerpos, debe haber contribuido a convencer a los humanos anteriores a la invención del dispositivo Ndoli de su humanidad en común; ciertamente, existían innumerables referencias en su literatura al igualitario poder de la muerte. Quizás el llegar a la conclusión que el universo continuaría sin ellos les produjo un sentido mancomunado de desaliento, o insignificancia, percibida cómo atributo autoafirmante.
Ahora que se ha convertido en un dogma que, en unos pocos billones de años, los físicos encontrarán una forma para que nosotros continuemos sin el universo, en vez de que ocurra lo contrario, aquella ruta de igualdad espiritual se ha perdido, fuese cual fuese la dudosa lógica que la alimentase.
Sian era una ingeniera en comunicaciones. Yo, un editor de noticias de la holovision. Nos conocimos durante una transmisión de la siembra de Venus con nanomáquinas terraformadoras –un asunto de gran interés público, ya que las ultimas partes todavía-inhabitables del planeta ya habían sido vendidas–. Ocurrieron varios desperfectos técnicos con la transmisión, pero juntos logramos solucionarlos, e incluso ocultar que estos habían sucedido. No era nada especial, simplemente estábamos haciendo nuestro trabajo, pero luego de conocerla me puse eufórico más allá de toda proporción. Me tomó veinticuatro horas percatarme (o decidir) que me había enamorado.
De cualquier forma, cuando me aproximé a ella al día siguiente, me dejó en claro que no sentía nada por mí; la química que imaginé “entre nosotros” había existido sólo en mi cabeza. Estaba consternado, pero esto no fue una sorpresa. El trabajo no volvió a reunirnos, pero la llamé ocasionalmente, y seis semanas después mi perseverancia fue recompensada. La llevé a ver una representación de Esperando a Godot realizada por papagayos aumentados y disfruté inmensamente, pero no volví a verla sino hasta transcurrido un mes.
Casi había abandonado toda esperanza, cuando apareció una noche ante mi puerta sin previo aviso para arrastrarme a un “concierto” de improvisación interactiva computarizada. La “audiencia” estaba reunida en torno a lo que aparentaba ser una parodia de un nightclub de Berlín de los 2050’s. Un software, originalmente diseñado para crear bandas sonoras cinematográficas, era alimentado con la imagen de una hover-cámara que se desplazaba por el set. La gente bailaba, cantaba, gritaba y se golpeaba, enfrascándose en toda clase de histrionismos con la esperanza de atraer la atención de la cámara y así moldear la música. En un principio, me sentí cohibido, pero Sian no me brindó otra opción sino la de unirme al jolgorio.
Fue caótico, demencial, y a momentos incluso aterrador. Una mujer apuñaló a otra “a muerte” en una mesa junto a nosotros, lo que me pareció una patética (y onerosa) indulgencia, pero cuando casi al final del espectáculo la gente comenzó a destrozar deliberadamente el frágil mobiliario, seguí a Sian en la revuelta, gozoso.
La música –la excusa para el evento– era basura, pero no me importaba. Cuando finalmente emergimos fuera, heridos y amoratados y riendo, supe que por lo menos habíamos compartido algo que nos hizo estar más cerca. Me llevó a casa y nos fuimos a la cama, demasiado agotados para hacer otra cosa que no fuera dormir, pero cuando hicimos el amor por la mañana me sentí tan cómodo con ella que apenas podía creer que fuera nuestra primera vez.
Muy pronto fuimos inseparables. Mis gustos en lo que a entretenimiento se refiere eran muy distintos a los de ella, pero logré sobrevivir a varias de sus “formas de arte” favoritas, más o menos intacto. Se cambió a mi apartamento, a sugerencia mía, destruyendo de paso mi cuidadosa y meticulosamente organizada vida doméstica.
Tuve que armar su pasado a retazos, con fragmentos que me arrojaba de cuando en cuando en medio de alguna conversación; encontraba demasiado aburrido el sentarse y entregar un relato coherente. Su vida era tan poco notable como la mía: creció en el seno de una familia suburbana de clase media, estudió su profesión, encontró un trabajo. Casi como todo el mundo ella switcheó a los dieciocho. No tenía convicciones políticas fuertes. Era buena en su trabajo, pero ponía diez veces más energía en su vida social. Era inteligente, pero odiaba todo lo que fuera demasiado intelectual. Era impaciente, agresiva, toscamente cariñosa.
