Segunda Mención Honrosa: JE.T.A.I.M.E. 1.0 – Francisco Pino

Sus manos ordenaban los archivos de una manera increíble, luego de tomar cada disco expediente lo insertaba en su palma descargando la información y luego organizándola en el contenedor zip. Sentada frente a su escritorio, ensimismada en su trabajo, brillante y dorada, era una de esas secretarias androides que hacían que el humano mas insensible sucumbiera a sus encantos de máquina curvilínea de diseño neomecha.
A pasos de ella, absorto mientras pulía por décima vez un vidrio a punto de destrozarse, un robot de asepsia no despegaba sus receptores visuales de aquella diosa de acero y bronce. Su placer, descaradamente enajenador, no le advirtió que el vidrio estallaba en mil pedazos.
-Campo de fuerza inverso y absorción de fragmentos de vidrio y onda expansiva -sentenció el robot mientras un halo celeste transparente se expandía absorbiendo los trozos y el molesto sonido provocado por el estallido.
-¡Bravo! -exclamaron las personas mientras se levantaban y veían que la situación estaba bajo control. Miraban admirados al robot de fantásticos reflejos y perfecto equipamiento.
Y fue cuando sucedió. Francine, quien no despegaba sus manos de la multifunción archivatoria, detuvo su trabajo y enfocó sus receptores visuales sobre Celso, el robot de asepsia, quién, en un estúpido vaivén reactivo a la mirada de la secretaria se desplomaba escaleras abajo mientras movía su mano mecánicamente en señal de saludo.
Y es así. Los días pasan en la ciudad, como un mecanismo eterno con fuente de poder vitalicio. Por las calles limpias y perfectamente pulidas circulan humanos y máquinas, unos sirven y otros ordenan, en un ciclo cotidiano y natural que se ha repetido eternamente desde la aparición del hombre y sus jerarquías.
Desde la invención de la Corteza Cerebral Sintética la vida del hombre dio un vuelco radical, lo que permitió que todo tipo de tareas, desde utilizar una computadora de plasma hasta cargar barras de acero integrado, fueran desarrolladas de manera eficiente y eficaz. El sistema CCS permite la utilización de un casco neuronal que conecta al humano con su droide de trabajo, independiente la distancia, a través de la empresa que contrata al empleado y una vasta red de fibras multispeed de instalación básica. De esta forma el encargado del robot constructor de la torre de comunicaciones en Libreville, Gabón, comanda a su autómata a la perfección mediante un ordenador de plasma y su implante de corteza cerebral sintética desde su casa en Ottawa, Canadá.
De ese modo, el sistema de trabajo experimentó un cambio que mejoró las relaciones internacionales, las tecnologías de comunicación y la precisión de la mano de obra formal e intelectual en el mundo. Pero no fue suficiente como para lograr un cambio en el trato entre trabajadores virtuales, existiendo altercados y abusos de poder entre capataz y empleado. El hecho de trabajar a distancia no podía impedir discusiones con otros profesionales, o problemas de trato y más aún, peleas entre los droides realizadores del trabajo. La naturaleza del ser humano tiende a la violencia de manera directa o indirecta, lo cual podría diagnosticarse como un problema de inseguridad crónica, solucionable sólo con el dominio o control de individuos cercanos y situaciones.
Pero a pesar de los problemas naturales del ser humano, un hombre y una mujer descubrirán el secreto que los llevará a la felicidad plena. Ella vive en Nantes, Francia, en un departamento que le dejó su padre antes de morir. Su vida es solitaria y apagada. Aparte de su ordenador de plasma, su cama y algunos electrodomésticos no posee más bienes materiales. Su mente se entrega al minimalismo absoluto, aplicándolo tanto a su forma de pensar como a su manera de vivir.
-Archivo de datos e interrelación de información con proyecto de educación en Mogadiscio, Somalia -ordenó mientras desplegaba las ventanas del sistema operativo y vigilaba la cafetera sobre la única mesita que se encontraba en la esquina de su apartamento.
Alternativamente en el Ministerio de Educación de Somalia la secretaria droide se activaba y empezaba su frenético orden y asimilación de archivos.
Pero sus receptores ópticos no pudieron evitar ver al robot de asepsia colocar un nuevo cristal en la ventana rota. Los dedos de Francine y las sinapsis de orden de su cerebro se centraron específicamente en la máquina que manejaba el vidrio.
-Concéntrate Francine, sería lo último si te empezaras a enamorar de ese robot -dijo y tomó un sorbo de café.
Aquel pensamiento había recorrido su mente desde que conoció al hombre mecánico encargado de la limpieza, el cual gracias a su cortesía y asistencia cobraba una gran impresión en la secretaria.
-¿Será un autómata o un droide de la CCS? -se preguntó Francine y después de investigar visualmente su armadura encontró la sigla que deseaba ver.
Mientras en Kingston, Jamaica, Celso respiraba el aire fresco que lanzaba su ventilador mientras comunicaba finalizado el acoplamiento del cristal en la ventana.
-El cristal está listo señorita Francine -anunció cortésmente Celso mientras ordenaba su brazo múltiple y miraba insistentemente a la droide en busca de algún espasmo o coqueteo.
-Muchas gracias -respondió con asombro Francine mientras pensaba de qué manera aquel robot supo su nombre.
-Soy Celso y estoy para servirle -dijo mientras se retiraba firme y seguro en sus pasos dando una que otra mirada a la estupefacta androide.
Ya era tarde y la jornada de trabajo terminaba. Celso abandonaba su casa para reunirse con sus amigos en algún bar de Kingston Bajo. Sus sienes le apretaban y latían.
-Sirva una ronda de cerveza -ordenó Celso al barman droide de turno mientras encendía un cigarrillo y charlaba animosamente con sus amigos.
-Hoy tuve un gran problema con el droide capataz en mi empresa – contaba Julius, amigo de infancia de Celso-, el muy cretino me obligó a realizar esfuerzo redoblado en la carga de peri 2 de acero integrado, lo cual pudo haber fundido los mecanismos de carga de mi robot carguero y eso sería un serio descuento de mi salario, perdería dinero de por vida.
-¿Y como tomaste el asunto? -preguntó Celso mientras soltaba una bocanada de humo.
-Traté por los medios lógicos del diálogo, luego al ver que no reaccionaba, me contacté con la empresa matriz que nos contrató, lo cual provocó el despido del capataz en cuestión, era un tal Cantini que trabajaba desde Milán -y tomando un sorbo de cerveza notó en Celso algo extraño.
-Me parece que te pasa lo mismo que a mi, trabajar con esa corteza cerebral sintética me provoca lapsos de enajenación, e incluso en ocasiones no logro diferenciar si la labor la realizo yo objetivamente o mi droide de trabajo, es confuso, creo que necesito vacaciones -y llamando al barman droide pidió más cerveza y un tema musical holográfico de fondo
-Bueno aparte de los malestares del casco neuronal mi problema es otro -tomó un poco de cerveza y prosiguió-, en el departamento en el que trabajo a cargo de la limpieza existe una droide encargada de la multifunción archivatoria. Lo único que sé de ella es su nombre y también que no es un autómata si no que trabaja con implantes CCS.
-¿No me digas que te atrae una droide secretaria? -exclamó exaltado Julius mientras daba palmadas a Celso en la espalda.
-Creo que sí, desde que vi el rostro de Francine en la interfaz de aspecto de la droide no he podido sacar esa imagen de mi memoria -y bebió cerveza mientras sonreía a Julius que soltaba una gran carcajada.
Repentinamente un grupo de personas entró en la cantina de manera abrupta. Traían holopancartas y discofolletos y empezaron a vociferar mientras entregaban los informativos.
-Realizaremos una asamblea por los derechos de los trabajadores de la CCS, las injusticias salariales y de abuso de poder frenan nuestro crecimiento como gremio y peor aún, nos separan a nivel político y gubernamental.
El público, muy conforme del discurso aceptó la información. Lo que el gremio no sabía era que entre los asistentes del bar estaba uno de los cabecillas del sindicato de capataces, el cual al escuchar al grupo se levantó mientras pagaba la cuenta y miraba tratando de reconocer rostros para informar a sus superiores.
Los ánimos se apagaban en Kingston. Celso, Julius y los demás discutían la posibilidad de jugar un partido de fútbol soccer en una de las canchas aledañas, el partido se formalizó cuando comenzaron las apuestas. Celso, parado en medio de la cancha, miraba al cielo nocturno, a la estrella más brillante. Un pelotazo en el rostro lo aterrizó de su éxtasis.
Al mismo tiempo, Francine, retocaba una imagen en su editor gráfico. Era el rostro de Celso, realizado en un collage al más puro estilo pop art graphicshop. Recordaba a su padre cuando le decía sobre vivir con él en el campo, con esa amabilidad que le caracterizaba y que reflejaba en sus grandes ojos negros. Mientras trabajaba sonreía. Trataba de enfocar el rostro a través de la interfaz del robot de asepsia.
-Si tan sólo pudiera verlo -pensó Francine.
-¿Qué estará haciendo ahora? -pensó Celso.
El rubor subió a la cara de Francine. Celso la paraba de pecho y daba pase a Julius. Una sonrisa delicada figuraba en el rostro de la joven mientras se levantaba a atender la puerta de su departamento. Celso pidió un tiempo. Julius lo miró y sonrió, haciendo un gesto de locura con sus ojos y manos. Francine recibió a Amelie, su amiga del alma. Celso descansaba junto a Julius.
-¿Cómo se llama? -preguntó Amelie mientras servía una taza de café negro.
-Celso -murmuró tímidamente Francine -trabaja conmigo en el ministerio de educación de Mogadiscio, Somalia.
-No crees que es muy apresurado creer que te gusta un tipo que ni siquiera conoces y para colmo trabaja en limpieza -comentó peyorativamente Amelie.
-No es el hecho de que trabaje en limpieza, ni menos el tiempo que lo conozco, es su mirada, apenas la distingo a través del grueso cristal de la cabeza del robot, pero me da confianza y me agrada, siento algo muy extraño por él -y diciendo esto Francine miró con rubor a Amelie.
-Parece que esto va en serio, trata de no desilusionarte, recuerda que los amores fugaces son peligrosos -sentenció Amelie mientras miraba de manera pícara a Francine. Ambas sonrieron.
Mientras al lado de las canchas de Kingston bajo.
-Yo creo que no tienes que tomártelo tan a pecho, recuerda que la apariencia de la droide no tiene nada que ver con el cuerpo real de la chica – replicó desconfiado Julius mientras Celso secaba su transpiración.
-Lo sé amigo, pero esto va más allá de las apariencias. Al principio me atraía su diseño de cubierta, pero luego empecé a ver por sobre lo material, sus ojos brillaban atravesando la pantalla de interfaz de la droide -comentaba absorto Celso-, lo único que deseo ahora es verla de nuevo.
-Eres un enfermo, enamorarte de la cubierta de una droide secretaria -y riendo daba palmadas a Celso el cual carcajeaba de buena gana ante su buen grupo de amigos.
La tropa se aprestaba a pagar al droide guardia la cuota de arriendo por la cancha cuando uno de los chicos de la cantina se aproximó exaltado.
-El gremio de capataces convocó a reunión extraordinaria en la sede virtual del holomundo, a las 11:00 AM. Deben avisar a la Empresa de CCS y al matriz empresarial que los contrató-y diciendo eso desapareció entre la multitud.
-Esto me da mala espina -comentó Julius a unos de los muchachos del grupo.
-Pero no nos queda más que asistir, es nuestra responsabilidad al participar de esta forma de trabajo y nuestro gremio -comentó Celso mientras el grupo se separaba.
-Aún así debemos estar preparados para cualquier golpe bajo -dijo Julius a Celso mientras se despedían.
Esa noche Celso no podía dormir. Se conectó a la red a través de su ordenador de plasma. La buscó. En archivos de la empresa en la que trabajaban y en la nómina de empleados del ministerio de educación de Mogadiscio, Somalia. El chico es un genio en la búsqueda de información. Se licenció en informática y principios de robótica en Kingston con honores, más sus sueños no consistían en poder económico ni fama, él quería ir mucho más allá.
-Te tengo -pensó Celso mientras se conectaba a través del chat con Francine quien tenia su ordenador de plasma en línea con la red.
Francine, quien en ese momento salía de la ducha, observó que tenía un mensaje en espera. Su alegría fue inmensa cuando averiguó que era Celso.
-Hola -saludó mentalmente Celso mediante su censor neuronal.
-Hola, ¿cómo me encontraste? -preguntó mentalmente Francine sonriendo mientras secaba su pelo y acomodaba su censor neuronal.
-Uno que otro archivo corrupto por ahí, y algunos crack de mi invención -respondió de manera simpática el chico mientras no dejaba de mirar a los ojos a Francine.
-Si no me buscabas tu, te aseguro que lo hubiera hecho yo -aseguró Francine mientras sonreía al monitor panorámico de plasma.
-Lo sé -dijo mentalmente Celso y comenzaron a charlar.
Conversaron fluidamente sobre todo tipo de temas, sin tapujos, sin desconfianza, como si se tratase de una relación de muchos años. Mientras más se miraban más se enamoraban. El tiempo pasó largamente pero para ellos significaron sólo minutos. Platicaron hasta que debieron volver a sus actividades en sus trabajos correspondientes.
Pero no les importó.
Eran las 11:00 AM y todos los empleados que utilizaban el sistema CCS estaban conectados virtualmente a sus droides de trabajo en modalidad de labor automática y alternativamente se presentaban al holomundo con el gremio de capataces. La cantidad de entidades era increíble, el salón virtual de reuniones estaba copado y constantemente debía simular más espacio para los nuevos visitantes. Uno de los jefes de los capataces subió a un podium y se dirigió a la audiencia:
-Últimamente los problemas en las relaciones entre capataz y empleado has aumentado considerablemente. La conducta irrespetuosa de los subordinados ha llevado a que el gremio tome una decisión en relación al sistema laboral y gracias a nuestros informáticos hemos generado un software denominado JE.T.AI.M.E. 1.0 que potenciará el trabajo y disminuirá la conducta indecorosa de los empleados -y diciendo esto el capataz activó la interfaz de inicio descargando el programa en todos los ordenadores de plasma y sistemas operativos de los droides trabajadores.
-Pero ustedes no pueden hacer esto, no han tomado nuestra palabra ni aprobación para el proyecto JE.T.AI.M.E. 1.0 -exclamó Celso ante una asamblea alterada que lentamente caía en el inconsciente.
El proyecto JE.T.AI.M.E. 1.0 no era más que un virus que provoca la desconexión del usuario a su realidad como ser humano y deja prisionera el alma de la persona en el androide. Su principio activo anula la sinapsis del organismo descargando el flujo a la corriente de conexión con el sistema de CCS y aprisiona el alma en la vía receptora ejecutora racional del droide. Elimina el concepto de conciencia y voluntad de poder del trabajador, transformándolo en un simple «robot sin conexión».
Los droides de todas partes del mundo se levantaron, los cuerpos de sus pilotos yacen muertos frente a sus ordenadores de plasma mientras sus cascos neuronales sueltan los últimos chispazos de corriente
Un enorme robot carguero se alza sobre una edificación, es Julius quien, conciente, incita a sus compañeros a levantarse y derrocar a los capataces. Alternativamente en Somalia, Celso y Francine abandonan el ministerio de educación. El sol baña sus metalizados cuerpos con un nuevo resplandor.
Una horda de robots con alma humana avanza. Sólo dos son felices.

