Clave de acceso incorrecta

por Miguel Ángel López M.

El arte de la codificación ha llevado siglos interesando a la humanidad. La necesidad de ocultar datos ha motivado al hombre a ser tremendamente ingenioso a la hora de hacerle la vida imposible a otros que pretenden descifrar mensajes o claves, ya sea por motivos bélicos, de espionaje o meramente lúdicos. Esta disciplina no ha pasado desapercibida en el mundo de la ciencia ficción y fantasía, ni mucho menos. Eso sí, ha sido usada y abusada hasta el punto de hacer de ella poco menos que una ridícula anécdota o un fallo a comentar al salir de la sala de cine o charlar acerca de una novela con otro que la ha leído.

Por poner algunos ejemplos:

En la película Superman Returns, Clark Kent y el marido de Lois deben acceder a los datos del ordenador de ésta, pero se les solicita una contraseña. Tras probar toda clase de palabrejas al final deciden usar la que todos estábamos pensando, Superman. Bingo. De ese modo queda claro que, para Lois, Superman es importante en su vida, o al menos lo fue cuando instauró la clave. Traído por los pelos, pero pasable.

En el libro El Código Da Vinci (y espero que esto no apareciera en la película), bajo circunstancias especiales que no vienen al caso el protagonista, Robert Langdon, se encuentra en el Louvre con un mensaje cifrado, que reza como sigue:

13-3-2-21-1-1-8-5
¡Diabole in Dracon!
Límala, asno

Según comentarios de otro personaje, los criptógrafos de la policía francesa estaban trabajando sin éxito en ello, y Robert Langdon, el protagonista, “volvió a observar aquellos dígitos, con la sensación de que tardaría horas en averiguar alguno”. Bien, para empezar, una creencia popular bastante arraigada es que a la hora de descifrar un mensaje numérico como el de arriba, olvidándonos por un momento de las letras, como posee ocho números, pues debe haber ocho palabras, ocho letras ú ocho sílabas. Falso. Esa es sólo una de tantas maneras de cifrar, muy antigua de hecho, y relativamente fácil de descifrar en nuestra moderna era de ordenadores e incluso a mano con paciencia y conocimientos del idioma. Lo más importante es que un servidor, de un vistazo y tras unos pocos minutos de observación, obtuvo una relación entre los números. Veámoslos en orden ascendente:

1-1-2-3-5-8-13-21

Y, tachán, tenemos la secuencia de Fibonacci. Esta secuencia se caracteriza por empezar con 1, 1 y seguir la sencilla regla de que cada número es la suma de los dos anteriores. Una secuencia, por cierto, que debe gustar mucho a los profanos de las matemáticas porque aparece también en El Ocho, de Katherine Neville, con desigual suerte, y también, y de manera magistral y maravillosa, en la película Pi (Fe en el Caos), relacionándola, como en efecto lo está, con las espirales.

Volviendo al controvertido Código Da Vinci, estuve más tiempo rompiéndome los sesos y tratando de pensar en qué influiría el orden, cuando esa respuesta me llegó leyendo el libro de manera casi ofensiva: ninguna. “Se trata de una broma criptográfica muy simple. Algo así como coger las palabras de un poema famoso y mezclarlas aleatoriamente para ver si alguien reconoce lo que tienen en común”, como dice otro de los protagonistas. Si lo de Superman estaba traído por los pelos, esto ya roza, en efecto, la broma, pero al lector. Para rematarlo, el narrador suelta que “igualmente rara era la serie numérica”, cuando ya no para un criptógrafo sino para un matemático, incluso de primeros años de carrera, saltaría a la vista enseguida la secuencia de Fibonacci, y por si el grado de mongolismo de Langdon no fuera ya claro, pocas líneas después dice que “[Langdon] estaba acostumbrado a las progresiones simbólicas que parecían tener algún sentido”.

Pero más adelante en la narración lo de los mensajes cifrados roza el infantilismo. Capítulo 71, Langdon se encuentra con unos “extraños caracteres”. A mí y a mi madre (con los mismos conocimientos de mensajes cifrados que yo de botánica) nos bastaron cinco segundos para darnos cuenta de que era un párrafo escrito al revés. Langdon especula con que quizá sea una lengua semítica, entre otras grotescas teorías. Para colmo de males las pistas son claras pues mucha gente sabe de la afición de Leonardo Da Vinci a escribir al revés.

Es una pena que Dan Brown se aproveche de las matemáticas de un modo tan burdo y falaz y encima pretenda hacerse pasar por un gran documentador, agradeciendo a su padre, que es matemático, su ayuda en lo relativo a la secuencia de Fibonacci. Este desconocimiento de las matemáticas a la hora de presentar códigos en una obra de ficción ha sido parodiado en muchas ocasiones, como por ejemplo en el Manual del Perfecto Tirano de Peter David, un famoso guionista de comics, el cual habla de tópicos en los que un supervillano no debe incurrir:

Uno de mis consejeros será un niño normal de 5 años. Cualquier fallo en mi plan que sea capaz de detectar será corregido antes de ser llevado a cabo […]. Mi consejero de cinco años también será requerido para descifrar cualquiera de mis códigos. Si lo descifra en menos de 30 segundos no será usado. Nota: lo mismo para las contraseñas.

Otra parodia aparece en la película de Mel Brooks La Loca Historia de las Galaxias. Los Spaceballs raptan a la princesa del mundo de Drudia y proponen cambiarla por el código que otorga acceso a las reservas de aire del planeta. El monarca de Druidia accede y procede a dictar el código: 1, 2, 3, 4, 5. Uno de los Spaceballs comenta que “es la combinación más estúpida que he visto en mi vida, es la que un idiota pondría en sus maletas”. Poco después llega el mandamás de los Spaceballs, y al escuchar el código exclama que “es asombroso, yo tengo la misma combinación en mis maletas”.

En ninguno de estos ejemplos entra la criptografía como ciencia. Ni siquiera se recurre a técnicas elementales de codificación, siendo algunas de ellas de una sencillez abrumadora. Ya desde la antigüedad se conocen interesantes procesos como el cifrado del César. Este procedimiento, llamado así por razones obvias, consistía en lo siguiente:

Elegimos una palabra que no posea letras repetidas, por ejemplo gato. A continuación escribimos el alfabeto, pero saltando las letras ya incluidas en nuestra palabra, en este caso g, a, t, o. Al acabar obtenemos la siguiente asociación entre el alfabeto estándar y el codificado:

abcdefghijklmnopqrstuvwxyz
gatobcdefhijklmnpqrsuvwxyz

Llamaremos a este cifrado “cifrado gato”. De ese modo la palabra poema en cifrado gato sería nmbkg. Cuanto más larga la palabra, más compleja su desencriptación, y las posibilidades son tantas como palabras sin letras repetidas nos dé por usar. Este sistema, actualmente, está en desuso, pero en su momento debió ser muy eficaz. Y es que la criptografía, al ser una ciencia práctica, no perdona. Si algún método empieza a ser poco fiable, nadie lo usará. De más está decir que los bancos están muy interesados en todo lo que tenga que ver con criptografía, y que hay muy poca bibliografía de libros de criptoanálisis, la rama de la criptografía que muestra cómo desencriptar (en el argot romper) códigos.

La criptografía moderna nació a partir de una premisa básica que mucha gente de hecho desconoce acerca de las matemáticas: las matemáticas no son una ciencia donde todo está hecho. Ojalá. Hay muchos, muchísimos problemas sin resolver en absolutamente todas sus ramas, que son una gran cantidad. Allá donde exista un aspecto de la física no resuelto las matemáticas pueden ayudar, y los problemas abstractos también están lejos de ser un cuerpo cerrado en términos de investigación. Por lo tanto se aprovecharon estas premisas con una idea tan simple como brillante: descifrar un mensaje sin conocer el código debe implicar enfrentarse a un problema no resuelto de las matemáticas.

Ojo, un problema no resuelto no quiere decir que no se puede obtener la solución, aunque parezca un absurdo. Los problemas que interesan a la criptografía son los llamados problemas intratables. Son problemas para los que se conocen procedimientos que, aunque son teóricamente válidos, a la hora de la aplicación práctica su utilidad es nula.

Por ejemplo, los números primos son aquellos tales que sus únicos divisores son 1 y el propio número, como 7 o 103. Dado un número, es un hecho conocido que se puede descomponer de manera única en factores primos salvo el orden. Cien, por ejemplo, se descompone como . El problema de, dado un número, hallar sus factores primos, es intratable. Claro, con cien es fácil, pero traten de hallar a mano los factores primos de 25780432047204727. Y aunque una computadora puede echar una mano en el asunto, no lo tiene mucho más fácil. A medida que el número crece, la cantidad de operaciones a realizar crece demasiado en proporción.

Este problema es muy complicado, y de hecho no está resulto, es decir, no existe una manera buena de descomponer un número en sus factores primos. Pero pensemos el problema inverso: dada una serie de primos, encontrar el número del que son factores. Este problema no es que sea fácil, es que es trivial, pues basta con multiplicarlos. Por ejemplo, dados los primos 5, 7, 3 y 3 (pueden ser repetidos), el número del que son factores son .

Resumiendo, tenemos un problema que es muy fácil en un sentido y casi imposible en el otro.

Ésta es la base de la criptografía moderna. En criptografía moderna, llamada de clave pública, existen dos claves, de encriptación y de desencriptación. La clave de encriptación es conocida por todo el mundo, y todos podemos usarla para encriptar mensajes. La de desencriptación, por el contrario, es secreta, pero se sabe que se puede obtener a partir de la de encriptación. Todo el mundo sabe cómo obtenerla. El único problema es que se tarda tanto en hacerlo (pues el proceso involucra un problema intratable de las matemáticas) que para cuando lo conseguimos la clave ya ha sido cambiada. Ese es el gran secreto de la criptografía moderna: no hacer códigos imposibles de descifrar, sino códigos para los que se sabe que se tardará tanto que con sustituir la clave cada cierto tiempo prudencial será más que suficiente.

En el caso de los primos, lo que se usa es un número enorme, muy grande, el cual se sabe que es producto de sólo dos primos. Todo el mundo puede usarlo para codificar un mensaje, pero para descodificarlo hay que conocer los primos. Si no se conocen, la alternativa es factorizar el número, pero éste es un problema intratable. Este procedimiento, uno de los mejores de la actualidad, es conocido como RSA, y cuando fue inventado en 1977 se pensó que era el procedimiento perfecto, infranqueable incluso para los ordenadores del futuro. Pero sus autores (Ron Rivest, Adi Shamir y Len Adleman, del MIT) no contaron con una cosa: Internet y su capacidad para hacer trabajar a muchos ordenadores como uno solo. El RSA fue derrotado, pero sentó las bases de futuros procedimientos. De hecho, los bancos compran números primos que aún no hayan sido descubiertos.