Y no pude, en ningún momento, imaginar como era su cabeza por dentro.
Primero que nada, raramente tenía alguna idea de lo que ella pensaba –en el sentido de saber cómo habría respondido si, inesperadamente, le hubiese pedido describir sus pensamientos justo antes que fueran interrumpidos por mi pregunta– y en una escala mayor, no tenía idea de sus motivaciones, la imagen que tenía de sí misma y su concepto de quien era y por que hacía lo que hacía. Incluso en la manera irrisoria en que un novelista pretende “justificar” a un personaje, me era imposible justificar a Sian.
Si ella me hubiera proporcionado un análisis de su estado mental, y una evaluación semanal de sus razones y acciones en la jerigonza psicodinámica de moda, todo se habría reducido a nada más que un montón de palabras vacías. Si hubiera sido posible hacer mías sus circunstancias, imaginarme a mí mismo con sus creencias y obsesiones, empatizar al punto de predecir cada una de sus palabras, cada una de sus decisiones, aún así no hubiera comprendido ni el más mínimo momento en que ella cerraba sus ojos, olvidaba su pasado, deseaba nada y simplemente era.
Por supuesto, que la mayor parte del tiempo, nada podría haberme importado menos. Éramos lo suficientemente felices juntos, fuésemos unos desconocidos el uno para el otro o no –y fuesen mi “felicidad” y la “felicidad” de Sian, de alguna manera las mismas.
Al pasar de los años, ella se volvió menos introvertida, más abierta. No tenía grandes y oscuros secretos que compartir, ni traumas infantiles que resolver, pero me descubrió sus más nimios temores y sus neurosis más mundanas. Yo hice lo mismo, e incluso, torpemente, le expliqué mi particular obsesión. No se ofendió en absoluto. Sólo pareció intrigada.
“¿Cómo será el experimentar ser otra persona? Necesitas tener sus memorias, su personalidad, su cuerpo, todo. Pero entonces no serías tú sino la otra persona, no podrías saber nada. No tiene sentido.”
“No necesariamente –respondí encogiéndome de hombros–. Es un hecho que el conocimiento perfecto sería imposible, pero puedes al menos aproximarte. ¿No crees acaso que mientras más cosas hacemos, mientras más experiencias compartimos, más próximos estamos?”
“Si, pero eso no es sobre lo que estabas hablando hace cinco segundos –dijo frunciendo el ceño–. Dos años, o dos mil años, de ‘experiencias compartidas’ vistas a través de distintos ojos no significan nada. No importa cuanto tiempo pasen dos personas juntas, ¿cómo podrías determinar que existió el más mínimo instante en el que experimentaron lo que estaban viviendo ‘juntos’ de la misma forma?”
“Lo sé, pero…”
“Si admites que lo que postulas es imposible, tal vez puedas dejar de neurotizarte al respecto.”
Estallé en carcajadas “¿Qué te hace pensar que poseo tanto raciocinio como para hacer eso que me pides?”
Cuando la tecnología se hizo disponible fue idea de Sian, no mía, probar todas las permutaciones somáticas de moda. Sian estaba siempre dispuesta a experimentar cosas nuevas. “Si de verdad vamos a vivir para siempre,” dijo, “será mejor que nos mantengamos curiosos si queremos permanecer cuerdos.”
Yo estaba renuente a intentarlo, pero cualquier resistencia de mi parte parecía hipócrita. Claramente, este juego no me llevaría al conocimiento perfecto que deseaba (y que sabía nunca podría obtener), pero no podía negar la posibilidad que esto representaba un pequeño paso en la dirección correcta.
Primero, cambiamos de cuerpos. Descubrí cómo era tener senos y vagina –lo que era para mí tener estos órganos por supuesto, no lo que era para Sian–. Nos mantuvimos cambiados el tiempo suficiente cómo para que el shock y la novedad disminuyeran, pero no sentí que ganara mucho conocimiento de su experiencia con el cuerpo con el que había nacido. Mi joya fue modificada lo suficiente como para permitirme tomar control de esta poco familiar máquina, algo mucho más complejo de lo que hubiese requerido el cambiar a otro cuerpo masculino. El ciclo menstrual había sido abandonado hace décadas, y pese a que podría haber tomado las hormonas necesarias para tener períodos, y hasta para quedar embarazada (pese a que los incentivos financieros para no procrear se habían incrementado drásticamente en los últimos años), dicho proceso no me habría dicho absolutamente nada acerca de Sian, quien no había llevado a cabo ninguna de las dos opciones.
