Nacimiento

Un pinchazo. Ruido. Un escalofrío eléctrico recorre las sendas positrónicas asociadas a la percepción del entorno. Sistema aural: señales sinusoidales puras en frecuencias variables entre 20 Hz y 20 KHz. Las señales aurales se detienen, los registros señalan palabras binarias de 64 bits copando un tercio de la capacidad de memoria. Externamente el jack de datos abre un espacio de datos positivo, creando un flujo de información que copa los bancos de EEPROM disponibles. Silencio. Negrura. Pausa. La inmovilidad atemporal es alterada por una percepción tubular del sonido circundante. Del banco de memoria extrae muestras para comparar. Tras filtrar varias veces los sonidos muestreados, asocia el sonido con un movimiento distante de herramientas.

Nada.

POST: incompleto
Operación: 50%
Conecte dispositivo visual!
Giroscopios:
H: error
V: error
P: error
Bancos de datos: incompletos
Fuente de poder: externa
Motor de flujo axial 2: error
Motores de flujo axial 3: inexistente/desconectado
Motores de flujo axial 4: inexistente/desconectado
Salida de audio: inexistente/desconectado

Nada.

Silencio. Luz. Imagen. Ruido. Aplica flitros de enfoque, buscando el grado determinado. Filtrado del ruido, limpiando las imágenes; imposible de completar, contraste excesivo: hay una luz muy brillante pendiendo sobre el objetivo. Ajuste de la sensibilidad a K9300: objetivo detecta un plano cuadriculado, de bajo contraste. Limpieza ultrasónica del CMOS. Enfoque: error. Conexión objetivo: exitosa. Test: 10mm… 35mm… 50mm… 200mm… 400mm… f2.0… f3.8… f5.0… f11… test completo con éxito: plano de alta definición, encuadre perfecto. Balance de blancos: exponga gris neutro. Blancos en balance: detección de luces semiconductoras. Silencio. Imágenes de prueba. Distorsión de barril: compensada en post procesado. Viñeteado: compensado en post procesado. Aplicación de filtro antialias. Visión tubular!!!

Nada.

POST: incompleto
Operación: 75%
Giroscopios:
H: error
V: error
P: error
Bancos de datos: incompletos
Fuente de poder: externa
Motor de flujo axial 2: error
Salida de audio: inexistente/desconectado

Nada.

Imagen y sonido. Preaplicación de flitros establecidos. Enfoque. Detección de bordes. Reconocimiento de patrones. Ajuste en giroscopios: activo. Activo. Activo. Vertical: 90°. Horizontal: 0°. Plano: 12°. En el encuadre entra una imagen blanca coronada por una esfera oscura. Se retira y da paso a una imagen blanca coronada por un una esfera clara. Siente como manualmente trastean con el objetivo, logrando más enfoque. Autónomamente corre un POST secundario y detecta un chopper conectado a la fuente de poder externa. La frecuencia es baja, y siente los varios rectificadores conmutando cada tres o cuatro ciclos. El motor de flujo axial 2 no se detecta. Vuelve a correr el POST secundario, esta vez con el modificador –bg, para permitir que corra en forma permanente, ya que los resultados del primero no se almacenaron: falta un banco de memoria.

Recorre el entorno con los sensores que apropiadamente tiene instalados, y se descubre sobre un plano, plagado de pequeños obstáculos; descubre un plano inferior, uno superior, y a lo lejos planos perpendiculares. Hay numerosos errores en la detección del plano inferior. Uno de los errores se acerca hasta que en el encuadre entra la misma imagen blanca coronada por una esfera oscura. La asocia con el error percibido. Efectivamente, ningún error permanece mucho tiempo en el mismo lugar en el que fue detectado. El error más cercano trastea con algo muy cerca y de pronto, nada.

Nada.

POST: incompleto
Operación: 90%
Giroscopios:
H: 0°
V: 0°
P: 0°
EEPROM: programar!
Fuente de poder: cargando
Capacidad: 30°
Salida de audio: inexistente/desconectado

Nada.

Los sensores detectan los planos y el volumen disponible entre ellos, la luminosidad y los obstáculos. Hay silencio casi absoluto excepto por un chasqueo plástico constante. Siente el motor de flujo axial 2 operando correctamente; rectifica el registro de errores. Los errores de detección de los planos han disminuido, y algunos están inmóviles. Uno de los errores detectados se encuentra a 270° respecto del punto de visión, pero muy cerca. Siente un puerto de datos conectado a una de sus entradas y el protocolo serial le exige dedicar un bus de datos para insertar datos en la EEPROM. Lo hace. Tras unos pocos ciclos el bus de datos palpita con instrucciones.

bank.open(EEPROM){
set.baud=54e12;
format {
mem=ROM;
type=4ALPHA-K;
rows=540;
cols=12800;
depth=1024e15;
status==0; } }
for i=540 & j=12800 {
begin.rec(EEPROM);
notify(status); }
if notify(status)=1 & i==0 & j==0
then{
end.rec(EEPROM);
bank.close(EEPROM);}

Tras pasar las instrucciones por el intérprete, ejecuta las instrucciones y destina un espacio en la EEPROM según se le ordena, y empieza a ubicar bytes y bytes de información. Demora 12 kilociclos del rectificador 64p en localizar la información recibida y emitir status==1. Por el bus de datos fluye un nuevo bloque de instrucciones críptico:

clock.sync(base)=64p;
clock.sync(main)=base * 1e9;
clock.sync(op)=base * 0;
clock.sync(alt1)=base * 0;
clock.sync(alt2)=base * 0;
clock.sync(alt3)=base * 0;
clock.sync(alt4)=base * 0;
count.zero;
begin;

Nuevamente interpreta las instrucciones y sincroniza todos sus contadores con el rectificador 64p, y vuelve los contadores a cero antes de caer en

Nada.

POST: OK
Giroscopios:
H: 0°
V: 0°
P: 0°
EEPROM: OK
Fuente de poder: operando
Capacidad: 95°
Salida de audio: inexistente/desconectado

Nada.

Siente movimiento y en la imagen en foco entra una persona, vestida de blanco. Es un hombre, de unos 35 años. Lleva la cabeza afeitada y su piel es oscura. Se acerca y mientras extrae un objeto no reconocido de una caja, ejecuta una rutina de detección de bordes sobre un recuadro oscuro, colgado del ropaje blanco. Almacena la información retenida sobre el CMOS, ejecuta un filtro de enfoque, ejecuta una rutina de eliminación de ruido de tres pasos y sobre ello regula contraste y brillo al máximo. Alinea los bordes rectos. Traslada los datos a los registros de interpretación y el procesador anuncia el resultado: Q’aiser Remtulla.

Q’aiser se arrodilla saliendo del encuadre. Pero descubre algo que no estaba presente en los registros: la existencia de unos nanomotores de disco que permiten desplazar el cristalino de la lente, logrando mover el ángulo de visión más allá de lo que el encuadre neutro permite. Carga los controladores, ejecuta una rutina para fijar los parámetros de operación. Mueve el enfoque y descubre que Q’aiser Remtulla atornilla algo al chasis, para luego cerrar con un golpe una portezuela.

Se activa el registro principal de la salida de audio, y a través de su objetivo ve que Q’aiser mueve la boca. Carga los controladores de la salida de audio mientras asocia los movimientos con los ruidos que percibe, y activando las rutinas comparativas extrae las palabras de la EEPROM. El hombre le dice:

–Orden prioritaria: comprobación de sistemas. Ejecutar.

Mientras ejecuta la prioridad se logra oír por primera vez. Recita los parámetros indicados por la orden prioritaria, a continuación recita el estado de sus motores, bancos de memoria, batería y sistemas rectificadores. Q’aiser, atento a una pantalla que sostiene en sus manos asiente satisfechamente. Claro, Q’aiser no entiende nada del galimatías electrónico que emite por su salida de audio, pero por suerte la salida es lenguaje de máquina, fácilmente traducible por cualquier autómata intérprete. Se levanta, deja la pantalla a un lado y mira una pantalla más pequeña, adherida a su brazo, y dice:

–Orden prioritaria: modo de seguimiento. Ejecutar.

La orden obliga a formar un patrón de detección tridimensional, detectar los bordes de Q’aiser y mantener una distancia constante. Durante varias horas Q’aiser Remtulla se desplaza de un lado a otro y lo sigue. Sabe cuando esperar, y si Q’aiser se esconde detrás de una puerta lo sigue detectando. Durante el día recibe numerosas órdenes no prioritarias y las ejecuta perfectamente, tal como la programación almacenada en la EEPROM ordena. Al tener procesadores adaptivo-predictivos no almacena todos los datos obtenidos al ejecutar cada orden, sólo crea los engramas necesarios para reconstruirlos. Cada vez ejecuta las órdenes en formas más eficientes y breves, para satisfacción de Remtulla, que se entretiene emitiendo órdenes cada vez más complejas. Al final de doce horas Q’aiser ordena:

–Orden prioritaria máxima. Ejecutar. Sígueme.

En ese momento queda liberado de las obligaciones anteriores, y se activa su procesador de libre albedrío, sujeto a las órdenes que pueda recibir. Las rutinas de discernimiento ocupan naturalmente su espacio en la RAM, sin interferir con las rutinas de detección de bordes y reconocimiento de planos y volúmenes. Sin recibir ninguna orden activa su modo de seguimiento. Ordena al chopper aumentar la frecuencia de sus pulsos y como consecuencia aumenta el flujo en los motores. Acelera hasta alcanzar la distancia prudente establecida y se instala al lado de Q’aiser, regulando la velocidad hasta emparejarse con él.

Ambos siguen un pasillo difusamente iluminado, con muchas curvas. Superan algunas escaleras, cosa fácil para Q’aiser; sin embargo debe alterar su base tripoidal y operar durante unos instantes en modo bípode para sobrepasar el obstáculo. En su memoria locacional los engramas que reconstruirán con exactitud el plano de los lugares recorridos están siendo clasificados y asociados, los duplicados eliminados y los recurrentes resumidos.

Al doblar una esquina, Q’aiser se detiene delante de una puerta, se pasa las manos por la calva cabeza con nerviosismo, mira directamente hacia su objetivo, que ajusta sus lentes asféricas para mantener la imagen en foco, mete la mano a un bolsillo y saca un paño oscuro. Acto seguido se arrodilla y frota enérgicamente el chasis, tanto que los giroscopios indican variaciones en la posición vertical, y un mínimo desplazamiento horizontal: su cuerpo se tambalea.

Tras unos instantes se levanta, lo rodea y regresa a la posición inicial, satisfecho. Toca la puerta y (el interior es un volumen semicircular de bases planas, ocupado por una persona voluminosa sentada tras un plano semicircular) desde dentro se oye una voz. En realidad no oye, sino que muestrea y codifica sobre la marcha el sonido percibido, luego compara con las muestras tras filtrar y su intérprete vocal traduce:

–Adelante.

La puerta se abre y Q’aiser Remtulla entra; como el modo seguimiento está activo, lo sigue. La estancia es luminosa; ajusta la sensibilidad del CMOS y aplicando la misma rutina muestreo-codificación-interpretación escucha la siguiente conversación:

–Profesor Remtulla, bienvenido. Tenga usted salud esta tarde.
–Decano, la salud sea suya. He terminado mi trabajo, y he creído apropiado presentarle a usted el prototipo del androide multipropósito en el que he estado trabajando. R2-D, saluda al decano Q’rin Magulla.

La Venganza del Sith

(obra de teatro en dos actos)
Script preliminar

La República es un monstruo del tamaño de la galaxia. Gigante burocrático que ha ido decantando en un elefantiásico sistema de castas políticas, administrativas y aristocráticas que exigen enormes cantidades de recursos para su sustentación.

Planetas completos, en la periferia de su jurisdicción, han sido sometidos bajo el pretexto de “ser incorporados a los beneficios de la vida republicana”. En realidad esclavizados para la extracción de materias primas o producción de insumos necesarios para sostener a gordos senadores y sus delegaciones de miles de personas en Coruscant y en los cientos de planetas destinados exclusivamente a la habitación y placer de las castas aristocráticas gobernantes.

En Tatooine se desata una rebelión de mineros contra el comité administrativo enviado por el senado de la República. Parece estar dirigida por líderes sindicales asociados a los Sith.
El consejo Jedi envía a Obi Wan y a Qui-Gon Jin a investigar, como parte de los sistemas de represión policial desplegados para sofocar de inmediato la mala publicidad que producen estos levantamientos. Se están comenzando a hacer demasiado recurrentes en los asentamientos de la periferia galáctica.

Investigan y descubren que es no es una conspiración cualquiera, sino una para producir el bloqueo de la producción de cristal negro (materia prima estratégico para la producción de combustible de navegación espacial. Sin al acopio necesario el comercio colapsa y con él la estabilidad de la República).

El levantamiento en Tatooine está liderado por una mujer. Kadmá Sambhalakar, famosa por haber dado a luz a un hijo sin haber conocido varón.

Mace Windu recomienda, como parte de la estrategia, un patrullaje paralelo que localice y secuestre al hijo de Kadmá. Su gran punto débil.

Luego de un par de aventuras menores, Qui-Gon Jin y Obi Wan la descubren y se enfrentan a ella.

Kadmá les conmina a unirse al levantamiento. Apela a la naturaleza bondadosa de la cultura Jedi y los arenga a no cegarse frente al sufrimiento de los trabajadores de las colonias de la periferia.
Qui-Gon le responde que él es sólo el brazo armado de la República. Que recibe órdenes y que ella se ha levantado contra todo lo que él respeta. Kadmá los acusa de haberse rebajado de ser una orden sacra de caballeros a meros policías y perros guardianes de la oligarquía galáctica. Qui-Gon la ataca. Obi Wan lo sigue.

Luego de una larga batalla Kadmá mata a Qui-Gon.

Obi wan se lanza contra ella furioso. Kadmá le grita que pare, que no quiere más muertes, que lleguen a un acuerdo. Obi wan está cegado y comete un error. La nena lo bota al suelo y le pone el sable en el cuello. Le dice que ella no quiere combatir más.

Obi Wan le dice que ya tienen a su hijo y que pagará por lo que ha hecho. La mujer siente la voz de Anakin que la llama desde el pasillo, se distrae y Obi Wan le hunde el sable en el estómago. La mujer cae.

Entra Anakin (6 años), grita y corre hacia ella llorando. Obi Wan, más tranquilo, se conmueve con la escena y se arrepiente de su conducta (“soy un asesino”, piensa) llama a soldados de la República para que se lleven al niño.

La mujer, agonizante, le pide a Obi Wan que la perdone, que proteja a su hijo. Que no deje que los Sith le pongan la mano encima. Que lo entrene en el lado luminoso porque “la fuerza es muy poderosa en él” y no quiere verlo consumido por el odio del lado oscuro como lo fue ella, aunque las razones parezcan ser las correctas. Que por favor no le cuente que ella era una Sith.
Obi Wan, lleno de culpa, promete protegerlo.

20 años después

(Despacho del canciller Palpatine. Anakin y Obi Wan discuten. Anakin es protegido y guardia personal del canciller. Obi Wan apela a su condición de Jedi para pedirle que coopere espiándolo)

–Anakin, llegó el momento de definir tus lealtades. Ya casi eres un caballero Jedi. Debes decidir entre tu lealtad a la orden o al canciller.
–¿Por qué debería? Él es la República. Los jedi nos debemos a la República ante todo. Lo que me pides es alta traición.
–¡Él ya no es la República, Anakin! ¡Eres el único que no lo ve!
–Palpatine está protegiéndonos de los separatistas…
–¡Él inventó a los separatistas para acumular poder! ¡Está alimentando el miedo del Senado para adquirir más y más poderes especiales, Anakin, por dios! ¡Cuando ellos se den cuenta será demasiado tarde!
–No puedo creerlo…El ha sido un padre para mí
–Anakin…no quiero que nada malo te ocurra…le prometí a tu madre…
–Siempre lo mismo…no soy yo quien te importa sino tu maldita promesa. Si un sith mató a mi madre, entonces mi deber es estar junto al canciller que es quien los combate.
–Anakin…
–Tú no sabes de mi soledad, no sabes de mi dolor. Sólo te empecinaste en convertirme en una máquina…sólo para saldar una promesa…
–No es así, Anakin…
–Yo no te importo. De la única persona que he recibido afecto y preocupación es de la persona a la que ahora me pides que traicione…Ya sabes donde está mi lealtad, no me hagas elegir a mí también.
–Anakin, por favor…
–Te respeto. El maestro Yoda ha sido mi guía, Mace siempre ha tenido un buen consejo para darme y a tí, Obi wan, te quiero como a un hermano…daría mi vida por tí, pero no me pidas que traicione mis principios, a la República y a la única persona que me ha dado algo de afecto…
–Anakin…
–No me dejas alternativa, Obi Wan, creo que dejaré la Orden. Mi deber está junto al canciller.

(Entra palpatine al despacho)

Palpatine le dice a Obi Wan que ya lo sabe todo. Que el levantamiento de los Jedi en su contra los convierte en traidores y a la Orden en movimiento proscrito.

Obi wan enciende el sable. Anakin, consternado, hace lo mismo y se interpone. Angustiado, le pide a Obi Wan que no haga nada estúpido, que se verá obligado a detenerlo, que lo último que quiere es luchar contra él.

Obi Wan le pide por última vez que se una al levantamiento antes que sea tarde. Que el único traidor es el canciller.

Anakin está confundido y angustiado.

El canciller le dice que la Orden busca un golpe de Estado para tomar el poder y destruir la República.

Obi wan le grita que no es cierto. Que lo que buscan no es destruir la República sino rescatarla.
–Es decir, que es cierto que preparan un golpe de Estado contra la República, Obi Wan?
–Sí… pero para limpiarla de corrupción y después de un tiempo…
–¿Después de un tiempo, Obi Wan?
–Tú no entiendes, Anakin…
–Anakin ya no es un niño, Obi-wan –interrumpe Palpatine
–Anakin, debes creerme…
Palpatine, tranquilamente, le dice a Obi Wan:
–¿Por qué debería creerte?
Luego hace gestos de consternación y le dice a Anakin que se había prometido no contarle nunca lo que tenía guardado como un carbón ardiente en su corazón, pero que las circunstancias lo obligaban.
–Anakin. Obi Wan te pide que le creas, pero, ¿te contó él cómo murió tu madre?
Obi Wan, se pone pálido.
–Murió asesinada por un Sith durante las rebeliones Tatooine cuando yo tenía seis años… ¿pero, qué tiene que ver con todo esto?
–¡No lo hagas, Palpatine! ¡No lo digas!
–Que no diga qué… –dice Anakin confundido y sospechando algo terrible.
–El no quiere que te cuente que fue él mismo, Obi Wan, quien mató a tu madre a sangre fría, Anakin.
–No…
–Tu madre fue una valiente Sith luchando por liberar la galaxia de toda esta carroña religiosa y burócrata, de esta política corrupta e inútil…
–¡Di que es mentira, Obi Wan! ¡Explícale!…
Obi wan permanece callado y abatido.
–¡Di algo, Obi Wan!
–No dice nada porque es cierto. Y tú ya lo sabes en tu corazón, Anakin, ¿verdad? El mató a tu madre y fue la culpa y el temor a tu venganza lo que lo impulsó a traerte al corazón de la República, para esconderte de nosotros. Te entrenó y te dio todas las herramientas, pero sólo estaba fabricando la espada de su propio destino –sonrió satisfecho.
–Obi wan… –Anakin llora pero su rostro comienza a cambia.
–Para esconderte te trajo directo a nosotros…
–¡Obi Wan!
–Anakin, no…
–¡Obi Waaan! –grita Anakin y se lanza a matarlo.

(Larga y furiosa lucha. Entremedio se dicen un par de cosas que agudizan su distancia)

Finalmente Anakin golpea a Obi Wan que cae al suelo desarmado y semi inconsciente.
Entra Padmé Amidala con seis Jedis y una orden de arresto contra Palpatine, respaldada por una parte del senado.
–¿Tú también me traicionas, Padmé?- Dice Anakin con el rostro desfigurado–. ¿Tú también me vas a dejar solo? ¿Qué es todo esto que ya no entiendo?
Anakin levanta una mano y comienza a estrangularla. los Jedis encienden sus sables. El canciller hace lo mismo. Los Jedis se lanzan al combate. Anakin suelta a Padmé y lucha con el canciller espalda con espalda.
Derrotan y matan a los seis Jedis.
Anakin se acerca a Obi Wan para darle el golpe de gracia, pero éste le dice:
–Mataste a Padmé ¿No sabías que estaba embarazada?

