Para Arthur C. Clarke
Unsool descendió envuelta en una bola de fuego desde la nave matriz, suspendida a 5000 km. en órbita geoestacionaria. Aún en estado latente podía sentir la turbulencia traspasar el líquido de amortiguación inercial que hacía vibrar todo su cuerpo con un molesto cosquilleo. En el sueño frunció el gesto y el servo de biología le inyectó 30 mg. más de ketamina. Separándose de su cuerpo flotó lejos de su capullo-nave y la vio arder con un crepitar apagado, mientras la curvatura del planeta se hacía menos evidente a medida que se internaban más en la atmósfera alta, en ruta directa al ojo de un tifón. Y luego las nubes y la oscuridad la envolvieron con una violencia de vientos cruzados y relámpagos que enmudecían por el silbido de la nave al contacto del aire frío. A cuatro kilómetros de la superficie, el servo de biología disolvió benzodiazepinas en el torrente circulatorio de Unsool y entró en estado de latencia. El navegante de atmósfera se activó y tomó el control de los subsistemas procediendo a un plan de reconocimiento topográfico, usando cortos chorros de plasma cada cinco segundos para decelerar. A quinientos metros extendió las alas translúcidas y planeó sobre las turbulentas corrientes hasta una meseta cerca del naufragio. El suelo fuertemente compactado por la hierba absorbió el peso del capullo y luego las tuberías absorbieron el líquido del interior, mientras Unsool recuperaba lentamente el control de su conciencia. Como una nuez, el capullo se abrió dejándola libre y húmeda. Durante cinco minutos comprobó que su musculatura y cognición le respondieran con una serie de ejercicios de calistenia y matemáticos, para luego ordenarle a la armadura que se irguiera en modo instintivo. Su primera impresión de Miroa II fue la de un planeta donde solo existía una única estación: la tempestad.
Con una gravedad casi tres veces mayor a la terrestre, el planeta estaba a merced de una turbulenta actividad climática y eléctrica. No había grandes elevaciones y las nubes migraban por el cielo rápidamente en colgajos, mientras la intensidad de la luz variaba hasta una visibilidad de 3 kilómetros. Una hierba corta y de tallo fuerte era la única vegetación que se veía por doquier y varios ciclones rondaban la meseta en forma errática. Para Unsool era un paisaje sacado de un holo de entrenamiento: nunca había tenido la oportunidad de estar en misión en un lugar tan inhóspito, pero a la vez la combinación de violencia y profundidad le otorgaba una belleza temeraria. Sin embargo, ni siquiera la gravedad aumentada podía ser problema para una agente de fisiología adaptable y su armadura. Estableció comunicación con Gio, la IA de la nave madre, pero el enlace demoró más de lo debido, quizás debido a la alta ionización de la atmósfera. De pronto el logo corporativo de Gio apareció reflejado en su subretina. «G:I:O operativo».
-Gio, estoy bien, no es un bonito paisaje pero al menos es interesante -dijo dando una larga mirada en derredor, mientras la IA descargaba rutinas compiladas y chequeaba el estado general de la humana. «Objetivo de misión: entrando». Al mirar hacia el oeste, su visión se transformó en un túnel que indicaba el lugar del naufragio de la Anoita en colores incandescentes. El escáner de la armadura no mostraba señales de vida electrónica o biológica.
-Necesito ruta de vuelo, por favor. -Inmediatamente se estableció un cuadro tridimensional que cruzaba la meseta, evitando los tornados, hasta la otra nave.- Gracias. Por favor, asegura el capullo y activa una baliza de radiofaro.
«Ok, asegurado, activado radiofaro,» refulgió en sus ojos. Tomando impulso, dio tres zancadas y saltó haciendo que los motores inerciales hicieron el resto. Siempre era una gran experiencia para ella sentir que se batía un record de salto largo. Y la turbulencia de la atmósfera también era parte de la diversión. Gio había aprendido que el explosivo aumento del ritmo cardíaco era parte de la biología de Unsool.