Por último, como no todo son críticas, mencionar un relato corto en el que el uso de la codificación es ejemplar, no incurriendo en errores fáciles como los del Código Da Vinci. Me refiero a El Escarabajo de Oro de Edgar Allan Poe, un relato donde los protagonistas se encuentran con un mensaje cifrado que, a pesar de resultar sencillo, es explicado, justificado y desmenuzado por el autor, tanto desde el punto de vista de la elección del método de cifrado como del procedimiento para resolverlo. Una explicación que llena varias páginas y resulta muy divulgativa y didáctica, además de ser tremendamente verosímil, pues llega a emplear aspectos concretos del idioma en el que el mensaje está escrito. Una prueba más de la maestría de Poe para tratar temas en los que otros menos experimentados han naufragado.

por Miguel Ángel López M.

Les refuses

por Sergio Alejandro Amira

El viernes 28 de abril de 2006 mientras iba caminando por Pedro de Valdivia rumbo a la Universidad donde gratamente ejerzo de profesor recibí una llamada a mi celular. Era Rodrigo Mundaca que entusiasmado me recomendaba adquirir cuanto antes El Mercurio ya que en su suplemento literario incluía una entrevista a Marcelo Novoa a propósito del lanzamiento de su antología Años luz. Mapa estelar de la Ciencia Ficción en Chile. Apenas mi camino se cruzó con un kiosko hice precisamente lo que rmundaca indicaba y complacido leí la entrevista a Marcelo, al que conozco no hace mucho pero a quien he llegado a apreciar considerablemente.

Entrevistado por María Teresa Cárdenas, el amigo Novoa (Poeta y padre de familia en primer lugar, profesor de Castellano y licenciado en Literatura en la UCV, presentador, prologuista, jurado, editor, crítico literario, guionista de cómics, “facilitador cultural”, confidente de escritores rechazados y escritor de ciencia ficción “para más adelante”) expresa que el deseo de realizar una antología de cf le rondaba desde que en 1988 leyera la de Rojas-Murphy ya que esta obra contaba con muy pocos autores, los temas eran “muy fomes”(sic) e incluso faltaba Hugo Correa. El amigo Novoa se preguntó: “¿es ésta toda la ciencia ficción que existe en Chile?” y comenzó a interrogar a sus amigos conocedores del género entre los cuales de seguro estaba Sergio Meier (con quien, tras el lanzamiento de Años luz en Santiago, tuve la oportunidad de compartir una fascinante charla sobre el maestro Lovecraft, el hereje Derleth, Yog-Sothoth, Nyarlatothep y los demás Primordiales).

El caso es que tal y como cuando un niño levanta una piedra o un tablón depositados sobre la tierra húmeda comenzaron a surgir ante el sorprendido amigo Novoa un sinnúmero de nombres y obras que al igual que los insectos y lombrices habrían regresado al fértil pero oscuro amparo de sus escondrijos de no mediar la determinación del poeta por cazarlos y exhibirlos.

De la misma forma en que el amigo Novoa al leer la Antología de cuentos chilenos de Ciencia Ficción y Fantasía de Rojas-Murphy se preguntó si acaso esa era toda la ciencia ficción chilena, algún lector despierto de Años luz podrá formularse la misma inquietud pese a lo exhaustivo y extenso que es este libro en comparación al citado anteriormente. Y es que como el mismo Marcelo mencionó durante los lanzamientos de Años luz (tanto en Valparaíso como en Santiago), muchos escritores quedaron fuera del libro y a ellos, a los escritores ignorados “injustamente” o a aquellos en ciernes, el amigo Novoa invitó a realizar su propia antología. Porque permítanme decirles que no hay nada de justicia en una antología o en una colección de cuentos que reúna la obra de diferentes autores, y no tiene por qué haberla tampoco.

Una antología es primeramente un gesto. Baste recordar la notable Antología del verdadero cuento en Chile (1938) donde Miguel Serrano, además de publicarse a sí mismo, incluye básicamente a sus amigos y camaradas. Cabe recordar también al respecto la antología poética de Eduardo Anguita y Volodia Teiteilboim que apenas adentrados en la veintena de edad no sólo se incluyen ellos mismos, sino que excluyen a poetas como la Mistral, por ejemplo (no hay nada más impresentable que antologarse a sí mismo dice Alvaro Bisama en su columna de la Revista de Libros).

Permítanme detenerme un momento en la antología de Serrano que el amigo Novoa reconoce como una de las tres obras que guiaron su camino. En la Antología del verdadero cuento en Chile Serrano pretende asentar un axioma que señalaría al género cuento como la forma precisa y exclusiva del ser chileno y otorga al cuento la jerarquía de una escritura sagrada. Tal y como señala Eduardo Anguita (y teniendo en cuenta toda la exageración del aserto) esta declaración encierra una voluntad metafísica por fundar una suerte de nacionalismo del espíritu, mítico y místico, inspirado en las revelaciones del “paisaje anímico” de nuestra tierra.

Como queda ejemplarmente demostrado en la antología de Miguel Serrano un proyecto de este tipo no sólo “puede”, sino “debe ser” antes que nada un gesto del recopilador y en la medida que se asuma como tal es impermeable a toda crítica debido a la presencia o la ausencia de fulano o zutano. De hecho y como anécdota puedo comentarles que yo no estaba considerado dentro de la selección que para “The Next Generation” realizó el amigo Novoa, pese a contar con un segundo y tercer lugar en dos certámenes chilenos de cuentos de cf, haber sido seleccionado para la antología Visiones en su versión 2005 por la Asociación Española de Ciencia Ficción Fantasía y Terror y poseer cuentos en varias publicaciones de Internet como Aurora Bitzine y NGC 3660 (y para qué hablar de TauZero). De hecho, si usted toma la revista Qué Pasa #1800 (8 de octubre, 2005) y va a la página 56 podrá leer en un recuadro sobre el “fándom local” (inserto en una nota dedicada a Jorge Baradit) lo siguiente: Aunque no está incluido en la antología, otro que ha logrado traspasar las fronteras es Sergio Amira (32). Licenciado en artes visuales, se declara admirador de la saga “Duna” de Frank Herbert y de Dan Simmons…

La antología a la que Yenny Cáceres alude en su artículo, por supuesto, no es otra sino Años Luz del amigo Novoa, mencionado también en la nota junto a Luis Saavedra, Pablo Castro y Gabriel “Ultrón Pospu” Mérida.

No puedo negar que la omisión la tomé como una afrenta (no soy un borg insensible como rmundaca), sobretodo al ver que prácticamente todos mis amigos y camaradas de generación estaba incluidos. ¿Por qué yo no estaba considerado?, simplemente porque cuando Marcelo arrojó su red en aquel mar que recién estaba conociendo yo nadaba a unas cuantas leguas de distancia. Pero mis buenos amigos Jorge Baradit, Pablo Castro y Luis Saavedra lo convencieron de incluirme y fue así como terminé figurando en Años luz aunque por poco y quedara fuera.

Este punto de quienes quedan dentro y quienes fuera es esencial en toda antología y hay muchas que son más célebres por sus omisiones que por sus inclusiones. Basta recordar al polémico El canon occidental de Harold Bloom (1930) que desde su cátedra de Yale asistió al derrumbe de la Nueva crítica (versión norteamericana del formalismo literario) y elaboró su propia interpretación del posestructuralismo (sacralizadora y neorromántica) para avocarse luego a los “estudios culturales”.

Bien hace Bisama al comparar las antologías con las bombas de racimo ya que …hasta la más académica de las compilaciones ha provocado una que otra herida en la piel de los autores nacionales. También concuerdo con él cuando asevera que …nuestras mejores antologías literarias son aquellas que hacen de sus imperfecciones un ejercicio de estilo capturando estados de ánimo, consignando errores o vanidades y valentías para la posteridad.

Por supuesto que este asunto de las inclusiones y exclusiones de obras y artistas no sólo se remiten al ámbito literario. Cabe recordar que yo soy pintor y no sólo desde esta disciplina es que planteo como escritor, sino que también es de allí donde se me vienen primero a la cabeza la mayoría de mis referentes. ¿Podrá alguien hoy en día comprender la ruptura, el desafío, la rebelión que significaron los pintores impresionistas durante la segunda mitad del siglo XIX, por ejemplo? Creo que no. A nuestros ojos contemporáneos el arte impresionista es “bonito” e incluso “decorativo” pero situémonos en el contexto en el cual esta tendencia germinó.

Durante el siglo XIX el principal medio por el cual los pintores conseguían aceptación era a través de los Salones o Exposiciones Nacionales y el no ser aceptado en un Salón suponía la marginación y el fracaso. La decisión de incluir o excluir las obras competía a los jurados formados por autoridades académicas cuyos criterios se basaban en las tradiciones más conservadoras por lo que rechazaban las obras que supusiesen una ruptura con el arte oficial. En 1863 se organizó una exposición con las obras que el jurado no había admitido. A esta exposición se la llamó Salón de los rechazados y entre los artistas allí expuestos se encontraba nada menos que Manet. Algunos años más tarde, en 1874, el Salón de los rechazados da origen a la primera exposición impresionista con Monet, Cézanne, Renoir y Pissarro, entre otros.

¿Quién es el Manet de Años Luz?, ¿Quiénes los visionarios que escaparon a la exhaustiva búsqueda del amigo Novoa?, ¿quiénes serán los grandes ausentes de las próximas antologías a ser publicadas?

Esas son las preguntas que ansioso espero ver respondidas para eventualmente armar mi propia antología que llevará por título (obviamente) El Salón de los Rechazados. Editoriales interesadas en este proyecto ya saben donde ubicarme.

©2006, Sergio Alejandro Amira

Años luz: un faro que rompe las brumas del olvido

“No hay futuro vivo con un pasado muerto”
Carlos Fuentes, escritor Mexicano en “Geografía de la Novela”

Es un hito en la historia de la CF (ciencia ficción) chilena. Por primera vez, después de siglos de olvido, aparece en medio de las espesas brumas de nuestra amnesia un potente faro que nos devela el camino recorrido. Se trata de un libro que de pronto nos abrió los ojos ante la evidencia: la CF chilena no es una invención reciente sino que tiene una larga tradición que vale la pena conocer. Vimos entonces Continue reading «Años luz: un faro que rompe las brumas del olvido»

2001: Una Odisea Simbólica

Hace algunos años me tocó preparar un trabajo sobre el contenido esotérico de la película 2001: Odisea en el Espacio. Eran tiempos de intensos estudios humanistas y de búsqueda del patrimonio esotérico occidental perdido en el mundo moderno. En esa época era miembro activo de una institución fundamental para Occidente, en cuyo atanor se hornearon los valores más elevados de nuestra sociedad, y acaso de nosotros mismos: la Masonería. Continue reading «2001: Una Odisea Simbólica»

El nuevo precursor de cuentos

por David Mateo

Leer a Andrzej Sapkowski es dar un paso más allá de la mitología creada por Tolkien. En estos tiempos modernos, en los que tan fácilmente se otorga el título de sucesor del trono del Maestro, ostentándolo cualquiera que se mueva en unos parámetros creativos semejantes a los que en su día se basó Tolkien para dar forma a su obra, es muy difícil hallar a alguien que verdaderamente muestre un lirismo tan bello como el que desarrolló el autor de Birmingham en sus libros. Que vaya por delante que Tolkien es Tolkien, y Sapkowski no es ni mucho menos el maestro, sin embargo debe decirse que su obra retoma los registros de la Tierra Media.

