EL PROCESO – LA RESISTENCIA (I)

Zúñiga separó los cables uno a uno, con lentitud, intentando que la angustia que lo inundaba no se convirtiera en un temblor de manos que terminara por mandar todo a la mierda. Como si todo pudiera irse aún más a la mierda de lo que ya se había ido tras la caída de Belarus en Valparaíso y los fusilamientos de la Plaza Presidente Roosvelt; como si quedara alguna posibilidad, todavía, de que La Organización pudiera detener, o al menos disminuir, los efectos de la última reversión síquica que el Gobierno había implementado, esta vez en la Zona Norte del Protectorado, en las cercanías de los depósitos de uranio de Chuquicamata.
Comprobó que el Geiger funcionara correctamente, para luego calibrar los niveles de radiación a emitir por el dispositivo preparado por Riquelme. Todo parecía funcionar bien, pese al nerviosismo, el sudor frío y los retorcijones, que le impedían visualizar correctamente las probabilidades de éxito de la operación. Palpó el cañón de plasma, que portaba en la cartuchera de la pierna derecha desde su ingreso a La Organización, y un leve dejo de tranquilidad le recorrió el espinazo. “Al infierno no se viaja solo”, pensó, y ajustó el reloj para que activara el mecanismo expansivo a las 4:37 de la madrugada.
La hora en que el Presidente Flores volvía al búnker tras su visita nocturna al Distrito de los Párvulos.

EL TUNANTE


A la par de nuestros primeros superhéroes, surgen algunos de los más grandes supervillanos que nuestro país ha conocido, como consta en la monumental obra del sociólogo Fernando Villegas, Lo que se esconde en la oscuridad: bandoleros urbanos y estabilidad social, cuya primera edición (1) fue injustamente requisada por las autoridades por su contenido “sedicioso y nocivo, que tiende al envenenamiento de nuestra juventud a través de la distorsión de nuestro sistema de valores” (2).
Entre los supervillanos analizados por Villegas, destaca la historia de El Tunante, mezcla de una violencia muchas veces desbocada contra las instituciones y de una sutil ironía, que le ganó un peligroso cariño entre las gentes de menor cultura durante las décadas del ’40 y ’50.
Verdadera némesis de El Llorón, con quien sostuvo encarnizados encuentros que acabaron con buena parte del casco antiguo del puerto de Valparaíso completamente destruido, El Tunante se hizo conocido inicialmente por el desparpajo mostrado a la hora de cometer sus felonías, así como por la burla permanente a la que sometía a las fuerzas de orden, que incapaces de detenerlo debían resignarse a ser víctimas tanto de los ataques del delincuente, como de la burla con que la gente de los cerros de Valparaíso hacía escarnio de su ineptitud.
Al respecto, Villegas señala en las páginas de su libro que El Tunante “convertía el delito en una parábola de la venganza social, una suerte de didáctica de la revancha cristalizada en la destrucción no sólo material de los centros de poder financieros, políticos y represivos, sino en la liquidación simbólica de su respetabilidad y legitimidad pública” (3), tesis que cobra fuerza al recordar el secuestro del cónsul norteamericano en el puerto, Phillip Baltimore, quien tras dos semanas desaparecido fue encontrado en el Barrio Chino completamente drogado y vestido de cabaretera. O el desvalijamiento de la Compañía Sudamericana de Vapores en 1957, perpetrado por una banda de asaltantes desnudos, reclutados entre la escoria del puerto y acaudillados por El Tunante.
Este último hecho fue el que, en definitiva, marcó el punto de inflexión en la actitud sostenida por las autoridades, que comenzaron desde ese momento una verdadera cacería humana, la cual sólo terminaría meses más tarde, con el aniquilamiento casi total de la red de ayudistas construida por El Tunante en los cerros y bajos fondos de Valparaíso y San Antonio. Estos sucesos, que terminaron en el llamado “Proceso de los dos puertos”, durante el cual se condenó a muerte a los sobrevivientes de la red de El Tunante (4), fue ávidamente seguido por la opinión pública, que junto al horror que experimentó al conocer los escabrosos detalles de la política de extermino llevada a cabo por las fuerzas de orden, acabó por situar a El Tunante en el lugar que, aún hoy, mantiene en los corazones de los sectores populares del puerto, cual moderno y ácrata Robin Hood criollo.