La armadura se encargó que el aterrizaje fuese tan suave que tocó tierra casi dentro de la bahía de carga de la Anoita, que yacía en dos grandes pedazos, ambos sobre un costado. No perdió tiempo en establecer comunicación con la difunta IA y fue directo a la estación de mando, en donde encontró dos de las tres camas criogénicas. Ambos agentes estaban definitivamente muertos, sin posibilidad siquiera de un escaneo cerebral. En cuánto a la tercera cama, lo más seguro era que estuviera esparcida en los dos kilómetros de la trayectoria del aterrizaje. El faro de emergencia aún funcionaba pero ya no había nada vivo que rescatar y la bitácora de la caja negra indicaba un daño mayor en uno de los motores de hipersalto que obligó a la nave a salir al espacio normal. La IA de la Anoita trató de resolver el problema por sí misma pero sólo logró que un incendio se propagara por las alas de navegación y afectaran los giróscopos de estribor, descoordinando los sistemas autónomos de estabilidad que comenzaron a emitir chorros de plasma sin ritmo, mandando a la nave a una espiral descendente sobre Miroa II. La reentrada estabilizó un poco la caída, dándole tiempo a los motores de proa para desesperadamente intentar decelerar, pero la tensión reventó la cubierta en dos y ambos pedazos cayeron. Era un milagro que quedase algo de la nave.
Unsool vio desapasionadamente la destrucción y luego dijo: -Gio, desencripta objetivos, por favor. -Dos de ellos habían sido cancelados. Asegurar las cargas nucleares era ahora su objetivo primario.
La nave siniestrada iba a Sere, un planeta especializado en anular material fisionable y de riesgo biológico, donde se iban a destruir doce cargas nucleares confiscadas por la Novus Seclum a un reyezuelo que tenía planeada una escaramuza privada contra sus vecinos. El itinerario de las naves de carga era secreto y enrevesado para evitar los crecientes asaltos de los piratas. Se usaban los corredores más inestables y poco frecuentados de las corrientes hiperespaciales, pero siempre más de alguna cosa podía salir mal. Unsool no estaba segura si esto podía ser algo más complicado que un desastre fortuito, de modo que ordenó a Gio armar las baterías de torpedos y estar alerta a los nodos de salida de los corredores por si llegaban visitas inesperadas.
La cuna de armamentos estaba diseñada para resistir el ataque de un misil de plutonio, era lo que decían los fabricantes. El uso y el envejecimiento habían hecho que una de las placas de seguridad fuese arrancada de cuajo, dejando expuestas las ojivas en sus cámaras, con el aviso de peligro de radiación en una de las paredes. El compartimiento estaba lleno de agua y algún tipo de vegetación resistente a los altos niveles radiactivos que eufórica había comenzado a colonizar todo. El escaneo de Gio y Unsool de los doce nichos verificó que ninguno estaba filtrado, con excepción del número 5 que no contenía ninguna ojiva. Gio rápidamente intentó ubicar la carga perdida, haciendo telemetría sobre la trayectoria de caída de la Anoita, pero no pudo localizarla. Unsool, más pragmática que la IA, rebuscó la superficie de una ojiva hasta hallar el bajorrelieve: un sello de claves ADN.
-Gio, ¿qué modelo son las ojivas? -Pero la IA no pudo encontrar nada en su base de datos de armamentos.- Bien, son antiguas o artesanales, pero aún pueden funcionan como cualquiera -se replicó a sí misma, acariciando el sello con las dos claves.- ¿Puedes decodificar ambas claves de ADN y emitir un pulso de radio por la banda protegida militar con ellas, por favor? Ojalá estemos aún dentro del rango.
Unsool le explicó a la IA que creía que las bombas se podían rastrear como todos los armamentos con el estándar de la Novus Seclum. Una de las dos claves de ADN era el catalizador para que un pulso radial comenzara a fluir desde el arma, en una banda y con una secuencia especial que estaba contenida en la segunda clave. Teniendo todos los sellos de claves ADN de las bombas se podía deducir cuál podría ser la secuencia del sello de la que estaba perdida.