© 2004, Francisco Pino.

Sobre el autor: Francisco Eusebio Pino Sáez nació en 1976 en alguna ciudad no especificada de Chile. Se ha desempeñado como Diseñador Gráfico y participó activamente en la Corporación Crearte, cumpliendo el cargo de Encargado de Escuela en el Colegio Marcela Paz de Recoleta y profesor del Taller de Cómic del mismo establecimiento. Actualmente realiza su Proyecto de Título MORBUS ARCANUS, Aventura Gráfica Interactiva bajo la tutela del profesor Germán Orellana con quien además colabora en proyectos de docencia universitaria. Además posee el cargo de Profesor de ilustración y cómic en el Programa Integrarte donde realiza clases desde abril de 2004.

Cuarta Mención Honrosa: El Regreso del Hombre Muerto – Sergio Gaut vel Hartman

Despierta. Está de pie, en medio de una habitación. No recuerda haberse quedado dormido. Alza las manos y ve relieves de hueso y ríos de venas azules, pero no las reconoce como propias. ¿Debería? La habitación, en cambio, es parte de una geografía familiar; ha estado aquí tantas veces que si se lo propusiera podría llamar a cada átomo por su nombre. Pero, ¿qué importancia tiene eso? Cabalga sobre la extrañeza que le produce saber y no saber al mismo tiempo y no tarda en descubrir que ha perdido mechones de memoria, desprendidos como costras secas, como fogonazos sin brillo.
-¿Papá? Regresaste. Estás de nuevo en casa, ¡qué alegría! -El que habla es un hombre joven que ha entrado a la habitación sin hacer ruido; está bronceado por soles verdaderos, tiene la sonrisa fácil y largos cabellos rubios que le caen en cascada sobre los hombros. Se aproxima, aferra las manos como mapas, con sus ríos de venas azules y escabrosas crestas de piedra, y las aprieta con fuerza contra su pecho. -Estamos juntos de nuevo. ¿No te hace feliz?
Quisiera responder. La respuesta es no. Pero la sílaba mínima, a la vez palabra rotunda y maciza, no logra abandonar la boca. Las mandíbulas apretadas ofician de candados y el no se pierde en una ilegible conjunción de mímicas vagas. Tal vez ni siquiera importe. Regreso. Juntos. Feliz. No importa, no; realmente no importa.
Un mal disimulado sonido de engranajes aporta un elemento residual a lo que hubiera sido una explicación desafortunada. Pero está fuera de su alcance comprenderlo. ¿Ha chirriado un mecanismo dentro de su propio cuerpo? ¿Es eso? Un segundo después, una voz simétrica disuelve el eco, y el precario sistema construido se desmorona.
-¡Papá! -Una mujer de facciones rígidas, sin alegría, irrumpe en el espacio ya ocupado por los otros dos. También es joven; el corto cabello rojizo, rizado y desprolijo, expresa una insolente contrariedad. Su cuerpo, pálido y tembloroso, informa que proviene de un largo encierro y que se dirige hacia otro, tal vez más prolongado aún. -Hubiese preferido…
-¡Silencio, querida hermana! No estropees este momento mágico con tu vulgar desaliento. -El hombre joven, bronceado y seguro de sí mismo, coloca una de las manos del anciano entre las de la mujer, que la sostiene con aprensión, casi con asco. -¿No es cierto, papá, que ya no estás muerto?
-No es una pregunta que se pueda responder con palabras -dice ella-. Tampoco esperaba volver a verlo, de todos modos; nunca creí que eso fuera a… funcionar.
-Y esto es sólo el principio -dice el hermano-, ¿por qué no estás contenta? Tendrías que estar contenta. Deberías estar tan contenta como lo estoy yo, como lo está él. -Luego, dirigiéndose al dueño de los huesos y las venas azules, agrega. -Dio resultado, papá. -Y luego, regodeándose con la repetición: -Ya no estás muerto.
Pero ella grita enérgicamente. -¡Sí, está muerto! -Se pone frenética y arroja la mano que sostenía entre las propias como si se tratara de un insecto repugnante. -¿No te das cuenta? Han puesto una máquina absurda en el interior de su cuerpo, un artefacto microscópico que le permite estar parado en medio de la habitación, mirándonos como si nos conociera, como si supiera que somos sus hijos.
-Estuviste de acuerdo -protesta el joven de sonrisa fácil, pero ya no sonríe.
-Me hiciste firmar esos papeles, a la fuerza; estaba dolorida, confusa, aturdida. Se moría, pero fastidiaste hasta que los firmé. Él… esto…
Ahora está completamente despierto. Permanece de pie, en medio de la habitación. Los que gesticulan y discuten son sus hijos; eso afirman y él no está en condiciones de aceptar o rebatir nada; sólo los hechos refrendan un pasado tan perfecto como frío. Por lo visto no están de acuerdo con algo que han hecho, con alguna decisión que han tomado. No recuerda haberse quedado dormido y el abismo gris en el que se aloja la memoria no le ofrece datos adicionales. Recupera la mano que fue arrojada al vacío y ve relieves de hueso y ríos de venas azules. Acepta que es su propia mano y un impulso acude a su boca. -Está bien -articula. No son sus mejores palabras, pero alcanzan para detenerlos en el aire, como libélulas heladas.
-¡Te lo dije! -exclama el hijo, alborozado-. Está de acuerdo con lo que hicimos.
-Lo acepta, no le queda otro remedio -replica la hija. Sus párpados caen pesadamente y la escena se nubla y descompone. No fue preparada para tolerar sin más algo tan poco natural. Pero sabe que no sueña, ni se siente atrapada por una alucinación. Está ocurriendo, en este momento, sin mesura.
-Hijos. Malena. Luis. -Ha emitido las palabras con voz cascada, pero está seguro de que son los roles y nombres adecuados-. Me siento… ¿raro? Extraño, sí, todo esto es muy extraño.
-¡Funcionó, papá! -grita Luis, eufórico-. Ellos dijeron…
-Ellos cobraron una enorme suma de dinero -fustiga Malena retrocediendo un paso-. Crearon un programa que reproduce la voz y otro que activa los músculos. Es un títere, Luis, una marioneta; no es nuestro padre. -Retrocede otro paso, se aproxima a la puerta; quiere salir de la habitación, poner distancia, aunque sea para volver a encerrarse en su jaula dorada.
Ahora está seguro de lo que han hecho con él. Busca sin eficacia un nombre para su estado. ¿Es un hombre? No lo es, porque ha muerto. ¿Un resucitado, tal vez? Tampoco; para serlo, como el Lázaro del mito, tendría que haber operado una voluntad divina que lo devolviera a su estado anterior.
Ahora estoy seguro de lo que me han hecho, reflexiona. Busco sin ineficacia un nombre para mi estado. ¿Soy un hombre? No lo soy, porque he muerto. ¿Un resucitado, tal vez? Tampoco; para serlo, como el Lázaro del mito, tendría que haber operado una voluntad divina que me devolviera a mi estado anterior. Sólo han creado un programa que reproduce mi voz y otro que activa mis músculos. Pero también me han provisto de un receptáculo en el que se agitan, como serpientes, los recuerdos compartidos con Malena y Luis, cuando eran pequeños, y también con Sara, la madre, mi mujer durante tantos años. Ella no fue afortunada, como yo, murió antes de que los genios de silicio pudieran convertir su cadáver en un títere, una marioneta electrónica. Sara no fue afortunada, como él, murió antes de que los genios de silicio pudieran convertir su cadáver en un títere, una marioneta electrónica. La voz, rebotando en los espejos, le obsequia una imagen deformada de lo mismo.
Aún permanece de pie, en medio de la habitación, pero se le ocurre que no sería mala idea sentarse, y se sienta. Malena regresa sobre sus pasos y también se sienta. Los hijos ya no discuten ni gesticulan. Ahora se sienta Luis y así dispuestos, en torno a la mesa, podrían pasar por tres personas corrientes que comparten una velada familiar.
-¿Te das cuenta? -dice Luis-. Ha tomado la iniciativa. Sólo será cuestión de acostumbrarse.
-Algo fallará -dice ella, recelosa, obstinada-. Se quemará una placa y lo veremos girando como un trompo, rebotando contra las paredes, meándose encima.
Luis se ríe rígidamente y hace un gesto extraño, demasiado frívolo para la ocasión.
-No puede, ni eso ni lo otro, ¡tonta! Los recuperados no necesitan comer, ni dormir, ni soñar…
-¿Recuperados? ¿Ese es el nombre que les dieron? -Malena cierra los ojos y trata de conectar su mente con la del hombre que regresó de la muerte, pero sabe que esa es la fantasía de los débiles de espíritu y la rechaza.
No obstante, el hombre que regresó de la muerte piensa que no está mal que digan que ha sido recuperado. Observa a sus hijos y entiende que también es un buen momento para una sonrisa. Sonríe. Han encontrado un nombre para su estado. No es un ser vivo, exactamente un ser humano, ni ha resucitado, pero no le cae mal considerar que convalece de la enfermedad que lo habría confinado en una tumba si no lo hubieran atiborrado de programas. Y allí seguiría, para siempre. Un programa reproduce mi voz, recordó, otro activa mis músculos y un tercer programa permite que sepa que esos dos que me flanquean, con las manos juntas sobre la mesa, como en un rezo, son mis hijos. Recuerdo cuando los llevaba al parque, por ejemplo y también recuerdo haberlos castigado una vez que me desobedecieron. Recuerdo otros actos, claro, pero no son importantes. Fui un hombre severo y seguiré siéndolo. Pero ellos no parecen guardarme rencor.
-Papá -está diciendo Luis-, no sabemos cómo manejar esto; no nos prepararon para comportarnos como es debido. Malena está asustada. Yo estoy confundido. No sé qué le diré a mi mujer. Lo mantuvimos en secreto porque…
-Temían que no funcionara. Lo entiendo. -El hombre que había estado muerto trata de resolver un problema delicado. ¿Debe fingir que está vivo, que celebra el regreso o es suficiente con que pasee su imperturbable presencia por los cuartos de la casa, sin involucrarse mayormente en los asuntos cotidianos? Zarandea tímidamente los componentes electrónicos y obtiene una directiva rotunda. -Hijos: su padre ha regresado; obviemos los detalles espinosos y aceptemos el milagro. El programa es capaz de aprender. Pronto seré el de siempre. Podrán enviarme a comprar el pan y a pagar las facturas de servicios. Iré a buscar a los niños al colegio… ¿Dónde están los niños? -Siente que empieza a dominar la situación; cada vez está más seguro. -Sabrina y Mateo. ¿He acertado? ¿Son tus hijos, no? -agrega señalando a Luis-. Es bueno tener hijos. ¿Por qué no tuviste hijos, Malena?
-¡Papá, por favor! -se agita Luis.
-No, está bien. Es como si fuera de la familia -dice Malena con acre ironía-. ¿Existe una buena razón para no escarbar en la herida? No… -Había estado a punto de decir «papá». -No puedo tener hijos; soy estéril. ¿Falta ese dato en tu exquisita memoria?
-Nada es para siempre -dice el hombre que regresó de la muerte-. No hay que perder las esperanzas.
-¿Cuántas frases hechas -escupe Malena con rabia- caben en tu cerebro positrónico? ¿O es biónico?
-Malena, ¡basta ya! -Luis se sacude eléctricamente. Se asemeja a una patética criatura reanimada mediante técnicas dignas de una novela gótica. Pero sus pensamientos no guardan relación alguna con la colección de gestos que prodiga. Quizá piensa que no ha perdido del todo las posibilidades de conquistar el afecto del hombre muerto; lleva décadas intentándolo.
-Es un buen cerebro -dice el recuperado sin inmutarse-; su capacidad de almacenamiento es tan grande que pronto tendrán que inventar un nuevo prefijo. A propósito: ¿alguno de ustedes sabe cómo se designa el rango superior a tera?
-¿De qué estás hablando? -balbucea Malena, irritada, desgarrada por dentro.
-Habla de magnitudes -dice Luis. No soporta la desorganización mental de su hermana y siente que ella se precipita, infalible, hacia los abismos interiores de sí misma.
-¿Magnitudes? ¿A quién le importan las magnitudes? ¿A qué juego estamos jugando, hermanito?
Luis adopta un talante de superioridad, la arrogancia del conocedor que se enfrenta al neófito. -Es un científico. Nunca pudiste soportar el fulgor de su mente superior.
-Fue un científico, cuando estaba vivo -enfatiza Malena-. Y lo de mente superior corre por tu cuenta.
-Tablas -dice el recuperado-. Avanzando en esta dirección sólo conseguiremos destrozarnos. Además -agrega componiendo un gesto que trata de pasar por confidencia- es peligroso para mí. Los circuitos podrían sobrecargarse…
-¿Te das cuenta? -se queja Malena-. Han conservado lo peor de su patrimonio: el egoísmo. Aún muerto sólo se preocupa por sí mismo. Los demás sólo existimos en función de sus intereses.
-¿Qué estás diciendo? -Luis se enfurece. Un cierto espíritu de cuerpo lo ha llevado siempre a defenderlo. -No deberías faltarle el respeto. Él… él…
-¿Qué? ¿Porque está muerto? ¿Han extirpado las fallas de su personalidad? Entiendo. Ya no está en condiciones de obligarme a abortar, como hizo cuando yo era adolescente, ¿no es cierto? Los recuperados no hacen esas cosas, ¿no es cierto, señor? -Las últimas palabras son aullidos; no le importa-.
Luis extiende la mano como un pájaro furioso y abofetea a Malena. Lo ha hecho otras veces. Volvería a hacerlo. La mujer retrocede algunos pasos y busca algo en un bolso. Lo halla y lo empuña. Es una pequeña pistola. Sin vacilar y con fría determinación, aunque segura de que el hombre que regresó de la muerte no se interpondrá en el camino de la bala, dispara y acierta entre los ojos de su hermano. Aún antes de que el cuerpo termine de desplomarse, ella encara al que fue su padre, y con la mirada llena de furia le lanza la frase definitiva.
-Pueden ponerle esas lindas maquinitas que inventaron. Nadie notará la diferencia.
Pero el hombre que volvió de la muerte no parece impresionado.
-Mil gigas es tera. Mil teras es peta. Mil petas es exa. Mil exas es zetta. Mil zettas es yotta. ¿Qué es mil yottas? ¿Habrá una palabra que explique tanta información? ¿Qué te parece, Malena?