En cuanto al sexo, el placer provocado por su práctica era bastante similar –lo que no era para nada sorprendente, ya que los nervios de la vagina y el clítoris fueron simplemente conectados en mi joya como si hubiesen provenido de mi pene–. Incluso la penetración fue menos distinta de lo que yo pensaba; a menos que hiciera un esfuerzo especial para permanecer consiente de nuestras respectivas geometrías, encontraba bastante difícil distinguir quien hacía qué a quien. Los orgasmos era mejores eso sí, debo admitirlo.
En el trabajo, nadie alzó ni una ceja cuando aparecí con el cuerpo de Sian, ya que varios de mis colegas habían pasado por exactamente lo mismo. La definición legal de identidad había variado recientemente de la huella del ADN del cuerpo al número de serie de la joya. Cuando incluso la ley puede ir a la par contigo, sabes que no puedes estar haciendo nada especialmente radical o profundo.
Después de tres meses, Sian tuvo suficiente. “Nunca imaginé lo torpe que eres,” dijo. “o que la eyaculación fuera tan aburrida.”
A continuación, encargó un clon suyo, para que los dos pudiéramos ser mujeres. Los cuerpos de repuesto cerebralmente-dañados –Extras– hasta hace un tiempo habían sido extremadamente costosos ya que era necesario hacerlos crecer casi a velocidad normal, además de la necesidad de mantenerlos constantemente activos para que fuesen lo bastante saludables como para usarlos. Extras Maduros, con huesos saludables y tono muscular perfectos, podían ser ahora producidos en un año –cuatro meses de gestación, y ocho meses de coma– lo que además permitía que estuvieran aun más muertos cerebralmente que antes, aquietando los alegatos éticos.
En nuestro primer experimento, la peor parte para mí no fue la de verme al espejo y ver a Sian, sino contemplar a Sian y verme a mí mismo. La extrañaba, mucho más de lo que extrañaba ser yo mismo. Ahora, estaba casi feliz de la ausencia de mi cuerpo (almacenado, mantenido con vida por la joya basada en el cerebro mínimo de un Extra). La simetría de ser su gemela me cautivaba; de seguro ahora estábamos más próximos que nunca. Antes, habíamos meramente intercambiado nuestras diferencias físicas. Ahora, las habíamos abolido.
La simetría era una ilusión. Yo había cambiado de género, pero ella no. Yo estaba con la mujer que amaba; ella vivía con una parodia viviente de sí misma.
Una mañana me desperté con Sian encima de mí aporreándome los pechos tan fuerte que me dejó marcas. Cuando abrí mis ojos y me cubrí, me miró desconfiadamente. “¿Estas ahí? ¿Michael? Me estoy volviendo loca, te quiero de vuelta.”
Para terminar con todo éste descabellado asunto de una vez y para siempre –y quizás para descubrir por mí mismo por lo que Sian había pasado– estuve de acuerdo en realizar una tercera permutación. No había necesidad de esperar un año, mi Extra había crecido al mismo tiempo que el de ella.
De alguna forma, era mucho más desorientador el ser confrontado conmigo “mismo” sin el camuflaje del cuerpo de Sian. Mi propio rostro me pareció ilegible; cuando ambos habíamos estado disfrazados, eso no me había molestado, pero ahora me hacía sentir incomodo, y en ocasiones incluso hasta paranoico, por ninguna razón en especial.
En cuanto al sexo me costó acostumbrarme. Eventualmente, lo encontré placentero, en una confusa y vaga manera narcisista. La abrumadora sensación de igualdad que sentí, cuando hacíamos el amor como mujeres, no regresó cuando nos practicábamos sexo oral el uno al otro –de cualquier forma, cuando ambos habíamos sido mujeres, Sian nunca reconoció sentir tal cosa. Había sido todo invención mía.
El día después que regresáramos a cómo éramos en un principio (bueno, casi a como eramos en un principio ya que almacenamos nuestros decrépitos cuerpos de veintiséis años, y tomamos residencia en nuestros saludables Extras), vi una noticia procedente de Europa que anunciaba una opción que aún no habíamos tratado: gemelos idénticos hermafroditas. Nuestros nuevos cuerpos podrían ser nuestros hijos biológicos (dados los pequeños ajustes requeridos para asegurar el hermafroditismo), con un monto igualitario de características de cada uno. Ambos habríamos cambiado de género, y ambos habríamos perdido a nuestra pareja. Seriamos iguales en toda forma.