Gio moduló varias claves en la banda de los 800Mhz a intervalos de tres segundos y luego esperaron. Afuera el viento rugía y la lluvia se aproximaba y alejaba, los tornados derivaban perezosamente hacia el sur. «Ojiva localizada, 80 km. punto cero, cuadrante 44-27, en movimiento».
-¿Pero, cómo? -Espetó Unsool, sorprendida, no obstante se recuperó y volvió a preguntar.- ¿Existe biología importante en el planeta?
«No clasificada. Humanoide. Estadio: edad de metal, sobrevivencia precaria. Solicitando más resultados.» Bueno, no estaba muy lejos de la verdad, aunque no eran el tipo de piratas que ella esperaba. Una raza que recién construía puntas metálicas no tendría idea del peligro de una ojiva nuclear. Con un gesto de nerviosismo, decidió pasar la misión a clave amarilla de nivel 4. Una urgencia moderada, pero que despertaría las sospechas sobre ella en Control de Misión, a 150 años-luz de allí.
Desde afuera, Unsool activó la granada de espuma que inundó la cuna de armamentos y se solidificó en un muro más fuerte que el concreto. Luego, tomando impulso saltó hacia el sur tras la huella de la ojiva nro. 5.
Desde arriba, el paisaje era una secuencia violenta pero monótona de colores ocres y austeros con ninguna gran elevación a la vista. Según cálculos de Gio, los humanoides habían raptado la ojiva hacía cinco o seis días y seguían una ruta directa hacia el sur con destino desconocido. Unsool discutió la posibilidad con la IA de que aquella gente fueran meros recolectores de todo lo que fuese o pareciese metálico, lo que era una muy mala perspectiva. Se imaginaba a los humanoides intentando fundir la ojiva y detonando su carga, pero hasta ahora esas eran meras divagaciones. Miroa II solo había sido visitada en tres oportunidades en dos siglos y nunca fue declarada una fuente de recursos de nada, estando la galaxia poblada de miríadas de planetas más ricos y preciosos.
«Ingreso de nuevos datos. Ver panel.» Gio había encontrado algo interesante. Unsool ordenó a la armadura continuar en piloto automático y cambió la visión hacia el panel que titilaba en el ámbito más externo de la subretina. En él se mostraba una vista superpuesta del exterior cuya cromática derivaba al rojo hacia el oeste hasta un cráter, como a 12 km. de su posición actual. Los niveles de radioactividad degradados indicaban un antiguo incidente nuclear. Decidió que bien merecía echarle una ojeada y retomó el control de la armadura. Cinco minutos más tarde, se encontraba en el borde del cráter de 1 km. de diámetro, que ahora era una laguna de aguas revueltas y ríos tributarios. La explosión nuclear que abrió ese agujero pudo haber sido un torpedo táctico de alguna expedición anterior. Pero lo más interesante fue observar las grises y embarradas casuchas de los humanoides en toda la costa de la laguna y a una prudente distancia. No había nadie fuera de las construcciones y todas estaban conectadas entre sí. Gio configuró la hipótesis de que la vida social pasaba dentro de las construcciones mientras las tempestades azotaban el exterior, mas no había encontrado bibliografía completa sobre esta raza o sus métodos de supervivencia. Hacia el centro del poblado había un claro y un tótem pesado y tosco, igualmente gris con una mancha amarilla. Unsool descendió en aquel patio interno verificando que estaba sola, su mirada derivó desde las varias esclusas en las paredes que despedían un vapor blanco, que se arremolinaba hacia la tempestad, hasta el portal con una cerca que contenía unos durmientes y arracimados animales anaranjados. Sin embargo, luego se tropezó con el símbolo de fondo amarillo que había visto desde el aire.