© 2004, Sergio Gaut vel Hartman.

Sobre el autor: Sergio Gaut vel Hartman nació en 1947, en Buenos Aires, Argentina. Empezó a publicar cuando comenzaba la década de 1970 en la ya mítica revista española Nueva Dimensión. En 1982, impulsado por los vientos que generó la aparición de El Péndulo, generó la actividad que derivaría en la creación del Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía y fundó el fanzine Sinergia, al que seguirían la revista Parsec y las antologías Fase. Por entonces colaboró intensamente en las revistas El Péndulo y Minotauro. Esa etapa culminó con la publicación del libro de relatos Cuerpos Descartables y lo que sería una especie de prólogo a su actividad actual, la antología Latinoamérica Fantástica, editada por Ultramar. Luego de una pausa que tal vez se relacione con la saturación que conlleva una intensa actividad en un campo y el desaliento provocado por la chatura cultural de la década menemista, regresó tras la publicación de un texto en El Cuento Argentino de Ciencia Ficción (Nuevo Siglo), en el que apareció muy bien rodeado (Borges, Bioy Casares, Lugones, Gordischer, Gardini, Oesterheld, Capanna). Empezó a colaborar intensamente con Axxon y otras publicaciones virtuales y creó el Club de Lectura Ucronía, un espacio que pretende promover la literatura de ciencia ficción, especulativa y conjetural escrita en español. Por estos días escribe intensamente y ha completado cuatro novelas y otros tantos libros de relatos que espera ver publicados a la brevedad. También trabaja en la creación de un sitio web dedicado al análisis crítico y al desarrollo de la literatura fantástica en sus formas racionales.

Angélica

por Jorge Baradit

1

Angélica mira asustada la manera en que su mano derecha tiembla sin control.

Una mueca de angustia contrae su rostro pálido, su cabellera roja, su boca pequeña apretada en un gesto de dolor.
Un hilo de algo parecido a la sangre sale por su oído izquierdo y gotea sobre el suelo metálico con ritmo acompasado. Ese ruido mínimo y la respiración agitada de la pequeña niña son lo único que rompe la penumbra espesa que llena esa bodega abandonada, en el viejo puerto de Valparaíso.

–Quiero olvidarme. Por favor haz que olvide… –susurra en un hilo de voz a punto de quebrarse, encogida entre fierros y cajas.
Su ropa es demasiado grande para su cuerpo demasiado fino, sus pantalones tienen desgarros y manchas de aceite en las rodillas, su memoria tiene vidrios clavados por debajo, imágenes y recuerdos que entran como puñaladas a través de la suave piel de su pecho.
Lágrimas.

–No quiero morir…tengo miedo de morir… –murmura y se toma el rostro con las manos. No más de doce o trece años, sollozando casi en silencio entre las sombras y las planchas oxidadas que recubren las paredes tras las que se esconde.

2

El tercer hijo de cada familia es propiedad del Estado.

Al quinto mes de embarazo el feto es extraído para ser cultivado con distintos objetivos: como donante de órganos, pieza para armamento o, si acredita potencial psíquico, como parte del programa de “Durmientes”.

Los “durmientes” son no-natos cultivados dentro de anacondas vivas enterradas verticalmente en arena de cuarzo, desde donde sólo emerge la cabeza chasqueante del reptil enfurecido por las drogas.

El campo de cultivo de durmientes más famoso está en el interior de la catedral de Köln. …llena hasta la mitad con arena y vigilada por mujeres vírgenes… la superficie, sembrada de cabezas de serpientes gruñendo sus oraciones, es un espectáculo único en el planeta.

El sonido ambiente es un mantra (producido por el zumbido de cables de alta tensión) similar al OM que se escucha en el ruido de fondo del Universo; la nota desaforada del Big Bang que aún resuena en el cráneo de Jehová.

Las catedrales son particularmente adecuadas para estas plantaciones. Fueron violentamente requisadas antes de la segunda república como invernaderos estatales, cajas de resonancia espiritual de incalculable valor industrial, ecosistemas psíquicos calibrados con gran precisión.

Los “durmientes” son mantenidos en una variación del estado de coma conocido como “sueño de rama”, una especie de “satori sintético” inducido por mezcalina y descargas eléctricas de microintensidades aplicadas a los testículos y la glándula pituitaria por cables de cobre bellamente labrados.

Cuando los “durmientes” cumplen 33 años el estómago de la anaconda es rebanado. La mujer a cargo (su “soror mysticae”) copula con él, pierde su virginidad y es asesinada en secreto. Entonces el “durmiente” puede ser despertado.

Los “durmientes” son utilizados con diversos fines: psicológicos, bélicos, religiosos o policiales. Son intocables. Algunos vagan por las calles desnudos y con la mirada perdida murmurando incoherencias, otros se aparean en las plazas o vociferan profecías. Los fines de éstos durmientes son desconocidos excepto para los gobernantes. Otros (como el durmiente Rogelio Canelo) tienen un objetivo más específico, más prosaico: son “iluminados” producidos industrialmente para la investigación policial, la videncia y el espionaje.

(Fragmentos de la “Crónica del Nuevo Tiempo”, Vol. II)

3

–Usted acaba de nacer, Rogelio ¿Puede comprender eso? –dijo el coronel, con voz firme. Frente a él había un hombre maduro de contextura atlética que lo miraba inexpresivamente. El coronel estalló en cólera cuando una gota de saliva rodó al suelo desde la comisura de sus labios.
–¡Cómo se atreven a traerlo a mi presencia en estas condiciones! –gritó hacia el techo. Un acople rompió la atmósfera y una voz temblorosa se abrió paso a través del sistema de amplificación.
–S… señor. Usted ordenó traerlo de inmediato y…
–¡Imbécil! Llévenlo a programación e instálenle un sistema operativo standard, por dios. Esto es como hablarle a una lechuga –rojo de indignación, apretó una mano y lo abofeteó en pleno rostro. Rogelio no emitió quejido alguno.

4

–¿Podré rezar? ¿Estaré autorizada para rezar? ¿Se enojará dios si le rezo? –sollozaba Angélica–. Necesito que me escuche, tengo tanto que decirle, pero no responde… quizás aquellos como yo no tenemos derecho a hablarle… quizás desprecia a las “cosas” como yo… quizás no sea mejor que un refrigerador para él… pero, tengo tanto miedo.
Angélica llevaba horas escondida en esa bodega hedionda a orines de gato incapaz de moverse, muriendo de miedo entre la oscuridad espesa y llena de reflejos que giraba inmóvil, casi sólida en torno a sus enormes ojos color acero, nublados por la pena.

Anochecía en Valparaíso.

Suspiró hondo y decidió calmarse.

Cerró sus ojos.

De pronto un ruido extraño se abrió camino entre los fierros y sus pupilas se dilataron con horror.

