Tercera Mención Honrosa: Castrence – Jaime Ballesteros

I

Lo mejor de los cigarrillos… son los anuncios en los que aparecen. Es que hay que ver las niñotas que posan en esos carteles invitando a todo menos a fumarse un pucho. Las marcas de marihuana trataron de arrasar con el mercado ¡pero que va!, esa idea de vallas que muestran una niña diferente cada cinco minutos haciendo piruetas con el cigarro… es de un verdadero genio. Recuerdo que al frente de la unidad terrestre de combate en la que trabajé, había tremenda valla rotando cada momento tremendas piernas y tremendos labios agarrando a besos a un cigarrillo como si fuera otra cosa.
Cuando era asignado para visitar todos los puestos de centinela y realizar el reconocimiento humano, siempre me demoraba en la garita más frontal, desde donde parecía que fuera a tocar la pantalla de la valla. Una noche en la que precisamente estaba visitando mi garita favorita, mi detector de ruido me confirmó la realización de un disparo muy cerca. Inmediatamente me despedí de la niña de turno y corrí de vuelta al segundo nivel de protección donde mis compañeros ya estaban en alerta máxima, haciendo todos los movimientos que nos habían enseñado » no hacer » en caso de una emergencia, pero en fin, como a nuestros monitores no llegaba información decidí esperar que algún valiente tomara la iniciativa. Sólo vi a un escuadrón que partió hacia el perímetro sureste de la unidad.
La noticia: el lanza Monsalve se quedó dormido en su garita sin descargar su rifle y se voló la cabeza.
El resultado: el sargento segundo Ansola y un par de suboficiales trasladados a otra unidad, y el sargento primero Machado llegó a la nuestra con la misión de solucionar el medio problemita que se armó.
Estuve seriamente tentado en sugerirle al recién llegado que mandara a instalar varias vallas con diversidad de senos, cerca del segundo nivel de protección para evitar que en el futuro alguien más se volara la cabeza, pero cuando me di cuenta de la bellecita que nos mandaron, opté por quedarme callado. Desafortunadamente mi amigo Diego no tuvo ninguna opción. Yo le advertí que rebajara panza, que un gordo en uniforme militar sólo rimaba con sufrimiento. Preciso, llegó el perro de Machado que también era como gordito y se la montó. xxxDesde ese momento nos apretaron en todo sentido. Iniciaron el monitoreo permanente individuo por individuo a pesar de que esta operación sólo se autorizaba en caso de combate, de esta forma podían identificar si un soldado estaba durmiendo, comiendo, caminando o hasta pasando por un orgasmo. Nosotros solo veíamos cuando en el monitor colgado en nuestro cinturón se encendía un piloto que indicaba que nuestras funciones vitales estaban siendo vigiladas. Sin embargo lo primero que un soldado aprendía era evitar ser vigilado. En el cuartel habitaba un cabo primero que vendía todo tipo de reproductor de señales, y que con la llegada de Machado y sus métodos de persecución logró triplicar su demanda, por lo menos yo compré el reproductor para falsificar mi sueño. Recuerdo que en una asignación de vigilancia al primer nivel, visité la afrodisíaca garita, y después de grabar los reportes tome mi reproductor de sueño y se lo conecté al sensor del monitor de vigilancia. Para el soldado que registraba mis señales yo estaba despierto y en guardia pero la realidad era que me estaba pegando mi sueñito, obviamente después de saludar a la picarona de los cigarrillos y dedicarle mis mejores deseos. Dormí como media hora, suficiente tiempo para cagarla, bueno eso es lo que creo. Realmente pienso que fue durante mi imprudencia que sucedió… lo que sucedió. Claro que esa noche dos soldados más hicieron la misma tarea, y como yo, fácilmente también pudieron usar el método del sueñito «.

II

Lo cierto es que por la mañana fuimos llamados los soldados que la noche anterior prestamos asistencia en la primera línea de protección. Machado nos recibió a los gritos… ¡que dejamos al ejército en ridículo, que como era posible y que esperaba una hora al directo responsable! el dragoneante nos condujo siguiendo las órdenes del gordito, y mientras armaba mis conjeturas inesperadamente terminamos caminando hacia la garita afrodisíaca. Y fue entonces cuando nos enteramos de lo que sucedía. Frente a nosotros, entre niña y niña que posaba en la pantalla publicitaria aparecía una imagen estática con el siguiente escrito:
Tar: mínima unidad de inteligencia.
Militar: milésima parte de un tar.
Y a mí me pareció sentir algo pierna arriba cuando veía detenerse los móviles que transitaban en la autopista a observar la pantalla.
Entendí la furia de Machado. Para conseguir sabotear la pantalla publicitaria con tremendo mensaje, solo se podía hacer instalando un receptor móvil satelital cerca de ella. Y en efecto, el dragoneante nos explicó que el sistema que emplearon los chistosos bandidos constaba de tres receptores. Uno de ellos instalado a unos 2 kilómetros que ya había sido ubicado por el satélite afiliado a la unidad; otro que podía estar en cualquier parte del mundo que a la vez hacía el papel de transmisor de órdenes, ubicado en el computador desde donde se originaba el mensaje y que aún se estaba buscando; y el tercero de los receptores, estaba ahí, debajo de la pantalla, obviamente descubierto como prueba contundente de la falta cometida.
El hecho de que alguien instalara a satisfacción el artefacto, tomándose no menos de 10 minutos para la operación., explicaba que uno de los soldados que visitó la garita a realizar la inspección del sistema autómata de vigilancia, después de desconectarlo, o se durmió o sirvió de cómplice para que frente a las narices de la unidad instalaran el cuento.
Sólo tuve ánimos de mirar a la niñota que en ese momento alternaba con el aviso, por si me sacaba de esa, pero la muy desgraciada seguía feliz chupando el cigarrillo como sugiriéndome lo que me iba tocar hacerle al sargento Machado para que no me desollara vivo.
Lo cierto es que nunca me presenté y eso es algo de lo que me voy a arrepentir toda la vida, más por lo que le pasó a Diego de ahí en adelante».