Anakin, sorprendido, mira hacia el cuerpo de la princesa. Obi Wan enciende su sable y le corta las piernas. Palpatine lanza sus rayos al conjunto. Obi Wan usa a Anakin, que aúlla de dolor, como pantalla contra el ataque del canciller y rueda a través de la ventana aferrado a él. Ambos caen pero Obi Wan consigue aferrarse a una saliente del edificio y saltar hacia una cornisa de un edificio contiguo. Desde ahí ve a Anakin caer hacia los generadores del edificio.

Anakin ve a Obi Wan mientras cae, no mueve un músculo. Su hermano lo acaba de destrozar y utilizar como escudo humano. Acaba de matar a su esposa embarazada. Se deja caer sin intentar evitarlo, destruido por dentro.

Desde la ventana, el canciller ve a Anakin cayendo contra los generadores como una mosca hacia una lámpara electrificada. Lo observa impasible, con rostro de disgusto. Llama a los médicos para que se lleven a “Lord Vader” y al cadáver de Padmé.

Camino a la enfermería, los médicos descubren que Padmé no está muerta y se la entregan a Bail Organa, desobedeciendo al canciller.

El canciller habla ante el senado denunciando el intento de Golpe de Estado de la Orden Jedi y anunciando que la orden 66 se ha hecho pública y que los Jedis están siendo ajusticiados por alta traición. Que la nueva seguridad de la República estará a cargo de su ejército de clones y que se gobernará por decretos hasta nuevo aviso.

En la enfermería de Coruscant nace Darth Vader. Su mejor amigo había asesinado a su madre, su esposa lo había traicionado y él la había asesinado sin saber que esperaba un hijo de él.
Lo único que tenía era al emperador. Meses más tarde, en una nave hospital camino a Tatooine, nacen gemelos y Padmé muere.

(Escena Final)

Vader y Palpatine miran desde un destructor, la construcción de una nueva super arma, la Estrella de la Muerte. Vader está seco por dentro, su único objetivo será mantener el orden en la galaxia, aplastar cualquier intento por desestabilizar el equilibrio que él y el emperador han conseguido imponer con tanto esfuerzo, sobre todos los sistemas de la galaxia.

La decisión de Lobot

Siempre me adecuó actuar desde las sombras, hasta que la conocí. Entonces me vi obligado a dar un paso enfrente y dejar mi confortable anonimato. Para todo Bespin yo no era más que el fiel sirviente del administrador de turno. Era parte de la ciudad, parte del mobiliario.

La desaparecida Ciudad de las Nubes era una curiosa argamasa entre colonia minera y centro turístico. Fue concebida por el excéntrico lord Ecclessis Figen como un ‘complejo habitacional flotante’ que para mantenerse a sí misma a la espera de los nuevos inquilinos extraía y refinaba gas Tibana. Durante años sirvió de base de operaciones para Figg y lentamente fue convirtiéndose en un lugar cosmopolita al inaugurarse restaurantes, tiendas y casinos. Pese a las increíbles ganancias generadas por estas actividades, los ambiciosos Barones-Administradores nunca dejaron de lado la explotación minera, sobretodo con el advenimiento del Imperio, nuestro principal cliente de gas Tibana usado en blasters e hiper-reactores.

La Ciudad de las Nubes era un sitio extremadamente jerarquizado, donde las personas valían lo que su posición en la empresa. Los más bajos eran los mineros y los más altos los administrativos, mi familia estaba en algún sitio en el medio. Mi padre era asistente de los técnicos ugnaughts y mi madre una operaria de comunicaciones nivel 98, y si bien no estábamos en la parte más baja de la escala piramidal tampoco teníamos muchas posibilidades de ascender posiciones.

Comencé a delinquir desde niño, robando partes de droides y otros dispositivos transables en el mercado negro de Port Town. Siempre fui muy listo y conseguí burlar a las autoridades por casi una década hasta que finalmente, a los catorce años, lograron capturarme. La Baronesa-Administradora de aquel entonces, Ellisa Shallence, me dio a elegir entre la prisión o una sentencia de quince años sirviendo como oficial de operaciones cibernéticas. Por supuesto que elegí ésta última opción, aunque sin saber que sería modificado físicamente para cumplirla.
Una vez consumada mi sentencia decidí permanecer en mi cargo. Después de llevar la mitad de mi vida en ello no sabía hacer otra cosa, y además, como hombre libre, por fin percibiría una remuneración por mi trabajo. Los Administradores cambiaron varias veces y por más incompetentes o inútiles que fueran, la Ciudad de las Nubes siempre funcionaba gracias a mí. Con el tiempo fui volcándome cada vez más al trabajo hasta el punto que prácticamente no me comunicaba con otras inteligencias que no fuesen artificiales. Cada vez era percibido más y más como un droide, lo que no me molestaba en absoluto.

Calrissian era muy distinto a quienes le antecedieron. Llegó a Bespin durante una de las más desastrosas administraciones en la historia de la Ciudad de las Nubes. Raynor, el tipo a cargo, era sobrino de un oficial del Imperio y un verdadero pelmazo. Gustaba de organizar fiestas y carreras de naves que estaban haciendo estragos con el presupuesto. Fue durante uno de estos torneos que conocí a Calrissian. Había perdido su ‘preciado’ YT-1300 modificado (que en realidad era una chatarra) en una apuesta con un ex-soldado imperial de apellido Solo y estaba embriagándose en un bar para pasar las penas. Rápidamente accesé todos los archivos relacionados con Calrissian y llegué a la conclusión que era el aliado que necesitaba para que la Ciudad de las Nubes siguiera siendo una operación lucrativa, pese al Imperio. Me reuní con Calrissian y le hice una oferta que no podría rechazar. El Barón Raynor era tan aficionado a las apuestas como él y gracias a mi subrepticia intervención, Lando Calrissian ganó la carrera Kessel y la Ciudad de las Nubes pasó a nuestras manos.

Lo más sorprendente de todo esto fue el cambio que operó en la personalidad de Calrissian. De un truhán facineroso y mujeriego pasó a convertirse en un administrador serio, competente y mujeriego. Trabajando en conjunto logramos triplicar los niveles de producción y hasta quintuplicar las ganancias. Todo marchaba de las mil maravillas, pero entonces llegaron los Stormtroopers y Lord Vader en persona.

El Emperador había previsto la inminente llegada a Bespin de los fugitivos Han Solo y Chewbacca, los que usaría para sacar de su escondrijo a quien realmente buscaba: el muchacho que había destruido la Estrella de la Muerte y de quien se rumoreaba era hijo del oscuro señor del Sith: Luke Skywalker.

Si bien nos habíamos mantenido neutrales durante el conflicto, no podíamos ir contra el Imperio y aceptamos tenderles la trampa a los amigos de Skywalker y poner la ciudad entera a disposición de Vader.

El ‘Halcón Milenario’ arribó dentro del plazo previsto. Descendieron en una de las plataformas y Calrissian se hizo el gracioso pretendiendo estar enfadado con su amigo. El imponente pero estúpido wookie estaba con él junto a un fastidioso droide de protocolo, una unidad R-2, y ella…
Durante años había seguido la carrera diplomática de Leia Organa hasta que el Emperador disolvió el Senado. Era mi amor platónico, mi amor imposible y de pronto, aquí estaba. A tan sólo unos metros de distancia en medio de las nubes. Fue amor a primera vista, unilateral, por supuesto. ¿Cómo podría la Princesa enamorada del bribón más famoso de la galaxia siquiera fijarse en un aburrido cyborg?

A partir de ese momento comenzó mi lucha interna. Vader modificaba las condiciones del ‘trato’ a cada momento y a Calrissian no le quedaba más que obedecer. Finalmente congelaron a Han Solo en Carbonita y en un momento de sublime belleza pude ver cuanto amaba Leia a ese contrabandista y mentiroso ladrón.

Zam Wesell, la caza-recompensas favorita de Vader que había rastreado al capitán Solo hasta Bespin se atreve a decirle al Sith: “¿Y si no sobrevive? Para mí es muy valioso.” Vader le responde a la clawdite que será apropiadamente recompensada de ser el caso.
Una vez finalizado el proceso, y habiendo comprobado los ugnaughts que los sistemas vitales del capitán Solo estaban operativos, Wesell se lo llevó mientras Calrissian junto a un escuadrón de Stormtroopers escoltaban a Leia y al wookie a la nave tydirium de Vader. Desde la sala de controles me debatía entre el instinto y la razón. Era ahora o nunca.

Junto a mis hombres más leales intercepté a los soldados de Vader y me enfrenté a Calrissian. Mi ex-socio tomó a Leia como rehén apuntándole a la cabeza con su blaster pero el wookie le propinó un enorme manotazo que lo arrojó al suelo. Me acerqué a Lando y comprobé que Chewbacca le había roto el cuello.

Corrimos al la plataforma de la nave de Wesell, pero llegamos demasiado tarde. El Slave-1 despegaba con su valioso botín perdiéndose entre las nubes color vainilla.
Sin perder tiempo alguno ordené la evacuación de la Ciudad de las Nubes y subimos al Halcón Milenario. Antes de abandonar la atmósfera de Bespin, Leia sintió el llamado de Luke y regresamos por él para luego huir con cuatro Cazas-TIE pisándonos los talones.
Luego de abandonar Bespin, burlar fácilmente a las naves imperiales y saltar al hiperespacio, nos reunimos con las fuerzas rebeldes apostadas fuera de la galaxia. Antes de bajar del Halcón Milenario, Leia tomó mis manos entre las suyas, me dio las gracias y me preguntó que haría ahora. La verdad es que mis opciones no eran muchas y la respuesta por lo tanto, era inevitable. Pero aun así lo dije como si fuese un acto de gran valor y sacrificio:

–Pretendo unirme a la Rebelión, por supuesto.
–Alguien como tú seria invaluable para nuestra causa, Lobot –dijo ella con su dulce voz de ángel.

Y entonces la princesa me dio un beso en la mejilla y se marchó a reunirse con su padre y los líderes rebeldes. La principal preocupación de Leia era liberar al capitán Solo y estaba impaciente por organizar el rescate, pero Bail Organa le advirtió que con Gardulla la Hutt debía obrarse con mucho cuidado y sugirió infiltrar a uno de sus hombres de confianza en el palacio de la temible mafiosa en Tattoine. El elegido para el trabajo fue Nien Nunb, un sullustan que había trabajado para la Corporación SoroSuub hasta que ésta se vendió por completo al Imperio adoptando sus políticas esclavizantes. La principal razón por la cual Nunb odiaba al Imperio, sin embargo, era debido a la destrucción de su preciada nave carguera, la Sublight Queen.
En cierta forma Nunb no era muy distinto al capitán Solo ya que ambos eran personas honestas que ante el advenimiento del Imperio se vieron obligados a incurrir en prácticas subversivas para sobrevivir. Otro punto de coincidencia era que los dos profesaban una devoción enfermiza por sus respectivas naves. Supongo que debido a esto Nien Nunb empatizaba tanto con Solo y estaba dispuesto a ir en tan peligrosa misión.

Pasaron tres meses durante los que mis destrezas fueron requeridas para todo lo que involucrara organizar los recursos rebeldes y coordinar su distribución, desde repuestos para droides y alimentos hasta torpedos de fotones y comestible para los Alas-X. Estuve sumamente ocupado y al preguntar por la princesa se me comunicó que se había marchado en ‘comisión de servicio’.

En el transcurso de aquellos meses Nien Nunb logró infiltrarse exitosamente en el palacio de Gardulla notificando que la Hutt conservaba en sus aposentos privados a Han, todavía congelado en carbonita y colgando de una pared.

Chewbacca se encontraba oculto en su planeta natal a espera de instrucciones y en cuanto a Luke Skywalker, nadie tenía la menor idea de su paradero.

Yo tenía la pueril esperanza que Leia olvidase al capitán Solo y aparentemente el padre adoptivo de Leia compartía este anhelo. Después de todo, ¿cómo podría el antiguo Senador de la República aceptar que un mercenario vividor como Han Solo cortejara a la princesa? Pero si esto era cierto, mucho menos aceptaría a un cyborg de pasado criminal como yerno.

Otro mes transcurrió para mí en la base secreta de los rebeldes. Nien Nub no lograba hacer ningún avance y en su último reporte calificaba al dormitorio de Gardulla la Hutt como “uno de los sitios más impenetrables de la galaxia”, nadie entraba allí a excepción de ella y estaba fuertemente custodiado por antiguos droides de batalla que solamente obedecían a la Hutt y eran imposibles de reprogramar. Nub lo había intentado y casi le costo que lo descubrieran.
Esa sería la última transmisión del valeroso sullustan.

Entonces regresó mi princesa. Estaba distinta, su semblante se había vuelto más serio y solemne. Pidió hablar conmigo en su sala privada de reuniones apenas descendió de la nave.

–No puedo esperar más, Lobot –me dijo angustiada paseándose de un lado al otro de la habitación–. Dada la naturaleza del último mensaje de Nien Nub, es muy posible que lo hayan descubierto. Pueden obtener mucha información de él.
–Nub no nos traicionaría –le aseguré.
–Claro que no, pero bajo tortura hablará como lo haría cualquiera en su caso.
–A usted la torturaron y aun así no reveló donde se ocultaban los suyos, por lo que tengo entendido.
Leia se detuvo, y clavó la vista en el suelo.
–Disculpe, tal vez no debería haberle recordado aquel episodio –dije intuyendo que estaba hablando más de la cuenta.
Mi princesa hizo un gesto como restándole importancia a mi comentario y por fin tomó asiento.
–Sí –dijo cruzando sus bellas piernas–. Vader me sometió a sus sofisticados interrogadores y al suero de la verdad pero no obtuvo nada. Fue entonces, llevada al límite que sentí como la Fuerza fluía en mí y supe que jamás conseguirán doblegarme. No mediante la tortura por lo menos.
–Pero entonces Grand Moff Tarkin amenazó con destruir Alderán y a usted no le quedo más que hablar.
–Alderán era un mundo pacífico, no poseían armas suficientes como para haberse enfrentado siquiera a un escuadrón de Stromtroopers. La Rebelión podía defenderse al menos, así que le di a Tarkin la localización de nuestra base, y aun así ese monstruo ordenó destruir Alderán. Me he propuesto dos metas en la vida, Lobot. Una es rescatar a Han, y la otra, matar con mis propias manos a Tarkin.
–La Fuerza es poderosa en su familia, princesa –dije, nuevamente abriendo mi gran bocota.
La princesa me observó algo desconcertada y luego dijo:
–Qué sabes tú de eso, Lobot?
–Bastante, pero no me tome por un entrometido, por favor. Los datos que manejo son un defecto profesional, un derivado de mi reconfiguración como cyborg y mis largos años conectado a ordenadores durante los que me comuniqué incluso con las IAs del Imperio. Se que usted y Luke son hermanos, y que ambos son hijos de Padmé Amidala y Anakin Skywalker, un hecho que el Emperador ha mantenido oculto a Vader oscureciendo su mente.
–Esa es entonces la razón por la cual no pudo reconocerme mientras me tuvo cautiva –comentó meditabunda.
–Por supuesto –confirmé– y es la razón por la cual tampoco pudo ‘sentir’ a nadie con altos niveles de midiclorianos a excepción de Kenobi en la Estrella de la Muerte. El Emperador esperaba que Vader se enfrentara a Kenobi y lo eliminara de una vez por todas, pero quería vivos a los hijos de Anakin.
–Entonces tal vez mi hermano tenga razón. Tal vez sea posible salvar a nuestro padre. Tú y yo debimos haber tenido esta charla antes, Lobot.
–Yo siempre he estado aquí para usted, mi princesa.
–Llámame Leia.
–Prefiero decirle princesa. Pero dígame, ¿dónde ha estado durante todo este tiempo?
–Dímelo tú, Lobot. Seguramente ya lo sabes.
–Estuvo entrenado. Está en proceso de convertirse en una Jedi.
–Sorprendente, ¿pero como lo supiste?, ni siquiera mi padre está al tanto.
–Es una deducción lógica, me ha bastado con ver el sable-láser que porta en la cintura para llegar a ella.
–¡Oh, es cierto! Deberé ser más cuidadosa. Efectivamente, Lobot. Todos estos meses he estado entrenando en Dagobah.
–¿Con Luke?
–No, con el maestro de mi hermano, Yoda.
–¿El maestro Yoda aun vive?
–Veo que no eres infalible, Lobot. Es bueno saberlo, te hace más humano. Solo Obi Wan estaba en conocimiento del paradero de Yoda. Él fue quien verdaderamente entrenó a Luke pese a que insita que su instrucción fue incompleta. Yoda teme que Luke se convierta al Lado Oscuro, como nuestro padre, pero sé que esto no ocurrirá. Luke es más poderoso que Vader, aunque no más que el Emperador.
–Nadie es más poderoso ni más astuto que Palpatine, me temo. Aunque seguramente los tres Skywalkers unidos podrán derrotarlo.
–Eso es lo que Luke espera. Pero para ello debe primero traer de vuelta a Vader, a Anakin, del Lado Oscuro. Durante estos meses ha estado siguiéndole la pista, acechándolo e intentando influenciar en su mente. Cree estar logrando progresos pero sin duda será un largo trabajo. Mientras debemos seguir resistiendo al Imperio y rescatar a Han de una vez por todas.
–¿Que opina su padre sobre la situación del capitán Solo?, me refiero al senador Organa, por supuesto.
–Él considera enviar otro agente al palacio de Gardulla para averiguar qué ocurrió con Nien Nub. Pero considero que es una mala idea.
–Opino lo mismo, está postergando el rescate de Han porque no acepta que usted lo ame y de paso arriesga innecesariamente la vida de valiosos soldados rebeldes.
–Mi padre es tan egoísta, a veces creo que no es muy diferente a Vader. Lobot, Luke y yo hemos urdido un plan y necesito tu ayuda…
Y entonces la princesa me contó como pretendían enviarle un mensaje de Luke a Gardulla por medio de los droides C-3PO y R-2D2 que serían ofrecidos como regalo en muestra de buena voluntad. Luego, disfrazada de caza-recompensas, Leia acudiría al palacio de Gardulla con el pretexto de entregarle a Chewbacca. Una vez dentro liberaría al capitán Solo de la carbonita mientras Luke se encargaba de distraer a la Hutt y sus lacayos.
Le dije la verdad, que su plan me parecía una locura. ¿Arriesgarse a tener en un mismo sitio, uno de los más peligrosos de la galaxia, a los dos preciados hijos de Darth Vader, a Chewbacca y los droides? No, carecía de toda lógica. Si el descabellado plan no resultaba se perdería de una sola vez a cuatro de las personalidades más relevantes e influyentes en la Rebelión, sin mencionar a los droides.
–Dime entonces que hago, Lobot –me imploró con sus grandes ojos oscuros cual agujeros negros de los que ni la luz se escapa–. Debo rescatar a Han cuanto antes, ya no lo soporto mas.
Entonces en menos de una fracción de segundo concebí un upgrade al plan de Leia y Luke, uno que además me beneficiaría si es que por fin lograba armarme de valor y dejaba de ser un eterno secundario.
–Cómo sabe, mi princesa, soy un tipo que posee mucha información. Cosas que muchos ni siquiera imaginarían. Sé, por ejemplo, la ubicación exacta de Kamino, el mundo donde fue manufacturado el gran ejército de la República que luego se convertiría en el brazo armado del Imperio. Pese a que se les pagó por sus servicios, los Clonadores se sintieron estafados por Palpatine y han quebrado relaciones comerciales con el Imperio. Sin embargo creo que podrían realizar un pequeño encargo para la Rebelión. Sus precios son exorbitantes, pero creo que a cambio de recuperar con vida al capitán Solo, bien vale invertir unos cuantos créditos.
–El costo no importa, Lobot. Dime lo que tienes en mente.
Y así lo hice. Le dije a la princesa que durante mi estadía en la Ciudad de las Nubes y gracias a que los componentes cibernéticos de mi cerebro podían ocuparse de mis obligaciones, simultáneamente solía charlar con amigos a lo largo de toda la galaxia. Fue de esta forma que entablé amistad con Taun We, asistente del Primer Ministro de Kamino (y otro de esos amores imposibles en los cuales suelo especializarme). Mi idea consistía en encargarle a Taun We la creación de dos clones de crecimiento acelerado, uno del capitán Solo y otro de Chewbacca. Dichos clones no tendrían cerebro sino una IA parecida a la de los droides de protocolo que me permitiera hacer interface. De esta forma sería yo, y no Leia, quien se presentaría disfrazado como caza-recompensas ante Gardulla la Hutt junto a los clones, denunciando a Zam Wessell como una estafadora que había entregado a un falso Solo congelado en carbonita.
–Gardulla el ver al capitán Solo en carne y hueso, y además acompañado de Chewbacca, no dudará un segundo de mi versión. Me pagará la tarifa correspondiente por las cabezas de ambos contrabandistas y luego los encerrará para darlos de alimento al Rancor, o puede que incluso a Sarlacc. Lo más importante es que se deshará del ‘falso Han Solo en carbonita’ y entonces lo subiré a mi nave y regresaré sano y salvo mientras Gardulla disfruta de la ejecución de los clones que piensa son sus odiados ex-socios.