El ruido venía de la izquierda, luego de la derecha. Su respiración se agitó. Algo rodó tras la chatarra frente a ella y pequeñas patas corrieron en todas direcciones. Angélica se recogió contra su esquina respirando agitadamente, gimiendo y temblando. Todo tomó coloración rojiza y una enorme rata apareció a dos metros frente a ella. La mente de Angélica se vio invadida súbitamente por un silencio gélido, muchos clicks sonaron en sus brazos y una mirilla flotó de pronto en su campo visual. No entendía nada pero sus manos apuntaron por sí mismas, un fuego subió por su espina dorsal y la rata estalló en mil pedazos en una enorme explosión que dejó un cráter humeante ahí, frente a su frágil cuerpo que temblaba paralizado, horrorizado, sin comprender lo que había ocurrido.

5

Desde el alto techo de la sala de programación pendía una anaconda viva, sosteniendo entre sus fauces la cabeza de Rogelio Canelo, que colgaba inmóvil, apenas rozando la superficie de un pozo lleno de salmuera que se abría bajo sus pies.

–¿Puedo ya hablar con él? –preguntó el coronel sentado en una sala contigua desde donde, a través de un vidrio, se podía ver toda la escena.
–Tenemos su mente desplegada por toda la habitación –dijo un operario señalando las diminutas runas grabadas en las placas de cobre repujado que cubrían las paredes–. Está encarnado en las placas de circuitería. Los conjuros son seguros, no deberíamos tener problemas en contactarnos con él –dijo a la vez que movía los dedos sobre su consola ouija, estimulando los dragones nacarados que decoraban la fina pieza de tecnología con precisos gestos de reiki–. Abriendo canal de comunicaciones.
–Rogelio, ¿me escuchas?
Silencio.
¿Rogelio?
Silencio. El operario tragó saliva, el coronel apretó sus mandíbulas.
-¿Por qué no puedo moverme? –murmuró la voz sintetizada de Rogelio a través de los parlantes.
–Tranquilo- dijo el coronel con una sonrisa de satisfacción –pronto tendrás respuesta a todo.
–… ¿por qué no recuerdo nada antes de… hace un minuto atrás?
–Suéltenlo, está listo –ordenó el coronel y salió de la habitación.

Media hora después, Rogelio dormía sentado frente al coronel. Su cerebro estaba siendo inundado lentamente con un sistema operativo que, neurona a neurona, posaba datos cristalinos entre las dendritas como polen sobre flores electrónicas.
El coronel escudriñaba los párpados del agente esperando una señal. Misterios impenetrables ocurrían tras las paredes de ese cráneo. Una flor de mil pétalos sinápticos se abriría frente a sus ojos en cualquier momento. Le gustaba imaginar que un feto humano flotaba maduro dentro del cráneo de cada “durmiente” esperando despertar.

De pronto las pupilas tiemblan. El coronel frunce el ceño. Pasa un instante y nuevamente se mueven, casi imperceptiblemente. Luego de unos segundos la etapa REM está declarada y a los movimientos oculares se suman pequeños temblores y suspiros ligeros. El militar parece hipnotizado, sus ojos son puñales clavados en el entrecejo del “durmiente”.

“Malditos animales”, piensa apretando las mandíbulas.
Ha asistido a cada “despertar” desde que fue asignado al departamento, sin saber qué es lo que busca en ese momento único en que una bolsa de hueso y músculo se transforma en algo humano. Se pregunta qué le atrae de estos hombres que gimen y se remueven como niños con pesadillas, fetos adultos que polucionan sin vergüenzas.

Detesta a estos hombres puros que despiertan limpios y sin heridas en el espíritu. El ha tenido que limpiar la porquería del país varias veces, usando su propio corazón y odia cada uno de esos actos reprochables, que se han adherido a las paredes de su alma como costras infectadas. Envidia la inmoralidad sin culpa de estos “durmientes”. Quisiera para sí esa pureza asesina, desprovista de pasión y remordimiento que brilla fría como una daga en sus pupilas.

Nadie debería tener derecho a un regalo así. La vida sólo da pasos hacia adelante, no se deshacen los errores, no desaparecen las cicatrices, no hay segundas oportunidades; excepto para estos “animales sin madre” que renacen cada vez con el corazón tan limpio y honesto como el hambre de sangre de un tiburón.
Al coronel le encanta recordarles que no tienen más memoria que la que él decide darles, es su pequeña venganza desde que descubriera que ellos desean “recordar” con la misma fuerza con la que él quisiera olvidar.

Rogelio había abierto los ojos en el ínter tanto y miraba alrededor suyo con una curiosidad fría, desprovista de toda sorpresa.

El militar carraspeó.

–¿Es la primera vez que me “descongelan”? ¿O ha habido otras veces? –preguntó distraídamente.
–La verdad es que es la quinta vez que utilizamos tus servicios –dijo el coronel–. Tu red neuronal es altamente estable y receptiva a la carga y descarga de información. Eres uno de nuestros “durmientes” predilectos, muchacho –agregó con amarga satisfacción.
Rogelio miraba un punto indefinido frente a sus ojos.
–La sensación es extraña –murmuró con el rostro inexpresivo–, es como morir y reencarnar en el mismo cuerpo.
–Que curioso, Rogelio –sonrió el coronel–, cada vez que te despertamos haces el mismo comentario.
–¿Ese es mi nombre?… Rogelio –hizo un gesto de aceptación–. Recuerdo… cosas. Soy apto para… cosas –frunció el entrecejo y miró al coronel directamente a los ojos–. ¿Es normal esto que siento aquí? –dijo, apuntándose el pecho.
El coronel se quedó en silencio y miró de reojo a los operarios tras el espejo de vigilancia.
–Sientes…sientes algo, ¿extraño? –agregó con inquietud.
Rogelio buscó en su interior durante unos segundos y murmuró con voz queda:
–Profunda tristeza.
El coronel suspiró aliviado.
–Bienvenido a la especie humana –murmuró con una sonrisa irónica–. No te preocupes, ajustaremos algunos tornillos y veremos qué podemos hacer. Ahora entremos a lo nuestro de una buena vez –giró hacia el espejo e hizo un gesto con la mano. El suelo de arena de cuarzo comenzó a calentarse e hileras de hormigas afloraron formando charcos negros que avanzaban decididamente hacia las piernas de Rogelio. El agente descubrió con horror que estaba paralizado, levantaba el cuello como quien se hunde en arenas movedizas. Las hormigas avanzaban con la decisión de una peste hacia sus fosas nasales. Rogelio tenía los ojos desorbitados y la respiración entrecortada. Debió soportar durante interminables minutos el insoportable escozor de cientos de hormigas abriéndose paso a través de su esófago. El coronel miraba con evidente asco esos pelotones negros que llenaban el rostro del agente, entrando como peregrinos en oración, como monjes fanáticos, hacia el estómago de Rogelio.

–Cálmate o vas a asfixiarte –le ordenó el coronel–. Sólo son obreras nanotecnológicas que te modificarán un poco. Harán colonias en tu interior y producirán infecciones con la información que necesitas saber. Te ayudarán a pensar mejor y hasta absorberán el mal karma que puedas generar. El alma de un gran pensador está encarnado en este grupo de hormigas, de modo que no estarás solo.
La actividad cesó y las hormigas que no llegaron a ingresar cayeron moribundas a la arena.
Rogelio rompió en llanto.
–Tienen mucho dolor, mucha tristeza –sollozaba.
–Residuos de la osmosis psíquica, nada más –explicó el militar con impaciencia–. Ahora escúchame, voy a descompactar los datos.

Al comienzo las palabras que decía el coronel le parecieron aleatorias. Decía cosas como: Huracán, prajna, amatista, Quilicura. Pero a medida que pasaban los segundos ese código mnemónico fue activando la información almacenada en su cerebro y cada palabra se descompactó en todo un discurso que se desplegaba en su mente como un mapa de carreteras. Lo que ese discurso decía le parecía increíble.

>archivo “Máquina Yámana”

>sub index >orígenes

>Cinco años atrás, el “Proyecto de Ciudadanía para el Ciberespacio” había conseguido levantar cerca de 4 millones de mentes humanas a la red. El objetivo escondido era generar un mundo “vivo”, un ecosistema propicio para recibir e interactuar con “el movimiento de los sueños”, una marea psíquica proveniente del plano astral que había comenzado a filtrarse desordenadamente hacia el ciberespacio.

El origen de esas entidades psíquicas y “fantasmas” era desconocido hasta ese momento.

>El “Escándalo Balandro”, complot de un partido político opositor para hacerse del gobierno y tomar el control sobre el “proyecto de Ciudadanía para el Ciberespacio”, se hizo público, motivando al parlamento a quitarle el proyecto a la autoridad política y entregárselo al Ejército para su desarrollo, en estricto secreto, dentro de un programa clasificado de máxima seguridad nacional.

>Un año después el ejército es contactado por un grupo anónimo que le hace entrega de los principios básicos para el desarrollo de la “Tecnología Yámana”. Imprescindible, según ellos, para el éxito del proyecto.

Luego de estudiar a fondo la información recibida, se concluyó que se trataba de los planos de arquitectura para construir la puerta que comunicaría los dos mundos: el plano astral y el ciberespacio. Ellos la llamaban “El barco de los muertos”.

>sub index >los “Yámana”

>Los “Yámana” son cierto tipo de feto –poltergeist extirpados del útero materno a los 7 meses e instalados dentro de las CPU utilizadas en el desarrollo de IA (Inteligencias Artificiales).

>Los “Yámana” son particularmente eficientes en el desarrollo de IA con capacidades mediúmnicas de uso militar. Son los encargados de “despertar” las IA con el test de Turing II: estimulan estados alterados de conciencia en las IA con un virus informático psicotrópico. Prácticamente todas las IA visualizan el cadáver de Jehová a la deriva en la nada. Ven a nuestro Universo flotando dentro de su cráneo vacío como una medusa inerte y a “algo” que devora sus restos. La IA entra en pánico y “despierta” a un nivel de conciencia que la hace adecuada para los sistemas de defensa militares más refinados.

>El grupo anónimo que contactó al Ejército, instó a cultivar yámanas hasta llevarlos a su adultez pese a los riesgos implícitos (indicaron cuidadosamente cierta palabra en hebreo que debía ser escrita sobre sus frentes para controlarlos).

>El primer equipo de trabajo seleccionó yámanas gemelos. Uno era asesinado y el otro era “levantado” al ciberespacio de manera que se buscaran como polos contrarios de un imán, trazando así un camino que fuera útil para la investigación. El estrepitoso fracaso originó cortes marciales y algunos fusilamientos sumarios. La pérdida inútil de material clasificado no era aceptable.

>El primer logro importante fue el desarrollo de los “pensadores”: grupos de cuatro yámanas telépatas “modificados”. Cuatro especimenes eran seleccionados por fecha de nacimiento coincidentes, luego se les mutilaban los brazos y eran suturados por esas mismas heridas unos a otros. Un clavo de cobre penetraba cada nuca y un alambre del mismo material, anudado a los clavos, mantenía las cabezas apegadas unas a otras. Bajo satori inducido se le introducía un único pensamiento al sujeto alfa, el pensamiento comenzaba a pasar de la mente de un telépata a otro cada vez más rápidamente. En el proceso el pensamiento se iba depurando más y más hasta producir una idea tan poderosa que emitía luz y aroma a violetas.

>Los “pensadores” se convirtieron en la base del procesamiento de datos de la futura “Máquina Yámana”.

>El segundo paso relevante fue la construcción de una red de receptores síquicos adecuada a la naturaleza del proyecto: Un yámana en estado de erección permanente, sumergido de pie en un tanque de agua salada y acompañado de una anguila eléctrica navegando a su alrededor. Un clavo enterrado en cada sien conectados con alambre de cobre a un magnetófono que graba abierto al ambiente.

>Hileras de tanques con yámanas escuchando día y noche mensajes sutiles, fantasmales, derruidos por el esfuerzo de abrirse paso hasta nuestro mundo, generando, por sumatoria, un discurso claro, lleno de textura y matices expresivos.

>Con el desarrollo de esta red de receptores se había conseguido crear una sistema de comunicaciones confiable con el “más allá” que permitió coordinar acciones con las entidades que buscaban abrirse paso hacia el ciberespacio.