-¿Ves lo que yo veo, Gio? -Obviamente la IA le devolvió la misma imagen simbólica, en el contexto que se entendía a lo largo de toda la Novus Seclum: Peligro de radiación. El trébol de tres hojas estaba dibujado sobre una placa de metal arañada y desgajada por fuerzas de reingreso.- Gio, ¿existe algún tipo de naufragio anterior a la Anoita?
El cursor en el panel de búsqueda parpadeo un par de ciclos y luego devolvió siete resultados en el cuadrante, ninguno con rescate confirmado. Un momento más tarde, Gio envió una instantánea de escáner topográfico donde destacaba un rastro similar al que había dejado la Anoita en su descenso, dirigiéndose hacia el centro del cráter inundado. La mala suerte había hecho que algo de carácter nuclear, divino en su furia, cayera sobre Miroa II marcando la vida de esa raza.
-Esta gente cree en un dios, Gio, que no es precisamente bondadoso. -Unsool tocó con delicadeza la superficie de metal y luego retiró la mano como si le hubiera quemado; al hacerlo la placa se tambaleó y golpeó contra la superficie de piedra del tótem, emitiendo un sonido profundo que se sostuvo en la atmósfera. Una de las bestias desperezó unos zarcillos violáceos, abrió una boca perfectamente redonda y aulló con una voz gutural que alertó a las demás. Todas comenzaron a chillar y azotar los zarcillos en el aire. Hubo movimiento al interior del poblado, Unsool oyó a muchos que venían. Era hora de pasar de las elucubraciones a la acción y saltó al aire de nuevo, perdiéndose en la bruma que salía del patio interior.
Gio le indicó que la ojiva no se había movido mucho, avanzaba a razón de unos 15 km/h, quizás tirada por algunos humanoides a mano limpia. Unsool creía que la llevaban a algún templo de adoración donde la podían activar y esta explosión no iba a ser tan gentil como el simple naufragio de una nave con reactores anticuados. La ojiva era un arma militar de 1500 megatones.
Demoró otros treinta minutos en darle alcance a la ojiva. Parecía reposar al borde de una fortificación más grande que la que había visto al borde del cráter inundado. Suspendida a 100 metros de la superficie, decidió analizar detalladamente el escenario, antes de tomar cualquier acción. En sus paredes asomaban agujeros de ventilación por donde se arracimaban los rostros de muchos humanoides gesticulantes. Al lado de la ojiva estaba un grupo de cinco seres envueltos fuertemente en ropajes gruesos y embozados, inmóviles, esperando algo.
-¿Tú que crees, Gio? -preguntó Unsool. Gio utilizó los sensores de la armadura para hacer un análisis sistémico del interior de la bomba. «Estado: Seguro pero con contusiones en el gatillador», apareció en su subretina. Y luego dirigió su atención a los seres, pero estaban muy lejos para los escáneres biológicos. Gio revisó la normativa de contactos de la Novus Seclum y decidió que había resquicio legal para una acción directa y sin permiso. «Desciende. Asumir divinidad», sugirió.
-Siempre y cuando esta gente quiera verme como una diosa y no como una alimaña.
«No hay muchas opciones. El gatillador puede ceder. No pueden tocarte.»
El grupo seguía inmóvil alrededor de la bomba, mientras una imagen igneográfica de Gio le indicó a Unsool que la gente se iba agolpando detrás de los ventanucos de la fortaleza. Entre la espada y la pared decidió jugar a ser Dios.
Le ordenó a la armadura descender expeliendo tantos chorros de vapor por las toberas como pudiera, generando una cortina de humo para una entrada en escena espectacular. No obstante que la charada surtió cierto efecto en la gente en los ventanucos, no fue así para el grupo arracimado alrededor de la ojiva, que se mantuvo impertérrito. Apareció ante los ojos de todos los humanoides como una diosa de armadura roja y azabache, excelsa. De cerca los seres eran más pequeños y gruesos y tenían la estructura clásica de todos los humanoides de la galaxia. No muy segura de tener las cartas a su favor, extendió un brazo hacia la ojiva y luego se indicó a sí misma.