La princesa entusiasmada aprobó mi plan proporcionándome todo lo que requería para cumplir la misión, incluyendo muestras de cabello de Solo y el wookie y una veloz nave carguera. A la brevedad emprendí viaje a Tipoca, capital del oceánico mundo de Kamino, y me entrevisté con Taun We que era aun más hermosa en persona de lo que yo podría haber imaginado. Su belleza, gracia y suavidad hacia parecer tosca y cruda a la princesa Leia en comparación. Pero yo amaba a Leia, no a Taun We.

En una semana los clones del capitán Solo y Chewbacca estaban listos. Marionetas biológicas que yo podía operar sin ningún problema. Dije adiós a Taun We y partí al mundo natal de Anakin Skywalker con los clones, mi disfraz de caza-recompensas y un poderoso detonador termal.
Cumpliría la misión, le regresaría su príncipe a mi princesa y por una vez en la vida, Lobot se saldría con la suya.

–Apenas conocí a Lobot, pero no cabe duda que es un héroe como no ha conocido otro la Rebelión. Dio su vida por rescatarme y de paso destruyó ese pozo infecto de maldad que era el palacio de Gardulla la Hutt. Le estaré por siempre agradecido.
Y dicho esto, Han Solo descendió los peldaños y se sentó junto a Leia mientras Bail Organa, sobre el estrado, se extendía un poco más sobre las virtudes de Lobot y su invaluable aporte a la Rebelión.

Una vez finalizado el funeral simbólico (ya que el cuerpo de Lobot no pudo ser recuperado de entre los escombros del palacio de Gardulla), Han y Leia se retiraron a sus aposentos e hicieron el amor como si de dos wookies en celo se tratase.
Mientras descansaban, uno al lado del otro, Leia dijo:

–Pobre Lobot….
–¡Oh, vamos! No te compadezcas del cyborg, ¿o te gustaba acaso?
–Me agradaba, si a eso te refieres.
–No me refiero a eso.
–Han, nadie podría reemplazarte.
–¿Estás segura de eso, ‘mi princesa’? –preguntó sardónico, Han.
–Sí, ‘mi bribón’ –le respondió ella besando sus labios.
En Kamino y mientras realizaba múltiples tareas conectado a los ordenadores, una sonrisa se dibujó en el inexpresivo rostro de Lobot.

© 2006, Sergio Alejandro Amira

Albatros grises

Que muera conmigo el misterio que esta escrito en los tigres
Jorge Luis Borges, La escritura del dios.

“No pertenecer es cargar con el peso de uno mismo”, pensaba Marcos César mientras caminaba con una tranquilidad artificial bajo la sequedad y el frío de La Paz. Cruzó el lobby con su tarjeta de acceso en la mano izquierda –pues era zurdo– y subió a su habitación en el séptimo piso. Todo estaba ya ordenado, y a modo de adiós miró por la ventana la masiva urbanidad de la capital andina. Luego tomó sus maletas, se despidió del botones y en la esquina de Merino con Sucre subió a un taxi. Intentó sin suerte esquivar la conversación del conductor, y sin más alternativa, terminó por atrincherarse en los monosílabos.

Sorpresivamente arribó al Aeropuerto 21 minutos antes. Sin saber que hacer, y para no levantar sospechas, tomó un café con nutrasweet y compró souvenires. Al rato, por el altoparlante se escuchó cuatrocientos cincuenta y uno, y Marcos César entendió que el momento había llegado. “Es el sonido de la Providencia”, pensó mientras pagaba 15 dólares por una remera I (heart) Bolivia. Mientras se alejaba de la zona de tiendas miro con desagrado el “Made in China” escrito en la etiqueta.

Antes de llegar a la puerta de embarque se detuvo. Giró su cabeza para ver si alguien lo seguía y se encontró, por última vez, con su sombra expatriada. “Por Abaroa”, dijo en entre dientes, mientras su mente se colmaba de una arrebato trágico y glorioso, que lo llevó como autómata, siguiendo pasos inequívocos y discretos, hasta el lugar 17A del vuelo 4-5-1 de LAN.

Sentado al lado de la ventanilla, se sorprendió con su pasaporte en mano. Sus ojos, en realidad todo su sistema, se detuvo como en stand-by y aunque el documento se encontraba a 23 cms de su rostro, sus sinapsis se lanzaron a través de kilómetros de tiempo suspendido.

En 0,11 segundos, que es lo que Marcos César demoraba en parpadear, se proyectó el cortometraje de una vida, y una historia de humillación. En Talca estaba junto a su madre querida y queridísima, que lo acostumbró a comer empanadas, omitir las erres y eses y a abusar de los diminutivos. Perra. Más lejos, extrañamente en cámara lenta, hablaba su padre sobre su amada sierra y lo peligroso de la conexión chilena para su carrera. Héroe. Pero a su madre no le importaban los sentires oficialistas, y sin consultar, armada con sus cuantiosos pesos chilenos, sembró su sangre huasa en La Paz. Compró una casa, como quien instala un cuartel, y se paseó frente a Palacio Quemado, totalmente sorda, ciega y muda a su minusvalía étnica.

La dirigencia, el partido, el estado, el selecto pueblo de los poderosos, no pudo omitir tal invasión, y la chilena y el bastardillo chileno quedaron estampados como una mancha vergonzosa y pública en la vida funcionaria del padre. A 4000 metros de altura, la familia se precipitó cubierta en desgracia, hasta caer a nivel del mar. Hasta el subsuelo del escalafón de la ya no tan nueva elite indígena, que perdonaba, con creciente comodidad la corrupción y el gusto por los vinos franceses, pero no olvidaba la gran usurpación. Una cosa es robar por el bien del país de uno, otra es ser hijo del ladrón extranjero.

Ascendió el párpado, se desnudó la pupila y las imágenes ya no eran sepia. Marcos César volvió al avión y guardó su pasaporte chileno en el bolsillo derecho de su chaqueta de lino. Esperar el despegue fue un non-issue y pasó los minutos posteriores mirando con inusual interés las instrucciones de la azafata para lidiar con una situación de emergencia. Pasaron unos cuantos minutos para que pidiera un trago. No había vodka. Sólo vino chileno y cerveza paceña. Aceptó el vino sin antes soltar una carcajada irónica. La azafata ni se inmutó y continuó moviendo el carrito de servicio, mientras Marcos César miraba algo máas nervioso por la ventanilla y dejaba sobre la mesita del respaldo la copa.

Siete minutos más tarde Marcos Cesar vio al tigre. Este se acercaba con exquisita elegancia por el pasillo y parecía esquivar y atravesar –simultáneamente– a la azafata. El felino brillaba, como sobresaturado. A su alrededor, nada. Sólo veía su blanco y negro –era albino–. La realidad se doblaba sobre si misma y la geometría perdía el sentido y todos sus axiomas. Marcos César miraba con detención cuasi-catatónica una línea cualquiera, cuando se dio cuenta que podía contar –¡eran finitos! – los 111 puntos que la componían. Observó el número 44 de la serie –de izquierda a derecha– y un mandala floreció épicamente a través de él. Los sentidos cedieron y se volvió imposible diferenciar un aroma de un color. El punto ahora era el cosmos, y el cosmos no era otra cosa que un gran orgasmo.

Marcos César ya no estaba ni era. El éxtasis colmó cada una de sus celular nerviosas. Su pupila parecía amanecer mientras los tendones de sus manos vibraban como cuerdas de una siniestra y desconocida banda sonora. Pero todo era leve e imperceptible. Había sido diseñado de esa forma, como un efecto escrito químicamente en minúsculas. Pero claro, él no lo sabía. Para entonces su psiquis se había dislocado, como cuando una rama se parte en dos. En ese momento el bastardillo chileno se había convertido en un Divergente. Un soldado suicida sin capacidad de sentir compasión o piedad, porque en él ya no había conciencia.

Los Divergentes no tenían sustrato emocional. Ni siquiera memoria. Sólo se les decía que serian héroes. El resto, los objetivos, el plan, eran enquistados quirúrgicamente en lo más primitivo de su hipotálamo. Se reemplazaban algunos patrones por otros. Donde antes estaba el acto reflejo de salivación, se quemaban –ese era el nombre técnico– un nuevo condicionamiento. Y así se les enviaba, llenos de gloria y entusiasmo, pero ciegos. El resto era simple: colocarlos en el lugar preciso, a la hora adecuada y esperar que el catalizador –la versión tercermundista de la píldora roja– activara los patrones previamente quemados. En el caso de Marcos César, el catalizador había sido un jarabe para la tos evidentemente adulterado.

En el avión Marcos César difícilmente estaba solo. A su lado, delante o incluso detrás, esperaban sin saberlo otros potenciales Divergentes. Luego de la primera operación se había comprendido que era necesario aplicar redundancia para no repetir otro fracaso. Varios Divergentes en un solo vuelo. Todos aislados, incomunicados. Ninguno consciente de ser parte del engranaje. Sin duda cada uno con buenos motivos. Redimir vergüenzas adolescentes, pagar deudas monumentales, salvar la vida de un padre secuestrado o el peor de todos, amor a la patria. Marcos César se escudó en este uúltimo, pero en realidad tenía escrito en toda su frente el primero. Como si le importase a alguien.

Lo que sucedió luego en el vuelo 4-5-1 La Paz-Santiago es difícil de precisar. El cuadro, sin duda, fue dantesco para quienes se vieron rodeados de mujeres, hombres y niños levantándose de sus asientos de forma espasmódica, balbuceando. Algunos con sangre en las manos tras eliminar a un número indeterminado de pasajeros, otros ejecutando acciones triviales, pero probablemente más necesarias, como lanzar el equipaje de mano hacia la cola del avión.

Finalmente tres Divergentes se reunieron entre las filas 15 y 16. Se abrazaron y besaron en la boca uno tras otro. Sus sexos y edades no vienen el caso. Lo importante era lo funcional, la saliva químicamente marcada que de lengua en lengua era pasada y cerraba el círculo, como quien asegura el mecanismo de una bomba de tiempo.

Todo eso sucedía mientras el 737 de LAN se lanzaba en picada. Segundos antes de estrellarse, el triunvirato -Marcos César incluido- había estallado, disparando desde sus entrañas y en todas direcciones siete litros, el equivalente a 20.000 dosis, de una cadena genéticamente modificada de Machupo, el virus que hace siglos diezmó poblaciones enteras en la selva Boliviana. Solo hubo un error de cálculo. La aeronave cayó a 70 Km. de Santiago, sobre un despoblado. Pero ya habría oportunidad de mejorar y dar en el blanco. Albatros –el termino operativo para un potencial Divergente– sobraban y el dinero fluía como desde la tierra misma, a boca de pozo.

El informe 5002

1
Nomnot entró en la cavidad. Los murmullos no tardaron en llenar todo el recinto. Nomnot con su andar pausado hacía que la expectación creciera aún más. Él sabía, como todos los asistentes, que no era usual que se dieran a conocer públicamente informes de carácter histórico investigativo. Al llegar a la tarima central puso ambas manos sobre la pantalla líquida, la cual creció llenando todo el lugar y en su centro un número: Cinco, cero, cero, dos. Nomnot habló: “Amigos y compañeros, me dirijo a ustedes con el motivo de darles a conocer los aspectos más importantes de mi viaje recientemente finalizado. Éste, como dicta nuestro protocolo está individualizado como el Informe 5002. Espero que los siguientes minutos sean para ustedes tan o más importantes de lo que para mí lo han sido”

En ese momento la pantalla comenzó a “bajar” sobre los asistentes y sobre el mismo Nomnot. Así los más de mil asistentes a la audiencia se conectaron a Nomnot y a sus vivencias plasmadas en el informe. Escucharon y vieron…

“Comencé el psicorretorno en la unidad 23 del centro de antropología investigativa el día tercero del cuarto período estelar a los 53.215 lapsos. La búsqueda del sujeto a contactar demoró 200 nanolapsos, la inmersión en la psiquis del espécimen fue en tres niveles hasta el Nivel Violeta. En este nivel, como más de alguno aquí presente debe conocer, realicé una Intraperiférico grado 6, con lo cual el sujeto no sufrió ninguna alteración conductual y menos influencia de ningún tipo. Además, en este nivel, a diferencia de los niveles Azul y Rojo, no se pone en peligro al sujeto ni al investigador, en este caso yo, a quedar indefinidamente a la deriva por causa de una muerte “accidental” del sujeto intervenido.”

“Temporalmente hablando, los ecos temporales del individuo nos llevó a ubicarnos en los albores de la llamada Segunda Era del Capitalismo industrial en el Mundo Base. Importante época, ya que se ubica en plena crisis alimenticia a raíz de numerosas plagas producidas por armas bacteriológicas debido a conflictos de mediana envergadura en el hemisferio norte del planeta. La sociedad humana de ese entonces aún no comenzaba a expandirse fuera del Mundo Base, ya que no contaba con los conocimientos del viaje de Mínima Densidad Atómica y menos el de psi-long-no. Básicamente la vida de los individuos de nuestros albores se basaba en el consumo masivo de bienes y servicios, lo que mantenía a aquella sociedad en un gran letargo evolutivo, obviamente de carácter biológico e intelectual.”

“El estudio lo realicé en pleno periodo de Cambio fase 1ra. Durante el momento histórico antes señalado, ya que este cambio evolutivo empieza a gestionar sus primeros síntomas en esta época y no después como varios de ustedes han estudiado y aseveran. Lo más importante de esto es que el suscitado cambio no fue sólo causado por los hombres y su entorno, sino que hubo interferencia ajena: Los Archaenides.”

Durante unos instantes Nomnot pudo sentir inquietud en la audiencia, cierto temor, asombro, incredulidad, miedo. Se armó de valor y siguió con su informe, lógicamente ya no había marcha atrás.

2

Habían transcurrido unos cinco minutos desde que sonara la señal de aviso que daba inicio a la hora de almuerzo, cuando Javier buscó en su chaqueta la tarjeta de presentación de aquel importante hombre de Alimentos Universal. Quizás llamar y concretar una entrevista no sería tan malo, así por fin dejaría de estar rodeado de antiguallas y libros viejos para tener un buen puesto de ejecutivo y poder por fin casarse con su eterna novia: Antonia. Llamaría de afuera, todos sabían que en el Magisterio los teléfonos estaban intervenidos, y si lo llegaban a descubrir con tanta deuda y malos antecedentes que surgirían de su despido, era seguro que terminaría en menos de una semana en la sala de suicidios del crematorio.

Luego de pagarle al mozo se dirigió como todos los días a su oficina en el piso cuarenta y seis. Así, después de algunos minutos en que se cruzó con la misma gente que conoce en el Magisterio hace más de ocho años y habló las mismas necedades de siempre. Por fin se refugió en su despacho. Tomó su sagrada taza de café instantáneo y planificó idílicos fines de semana en las colonias marinas con Antonia, cuando de pronto pareció todo volverse oscuro y sin sustancia, creyó desmayarse y su taza de café fue a parar bajo el escritorio dejando sus pantalones mojados y humeantes; de pronto se encontró en el baño limpiándose los pantalones. No se explicó como llegó al baño, volvió a su escritorio lentamente y continuó con su trabajo de investigación histórica.

Los pensamientos de Javier se alternaban rítmicamente mientras sus ojos se encontraban fijos en los datos que entregaba la pantalla del ordenador. Desde ahí Javier manejaba toda la información histórica y antropológica del planeta, así también datos astronómicos, físicos y biológicos. Con todo este acceso Javier lograba, luego de tres años y medio de una fuerte capacitación, detectar cualquier conflicto social en el mundo por muy tenue que fuese su gestación, así una vez detectados se podía evitar que éstos fuesen causales de algún problema o crisis en la política de comercio del Magisterio y a su vez causase malestar en la población de la Megamérica.

Nuevamente Javier comenzó a sentirse extraño y experimentó un extraño sueño despierto… vio animales ya extintos como caballos y elefantes, naves de madera surcando el mar el cual podía hasta oler, extrañas aves de plasma y luz que surcaban el cielo. Durante unas décimas de segundo se vio sobre unas cumbres nevadas, miró grandes valles rebosantes de verde y nubes, sintió viento en su rostro… la antigua tierra de sus abuelos… Súbitamente todo se desvaneció con la misma rapidez con que había llegado y la realidad cayó sobre los hombros de Javier. El comunicador del escritorio sonó y el blanco y casi perfecto rostro de una mujer apareció en la pantalla.

–Buenas tardes, ¿hablo con el Señor Javier Moreno, anexo 1699 de históricos cuarenta y siete? –preguntó la bella mujer.

–Con… él, ¿en qué le puedo ayudar? –contestó Javier un poco extrañado, ya que no era corriente que bellezas de ese tipo preguntaran por él ni por nadie.

–Señor Moreno –prosiguió la dama de la pantalla– lo llamo de Alimentos Universal de parte del Gerente de Procesos, ya que desea una entrevista personal con usted el próximo día jueves a las siete cuarenta de la mañana, esta llamada es para confirmar su asistencia, ¿lo confirmo? –En ese instante Javier sintió que toda la ansiedad del mundo se le venía encima y estuvo a punto de sufrir una crisis de pánico, “además” pensó, “la llamada ya deben haberla rastreado y estoy jodido”–. Sí, confirmo la cita para el jueves a las siete cuarenta de la mañana –contestó rápidamente a un volumen de voz que no pusiera en aviso a sus vecinos en la oficina.

–Entonces señor Moreno –terminó por decir la mujer de la pantalla –su cita está confirmada, ah, y no se preocupe ya que esta es una llamada “segura”. Buenas tardes.
exxLa imagen desapareció dejando él logotipo de Alimentos Universal deshaciéndose graciosamente en la pantalla del ordenador de Javier.

3

“Durante los primeros momentos en la mente del sujeto”, continuaba Nomnot, “hice que perdiera un porcentaje de conciencia durante unos momentos, provocándole sueños despierto. Me vi rodeado de sentimientos de la más variada índole, una lucha entre Su persona y la que deseaba mostrar. La inteligencia propia y la adecuada al medio, su soledad, sus temores de todo tipo y características.”

“Quiero hacer un alto en la inteligencia de este individuo, ya que era bastante avanzado a la media de sus similares en el momento de este estudio, lamentablemente este sujeto nunca se percató de ello. Y he ahí la importancia de este homo sapiens en particular, su trabajo era muy similar a lo que yo personalmente realizo junto a muchos de ustedes: historia concreta de la humanidad, lamentablemente los medios que él ocupaba estaban todos, por decirlo de alguna manera, intervenidos. Esto es vital para el informe, ya que la intervención está en tres niveles: Sus superiores, los superiores de estos (que pensaban que nadie mas estaba sobre ellos) y Los Archaenides.”