Hice una copia del archivo y lo llevé a casa para que lo viera Sian. Lo miró atentamente, y dijo, “las babosas son hermafroditas, ¿no? Cuelgan juntas en un hilo de baba. Estoy segura que incluso en la obra de Shakespeare, se alaba el glorioso espectáculo de babosas copulando. Imagínalo: tú y yo, haciendo el amor a lo babosa.”
Me caí al suelo, riendo.
Me contuve de pronto y le pregunté: “¿en qué obra de Shakespeare? No sabía siquiera que hubieses leído a Shakespeare.”
Eventualmente, llegué a la convicción que con cada año que pasaba, conocía a Sian un poco más –de la manera tradicional, la manera con la que la mayoría de las parejas parecen conformarse–. Sabía lo que ella esperaba de mí, sabia cómo no herirla. Tuvimos discusiones, peleas, pero debe haber existido alguna clase de estabilidad subyacente, ya que a pesar de todo siempre decidíamos seguir juntos. Su felicidad me importaba, mucho, y en ocasiones encontraba difícil pensar que alguna vez creí posible que todas sus experiencias subjetivas debían ser fundamentalmente ajenas para mí. Era cierto que cada cerebro, y por lo tanto cada joya, era única –pero había algo extravagante en suponer que la naturaleza de la conciencia podría ser radicalmente diferente entre individuos, cuando el mismo hardware básico, y los mismos principios básicos de topología neuronal, estaban involucrados.
Pese a esto. A veces, si me despertaba en medio de la noche, me volteaba hacia ella para susurrarle, inaudiblemente, compulsivamente, “Yo no te conozco. No tengo la menor idea de quien, o qué eres.” Luego de esto permanecía tendido considerando empacar y marcharme. Estaba solo, y era inútil pretender lo contrario.
Por otro lado, algunas veces me despertaba en la noche, absolutamente convencido que me estaba muriendo, o alguna otra cosa igual de absurda. Bajo el influjo de algún sueño medio-olvidado, todo tipo de confusión es posible. Nunca me afectó más allá de lo debido, y por la mañana ya me sentía yo mismo de nuevo.
Cuando vi la noticia del servicio de Craig Bentley –él le llamaba “investigación”, pero sus “voluntarios” pagaban por el privilegio de tomar parte en sus experimentos– por poco y no la incluyo en el boletín, pese a que todo mi criterio profesional me decía que ésta clase de historia tenía todo lo que nuestros espectadores podrían desear en treinta segundos de techno-shock: era bizarra, incluso medianamente desconcertante, pero no tanto cómo para no creerlo.
Bentley era un ciberneurólogo; había estudiado el Dispositivo Ndoli, de la misma forma en que los neurólogos habían estudiado el cerebro. Imitar al cerebro con una red neuro-computacional no requiere un profundo entendimiento de sus estructuras más elevadas y la investigación de estas estructuras continuaba, en su nueva encarnación. La joya, comparada con el cerebro, era más fácil de observar, y mucho más fácil aún de manipular.
En su último proyecto, Bentley le estaba ofreciendo a las parejas algo un poco más sofisticado que un acercamiento a la vida sexual de las babosas. Ofrecía ocho horas con mentes idénticas.
Hice una copia de la noticia de diez minutos original que había llegado a través de la fibra, y dejé que mi consola de edición seleccionara los treinta segundos más titilantes posibles, para transmitirlos. Hizo un buen trabajo, lo había aprendido de mí.
No podía mentirle a Sian. No podía esconder la historia, no podía pretender no estar interesado. La única opción honesta a la que podía acceder era mostrarle el archivo, decirle exactamente lo que pensaba sobre el asunto, y preguntarle que era lo que ella quería hacer.
Eso fue justamente lo que hice. Cuando la imagen HV se apagó, se volteó hacia mí, se encogió de hombros, y dijo, “De acuerdo. Suena divertido, Hagámoslo.”
Bentley vestía una camiseta con nueve retratos dibujados por ordenador, en una cuadrícula de tres por tres. En la esquina superior izquierda estaba Elvis Presley. En la inferior derecha Marilyn Monroe. El resto eran varios estados intermedios.