III

Cómo no apareció el culpable fuimos castigados todo un mes, sin derecho a visitas. Igualmente fueron negadas todas las licencias de salida. Fue un tiempo demasiado largo y más para Diego.
Machado impuso un régimen del terror. Dispuso que el equipo médico equipara a cada soldado con su kit de control estratégico, sabiendo que esta medida sólo se realizaba en caso de emergencia y posible combate. Dicho kit consistía en un pequeño maletín que se cargaba al frente, en el pecho que se conectaba al organismo por el cuello, el brazo y el glúteo. El artefacto era controlado satelitálmente posibilitando administrar cada soldado óptimamente. Y aunque se había convertido en un excelente elemento para ganar muchas confrontaciones, en la última experiencia en que se movilizó una unidad por este medio ocurrió lo peor: un virus ganó la batalla al ser introducido en el sistema por el enemigo y poner a cerca de dos mil efectivos a cagar y cagar por cerca de 15 minutos, mientras sus contrincantes los acribillaban cómodamente con el único obstáculo del mal olor. Y es que eso podía hacer el kit, esa era su gran utilidad castrense, el soldado se convertía en una pieza, en una articulación sin voluntad propia. Debido al virus muchos ejércitos decidieron usar este tipo de controlador solo en caso de máxima emergencia. Pero el maldito de Machado pasó por encima de todo, y él mismo se convirtió en un virus que puso el kit en contra de nosotros. El muy desgraciado cada día suministraba al sistema una orden diferente, y éste simplemente hacía un pequeño ruido al inyectar la sustancia de manipulación genética que se encargaría de cumplir dicha orden. El primer día el kit nos tatuó a todos, era un tatuaje que aparecía en ambos hombros y servía para que cualquier satélite de reconocimiento identificara rápidamente al soldado. En ese momento estábamos comiendo cuando empezamos a sentir las vibraciones del kit y unos segundos después nuestros hombros fueron esculpidos desde adentro. El muy desgraciado nos marcó como ganado.
El segundo día nuevamente el maletín se movió y el glúteo de cada uno fue pinchado. Inmediatamente en el pequeño monitor del kit aparecieron los códigos HH2-15 y AV3-120 que significaban que nuestro reloj humano había recibido la orden genética de programar el cuerpo para dormir únicamente quince minutos diarios y realizar dos horas de ejercicio pasivo. Luego en la misma pantalla del maletín aparecía el horario que a cada uno se nos imponía para ambas actividades. Todos sabíamos que si en algo la industria militar se había esmerado en los últimos años era en el estudio del sueño y su minimización, igual también conocíamos que el tiempo óptimo de descanso profundo programado al eliminar los sueños y toda la actividad cerebral era de aproximadamente 18 minutos lo cual nos hizo meditar hasta donde podía llegar el maldito.
Los días continuaron y el virus Machado continuó atormentando la unidad. Hizo detener el crecimiento del cabello y ordenó el camuflado de piel para ambiente de desierto. Lo cual nos puso a todos amarillos con vetas cafés oscuras.
Para entonces comenzaron a presentarse los primeros indicios de deterioro corporal en varios compañeros, por lo menos yo no paraba de orinar y segregar lagañas, lo que me preocupaba de cómo iba a quedar después de esto. Sin embargo el detestable maletín no daba tregua. Otro día, nuevamente vibró y nos inyectó la dosis de gripa a pesar que no habíamos cumplido el año desde la última. Esto obligó a toda la unidad a padecer el malestar por cerca de cuatro días. La verdad ya me estaba enfureciendo, Machado sabía que ni los científicos militares habían podido controlar la gripa y que después de años de exhaustiva investigación, la única forma de contrarrestar el virus era padeciéndolo, pero planeadamente en aquellos días del año que de acuerdo al propio organismo, el tipo de vida y los factores climáticos se garantizaba que la enfermedad no pasaría a mayores. Pero no, el muy cínico dio la orden sin contemplar ninguna particularidad. Y como si fuera poco recién salidos de la gripa el kit mostró en pantalla el comando que indicaba generación de bacterias corporales. A la media hora los cultivos de bacterias de las axilas, manos, pies, boca y genitales empezaron a hacerse sentir. Los olores nauseabundos comenzaron a aprisionarnos. Este tipo de orden sólo se le suministraba a un soldado cuando se perdía en combate o era hecho prisionero, ya que estos cultivos servían como último medio de subsistencia. Las bacterias de la boca permitían acelerar el proceso de desintoxicación y de esta forma el soldado podía comer cualquier alimento en descomposición sin ningún riesgo. Las bacterias de las axilas eran especialmente narcotizantes, servían para calmar el dolor de alguna herida. El soldado simplemente olía sus axilas por unos minutos y quedaba completamente embotado, suficiente como para olvidarse del dolor pero sin eliminar sus capacidades motoras. Las bacterias de manos y pies se encargaban de atacar la piel de estos miembros provocando un endurecimiento de la dermis, dándole ventaja al soldado para caminar descalzo inhumanas jornadas y emplear sus manos en cualquier superficie como si tuviera puestos unos guantes protectores. Por último las bacterias que se generaban en el pene y los testículos cumplían el papel de emitir un olor característico que servía para ser identificado por sensores olfatorios en caso de búsqueda del soldado perdido. Todas las bacterias en conjunto hacían un caldo repugnante que olía a demonio rodado. A veces los soldados se preguntaban si los altos mandos estaban enterados de lo que el sargento primero estaba haciendo.
Por fin terminó el suplicio, fueron quince días que difícilmente se borrarían de la mente y más para Diego. Lo digo… porque él fue de los que más sufrió, debido a que cuando se instala el kit de control estratégico en cada efectivo, se realiza bajo una fórmula estándar de contenido de grasa en el cuerpo, y Diego sobrepasaba el límite. Su gordura como le había advertido, una vez más le traía problemas. Y a pesar de la advertencia que el médico le dio a Machado sobre el riesgo que conllevaba instalar el kit en Diego, este hizo caso omiso a sus palabras y ordenó instalarlo bajo los lineamientos de cualquier soldado.
Pasó el mes de castigo y pude disfrutar de una licencia de salida. El sargento Machado consideró que Diego había sido indisciplinado durante los días del control estratégico y que por tal motivo le extendía el castigo por un mes más, a pesar que todos sabíamos que Diego estuvo más tiempo en la enfermería que en la propia base mientras Machado oprimía botones y nos inyectaba guevonadas. La situación lucía difícil, más que preocupante. Conversé con mi amigo y le dije que dentro de pronto nos reiríamos de todo lo que nos había pasado, pero… no lo quiso aceptar.
Al día siguiente entré a mi casa en compañía de mi tío, ambos medianamente ebrios, ya que este para celebrar mi venida me invitó a tomar unos tragos. Llegamos felices y después de reírnos por varios minutos mi mamá me contó que Diego había muerto.