“Este individuo, el cual se individualiza como Javier Moreno, se encontraba, a pesar de todos los inconvenientes ya mencionados, muy cerca de encontrar la pieza más importante dentro de nuestra historia como especie en ese momento. Fue ahí precisamente ese día (como llamaban ellos a los lapsos horarios de ese entonces) cuando ingresé a su mente y él recibió el llamado. Aquí estoy yo para contar lo que vi y memoricé en mi cerebro de homoevolutiano de cuarta generación.”

4

El día jueves llegó y no había nada que hacer. Javier se encontraba listo y lucía un espléndido traje azul alquilado para entrevistas. Salió muy temprano de su habitación–estar que arrendaba en la torre de profesores 33 y se dirigió lo más rápido posible a su entrevista en un hermoso sedán Indio, lógicamente… alquilado.

Cuando faltaban diez manzanas para el desvío hacia Alimentos Universal y el reloj marcaba las 7:24 am, el comunicador de su automóvil se activó:

–Señor Moreno, habla Miriam Mardones de Alimentos Universal, lo llamo de parte del Gerente de Procesos. Es para avisarle que por favor en la salida 143–A doble hacia su izquierda y espere instrucciones.

Javier no podía dar crédito a lo que estaba oyendo, ¿a tanto llegaba la vigilancia?, ¿era tan cierto lo que las Sectas Cristianas hablaban sobre la marca sobre los hombres y el número de la bestia y cosas similares?, no pudo pensar más cuando el letrero con la salida 143-A se venía hacia él y dobló rápidamente donde le había dicho la voz de la mujer, a estas alturas del cuento ya no tenía mucho que perder así que ni siquiera se lo cuestionó. Había un letrero de color verde, siguió derecho a menor velocidad por la calle, habían pasado 2 minutos y todavía no sonaba el comunicador y ya el reloj marcaba las 7:31 am… 7:32 am… 7:33 am… 7:34 am… El comunicador chistó:

–Señor Moreno, habla Miriam Mardones de Alimentos Universal, por favor detenga el automóvil.

El coche se detuvo y Javier miró en todas las direcciones, 7:35 am. Por el costado derecho del automóvil aparecieron tres hombres muy bien vestidos y con maletines de ejecutivos y se acercaban a donde estaba Javier estacionado. En ese momento, una mujer salió de edificio que daba a la calle a su izquierda y uno de los tres ejecutivos se dirigió rápidamente hacia la mujer. Javier atónito observó cómo el hombre sacaba un arma de su bolsillo y disparaba contra la mujer. Presa del pánico Javier quiso poner en marcha el automóvil, no arrancaba… desesperación, ahogo, oscuridad. Lo último que vio fue un vapor saliendo del aire acondicionado, estaba perdido en los brazos del destino.

Un aroma similar al azufre fue lo primero que percibió Javier al despertar. Una joven mujer, no muy atractiva, vestida con un delantal similar al de un dentista le dio un vaso con un líquido de color ámbar.

–Bébalo –le dijo–, le aseguro que se sentirá mejor–. Javier probó el amargo líquido y al cabo de un instante pareció recobrar toda su movilidad. Lo último que recordaba era el auto y haberse estacionado, luego todo era una nube densa y confusa.

–¿Qué ha… go a… quí? –preguntó casi sin saber como salieron las palabras de su boca.– ¿A… ca… so tuve un ac… ciden… te?.

–No, nada de eso –le contestó pausada y amablemente la mujer, mientras se arreglaba su morena cabellera, la cual Javier parecía ver como una sucesión de imágenes.

–¿Dón… de e… stoy? –la mujer sólo lo miró cordialmente, Javier observó a su alrededor, una pieza enorme y de una gran claridad. Él se encontraba sobre un cómodo sillón blanco que casi parecía adaptarse a sus formas.

Una puerta pareció formarse en la muralla delante de él, la mujer fue hasta ella y se retiró de la habitación. Antes que pudiese decir algo, nuevamente la puerta se abrió saliendo una figura de ese oscuro rectángulo.

La figura se acercó lentamente hacia Javier, sonriendo y saludándolo. Poco a poco sus rasgos comenzaron a hacerse más nítidos. Frente a sus ojos estaba parado y sonriendo una persona muy conocida por Javier… él mismo.

5

“El sujeto sufrió tres crisis neurosensoriales, durante la segunda crisis sus signos vitales casi llegaron al estado-1, con lo cual estuve muy cerca de abortar la misión. Todavía me pregunto como no perdí la razón con él, pero es mejor continuar…

Nomnot miró a su alrededor volviendo a sentir la urgencia de información que los otros reclamaban con ansiedad. “Desde mi perspectiva pude anotar algunos datos de movimiento vectorial, térmicos y de presión atmosférica. Con lo que luego de analizar después de mi arribo, los cálculos demuestran que el sujeto fue llevado fuera de Mundo Base a su satélite Luna. En ella fue conducido cerca del Ecuador de esta y llevado luego a una profundidad de 6.1 manns”.

“El individuo Javier fue manipulado por cinco entes homofórmicos, no humanos. Y he aquí lo inquietante: No pude establecer ningún tipo de vinculo sensorial con estos cinco, a diferencia de los otros que ayudaron a llevar a este sujeto a su destino, que eran humanos, sí, pero sin ningún tipo de libre albedrío o autocontrol ya que eran manipulados”.

Nomnot dejó pasar algunos momentos. “Manipulados por seres como esos cinco, ¡estaban totalmente bloqueados a mis ondas!, a todas, como si las conocieran como si supieran que yo me encontraba ahí cerca de ellos. Eran sin lugar a dudas tecnológicamente muy avanzados, tanto o más que nosotros mismos ahora. ¿Qué hacían ahí?, yo creo, y al igual que la mayoría de ustedes en este momento, que ellos son los tan buscados Archaenides, los causantes de todos los cambios en el Mundo Base, y después del gran cambio estelar. Hermanos míos son Ellos.”

“Ahora bien” –continuó nuevamente Nomnot un poco más ansioso– “¿Cuál era la razón para llevar a este sujeto a ese lugar? Bueno en la mente del sujeto intervenido encontré varios recuerdos de datos referentes a sucesos históricos ocurridos durante la historia humana en el Mundo Base. Desde los albores de ella hasta su presente inmediato. Con esto, nuestro sujeto en estudio, hizo una clasificación de todos los sucesos ocurridos en el planeta desde los de menor importancia a los de mayor, en lo concerniente a su influencia en la evolución para los humanos en el mundo base. Esto lo llevó a una ecuación muy similar a nuestros algoritmos de Trong llegando sin darse cuenta a la misma conclusión que nosotros ya llegamos hace unos Lapsos: Las enfermedades, plagas, epidemias, conflictos políticos, guerras, desastres naturales, cambios geológicos, etc., han sido causados y manipulados por los Archaenides. Ajenos a la especie humana, pero tan vinculados a ellos por vía de creencias sociales, religiones o mitos. Con fines desconocidos para nosotros, pero intrínsecos a los mismos Archaenides, y ese descubrimiento, ellos no lo podían permitir.”

6

Javier mientras trataba de hablar sentía dentro de su mente un letargo casi de muerte y al mismo tiempo una especie de grito que salía tras ese letargo. Una sensación de irrealidad se apoderó de él, todo parecía una terrible pesadilla de la cual aun no lograba despertarse, y aquello no era lo peor, nunca jamás se había encontrado y sentido tan solo ni abandonado. “Si sólo estuviera con Antonia”, alcanzó a pensar antes que la voz del hombre con su figura lo sacara de su ensoñación.

–Javier Antonio Moreno, ¿me oye? –preguntó el Ser.

–Sí, ¿pero qué mierda ocurre, por qué es igual a mí? –las palabras parecieron salir solas de la boca de Javier.

–Ve señor Moreno, la señorita le dijo la verdad cuando le dio a beber el jarabe, sobre su pregunta primero tengo yo que hacerle una. ¿Qué investigaciones hacía aparte de hacer su trabajo? –Javier se incorporó un poco en su cómodo sillón, por un instante pensó que todo podía ser algún tipo de evaluación, o una macabra broma del Magisterio antes de despedirlo.

–¿Es usted un clon mío, por qué me doparon, es un disfraz? –Javier volvió a titubear, ¿era todo esto real que pasaba con su cabeza, que tenía que ver en esto las ecuaciones…?–. Ninguna, sólo las que se me ordenaban –las palabras brotaron solas nuevamente.

–Clon, clic, clan… caca. Nada de eso señor Moreno. Usted miente, y lo sabe tan bien como el parásito que lleva alojado dentro de su cabeza hace algunas horas –el ser acercaba su rostro lentamente hacia la paralizada cara de Javier–. Sí, usted y todo lo que existe en su mundo está hecho de eso… caca, material de ensamble y fibra conductiva de Mismolodealamina. Carne, tejido llámelo como desee. Material tan inerte como la tela de su sillón o el gas que al brillar le da luz a esta habitación, que sin nosotros no podría funcionar como lo está haciendo ahora, ¿ve? –Javier lo observó incrédulo–. Ahora –prosiguió el Ser–, en un momento pensamos en que usted podría unirse a nosotros dada su “excepcional inteligencia” –rió– pero debido a estos lamentables acontecimientos, me refiero al parásito alojado en su cerebro, nos vemos en la obligación de tomar otras

medidas.
exxJavier entendió, Nomnot también entendió, este le entregó un impulso neural a Javier para poder salir del adormecimiento y atacar al Vínculo. Trató de darle un golpe de puño, pero antes de que el brazo llegara siquiera a la mitad de su recorrido, del sillón brotaron tentáculos que lo aprisionaron fuertemente. No, no era una broma, había dolor mucho dolor. Silencio y más oscuridad.

6.a

Diálogo ocurrido en 3.47 segundos entre Javier y su “huésped” Nomnot:

–¿Quién eres?

–Soy Nomnot, no temas.

–Algo anda mal aquí y necesito que alguien me explique amistosamente esto.

–Sólo estoy en tu mente por vía psíquica, estoy muy lejos y no creo que comprendas el cómo y el por qué.

–¿Que pasará conmigo?

–No lo sé, ellos me tienen atrapado también dentro de tu mente. Saben todo sobre tus investigaciones y conclusiones de los que alteran la historia.

–¡Son ellos!, durante un momento lo pensé.

–Me di cuenta, Javier lo que va a pasar ahora no creo que sea bueno y estoy tomando las prioridades para ese evento.

–Muerte.

–Puede ser, o quizás algo peor.

–Duele mucho…

–Así es, no dudes en buscarme…

7

El Ser tocó a Javier en la cabeza y este despertó súbitamente. Instintivamente trato de sajarse, pero dejó de hacerlo cuando su mente recordó la conversación.

–Esto es una trampa ¿verdad?, me trajeron engañado y ahora me van a hacer decir cosas que son falsas.

–Falsas no –contestó el Ser–. A quien cree que engaña, señor, nosotros sabemos lo que hizo con la información histórica. Y eso no es bueno para nuestro proyecto, sobretodo en manos de una criatura un poco más lúcida que las demás. Y para terminar no lo vamos a volver a interrogar ni a borrarle su memoria junto con el parásito. Será reestructurado.

La pregunta que hizo Javier a continuación no estuvo de más, el Ser sonrió irónicamente, y junto a otros cuatro lo llevaron a una sala en que había una camilla metálica. Lo pusieron en ella y empezó a sonar un leve zumbido que iba aumentado de intensidad junto con el dolor general que experimentaba Javier.

–¿Cómo cree usted que el planeta puede abastecerse de carne animal para alimentación, si ya con el exceso de población, las guerras y los territorios contaminados ya no hay donde puedan estos existir? Nosotros la producimos, Javier, como los hemos producido a ustedes, pero la materia prima se agota y por eso su cuerpo será reestructurado y su material nos brindará nueva materia prima para fines alimenticios. ¿O creía que el nombre de Alimentos Universal es sólo fachada?

Algunos días después un camión con las siglas A.U. a eso de las seis de la tarde llegó con su cargamento de 1500 gallinas para faenación industrial a la bodega de distribución en Montevideo; las aves al ser descargadas gritaron y cacarearon pavorosamente antes de ser electrificadas. Trescientas de ellas habían sido alguna vez Javier Moreno.

Se abrieron pasadizos en la mente de Javier y pudo contemplar el rostro de Nomnot. Ambos corrieron por un bosque de árboles tupidos hasta un claro con un cielo libre de estrellas, pero que brillaba aun con la ausencia de sol. Nomnot tomó firmemente las manos de Javier y se miraron a los ojos más allá de cualquier límite físico o temporal.

–Esto es un pacto para nuestra salvación y alianza –recitó Nomnot.

–Y yo lo acepto –contestó Javier, quedando entrelazados por los senderos de tiempo y espacio. A su alrededor brotaron muchos Javieres y Noms llenando el claro, hasta que en un momento dado Nomnot entró en Javier y Javier en Nomnot. El nuevo ser creado por su unión voló hacia el cielo sin estrellas.

Al terminar el Informe Nomnot dio gracias a la fuente de la vida y a los suyos por escucharlo, plegó sus enormes alas y se elevó hacia su hogar rumbo a las nubes. El viaje, la toma de datos y el escape no contado en la asamblea lo habían dejado exhausto. Ahora su deber era organizar la nueva misión que había jurado junto a su “huésped”, buscar aliados y un lugar seguro donde esconderse. También buscar un nuevo nombre.

Epílogo.

No pasó mucho tiempo hasta que un coterráneo de Nomnot, un tal Gionot, llegó a leer otro informe histórico. Este también tenía el número 5002. Según se dijo el antiguo informe 5002 había sido una farsa lamentable y su perpetrador había sido exiliado bajo las mas estrictas normas de los clanes.

Nomnot muy bien custodiado por sus nuevos aliados en el público rió para sus adentros y oyó aquel intervenido, idiota y poco veraz informe. Por ahora tenía algunos momentos antes de ir a la nueva y muy custodiada unidad de Retorno Completo para viajar por el tiempo. Ahora muy atrás, más atrás de lo que nadie pudiese creer y encontrar el comienzo de los Archaenides para destruirlos, luchar contra ellos o simplemente fastidiarlos hasta el fin del tiempo. Ya no como Nomnot, sino con su nuevo nombre, uno que le aconsejo Javier o Javhé como se hacía nombrar ahora. Siete letras: Lucifer.

2005, Armando Rosselot.

La frontera del olvido

Kneser tanteó una vez más con el fragmentador la pared para asegurarse de que había elegido el punto más apropiado para poder abrir un agujero. Hizo una seña a Séradim, su único compañero en aquellos túneles oscuros y profundos, y éste se apartó, ajustando con firmeza su máscara de oxígeno. Kneser apretó el botón y el fragmentador comenzó su trabajo, usando vibraciones ajustadas a la longitud de onda de la pared para romper ésta lentamente y sólo en los sitios apropiados. Kneser estaba tenso con el instrumento en las manos. Había estado en muchas excavaciones a lo largo de su vida, pero nunca se había sentido tan embargado por la emoción como en aquel instante.

El fragmentador terminó su trabajo, a lo que Kneser y Séradim se colaron por el estrecho agujero que el primero había abierto, el mínimo necesario para avanzar. Miraron fijamente y encontraron otro pasillo oscuro. Cuando encontraron el primero, varios días atrás, sintieron miedo. Ese miedo estaba siendo sustituido por una naciente frustración. Otro nuevo pasillo. Avanzar más hondo aún. Encendieron las antorchas atómicas y prosiguieron su andar.

–¿Qué lectura dan tus instrumentos, Séradim? –preguntó Kneser mientras examinaba las inscripciones del lugar.

–Está cerca. Tiene que estar cerca –respondió a su compañero sin levantar la vista de sus aparatos, cuyos nombres técnicos Kneser apenas era capaz de pronunciar.

Estaban más cerca de lo que cualquier aparato podía medir, y Kneser lo sabía, de lo contrario no se habría separado del resto del grupo. No en vano por algo era uno de los mayores conocedores de los Profundos, la raza alienígena cuyas ruinas estaban recorriendo.

Los Profundos… Kneser recordó la primera vez que encontró señales de ellos. Un accidente. Una explosión incontrolada que abrió una sima en pleno fondo del mar. Cuando la zona fue asegurada, él y su grupo de estudiantes de arqueología penetraron en las profundidades de la entrada que habían encontrado, porque no tenían duda alguna de que se trataba de una entrada. Construcciones muy alejadas de los cánones griegos, llenas de amplias estancias que se hubieran podido decir dominadas por gigantes. Un estudio geológico reveló que estaban en la frontera de lo que se podía llamar la superficie terrestre, a punto de entrar en las capas superficiales. Tiempo atrás, en los primeros milenios de la humanidad, la empresa de penetrar más allá del manto, incluso a las proximidades del núcleo, era considerada poco menos que una locura sólo propia de la ciencia ficción, en la que se relataba que había dinosaurios y perdidas culturas.

Pero la ciencia ficción se empezó a convertir en ciencia. Se encontraron ruinas de ciudades. No ciudades de los hombres; ciudades con proporciones que desafiaban los escritos de la época clásica, donde era posible imaginarse al monstruo Tifón sepultado en un cráter, donde era posible imaginarse a un hombre luchar contra una legión de titanes. Los estudios geológicos revelaron que estaban a tanta profundidad que resultaba necesario remontarse a cuando la Tierra no podía ser aún llamada como tal, cuando sólo se trataba de una bola incandescente asediada por eternos volcanes y mortales lluvias de meteoritos, sin atmósfera ni agua. Un erial que, por increíble que le resultara a Kneser y todo su equipo, alojaba vida.

No caldos primitivos ni sopas de genoma. Vida inteligente, habitable. Y el ser humano nunca la había encontrado porque la presencia de su civilización estaba oculta bajo la corteza terrestre, más hondo de lo que se pensó que los estratos podrían llegar jamás. Al principio Kneser se negó a la evidencia. No era lógico ni probable, simplemente se habían confundido en las mediciones y no estaban tan cerca del núcleo, sólo eran ruinas de hombres de una impensable tenacidad, sólo una prueba de que los seres humanos podían en verdad adaptarse a las condiciones más adversas.

Tuvo que ver las inscripciones de las paredes para convencerse de lo contrario.

Nunca, jamás, había visto nada remotamente similar. No conocía idioma terrestre alguno que tuviera tal sintaxis, no podía apenas hablar de términos linguísticos. La hipótesis de la cultura extraterrestre empezó a tomar forma, y así fue presentada al mundo, pero Kneser no los consideraba extraterrestres, sino tan terrestres como nosotros. Tal vez, incluso, con más derecho a llamarse así. Sin embargo, fueron bautizados como los Profundos, los habitantes de las profundidades.

Entonces comenzó su estudio. Su búsqueda de Atlántidas perdidas, de Acrópolis canónicas, y una de las etapas más fascinantes de la historia de la humanidad. Eran inteligentes, posiblemente mucho más que los humanos. Cada nuevo yacimiento traía consigo tecnología devastada, pero tecnología al fin y al cabo, y la medicina, la biología, todas las ciencias en general se enriquecieron con pobres retazos de lo que debió ser un imperio de prosperidad en un entorno de caos.

Y así fue como Séradim conoció a Kneser. Como científico no tardó en compartir el deseo de Kneser de encontrar más muestras de su cultura, y por lo que se apuntó con el equipo de expertos del mundo entero a la expedición al núcleo del planeta. La mezcla de arte y ciencia en los Profundos era notable, para dicha cultura los misterios no eran incompatibles con los descubrimientos, y no existía la aridez del conocimiento ni la irracionalidad de las supersticiones. Pero aquellas cosas sólo Kneser las sabía, el único arqueólogo capaz de descifrar las inscripciones de los Profundos, una raza que no creaba libros pues su conservación en aquella época resultaba imposible.

Y ahora estaba cerca. Sabía que estaba cerca de conseguirlo. Las lecturas de Séradim eran claras. Detectaba radiación ordenada, actividad rítmica allí abajo. Los Profundos no eran un montón de ruinas sin sentido. Había algo allí abajo. Una máquina aún estaba funcionando.

El resto de los miembros de la exploración no le tomaron en serio, por supuesto. Qué sabría él de máquinas, él que había encontrado el mayor hallazgo de su época por mero accidente. Otros le creían, argumentaban que también la penicilina se había descubierto por accidente, pero tenían miedo de desobedecer a los jefes de excavación. De modo que Kneser y Séradim se separaron del resto del grupo y prosiguieron por su cuenta con las señales de los instrumentos de Séradim como única guía.