Sapkowski sabe construir un mundo diferente al que creó Tolkien, y recrea una sociedad hundida en unos clichés autodestructivos y desgarradores que inevitablemente nos abocan a una sociedad decadente e impregnada por una mordaz crítica. Los personajes de Sapkowski son humanos, capaces de dejarse arrastrar por tentaciones mundanas. Los reyes no son poderosos señores destinados a ostentar la inmortalidad de su linaje, sino más bien son interesados patriarcas que tan solo desean acaparar poder y riquezas. Las órdenes de magos y hechiceros representan la corrupción y la ostentación de las pasiones más lascivas. Los elfos y los enanos son seres oprimidos y marginados; algunos de ellos sujetos al yugo de las naciones humanas, otros rebeldes inconformistas que tan solo desean retomar la grandeza que en otro tiempo ostentaron. El mundo de Geralt de Rivia –protagonista de la obra– es una tierra abocada a la modernidad, pero que se resiste a dejar atrás una edad dominada por las tradiciones más ancestrales; un mundo habitado por lamias, grifos, vampiros, quimeras, estriges, hombres lobo, y todo tipo de criaturas descendientes de la mitología de la Vieja Europa, en el que Geralt, el brujo protagonista, tendrá que prevalecer aventura tras aventura.

La obra de Sapkowski es extensa, sin embargo cabe destacar la Saga de Geralt de Rivia (Wiedzmin), cuyo primer cuento: El brujo se publicó en 1986 en el periódico polaco Fantastyka. En España podemos disfrutar de sus dos primeros libros de relatos: El último deseo y La espada del destino, en ellos Sapkowski deforma hasta lo absurdo leyendas populares como Blancanieves o la Bella Durmiente. La temática de dichos cuentos siguen, la mayoría de las veces, una trama lineal y repetitiva: Geralt, el brujo mutante, se gana la vida viajando de pueblo en pueblo, poniendo en alquiler sus espadas, y matando cualquier tipo de monstruo. Historia tras historia, Sapkowski nos irá presentando una serie de personajes que sentarán las bases para una saga épica futura que hará tambalearse los cimientos del mundo que habita el propio protagonista. Sin embargo, en estos dos primeros libros, nos encontramos con una serie de cuentos maravillosos que nos atrapan inmediatamente por su cinismo, mordacidad e ironía.

A todo ello hay que sumar la prosa de Sapkowski, que haciendo gala de una serie de registros atípicos hoy en día, nos sorprende en cada relato con diálogos desternillantes y situaciones que rayan lo absurdo. Pero tal como he señalado anteriormente, todas estas historias autoconclusivas sientan la base para lo que será la épica leyenda de Wiedzmin, desarrollada en los siguientes libros de la saga: La sangre de los elfos, Tiempo de odio (ambos publicados ya en España por Bibliópolis fantástica) Bautismo de fuego, La torre de la golondrina y La dama del lago (todos ellos de próxima aparición, según la editorial). En estos cinco libros los personajes que hasta ahora han llevado el pulso de la historia pasan a un segundo plano, incluido el propio Geralt, y las miras de todos los seres que habitan el mundo creado por Sapkowski se centran en una pequeña e inocente niña (Ciri) en cuyas manos parece radicar el futuro de una sociedad, que sacudida por terribles guerras, se halla abocada a la propia autodestrucción.

Sapkowski, libro tras libro, sabe mantener la tensión en la trama. No es que nos presente una situación diferente a la que nos puedan ofrecer otros libros de fantasía, sin embargo los acontecimientos se suceden de forma trepidante. El amor deja paso a la acción, las conspiraciones a las bajas pasiones, los secretos son más intrincados y retorcidos en cada volumen, y el destino de Ciri se vuelve más funesto y preocupante en cada capítulo. Geralt y Yennefer, la pareja protagonista, buscarán metas opuestas para la propia Ciri, encontrándose una y otra vez a lo largo de la saga, y manteniendo momentos de tensión y de fino erotismo. Los rebeldes Scoia’teals (elfos y enanos herederos de la vieja sangre) pugnarán por recobrar un mundo arrebatado por los humanos, y la todopoderosa nación de Nilfgaard lanzará sus garras sobre un país desvalido y desvencijado. Únicamente el destino de Ciri podrá contener el avance destructivo de todos estos factores.

La saga de Geralt se ha vuelto tan famosa en su país de origen que dio lugar a una película de imagen real, una serie de televisión e incluso una colección de cómics. Así mismo la obra de Sapkowski ha sido traducida al ruso, alemán, checo y español. Del autor podría decirse que nació el 21 de junio de 1948 en la ciudad polaca de Lodz. Es economista, y al igual que Tolkien hizo en su día, su obra contiene gran variedad de alusiones a problemas reales del mundo contemporáneo, como pueda ser la reclusión de las clases más desfavorecidas por las grandes naciones, la restricción de los derechos humanos, la intolerancia, etc.

Aparte de la Saga de Geralt, podrían citarse otras libros de Sapkowski como Maladie, una nueva versión de la tragedia de Tristán e Isolda, el ensayo El mundo del rey Arturo (Swiat krola Artura), o su más reciente obra: Narrenturm, una trilogía histórica con elementos fantásticos que nos traslada a las guerras husitas. Bibliópolis también ha editado el maravilloso cuento ilustrado La tarde dorada, un sueño embelesador sobre gatos que hace referencia al mágico mundo de Lewis Carroll y su exquisita obra Alicia en el País de las Maravillas.

por David Mateo

El hombre lobo en la ciencia ficción

terror. No sé que diablos será y puede que sátira sea la forma más adecuada para definirlo. Sea como sea e independiente de la taxonomía debo mencionar que es el único cuento de mi producción (en su versión original al menos) que le ha agradado minimamente al riguroso y taciturno ex-pope de la ciencia ficción chilena, Luis Saavedra.      Licantropía contemporánea data del año 1997, y sufrió varias correcciones menores hasta su versión definitiva del 2004. Encuentro particular deleite en los cuentos que toman ideas cliché o tópicos gastados dándoles una vuelta de tuerca y eso fue lo que pretendí con Licantropía… La idea original surgió tras la lectura en un suplemento de viajes que detallaba las ofertas turísticas de Transilvania. De inmediato imaginé a un personaje chileno viajando a las tierras del Conde Drácula y siendo mordido por un hombre lobo. ¿Por qué no por un vampiro?, no sé, hubiera sido lo más lógico pero yo no tenía en mente escribir sobre vampiros sino sobre hombres lobo.  

     A la hora de diseñar al personaje pensé: ¿quién sería el tipo menos probable como para convertirse en un hombre lobo? La respuesta: un acaudalado cirujano plástico. El resto surgió sólo. Hasta ese momento la única obra de ficción que había leído sobre el tema de la licantropía era A la deriva entre los islotes de Lagerhans: Latitud 38º 54’N, longitud 77º 00’13 O, cuento de Harlan Ellison incluido en Los Premios Hugo 1973-1975 (según Asimov esta narración ganó el Hugo ya que cuando se imprimió el título no quedó espacio para el resto de los nominados). A la deriva… comienza con el siguiente párrafo: “Cierta mañana, al despertarse en su cama de algas después de tener sueños inquietos, Moby Dick se halló transformada en el capitán Ahab”. ¡Grande Ellison!, ¡que buena alegoría! Pero hasta ahí no más las alabanzas para el diminuto y temperamental escritor. Nada más de lo suyo que he leído me ha gustado, ni siquiera su mediocre antología Visiones Peligrosas, que salvo el cuento de Sturgeon no ofrece nada realmente “peligroso” e  incluye algunas narraciones bochornosamente malas.      Mi idea era escribir algo parecido a A la deriva… entonces, pero por suerte lo que salió fue muy distinto. Lo que más apreciaba del cuento de Ellison era la sutileza con que trata el tema del licántropo haciéndolo tan imperceptible que se transforma casi en un ruido de fondo, algo muy distinto a lo que ocurre en mi narración, donde el hombre lobo es una estridencia omnipresente que se hace sentir desde el título, que adopté del poeta surrealista Louis Aragón. Obsérvese sus versos: 

Recuerdo que en mil quinientos cuarenta y unocerca de Paviacuando me apresaron en la campiña por donde [deambulaba víctima de los primeros efectos del [mallos campesinos no quisieron creerme cuando les [dije la verdad  

Rehusaron tomarme por lobo furioso a causa de mi piel humana y Santos Tomases eternos de la ciencia  

experimental. Cuando les confesé que mi piel lupina estaba 

[oculta entre pellejo y carne 

con sus puñales me hicieron tajos en los miembros   [y el cuerpo 

para verificar mis melancólicas afirmaciones      no me tocaron la cara 

     espantados por la atroz poesía de mis rasgos.       Luego de escribir Licantropía contemporánea, y mientras husmeaba entre los escasos títulos de ciencia ficción de la librería Catalonia, encontré El Hombre Lobo Insólito, y sin dudarlo dos veces desembolsé el oneroso precio que por él exigían. Este libro forma parte de una tríada sobre monstruos clásicos que completan Frankenstein Insólito y Drácula Insólito, de hecho posteriormente encontraría estos tres títulos en otra librería, ¡por el mismo precio que yo había comprado El Hombre Lobo Insólito!  

     Volví a encontrarme en esta recopilación con A la deriva…, el cuento de Harlan Ellison, quien además escribe el prólogo. Aunque no queda del todo claro me parece que Ellison no actuó como antologador en este caso, dicha función no está acreditada y sólo figuran como responsables los Editores Asociados: David Keller, Megan Miller y John Betancourt, que asumo habrán seleccionado los cuentos. De cualquier forma y como suele ocurrir en estos casos la calidad de las narraciones es muy dispar correspondiendo las más afortunadas no a los “grandes nombres” anunciados en la portada como Robert Silverberg o Philip José Farmer, sino a los menos conocidos (el cuento de Silverberg de hecho es malísimo).        El único relato de esta antología que trata el tema del hombre lobo en clave de ciencia ficción es Y la luna llena brillará de Brad Strickland. Están Ellison y Niven también, pero en el caso del primero la condición licantrópica del protagonista es un mero vehículo para justificar un viaje al interior del “alma” humana (literalmente), y en lo que al autor de Mundo Anillo respecta, su relato no involucra hombres lobos propiamente tales sino seres humanoides que evolucionaron del lobo en vez del mono.       El cuento de Strickland relata las desventuras del último hombre lobo sobre la faz de la Tierra, sometido a estudios psíquicos y biológicos por parte de un indolente científico. “Usted no posee derechos.”, señala el doctor a Kazak, el hombre lobo, “
La Constitución planetaria garantiza derechos a los humanos, y usted es un licántropo. Algo muy diferente. Tal vez un Homo sapiens ferox.” El doctor Iglace también nos revela que la licantropía no es una maldición sino una condición, genética por un lado, y contagiosa por el otro. La mordedura de un hombre lobo en su forma lupina, explica el doctor, conlleva una secreción de las glándulas salivares que altera el ADN de manera sutil pero crucial en las personas que poseen el gen licantrópico recesivo. Otras características de la licantropía explicadas de manera verosímil por Strickland son:

      La voracidad del hombre lobo. La transformación exige un gran gasto de energía y el licántropo debe comer por lo menos un tercio de su peso humano normal para hacer la transición de hombre a lobo y de lobo a hombre sin efectos secundarios nocivos. La biomasa perdida al cambiar de hombre a lobo va a para a la formación del pelaje y la reorganización del esqueleto y musculatura.        La plata como método para eliminar a un hombre lobo. La plata actúa como catalizador y debilita dos de las hormonas del licántropo. La plata en si misma no se ve afectada por la reacción pero la estimula, cortocircuitando la capacidad regenerativa del hombre lobo.  