IV

Los últimos días fueron insoportables. En manos mías le habría descargado toda la munición a Machado antes de suicidarme. Y como yo conocía muy bien a Diego estoy seguro que el sargento le hizo algo muy grave para… haberse disparado.
A toda hora planeaba vengarme, lo menos que pensaba era denunciarlo, pero sólo hasta el día en que se marchaba definitivamente de la unidad, se me presentó la oportunidad de verlo cara a cara. Claro que ya habían pasado días y mis manos habían perdido su fuerza.
-yo simplemente le obligué a que se desnudara frente a la tropa y repitiera veinte veces su juramento de bandera -me explicó Machado con todo el cinismo que podía escupir y con su rostro tan cerca al mío que pensé que me iba a dar un piquito.
Inmediatamente entendí lo que había pasado, la desidia con la que actuó el desgraciado. Una de las normas de la milicia es que cada soldado tiene la obligación de abrir su propia página de Internet, como mecanismo de comunicación con el mundo civil y el castrense de alto rango. A dicha página llegaban todos los mensajes de los familiares y las propuestas de otros ejércitos, ya que el intercambio mundial de efectivos militares se había convertido en uno de los tratados internacionales más usados. Igualmente llegaban todas las ofertas comerciales que tenían al soldado como su mejor cliente, así como las órdenes de los superiores que eran impartidas desde cualquier lugar del mundo. Pero una de las grandes utilidades era que cada soldado grababa su juramento de bandera.
Diego tenía un hermoso juramento que era fiel copia del expresado por su bisabuelo años atrás. Solo yo lo conocía porque él lo protegió con una clave hasta el día del evento. Sin embargo, Machado también logró conocerlo.
Prosiguió con su sonrisa irónica, mirándome fijamente a los ojos y pronunciando una parte del juramento.
-Gracias a mis nuevos instructores, perdonad los muchos sin sabores a la gloria alcanzar de ser soldado.
Intenté imaginar a Diego desnudo, humillado y abatido y mis manos volvieron a empuñarse, buscando el arma de dotación, pero no la encontraron.

© 2004, Jaime Ballesteros.

Sobre el autor: Jaime Andrés Ballesteros Aguirre nació en Pererira, Colombia en 1974. Es Ingeniero Industrial y ha sido finalista del Concurso Nacional de Cuentos Carlos Castro Saavedra y ganador del Premio Departamental de Literatura en modalidad cuento.