–Las expresiones son más modernas en esta zona –dijo Kneser tras pasarse un buen rato ojeando las paredes lisas y puntiagudas–. Nos encontramos en la cúspide de su civilización.

–¿Qué dice? –preguntó Séradim nervioso, apuntando a las paredes con el haz de luz. Se sentía como un profanador de tumbas egipcias.

–Convertido a nuestra manera de ordenar las palabras dice algo así: ‘Éste es el camino que conduce a todos los caminos. El Tiempo está ahora en tus manos.’

–Curiosas palabras para una raza supuestamente más avanzada que nosotros. Pensaba que no tenían religiones.

–Y no las tienen –objetó Kneser–. Su mezcla entre arte y ciencia es tan homogénea que tratan los conceptos científicos con un fervor filosófico que sería la envidia de la escuela griega.

–Las lecturas se incrementan en esa dirección –dijo Séradim ansioso, pensando en las palabras de Kneser y comprendiendo en parte a los Profundos.

–Ya hemos llegado, amigo –dijo Kneser con entusiasmo–. De no ser así no habríamos encontrado esa inscripción, esa advertencia. Y mira –comentó apuntando la antorcha atómica contra las altísimas paredes–. Todos esos mensajes… nunca había visto tanta solemnidad en las palabras de los Profundos. Si no fuera porque estoy usando un término de dudosa aplicación, diría que nos acercamos a un templo, o por lo menos a un lugar sagrado para ellos. ¿Qué puede haber que consideren tan importante que haya aguantado incluso los procesos de formación de la corteza terrestre?

–No estoy seguro de querer saberlo –dijo Séradim mintiendo para sí.

Anduvieron muy lentamente por el pasillo, saboreando cada paso que daban como si estuvieran a punto de encontrar la fuente de la eterna juventud, como si supieran que nunca querrían regresar. Kneser trató de ponerse en contacto con el campamento base. Era inútil. Sacó su indicador de profundidad sólo para cerciorarse que la aguja se había roto hacía varias horas.

Finalmente encontraron una luz brillante al fondo, tan brillante que no sólo pudieron reservar la energía de sus antorchas atómicas, sino que además tuvieron que sacar sus gafas de protección. Séradim pensó que era la primera vez que las usaba desde que sintetizó un cuásar en su laboratorio.

Al final del pasillo encontraron un pórtico alto como ocho hombres por el que entraron sobrecogidos de humildad. Justo al cruzarlo, los instrumentos de Séradim recogieron una alteración en el pulso de las ondas. Las gafas no eran suficiente para protegerse, por lo que tuvieron que moverse casi a ciegas.

–Hemos activado algo –dijo Séradim analizando los cambios.

–¿Una trampa? –preguntó Kneser, que nunca antes se había encontrado con ninguna.

–No, más bien parece como si nuestra presencia hubiera alterado las órdenes preestablecidas.

–La luminosidad disminuyó hasta tal punto que pudieron distinguir una enorme máquina al fondo de la habitación. De un vistazo Séradim, experto en maquinaria Profundos, no pudo identificar qué era ni qué utilidad podía tener, pero comprobó que era más moderna que cualquiera que hubiera visto antes tanto en persona como en trabajos ajenos.

–Creo que tenemos ante nosotros la obra maestra de la cultura Profundos –aseveró Kneser con gravedad.

–Entonces será mejor que nos demos prisa en descifrarla, porque mis instrumentos indican que se está desvaneciendo.

–Kneser se acercó a la base del colosal objeto y buscó inscripciones que traducir.

No tuvo muchas dificultades, pues como pudo comprobar en cuanto estuvo al pie del artefacto se encontraba casi enteramente cubierto por ellas. Muchas de ellas rezaban principios básicos de la cultura Profundos que ya conocía, junto con otros que no había leído nunca antes.

–Sea lo que sea este chisme, le tenían mucho aprecio –comentó en voz alta. La luminosidad era cada vez más reducida, aunque seguían sin necesitar las antorchas atómicas.

–¿Qué ponen? –preguntó Séradim.

–Son sólo proverbios, pero no aparecen muy a menudo, y menos aún todos juntos.

–Busca las Instrucciones Maestras.

–¿El qué?

–En algunas inscripciones se alude a las instrucciones maestras, tres frases elementales que indican el funcionamiento de las máquinas más complejas, como pistas para desentrañar su funcionamiento.

–¿Cómo sabías eso?

–Un artículo reciente de mi colega Golvan. ¿Le recuerdas? Os presenté en una conferencia hace tiempo.

–Debo suponer que nunca se ha encontrado una máquina que las tenga.

–Supones bien.

Kneser siguió buscando hasta que se detuvo junto a una sección destacada de las demás.

–Recuérdame que invite a Golvan a cenar un día de éstos –comentó satisfecho.

-¿Lo has encontrado?

–Creo que sí. Signos ordinales Profundos, pero éstos son de la primera época. Creo que esta máquina fue concebida en los albores de su cultura. Estamos ante un aparato que para ellos debió ser la culminación de sus sueños.

–Y ahora se está apagando –comentó Séradim cada vez más preocupado en lo que miraba los indicadores. Ya no tenían necesidad de las gafas.

–La primera instrucción dice, si deseas la paz y la redención visita el Eje, pero nunca vayas a su mismo centro o el Vórtice te atrapará en el eterno Pasado.

–No suena muy halagueño –dijo Séradim.

–La segunda dice, si deseas viajar, deberás ir a los… no entiendo bien esta palabra, creo que no la había visto antes. Dudo que tenga homólogo en ninguno de nuestros idiomas. La tercera dice, no te acerques a la Frontera del Olvido.

–¿Qué querrá decir?

–No lo sé, pero no es poesía sin más, eso está claro. Menos aún con esta máquina de por medio. Estas instrucciones hablan de lugares. Tiene que haber un mapa por alguna parte…

–¿Y eso de qué nos serviría? ¿Acaso no ha cambiado la superficie terrestre?

–Te sorprenderías de saber lo avanzados que están los estudios de la cartografía Profunda –dijo Kneser en lo que seguía buscando.

–Bueno, finalmente la obra maestra de nuestros anfitriones se ha apagado –dijo Séradim haciendo lo mismo con sus instrumentos. Se acercó a la máquina y examinó sus bordes–. Aquí hay un mecanismo de tensión, Kneser. Lo he visto en otros aparatos Profundos antes. Suele servir para dejar al descubierto nuevas secciones. Éste parece que no ha sido usado nunca.

Kneser se quedó pensativo un momento. Al fin habló.

–A quién quiero engañar, no podría resistir la tentación de dejarlo intocado. Acciónalo.

Así hizo Séradim, y de repente una sección completa de pared, grande como una ciudad, comenzó a deslizarse. Por la velocidad que llevaba parecía que se disponía a aplastarles y a barrer la sala entera, pero al momento se dobló como un complicado rompecabezas y recuperó su posición original para revelar un enorme planisferio.

A pesar de que había luz, era demasiado tenue para poderse leer con claridad, por lo que Kneser encendió su antorcha atómica para rastrear por zonas el recién aparecido mapa.

–Es un mapa físico de los últimos tiempos de los Profundos –explicó con calma–, pero no entiendo los símbolos ni las líneas que los surcan.

–Es que son símbolos científicos –añadió Séradim–. Son líneas de campo.

–¿Estás seguro?

Séradim vaciló un momento.

–Completamente. En muchas cosas la notación científica de los Profundos difiere de la nuestra, pero en esto… son como dos gotas de agua. Junto a cada línea hay números Profundos. Esto es un campo escalar, Kneser. Como las líneas isobaras de las predicciones meteorológicas. Como las líneas de altitud de una montaña –dijo pensando que el ejemplo sería apropiado para ilustrar a su compañero.

–¿Y qué es lo que miden?

Séradim dirigió la antorcha de Kneser inquisitivamente hasta encontrar las unidades de medida. Una vez lo hizo sus pupilas se dilataron.

–Esto, amigo… es un campo de tiempo.

–No te entiendo –comentó Kneser intrigado. La mención de la palabra tiempo en relación a una máquina desconocida le asustaba más si se la oía decir a un científico que si la leía en unas instrucciones arcanas.

–Aunque parezca imposible, estas líneas unen puntos con el mismo tiempo. ¿Dónde… dónde estamos nosotros?

–Aquí –dijo Kneser apuntando con la luz.

–Ahora mismo estamos en una… creo que sería apropiado llamarlo isocrona… de magnitud dos, según el mapa. Es decir, que el tiempo aquí avanza el doble de rápido de lo normal.

–Yo no noto ninguna diferencia respecto a cómo ha avanzado siempre –objetó Kneser.

–Ahí está lo inquietante. Creo que lo que tenemos delante refleja cómo es la Tierra realmente, y lo que nosotros hemos conocido, que el tiempo avance por igual en todos los puntos, o al menos de manera relativamente similar, era producto de esa máquina.

–Entonces… entonces insinúas que en realidad nuestra percepción del tiempo siempre ha sido el doble de la normal…

–¿Qué es normal, Kneser? Todo depende de nuestras unidades, aunque siempre existen ciertas directrices para elegirlas. ¿Cómo eran las instrucciones?

–Una de ellas decía que si se necesitaba… –hizo memoria– la paz y la redención se visitara el Eje.

–Apuesto a que esto es el Eje –dijo Séradim apuntando un punto rodeado de deformados círculos concéntricos. Kneser miró la leyenda cartográfica, y efectivamente lo denotaba como el Eje.

–Los números son el equivalente de nuestros negativos. Cuando se está ahí, el tiempo no sólo no avanza, sino que retrocede. De ese modo podían olvidar los malos acontecimientos, como reza la instrucción. Sin embargo, en el centro de esta zona, el retroceso es infinito, es como un logaritmo en el cero, una asíntota que nunca se detiene. Sólo Dios sabe qué fenómenos físicos le ocurrirán a aquel que estuviera ahí. Sólo Dios sabe qué le habrá ocurrido a los que estuvieran ahí en el momento en que se ha apagado este trasto… dijo mirando a la máquina.

–El centro… es lo que la instrucción llamaba el Vórtice –añadió Kneser.

–Ahora sabemos por qué. La segunda hablaba de poder viajar, ¿verdad?

–Sí, así es. Ponía nombre a los lugares donde hacerlo, y son los mismos que aparecen aquí –dijo señalando a múltiples puntos del mapa–. Todos están cerca de donde hubo grandes ciudades Profundos.

–Dios santo… –dijo Séradim en voz casi imperceptible–. La velocidad. La velocidad, Kneser. La velocidad es inversamente proporcional al tiempo, espacio partido tiempo, como se cuenta a los niños. A más tiempo, menos velocidad y viceversa. En esos puntos las líneas indican tiempos cercanos a cero… y por tanto, velocidades cercanas a infinito, así como aceleraciones. Dios mío, pensábamos que eran avanzados, pero son mucho más que eso. Con este sistema podrían acelerar tanto las naves que irían a velocidades ya no mayores que la luz, sino cientos, miles, millones de veces mayores que la luz.

–Pero eso es imposible, la luz es lo más rápido en el Universo, ¿no?

–¿No lo ves? ¡Hemos vivido en una mentira toda nuestra existencia! Pensábamos que el tiempo se comportaba de manera similar en todas partes, y no es así ni remotamente. Hemos estudiado el Universo sin saber que nuestra percepción de él estaba distorsionada, sin sospechar que estábamos en un campo de tiempos artificial que siempre valía dos en todos los puntos. Éramos peces en un acuario y desconocíamos las olas del mar.

–Y nosotros hemos desactivado la máquina… –pensó Kneser.

–La tercera instrucción… hablaba de no acercarse a la Frontera del Olvido. Si el campo en el que está la Tierra no sufre variaciones, si los cambios son suaves, sin brusquedades, al ir de aquí al Vórtice, donde el tiempo retrocede, como en este lugar avanza deberíamos pasar por algún lugar donde sea cero… –trazó una línea recta entre ambos sitios, y se paró en un anillo de color rojo–. Eso es. Todo ese anillo es la Frontera del Olvido.

–Efectivamente, así es –corroboró Kneser leyendo el mapa–. Pero ¿por qué es tan peligroso?

–Un lugar en el que el tiempo no avanza ni retrocede… es como la parálisis eterna de todo, el fin último. Es ridículo pensar en los movimientos sin pensar en el tiempo, Kneser. Sin tiempo, todo es bello, estático, pero también carente de vida alguna. Y no se puede escapar de algo así. No se puede huir de la Frontera del Olvido. Como… como les habrá pasado a los que estuvieran allí ahora.

–Así que… se fueron de aquí y dejaron este chisme para eliminar todas estas… estas anomalías, tal vez se activó solo una vez estuvieran suficientemente lejos –reflexionó Kneser–. Tal vez tenían miedo de que el experimento saliera mal y por eso se fueron antes.

–Quién sabe. Para ellos el tiempo siempre había sido así. Intuyo que este campo de tiempo artificial afectaba a todo el Sistema Solar. Hay buenas y malas noticias, claro. Ahora el Universo es accesible, podemos viajar en él, y eso es esperanzador. Pero hemos descubierto nuevos monstruos, como cuando descubrimos los agujeros negros. Lugares que se tragan nuestro tiempo, que nos roban el alma.

–Sin embargo –pensó Kneser–, también hemos ganado control sobre el tiempo. Si ahora somos felices, sólo tenemos que ir allí donde el tiempo sea más lento. Si somos tristes, podemos volver atrás… o incluso avanzar más deprisa. Si deseas la paz y la redención… –dijo mirando en el mapa al Eje.

–Tal vez querían encarcelar a los futuros habitantes de la Tierra. O tal vez querían que ellos experimentaran un tiempo uniforme, como dejarse mecer por el viento. Algo que ellos nunca tuvieron.

–En ese caso, ¿por qué se fueron en vez de probarlo ellos?

–Toda la vida con lo mismo y de repente un cambio… aun sabiendo que el cambio es a mejor, se hace duro de sobrellevar.

–Y nosotros lo hemos provocado al llegar aquí. Al entrar a este lugar apartado incluso para su época. ¿Qué haremos? ¿Qué diremos?

–¿Decir? –pensó Séradim mirando al mapa–. La verdad. Lo que encontramos, y cómo va a cambiar el curso de la humanidad. Y les advertiremos sobre la Frontera del Olvido.

–Tienes razón –dijo su compañero cruzando el pórtico sin mirar atrás. Es lo único que podemos hacer.

Séradim se quedó un momento atrás mirando aquel aparato que no hace mucho funcionaba y debido al cual la humanidad vivía una mentira, tal vez piadosa, tal vez no, pero mentira al fin y al cabo.

–Y el tiempo decidirá si los que vinieron antes que nosotros fueron dioses o monstruos –pronunció en voz baja antes de salir.

(A Fede)

2006, Miguel Ángel López Muñoz.

El Suicida

–¿Nunca has sentido un temor especial cuando has transitado por una acera desértica en una calle igual de sólida? Más aún, ¿nunca te has sentido como capturado por la angustia cuando has caminado por un paraje inhabitado, una carretera vacía, quizá a altas horas de la noche? dijo el viejo Martín, y al decir estas frases, su rostro se puso más pálido, su arrugada piel mostró una expresividad inusitada.

–Sí, lo he sentido, ¿pero qué? ¿Qué hay con eso?
–No has notado que caminas y alguien o algo te sigue…
–¿Una persona? ¿Te refieres a una persona? Eso se llama delirio de persecución, producto de una mente algo trastornada…
–Sabes exactamente lo que digo, puntualmente no una persona, más bien un… “algo”, una existencia, como si un escalofrío te rozara la piel. Varias veces lo he vivido, a veces temo que suceda, yo hombre que he recorrido mucho en esta vida, en algunas ocasiones regresando de la chacra he oído un cascabeleo, una agitación…
–Una serpiente o un bicho de esos seguramente Martín… interrumpió Román al anciano, éste le miró con imprecación.
–No es una cascabel, ¿crees que no conozco de animales? Hay algo que hace sinuoso el aire, a menudo en algunas partes de un determinado camino, no te comenté la terrible influencia -botó el humo de su cigarro- que se siente al pasar por el camino que conduce hacia aquella huaca, donde ese Gilberti se perdió.
–Sí, en eso te doy la razón, aquel lugar esta demasiado viejo o maldito si queremos utilizar una palabra más adecuada, algunos dicen que hay días en que el camino es visible y otros en los que no, temporadas en que nadie lo puede encontrar…
–La naturaleza…
–¿La naturaleza?
–Sí, Román, la madre naturaleza es sabia, oculta el camino para que otros no se pierdan, rechaza y oculta a sus hijos enfermos y perdidos, pútridos…
–¿La naturaleza o Dios?
–Llámalo como desees mi amigo, pero pon más leña al fuego, aviva esas llamas pues no deseo quedarme a oscuras… en un paraje como éste – comentó preocupado el viejo Martín.
–Román se paró no sin demostrar cansancio, la jornada de aquel día lo había agotado. Al poner un par de pequeños troncos en la rústica cocinilla, la luz iluminó vivamente la estancia, las sombras de aquellos hombres se reflejaban como un teatro ambulante en la pared de adobes de la pequeña sala.
–El miedo… retomó la conversación el viejo Martín.
–¿El miedo? No entiendo – dijo Román.
–El miedo, el temor fue el que hizo que se matara.
–¿A quién? preguntó, sin seguir sin entender Román Rivas.
–A Ignacio Mejía, estoy seguro, así como yo siento esos escalofríos, esa especie de contacto de este mundo con el otro universo inmaterial, muchos mortales pueden sufrir una experiencia mucho más “material”, que pasa de las ligeras sensaciones a otros planos de experiencias.
–¡Bah! Era un vago, un individuo muy afecto al alcohol y a pensar cosas – dijo en tono despreciativo Román, y con ese gesto trató de quitarle fuerza a la palabra del viejo.
–Era una buena persona en el fondo, lo conocí, ¿sabes? Nunca me demostró un lado necesariamente hostil o una personalidad díscola. Pero si me habló de su temor a la soledad.
–Un temor que casi todas las personas tienen.
-Seguramente, pero es en la soledad cuando más personas sienten esas vibraciones, esas conexiones con aquella dimensión.
–Pareces muy seguro de todo eso, ¿por qué?
–Te acuerdas de la vieja Telma, ¿No?
–Sí. ¿Pero?
–Predijo su muerte.
–Sí lo recuerdo, era medio cartomancista o cartomántica, leía el tarot.
–Profetizó su fallecimiento, adivinó exactamente el día que iba a fallecer, dicen que alguien del otro lado se lo comunicó…
–¿En verdad crees eso Martín?
–¿Cómo adivinar la fecha exacta en que te vas a morir casi tres años antes de que suceda?
–La gente suele sugestionarse, vamos, Lambayeque esta llena de esas historias, aparecidos, pactos con el diablo, gente que regresa del más allá para recoger sus pasos, historias que se cuentan a los niños para que no se queden hasta muy tarde en la calle o despiertos.
–¿Y los Gilberti?
–Román recompuso su rostro, repentinamente se le fue la incredulidad.
–Tienes razón, pero insiste en que el muchacho era un vago, bebía mucho.
–Mucha gente bebe mucho, y jamás tiene el tipo de experiencia que tuvo Ignacio Mejía, y sobretodo no se esfuma para luego aparecer muerto, sobre todo luego de ese misterioso viaje al monte, el campo esta lleno de huacas, de tumbas, de lugares fantasmagóricos, muchos indios murieron aquí en la colonia, las antiguas culturas hacían sacrificios humanos, ¿cuánto crees que pesa eso? Muchas puertas han sido abiertas y no se han cerrado. Quizá todo esto pierda fuerza porque pocas son las personas que se aventuran por lugares remotos en busca de tesoros y esas cosas, por lo tanto pocos hombres tienen éste tipo de experiencias.
–Martín, pero él no fue en busca de tesoros, simplemente se remontó adentro en las campiñas, fue por una carretera abandonada a fin de sortear un problema de tránsito, las lluvias habían arruinado todas las vías, muchas personas hacen lo mismo.
–Pero él equivocó el camino, transitó largo trecho solo, por terrenos que no deben ser frecuentados…
–La gente dice que cargó en su mochila algunos estupefacientes y alcohol. Bajo esas condiciones cualquiera pierde el control.
–Supe que llegó a la ciudad luego de varios días, además también los aldeanos manifiestan que no tenía rasgos de haber ingerido alcohol, tan sólo mostraba un aspecto decaído, y actuaba como fuera de si.
–¿Como loco?
–No, solamente estaba ido y anodino.
–¿Qué crees exactamente que pasó? interrogó Román mientras jugaba débilmente con el humo que salía de su pucho, luego prestó atención a las palabras de Mejía.
–Aquellas sensaciones, aquellos roces desde otro mundo lo atraparon, ¿por qué crees que demoró tanto? Una travesía que por lo general la concluyes en un día.
–No lo sé, dímelo tú.
–Se encontró con la muerte…
–¡Vamos, no seas ridículo! vociferó Román, en su rostro un gesto de incredulidad.
–¡Él me lo contó por Dios!
–¡Por favor amigo, la muerte tan sólo es una abstracción! ¡Una idea! ¡No creerás algo diferente! ¿O si?
–Si tú no lo crees, es tu problema…
–Pero, ¿qué fue lo que te dijo? Te conozco, ¿por qué a un hombre como tú lo ha conmovido tanto ésta historia?
–Él había decidido encauzar su vida, había desperdiciado mucho de su valioso tiempo en borracheras y en exceso de todo tipo. Por fin había logrado conseguir un trabajo estable o había una posibilidad de conseguirlo, y ¡zas! El problema de las lluvias lo arruinó todo!
–Pero no se rindió. Empezó a pensar y a pensar, había oído de un viejo camino hacia la sierra, una antigua vía no usada desde 1800, antes de que se proclamase la Independencia, pero también tenía conocimiento de que ese camino era peligroso, por lo intransitable y por que se contaban extrañas historias acerca de él. Se decidió a tomarlo, consiguió un mapa y apuntó todas las sugerencias que le dieron acerca de cómo llegar por el a su destino. En primer lugar cargó varios víveres ya que le habían dicho que el viaje tardaría por lo menos día y medio a dos días a pie, debo mencionarte que la primera parte del viaje podría tomar un transporte motorizado, ya que sería hasta la ciudad de Ferreñafe, la segunda parte de la travesía sería a lomo de mula y más allá aún sería a pie.
–Más o menos, ¿ochenta kilómetros?
–Si los haces en línea recta, sí, pero ¿qué camino es en línea recta?
–¿Lo acompañó alguien en el viaje?
–Sí, cuando fue a lomo de mula un indio, y la vía que sólo podría transitarse a pie, la hizo él solo.
–¿Llevó algún tipo de droga consigo?
–No, conversé con él, ni bien hubo llegado de su viaje, como te dije al principio no presentaba rastros de haberse perdido en alcohol o alguna otra sustancia…
–¿Pero exactamente que vio? Aún no me lo has dicho -preguntó Martín, impaciente y movido de alguna forma por el giro que estaba tomando el relato.
–Te lo he dicho ya, y no te sonrías así -se apuró a decir el sexagenario narrador.- Me refirió una experiencia extraña, abandonó al indio y a la mula, dejándole instrucciones que si en dos días no llegaba regresara, que de ser así seguro había encontrado el campamento minero y se quedaría a trabajar, te mencionaré con la mayor aproximación sus palabras:

«Me despedí de Rogelio, así se llamaba el muchacho y seguí mi rumbo, eran cerca de las cuatro de la tarde, seguro me agarraría la noche caminando pero no tenía otra salida… acamparía… tomaría mi merienda en la oscuridad a la luz de un pequeño fuego… a medida que avanzaba mis pasos se hacían más sonoros, no se por qué, pero al continuar y al alejarme de mi acompañante, la soledad era más y más grande, una sensación de soledad tremenda, era como navegar a la deriva solo, como derivar en un barco fantasma, sintiendo el nauseoso movimiento de la barcaza, no estoy seguro de cuanto camine, me refiero a que distancia pero una oscura noche se cernió sobre mí, disminuí velocidad de mis pasos, me senté, con la ayuda de mi linterna y busque algunos pequeños leños de algarrobo y prendí fuego, calenté algo y prendí un cigarrillo para pasar el rato. El viento silbaba fuerte, escuchaba sonidos extraños, a la manera de ecos, no les tomé importancia, hasta que algo ¡De pronto me sobresaltó! ¡El silbido del viento se había convertido en música! Una rarísima danza volaba en los aires, busqué desesperado -aunque tratando de conservar la calma- más leños para aumentar el fuego, el calor y la luz de mi fogata. Así lo hice. Sin embargo, la danza seguía surcando los cielos, se tornaba más y más denso y pesado el aire que me rodeaba, encendí mi linterna, dirigiéndola hacia uno y otro lado, ¡nada, no se veía nada! ¿Alguien me estaría jugando una especie de broma? ¿Pero en esa inmensa soledad? ¿En medio de la nada? Era muy poco probable, casi imposible.»

«¿Quién esta ahí? Grité. ¡Responda! Dije una vez más. Volví a preguntar. Nada. Entre tanta tensión me quedé dormido. Amaneció, muy temprano, puedo jurar que vi el sol enrojecido. Eran las cinco de la madrugada y su luz taciturna me inquietaba ya. Me incitaba a levantarme. Tomé algo de comida y seguí mi camino. A mitad del día y habiendo caminado ya varias horas, empecé a sentir que alguien me seguía, mas volteaba y aquel hombre se ocultaba tras los matorrales. Como medida de previsión saqué mi revolver y a la segunda vez que lo vi, inmediatamente volteé y logré verlo. Debo decir necesariamente que era un hombre, no, no era un hombre, me equivoque, era una especie de ser. ¡Disparé! el escopetazo sonó como una bomba en tan asfixiante soledad. Una carcajada provino de “eso” corrí en su persecución, más fue en vano. Al darme la vuelta, “eso” se encontraba detrás de mí; el acosado fue perseguidor, mas no huí, lo enfrenté. E incluso debo decir lo “miré”; mas no puedo describir que observé: un rostro amorfo, sin ojos ni boca ni nada de lo que pudiera haber visto nunca, por eso mi descripción es torpe. Atiné a dispararle nuevamente. Me tomó del brazo ¿con qué brazos o manos? No lo sé, no vi ninguna, pero me tomó de la muñeca. Le increpé que me soltara, pero mi voz se perdía en su cuerpo, el que había adquirido una enorme dimensión, tanto que ensombrecía el sol. Me arrastró, me arrastró con fuerza… ¡Mire! ¡Mire! ¡Cómo ha quedado mi brazo! Está quemado, completamente quemado. Al parecer es una gangrena, tan fuerte fue como aquella bestia me tomó, que vea cómo ha quedado, mas aún pude escapar, no sé como lo conseguí. Encontré al indio, al pequeño, al muchacho que me acompañó, no supo que decirme, más pronto me llevó donde su padre, me dijo que era curandero… Me desmayé… desperté y muchos indios me miraban… estaba justo en una ceremonia de limpia, el padre del muchacho era en efecto un brujo reconocido. La sesión fue agotadora. Mi mano me seguía doliendo horriblemente, desafortunadamente el brujo no me dio muy buenas noticias: no era ningún hechizo o mal conocido el que tenía yo, me dijo que ¡¡LA MISMA MUERTE ME HABÍA TOCADO!! Varios de los presentes se santiguaron y empezaron a condolerse de mí, mas no tardaron mucho en irse, el dolor sigue aumentando… sigue aumentando…»

–No sé que decirle, Martín, no lo sé, el muchacho se volvió loco…
–Le hubieras visto la mano, amigo, he visto gangrenas en mi vida, he presenciado enfermedades y mutilaciones pero eso, no se qué sería…
–¿A los cuantos días murió Ignacio?
–Luego que conversamos, a los dos días creo, se envenenó, pero su brazo nunca se encontró, nunca lo encontraron… ¡Se lo cercenó!

por Paul Muro

Atlantis

“Y en un solo día, en una noche fatal, todos los guerreros que había en vuestro país fueron tragados por la tierra que se abrió, y la isla Atlántida desapareció entre las olas”
Platón (427–347 A.C.)

Timeo

Desde que lo cantó Platón, hace más de dos milenios, nunca hubo otro testigo de la tragedia del continente perdido. Ese mundo cuyo paso por la existencia se esfumó en la bruma de la prehistoria, convirtiéndose en nada más que sueños y especulación; dudándose incluso que alguna vez existiera. Continue reading «Atlantis»

Juegos de video son negocio redondo

por Santiago Elordi (*)

A la memoria del sacerdote Bartolomé Las Casas.

Mi amigo J.P.F. me llamó un día por teléfono para ir a jugar video. Teléfono se llamaba un aparato de comunicación a distancia. Fue un domingo cuando mi amigo me llamó. Domingo se llamaba a la séptima sucesión de días que formaban una semana. Una medida para dividir el tiempo indivisible.

El local de juegos estaba invadido de máquinas supersónicas. Invadido por humo de cigarrillo y un olor entre chicle de menta y colonia inglesa. Ubicado en la esquina de Providencia con Lyon. En la ciudad de Santiago. Una ciudad ausente y pálida a los pies de la montaña.

El local de juegos estaba invadido de niños y niñas con cara de mujeres atrevidas. Vigiladas por guardias de traje azul con revólveres a la cintura. Así juegan los niños a los pies de la montaña. De pronto una de las máquinas se tragó la ficha. Mi amigo entraba en una descomunal batalla.

En un helicóptero volaba disparando ráfagas de ametralladora hacia un camino de tierra roja donde avanzaban los blindados enemigos. Sobre el difuso horizonte aparecieron de improviso aviones rusos a la velocidad del rayo. Hábilmente el piloto esquivó los proyectiles en el aire, y disparó unos teledirigibles hasta liquidar parte de la escuadra enemiga. ¡Cuidado! Por entre palmeras el helicóptero sorteaba la pesada artillería. El viento movía los árboles y mi amigo continuaba con vida. Al pasar sobre los ramajes de una tupida selva, tiritaron algunas luces, eran soldados camuflados que comenzaron a disparar recostados en el fango… Fue entonces cuando me di cuenta de que mi amigo se encontraba en la guerra del Vietnam.
Desde lo alto fue matando a todos los hombrecitos amarillos, uno a uno. Monos y pájaros también se desplomaban de los árboles. Cerca de la costa a un costado de un campo de plátanos, bastaron unos nuevos teledirigibles para que una aldea entera explotara en fuegos púrpuras sobre las aguas.

– ¿Para qué diablos disparas contra el pueblo?, le pregunté al piloto.
– Me equivoqué, contestó.

Y fumó. Y giró el helicóptero en 180 grados y apareció sobrevolando el mar. Y siguió avanzando y avanzando. A su paso iba destruyendo caminos, puentes, estaciones de radio, fábricas…

¡Qué águila! ¡Qué precisión de águila! ¡Un halcón en la batalla! Cualquier pestañeo le hubiese costado la vida. Hubiese dejado sus plumas reales aplastadas en la tierra del oriente. Mientras volaba, el piloto me iba explicando las técnicas de combate:

– Para aviones y construcciones debes utilizar las bombas dirigibles, para blindados menores la ametralladora movible. Mira, fíjate bien… «Tratataratratatatratrata…».

Y continuaba mi amigo disparando invicto por el cielo. De pronto detuvo el avance y descansó. La hélice quedó sonando sola en las alturas. Comenzó a oscurecer en el mundo, y entonces yo encendí un cigarrillo. Abajo, navegando en el Índico un escuadrón de naves apareció por entre las nubes… El piloto soltó el aliento y volvió al combate:

– Jamás ataques a estos barcos de frente, me dijo.
Y desobedeciendo el consejo, como un kamikase se lanzó contra un submarino que emergía de las aguas… Encaminándose en medio de la noche, un rayo fulminó su helicóptero. Millones de pedazos esparcidos por el cielo. Su gran combate había terminado.
-¿Por qué lo hiciste si sabías que ibas a morir?
– Para que aprendas a jugar, me contestó el piloto.

Luego, apretando unos botones, escribió su nombre en la pantalla.
La guerra es un juego, la música atronadora del aire enrarecido. Algo así corno un alarido salvaje que sube y baja por los resbalines de una noche furiosa.

¿Frente al irresistible silbido de las balas, quién llora los exterminios, las soberbias y antiguas construcciones en ruinas? La sangre de los muertos pinta un soberbio paisaje. La guerra entre los hombres: único gran espectáculo donde las entrañas se emocionan. Portentoso, salvaje, profundo, incontrolable, donde el arrepentimiento llega demasiado tarde.

Esos juegos importaba el Imperio a las colonias. El gran negocio de asomar las vísceras al aire. Y entraban niños a gastar sus ahorros en el gran show de los soldados con estrellas.

Cuando llegó mi turno introduje la ficha en la ranura de la máquina. Silbando, inmutable y olímpico, como un Dios de la guerra, como un diestro asesino que corta flores del jardín con aire inocente, con el encanto de una bailarina que salta de hoja en hoja mientras la sangre pasa bajo los puentes moví las piernas y los brazos. Estaba listo para comenzar…

Y apreté el botón verde de la partida y me fui disparando como un ángel furioso por los dilatados cielos. Apreté los comandos de la izquierda y derribé diez aviones cazabombarderos, los tanques explotaban fulminados en el suelo. Sonaron sirenas de alarma por largos caminos entre la selva y volé esquivando las descargas antiaéreas. No pasaron dos segundos y asomé mi vuelo sobre el océano. Pero camuflados contra el fondo de los acantilados una tropa de artilleros atravesó mi vuelo sacándome del juego.

Todo había terminado… Para el combate hay que tener entrenamiento. De lo contrario se cae, se cae desde siempre, como un pequeño aprendiz que no sabe remontar el vuelo. Se cae hasta «el duro cementerio reservado a los verdaderos aviadores y sobrepoblado de muertos amortajados en sus paracaídas, como momias o larvas que esperan en país de infieles el sol de la resurrección».

Se cae hecho polvo de metales por los huecos del aire. Pájaros, paracaidistas, pilotos, helicópteros, aeroplanos, mariposas, se cae. Ángeles perdidos siempre volando hacia un sol eterno. Alas malditas revelándose ante la muerte.

Muertos entonces abandonamos la sala de juegos, mi amigo piloto y yo. Junto a las tiendas de Providencia, subimos por la vereda. En cámara lenta parecían caer las hojas del otoño.

Pasado el tiempo en mi casa una noche tuve un sueño. Un sueño que ningún hombre de otra época pudo haber soñado nunca. Un escuadrón de máquinas jóvenes como legiones de ángeles salvadores avanzaba por la ciudad.

* * *

¡Ah!, yo pertenecía a otro mundo, se me olvidaba. Venía de la era de los flippers: mastodontes de madera dibujados, pacíficas y lentas bolas de acero chocando con flores de colores. Bares tropicales, cantinas del lejano oeste, monos trepando por palmeras y aullando bajo la luna. Ese tiempo se estaba yendo y yo no me daba cuenta encerrado entre el mar y las montañas. El tiempo, como una cicatriz enorme por el consumo de tecnología, se abría ante la nueva edad de las naves y la guerra.

Entre los niños de la sala jugaba una niña. Era una «lolita», preciosa. No tenía más de 15. Ceñida a su delicado cuerpo traía una corta minifalda. El pelo teñido de rojo le caía disparejo hasta los hombros. Del bolsillo de la campera sacó una petaca de pisco. Mientras hundía los botones, fumaba y tomaba del gollete. Yo tenía apenas 25 y me sentí muy viejo.

El combate de «lolita» era fantástico: encendidos colores metálicos que se esfumaban en el espacio. Formas concéntricas girando, émbolos detonantes casi transparentes en órbita para destruir su nave madre. Minúsculos asteroides que explotaban sembrando el espacio de veneno. Engendros galácticos tejiendo redes de luces en la bóveda celeste. Sirenas aladas huyendo de espanto. Huracanes, ciclones de polvo de estrellas cubriendo las ciudades como una tempestad de arena. Hoyos negros y silencio. Y la nave comandada por la preciosa «Iolita», triunfante salió a la luz desde los intrincados y lúgubres laberintos celestiales.

Mi amigo piloto le ofreció un cigarrillo. Displicente, como quien mira un bicho raro lo tomó entre sus labios; y sin comentarios se instaló a jugar en otra máquina. Entró a la sala un tipo mayor, venía borracho, y del pelo la arrastró por las baldosas hasta afuera. Tras los ventanales los vimos que de pronto se besaban y abrazados se alejaban. Pensamos que en la esquina se pondrían a volar, pero doblaron caminando como lo hacían todos los hombres en el año de 1985.

Esa misma tarde los guerreros sacaron sus máscaras y bailaron una ronda. Faunos rabiosos arrojaban piedras a las niñas del mundo. Al otro lado de una ventana donde posiblemente no haya nada.
En mi ciudad, repetían las personas instruidas y los anuncios:

«Quien no sepa computación en el año 2.000 será un analfabeto». Y el orgulloso anciano que persistía en pasear en su Ford del cincuenta sería volado por el aire. El maquinista aferrado a su lenta locomotora, abriéndose paso entre los bosques, sería volado por el aire. Los relojeros suizos y todo ese delicado mundo de chocolate, sería volado por el aire. El pintor con caballete pintando paisajes estivales, los platos preparados a fuego lento, los bailes de la patria y los vinos viejos serían volados por el aire.
Sin embargo el año dos mil llegará a la tierra. Los pastores seguirán viajando con sus ovejas por los valles. El agua seguirá brotando de los pozos bajo tierra.

La escalada de la técnica. La industria está diseñando una fuente de felicidad y de respeto. El futuro que algunos persisten en creer que nos traerá el paraíso. Poder viajar a la esquina del planeta en fracciones de segundos. Soplando un fermento nos llenaremos la boca de comida. El trabajo lo harán los androides de acero. Nosotros jugaremos al golf, al ajedrez, por fin al amor y al ocio en parques y jardines…Mi país estaba habitado por grandes manadas de cándidos consumidores. Son buenas personas en el fondo. ¡Castillos de barro en las orillas del mundo! ¡Miserables sueños del hombre acomplejado de progreso!

Y abandonamos la sala de los juegos. Esas guerras artificiales. Esos combates de la imaginación y del espanto en lejanos países y constelaciones. La ciudad con sus enormes empalizadas de concreto y letreros girando en lo alto, parecía un signo de un tiempo inanimado, antiguo, columpiándose en el aire, como el paisaje inmóvil de las cumbres nevadas del fondo, a la espera de algún mago que les devuelva el soplo de vida.

Y de vuelta a casa nos fuimos corriendo. A orillas del Canal San Carlos llegamos agotados, con la lengua afuera. Y sobre el puente nos sentamos a fumar, a mirar la corriente. Cartones, diarios, botellas de plástico arrastradas por la corriente, en su gran recorrido al mar y quién sabe si de allí a las estrellas. Y sobre ese puente nos imaginamos muchas cosas, corno por ejemplo nos imaginamos una nueva sala de juegos. Donde niños jueguen con máquinas nuevas. En una máquina donde, en vez de naves, estuviéramos nosotros dentro, con todo lo que estábamos mirando, con el puente, la corriente de las aguas pasando y todo lo que la vida se lleva.
Y sobre el puente pensamos en el viejo sueño de los poetas. Ese de que algún día el juego se juntará con la vida. Y abrimos un libro y leímos: «…Pronto llegó la nave a la isla de las sirenas…Entonces tomé trozos de cera que ablandé un poco al sol y fui tapando el oído de mis compañeros a quienes pedí que me ataran al mástil».

Y sobre el puente seguimos soñando; nada menos que el gran juego de la vida. Ya no escuchábamos el ruido de la corriente, de los autos, de la ciudad. La cera de Ulises nos había tapado los oídos… Y sobre el valle cayó la noche y el reflejo de la luna sobre el agua. Si al menos en el cine uno pudiera besar a la heroína, pensamos.
¡Oh, milagro donde lo leído pueda ser vivido! ¡Alquimia del verbo y la vida! Donde el que cuenta, y la historia, y el que lee la historia serán un solo cuerpo y la misma vida revelándose.