     La Luna llena como agente catalizador de la metamorfosis. Esto se debe a una forma sutil de radiación provocada por la luz solar al incidir en la superficie lunar, activando un proceso que hace desprenderse determinadas partículas subatómicas del suelo de
la Luna. “Cuando
la Luna esta en cuarto creciente, incluso en tres cuartos, la radiación es demasiado débil para influirle. Sólo cuando la luna está enteramente plena la reacción llega a
la Tierra con la intensidad suficiente para generar la transformación.” La única solución para escapar al influjo de las radiaciones propuesta por el Dr. Iglace
45Zerosubatómicas del suelo de
la Luna. “Cuando
la Luna esta en cuarto creciente, incluso en tres cuartos, la radiación es demasiado débil para influirle. Sólo cuando la luna está enteramente plena la reacción llega a
la Tierra con la intensidad suficiente para generar la transformación.” La única solución para escapar al influjo de las radiaciones propuesta por el Dr. Iglace sería estar protegido por una capa de material de mil kilómetros de espesor o volar alrededor de la tierra una vez al mes en un avión rápido de modo que
la Tierra se interpusiera constantemente con la luna. Posible pero poco práctico.
      El otro relato de ciencia ficción referente a hombres lobo que he leído es Plenisol, de Brian Aldiss. Plenisol transcurre en un mundo dominado por gigantescas ciudades mecanizadas en las que el hombre se ha recluido amputándose finalmente del todo de la naturaleza. “…una ciudad estaba separada de otra ciudad por extensiones de vegetación que las aislaban mutuamente como un planeta está aislado de otro planeta. Muy pocos de los habitantes de las ciudades pensaban siquiera en el exterior; los que iban físicamente al exterior tenían algún elemento de anormalidad en ellos.” Estos sujetos eran los hombres lobos al que el protagonista, el oficial Balank junto a su robot, esperan dar caza adentrándose en el bosque.       Los hombres lobos del cuento eran y habían sido siempre enemigos del hombre, quienes lo llamaban El Hermano Oscuro. Las máquinas les daban caza de un modo implacable pero los hombres-lobo poseían poderes que no estaban al alcance de hombres o máquinas y que les permitían sobrevivir sin la ayuda de las ciudades. 

     En este cuento, además, las máquinas han conseguido avanzar ocho millones de años en su exploración del tiempo, interrumpido su avance por una desviación en los quanta del espectro electromagnético. Plataforma Uno; la máquina situada a muchos centenares de siglos adelante, que por primera vez había traspasado la barrera del tiempo y establecido contacto con todas las civilizaciones gobernadas por máquinas posteriores a su propia época, había decidido que las operaciones debían limitarse ahora al espacio de tiempo que había quedado abierto. Las imágenes transmitidas desde el lejano futuro mostraban desiertos de hielo sobre los que brillaba un pequeño sol azul, tan brillante como la luna llena. El sol había pasado por sus fases de blanca y enana avanzando hacia el período principal de su existencia en que se convertiría en una enana roja. “Entonces alcanzaría la madurez y arrojaría sobre su tercer planeta la luz de una perpetua luna llena.” Las ciudades aún existían, y las máquinas, objetos similares a los dinosaurios que vagaban por los yermo paisajes y ascendían al espacio, “construyendo allí monstruosos brazos unidos por membranas que se extendían lejos de la órbita de la Tierra para recoger energía y el envolver al pobre sol en una amplia red de fuerza magnética.” De los seres humanos de aquel distante futuro no había señal alguna.     En la escena final el robot confiesa a Balank, quien tenía sus sospechas sobre las motivaciones reales del androide, que los hombres lobo representan una amenaza para las máquinas mucho mayor que los humanos. Hombre y máquina se disponen a luchar mientras sin saberlo son observados por el hombre lobo al que pretendían dar caza. Para el hombre lobo el desenlace de aquella pequeña lucha carece de importancia ya que sabe que su raza ha ganado ya su guerra contra el género humano y que la verdadera batalla aún estaba por llegar, la batalla contra las máquinas. “Pero aquel momento llegaría. Y entonces derrotarían a las máquinas. En los largos días en que el sol brillaría siempre sobre la bendita Tierra como una luna llena… en aquellos días, su raza vería terminada su espera y entraría en su propio reino salvaje.”       Por supuesto que un artículo titulado “El hombre lobo en la CF” no puede obviar la novela Darker Than You Think (1940) de Jack Williamson, en la que los “shape-shifters” pueden adoptar no sólo formas lobunas sino también las de anacondas y tigres dientes de sable, además de poseer la facultad de hacerse invisibles. Williamson ofrece una explicación pseudocientífica del fenómeno licantrópico que es poco convincente pero imaginativa y sus hombres lobos no existen como meros depredadores de la humanidad sino como los destinados a regir el mundo. Williamson retoma el tema de los hombres lobo en su novela de 1994 Demon Moon, en la cual licántropos, unicornios y wyverns son todos alienígenas inteligentes. Otras obras que tratan el tema y que están en las antípodas la una de la otra son WerewolveSS (1990) de Jerry y Sharon Ahern y The Runton Werewolf (1994) de Ritchie Perry. WerewolveSS trata sobre hombres lobo creados mediante ingeniería genética por Hitler para ser utilizados como su más letal cuerpo de guerreros (de ahí la doble “S” de werewolf, ¡que originales estos Ahern!) mientras que The Runton Werewolf es un libro infantil en el cual los vampiros y hombres lobo son los inofensivos descendientes de una pareja de alienígenas atrapados en
la Tierra.
 

     No puedo terminar este artículo sin referirme a la injustamente olvidada serie de dibujos animados La Conspiración Roswell (1999). Yo solía verla a eso de la medianoche en el verano del 2000 y si mal no recuerdo la transmitían en el Cartoon Network antes de Men in Black. La calidad de la animación de Roswell no era tan buena como la de MIB, pero como ciencia ficción era muy superior a esta disparatada serie basada en la no menos disparatada película basada a su vez en un cómic del cual no tengo ningún conocimiento pero del cual cabe la posibilidad que sea también un disparate (esta clase de trasvasijes nunca me ha convencido del todo).         La Conspiración Roswell iba sobre un grupo de agentes que descubre la existencia en
la Tierra de distintas razas alienígenas que usan a los humanos con fines alimenticios, deportivos e incluso para fines aún más siniestros. Para combatir a los extraterrestres se forma una entidad multi-nacional oculta bajo tierra llamada
la Alianza Global, compuesta por científicos, militares, policías y agencias de inteligencia cuya base de operaciones es un bunker en la pequeña localidad de Roswell. La existencia de distintos monstruos y criaturas míticas como vampiros, zombies, yetis, minotauros y cíclopes en esta serie es justificada a través de la invasión alienígena (una de las más memorable relecturas fue la del último hijo de Kryptón, que es presentado como un solitario alienígena superpoderoso impulsado a obrar el bien que finalmente sufre el rechazo de sus protegidos al descubrirse su verdadera y repugnante forma).
 

     Los licántropos de La Conspiración Roswell son seres bípedos de dos metros de altura, copioso pelaje, garras, y protuberantes espinas dorsales. Viven diez años, son violentos, carnívoros y pueden adoptar forma humana (la avanzada tecnología de los licántropos les permitió esclavizar a los sasquatchs y yetis, con una descarga EMP que revirtió la polaridad magnética de su planeta).      Y llegamos al final del presente texto, espero que haya servido como ejemplo de la forma en que la ciencia ficción puede absorber y regurgitar hasta los temas más vetustos y desgastados.  © 2004, Sergio Alejandro Amira. 

Utopía Now

“Es una necesidad fundamental para los oprimidos pensar y salvaguardar, mantener, preservar esas imágenes dialécticas porque en ellas está el fundamento de la posibilidad de futuro, es decir, en ellas está el fundamento de la utopía.”  

–Walter Benjamín– 

Utopía, no existe tal lugar… dice Quevedo, pero tanto el término acuñado por Moro como su traducción lucen poéticos, ya que pueden derivar de Ou topía: En Ningún Lugar; y de Eu topía o Lugar en que Todo Está Bien. 

      La obra de Moro es considerada un texto fundacional de la cultura moderna, y se le asigna una doble potencia de realidad, descriptiva y propositiva. Ambos aspectos pueden verse, respectivamente, como instancia de planificación, esquematización y dibujo; o desde la insustanciabilidad, la invisibilidad geográfica, la falta de plausibilidad, de su concreción. 

      Las primeras versiones utópicas coinciden en ser gobernadas en un estado perfecto en que se actúa con justicia conforme a razón. Y siguiendo a Platón plantean sus visiones como lejanas en el tiempo o en el espacio, o ambas. Más tarde se retomará de Platón el reemplazar desilusionado este cambio en la estructura por perfeccionamiento de los reglamentos que la gobiernan, tal como a De República suceden Las Leyes.  

      Tanto en la isla de Moro (Utopía; 1516) como en el laboratorio universal de La Casa de Salomón de Bacon (New Atlantis; 1626), se acentúa el papel esencial que debía jugar la ciencia en toda sociedad ideal. Es la razón natural, para Moro, la que permite alcanzar la perfección política, legal y social, la monarquía absoluta, los bienes comunes, la inexistencia de dinero. 

      Pero es el intento de la comunidad de San Agustín, y su exposición de La Ciudad de Dios, el primer modelo moderno de utopía. Será convertida 1.200 años después por Campanella en Taprobana (La Ciudad del Sol), y prosperará por la expansión de sus riquezas, producto de ingeniosas máquinas; la jerarquía católica será reemplazada en la utopía de Harrington por una oligarquía republicana como la veneciana (Oceana; 1656). 