«Háblales», sugirió Gio.
-¿En qué idioma?
«Solo es un efectismo». Unsool lo pensó un momento mientras la tormenta rugía alrededor de ella y del grupo y la ojiva. Había muchos espectadores observando.
-¡La ojiva es mía, me la llevaré! -gritó hacia el grupo y luego de nuevo hacia la fortaleza. Volvió a indicar la bomba y después hacia sí misma. En ese instante uno de los seres del grupo se levantó y comenzó a gesticular, hablando en una lengua rasposa y lenta que salía de lo profundo de sí. Las palabras alcanzaron a la multitud que se removió intranquila. Gio postuló que se había hecho una presentación de Unsool como una divinidad por parte de una especie de sacerdote, pero ella no lo creyó, era una explicación muy sencilla y nunca lo había sido en los casi mil mundos habitados de la Novus Seclum. Unsool intentó un nuevo enfoque.
Abrió manualmente la carcaza de uno de los motores de impulso de la armadura, en su cintura, adentro se veía la celda de energía con el trébol sobreimpreso. No era muy grande pero quizás fuese suficiente para demostrar que ella y la ojiva estaban relacionados. Se acercó más, lentamente, al grupo y su supuesto líder, pero sabía que no le temían, tal vez ya habían visto a alguien como ella. Indicó el símbolo y esperó a que las criaturas hicieran la conexión, pero no vio ningún síntoma de reconocimiento. Se estaba comenzando a poner nerviosa. La tormenta que no cesaba, la multitud muda y expectante, demasiados pares de ojos sobre ella influyeron para que, en un paso falso, se adelantara a revisar la ojiva desde más cerca. Otro de los seres se incorporó como el rayo y la amenazó con una lanza de un mineral cristalino, mientras un tercero corría hasta la ojiva y le daba un golpe con un mazo en la ya abollada superficie. Unsool analizó sus opciones y decidió seguir las prioridades de su misión. Con un brazo de la armadura le dio un duro garrotazo a la lanza que se quebró y luego disparó lancetas desde el arma de su guante contra el humanoide con el mazo, que saltó hacia atrás muerto. Otro de los seres le lanzó inesperadamente y con inaudita certeza una especie de petardo arrojadizo sobre el reactor abierto de su cintura. El reactor estalló abrasando su carne a través de la ropa con una oleada de dolor y cortando el circuito de energía de los periféricos, matando a otro de los humanoides que estaba más cerca. Sintió la ausencia inmediata de Gio, que debió perder el enlace ante la falla. Otros dos seres se le arrojaron y comenzaron una sesión de mazazos inmisericordes sobre la armadura, obligándola a inclinarse y caer al suelo. Intentó defenderse antes que se les uniera el sacerdote y con una mano de la armadura pudo detener un mazo y lo descargó contra la cabeza de su dueño, que cayó como un muñeco desarticulado. Con el otro brazo descargó un puño sobre el pecho de otro que lo envió a diez metros de distancia, consumiendo la mayor parte de la energía de emergencia de los servomotores. Así y todo, sintió la punta de una lanza entrar por debajo de la pechera de la armadura, clavándose peligrosamente cerca de su hígado. Lanzó un grito ahogado, mientras el sacerdote esgrimía la lanza roja con orgullo hacia la multitud y la tormenta.
Gio logró el control parcial de la armadura y reconectó los sistemas de periféricos. Se puso al tanto de los últimos sesenta segundos pero seguía sin saber nada, analizando datos en bruto, en estado de emergencia. Las voces de toda la multitud sonaban como un coro profundo de mareas que subían y bajaban. Unsool, inutilizada en el suelo, a dos metros de la ojiva, observaba impotente cómo el sacerdote alzaba el mazo de su compañero y lo dejaba caer pesadamente sobre la bomba. Una grieta surgió, negra como la pez. La multitud comenzó a arrojarles cosas desde los ventanucos y el sacerdote arremetió contra ella con una voz que se mezclaba con la ferocidad de los vientos.