Juegos de video, y estas palabras escritas de vuelta a casa después de un domingo: Palabras que bien pudieron no haberse escrito nunca. Si los pensamientos mueven el mundo, algo asombroso está sucediendo en el patio de mi casa. Miro por la ventana, la hija de mi hermano juega con tierra en la boca, con las piernas colgando de la pandereta, sentada frente a un árbol se pone a cantar:

Qué linda en la rama la fruta se ve.
Si lanzo una piedra tendrá que caer…

por Santiago Elordi

(*) “Cambio y Fuera. Cantos y Visiones” Ediciones Hachette, Colección Arte y Literatura, 1992.

Leonardo Da Vinci en Los Infiernos

Santiago de Chile es una ciudad hispánica de índole o corporeidad muy singular. Día a día sobre su cielo inmensamente azul aparece el sol por detrás de la grandiosa cordillera de los Andes que; a un costado, la protege como una muralla trazada por los cíclopes. Otras veces esta montaña se nos presenta como una ballena gigantesca, varada en tierra verde, que toma diversos colores a la hora del atardecer y que en su lomo tuviese espumas -nieblas-, o bien que en invierno le hubiesen espolvoreado nieve por su lomo. Todo el año se ven desde la ciudad las nieves eternas, pero su altura no sobrepasa los cuatrocientos metros sobre el nivel del mar. A treinta kilómetros están las canchas de esquí de Farellones y a cien, por una carretera plana, entre colinas y montañas, se desemboca en el océano Pacífico. Debiera ser tan calurosa como la Ciudad del Cabo (en Africa), pues tiene su misma latitud, pero un ángel frío e invisible: la corriente marina de Humboldt, que viene del Polo Sur, le otorga cuatro estaciones, frutas y los más bellos durazneros en flor. En primavera el espíritu se confunde y uno se pregunta si está en Tokio.

Pero, como toda ciudad hispánica es de corte irregular y confuso. La calle Alonso Ovalle corre paralela a la gran avenida O’Higgins -su Alameda de las Delicias-, pero es estrecha y a menudo se pierde. Hay muchas calles cerradas, sin continuidad, que de pronto se ocultan, pero vuelven a aparecer, como esos ríos subterráneos, unas cuadras más allá… En la calle Alonso Ovalle está el templo de San Ignacio de los jesuitas y en ella conocí a Roberto Osborne, un hombre demasiado singular, hace algunos años. Era un chileno de origen inglés, entonces tendría unos sesenta años de edad. De elevada estatura y cara rojiza, muy bien rasurada, daba la impresión, incluso por sus cabellos grises, rebeldes y como disparados, de que el tiempo lo hubiese quemado un poco o tal vez, chamuscado.

Sus ojos eran negros y muy vivos. Tenían un raro resplandor de piedra mágica e invicta. Un amigo que por aquel entonces era profesor de Historia me llevó a su casa y, de inmediato, debido al nombre de la calle ya mentado se trabó en una disputa con él. En efecto, afirmaba Osborne que el jesuita Alonso de Ovalle en las descripciones que había hecho de Chile, durante la Colonia española, había afirmado que no muy lejos de Santiago de Chile, las viñas daban unos racimos gigantescos. El profesor negaba el aserto, rotundamente, diciendo que se trataba de «narraciones fabulosas del padre Ovalle, sin ningún fundamento plausibIe». Pero ante mi asombro creciente, Osborne, con un dominio de la química geológica, que me pareció la de un sabio, fue haciendo una descripción acerca de cómo se empobrecían los suelos, después de unos cuatro siglos de cultivos incesantes, hasta dejarnos maravillados. Pero el fuerte de sus conocimientos no era la composición de las tierras sino el esoterismo egipcio, de los grandes sacerdotes y ciertos problemas matemáticos relacionados con la física. Ante el espanto de su familia y sus hijos, había consumido gran parte de su vida en estos estudios, sin ejercer la profesión de abogado. A duras penas se había ganado el sustento en negocios más o menos desconocidos y como calígrafo y químico (en asuntos de medicina legal), en el más importante de los juzgados criminales de su ciudad natal. En esa primera entrevista nos habló largo de Demócrito, el millonario y sabio griego, que según los poquísimos datos que de él aún quedan, vivió en el siglo V, antes de Cristo y que fue, según sus fragmentarios cronistas, el gran visitante de los esquivos sacerdotes e iniciados de Egipto.

Volví varias veces a casa de Roberto Osborne, por las tardes, sin el funesto profesor de Historia, por cierto, que en nuestra primera entrevista había producido esa tan encarnizada y absurda discusión sobre los racimos de uvas, de tamaño gigante descritos por el padre Ovalle. Pero siempre me inquietaban los ojos de Osborne, y su aspecto rojizo, sollamado, como si se tratara de una arcilla que la habían puesto a cocer en un horno de alfareros. Pensaba en Heráclito de Efeso y en su teoría del fuego. Pensaba si el tiempo era, acaso, una expresión invisible de fuego, o de un raro fuego que va quemando a los hombres y los hace envejecer. Nunca tuve el coraje de decírselo y hoy me arrepiento de ello. A menudo interrumpía nuestras veladas su hijo mayor, un joven de mi misma edad, muy práctico y aventajado en sus estudios de medicina, sin ninguna probabilidad de que, algún día, el pájaro azul morase en su cerebro. Entraba sigiloso, le daba a Osborne un beso en la frente con gran prestancia juvenil, y le decía:

-«Padre, cómo nos hemos empobrecido mientras tú sigues buscando la piedra filosofal y vives tan plácidamente «dentro del círculo»…
Esta última frase era una alusión del muchacho a un poema de Osborne -pues había cultivado con esmero la poesía lírica- en que decía:
«Me encuentro donde siempre se es, no estando;
en el instante fijo, que no existe,
siendo en la esencia universal presente».

(Dentro del círculo).

Si bien éstos eran los versos que inquietaban a Javier (el hijo primogénito de Osborne), por mi parte yo pensaba en estos otros:

«Dispongo cuanto indica el manuscrito;
jamás titubearé al interpretarle,
que a la luz interior todo es legible.
Al terminar, cumpliendo con el rito,
sin pena, ni alegría he de quemarle
las fibras en el Fuego inextinguible»,

Entonces, yo me decía para mí mismo: «si, el Fuego inextinguible -el Tiempo- ese que lo está quemando a él…» (Ese que lo está quemando a él, requemándolo terriblemente…).

En una de las veladas, con toda sencillez, un día impensado me dijo:
-«Antonio, a «la luz interior todo es legible». (Utilizaba un verso suyo sin darse la menor cuenta). Anoche he soñado que en el bloque de mármol en que esculpió Miguel Angel su «David» memorable, trabajó antes otro artista…, Estoy seguro que abandonó la obra. . . Luego se le ofreció a Leonardo de Vinci proseguir la tarea, pero rehusó la oferta (vi un caballo colosal…). Finalmente, Miguel Angel tomó el gran bloque de mármol y esculpió su «David». Yo se lo aseguro».

Sentí un germen de fábula en sus palabras. Me intrigó aquello de un trabajo superpuesto, en un mismo bloque. Sentí un raro impacto. Aquello no podía ser como esas catedrales levantadas en parte por una generación y luego concluidas por otra, u otras.

«-De ser efectivo -le repuse- usted lo ha leído en algún libro o alguien se lo ha contado… De ahí viene su confusión…»
Me pareció que su rostro tomaba un aspecto más enrojecido y que sus ojos eran muchísimo más negros. En sus manos me pareció ver el ademán litúrgico y severo de algún sumo sacerdote, para luego responderme con increíble presteza:

«-No, no; no lo he leído en ningún libro, ni nadie me lo a contado nunca,., Estoy seguro, segurísimo. Desde hace algún tiempo estoy recogiendo estas valiosas experiencias de telepatía onírica, ¿Sabe…? Son modestas revelaciones que las capto durante el sueño, en forma imprevista, sobre temas diversos. Algunos no son de mi especialidad, me interesan poco… Hace algunos meses que le conté el asunto relativo a Demócrito, el monumento en su ciudad natal. Pude captar mucho de lo conversado por un círculo de helenistas del Pireo…

Al día siguiente, pese a mis muchas ocupaciones y preocupaciones, tomé contacto con un rumano que actuaba como crítico de arte de cierto diario de mucha circulación. El individuo era calvo como una calabaza y usaba unos gruesos lentes, con armaduras negras, muy especiales. Los usaba de ese tamaño y grosor para lograr una índole o personalidad especial. Después supe, por mi oculista, que dichos lentes le estaban produciendo una afección nasal… La armadura pesaba demasiado. Lo interrogué acerca de las afirmaciones de Osborne, pero no sabía nada, absolutamente nada sobre el particular. Se limitó a decirme:

-«¿Qué quiere que le diga..? Otro juguete esotérico d Osborne … Algo así como el monumento a Demócrito… o esos avances en los cálculos matemáticos para desintegrar el átomo …»
-«El monumento a Demócrito se levantó en su ciudad natal. He visto en el periódico la noticia respectiva. ¿O es que todos estamos alucinados?».

En lo que concierne a Demócrito he omitido decir que Osborne me relató que había escuchado lo «esencial» -fue su palabra exacta- de una reunión habida, no recuerdo bien si en el Pireo o en Atenas, en sueños, por medio de su telepatía onírica acerca del monumento que se había acordado erigirle a Demócrito. Lo que más me inquietó al darme la noticia no fue su autenticidad, sino acerca del hecho de si se podría ubicar o no, después de veinticinco siglos, la cuna terrestre del sabio griego Pero en torno al bloque de mármol nadie pudo decirme nada. Como Osborne insistiera en la verdad de su revelación, me adentré, por mi cuenta, en investigaciones sobre el gran Leonardo de Vinci. Supe que fue el hijo natural de un señor importante. Conocí su desafecto por las mujeres y su amor por los efebos. Entonces comprendí por qué su estampa de Cristo no era varonil. Me impuse de las intrigas históricas en torno a su Gioconda y su sonrisa de esfinge; dicho sea de paso, pese a su maestría; esta Gioconda siempre me resultó poderosamente antipática. Una vez, por el periódico, supe que había sido robada del Museo del Louvre. Compadecí, secretamente, al hombre que verificó su hurto. Después me inquietó esta frase suya: «El hombre posee gran razonamiento, pero en su mayor parte vano y falso. Los animales lo tienen en menor grado, pero útil y verídico». Varios días repetí: «vano y falso» como quien se mece en una silla de balancín: «vano y falso». Todo lo contrario de lo que nos decía el sacerdote que nos hacía clases de religión y que negaba, a pie juntillas, la inteligencia de los animales. Cuando niño yo siempre me resistí a creerle lo que afirmaba el padre Marambio, pues Ludovico, mi gato, según mis experiencias, era un genio. Después hallé otra frase de Leonardo que me pareció inmensa: «La vida bien aprovechada es larga». Yo entonces quería vivir mucho, muchos años. Ignoro para qué. Pero luego hallé otra, maravillosa: «iFatiga, primera muerta! Yo no me canso nunca de servir». Entonces, no me di cuenta de que quien amase esta última sentencia, siempre sería pobre. Es lo que me ha sucedido y no lo deploro. Yo sé que mi coraje es más alto que los montes Himalayas. Avancé por sus palabras y leí lo siguiente: “El ambiente de una pequeña habitación reajusta el espíritu. El ambiente de una grande, lo extravía». Yo entonces dormía en un cuarto muy pequeño y me causó cierto orgullo haber coincidido con Leonardo. Pero sus afirmaciones y estudios eran una cascada interminable (iqué hacer!): «El corazón es el más poderoso de los músculos». Leonardo fue el primero en descubrirlo y afirmarlo. Dibujó corazones maravillosamente. A fines del siglo XV conoció su funcionamiento como el más moderno y afamado de los médicos de hoy. Seguí avanzando por sus escritos, mejor dicho por los restos de sus manuscritos, pues los confió a un individuo que los puso en un granero y las lluvias los destruyeron, en gran parte, después de su muerte. Pensé que los papeles de los hombres que aman a los efebos siempre tienen mal fin. Sólo las mujeres sirven para guardar tesoros. Sólo ellas. Pero proseguí leyendo. Supe que había descubierto la ley de la gravitación universal y que el que hizo los cálculos fue Newton. Luego estudiando el mar Adriático hasta Montferrat, en Lombardía, contradijo a la Biblia en sus afirmaciones sobre el Diluvio. Sus estudios de las capas de conchas de las montañas daban otros datos muy diferentes. ¡Dios mío, pensé, cómo no lo alcanzaron las llamas de las hogueras del Santo Oficio! ¿Fué procesado o perseguido? No. Los hombres que aman a los efebos tienen pocas responsabilidades familiares. Sus afirmaciones no son muy tomadas en cuenta. Además, fue amigo de príncipes, cardenales y prelados preciaros. Entonces mi infra yo se dijo: «el papa Borgio tenía hijos; ¡ésos sí que eran Papas!». Finalmente, me encontré con el pintor. Leonardo decía en un párrafo muy especial: «La pintura va declinando de edad en edad y se va perdiendo cuando los pintores no tienen por maestra más que la pintura que los precedió»: (Y proseguía): «El pintor producirá una obra de escasa calidad si toma por maestra la pintura de los demás” (pensé en el pobre Portinari); pero si se inspira en la naturaleza dará buenos frutos». (Vi a Goya con su maja desnuda, que no era tal maja sino que una noble española que le gustaba recostarse desnuda). Pero el texto seguía: «Nosotros vemos que desde los Romanos (lo escribió con mayúscula) los pintores se han imitado el uno al otro y así, de época en época, provocaron siempre la decadencia de ese arte». (iPobre Portinari .. .!). Y el texto terminaba así: «Después, vino Giotto: ese florentino nacido en solitarias montañas, habitadas solamente por cabras y parecidos animales, y mirando la faz de la naturaleza como equivalente del arte, se puso a dibujar sobre las rocas las actitudes de las cabras que guardaba y continuó dibujando todos los animales que encontraba en la región (sin duda que no amaba a los efebos, pensé) y esto, de tal modo, que después de mucho estudio, superó no solamente a los maestros de su tiempo, sino que también los de muchos siglos pasados».

¡Por fin creí estar cerca de lo que buscaba! Leonardo también había sido escultor y planeó un monumento ecuestre, con un caballo gigante, hecho todo de cera, para Francisco Sforza. ¡Cuán grande era Leonardo de Vinci y cuán ignorantes somos nosotros! Dicen los cronistas que el caballo estaba listo para fundirse en bronce (y leonardo ya había hecho los estudios para fundir doscientas mil libras de ese metal, una tarea casi imposible para la época), cuando llegaron los franceses, sitiaron a Milán y los soldados empezaron a ejercitar la puntería en la cera del caballo utilizándolo como blanco… Pero pronto me di cuenta de que la verdad no era ésa… Tras esa inquietante fábula se ocultaba la incuria y el descaro de todas las épocas -incluso el Renacimiento- frente a los prodigios del arte y los artistas. La intemperie y el olvido, no las ballestas de los soldados franceses, meros alfileres frente al colosal caballo, destruyeron, para siempre, a esa octava maravilla del mundo. Milán lo sabe.

Osborne me había dado mucho trabajo, es cierto, pero, ¡cuánta alegría! Pude saber tantas cosas. En ciertos momentos tuve varios presagios. Osborne era reputado por algunos -los menos, por cierto- como un hombre peligroso: debido a su curiosidad insaciable (un poco Leonardesca, pensé…), una cierta vez se había puesto (él mismo me lo relató), a revisar en uno de los juzgados del crimen, en donde trabajaba, unos objetos de valor de un caballero que había sido asesinado en condiciones muy misteriosas (amores extraños, me agregó) y fue detenido, algunos días después, pues los detectives, tras de muchas averiguaciones hallaron sus impresiones digitales en ellos y creyeron haber dado con el verdadero asesino. Osborne, rara vez recordaba este lamentable suceso, pero, cuando lo hacía, se reía a carcajadas. ¡Demonios -pensé-, ir a ver a Osborne sirve sólo para salir cargado de problemas raros y más que todo, enciclopédicos! ¡La cosa había empezado por los racimos de uva, gigantes, del padre Alonso de Ovalle y ahora había estado embobado y enfrascado en el colosal monumento ecuestre a Francisco Sforza!

Pero toda búsqueda al fin se corona con la decepción o el júbilo y todo lo relativo al David de Miguel Angel, ya estaba aclarado: Decía el texto: «En los primeros años del siglo XVI existía en las proximidades de Santa María del Fiore, un gran bloque de mármol en el cual se había esbozado en parte la imagen de una figura gigantesca. El artista que por incapacidad hubo de abandonar este trabajo cuando apenas estaba iniciado fue Bartolomeo di Pietro». Pronto supe -Vasari lo dice- que el gonfaloniero Pietro Soderini tuvo «la idea de confiar a Leonardo de Vinci la terminación de la estatua que debía ser la de un David blandiendo su honda». Todavía existen no pocos dibujos de Leonardo, en los cuales ha quedado el testimonio gráfico de que intentó realizar esta obra. Pero todo parece indicar que su preocupación por fundir el colosal caballo de Francisco Sforza lo hizo desistirse de este proyecto y él pasó, de lleno, a manos de Miguel Angel. El asunto estaba claro y yo sentí una ínfima impresión deslumbrante. Me imaginé el gran bloque de mármol blanco y al saberlo todo sin duda que debí encarnar una mínima cuota de esa impresión maravillosa que vivió Roald Amundsen cuando colocó su bandera noruega en el polo Sur. ¡Eran las inevitables exploraciones bibliográficas a que nos conducía Osborne! Recuerdo que ese día me encontré con Mardoqueo Mardones, un compañero de estudios de derecho, al cual le conté la ubicación del aserto.

-«¡Lindo hallazgo!» -me dijo-. «¡Cómo pierdes el tiempo tratando de confrontar las pedanterías mágicas de Osborne! Cualquier auditor de ondas cortas,… mira, para ser más concreto… cualquier individuo que posea un buen receptor Hallicrafter, sabe más que Osborne y toda su majadería de la telepatía onírica…»

Aun hoy recuerdo que me imaginé a todos los encarnizados auditores de ondas cortas como a vampiros invisibles pegados a todos los muros, los techos, las azoteas y todas las casas del mundo, escuchando, espiando, sabiendo miles de cosas. Vi las pequeñas islas griegas con sus palacios y a los monjes budistas de Bangkok con sus túnicas amarillas a la hora del crepúsculo. La hora en que las ondas cortas se escuchan mejor durante el invierno. ¿Era compatible una audición de este tipo con esos interminables cálculos matemáticos en que estaba sumido? Por mi parte, tampoco nunca le atisbé instalaciones de este tipo.

Cuando volví a verle y le conté que había podido comprobar sus aseveraciones, después de no pocas búsquedas, se mostró algo frío y ausente. Ya le preocupaban otros asuntos muchísimo más complicados. Después de unos largos minutos su rostro tomó una rojez más intensa (es el fuego de Heráclito, el tiempo que lo está consumiendo y quemando, pensé para mí mismo), y experimentó cierto gozo de que yo hubiese comprobado su visión.

-«Antes de contarle -me dijo- aquello que yo llamaría la metamorfosis del «David» de Miguel Angel, lo único especial que sabía de él es que estuvo por largo tiempo en un patio de Florencia, pero al fin se dieron cuenta que la lluvia lo estaba gastando… (la lluvia también gasta las cosas, me insinuó) y, entonces, hasta los días de hoy fue colocado bajo techo».

Pero bien sabía yo que sus inquietudes ya eran otras. Mientras miraba sus antiguos libros -casi quemados por los años, víctimas ya de una amarillez insalvable, me habló largamente del “almoducto». En un principio no pude entenderle bien de qué se trataba. Me explicó que la palabra venía de «alma» y de “conducto» y que ya era una creación familiar a los mejores arqueólogos mexicanos. Que era el tubo o el orificio que habían dejado los egipcios y todos los pueblos antiguos -incluso los mayas y aztecas- en las tumbas y sarcófagos para que las almas de los difuntos pudiesen circular libremente. Le escuchaba con atención, pero subrepticiamente lanzaba algunas miradas para ver el susodicho aparato de ondas cortas que si no era una testarudez, al menos era una obsesión en la mente de mi amigo Mardoqueo Mardones.