“Así es cómo esto va a funcionar. La transición tomará veinte minutos, durante dicho tiempo ambos estarán descorporizados. Los primeros diez minutos, tendrán igual acceso a las memorias de cada uno. En los diez minutos restantes, ambos serán transportados, gradualmente, hacia la personalidad combinada.”
“Una vez llevada a cabo ésta etapa, vuestros Dispositivos Ndoli serán idénticos –en el sentido que ambos tendrán las mismas conexiones neuronales con los mismos factores de fondo– pero estarán en diferentes estados. Tendré que bloquear sus memorias, para corregir eso. Y entonces despertaran en cuerpos electromecánicos idénticos. Los Clones no pueden ser fabricados lo suficientemente parecidos. Pasaran ocho horas solos, en habitaciones idénticas. Tendrán HV para entretenerse –sin el módulo de videófono, por supuesto–. Tal vez piensen que ambos podrían recibir una señal de llamada si tratan de llamarse al mismo número simultáneamente –pero en realidad, en dichos casos el equipo arbitrariamente permite una sola llamada, lo que haría diferir sus ambientes.”
Sian preguntó, “¿Por qué no podemos llamarnos el uno al otro? O mejor aún, ¿estar juntos? Si somos exactamente iguales, diríamos las mismas cosas, ejecutaríamos las mismas acciones –seriamos una parte idéntica más de nuestros idénticos ambientes.”
Bentley apretó sus labios y negó con su cabeza. “Quizás permita que algo así ocurra en algún futuro experimento, pero por ahora considero que sería… potencialmente traumático.”
Sian se volteó hacia mí y con la expresión de su mirada me dijo: Este sujeto es un aguafiestas.
“El final del experimento será cómo en el principio, pero a la inversa. Primero sus personalidades serán restauradas. Entonces, perderán acceso a las memorias de cada uno. Por supuesto, sus memorias de la experiencia misma serán dejadas intactas. Intactas en lo que a mí respecta, claro, ya que no puedo predecir como sus personalidades una vez restauradas, actuarán –filtrando, suprimiendo o reinterpretando dichas memorias–. En cosa de minutos, puede que terminen con ideas muy distintas acerca de lo experimentado. Todo lo que puedo garantizarles es esto: Durante las ocho horas en cuestión, ambos serán idénticos.”
Lo discutimos. Sian estaba entusiasmada, como de costumbre. No le importaba mucho como iba a ser; todo lo que realmente le importaba era atesorar una nueva experiencia novedosa.
“Pase lo que pase, seremos nosotros mismos nuevamente al final,” dijo. “No hay nada que temer. Ya sabes el viejo adagio.”
“¿Cual adagio?”
“Todo lo soportable –siempre y cuando no sea infinito.”
Yo no lograba decidirme a como me sentía al respecto. A pesar que ambos compartiéramos nuestras memorias terminaríamos conociendo, no al otro, sino meramente a una artificial tercera persona. Pese a esto, por primera vez en nuestras vidas experimentaríamos exactamente lo mismo –aunque la experiencia fuera la de pasar ocho horas en habitaciones separadas en el cuerpo de un robot sin género y con una seria crisis de identidad.
No pude pensar en ninguna forma realista posible de mejorar el experimento.
Llamé a Bentley, e hice una reserva.
Durante una privación sensorial perfecta, mis pensamientos parecían disiparse en la oscuridad circundante antes incluso que estuvieran formados siquiera. Este aislamiento no duraba mucho, pero; a medida que nuestras memorias de corto de plazo se fusionaran, alcanzaríamos cierta clase de telepatía: Uno de nosotros pensaría un mensaje, y el otro “recordaría” él haberlo pensado, respondiendo de la misma manera.
–No puedo esperar a descubrir todos tus secretos.
–Creo que te vas a decepcionar. Cualquier cosa que no te haya dicho ya, probablemente la he reprimido.
–Ah, pero reprimido no significa eliminado. ¿Quién sabe lo que resultará de esta experiencia?
–Ya lo sabremos, muy pronto.
Traté de recordar todos los pequeños pecados que pude haber cometido en los últimos años, todos los pensamientos vergonzosos o egoístas, pero nada vino a mi cabeza a excepción de una vago sensación de culpa. Traté de nuevo, y conseguí, una imagen de Sian de niña. Otro niño metía su mano entre las piernas de ella que entonces chillaba de miedo apartándose. Pero ese era un incidente que Sian me había contado, hace mucho tiempo. ¿Era un recuerdo suyo o mi propia reconstrucción?