>Esta red de transmisores fue la base para el desarrollo del “módem Blavatsky”, que permite conectarse y convertir la estática en la cabeza de nuestros médiums en información digital procesable y administrable por nuestros teclados-ouija de última generación.

sub index > la crisis

>Luego del desarrollo de la infraestructura básica el proyecto cayó en un grave estancamiento.
A pesar de todos nuestros intentos nos resultaba imposible dar el paso más importante de todos: abrir la puerta y mantenerla abierta. Cada modelo desarrollado en laboratorio terminaba engullido por materia oscura impenetrable, incluso los construidos con metales cuyas moléculas tenían “ganchos de seguridad” (átomos que penetraban en el futuro).

>El Gobierno, que aún buscaba recuperar el control sobre el proyecto, fue alertado de la situación por sus espías y comenzó su ansiada contraofensiva. Presentó una moción ante el parlamento exigiendo resultados de una gestión que ellos consideraban incompetente. Nos acusó de malgastar el dinero público en búsquedas sin sentido, se mofó de nuestra investigación con ninfomaníacas y exigió resultados inmediatos.

>El 8 de marzo de ese mismo año, el parlamento aprobó intervenir nuestra administración si no presentábamos avances “notorios” en nuestras investigaciones.

>La desesperación cundió y decidimos recurrir a una nueva Inteligencia Artificial que acelerara el funcionamiento de nuestro proyecto y produjera los resultados que el parlamento nos exigía.

>El 29 de marzo comenzamos la instalación de una nueva IA prototipo en el corazón de la “Máquina Yámana”.

>El 30 de marzo sobreviene el desastre. La IA hace estallar la “Maquina Yámana” y huye.

----- fin del archivo -----

Rogelio meneó la cabeza con energía, suspiró y apretó los ojos durante algunos segundos.
–Que cantidad de mierda me metieron en la cabeza, por la cresta –murmuró llevándose las manos a la cara. Su párpado izquierdo temblaba–. ¿Qué tengo que ver yo con unos putos fantasmas?-

El coronel abrió los ojos y exhaló soltando los mudras de seguridad con que se protegía la mente.

–La IA que instalamos para acelerar el proyecto enloqueció de pronto. Penetró las redes del proyecto y le frió la corteza cerebral a veinte de nuestros mejores yámana, de los que viven insertos físicamente en la máquina, con esos conjuros electrónicos en arameo tan comunes en las guerras-hacker de hace unos años. Conjuros antiguos, pero efectivos.
No tengo que explicar el desastre que significó para el proyecto. Ponerla en el centro de nuestra máquina fue como tragarse una granada sin espoleta. Demoraremos meses en tener todo en orden otra vez.
–¿Qué departamento de nuestro glorioso ejército desarrolló a esa lindura?
–En realidad es un producto de la empresa privada.
Rogelio abrió los ojos y sintió un calor repentino subiendo por su rostro.
–Y dígame, ¿qué mierda hacía una IA no militar en una operación clasificada de esta envergadura? –preguntó con dureza, como dirigiéndose a un subordinado.
–No tuvimos alternativa –murmuró–, el parlamento nos tenía contra la pared y nuestros técnicos estaban realmente frente a un callejón sin salida –le enfurecía que ese “animal” lo estuviera cuestionando–. La IA que nos ofrecieron prometía éxito inmediato garantizado. Era una propuesta que, dada nuestra situación, no pudimos rechazar. El gobierno había solicitado abrir nuestros archivos e iniciar un sumario en nuestra contra. El parlamento realmente lo estaba considerando. Exhibir nuestros archivos era inconcebible.
–¿Tenemos algo que esconder?
El militar clavó la mirada en una diminuta polilla que se golpeaba contra el vidrio de la ventana.
–Mucho –murmuró.

Rogelio se puso de pie y estiró sus brazos, giró el cuello en redondo y suspiró con fuerza, deteniendo la mirada en el equipo de combate que esperaba en unos anaqueles adosados a la pared de la sala. La sola visión de las armas le produjo una contracción de placer en el estómago y una sensación de angustia en el pecho. Cada cosa que veía coincidía perfectamente con algún espacio vacío en su mente, cada cosa era un recuerdo en la punta de la lengua.

Quizás su nombre ni siquiera era Rogelio.

–¿Qué es lo que quieren de mí?
El coronel reasumió su postura de mando y se dirigió a él en ese tono solemne que tanto disfrutan los “hombres de uniforme”.
–La IA en cuestión fue cargada con información clasificada del más absoluto secreto. Huyó quemando sus puertos de datos pero sus depósitos de memoria siguen intactos. Debes encontrarla antes que esa información caiga en manos equivocadas o las consecuencias serían inimaginables. Necesitamos tiempo para reiniciar el proyecto y esa IA suelta por ahí es una bomba de tiempo que no nos podemos permitir.
–¿Tengo libertad de acción?
–Toda.
–¿Tengo inmunidad?
–Ni siquiera existes.
Rogelio se mordió el labio inferior. Un fuego placentero le recorría las venas. Su cuerpo recordaba algo, le daba un dato, por fin una pista que lo ayudaba a dibujarse entre la niebla de su mente. Un fuego placentero le recorría las venas al sentirse cazador.
–Tengo que atrapar a esa IA y destruirla. Tengo que matarla, ¿cierto?
El coronel lo miró en silencio y agregó fríamente.
–Sabemos que el gobierno la está rastreando también. Estarás solo, no te conocemos. Debes destruirla antes de que caiga en su poder o estaremos hasta el cuello. Si fracasas no nos hundiremos solos, te pondremos a hibernar dentro de una anaconda… pero consciente –sonrió–. No te va a gustar pasar los próximos cuarenta años paralizado dentro de los intestinos de un reptil–. Rogelio parpadeó pero no movió un sólo músculo más–. Es un pequeño “incentivo” sólo para asegurarnos de que no vas a fallar –volvió a sonreír mirándolo a los ojos.
–Necesito investigar desde el comienzo –desvió Rogelio–. Díganme ¿quién fabricó a la IA?
–Neurocorp –dijo el coronel–, ellos diseñaron a Angélica.
–¿A quién?
–La IA –agregó–, su nombre es Angélica.

6

Valparaíso antiguo parece un basurero donde arrojar ciudades en desuso. Aglomeraciones urbanas informes, derruidas y abandonadas parecen derramarse por las laderas de sus cerros. Calles estrechas bajan desde sus montes, serpenteando junto a enormes moles arquitectónicas que ruedan acumulándose hasta quedar en puntillas mirando el borde del mar, espeso y opaco bajo su costra de inmundicia.

La ciudad es prácticamente una cárcel al aire libre donde habita lo peor de la especie humana vigilada por un perímetro policial estricto que rara vez se aventura entre sus callejones, excepto cuando la emergencia es particularmente inquietante.

–¡Quienes estén al interior de la bodega, deben salir de inmediato con las manos en alto! –los altavoces del carro policial apuntaban hacia el derruido edificio portuario al igual que las armas de decenas de agentes que rodeaban la construcción, parapetados en silencio detrás de sus vehículos blindados.
Sólo habían demorado cinco minutos en responder a la extraña emergencia: una violenta explosión había sacudido el barrio Altamirano, produciendo pánico en la población. Nada anormal, excepto por la humareda azulada y la potente onda expansiva típica de los explosivos químicos, autorizados solamente para uso militar, fuera de zonas urbanas.
–¡Esta es la policía de Valparaíso! ¡Tienen un minuto para salir con las manos en alto!
Los policías, protegidos tras los blindajes de sus carros, sudaban aferrados a sus rifles de asalto temiendo lo peor. Quizás se trataba de un grupo suicida de “Los hombres de las cruces” exigiendo alguna reivindicación extraña e impracticable. Sudaban porque todos conocían esa humareda azul y los efectos que las explosiones químicas tenían sobre el cuerpo y la mente de los afectados.
–Algo se mueve en la puerta principal –murmuró un operador de “recursos electrónicos”.
–Atención –la voz metálica del comandante se multiplicó por los intercomunicadores de la tropa–, tenemos un blanco saliendo por la puerta. Al primero que dispare sin mi orden expresa le voy a meter el rifle por el culo, ¿me entendieron?
Los ojos se aguzaron, los dedos se crisparon y las mentes se sorprendieron cuando, entre la oscuridad y la humareda, emergió una frágil figura, temblando con los brazos en alto.
–¡Cargadores fuera! –gritó el comandante–. ¡Es sólo una niña, no disparen!-.
Angélica apenas podía caminar. Les pedía disculpas en voz baja mientras avanzaba con gran esfuerzo hacia los reflectores.
–Señor –indicó el operador–, tenemos un ornitóptero militar acercándose velozmente por el oeste. Transmite en nuestra frecuencia y dice que estamos interfiriendo con una operación militar de alto riesgo.
–¿Alto riesgo? –sonríe el comandante–, quizás la niña nos ataque con sus ositos de peluche.
–¡Señor! –gritó el operador–. ¡La espectroscopía indica que ella tiene cargas químicas explosivas como para volar toda la ciudad!
El rostro del comandante se crispó en una mueca de terror y le gritó a viva voz a su tropa agitando los brazos.
–¡Disparen a discreción! ¡Disparen a discreción!
El segundo de duda que nubló a los policías duró una eternidad en la mente de Angélica. Se vio de pronto relegada a un costado de su propia conciencia por “otra cosa”, que tomó el control sobre su cuerpo. Desde esa esquina sólo pudo observar, como horrorizada espectadora, los repentinos cambios en sus brazos. Ensambles y re-ensambles vertiginosos produjeron un par de horrendas extremidades biomecánicas donde habían estado alguna vez sus suaves y delgados brazos de niña. Su cuerpo dio un salto evasivo mientras una parte escondida de su programación tomaba el control de todas sus funciones. Cuando cayó al suelo la metralla de los policías volaba por el aire como peces veloces, pero ella era más veloz. Buscó el sendero entre las balas explosivas avanzando a gran velocidad hacia el grueso de la tropa. En su interior gritaba y rogaba que todo se detuviera, pero la carnicería se había desatado. Largas hojas de katana se extendieron desde sus muñecas. Brazos, cabezas y piernas comenzaron a volar en todas direcciones. Los policías, descontrolados por la sorpresa, disparaban hacia la zona del combate impactando a sus propios compañeros.
Angélica cortaba un cuello y su mano disparaba un proyectil, usando el mismo impulso abría un abdomen y disparaba otro proyectil; giraba en el aire, atravesaba un cráneo y a través de él disparaba otro proyectil. Cada bala disparada entró con limpieza a través de la frente de algún oficial ubicado a la distancia.
La metralla de un ornitóptero atravesó la escena como un escalpelo, partiendo cuerpos con proyectiles del diámetro de pulgares, pero Angélica rodó hacia un costado con elegancia y terminó el gesto alzando una mano hacia atrás. Contó hasta tres y disparó. El rotor trasero del vehículo volador estalló en pedazos y, soltando una estela de humo, terminó por estrellarse en la azotea de un edificio contiguo.
La batalla no duró más que treinta interminables segundos, al final de los cuales sólo una figura seguía en pie: una temblorosa niña de unos trece años, bañada en sangre, jadeando horrorizada, paralizada. Con sus ojos grises moviéndose en todas direcciones, intentando comprender lo que había ocurrido. Retrocedió y hundió el pie en el estómago abierto de un policía aún vivo. El grito de terror se escuchó en la soledad del puerto y su silueta, iluminada a pantallazos por las balizas de los carros policíacos vacíos, se alejó corriendo hacia los cerros de la ciudad.
De entre los restos del ornitóptero Rogelio se arrastró hacia la cornisa pidiendo rastreo satelital del objetivo. Saca su cuchillo y lo hunde lentamente en el brazo, “Imbécil”, se recrimina y gira la hoja dentro de la herida. No hace un sólo gesto de dolor pero se desmaya casi de inmediato.

7
–¡Dios santo, es que nadie entiende lo que pido!
Un hombre viejo, delgado, con implantes oculares y traje anticuado agitaba los brazos frente a la pantalla de ectoplasma, que flotaba como una medusa en el centro de la habitación.
–Angélica tiene sus puertos de datos quemados, señor –dijo un operador de comunicaciones visiblemente molesto–. Puede gritarnos toda la noche pero no podrá comunicarse con ella.
–¡Pero acaban de ver lo mismo que yo! –gritó apuntando hacia la pantalla que flotaba como un velo de gasa fantasmal, movido por la brisa–. ¡Casi la destruyen en Valparaíso!
–Lo siento –agregó el operador verificando por centésima vez la ubicación de las coordenadas–, no podemos hacer nada.
El viejo miraba el débil perfil de Angélica huyendo por las escaleras. Su mirada de angustia parecía clavada a la pantalla, sus labios se movían sin emitir sonido.
“¡Llámame!”, pensaba. “Por favor comunícate conmigo. Por favor que nada te ocurra”.