Unsool lo comprendió todo, como en una revelación. Gio leyó su escáner mental y erigió una advertencia. «Detener humanoide/daño».
-Eso es muy fácil de decir.
El sacerdote rugía contra la multitud y la multitud gemía. Era un gemido de espanto. La gente huía hacia el interior de la fortaleza. El trébol, la laguna, el miedo, la destrucción. Esto no era un culto, era una guerra. Una represalia que demoró trescientos años desde la primera hostilidad cuando la nave arrasó una ciudad del bando del sacerdote. El ser menudo enviaba enérgicas muestras de odio contra la ciudad y luego arremetía contra la ojiva. Otro par de grietas se sumaron a la superficie. Unsool intentó hacer un buen blanco con las lancetas sobre el humanoide pero estaba demasiado débil para sostener el peso muerto de la estructura de la mano biónica. Un par atravesó tangencialmente las vestiduras, lo cual solo logró atraer la atención del sacerdote. El ser levantó el mazo y se dirigió hacia Unsool.
-¡Mierda, Gio, viene hacia mí!
Gio reunió lo que pudo de las energías de reserva de la armadura y la concentró en accionar el brazo. «Úsala». El golpe aplastó el pecho del sacerdote que salió proyectado hacia la ojiva, desestabilizándola. Como en un mal sueño de reentrada, Unsool observó impotente cómo la bomba caía y su superficie se resquebrajaba dejando salir la muerte amarilla del trébol negro.
-¡Gio, sácame de aquí! -chilló Unsool, aterrada.
Un momento de tormenta y luego un día de sol intenso y fuego devorador. El segundo que había visto Miroa II. Unsool solo había alcanzado a esbozar un grito.
***
Gio demoró diez ciclos más de tiempo estelar en Miroa II, esperando, aunque fuera una señal aleatoria de la voz de Unsool. No hubo nada. Solamente el rugido electrostático de las violentas tormentas, azuzadas ahora por el caos de la radiación que consumía todo un hemisferio del planeta. Esperó pacientemente hasta que todos los objetivos quedaron cancelados, debido a que las últimas ojivas detonaron accidentalmente estando como estaban tan cerca del primer impacto, y en forma previsible, con un día de desfase, dejando la llanura central de Miroa II convertida en una zona de muerte. El eje del planeta se inclinó medio grado e inició un bamboleo que no cesaría en milenios con devastadoras inundaciones y huracanes de cientos de años. Gio lo registró todo, o casi: borró de sus registros las referencias a las detonaciones nucleares y creó una nueva defunción para la agente, según su programación de instancias de seguridad de la Novus Seclum. La información la codificó en un haz cuántico que cruzó el hiperespacio directamente a Control de Misión.
«Estado de la misión: ejecutada satisfactoriamente. Condición verde. Bajas: Brendei, Unsool, agente rango 15.»
Gio solo podía saber de estadísticas y resultados.
Con un espasmo de plasma desde babor, la nave sincronizó un nodo de entrada a una corriente del hiperespacio y Gio despertó al Navegante para que retomara sus funciones. Como un animalito al borde del invierno, la IA se sumergió en un estado de hibernación y tuvo una fugaz imagen de alguien volando en un cielo deslumbrante .
© 2004, Luis Saavedra
Sobre el autor: Luis Saavedra nació en 1971 en Santiago de Chile, es Analista de Sistemas y siempre se interesó en lo fantástico por su estética de colores chillones y sus monstruos enfurecidos con buen gusto por las mujeres. En 1988 se incorporó como un activo miembro de la SOCHIF, de la que fue secretario al poco andar. Luego formaría parte del grupo Ficcionautas, que realizaron cinco convenciones de fines del siglo pasado, y editaría los fanzines Wonderlands y Nadir. Actualmente trabaja en el Banco de Chile y ocupa el resto del tiempo en el fanzine Fobos.