–Un recuerdo mío. Creo. O quizás mi reconstrucción. Cuando te he contado algo que me ocurrió antes que nos conociéramos, la memoria de habértelo contado se ha vuelto mas clara para mí que la memoria del hecho mismo. Casi como la reemplazara.
–Lo mismo me pasa a mí.
–Entonces, nuestras memorias se han ido acercando a cierta clase de simetría con los años. Ambos recordamos lo que nos hemos dicho, como si lo hubiésemos oído de otra persona.
Acuerdo. Silencio. Un momento de confusión. Entonces:
–Esta cuidada división de “memoria” y “personalidad” que Bentley utiliza; ¿es realmente tan clara? Las joyas son redes neuro-computacionales; no puedes hablar de “datos” y “programas” en un sentido absoluto.
–No en general, no. Su clasificación debe ser arbitraria, hasta cierto punto. ¿Pero a quien le importa?
–Claro que importa. Si él restaura la “personalidad”, pero permite que las “memorias” persistan, esto podría llevarnos a…
–¿A qué?
–Depende, ¿no? En un extremo, podría dejarnos tan minuciosamente “restaurados”, tan completamente inafectados, que toda la experiencia podría no haber ocurrido nunca. Y en el otro extremo…
–Permanentemente…
–…próximos.
–¿No es ese el punto?
–Ya no lo sé.
Silencio. Duda.
Y entonces me percaté que no tenía idea si era mi turno de contestar o no.
Desperté, recostado en una cama, ligeramente desconcertado, cómo si esperara a que un hiato mental se me pasara. Mi cuerpo se sentía un tanto extraño, pero menos que cuando desperté en el Extra de otra persona. Bajé la vista y contemplé el pálido y suave plástico de mi torso y mis piernas, entonces agité una mano frente a mi cara. Me veía cómo el maniquí unisex del escaparate de una tienda –pero Bentley nos había mostrado los cuerpos previamente, por lo que la impresión no fue tan significativa–. Me incorporé lentamente, permanecí de pie y luego di unos cuantos pasos. Me sentía un poco insensible y vacío, pero mi sentido kinestético, mi propiocepción, estaba bien; Me sentía localizado entre mis ojos, y sentía que éste cuerpo era el mío. De la misma forma que cualquier transplante moderno, mi joya había sido manipulada directamente para acomodar el cambio, evitando la necesidad de meses de fisioterapia.
Miré alrededor del cuarto. Estaba escasamente amoblado, una cama, una mesa, una silla, un reloj, un set de HV. En la muralla, una reproducción enmarcada de una litografía de Escher: “Lazo de Unión,” un retrato del artista y, presumiblemente, su esposa, rostros descascarados cómo limones formando hélices de cortezas, unidas en una única banda. Seguí la superficie externa de principio a fin, y me sentí defraudado al comprobar que no poseía el giro de Möbius que esperaba.
Ninguna ventana, una puerta sin manilla. Colgando de la pared junto a la cama, un espejo de cuerpo completo. Me paré frente a él contemplando mi ridícula forma. De pronto se me ocurrió que, si Bentley realmente amaba los juegos simétricos, tal vez había construido una habitación que fuera cómo la imagen del espejo de la otra, modificando el set de HV, y alterando una joya, una copia de mí, para cambiar la derecha por la izquierda. Lo que parecía un espejo podría ser una ventana entre las dos habitaciones. Fruncí torpemente el ceño con mi rostro plástico; mi reflejo se veía apropiadamente molesto por la visión. La idea me cautivó, pese a lo improbable que fuera. Sólo un experimento en física nuclear podría revolear la diferencia. No, no era cierto; bastaría con un péndulo cómo el de Foucault para estropear el juego. Me acerqué al espejo y le propiné un puñetazo. No surgió ningún grito de dolor, pero una muralla de ladrillos o un puñetazo opuesto de igual intensidad podrían ser la explicación.