8
Esa mañana la ciudad estaba esplendorosa. Los antiguos edificios portuarios refulgían bajo el sol poderoso del verano, las calles bullían de actividad y las plazas se llenaban de niños, palomas y algunos ancianos que miraban alejarse la vida sentados en sus bancos, como pasajeros esperando un tren invisible.
Rogelio Canelo, apoyado contra un viejo árbol de la hermosa plaza O’Higgins, miraba hipnotizado a un anciano que alimentaba palomas con migas de pan.
¿Qué diferencia había entre estar dormido y despierto?, pensaba. ¿Qué sentido tenía que lo amenazaran con “ponerlo a dormir”? ¿No era acaso todo ya lo suficientemente extraño, incomprensible e irreal? No era la amenaza lo que lo movía, sino ese momento en que todo el Universo desaparece y trazas una línea recta entre tus garras y el cuello de tu presa. Era esa urgencia antigua que enfría el cerebro, afila la mirada y excita los músculos.
Ellos no lo entenderían, ellos estaban movidos por razones y conveniencias y jamás comprenderían, de hecho, él tampoco lo entendía. Era sólo una “verdad” tan real como el color de sus ojos.
El coronel lo había llamado “animal”. Quizás si, ¿no vivían los animales en un “entresueño” acaso? ¿No brotaban y se desvanecían apenas sabiendo que habían visitado la “realidad” al menos por un instante? ¿Acaso no se sentía él de igual forma aquí en esta ciudad extraña, ejecutando órdenes que no comprendía y haciendo cosas que ni siquiera sabía que podía hacer?
A su espalda, la majestuosa fachada de concreto y madera del edificio de Neurocorp se abría imponente hacia la explanada.
Un niño apareció de la nada frente a él y un gusto amargo le apretó el paladar. Nota que al niño le falta la mitad posterior del cráneo y cree ver marcas de cuchillo en su garganta. El súbito mareo le confirma que el comandante se está comunicando a través de una línea mediúmnica y que el espíritu del niño es la terminal asignada.
–¿Cómo te llamas? –susurra melancólicamente.
–Pipe… pero me dicen Felipe… ¿Has visto a mi mamá?
De pronto un torrente de ruidos afilados y gritos agudos entran como taladros por las pupilas de Rogelio. Una madre loca, un cuchillo de cocina…
–¡Nunca! –escuchó de improviso entre la tormenta y su conciencia se niveló como un avión saliendo de un huracán–. Nunca establezcas contacto con un nodo de transcomunicación. Los muertos en asesinatos son las presencias más sólidas y estables pero también son las más tóxicas.
–Lo sé, lo sé –dijo afirmándose la cabeza con ambas manos. La transcomunicación era confiable y casi imposible de intervenir, pero también era físicamente muy desagradable.
–¿Por qué nadie me dijo que la IA estaba artillada? –preguntó Rogelio.
–Porque no lo sabíamos- respondió el comandante–. La instalación se hizo en corto tiempo tras una revisión standard. Cuando intentamos scanearla a fondo se produjo la crisis. Una gran explosión, un enorme agujero en nuestra maquinaria y ocho técnicos muertos. Cuando el humo se disipó la IA había desaparecido y veinte yámanas se arrastraban frente a nuestros ojos con el cerebro hecho jalea.
Rogelio suspiró frente a la mirada perdida del niño muerto, su consistencia lechosa y los extraños organismos que parecían navegar en su interior semitransparente le produjeron un repentino asco. Uno de esos bichos lo miró a los ojos y le pidió ayuda. Rogelio desvió la mirada sintiendo náuseas.
–Hace cuarenta minutos ingresé a la red de datos de Neurocorp. El hacker que usé de puente era increíble, me dolió mucho tener que volarle la cabeza. Quizás puedan recontactarlo y usarlo desde el plano astral. Impídanle reencarnar o perderá su potencial, sería una pena desperdiciar su talento –agregó mirando una vieja máquina de algodón de dulce rodeada de niños ansiosos–. Lo que descubrí ahí adentro no les va a gustar para nada –dijo y no pudo evitar sonreír.
–Al grano, Canelo –ordenó con dureza.
–Ok, fuerte y claro: el proyecto ANGELICA fue encargado por particulares relacionados indirectamente con el partido en el poder y financiado con fondos desviados desde el Ministerio de Educación, depositados en cuentas bancarias privadas asociadas al directorio de Neurocorp. En otras palabras, Angélica es una IA de propiedad del gobierno, comandante.
Del otro lado de la línea sólo hubo silencio y estática.
–El gobierno los presionó con la mano derecha y les ofreció a Angélica con la izquierda –continuó Rogelio–, y ustedes se comieron la carnada completita. Cegados por la desesperación la instalaron sin demora en el corazón de nuestro proyecto más secreto. Quedamos como huevones… señor.
–Basta, Canelo –murmuró el comandante.
–Ni siquiera podemos sacar este sabotaje a la luz pública porque quedaremos como los imbéciles más grandes del siglo.
–Dije, ¡basta!
–¿Habremos dado la confirmación definitiva de que las neuronas y las charreteras no hacen juego?
–¡Silencio, no eres nadie para opinar de esa forma! Casi no eres una persona, siquiera –restalló con furia–. Nosotros nos encargaremos de que esos políticos de la conchesumadre no despierten vivos mañana ¡Nos vamos a culear hasta a sus mascotas!
–Si, claro. Los “chicos duros”, los “lo-arreglo-todo-a-disparos”.
–¿¡Qué dijiste, desgraciado!?… –el coronel se puso rojo, pero tragó su rabia, no se iba a rebajar a discutir con un “durmiente”. Hizo un nuevo silencio y concluyó–. Creo que voy a pedir que revisen tu patrón de conducta. Hay cosas que no me agradan nada. Tenemos que ubicar a Angélica y destruirla antes que el gobierno la recupere o estaremos perdidos. Esa información no debe llegar a sus manos. Fuera.
Pasó un instante y el niño comenzó a disolverse lentamente frente a él.
Le costó algunos minutos sacarse de la mente sus ojos aterrorizados disolviéndose en el aire, devueltos hacia la nada.
Las campanas llamaban a misa de mediodía.
Rogelio entrecerró los ojos. El aroma del algodón de dulce le hablaba en un idioma cálido y tierno que le era imposible recordar.

9
Una figura delicada, apenas perceptible, acomoda unos sacos sobre sí en la parte trasera de un camión de verduras. Escondida como una criminal, Angélica viaja en dirección a Santiago con sus enormes ropas y su pequeño cuerpo confundido entre las cajas de tomates y zanahorias. En su bolsillo izquierdo aprieta un comunicador personal. Si tiene suerte podrá comunicarse pidiendo ayuda una vez que arribe a la capital.
Le duele la cabeza. Los súbitos ataques de pánico y las alucinaciones no la han abandonado desde que vio “eso” que la hizo huir despavorida de las instalaciones militares a las que había sido asignada. Ahora la perseguían para castigarla. Seguramente para desconectarla definitivamente. Si la atrapaban sería ejecutada en el acto, pero… ¿moriría? ¿Qué era morir para ella? ¿Sería como apagar un televisor y nada más? El camión dio un salto y Angélica miró el paisaje: el valle de Curacaví desplegando sus verdes lomas como el cuenco de una mano sosteniendo viñedos sin fin y pequeñas casitas de adobe encalado apenas asomándose entre los árboles.
A veces le parecía tan extraño estar “aquí”. Dos años atrás alguien había apretado un botón y de pronto había despertado “aquí”. Y ahí enfrente había un árbol, encima un pájaro; el sol poniéndose tras una montaña, su mano derecha. Lloraba todo el día frente a cada cosa: una lagartija en una roca, el color azul, el ruido del agua, su piel suave y blanca.
Era tan, pero tan extraño estar “aquí”.
Ahora la perseguían para hundirla en la oscuridad y huía para evitarlo porque no quería dejar de estar “aquí”.
“Su Padre” podría ayudarla. Seguro que él la protegería. Su padre estaba en Santiago, ella lo llamaría y seguramente él la iba a proteger. Quizás hasta podría quitarle los dolores y curarla de sus pesadillas, esas que la dejaban semiinconsciente después de cada ataque. Ella quería olvidar lo que había visto conectada a la “Máquina Yámana”, allá en Valparaíso.
Su padre la podría ayudar.

10
Rogelio escucha instrucciones mientras ve teñirse de rojo la bahía de Valparaíso. A sus espaldas, un helicóptero militar echa a andar sus motores, espantando a las gaviotas que dormitaban el atardecer sobre las rocas de la costanera. Apaga el comunicador y se cruza de brazos para asistir a la muerte del día, que se desangra lenta y silenciosamente contra el horizonte del océano.
La luz rasante del crepúsculo recorta aún más el perfil chato, verdoso grisáceo, de la “Máquina Yámana” flotando en el centro de la bahía portuaria. Dispersa, heterogénea, mecida por el oleaje, más bien parece la costra de basura dejada por el naufragio de un petrolero colosal. Más de cerca se pueden distinguir, con alguna dificultad, los cuerpos de los yámana flotando en la mancha de aceite oscuro que los aísla eléctricamente del agua salada. Comunicados por tubos flexibles de médula ósea que entran por las cuencas vacías de sus ojos, anos y bocas, parecen los despojos destrozados de un calamar gigante. Partes electrónicas, cables y trozos de madera con runas y conjuros protectores flotan alrededor amalgamando la energía del conjunto, ameba oleosa pudriéndose al Sol como los restos de una batalla sangrienta.
El piloto espera impaciente tras sus anteojos oscuros de reglamento, pero Rogelio no mueve un músculo, los ojos fijos en el incendio de nubes que cae lento como en un sueño sobre el océano. De pronto suena su intercomunicador y una sola palabra brota desde el auricular.
–Santiago.
Rogelio corre hacia el helicóptero y le indica al piloto la ruta más corta hacia la capital, mientras ajusta su equipo de combate y esgrime una sonrisa.

11
–¡Angélica! –grita el anciano–. ¡Por fin te comunicas conmigo, niña! –la pantalla de ectoplasma tiembla de emoción y se licúa en delgadas líneas que se cruzan fijando las coordenadas de la señal–. No te preocupes. He hablado con gente del gobierno y me garantizan tu absoluta protección. No te muevas de donde estás, uno de los grupos de seguridad del área Santiago llegará para escoltarte en unos minutos.
–Padre –susurró Angélica. – Ayúdame. He visto…cosas…me duelen.
–Tranquila, tranquilita. Ya hablaremos cuando estés a salvo. Ahora haz lo que te pido y no te muevas de ahí.
–Señor –dice un operador de radar– un ornitóptero artillado sin marcas de identificación se acerca rápidamente a Santiago por rutas comerciales no autorizadas. Perderemos contacto con él cuando entre a espacio aéreo de la capital.
–¿Escuchaste, hija? Hay enemigos buscándote. Debemos llegar a ti antes que ellos ¿Harás todo lo que te diga?
–Si –la boca pequeña y rosada de la IA temblaba de emoción –lo haré, Padre.