      Las utopías clásicas comparten ya la preocupación acerca del rol que la tecnología tiene en el panorama de la felicidad social. Así como otro rasgo importante: no esperan ser replicadas. Al ser planteamientos de mejoras de las propias sociedades a las que los autores pertenecían, compendiaban las cualidades que les permitirían guiar el rumbo hacia la perfección. Estos textos se percatan de su insustanciabilidad, siendo modelos para perfeccionar la sociedad propia, sobre la base de esta imagen/objetivo distante, ajena pero apropiable. 

      Las utopías son esquemas ideales que denuncian la realidad contemporánea, planteando como arreglarla. El que esta reparación queda bien hecha, lo demuestra el que las utopías son plausiblemente sustentables, no cambian, en equilibrio los contextos internos y externos. Quietas en su insularidad, escapan a la historia, al transcurrir del tiempo.  

      Pero el tiempo consume la época de las primeras utopías. Revoluciones de todo tipo aterran y propician, con reformas radicales, consecuencias violentas. 

       Se sucede una mirada escéptica (¿haciendo caso a Maquiavelo?) ante la posibilidad de elaborar formas alternativas al interior de las propias sociedades criticadas. Es Swift (Viajes de Gulliver; 1726), quien mejor expone que en cierta manera son elementos consustanciales a las propias sociedades los que tiñen todas sus estructuras.  

      Esta reluctancia a admitir mejoras sustanciales en lo propio, coincidiendo con una visión del mundo aún en expansión, producto de los grandes descubrimientos geográficos, producen gentes en naturaleza idealizada, y la posibilidad de llevar a cabo en otros lugares experimentos reales y ya no dibujar esquemas ideales para invocar cambios en las propias sociedades. 

      La razón y el iluminismo convocarán dos formas de enfrentar la concreción de la felicidad social, ambos caminos tomarán diversos diseños de utopías para implantarse, siendo estos diseños modelos susceptibles de realizarse. Aunque no en forma absoluta, puede decirse que un camino fue religioso y el otro científico. Las comunas religiosas sólo pudieron clonarse a sí mismas, no aspirando a más. En cambio, las comunidades científicamente concebidas para ser estables en el tiempo, resultaron laboratorios, modelos que también progresan, acentuando el poder de la ciencia y el creciente rol de la técnica. 

       La ampliación del conocimiento y del dominio del mundo producen el fenómeno colonial, y los tempranos efectos de la revolución Industrial en los transportes permite la primera oleada de aldeización, de concreción utópica. Los inicios de esta oleada se remontan a los experimentos utópicos con indígenas americanos que sentaron las bases del derecho internacional moderno. 

      En esta época la preocupación por reglamentaciones sofocantes, las marañas de formas legales e instituciones conflictivas llevaron a los primeros experimentos modernos de vida comunal: labadistas; ephrata; shakers; rapitas; zoaritas. Por varias razones el lugar ideal para poner en práctica la utopía es el nuevo mundo. Durante las reformas, las colonias americanas entrañan para los europeos la esperanza del paraíso terrenal, de trabajar por la regeneración del mundo. Se fundan centenares de colonias experimentales en USA: new haven; equity; utopía; new hope; sylvania; oneida; new life; aurora; amana; new harmony, etc., movilizándose decenas de miles de personas. 

      Las convulsiones europeas permiten la puesta en práctica de experimentos comunales a todas las escalas. Comte y Saint-Simon, los padres de la sociología, generan imágenes sobre lo que debería ser la sociedad.  

      Aunque los escritos propugnan nuevas y radicales doctrinas sociales y económicas, las utopías de los siglos XVIII y XIX son antídotos contra el cambio y el desorden. Las reformas de pequeña escala, graduales, son insignificantes junto a las consecuencias de la revolución industrial, pero las reformas radicales son temibles tras las experiencias revolucionarias. 

      La idea de que un defecto en la naturaleza humana provoca el mal se modifica, y el mal se relocaliza en las fuerzas sociales que conforman la conciencia individual. Hacia 1825 Owen funda estructuras comunitarias en Escocia, Irlanda y USA, con reformas que anticipan en medio siglo la legislación obrera. También para Fourier la falange debe gobernarse por medio de la pura razón, y en 1830 funda falansterios en Francia y más tarde discípulos suyos lo hacen en USA “…puede experimentarse en pequeña escala y sólo se difundirá cuando la práctica haya demostrado su superioridad sobre el sistema actual.” (Brisbane, discípulo de Fourier). 

      Los textos de Owen y Fourier son una mezcla de ensayo filosófico y manual técnico. Estos sistemas se enfatizan como producto de investigaciones científicas, y su pretensión experimental ya no se limitará a modelar, siendo ésta característica de las nuevas utopías, como la del texto de Cabet  (Voyage en Icarie; 1840), y la de Hertzka (Frailand; 1889). La fundación de varias sociedades Icarienses y más de mil sociedades locales Frailand en Europa, permitieron a sus autores fundar comunidades en USA y adquirir propiedades en África, para los mismos efectos. 

      El grueso de las comunidades emprendidas consisten en grandes grupos, con liderazgos fuertes y estructuralmente organizadas (desde el principio incluyen hasta modelos arquitectónicos). A pesar de algunas motivaciones aisladas, incluso individuales (Thoreau; Walden; 1854), se considera impracticable implementar la organización sin varios centenares de personas. La proliferación de experimentos comunitarios son una forma práctica de cambio social en un contexto en que no hay instituciones dominantes firmes, pero todas pretenden ser reformas no violentas que enfatizan la planificación social. 

      Hasta este momento de la planificación utópica social, la tecnología juega un rol determinante aunque ideológicamente neutral. Los sistemas económicos reales y utópicos se parecen y se enfatizan los valores morales y psicológicos como motor de cambio social. El problema no son las relaciones de producción, sino las personales.

       Pese a ello, en esta época se produce una fuerte ojeriza, que se traduce incluso en violencia desatada, contra las máquinas, sentimiento que fue preferentemente defendido por las comunidades religiosas, pero no exclusivamente por ellas. En la sociedad de Erewhon (Butler; Erewhon; 1872) se han desterrado las máquinas, habida cuenta de la creciente opresión y dominio ejercido por la conciencia mecánica sobre el hombre; aunque admite que deben subsistir las imprescindibles: “La verdadera alma del hombre es debida a las máquinas y la existencia de estas es en gran parte una condición sine qua non para aquel, en la misma medida en que lo es la del hombre para aquellas.” 

      Los textos de Morris (News from Nowhere; 1891) y Howers (Por el Ojo de una Aguja) critican tales comunidades religiosas, por esta negativa a adoptar innovaciones tecnológicas. 

      La relación existente entre la fobia tecnológica de muchas comunidades y sus probabilidades de sustentación, tiene consecuencias rápidas, al igual que durante la segunda oleada aldeizadora. Las comunidades religiosas, utilizando artesanías industriales consiguen prolongarse en el tiempo más de 25 años, superando algunas los cien. 

      Sentimientos ambiguos hacia el progreso y la industrialización, que en un primer momento coinciden confusamente en las motivaciones comunizadoras, y el ansia de escapar hacia la libertad de las tierras vírgenes, chocan luego con la preeminencia del organismo social, y se reprocha a las utopías planificadas en detalle y autoritarias el que sus creadores subordinen el individuo al bienestar del organismo social. 

      La preeminencia del organismo social privilegia la continuidad de la comunidad, prescindiendo incluso de sus protagonistas. Esto guarda relación con la faceta ahistórica de la utopía, ya que es la existencia inmodificada en el tiempo la que exorciza su pulsión de muerte. Será esta época: Bellamy (Loocking Backward; 1888), Forster (The Machine Stops; 1909), Zamyatin (Nosotros; 1920), Huxley (Brave New World; 1932), y Orwell (1984; 1949), la misma del individualismo desmesurado y el liberalismo a ultranza, la que verá en los textos utópicos vastas y agobiantes redes administrativas. 

      Tanto la utopía literaria europea como la utopía comunitaria práctica del nuevo mundo se agotan. Hacia fines del siglo XIX no eran populares las unas, ni se creía ya poder establecer las otras. Con Wells la utopía moderna acepta ser una etapa en la evolución entrópica, agotadas las posibilidades del intelecto humano. Los cambios posibles son mutaciones biológicas y espirituales, pero éste límite anuncia simbiosis futuras: con otras especies, con máquinas.

       En 1968 había más experimentos comunitarios que en todo el siglo XIX. En la segunda oleada de aldeización, una vez más, estos intentos ocuparán todo el espectro de la deliberación. Desde utopías en que la ingeniería cultural puede moldear, de forma científica, el comportamiento humano (Skinner; Walden Two; 1948) o moldeamientos que incluyan elementos más esotéricos (Huxley; The Island) hasta aquellas identificadas con el movimiento contracultural y que abogan por un estilo espontáneo y desestructurado, sin liderazgos (Goodman; Communitas; 1947/ Making Do; 1967).  

      La implantación de modelos científicamente concebidos (laboratorios) convive con la fundación de comunidades anarquistas con poblaciones de entre 30 y 50 personas. El liderazgo fuerte, inherente a los experimentos comunales del siglo XIX, llega a convertirse en un obstáculo en el siglo XX. Las nuevas comunidades son flexibles y adaptables. Pero mientras los textos de Marcuse abogan por la automatización total como óptimo de la potencialidad de la libertad, la literatura ya ha delineado el accidente general de la historia: el mal funcionamiento de la ciudad como máquina, la distopía. 

      Las utopías post industriales participan del mismo entusiasmo, decepción, escepticismo, e intentos de concreción que sus antecesoras. Las utopías tecnofílicas (Ballard; Crash; 1973), las ecologistas, de izquierdas y feministas: Le Guin (Los Desposeídos; 1974), Russ (El Hombre Hembra; 1975), Pierce (Woman of the Edge of the Time; 1976), y las distopías de Burroughs (Expresso Nova; 1964), y Dish (334; 1972), harán que la línea difusa que delimitaría el género utópico del resto de la ciencia ficción finalmente sea indistinguible. 

      Las colonias experimentales de Biosfera I y II, se adelantan a los prospectos terraformadores, haciendo que una línea similar existente entre la ciencia ficción y la realidad también vaya esfumándose. 

      Hay un aspecto importante aún no mencionado. Avendaño (Fobos 20/diciembre 2003) concede a Mercier el inaugurar la ucronía (El Año 2440), precisamente previendo agotarse las posibilidades de espacio del mundo, producto del empequeñecimiento progresivo al que lo someten las tecnologías de las comunicaciones y el transporte. Esto tendrá dos consecuencias importantes para el presente informe: por una parte el Tiempo será explorado hasta escalas temporales amplísimas; Stapledon (Star Maker; 1937) grafica una escala temporal, desde la creación del cosmos al completo reposo físico, que abarca 500.000.000.000 años. 