Confieso que siempre me inquietó esa especie de lobreguez aristocrática de su sala escritorio. Era estrecha, algo oscura, recargada de papeles y de mapas. Había un globo terráqueo, demasiado amarillento, con los tonos del marfil antiguo, pero con una maravillosa escala para medir distancias, longitudes, latitudes, horas, segundos. A veces su sala me parecía el despacho de un piloto náutico, pero un cuarto que quedase bajo la línea de flotación del barco, aunque tenía dos pequeñas ventanas a la calle. Esta, aunque decente y bien situada, pero con veredas estrechas y sin árboles, dejaba en el corazón un dejo de enclaustramiento, de opresión e Irremediable tristeza, porque todo en Santiago de Chile resulta terroso e insignificante comparado con un cielo siempre azul y su gigantesca cordillera de los Andes.

-«La sabiduría de los antiguos -volvió a decirme Osborne- está en esos «almoductos». Porque el espíritu es algo material… ¿cómo explicarlo? Es algo así como un circuito electrónico, un fluido, tiene ondas. Sólo puede expresarse en Dios o en otros cerebros. Porque nuestro espíritu es material, jamás podrá entender la materia ni el mundo que nos rodea. Estamos muy demasiado por debajo de Dios. El lo sabe».

Ese día lo encontré más inquietante que nunca. Su rojez me pareció satánica, ligeramente mefistofélica. Reconozco que no logré asir profundamente su pensamiento. Las inquietudes de nuestro siglo eran otras y, en esos días, más que un piloto de altura con tantos mapas, Roberto Osborne me pareció más bien un náufrago. Sólo algunos años después -tal vez demasiados- cuando tuve en mi casa un ídolo chibcha auténtico con tres «almoductos», volví a meditar en sus palabras y me produjeron un cierto deslumbramiento. No era propiamente un ídolo sino que un retrato funerario. Casi una urna.

* * *

Prolongados viajes y estancias en diversos pueblos de Latinoamérica me distanciaron de Osborne. Cada seis o siete mese recibía alguna carta suya. Viví en Buenos Aires después de terminada la Segunda guerra mundial y alcancé a percibir como quien dice las últimas mareas o terribles oleajes del espantoso conflicto. Recuerdo que Osborne me escribió dos o tres veces, pidiéndome detalles raros, de testigos presenciales, relacionados con la batalla naval que culminó con la caza del acorazado alemán de bolsillo «Almirante Graf von Spee», no muy lejos de Montevideo, por una escuadra británica cuyo barco guía creo que fue el «Exeter», que después del combate llegó a puerto con muchos muertos y heridos a bordo. Yo tenía demasiadas preocupaciones y me resultaba muy duro complacerlo en una ciudad tan llena de automóviles y con un tráfico urbano tan complicado como el de Buenos Aires. En cualquiera diligencia se gastaba un día entero y no había nadie que me reemplazara en las faenas. Por eso, cuando estuve en Bogotá no le hablé una sola palabra sobre mi estatuilla chibcha. ¡Qué iba a decirle, si tiene tres almoductos!

Ignoro si los datos solicitados sobre el acorazado von Spee tenían algún sentido esotérico o fueron meras inquietudes de germanófilo oculto, pese a su apellido inglés. Confieso que nunca aclaré la duda, pese a los rumores que entonces circularon ce que mi amigo Osborne se habría dedicado al espionaje para cierta potencia europea. Todo me pareció una gran calumnia incluso cuando me decían y repetían que los peritajes de los juzgados eran una mera pantalla incapaz de producir las entradas para alimentar a los peces de un pequeño acuario.

* * *

Hoy vivo en La Habana y confieso que el aire siempre tibio o cálido y el cielo profundamente azul, acelera la imaginación con espirales de vértigo. Las cabezas humanas siempre colocadas a una temperatura de treinta grados ven el mundo de otra manera y el sexo es un diamante interior que ilumina el rostro de Afrodita, con meridiana intensidad. Las palmas reales sellan con una naturaleza muy propia de ellas el horizonte, tanto de las tardes como de las noches ligeramente rosadas. Natalia Navia nuestra poetisa y amiga, las ha definido con mucha pulcritud e ímpetu de amor, en una especie de letanía. Dice de las palmas:

«..Antífona del puerto.
Flauta del huracán.
Arquitectura siboney.
Vértebra zodiacal.
Pedestal del relámpago.
Hélice agraria.
Garza encantada.
Radar de la libertad».

Dice esto y mucho más. Su enumeración es encendida y larga. En sus veladas hemos consumido muchas palabras y la levadura de muchas noches del Caribe. La casa de Natalia Navia está cerca de la Calzada de Columbia, perdida, aparentemente, entre los árboles y las estrellas. Noche a noche también está con nosotros Isaías del Val, con su rostro tan parecido al de Federico García Larca. Caballero de la Orden de Malta y profesor sin cátedra, mira hacia el pasado y el futuro con una serenidad grandiosa. Mi imaginación a veces lo ve deambulando por palacios del medioevo italiano o tomando parte en una procesión de Siena, en los días de hoy, vestido con sus ropas soberanas y portando los más finos estandartes medievales. Porque así es el Caribe, encendido y brillante como las escamas de sus peces multicolores y las plumas de sus pájaros maravillosos. En ciertas veladas nuestra obsesión es América y a veces hablamos de ella como si la hubiésemos perdido para siempre.

Pese al tiempo y a la distancia Osborne ha vuelto a escribirme. Me hace recuerdos históricos del conquistador Hernando de Soto. Me señala que fue el primero en tomar el camino de Miami, ante la inseguridad de las defensas españolas en el puerto de La Habana. Los contertulios pensamos que huyó inútilmente, pues pronto fue asesinado en La Florida. Pero Osborne me pide datos sobre las viejas murallas de La Habana, hace tanto tiempo derruidas. Me siento abrumado y le paso todo el pedido a Isaías del Val. Pienso que estará feliz recorriendo las arcaicas murallas invisibles. Pero todavía hay mucho más. Le interesan oscuros e ignorados imagineros del Caribe. ¿Cómo los ha descubierto? Todos los ignoran. Recuerdo que Natalia Navia posee un retablo de Juan de Juanes y, humildemente, le pido una investigación. Finalmente, me explica sus nuevas experiencias sobre la telepatía onírica. Me cuenta que ha visto a la Gioconda de Leonardo de Vinci, sonreír en La Habana. En su carta me dice, textualmente: «En el último mes he hecho grandes progresos en la telepatía onírica. En dos noches sucesivas he visto, en La Habana, sonreír a la Gioconda. Su perfil es muy hermoso. Créamelo, amigo mío». Luego pasa a explicarme sus dolencias reumáticas, pero yo ya temo más por su mente que por sus músculos. Han pasado no pocos años. No me atrevo a contarle a mis amigos de las «Veladas de la Calzada de Columbia» -llamémoslas así, estas últimas aseveraciones”. Siento un profundo pudor por la salud mental de mi amigo. No conviene exponerlo a críticas inquietantes. Isaías del Val está de buen humor y nos dice:

-«Ustedes saben que nosotros los Caballeros de la Soberana Orden de Malta primero perdimos la isla de Rodas, luego la de Malta y ahora la de Cuba.. ,»
-«A propósito de islas -acota el escultor Tobías Taboada (mientras roza con su dedo índice su pequeña barba blanca)- Huidobro dijo lo siguiente: «Napoleón era una isla, nació en una isla, murió en una isla. Su historia es un archipiélago».

* * *

Cada vez que Natalia Navia nos llevaba al taller de Tobías Taboada en su pequeño automóvil inglés de color marfil y verde, siendo ella uno de los pocos conductores con que yo me siento absolutamente seguro, tengo el tiempo suficiente para ver sus rasgos tan parecidos a los de la princesa Margaret Rose, de Gran Bretaña. Toma la carretera, casi siempre por la misma ruta, hacia el pueblo vecino en que Taboada tiene su taller en una bella colina ondulante, con un bélico y bíblico horizonte sitiado por las palmas reales. Poco antes de llegar a la casa del escultor, una especie de chalet o mágica barraca para duendes rodeada de árboles y flores tropicales. Natalia saca lentamente su dedo índice izquierdo por la ventanilla del coche nos dice:

-«En esa otra colina vivió Ernst Hemingway. Allí escribió “El viejo y el mar»…

Apenas entreveo la casa. Las palmas como -soldados infatigables velan la colina y hay demasiados árboles, Parece que fueran mangos.
La entrada a la mansión de Tobías Taboada es hermosa, acogida por la penumbra. Bajo dos hileras de árboles y arbustos, a ambos lados de la senda que conduce a la casa taller, están sobre sus plintos no pocos retratos. Lincoln con su rostro de inventor paciente más que de político, nos atisba desde un ángulo. A la izquierda está en mármol una mujer cubana cuyos labios (aunque blancos) parecen vivos. Creemos que los de Afrodita no fueron más agraciados. Y en una pequeña fuente Alicia Alonso hace un paso de danza. Mira hacia el Este. Finalmente hace contrapunto con la puerta de entrada su gran San Francisco, de pie, con una unción como levitada. Pienso que debiera estar en la capilla de una base de cohetes para astronautas. Parece que por su propia fuerza fuese a elevarse. Aquí hemos proyectado nuestras veladas desde un nuevo ángulo. Recuerdo que un día hablamos de Victoria Macho. Les conté haber visto su estupendo monumento a Belalcázar en una colina de la ciudad de Cali. Muchas veces el sol se ha puesto bajo el peso de nuestras palabras, lentamente, en la casa taller de Taboada.

Una tarde soleada e idéntica a tantas otras los escasos cuatro contertulios de nuestras veladas llegamos a su mansión ajenos a todo enigma. Taboada tenia los ojos visiblemente más negros y su fina nariz ligeramente rojiza -es demasiado blanco-, daba un margen más pleno a una invisible sonrisa. No dije nada, pero empecé a inquietarme: ¿Ouién habrá llegado o estará en su casa? ¿Algún escultor contemporáneo ideador de artefactos o adefesios de hierro y hojalata? ¿Un González cualquiera de la pobre y vapuleada escultura del siglo XX? Seguí observando. Taboada estaba un poco aéreo, como su San Francisco. Avanzó hacia el fondo de su taller y nos dijo que iba a mostrarnos algo, Levantó cuidadosamente los trapos mojados que tenía sobre la arcilla de un busto grande con esa seguridad propia de los que tienen educadas sus manos como si fuesen los más finos instrumentos de precisión. Nuestros ojos chocaron, mágicamente, con lo imprevisto. Era la Gioconda de Leonardo de Vinci llevada a la escultura. En el primer instante nos quedamos silenciosos, pero pronto surgieron las exclamaciones de asombro. ¡Al fin veía yo una Gioconda fina, aérea, antillana! Aunque idéntica a la otra era algo más joven, tal vez mucho más joven. Hoy pienso que de ahí, tal vez, procedía su arrollador encanto. Pasaron unos nuevos instantes y pensé en la carta de Osborne… ¿Dónde la había guardado…? Difícilmente recordé su frase: «Su perfil es muy hermoso». Ahora la comprendía cabalmente: sólo en una escultura podría verse ese perfil. Todos le preguntaban a Taboada cómo la había hecho y no me dieron la menor oportunidad para decir una sola palabra sobre Osborne. El escultor nos mostró dos reproducciones pictóricas del célebre cuadro de De Vinci y nos aseguró que la había esculpido sin ningún dibujo previo. Era lo cierto. Para ver el equilibrio de todas sus partes nos trajo un espejo veneciano y nos pidió que la mirásemos a través de él. Realmente, era perfecta. Yo me sentí liberado. La pesada Gioconda de Leonardo, esa parecida a Benito Mussolini por el mentón tan fuerte, había dado paso a esta otra, viva, triunfalmente antillana. Pensé en los milagros que puede hacer la espuma de las islas situadas en mares verdes. Ahora supe por qué Natalia Navia había llamado a la palma real: arquitectura siboney. Pronto debíamos partir de la colina y ya no era posible hablarles de Osborne. Además, ¿si hubiera perdido su carta? Pensaba en su telepatía onírica y en su teoría de los «almoductos». Durante todo el camino me fui meditando en Osborne. Como hablase tan poco me preguntaron si me sentía enfermo. Llegué a intuir que mi amigo Roberto Osborne había sido durante toda su vida un inquieto dramático, una enredadera que había lanzado zarcillos y tentáculos hacia todos los conocimientos… en suma, algo así como un micro-Leonardo de Vinci . .. perdido en esa sórdida y estrecha calle de una capital latinoamericana sita al pie de Los Andes.

Llegué a la casa al anochecer, un poco obsesionado, con mucha prisa en hallar y releer la última carta de Osborne. Ella sería un título preciado y único. Se la leería a Taboada y los contertulios. En otra visita, a no dudarlo, sería el eje invicto de la reunión. Causaría tanto o más sorpresa que el propio busto de la Gioconda. Abrí gavetas, hojée libros, pero… no estaba. Cené decepcionado e intranquilo. ¡Por fin el subconsciente me dio la pista. Repentinamente recordé que la había dejado junto a un libro con reproducciones de Leonardo de Vinci!.

Dos o tres días después tomé la carta con su sobre y sus correspondientes sellos de correo y me dirigí a la habitual velada para mostrársela a los contertulios. Iba a tomar la palabra para exhibirla, cuando Natalia Navia, con un aire preocupado y sombrío, me dijo sorpresivamente:

-«Ha pasado algo horrible. Ayer estuvimos en el taller de Taboada y nos contó que al día siguiente que fuimos nosotros, como a eso de las seis de la tarde, el busto de la Gioconda se hundió y, al parecer, cayó al suelo de cabeza. Como la arcilla todavía estaba húmeda, se destruyó totalmente. Jamás en toda su vida de escultor, en treinta años de trabajos, le pasó algo semejante… Jamás, a pesar de que en su catálogo figuran más de trescientos retratos de patricios cubanos y celebridades de otros países. Taboada está enfurecido y profundamente amargado… No es para menos».

Escuché a Natalia atentamente y sentí una decepción casi irremediable. La noche estaba encendida por los élitros de los grillos con una música insaciable. Hacía un leve calor. No pude reponerme del todo, pero les leí la carta de Osborne. Isaías del Val miró los sellos del sobre con toda atención y trajo una lupa. Comprobó las fechas de los timbres de los correos y exclamó:

-«El señor Osborne vio el busto desde Santiago de Chile. Las fechas coinciden exactamente. Llamaré por teléfono a Taboada inmediatamente…»

Desde el corredor oímos, veladamente, la lectura de la carta y las exclamaciones que hacía, mientras Taboada, ajeno a todo, de seguro, lo contrainterrogaba… Volvió a su asiento en la velada y nos relató que el escultor, furioso y apesadumbrado había vuelto a modelar otra Gioconda, pero que «la sonrisa no le salía» y que, por minutos, se estaba desesperando (Por todo comentario le dije:
-«Leonardo de Vinci mora en los infiernos. Ahora me lo explica todo…»

Mis palabras tuvieron la virtud de catalizar ese clima mágico, casi ritual, que había logrado crear la carta de Osborne. Creí estar, otra vez, junto a los papiros e inscripciones egipcios de su esotérico escritorio de la calle Alonso Ovalle. Los muchos años que había estado separado de Osborne, las lagunas del tiempo, a decir verdad, en esos instantes, ya no las sentía. Asocié, de inmediato, la destrucción de la Gioconda a la del caballo gigantesco a Francisco Sforza, modelado en cera. Ví a los ballesteros franceses, bulliciosos y fuertes, con los bíceps prominentes, disparar sus ballestas contra el coloso, como si fuesen los rayos de una luz siniestra. Y vi pequeñas hebras de cera, resbalar como lágrimas por la pulida superficie del colosal caballo.

Al día siguiente llegamos al taller y mansión de Taboada para ver la nueva Gioconda. Todos, sin exceptuar ninguno de nosotros, nos quedamos mudos. La nueva Gioconda era pesada; carecía de énfasis vital. («Es una italiana cualquiera, sin luz, dijo mi infra yo, en su tono interior más bajo y deprimido que era posible»). Taboada nos miraba a todos un poco consternado. Como si fuese un náufrago presa de la fatiga, no se atrevía a interrogarnos. Tomé el espejo veneciano y me puse a mirar las palmas de la colina de enfrente. Luego volví al estudio y escuché a la madre de Natalia que decía:

-«La boca de la otra era muy distinta… Debió ser más grande…»
Como la arcilla estaba fresca, Taboada avanzó hacia el busto y dio algunos toques… Mejoró bastante, pero no era la otra… Imposible. No era todavía la otra… Sin embargo, comprobé que nuestras memorias podrían reconstituirla. Con una audacia que casi me pareció desparpajo, manifesté:
-«Tiene los ojos demasiado abiertos. La otra miraba en forma distinta…»

Taboada avanzó nuevamente e hizo algunos retoques. Ahora sí que reía..: Era otra, pero volvía a ser la Gioconda. Los ojos de Taboada también se iluminaron como si dos coleópteros muy negros se hubiesen, súbitamente, incrustados en ellos, en un vuelo muy rápido como de prestidigitadores diminutos. Natalia e Isaías dieron nuevas instrucciones. Taboada parecía un autómata teleguiado. ¿Ahora éramos nosotros los escultores? Estábamos llevando a la arcilla a la otra, a la Gioconda entrevista por Osborne, a tantos miles de millas de distancia?

-«Ignoro por qué -le dije a Taboada-, pero hoy creo que fue Leonardo de Vinci el que destruyó a la otra…»

Mientras el ángelus cubría de invisibles rosas la colina de enfrente, abandonamos el taller. Cuando el automóvil ya estaba en marcha, la madre de Natalia nos dijo con pleno énfasis:

-«¡Qué va, su ángel lo abandonó y la de ahora es otra…!”
Efectivamente, la primera Gioconda ya no se podía reconstituir jamás. Era la Gioconda Siboney con la más pura gracia de las mujeres del Caribe. Era la que irritó a Leonardo y volvió a Taboada supersticioso. La nueva Gioconda era una Gioconda que sonreía tristemente. Taboada, varias veces, por indicaciones nuestras, esa misma tarde, trató de superarla, pero fue en vano. Las instrucciones eran erradas y había que borrarlas. En esa forma quedó definitivamente esculpida. Cuando la arcilla estuviese seca, una semana o más, sería llevada al gran horno de cocción para luego ser trasladada al bronce para siempre. Se usaría la técnica de los moldes de arena ante la imposibilidad de utilizar los de cera.

Una semana después recibí una llamada telefónica de Taboada. La noche estaba serena y veía desde mi casa -muy elevada por cierto, en un edificio de veinte pisos- cómo la constelación de Sagitario iba descendiendo sobre el mar. Un clima de magia envolvía a Taboada. Me hablaba de Osborne y de los almoductos con un brío desconocido. De la teoría de éste en el sentido de que el espíritu debe ser un fluido, una onda. Hacía acotaciones o comentarios y me decía que a él, como escultor, lo había impresionado extraordinariamente, pues de los miles de almoductos que dejaron abiertos, desde los días de los egipcios los escultores del pasado, por muy pocos tal vez pasaron almas de elegidos, ondas que sólo pueden traducirse, para siempre, en el polifacético ser de Dios. Esos debían ser los inmortales. Los salvados. Y que Leonardo de Vinci, de seguro, era uno de ellos.

Pero sus sobresaltadas y afiebradas palabras ahora tenían un nuevo y raro antecedente real. En una semana la arcilla de la nueva Gioconda se había puesto negra, cosa que nunca, ja más, le había sucedido en su ya larga vida de escultor con casi sesenta años de edad… Luego me decía que este suceso inesperado lo había hecho ver que sería una imprudencia llevar el busto al horno de cocción donde podría hacerse mil pedazos y que había optado por sacar una copia en yeso para evitar nuevas zozobras y fracasos inesperados. Sólo me limité a decirle, con cierta ironía:

-«Ya lo ve, ahora se puso negra. . . Dígame si Leonardo de Vinci no mora en los infiernos…»

La Habana 7, 8, 9 y 11 Feb, 1962.

por Antonio Undurraga(*)

(*) “El Eclipse de Narciso y otros cuentos” Editorial del Pacífico, 1973.