Tuve que leerlo tres o cuatro veces antes de convencerme de que había leído lo que había leído. Es cierto lo que decía, en todo caso. Leo mucha ciencia ficción, y he estudiado a modo de hobby la teoría de Everett. Cuando leí el mensaje creí que era un error, eso de Everman. O tal vez decía Everglade o algo por el estilo. Pero verá, doctora, en esa dimensión los apellidos son todos diferentes a los nuestros. Parecidos, pero diferentes.
Por entonces yo todavía pensaba que era una broma.
Encontré el disco en el interior del sobre. Un disco plateado, como cualquier UDVD, pero no exactamente igual. Ésa era una de las cosas más inquietantes de la otra dimensión. Casi todo era igual que en la nuestra, pero había ligerísimas diferencias que me incomodaban. El disco parecía un poco más grande de lo normal, por ejemplo. Sólo un poco, no lo suficiente para ser evidente. No para notarlo con la mirada, tal vez, pero sí con el tacto.
Subí las escaleras con el disco en la mano y me encontré frente a una puerta de acero. Tecleé mi apellido en un pad numérico. Ya sabe, cada número es a la vez una de tres letras. El 2 es ABC, el 3 DEF y así. Tecleé mi apellido y se oyó un click, y abrí la puerta. Me encontré en el fondo de un closet, con abrigos y gabardinas y una aspiradora. De allí pasé a una habitación con pinta de estudio-biblioteca y me encontré en la casa de Jack Twotter.
Ahora, debo confesar que lo primero que sentí fue envidia. Entiéndame, doctora. No digo que gane poco, o que mi departamento no sea suficientemente grande para mí, pero este Jack… «alternativo», este Jack tenía una casa de verdad, con patio trasero, sótano, dos baños y un comedor completamente separado del living y la cocina. La verdad es que por un instante, por un instante muy pequeño me sentí contento con el cambio de vida.
Pero las responsabilidades son las responsabilidades. Había un reloj sobre el escritorio. Marcaba las 9 de la mañana, más o menos. Supe que era por la mañana porque había luz en el exterior, aunque el cielo estaba nublado tras la ventana. Recorrí la casa hasta encontrar un efono en el living, y marqué el código del laboratorio. ¿Sabe que los efonos del otro lado no tienen los símbolos esos del asterisco y el gato a cada lado del cero? En su lugar hay una estrella de cinco puntas y una cosa parecida al ampersand.
Bueno pues llamé al trabajo y nada, me salió un mensaje de «el número que usted marcó no existe». Estuve un rato probando distintos códigos, poniendo y sacando prefijos institucionales o de área, pero nada. Ni siquiera di con el servicio de informaciones. Supongo que usan un sistema de marcaje diferente al nuestro, nunca llegué a averiguarlo.
Busqué fibras y micrófonos en todos lados, y espié la calle por varias ventanas. Me dio la impresión de estar en un barrio suburbano común y corriente, tranquilo y silencioso a esa hora de la mañana. No se, doctora, nunca he estado en un barrio suburbano de verdad, pero se parecía a los de las películas. Al final me di por vencido. En la cocina no había máquina para el café, así que me serví un vaso de leche con unos cereales que no había visto en mi vida y me fui al living a ver el disco. El reproductor era como una mezcla entre un Gamesphere y un datascreen, pero los principios básicos son los mismos en todas las dimensiones, supongo.
Me pregunto si el triangulito del «play» está patentado en el multiverso.
Puse el disco y todo se volvió aún más extraño.
En la pared apareció la imagen de un tipo viejo, como de sesenta años, que, y le juro que fue una sensación muy rara, era igual a mi abuelo. Que, para que lo sepa, murió cuando yo tenía ocho años, por allá por la época de internet y el Cambio Climático. Claro que cualquier pelaperros que sepa un poco de SculptiX o Corel AVG puede alterar una grabación, doctora, pero la calidad de la imagen y el sonido era demasiado real… no como en el cine o los videojuegos, que son, no se, híper-realistas, sino real. Verdadero. A esas alturas ya empezaba a parecerme que la broma había llegado muy lejos, que todo estaba demasiado bien ejecutado para ser artificial. Los detalles, las pequeñas imperfecciones, las texturas, todo. Comencé a pensar que tal vez había entrado realmente en otra dimensión.
El hombre en la pared se puso a hablar. Hablaba con un tono cansado, carraspeando a cada rato, con muchas pausas y palabras repetidas, pero lo que dijo fue aproximadamente esto:
* * *
Hola Jack.