      Pero, dado el horizonte individual de vida, más práctico y cercano resulta el otro aspecto importante resaltado por la ucronía y el agotamiento del espacio: la Virtualización de la Ciudad. La ciudad de Utopía se convirtió en un género, en una designación. Será la ciudad de San Agustín y Campanella el primer modelo de las ciudades virtuales, cuya posibilidad de existencia, en las profecías del movimiento Futurista de entreguerra y ahora en Virilio, augura o no el accidente general, el accidente de los accidentes mencionado ya por Epicuro. 

      En 1971, en Chile, con primitivas computadoras se elabora un modelo matemático de
la Utopía de Moro, con el objetivo de estudiar su estabilidad social, a través del impacto en la sociedad de innovaciones en los campos técnico y religioso.  

      Una lectura específica se transformó así instantáneamente en muchas lecturas, las posibilidades para cada modelo de utopía se tornaron tendientes al infinito. La múltiple interpretación de nuestra Realidad (o respecto de cualquier otra realidad alternativa), nos retrotraen a nuestra ucronía, la actual. 

      Utopía es un sistema cerrado, económica, geográfica y culturalmente. Los detalles de su funcionamiento son controlados, como los de una máquina: el cambio es predecible, obediente, mecánico.  

      Esta insularidad, este aislamiento en el paisaje, se expande cuando se engloba el anterior contexto mismo, expandiéndose el modelo, ahora virtual. En este caso la ciudad de utopía copa el paisaje, conteniéndose a sí misma. Al replicarse la Urbe y actuar por fusión (conurbación), y habiendo un ambiente artificial en torno al planeta (McLuhan), muere la vieja idea de Naturaleza y sólo quedan Urbe y su Periferia. 

      Mientras se cree que utopía constituye una antípoda de urbe, el diseño se revela rápido adecuado para ejemplificar y experimentar comunalmente. Las escalas dictadas por los límites infraestructurales de los modelos, lo que sería el aspecto técnico, compite con factores devenidos de imágenes, a su vez basados en recias argumentaciones filosóficas y religiosas, diseñadas para reparar aspectos que funcionan mal. Un camino que abarca desde el diseño total (la domesticación y la geometrización de la naturaleza, edificios como mónadas, toda forma matrimonial, el número mágico de habitantes, etc.) a la modificación parcial –o extirpación– de componentes para semejarse al diseño que, en último término, también depende de la imaginación de los visionarios. 

      Utopía busca negar la coyuntura de su época, el avatar de las circunstancias; negadas las bases del error: la confusión, la ignorancia.  

      Oscilar entre parchar situaciones del sistema, y discernir transformaciones radicales que constituyen soluciones plausibles, a situaciones insostenibles. El intento colectivo de utopía mantiene un tinte de bien común. Pero entonces, las paradojas:  

      En la construcción de Utopía, los elementos que son desechados lo son por utópicos. 

      Al plantear conjuntos colectivos más o menos plausibles de esta imagen objetivo, la utopía  se dibuja, se modeliza: Al plantear inviables tales o cuales modificaciones, las siega, las agosta, adjetivando esta vez lo utópico con una connotación de irrealidad. 

      Las representaciones de utopía, en su misma justificación, extienden el aquí/ahora en toda dirección urbanizable. Y congela el diseño insustentable. Al mismo tiempo, se reniega del adjetivo utópico, yendo por antonomasia lo otro, las alternativas, a parar al trasto de Lo No Plausible

      El aspecto vital del modelo de utopía, más allá de la gama de características, es su relación con el tiempo: utopía quiere congelar el tiempo, detenerlo. Y son precisamente estos centros, según teorías influyentes sobre la cultura contemporánea (Jameson, Laclau, Mouffe), las zonas metropolitanas, los que han devenido lugares  de naturaleza irrepresentable, sublime, sin tiempo y sin espacio. Por lo tanto, ucronías y utopías. 

      Después de urbe y megápolis incorporar a su imagen/objetivo la de utopía siendo, continúan renegando de una primordial: las poblaciones estables utilizan como estrategia energética aquella que minimiza el tiempo, en tanto éstas opta por maximizar la energía, la estrategia opuesta, propia de sociedades en expansión. Al negarse tan categóricamente a lucir estable, la estructura que apelaba a la consecución utópica para legitimarse, arroja de sí lo no plausible: el detenerse, el minimizar el tiempo y la energía, el ser una sociedad estable, o sea, adaptada. 

      El fin de la historia es un congelamiento de las circunstancias. A partir de ellas los rasgos de utopía solo se extrapolan. Este orden autoperpetuado, empero, constituye al mismo tiempo una fase en una curva de desarrollo, una etapa en consecución progresiva de la imagen/objetivo siempre distante. 

La búsqueda de la concreción del óptimo de habitabilidad, así, se centra en la imagen del buen funcionamiento (situado en un futuro próximo pero siempre inalcanzable) de esta máquina urbana en crecimiento constante. La metáfora de la máquina nos plantea que no sólo la conducta humana puede ser moldeada conforme a ritmos y jornadas artificiales. También puede ser moldeado el conjunto de la sociedad, a semejanza de la reparación hecha al diseño, su estructura, o los reglamentos que la gobiernan, intentando lograr un dispositivo, un mecanismo de movimiento perpetuo. 

“El fin de la historia será el comienzo de la paz: el reino de la inocencia recobrada.” –Octavio Paz– 

© 2004, Marcelo Quinteros. 

Notas 

1.- Las ciudades invisibles de Calvino son utopías. 

2.- En la utopía de Rand (La Rebelión de Atlas), el símbolo que se eleva en el umbral de la villa de los sostenedores del mundo, rebeldes, es el dólar, y el dólar de oro la moneda en curso. 

3.- Imperio universal controlado eugenésicamente por el Papa. 

4.- “Los hombres cometen el error de ignorar el punto donde deben poner límites a sus esperanzas.” 

5.- “Los hombres son producto del medio social.”  

6.- Según Owen bastaban entre 800 a 1200 personas, para Fourier eran necesarias entre 1620 y 1800. 

7.- O que no se hallan legitimadas, como ocurrirá nuevamente durante el movimiento contracultural. 

8.-Jihad butleriano. 

9.- Textos indios calculan que la friolera de 154.586.880.000.000 años transcurren y conforman un mahakalpa, cuando el infinito 

10.- Domingo, Varsavsky y Sábato. 1971 

11.-en Anarres no hay propiedad, ni dinero, ni matrimonio, ni gobierno, ni leyes, ni prisiones. 

12.-algunas distopías plantean catastróficas consecuencias aún mejorando sustancialmente lo ya existente, es decir, si las cosas funcionaran relativamente bien.  

13.- …creciente o absoluta fetichización del producto, reificación de las relaciones entre personas, etc., lato de tratar acá. 

14.- El tiempo concebido con esta imagen de un mecanismo reparable se encuentra en los relatos de viajeros temporales, técnicos que corrigen desperfectos que modifican –modificarían– nuestro tiempo presente, eje axial de lo correcto en estas representaciones. 

Sobre el autor: Marcelo Quinteros

Astrología: lo que siempre quiso saber y nunca se atrevió a preguntar

Este fin de semana como de costumbre compré el diario, pues me encanta leer sobre lo que ocurre en el país y en el mundo, adquirir algo de cultura y, por supuesto, leer el horóscopo. Me impresionan los consejos del astrólogo cuando dice cosas como: “Existirán cambios en su vida” y “Dineros vienen en camino; no los aleje”. Me pregunto como puede adivinar que pasará algo diferente esta semana, y que estamos cerca de fin de mes. Los astrólogos tienen mentes muy agudas, en verdad.  Continue reading «Astrología: lo que siempre quiso saber y nunca se atrevió a preguntar»

La Masa: Un Laberinto Fluido

por Daslav Merovic

La ciudad ha sido descrita como la actividad más creativa y permanente realizada por el hombre desde un punto de vista socio-cultural. También se le ha considerado el artefacto económico más rentable jamás creado. Todo eso suena muy bien pero sabemos de sobra que la ciudad esta lejos de ser el Jardín del Edén.

Yo soy lo que se denomina (por lo menos aquí en Chile) “de provincia”, nacido y criado en la austral ciudad de Punta Arenas (capital de la Duodécima Región de Magallanes y Antártica Chilena), donde el fenómeno de las multitudes no se manifestaba tan notoriamente (por lo menos no en el desplazamiento urbano) y donde el tiempo parecía alcanzar para todo y aún sobraba. Imaginen entonces el “schock” del cual fui víctima al mudarme a Santiago y enfrentarme (y ser absorvido) por la masa.

El término masa proviene del latín massa que a su vez proviene del griego masa, con el mismo significado. Los griegos también se referían a la masa como hoy polloi, y los romanos como multitudo; o empleaban algunos de los términos despectivos como turba (empleada por Polibio para referirse a la democracia de masas en estado de desorden civil). En relación al término empleado hoy en día, éste debutó (aunque su origen fuese clásico) con el advenimiento de la Revolución Industrial.

Ya esclarecido el origen de la masa, tomemos los paseos Huérfanos y Ahumada (donde el cuerpo de los otros alcanza su apogeo durante las horas hábiles) para ejemplificar mi experiencia.

El centro de Santiago es como la singularidad del hoyo negro, aquel lugar donde todo lo absorbido ocupa un único espacio, donde estamos más que amontonados, como dice Italo Calvino en Las cosmicómicas; “Cada punto de nosotros coincidía con cada punto de los demás en un punto único que era aquél donde estábamos todos “. Si sólo pudiésemos captar las fuerzas ocultas que constituyen la fría malla por la que nos desplazamos, los pródromos activos de reintegración cósmica, podríamos avanzar hacia el punto supremo… pero estoy divagando.

No consigo pensar la calle desde una significación general o en su sentido primigenio como recomienda Olga Grau, esto es, la calle como flujo de los ciudadanos que buscan “el encuentro con lo otro y los otros y otras”. Sobre todo viviendo en esta economía global que disuelve las identidades locales en pos de una respuesta hedonista de multiplicación y administración de capitales. Tal como se disuelve la identidad individual en el anonimato de la masa. Para mí ese encuentro es obligatorio, impuesto por la dictadura de la regulación total de la economía del espacio a la que la ciudad nos somete.

El escenario familiar que fija los contactos y permite la comunicación cotidiana entre conciudadanos corresponde al espacio rutinario, que se desase como acontecimiento, donde lo nuevo no existe y en donde la economía del desplazamiento se asegura en lo siempre visto, en los “no-lugares”, definidos por Marc Augé como los recintos donde el valor espacial se reduce a la circulación de personas y bienes y el concepto de vida urbana al tiempo de posesión y consumo; reflejo de una “normalidad” construida sobre el espectáculo comercial y la pérdida de asombro. La ciudad, en efecto, encauza a las multitudes hacia la homogeneización del mercado como objetos y como instrumentos de su ejercicio y es una “fábrica» donde la arquitectura está hecha para permitir un control interior, articulado y detallado de los individuos.