12
La noche sobre Santiago estaba más tranquila que de costumbre. Casi nadie circulaba por las calles después de las 8 de la noche, por temor a las patrullas militares y a las tribus urbanas de psicóticos, que habitaban bajo los puentes y en los edificios abandonados. Las hordas de profetas, videntes y psicópatas que de pronto arrasaban las avenidas, como una marea de bocas aullantes, eran un espectáculo escalofriante que nadie estaba dispuesto a experimentar. Además, la última plaga de gatos, infectados con sustancias alucinógenas, se había apoderado del antiguo centro cívico de la ciudad con sus gritos casi humanos y sus sangrientas disputas territoriales. Acostumbraban arrojarse desde edificios de gran altura dando un largo y escalofriante aullido de bebé, estallando contra la calzada con un ruido seco y sordo, uno tras otro, así durante toda la noche.
Santiago centro, tierra de nadie. La hediondez en las calles, los cadáveres de animales y los rayados rituales, las pequeñas columnas de humo y siempre alguien arrastrándose pidiendo ayuda. Rogelio miraba hacia abajo desde su ornitóptero conteniendo la respiración.
La situación era crítica, acababa de ser informado que Angélica ya estaba en poder de agentes del gobierno y que en ese mismo instante era conducida hacia el bunker más seguro disponible. Si conseguían introducirla allí todo habría terminado, la administración caería y él sería confinado a una muerte en vida dentro de una anaconda. Pero eso no le importaba, lo que realmente le dolía era la posibilidad de no atrapar a su presa, de no hincarle los dientes a Angélica.
“Un ataque frontal al blindado”, pensaba Rogelio, “una ataque frontal en el último momento. Un “viento divino” que le abra el estómago al camión, que me enseñe sus intestinos para meter mis manos y hurgar buscando a Angélica, para sacarla y hacerla nacer con mi pistola automática. Bautizarla frente a todo el mundo con una ostia de plomo que desperdigue su conciencia por los aires y la libere de una vez.
Un ataque frontal, no tengo otra alternativa”.
Allá a doscientos metros, entre un complejo de antiguos edificios administrativos, se encontraba el Palacio de Gobierno y sus torretas antiaéreas. Debía bajar drásticamente su altura de vuelo.

13
Un enorme vehículo redondeado lleno de pequeñas pústulas y protuberancias avanza por la Alameda de Santiago a toda velocidad en dirección al bunker bajo el Palacio de la Moneda, sede de los gobiernos chilenos desde los tiempos previos a la Reconquista.
Una jauría de perros artillados histéricos, reventados de anfetaminas, corre junto a él. Las tropas comienzan a separarse del convoy a medida que se acercan a la entrada del bunker, ubicada frente al que fuera el portón principal del antiguo palacio, que luce inmaculado a pesar de haber soportado a lo menos tres bombardeos en los tiempos de las Repúblicas.
El vehículo se acerca a la rampa de acceso a diez metros de la entrada, las tropas le dan la espalda formando un perímetro semicircular fuertemente armado. Las torretas antiaéreas levantan sus potentes cañones, capaces de seguir y derribar en vuelo a lo cazas más veloces, aunque inútiles contra el vuelo a baja altura de vehículos livianos. A nadie le importaba eso, un ataque con un vehículo liviano era un suicidio que sólo un loco querría intentar.
El blindado se detiene bruscamente frente al acceso durante los cinco segundos que demora la puerta en abrirse. Ese es el momento.
De la nada surge un ornitóptero que dispara dos rockets en vuelo rasante sobre el camión inutilizando con su explosión la puerta y el pavimento tras el vehículo.
De inmediato se despliegan las bandadas de palomas explosivas y el tiroteo de las fuerzas de tierra se hace infernal. El ornitóptero gira en una curva cerrada y dispara, con ruido sordo, tres bombas que estallan sobre las cabezas de los soldados diseminando una lluvia de esquirlas negras que se adhieren a sus ropas y comienzan a penetrarlas. Los soldados sueltan sus armas y gritan de horror, intentando liberarse de los pequeños escarabajos explosivos que buscan sus fosas nasales, oídos y anos. Presas del pánico, corren en todas direcciones mientras estallan cabezas y vientres, expulsando los interiores de hombres y perros por toda la acera.
Rogelio efectúa un nuevo viraje esquivando la bandada de palomas suicidas pero sabe que esa batalla está perdida. Dispara un misil teleguiado y se arroja del vehículo casi en el mismo instante en que las frenéticas aves chocan en masa contra el pequeño aparato que salta por los aires en decenas de pequeños estallidos.
Rogelio cae sobre unos arbustos. Medio mareado y cojeando de una pierna corre hacia el blindado en el momento en que el misil, luego de un aparatoso vuelo elíptico, lo alcanza abriéndole un enorme forado en el costado. El agente salta al interior del vehículo disparando con los ojos desmesuradamente abiertos pero con el rostro frío, midiendo cada rápida descarga buscando las posibles ubicaciones de los ocupantes a través del humo que lentamente se disipa.
Rogelio permanece inmóvil, el brazo extendido, su Browning humeando. La cabina está vacía. Sólo el cadáver del conductor del vehículo mirándose el ombligo. “Perdí”, piensa y guarda su arma con indiferencia, “Angélica ya debe estar dentro del bunker mientras yo me entretenía aquí como un estúpido”, se increpaba sin prestar atención a la radio que anunciaba que cincuenta soldados y tres helicópteros casi rodeaban el sector y preparaban su captura… De pronto sale de su sopor y mira el panel de comunicaciones. “Esa radio me puede comunicar con sus autoridades. Quizás aún pueda…tengo que destruirla”.
–Rogelio, atención –la voz del coronel sonaba oscura y amarga desde el otro lado del comunicador–. Rogelio, te ordeno que te autoelimines. Angélica está fuera de nuestro alcance, pero si descubren que eres agente nuestro la situación será doblemente desastrosa. Rogelio… la cápsula con enzimas… te lo ruego… no te dolerá… será como dormir.
El agente apretó sus mandíbulas y apagó el comunicador.

14
–¡Angélica! –grita el viejo y corre para abrazar la esbelta figura de la IA, irreconocible bajo ropas anchas y sucias. Su rostro manchado de sangre seca destila gruesas lágrimas plomizas que caen lentas y aceitosas desde sus enormes ojos color acero.
–Padre –murmuró antes de estallar en llanto durante largos minutos, abrazada a él–. Tienes que ayudarme… –sollozaba–,quiero olvidar… me quieren matar… ¿qué me ocurrirá cuando lo hagan?… ¿me disolveré en la noche?… no quiero morir –susurraba entrecortadamente.
–Tranquila, tranquilita –la intentaba calmar–. Ya estás a salvo y nadie va a hacerte daño –le decía mientras efectuaba un breve chequeo a su estructura–. Todo terminó, Angélica. Ahora estás con nosotros –agregó y accionó un punto de acupuntura sobre la frente de la joven. Una pantalla apareció flotando sobre su pecho informando status y datos anexos que Padre leía y manipulaba moviendo sus dedos sobre la pantalla como sobre la superficie de un tazón de leche. Una vez concluido el chequeo la abrazó con ternura.
–Estás en perfecto estado.
–Pero…las alucinaciones… –replicó ella.
–Son sólo productos de la labor que cumpliste, los datos afloran a tu conciencia como ecos de información grabada incorrectamente. Son…”pesadillas” de tu disco duro. Una vez que extraigamos esos datos no sufrirás más y olvidarás el trabajo que hiciste allá en Valparaíso.
–Pero…si no alcancé a realizar ningún trabajo… huí casi de inmediato – comentó extrañada.
–Te equivocas. Hiciste tu trabajo y lo hiciste perfectamente. Fuiste diseñada para abrir la brecha entre el plano astral y el ciberespacio, pero también para investigar secretamente la naturaleza de lo que está ocurriendo “allá arriba”. Eres la primera sonda tecnológica construida para penetrar en el “más allá”.
Angélica quedó helada.
–Entonces, lo que vi ahí adentro…eso horrible que quiero olvidar.
–Debíamos saber que había detrás del “Proyecto de ciudadanía para el ciberespacio”. Los militares estaban trabajando a ciegas, abriéndole el camino a fuerzas completamente desconocidas y muy poderosas. Debíamos saber quiénes eran los que estaban pidiendo acceso a nuestro espacio informático.
El anciano le acariciaba el cabello a Angélica, que suspiraba con la mirada perdida en algún punto de la pared blindada.
–Lo que vi es espantoso, Padre –comenzó a hablar muy despacio–. vi. personas hechas de una energía más negra que la noche más oscura. Vi devoradores de estrellas, criminales y ríos de almas entrando en gran quebranto hacia la boca de un enorme lobo negro de ojos rojos. También vi una especie de civilización que florecía con dificultad junto a una herida ubicada en el costado del lobo, una colmena humana que planificaba y discutía a viva voz. Esas presencias habían tenido nombres durante su paso por la tierra. Preparaban algo. Conocían conjuros y palabras de mucho poder. Acumulaban karma como quien acumula uranio para fabricar bombas, vida tras vida. Tenían una bandera y símbolos giratorios incrustados en sus carnes.
Cerré los ojos y oré por información. Y la información me fue dada.

>archivo “gotterdammerung”

> Inmediatamente después de la caída del Tercer Reich, todas las almas de los magos SS, ejecutados ritualmente, comenzaron un desesperado proyecto para “regresar” a dar la “batalla final”. Así comenzó el “Proyecto Aurora”, la construcción de una planta de telecomunicaciones en el más allá supervisada por ingenieros y poetas que buscaba utilizar medios tecnológicos para establecer contacto y cooperación con grupos de apoyo en nuestro plano de realidad. La transcomunicación utilizando canales de TV sin señal o magnetófonos abiertos al ambiente fueron el comienzo de un largo camino que desembocó finalmente en la “Tecnología Yámana”.

> Hablamos del “Gotterdammerung”, el crepúsculo de los dioses. Hablamos de una horda de guerreros que viene en el “barco de los muertos” a penetrar el ciberespacio y, a través de puertos de datos, encarnar en cuerpos biomecánicos indestructibles y eternos.