Me encogí de hombros alejándome del sospechoso espejo. Bentley podría haberlo arreglado todo –hasta donde a mí me concernía, toda la habitación podría ser un simulacro computarizado–. Mi cuerpo era irrelevante. La habitación era irrelevante. El punto era…
Me senté en la cama. Recordé a alguien –Michael, probablemente– preguntándose si me entraría el pánico cuando reflexionara sobre mi naturaleza, pero no encontré ninguna razón para ello. Si me hubiese despertado en esta habitación sin memorias recientes, y hubiese tratado averiguar quien era sobre la base de mi(s) pasado(s) probablemente me habría vuelto loco, pero sabía exactamente quien era, tenía dos largos senderos de anticipación que me conducían a mi estado presente. La perspectiva de ser cambiado en Sian o Michael no me importaba en absoluto; el sentimiento de ambos por recobrar sus identidades separadas permanecía en mí, fuertemente, y el deseo de integridad personal se manifestó a sí mismo cómo alivio ante el pensamiento de la re-emergencia, y no como miedo de mi propia disolución. En cualquier caso, mis memorias no serían suprimidas, y no tenía la sensación de poseer objetivos que uno u otro no quisieran conseguir. Me sentía más como su mínimo denominador común que alguna clase de hiper-mente sinérgica; Yo era menos, no más, que la suma de mis partes. Mi propósito estaba estrictamente limitado: Yo estaba aquí para disfrutar la extrañeza de Sian, y para contestar la inquietud de Michael, y cuando el momento llegara estaría feliz de bifurcarme, y reasumir las dos vidas que recordaba y valorizaba.
Entonces, ¿cómo experimentaba la conciencia? ¿De la misma forma que Michael? ¿De la misma forma que Sian? Hasta donde podía distinguir, no había experimentado una metamorfosis fundamental –pero apenas llegué a dicha conclusión, comencé a preguntarme si es que realmente estaba en condiciones de emitir un juicio de tal naturaleza–. ¿Contenían las memorias de ser Michael, y las memorias de ser Sian, mucho más de lo que ambos pudiesen colocar en palabras posibles de ser intercambiadas verbalmente? ¿Conocía realmente algo de la naturaleza de sus existencias, o estaba mi cabeza repleta tan solo de descripciones de segunda mano –intimas, y detalladas, pero en definitiva tan opacas como el lenguaje?–. Si mi mente era radicalmente diferente, ¿podría dicha diferencia ser algo que yo pudiese siquiera percibir? –¿o acaso todas mis memorias, en el acto de recordar, simplemente serían reordenadas en términos que me fuesen familiares?
El pasado, después de todo, no era más cognoscible que el mundo externo. Su propia existencia debía ser explicada por medio de la fe –y, aunque se le dotara de vida, de cualquier forma sería engañosa.
Hundí mi cabeza entre mis manos, completamente abatido. Yo era lo más cercanos que Michael y Sian podrían estar, pero las dudas del primero, pese a todo, continuaban sin respuesta.
Después de un rato, mi ánimo comenzó a mejorar. Por lo menos la búsqueda de Michael había terminado, incluso aunque no hubiera conocido el éxito. Ya no tenía otra opción que aceptarlo, y continuar con su vida.
Di un paseo alrededor de la habitación, encendiendo y apagando el HV. Estaba empezando a sentirme aburrido, pero no pensaba malgastar ocho horas y muchos miles de dólares sentado mirando telenovelas.
Me entretuve ideando posibles maneras de boicotear la sincronización de mis dos copias. No era posible que Bentley pudiera duplicar las habitaciones y los cuerpos tan perfectamente que un ingeniero no pudiese distinguir las diferencias y quebrar la simetría. Incluso el arrojar una moneda al aire podría haber servido pero no tenía una moneda. ¿Arrojar un avioncito de papel? Parecía prometedor –un objeto altamente sensible a las corrientes de aire– pero el único papel en el cuarto era el Escher, y no que un ingeniero no pudiese distinguir las diferencias y quebrar la simetría. Incluso el arrojar una moneda al aire podría haber servido pero no tenía una moneda. ¿Arrojar un avioncito de papel? Parecía prometedor –un objeto altamente sensible a las corrientes de aire– pero el único papel en el cuarto era el Escher, y no podía decidirme a vandalizarlo. Podría romper el espejo, y observar las distintas formas y tamaños de los fragmentos, lo que podría comprobar o desmentir mis especulaciones previas, pero mientras levantaba una silla sobre mi cabeza, repentinamente cambié de idea. Los escasos minutos de privación sensorial con dos conjuntos de memorias de corto-plazo en conflicto habían sido lo suficiente confusas cómo para atreverme a experimentar varias horas de interacción con un ambiente físico distinto. Mejor aguantarme hasta que estuviera desesperado por divertirme.