NOTAS:
(1) Villegas, Fernando. Lo que se esconde en la oscuridad: bandoleros urbanos y estabilidad social. Séptimo Círculo Editores: Linares, 1987.
(2) DFL 3.765, Ministerio de Información, Planificación y Control. Marzo, 1987.
(3) Villegas, p. 234.
(4) Finalmente, sólo Máximo Huerta fue fusilado, pues tanto los hermanos Gamarra como Hugo Petrucci optaron por acogerse al sistema de protección de testigos, cambiando sus penas por extrañamiento en la isla Juan Fernández, donde Jorge Gamarra Gamarra vive hasta el día de hoy dedicado al pastoreo de cabras.

EL PROCESO – EL PROYECTO SYNCO (I)


Inicialmente ideado por el Presidente Salvador Allende como una forma de monitorear los niveles de producción, a poco andar comenzaron a quedar en evidencia las inmensas posibilidades de desarrollo que encerraba esta iniciativa, las que fueron sistemáticamente explotadas por el entonces Secretario General de Gobierno Fernando Flores, quien ocuparía la cartera de Información tras el alzamiento del año ’76, concentrando en sus manos –entre otras- las labores de desarrollo de Synco.
Bajo el mando directo de Flores, el ingeniero Raúl Zurita –a la sazón encargado de Control y Operaciones de Synco- logró impresionantes avances, principalmente referidos a la impensada diversificación de funciones que el proyecto podía cumplir en manos del régimen. Bajo el alero de Synco se inicaron, en 1977, las primeras investigaciones en torno a la producción de cyborgs, así como los intentos iniciales para la fabricación seriada de autómatas de seguridad, uno de los cuales fue utilizado para reemplazar al Presidente Allende en La Moneda el día del atentado del 1º de mayo, debido a que en círculos del Ministerio de Información se manejaba la hipótesis de que un posible ataque amenazaba la seguridad del Mandatario, lo que fue tristemente confirmado por los hechos. Meses más tarde, durante una de las incursiones de Gojira en Santiago, se intentó utilizar a los autómatas en labores de rescate, lo que terminó en un absoluto desastre que las autoridades debieron ocultar.
Los avances logrados en Synco llamaron la atención del mundo científico, lo que produjo una corriente permanente de expertos y técnicos –principalmente de la órbita soviética- en las oficinas de calle Namur. Así fue que se instalaron en Chile, de manera más o menos permanente, el astrofísico norteamericano Stephen Hawking, investigador del MIT y reconocido dirigente del trotskista Socialist Workers Party, y el ingeniero en robótica polaco Jerzy Achmatowicz, piezas fundamentales en el desarrollo ulterior del Proyecto Synco, junto a su contraparte chilena, el filósofo de las ciencias Roberto Torreti y el biólogo Humberto Maturana.
Al poco tiempo, y bajo el más estricto secreto, Synco dio origen a una serie de proyectos y departamentos de investigación y prueba paralelos, como el Departamento de Desarrollo Metaorgánico y el Bureau de Investigaciones Parasíquicas, este último bajo la dirección del Dr. Hugo Correa.

EL PROCESO – LA MUERTE DEL MINISTRO

Abril 17, 2002

El cuerpo sin vida del ministro de Información, Planificación y Control, Raúl Zurita, fue encontrado en horas de la madrugada, luego de que vecinos del jefe de gabinete escucharan el característico zumbido que sigue a las descargas láser.
Zurita, de 51 años, fue encontrado entre pilas de informes y herméticos escritos, aparentemente poéticos, en el hall de su bunker de Avenida General Pinochet, en la comuna de Vitacura. Junto al occiso, versiones de prensa señalan que cyborgs del Departamento de Investigaciones Orgánicas habrían encontrado una nota, escrita en código binario y sobre la que estarían trabajando peritos del DIO, mediante la cual el personero de Gobierno aclararía las razones de su supuesto sucidio. Sin embargo, las autoridades desmintieron estos rumores, agregando que el intento de vincular la muerte del ministro con su supuesta participación en el recordado atentado de 1979 no era más que una sucia maniobra de los enemigos de Chile por enlodar el nombre de uno de sus hijos predilectos.
El Director Supremo de la Nación, Fernando Flores, señaló que la pérdida de Zurita era no sólo una fuente de inmenso dolor para el país, sino que para él, personalmente, significaba la desaparición de uno de sus más cercanos colaboradores. Añadió que, precisamente en estos momentos, en que parece inminente el inicio de hostilidades con el Califato Ibérico, la ausencia de Zurita a la cabeza del Ministerio de Información, Planificación y Control sería particularmente dañina para los intereses nacionales, por lo que no descartó la participación de terceros en su muerte.
En Director Supremo añadió que el vacío dejado por Raúl Zurita en el Ministerio sería ocupado por el hasta ayer Director de Operaciones Orgánicas, Dr. José Zarhi.