Me resulta imposible, por lo tanto, compartir la visión optimista de Grau en que la calle es el espacio donde buscamos expectantes la sorpresa (¿acontecimiento?) traída por los demás, donde nos abrimos a nuevas experiencias… dicha calle probablemente exista, pero no cuando la multitud se posesiona de ella.

Hasta ahora he usado las palabras multitud y masa como sinónimos pero es necesario diferenciarlas: la masa es más abstracta y difusa, sin unas fronteras claras, mientras que la multitud es más concreta y con unas fronteras más definidas. A este respecto, André Joussain en su libro de 1958 Psychologie des masses, dice:

“Una multitud la forma cierto número de individuos animados de un sentimiento o de un deseo común, que se reúnen accidentalmente como ocurre con quienes se aglomeran en la calle para presenciar un desfile o para ver a un artista famoso a la salida de un teatro. En cambio, la masa está integrada por un gran número de individuos que, aunque dispersos, se hallan en las mismas condiciones y están animados todos ellos de iguales sentimientos o de idénticas aspiraciones.”

La multitud es, como menciona Juan G. Gelpi de la Universidad de Puerto Rico, “un laberinto fluido”, un laberinto en el cual es imposible establecer y mantener un curso de desplazamiento (a las horas, por ejemplo, en que el cuerpo de la multitud es más abultado). Las moléculas de la muchedumbre, las personas, son obstáculos que me obligan a ejecutar una serie de estrategias para evitar ser embestido o desviado de mi curso. Se deben realizar verdaderas contorsiones gimnásticas para hacerle el quite a las paredes móviles del laberinto y es inevitable sentirse como Han Solo en El Imperio Contraataca, pilotando el Halcón Milenario entre un cinturón de asteroides.

Con el tiempo se aprenden tácticas para no ser embestido, claro, como la de hacer un hombro hacia atrás para esquivar a alguien sin tener que modificar la trayectoria, o la de mantener el curso con paso firme y mirada severa cuando se nos viene encima algún apresurado ciudadano por la misma vía de circulación en la que avanzamos. En este caso gana el más fuerte, aunque en otras ocasiones esto se traduce en una absurda danza en la que uno de los individuos, para evitar la confrontación, opta por desviarse hacia uno de los costados de su adversario, que, curiosamente, elige el mismo desvío. Obsérvese el siguiente fragmento de Baudelaire tomado de su poema en prosa La pérdida de una aureola:

“El hombre de la calle moderna, lanzado a la vorágine, es abandonado de nuevo a sus propios recursos –a menudo unos recursos que nunca supo que tenía- y obligado a multiplicarlos desesperadamente para sobrevivir. Para cruzar el caos en movimiento, debe ajustarse y adaptarse a sus movimientos, debe aprender no sólo a ir al mismo paso, sino a ir al menos un paso por delante. Debe hacerse un experto en soubresauts y mouvements brusques, en giros y contorsiones súbitos, bruscos, descoyuntados, no sólo de las piernas y el cuerpo, sino también de la mente y la sensibilidad.”

Las masas carecen de intelecto, son “puro cuerpo” como menciona Gelpi, la muchedumbre es la otra cara de la soledad urbana que encarna al sujeto intelectual. No existe el individuo por lo tanto al interior de la multitud, sin embargo, la multitud si existiría al interior del individuo.

El Narrador, dramaturgo, ensayista, y premio Nobel Elias Canetti, distingue dos clases de multitud, multitud “abierta” y multitud “cerrada”. La primera correspondería al fenómeno universalmente conocido, en cuanto inicia su existencia, tiende a agrupar cada vez más gente. Carece de límites, su existencia sigue en pie a medida que crece. En el momento que alcanza su meta o para de crecer, se dispersa.
´
La segunda, en cambio, detiene el crecimiento y opta por la permanencia. Define unas claras fronteras que por un lado limitan su crecimiento y por otro aplazan su disolución. La multitud “cerrada”, la muchedumbre interna, sigue existiendo mientras esté por alcanzarse el objetivo de la integración. En cuanto un individuo llega a un determinado grado de individualización, la multitud se dispersa. Claro ejemplo de esto son las personas con personalidades múltiples, individuos que hayan sufrido abducciones o que hayan mantenido contactos con supuestas “entidades sobrenaturales” como ángeles, hadas o extraterrestres (¿existe en realidad alguna diferencia significativa entre estos seres? Según Jacques Vallee, ninguna whatsoever).

El escritor, escultor y profesor de arte inglés Malcolm Godwin, nos dice que aquellos que experimentaron con LSD y otros alucinógenos en los sesentas y principios de los setentas, dieron atisbos de tomar conciencia de la multitud interna. Uno de estos sujetos fue John Lilly (otro, mi tío Norberto Álvarez).

Lilly fue un pionero en la investigación cerebral y la comunicación con delfines además de ser el inventor a principios de la década de los cincuenta del tanque de aislamiento sensorial. Escribio una docena de libros y diversos ensayos que incluyen las teorías de las realidades internas, el modelo hardware/software de la mente/cerebro, así como un modelo de comunicación entre la especie humana y los delfines Sus experimentos con el tanque y el LSD inspiraron la película de 1980 Altered Status, dirigida por Ken Russell y protagonizada por John Hurt.

Uno de los libros de Lilly lleva por título El centro del ciclón, y en el relata como se convirtió en un foco de conciencia central, viajó por el espacio y conoció a otros seres, entes o conciencias. Pero no todo fue así de bonito, ya que Lilly también padeció la experiencia más aterradora de su vida cuando se convirtió en un programa minúsculo en el interior de una inmensa y extraña computadora que era resultado de una absurda danza ejecutada por determinados tipos de átomos, estimulados y empujados por unas energías organizadoras aunque sin ningún sentido. Lilly, presa del pánico, encontró en todas partes seres parecidos a él que constituían programas cautivos en aquella inmensa conspiración cósmica, en aquella danza cósmica de energía y materia carente de significado de amor y de valores humanos.

Godwin agrega que el estado experimentado por Lilly es descrito por una antigua tradición mística como “la tenebrosa noche de Dios”. Supuestamente en determinados momentos Dios, aunque cueste creerlo, decide tomarse una siesta desocupando el vacío normalmente impregnado de su luz. Cuando un místico tiene la desgracia de “florecer” en la meditación en el punto equivocado del ciclo, cae en este infierno aparente.

La experiencia de Lilly me parece muy cercana a la propia. No necesito del LSD o la meditación para caer en la “tenebrosa noche de Dios”, vasta con salir a la calle, al sector céntrico, para experimentar en medio de la muchedumbre, esa sensación de ser un diminuto programa cautivo en una inmensa computadora. Reconozco seres similares a mí, pero los valores humanos, están completamente ausentes. Formo parte del mecanismo, del cuerpo del “otro”.

La absurda danza de átomos estimulados por energías sin sentido parece ser una clara alegoría del poder fantasmático de la ciudad, que nos obliga a desplazarnos por los puntos que ella determina. Podemos, además, reconocer en la descripción de Lilly la naturaleza fantasmática de la multitud, signo de una presencia (la del ser humano como genero) y de una ausencia al mismo tiempo (la del individuo).

Al interior de la muchedumbre me siento como el capitán Ahab engullido por Moby Dick. Avanzo lo más rápido posible hasta que logro alcanzar calles menos transitadas donde prevalece la individualidad del ser al disminuir la cantidad de pares genéricos en circulación. Los programas o entes cautivos de los que nos habla Lilly, parecidos a él pero carentes de valores humanos, inevitablemente me hacen pensar en los Divisionistas, partido de Interzonas creado por William Burroughs. Los Divisonistas “… cortan trocitos minúsculos de su propia carne de los que crecen copias exactas de sí mismos en embriones gelatinosos. Parece probable que, eventualmente, y a menos que se ponga término al proceso de división, acabará por no haber en todo el planeta más que copias de un sexo: es decir, una sola persona en el mundo con millones de cuerpos distintos…”

En los Divisionitas de Burroughs reconozco a ese ser urbano, a esa masa uniforme, ese cardumen de peces abisales, fríos e inexpresivos entre los que me veo obligado a nadar. Inexorablemente convirtiéndome en uno de ellos, adhiriéndome a la nefasta metástasis.

Especulo, que de la misma manera que yo siento un profundo extrañamiento en la muchedumbre otros la disfrutan, alcanzando la plenitud de la “unio contrarium” en la que se sienten en el centro cósmico absoluto, identificándose con el todo y asumiendo sus ritmos y fuerza vital, como es el caso de la multitud de Ciudad de México que, según Gelpi, ha aprendido a tolerarse y hasta disfrutarse como muchedumbre. Ejemplos de lo anteriormente planteado podrán evidenciarse en los “hinchas” del fútbol o la familia chilena de paseo por los atestados malls el fin de semana. Supongo que mi reticencia a formar parte y disfrutar de la muchedumbre corresponderá a la resistencia que oponen los individuos ante el impulso uniformador del mecanismo social y tecnológico. Situación que abundaría en los habitantes de las urbes modernas de acuerdo a Georg Simmel, precursor de la sociología urbana.

Existen aún otros fenómenos al interior de la muchedumbre que pueden ser analizados, usurpando algunos de los términos de Ronald Barthes expuestos en su libro La cámara lucida.

Podríamos decir que hay una predisposición socio-cultural que nos induce a aceptar a la multitud como un medio natural en el que debemos desenvolvernos al vivir en la metrópolis, como en el caso de Ciudad de México. La emoción impulsada racionalmente por una cultura moral y política, que en Barthes produce un interés general por la foto, puede ser equiparada a la emoción de pertenecer a un grupo humano, a la tribu, a la manada. Como en Barthes, esta sensación que relaciono a la pertenencia, es casi un adiestramiento.

Podemos entonces, aplicar las nociones de Studium a la de la muchedumbre. El Studium en este caso se referiría al gusto por la multitud, por el rebaño, una dedicación general afanosa pero sin agudeza especial.

Pareciera que al ente urbano la soledad le produjese un temor abismante. Se siente cómodo apiñado en los santuarios del consumismo (malls), en los estadios, en los cines, en las discotheques, en el paseo Ahumada… es la terrible e insoportable soledad que sentiría uno de los programas de la pesadilla de Lilly, alejados del computador central, carente de propósito.

Sin embargo, dentro de la monotonía del espacio rutinario que se desase como acontecimiento surgen personajes detenidos al interior de la muchedumbre en desplazamiento. Estos sujetos serían el equivalente al Punctum, pero sólo la primera vez que son atisbados. Estos individuos emergen de la trama aparentemente uniforme de la multitud, como boyas flotando eternamente en el mar de gente y, como dice Barthes, vienen a punzarme como una flecha (sensación equiparable a la Epifanía de Ezra Pound en el metro de París; “la aparición de estos rostros en la multitud; pétalos en húmeda, negra rama”).