Me recosté sobre la cama e hice lo que la mayoría de los clientes de Bentley probablemente terminaban haciendo.
A medida que se fusionaban, Sian y Michael temieron por su privacidad –y ambos habían proclamado declaraciones mentales compensatorias, por no decir defensivas, de franqueza, no deseando que el otro pensara que tenía algo que esconder. La curiosidad de ambos, también, había sido ambivalente; querían entenderse el uno al otro, pero, por supuesto, no querían husmear.
Todas estas contradicciones continuaban dentro de mí, pero mientras contemplaba el techo, intentando no mirar el reloj nuevamente por lo menos dentro de treinta segundos más, concluí que no tenía por qué tomar una decisión. Era lo más natural del mundo dejar que mi mente se recreara en el transcurso de la relación de Sian y Michael, desde ambos puntos de vista.
Fue una reminiscencia muy peculiar. Casi todo parecía al mismo tiempo vagamente asombroso y absolutamente familiar –cómo un ataque extendido de deja vu. No es que ambos deliberadamente quisieran engañarse el uno al otro acerca de algo importante, pero todas las pequeñas mentirillas blancas, todos los resentimientos triviales reprimidos, todas las necesarias, loables, esenciales, decepciones amorosas, que los habían mantenido unidos a pesar de sus diferencias, atiborraban mi cabeza con una extraña bruma de confusión y desengaño.
No era bajo ningún punto de vista una conversación; yo no era una personalidad múltiple. Sian y Michael simplemente no estaban ahí –para justificar, para explicar, para engañar el uno a la otra una vez más, con la mejor de las intenciones–. Quizás debería hacer todo ello de su parte, pero constantemente estaba inseguro de mi rol, incapaz de optar por un enfoque determinado. Así que me quedé allí tendido, paralizado por la simetría, y dejé que las memorias fluyeran.
Después de eso. El tiempo transcurrió tan rápidamente que nunca tuvimos ocasión de romper el espejo.
Tratamos de permanecer juntos.
Duramos una semana.
Bentley realizó –de acuerdo a lo requerido por la ley– instantáneas de nuestras joyas previo al experimento. Podríamos haber regresado a ellas –y entonces haberle solicitado a él la explicación del porqué– pero defraudarse a uno mismo es una decisión que resulta fácil sólo si es realizada a tiempo.
No podíamos perdonarnos el uno al otro, porque no había nada que perdonar. Ninguno de nosotros había hecho nada que el otro no pudiera entender, y simpatizar completamente.
Nos conocíamos demasiado bien, eso era todo. Detalle por microscópicamente pequeño y maldito detalle. No era que la verdad fuese dolorosa; ya no nos afectaba, no más. Nos había vuelto indiferentes. Nos había sofocado. No nos conocíamos el uno al otro al punto de como nos conocíamos nosotros mismos; era peor que eso. En el ser, los detalles se nublan en el proceso mismo del pensamiento; la auto-disección metal es posible, pero supone un gran esfuerzo el sostenerla. Nuestra disección mutua no nos supuso esfuerzo alguno; era el estado natural en el que caíamos cada vez que estábamos ante la presencia del otro. Nuestras superficies habían sido desnudadas, pero no para revelar un vistazo de nuestras almas. Todo lo que podíamos ver bajo la piel eran los engranajes, rotando.
Supe entonces, que lo que Sian siempre buscó en un amante era lo ajeno, lo incomprensible, lo misterioso, lo opaco. El sentido total, para ella, de estar con alguien era la sensación de confrontar la otredad. Sin ello, ella consideraba que se estaba mejor hablándose a sí mismo.
Descubrí que ahora compartía este punto de vista (un cambio cuyos precisos orígenes no quería ponderar del todo… pero por otro lado, siempre supe que ella tenía la personalidad más fuerte, debía haber presentido que algo terminaría por adherírseme).
Juntos ya no podíamos estar, así que no tuvimos otra opción que alejarnos.
Nadie desea pasar la eternidad a solas.
© 1992, Greg Egan.
2003, Traducción de Sergio A. Amira.
–Publicado originalmente en Fobos #18 de junio del 2003–