Esto no es una broma. Mi nombre es Jack Twotter y envío esta grabación desde tu futuro.
He pasado los últimos treinta años bajo tierra, desarrollando la tecnología que me permitió enviar este mensaje a tu tiempo. Si he sacado bien las cuentas, debes estar a punto de graduarte de Ingeniería Civil en Matemáticas y entrar al programa de Doctorado en Corrientes Abstractas.
No lo hagas. Los viajes en el tiempo no sirven para nada. Tal vez su única utilidad sea haberme permitido advertirte de ello.
Jack, dentro de cinco años la Tierra sufrirá una invasión extraterrestre. La mitad de la población mundial será masacrada durante la primera semana, y el resto caerá poco a poco con el correr de los años. Actualmente debe haber unos mil o dos mil seres humanos en todo el globo. No he visto a nadie en varios meses y estoy aburrido de esperar el fin.
Tienes que encontrar una forma de evitarlo, Jack. Tu mente es capaz de ello. Lo se porque es mi propia mente, y si pude construir un depolarizador cronoscópico con los desechos de una civilización, tú puedes construir un arma que salve a la humanidad de los invasores. O al menos encontrar la manera de sobrevivir, Jack. Al menos eso.
Quisiera poder enviar algo más, pero los mensajes en el tiempo son costosos, y no cuento con muchas fuentes de energía. Mientras compilo esta información uso las últimas reservas. No habrá calor esta noche. Tal vez salga a la superficie y vea el sol por última vez.
O tal vez será de noche.
Adiós, Jack.
* * *
¿Sabe, doctora? No soy de los que lloran con las películas, pero sí soy un hombre sensible. A veces estoy viendo las noticias en el plasma y me siento mal, como enfermo y triste y desesperado, todo a la vez, cuando aparecen los niños muertos o las gaviotas cubiertas de petróleo o la gente que duerme en las alcantarillas. Pues algo así sentí cuando vi la grabación en la pared. Me dio pena por el pobre viejo sucio y cansado, viviendo en túneles húmedos y esperando la muerte, y aún así lo bastante ingenioso para mandar un mensaje al pasado. Me dio rabia pensar que Jack prefirió inventar una manera de huir en vez de inventar algo para luchar con los marcianos. Y me sentí mal, culpable y triste, al recordar que Jack era yo, igual de egoísta en todos los tiempos y dimensiones, autorreferente y cobarde y derrotista.
Siempre que me pongo a pensar así me propongo cambiar, convertirme en una persona nueva y diferente, una persona mejor. Pero nunca funciona. Sigo siendo yo.
Al igual que con la carta, revisé el disco varias veces.
Casi al comienzo del mensaje, el viejo relataba uno de los secretos mejor guardados de Jack Twotter, algo tan privado y vergonzoso que era imposible que lo supiera alguien más aparte del mismo Jack. Lo más sorprendente de todo, doctora, es que yo tengo el mismo secreto, y nunca se lo he contado a nadie. Así que me sentí del mismo modo que debe haberse sentido él la primera vez que vio la grabación, sólo que en mi caso no había una conexión tan especial con el anciano, porque no era mi futuro yo, si me explico. Era el de mi versión paralela.
Miré el video cuatro o cinco veces más y luego pasé el resto de la mañana investigando la casa. Encontré el cuadernillo de notas que Jack había mencionado en la carta. Su vida era prácticamente igual a la mía, excepto por la carrera y el postrado. Verá, doctora, en esa dimensión la informática y la robótica están mucho más desarrolladas que en la nuestra, pero en cambio la química y la biología son notablemente inferiores. Creo que puedo afirmar que con mi Doctorado en Neuropsicoquímica yo era el mayor experto en biología en todo el planeta.
A eso de las doce sonó el timbre.
Por las notas de Jack sabía que tenía una novia de nombre Ofelia Nidako, e imaginé que era ella, porque cuando abrí la puerta me dio un beso. En la boca, quiero decir. Yo me quedé sorprendido, pero no sólo por el beso sino porque Ofelia es la copia exacta de Ofelia Ichigawa. Ya sabe, la actriz. La de Pulp Scifiction. Pues la Ofelia de Jack Twotter es idéntica, con ascendencia japonesa incluida, pero en vez de actriz es escritora.
El caso es que debió notar mi desconcierto, porque puso cara de sospecha y preguntó:
– ¿Te pasa algo, Jack?
Y yo dije:
– No, no, pasa, te estaba esperando.
Cosa que no era cierta pero que me pareció mejor que contarle que su novio la había abandonado, por no hablar de las dimensiones paralelas o la invasión extraterrestre.