Pero incluso estos personajes terminan convirtiéndose en el decorado habitual del espacio del no acontecer de la muchedumbre. Como señala Alejandro Guzmán Ramírez, en un laborioso mecanismo sistematizado las cosas no pueden ser contempladas en su esencia ya que éstas no rodean al hombre sino que fluyen a su alrededor como una corriente continua que desaparece rápidamente; presentándose con tal rapidez que son usadas y apreciadas con la misma prisa y celeridad. Es por ello que los individuos–Punctum poseen una vida muy corta, siendo inmediatamente descartados y substituidos.

Pienso en el dúo de ancianos ciegos intérpretes de tangos, pienso en el profeta que con sus brazos en alto, Biblia en mano y vos gutural: vocifera “¡gloria a Dios! ¡Gloria al pulento!”, pienso en la señora de Ucrania que toca el acordeón, en el mendigo que obsequia a los transeúntes la visión de su pie desnudo despojado absolutamente de todos los dedos. Pienso en Juan Carlitos y su batucada minimanilista, en los vendedores ambulantes, en los hare krishna y los grupos de rock evangélicos…
Todos estos sujetos son punctum desgastados, llamarán la atención del neófito para luego marchitarse en la negra rama de la multitud, que nunca dejará de aborrecerme.

© 1997, Daslav Merovic

Sobre el autor: Daslav Merovic nació en 1979 en la austral ciudad de Punta Arenas. El año 1998 se trasladó a Santiago (donde actualmente reside) para cursar estudios de Filosofía en la Universidad Arcis. El presente artículo es una reelaboración de un trabajo que Daslav escribió para la clase de Federico Galende “Metodología de simbolización social” y hasta ahora había permanecido inédito.

La Críptica Ciencia Ficción

por Luis Saavedra V.

Cuando era más joven –o menos viejo, como algunos me han sugerido–, me jactaba de poder expresarme de manera académica y culta con una pobre agilidad mental y un lenguaje muy poco floreado y en forma alguna culto. Una vez que me di cuenta de ese defecto intenté durante mucho tiempo subsanar esta falencia leyendo a los grandes pensadores como Hegel y Kant, y sus devaneos titánicos entre el ser y el no-ser. Sin embargo, en esa desigual lucha salía triste y angustiado, sin haber sacado en conclusión nada sino dolores de cabeza. Creía, a veces –en esas rondas de depresiones tan características–, que mi entendimiento era tan corto que me consideraba un poco por debajo de la escala evolutiva. Como siempre, la duda es terrible… Con el tiempo aprendí a diferenciar las frases aparentemente lacónicas de estos intelectuales, llenas de oscuras referencias, y a notar una fuerte tendencia que muchos de ellos, a través de 200 años de existencia del mundo contemporáneo, han ejercido: el amor a lo críptico.

Efectivamente, los intelectuales caen enamorados frente a adjetivos, adverbios y sustantivos como ortodoxos que dificultan el entendimiento, así como de las metáforas de alto vuelo que son difíciles de visualizar. Quizás es debido en parte a que la acumulación del conocimiento ha requerido de neologismos que, con la rapidez con que se acumulan, el hombre común no ha tenido el tiempo de digerirlos antes de la próxima hornada de términos, por ejemplo en la ciencia. Pero mi certidumbre es que nuestra sociedad rinde culto a quien logre confundir la razón con palabras poco tópicas, diciendo en su dialéctica poco y nada con mucho.

Ejemplar de esta naturaleza ha sido Jean-Jacques Rousseau, reverenciado en la civilización occidental por la profunda influencia de su pensamiento, pero que en la práctica era un mentiroso compulsivo y casi nulo como ente político, y sólo hoy nos venimos a dar cuenta debido a la magnífica filigrana retórica que construyó a su alrededor. Otro tótem que hemos entronizado es Jean-Paul Sartre, el gran existencialista, que sufría de una verborrea hasta el límite de que se le reverenciara por ello –como un antiguo rey se rodeó de una corte siempre dispuesta a escucharle–, y si bien tuvo el privilegio de denunciar la insubstancialidad del hombre no dejó ningún cuerpo de doctrina ni verdad luminosa como para merecer la honra de tantos. Todo esto, y muchos otros ejemplos más, me ayudan a describir la base de mi teoría: la ciencia ficción es críptica.

Por definición ya es casi imposible delimitarla sin hacer uso de teorías sociales y literarias para iniciados. En fin. Pero concretémonos:

El carácter críptico incomprensible no responde casi nunca a la hondura o dificultad real del pensamiento. Depende del uso de términos abstrusos, de neologismos o ‘términos’ en vez de palabras de la lengua viva, que tienen que ser definidos –y no lo son o muy imprecisamente–, con lo cual los textos resultan escritos en un alfabeto desconocido. Por eso son incomprensibles, aunque en su contenido sean triviales, como es ininteligible un anuncio de aspirina en caracteres que no podemos leer.

La cita corresponde a Julián Marías, miembro de la Real Academia Española de la Lengua, y pretende expresar, básicamente, que no es culpa del concepto la incomprensión sino la representación que se hace de éste. Análogamente, en la ciencia ficción podemos encontrar muchos e indicadores ejemplos de esto; uno de ellos son las novelas de ciencia ficción dura y su sobreexplotación de términos científicos y técnicos, cuya función se dirige a la necesidad de establecer un marco altamente probable para la trama, pero si bien fomentan ese apego a la realidad también la confunden a quien asiste a estos esfuerzos, su abuso es contraproducente en el ambiente de la novela. En Mundo Anillo, de Larry Niven, se introducen términos como “terminátor” y “Roseta de Kemplerer” que se nos revelan a través de la trama y resultan, la mayoría de las veces, gratuitas, pero que parecen complacer una secreta tendencia del autor para demostrarnos cuánto sabe de ciencias duras. Por otra parte, se nos brindan las explicaciones correspondientes al término pero el remedio es peor que la cura, una “Roseta de Kemplerer” es como sigue: “Se cogen tres o más masas iguales. Se sitúan en los vértices de un polígono equilátero y se les dan velocidades angulares iguales respecto a su centro de masa.” La gratuidad de la palabra no queda anulada con la explicación, en cambio, la explicación queda anulada por sí misma, se vuelve gratuita cuando resulta más críptica que la palabra. Los efectos gratuitos brindados al lector entorpecen el objetivo mismo de la novela, haciéndola difícil y elitista. No, a una película no la hacen los efectos especiales.

En el seno de la actividad que genera la ciencia ficción –o fándom, cayendo en el juego–, también vemos esta misma inclinación. Aunque en Latinoamérica sólo seamos herederos de las convenciones del Norte y, creo, nos llegan más inofensivas, en general, tendemos a demostrar nuestra encriptación encerrándonos en un lenguaje de redefinición de nuestras actividades ligadas al género. Una publicación de aficionados es un “fanzine” y una columna de correspondencia es una “lettercol”. Estas convenciones de la lengua sólo sirven al entorpecimiento de las comunicaciones entre nosotros y la corriente principal, generando un ghetto autoimpuesto.

Vamos a Julián Marías nuevamente:

Cuando un autor hace afirmaciones que no son evidentes y no justifica, la intelección queda en suspenso; reclama una especie de acto de fe, fundado en el prestigio que se le atribuya, y hay una adhesión provisional a la tesis recién leída o escuchada; pero cuando a ésta siguen otras y otras, en las mismas condiciones, se pierde pie, ya no se sabe de qué se está tratando, y en lugar de claridad, se cae en una oscura conclusión. Por eso no es posible resumir, formen términos propios la doctrina recibida; esto significa que no ha sido posible apropiársela, hacerla ‘propia’, conseguir que forme parte de la realidad del lector o del oyente. Es la fórmula misma de la esterilidad.

El problema subyacente en una sociedad –o grupo– que ha decidido crear sus propios códigos, es el que exige un acto de fe tan grande que la obliga a permanecer desconectada de los demás acontecimientos y ser desconectada cuando no ha sido posible entenderla y asumirla. Un ejemplo representan las diversas asociaciones que se forman alrededor de las series de cf televisiva, en donde las sesiones regulares se transforman en una Torre de Babel: además de exigir un nivel de conocimientos muy alto, la diversidad de temas compone un ambiente propicio para que el recién llegado se sienta cohibido y, entre los complejos de inferioridad y frustración, parta hacia rumbos donde no le exijan un prerrequisito tan alto. En general, la ciencia ficción es un grupo tan hermético por su propia cripticidad que su esfera cognitiva no admite más elementos que los propios.

Cuando leemos o escribimos en nuestros “fanzines”, damos por sabido qué fue de “La Edad de Oro”, en condiciones que en todo campo existe una edad de oro, o “La Nueva Cosa”, y se da por sentada la importancia de escritores como Robert Silverberg y George R.R. Martin. Omitimos toda referencia a procesos científicos, técnicos o ficticios como la descomprensión, la teoría cuántica, las distopías, ucronías, etc. Sin darnos cuenta hacemos abuso de nuestra condición críptica y nos jactamos de ella autoproclamándonos un grupo intelectual de élite.

Sin embargo, ésta no es una denuncia para el derrocamiento completo del género y sus convenciones, y muchos menos una justificación. De hecho, el asunto incluye lo que ha sido el desarrollo histórico de la ciencia ficción, de la que todos nos consideramos herederos, en el hecho de que no nos podemos negar toda nuestra base que, después de todo, ya se ha vuelto tan compleja que se hace ineluctable la encriptación de códigos, por medio de la especialización. Pero lo críptico conlleva al descrédito del pensamiento teórico, en general, y la distorsión de la visión de quienes están afuera como observadores se desvirtúa más. Esta es una de las principales razones del desconocimiento del género.

Si constituirse un ghetto –como el “ghetto dorado” que indica el historiador James Gunn– trajo beneficios en las primeras décadas del género en los Estados Unidos, desde el punto de vista de preservación y recombinación de sus ideas fuerza, ahora existen argumentos suficientes para una mayor apertura. En Latinoamérica, el ghetto sigue siendo una forma de autopreservación, no obstante en España, al tenor de los últimos años de expansión de mercado, la ciencia ficción se ha vuelto lo suficientemente buena a ojos de un público más amplio y generalista, y es necesaria una reconfiguración de sus paradigmas, o al menos una moderación de su uso. Ya no es necesario que una columna de correspondencia en una revista sea una “lettercol”, ni un aficionado un “fan”, por ejemplo, de modo que el género tenga la suficiente tolerancia para dejar de ser considerado uno menor, bajo el prisma de los críticos.

@1992, 2004 Luis Saavedra V.

Sobre el autor: Luis Saavedra nació en 1971 en Santiago de Chile, es Analista de Sistemas y siempre se interesó en lo fantástico por su estética de colores chillones y sus monstruos enfurecidos con buen gusto por las mujeres. En 1988 se incorporó como un activo miembro de la SOCHIF, de la que fue secretario al poco andar. Luego formaría parte del grupo Ficcionautas, que realizaron cinco convenciones de fines del siglo pasado, y editaría los fanzines Wonderlands y Nadir. Actualmente trabaja en el Banco de Chile y ocupa el resto del tiempo en el fanzine Fobos.