Ofelia estaba de muy buen humor, y por sus gestos y comentarios supuse que ella y Jack habían tenido una noche romántica, lo que encajaba perfectamente en el plan maestro de Twotter, que nunca volvería a verla. Yo le seguí la corriente un rato, lo admito. Todavía me sentía como en las nubes con todo aquello, y estaba medio atontado por la belleza cinematográfica de una mujer que en este mundo salió elegida la más sexy del año.
Pero cuando me preguntó si había hecho las reservaciones en no se qué restaurante no tuve más remedio que confesar. Llevé a Ofelia al salón y se lo conté todo, como se lo estoy contando ahora a usted. Le dije que me levanté temprano y que el espejo estaba vacío y le hablé de la carta de Jack y el disco del futuro. Y Ofelia reaccionó más o menos igual que usted, doctora, sonriendo primero como si se tratara de un chiste, pasando luego a un ligero enfado al creer que me estaba burlando, y adoptando una expresión de atención distante al final, dándome tiempo a terminar la historia antes de sacar una conclusión.
La diferencia es que a esas alturas la historia era bastante más corta que la que le estoy contando a usted, y además la respuesta de Ofelia fue muy distinta a la que yo hubiera esperado. Porque yo hubiera esperado que se levantara y saliera corriendo, o que hubiese llamado al conductorio o lo que sea que tengan en esa dimensión para tratar a los locos. Pero en cambio sonrió y dijo:
– Así que lo has empezado.
– Ehhh… -creo que fue lo que dije yo.
– El libro, hombre. ¿Te leíste eso esta mañana? ¿Te gustó?
No hace falta que le diga que no tenía idea de a qué libro se refería.
– Ofelia, yo… no estoy mintiendo. No se a qué libro te refieres.
Eso no pareció gustarle. Dijo que no era gracioso y que aceptaría críticas constructivas pero no bromas pesadas y cosas así.
Verá, doctora, después supe que Ofelia le había entregado a Jack una versión preliminar de una novela que tenía intenciones de publicar. La historia iba de viajes interdimensionales y neuroimplantes, y Ofelia tenía la esperanza de que Jack leyera el manuscrito, que evidentemente no era un manuscrito porque ya nadie escribe los libros a mano, sea donde sea, y le ayudara con algunos detalles técnicos sobre física cuántica.
Ofelia presionó algún panel sobre la mesa del living y en la pared se proyectó un entorno de red típico. Abrió un archivo muy escuetamente llamado «Manuscrito» y una voz neutra artificial, mucho mejor que nuestras voces neutras artificiales, comenzó a narrar las aventuras de un hombre llamado Nik Tirma, que se despertó un día y fue enviado a una realidad alternativa por su contrapartida dimensional.
Supongo que intuye por dónde va la cosa.
El libro de Ofelia, que se titulaba «El hombre que salvó el mundo», era una descripción prácticamente exacta de todo lo que me había sucedido desde las seis y media de la mañana de aquí hasta las doce y media de allá. Y cuando digo «prácticamente» estoy siendo eufemista, porque lo único que no era igual eran los nombres y las profesiones de los personajes. En ese punto yo había quedado hipnotizado por la voz que salía del techo, y estaba atrapado en un loop filosófico de esos que todo el mundo sufre de vez en cuando, pensando en el destino, el azar y el libre albedrío. Porque, doctora, todo lo que salía en el libro me había pasado. ¡Nik Tirma también había desayunado leche con cereales después de tratar de llamar a su trabajo!
La narración se estaba acercando al punto en que Nik Tirma le abría la puerta a la novia de Martin Ki cuando Ofelia desactivó la proyección. Si hubiera podido leer un par de páginas más tal vez hubiese sabido qué responder cuando me preguntó:
– ¿Y bien? ¿Hasta aquí llegaste? ¿Qué te parece lo del «destramador de probabilidades»? ¿Se llama así, verdad?
Lo único que se me ocurrió fue agarrarla de la mano y llevarla al sótano. Una vez que abrí la puerta en el fondo del guardarropa se quedó callada. Me sentí extraño al bajar de nuevo a aquel sitio. Me parecía que hubieran pasado años en lugar de horas. Ofelia no dijo nada. Se dedicó a recorrer el lugar con los ojos muy abiertos, y me quedó claro que Jack nunca le había enseñado el taller ni le había hablado de sus intenciones. Después de un buen rato volvimos arriba. Le mostré la carta y la grabación. Noté que los ojos se le ponían húmedos, pero no dije nada. Nos quedamos en el estudio de Jack, ambos de pie y en extremos opuestos de la habitación. Otra persona tal vez… Otra persona se habría cagado de miedo, pero Ofelia había escrito todo aquello. Estaba en un archivo llamado «Manuscrito» en la pared del living. De todas formas la explicación más sencilla para ella era que Jack le estaba gastando una broma, así que dije:
– Ofelia, esto no es una broma.
Y ella dijo:
– Déjame ver tu pecho.
Lo que me tomó por sorpresa, pero quién era yo para negarle nada a la mujer más sexy del ’45.
Me quité la camisa e hice lo posible por no sonrojarme cuando me examinó. Lo que haya visto terminó por convencerla, porque con los ojos desorbitados y una mano sobre la boca se apartó, tambaleándose. Se sentó en la silla del estudio sin dejar de mirarme, entre asustada y acusadora. Ahora era consciente de que su novio había desaparecido y estaba sola con un desconocido. Y peor aún, era consciente de la naturaleza profética de la novela que había escrito, que, como ya le he dicho, tenía que ver con una invasión alienígena y neuromanipulación extrema.
Ofelia pasó un rato murmurando cosas como «Oh, Jack», «¿cómo es posible?» y «¿cómo pudiste hacerme esto?». Mientras tanto yo fui a la cocina y calenté una taza de agua, pero luego no encontré té ni nada que echarle y volví al estudio con las manos vacías.
– Así que Jack Oneill, ¿no? -dijo.
En retrospectiva me pregunto si cada palabra que salió de nuestras bocas estaba escrita en su novela. Es un pensamiento inquietante, ¿no le parece, doctora? Aunque ahora mismo no viene al caso, lo siento.
Le dije que sí, que así me llamaba, y volvimos a repasar mi versión de los hechos. Cuando le pregunté si podría dejarme leer el manuscrito ella dijo:
– No hay tiempo, Jack. Si lo que escribí va a convertirse en realidad, tenemos apenas tres horas para tu operación.
Y en cosa de segundos estuvimos en su automóvil y comenzó a contarme el resto de su novela.
* * *
El protagonista del libro se llama Nik Tirma, como ya le he dicho. Nik es un sobresaliente cerebrólogo atrapado en una vida rutinaria y aburrida. Cerebrólogo es un término inventado por Ofelia para referirse a los neurocientíficos… Recuerde que es una obra de ciencia ficción.
Martin Ki en cambio es un respetado mecanicista de una dimensión paralela a la de Nik. Después de recibir un mensaje del futuro, Martin pasa varios años estudiando la estructura del multiverso y descubre una manera de escapar al cataclismo que se avecina. Pero todo eso ya lo sabe, claro. Me estoy repitiendo.
Lo nuevo es esto:
Poco después de que la novia de Martin se encuentra con Nik, el planeta se ve atacado por una raza de extraterrestres gigantescos, que liberan millones de esporas en la atmósfera terrestre y provocan una suerte de zombificación de la raza humana. La novia de Martin es… ¿A que no lo adivina? Es actriz, y está filmando una película que va de lo mismo que está pasando. Por eso sabe que debe llevar a Nik, que es inmune al tóxico alienínega, a un laboratorio especializado donde haga valer sus conocimientos diseñando un neutralizador telepsicomático que contrarreste los efectos de las esporas.
Al final Nik lo consigue, claro, como demuestra el hecho de que me encuentro aquí hablándole de ello, pero no sin antes sufrir multitud de contratiempos.
* * *
Muy buen cuento Guayec. Te felicito, me gustó mucho.
Ya lo había leído, eso sí. Alncancé a leerlo en el poco tiempo que alcanzó a estar publicado en la factoría. Es un relato que tiene hartas fintas dentro de la finta, por lo que cuesta un poco descifrarlo lo que lo hace sorprendente y entretenido. Incluso en lo de la «doctora» me engañó.
Saludos y sigue así.
Me gustan mucho los cuentos de guayec. Es dueño de una prosa muy amena, elocuente y ligera que provoca que sus relatos se lean con mucha fluidez. Uno ni se da cuenta que está leyendo hasta que se acaba el texto!!
Ojalá se animara a escribir una novela 🙂
Más bien ojalá le llegara la inspiración de nuevo, que lleva varios meses con writer’s block. 😕
«Me gustan mucho los cuentos de guayec»….. Guayec tiene novia…… XP
bromas aparte, ha sido el cuento de guayeco que mas me ha gustado, tiene ese aire a lo P. K Dick (a propósito de tu Ubik) pero consigue su propia vida.