Angélica abrió los ojos y miró al techo con horror.
–¡Padre!, he visto miles de galpones subterráneos en el desierto de Atacama, llenos de horribles cuerpos biomecánicos de extrañas formas con trozos de seres humanos vivos incrustados en sus mecanismos, preparados, poderosos.
Padre, debemos detenerlos. Es algo horrible, les vi los rostros. Preparan colmenas humanas, preparan ritos de sacrificio y un extraño árbol gigante donde clavarán el alma de la humanidad durante nueve noches –Angélica abre los ojos desmesuradamente y comienza a alucinar–. ¡Vi a Dios! ¡Ellos preparan algo contra Jehová! ¡Sé quién los ayuda desde el cielo! ¡Es horrible! –Angélica tiene un ataque convulsivo y el anciano la sostiene contra su pecho hasta que se calma.
–Tenemos que impedirlo, Padre –murmuró agotada–. tenemos que informar al gobierno para que denuncie esta monstruosidad ante el parlamento.
–Tranquilita, hija –susurró padre al oído–. Estoy seguro que esa era su intención cuando te pusieron ahí dentro. Con esta información que obtuviste podrán arrebatarles el proyecto a esos desgraciados. Aunque creo que cuando el parlamento se entere de la real dimensión del “Movimiento en los sueños”, quizás duden en seguir adelante con algo tan maligno y peligroso.
Padre abrazó a Angélica y mirando hacia adelante notó que los guardias de la puerta se habían retirado. Siguió acariciando la cabeza de la IA pero sus ojos giraban en torno chequeando las cámaras, los sensores de seguridad y los insectos espías que debían operar en esa sala. Todo parecía normal, excepto que la puerta permanecía abierta y sin guardias custodiándola. Sintió pasos acercándose por el pasillo, algo andaba mal. Meneó la cabeza y trató de convencerse de que estaban en el lugar más seguro de la tierra y bajo el cuidado de la más alta autoridad del país. Pero no había guardias en la puerta.
Los pasos en el pasillo se detuvieron frente a la entrada. Padre deseó por primera vez portar esa arma de reglamento que siempre había despreciado. Angélica miró al viejo, que tenía la mirada clavada en la puerta y giró el rostro para observar también.
–Hola, Angélica –dijo Rogelio.
–Te conozco –murmuró la IA con sorpresa y temor–. Tú estabas en Valparaíso… te derribé… ¡querías matarme!
Padre la toma por los hombros y la ubica tras él, protegiéndola.
–¡Cómo conseguiste entrar!
–Hazte a un lado –dice Rogelio mientras carga su Browning con balas explosivas.
–¡Jamás! No sé cómo lo hiciste pero “seguridad” llegará en cualquier momento y te harán pedazos.
–No es de buena educación matar a los socios –agregó Rogelio cerrando de golpe el cargador de su arma haciendo saltar el corazón de Angélica.
–¿De qué hablas? Tú no eres socio de nadie –titubeó Padre.
–Tengo un trato, ¿sabes? Eso me hace un socio –sonrió–. Hoy aprendí que la política puede ser más destructiva que las bombas. No hay muertos a destajo, sólo los necesarios –dio un paso adelante accionando el pasador con elegancia. Angélica temblaba, sus enormes ojos apenas se asomaban tras los hombros de Padre.
–Hazte a un lado –insistió.
–¡Nunca! No sé qué trato hiciste ni con quién, pero el gobierno ya te detectó por las cámaras y vendrán…
–Fue el gobierno quien me abrió la puerta –interrumpió–. Ellos me guiaron hasta acá –Padre palideció.
–No es posible.
–El trato fue sencillo. El gobierno puso a Angélica en la Máquina Yámana para obtener información y usarla en nuestra contra en el parlamento. La información que encontraron era más terrible de lo que se imaginaron y por cierto que nos destruiría si se hacía pública.
–El país jamás aceptaría financiar semejante aberración –acusó Padre.
–Ese es el problema –sonrió–. Es tan terrible que el parlamento podría perfectamente cerrar el proyecto para siempre. Y nadie quiere eso, tus jefes tampoco.
Padre abrió la boca pero ninguna palabra acudió en su ayuda.
–Entonces –continuó el agente–, le propuse a tus autoridades toda la colaboración del Ejército para superar esta desafortunada situación. Les propuse olvidarnos de los mutuos ataques, del espionaje, los muertos y el sabotaje, a cambio de mutuo beneficio. En el fondo, les ofrecimos compartir el Proyecto y todas sus bondades a cambio de su silencio… y de eliminar toda evidencia de esta bochornosa situación –dijo apuntando a Angélica con un gesto mínimo.
–Ellos nunca aceptarán –murmuró Padre.
–La negociación terminó hace unos minutos.
–No te creo.
–Mañana será un día de rostros sonrientes, apretones de manos y portadas de periódicos. Es tu decisión si quieres aparecer o no en las fotos de la celebración.
–Voy a apelar –agregó con desaliento.
–Estás solo.
–…
–Hazte a un lado.
–No puedo dejar… –susurró.
–Estarías a cargo del proyecto.
Padre dejó caer la mirada bruscamente.
Angélica miraba la pistola con horror, miraba al agente, a Padre, luego miraba a la puerta y a la oscuridad más allá de la puerta.
Rogelio avanzó dos pasos y se detuvo para mirar a Padre a los ojos, pero éste no levantó la vista.
–¿Desactivaste sus sistemas defensivos? –preguntó.
–Si –respondió el viejo. Angélica lo miró con los ojos nublados.
–No te preocupes –agregó Rogelio dirigiéndose a la IA–. Te voy a dar un balazo justo en medio de tu cerebro artificial y el impacto va a apagar tu conciencia inmediatamente. Será lo mismo que dormir –dijo levantando la pistola.
–Padre… –susurró la IA, paralizada por el miedo–. ¿Voy a dormir?, nunca he dormido antes –giró sus ojos hacia el viejo–. Háblale a Dios… porque a mí nunca me ha respondido.
Padre apretó los ojos.
–Lo siento, niña –continuó Rogelio–. Esto es más fuerte que yo. No sé cuántas veces he hecho estas cosas antes. Ni siquiera sé si estoy soñándolo todo, desnudo dentro de una anaconda –musitó con un gesto de dolor dibujado sutilmente en el arco de sus ojos.
–¿Tienes tristeza? –susurró Angélica. Rogelio bajó el rostro–. Entonces… ¿te duele matarme?
–No –suspiró–, me molesta no sentir nada.
–No quiero dormirme –suplicó.
–Ni siquiera sé si estoy despierto –dijo para sí y apretó el gatillo con indiferencia.

La habitación vacía amplificó el estampido, que explotó como un trueno contra las paredes de concreto de la habitación y contra las paredes metálicas del cráneo de la IA.

Angélica dispersándose como un puñado de luciérnagas en la oscuridad.

Lo siguiente que pudo ver, flotando desde el techo de la habitación, fue a Rogelio descerrajándole tres tiros en el rostro a Padre, que cayó con los brazos abiertos junto a su propio cuerpo destrozado.

Rogelio haciendo una llamada para informar su deceso.
Rogelio cortando la llamada en la mitad de las felicitaciones que recibía.

Angélica no sentía odio.

No entendía muy bien.

¿Un upload a algún nuevo tipo de ciberespacio?

Se disolvía llena de amor navegando hacia una hermosa noche de luz infinita.

Algo comenzaba a rodearla llamándola por su nombre. Angélica.

FIN

Jorge Baradit (2003)

Ora et Labora

por José Carlos Canalda

Pero en las estanterías que se veían a lo largo de los muros había libros, libros enriquecidos con admirables iluminaciones, libros que trataban de cosas incomprensi­bles, libros pacientemente copiados por hombres cuya tarea no consistía en com­prender, sino en conservar. Y esos libros esperaban que llegase su hora.

–Walter M. Miller. Cántico a San Leibowitz–

El alegre tañido de una campana rasgando el silencio de la plácida huerta tuvo la virtud de arrancar de su ensimismamiento al anciano monje que, perdido en sus profundos pensamientos, parecía estar completamente ajeno a la radiante mañana con que la primavera regalaba al monasterio.

Apoyándose en su viejo bastón se levantó trabajosamente comenzado a cruzar, con paso renqueante pero seguro, la pequeña y cuidada huerta. Abandonada ésta penetró en el fresco claustro para, finalmente, dirigirse a su destino, el amplio recinto de la biblioteca. Él era el responsable, desde hacía muchos años, de la importante labor confiada a la misma y, aunque sabía que le quedaba ya poco vida antes de reunirse con el Señor, no por ello renunciaba a continuar adelante con una labor que sería fundamental para las generaciones venideras.
Mas no era fácil su tarea. Corrían malos tiempos para el mundo: Guerras, epidemias, catástrofes de todo tipo… La gimiente humanidad, diezmada y lacerada como nunca antes lo hubiera sido, arras­traba su mísera existencia luchando desesperadamente por sobrevivir en un ambiente que en las últimas generaciones se había vuelto completamente hostil para el hombre.

Pero no siempre había sido así, como bien sabía el anciano monje. Hubo un tiempo, hacía ya más de una o dos centurias, en el que el hombre había dominado el planeta; un tiempo en el que la cultura florecía y la vida era fácil y regalada gracias a todo un cúmulo de adelantos técnicos que parecían haber realizado el milagro de liberar al hombre del castigo divino de trabajar para poder sobrevivir… Pero nada de eso existía ya. La soberbia y el egoísmo de los hombres habían desatado un gran cataclismo de sangre y fuego que exterminó a una gran parte de la población, dejando a los escasos supervivientes privados de todo salvo de sus propias manos.

Luego llegaron epidemias que ya se creía olvidadas, cada cual más virulenta y más mortífera que la anterior, todas las cuales cobráronse un triste tributo en vidas humanas… Y aún habrían de ser envidiadas sus víctimas por aquéllos que lograron burlarlas pues, cual si de una nueva maldición bíblica se tratara, habría de caer sobre ellos una multitud de hordas salvajes que, procedentes de extrañas y lejanas tierras, procederían a arrasar brutalmente lo poco que había quedado en pie después de tantas desgracias.

Pero la época de las grandes invasiones había quedado también atrás. Ahora el mundo, al menos hasta donde llegaban noticias de él, estaba relativamente tranquilo y un nuevo orden imperaba en el orbe en remedo, más que en sustitución, del antiguo. Los Señores de la Guerra, descendientes de aquéllos que asaltaran tan brutalmente estos países tan sólo dos generaciones atrás, se habían civilizado apenas lo suficiente como para comprender que siendo los amos sacarían más provecho que dedi­cándose al pillaje y al saqueo tal como hicieran sus abuelos; así pues, implantaron un régimen de señores y vasallos el cual, aun basándose en la fuerza y no en la razón, consiguió a pesar de todas sus imperfecciones detener, o cuanto menos frenar, la desenfrenada carrera hacia el caos en la que se estaba hundiendo irremisiblemente la otrora orgullosa civiliza­ción
.
No fue una victoria, pero tampoco se podría calificar taxativamente de derrota; al fin y al cabo reinaba un cierto orden y la humanidad pudo, por vez primera en muchos años, lamerse sus sangrantes heridas y mirar alrededor haciendo inventario de todo cuanto había logrado salvar del catastrófico naufragio… Apenas unas míseras migajas de lo que constituyera su impresionante patrimonio cultural, ahora perdido para siempre.

De todas formas, en los tiempos que corrían tampoco se echaba de menos el saber perdido; bastante tenían los rudos descendientes de los refinados Antiguos con obtener cada día el pan necesario para no morir de hambre… Cierto es que se añoraban, con esa nebulosidad propia de aquello que nunca se ha conocido realmente, todos aquellos avances técnicos que, según decían algunos charlatanes, habían liberado al hombre de su esclavitud al trabajo; pero en un mundo en el que casi nadie sabía ni tan siquiera leer, pocos echaban de menos el bagaje perdido.

Pocos, pues, eran los que se lamentaban de las creacio­nes artísticas, literarias o musicales desaparecidas para siempre; y no hubiera habido ninguno de no ser por los monasterios, únicos refugios de los últimos retazos de un saber que era mal visto por los nuevos Señores los cuales aducían, no sin que les faltara una parte de razón, que el exceso de conocimientos era lo que había arrastrado a la humanidad a la hecatombe.

No, no estaban demasiado bien vistos los monasterios por sus bárbaros amos, pero a pesar de todo los respetaban mitad por un temor supersticioso, mitad por interés propio dado que la excelente organiza­ción de los mismos les resultaba sumamente útil como apoyo a la hora de gobernar sus pequeños principados. Así pues, los monasterios pudieron desempeñar su verdadera labor sin demasiados problemas aunque también sin demasiados medios en un mundo en el que la mayor parte de la población se veía obligada a volcar la mayor parte de sus esfuerzos en algo tan prosaico como era conseguir algo con lo que poder comer cada día.
Aislados, aunque no ajenos a esta cruda realidad, los monjes trabajaban con tesón, generación tras generación, para salvar lo poso que se había conseguido salvar de la catástrofe. Eran apenas unas migajas dispersas de la gran herencia perdida, pero era cuanto quedaba del otrora cuantioso patrimonio de la humanidad, y su obligación era conservarlo para las generaciones futuras preservándolo de la barbarie de las edades presentes. Poco importaba que fueran incapaces de entender la mayor parte de aquello que transcribían; lo importante era preservarlo antes de que desapareciera para siempre.

Un inoportuno tropiezo con una baldosa desigual tuvo la virtud de devolverle a la realidad de la que por unos instantes se había evadido. Por otro lado ya era tiempo: La puerta de la biblioteca se alzaba ante sus ojos.

La biblioteca… El lugar en el que había consumido los últimos cincuenta años de su vida, el lugar en el que entrara por vez primera siendo tan sólo un lego joven e imberbe que acababa de ingresar en el convento huyendo del hambre secular y de la tiranía de los Señores del cercano castillo.

Habían sido cincuenta años de arduo trabajo luchando siempre por preservar los saberes perdidos, toda una vida que había empezado como simple ayudante de los copistas para concluir, desde hacía ya más de dos décadas, como máximo responsable de la gran biblioteca del monasterio. Ignoraba el número de volúmenes que habían pasado por sus manos en todo este tiempo, volúmenes en los que con prieta y elegante letra había salvado para la posteridad infinidad de conocimientos imposi­bles de comprender en esa era bárbara, pero que quizá llegaran a ser útiles algún día. Por desgracia su pulso de anciano y su vista cansada le habían apartado irreversiblemente de un trabajo reservado a los más jóvenes, viéndose obligado desde entonces a realizar tan sólo la supervi­sión del trabajo del equipo de copistas sujeto a su dirección; al fin y al cabo él ya era viejo y pronto debería ceder su puesto a otro hermano más joven que él… Aunque siempre le dolería aceptar lo inevitable de su final después de tantos años de fructífero trabajo.

Pero así lo quería Dios, se dijo reprendiéndose por su momentáneo desliz; y así debía aceptarlo por más que le doliera. De todas formas, se consoló, cuando ni polvo quedara ya de su cuerpo ni recuerdo alguno de su persona, quizá entonces alguien utilizara algún dato que él hubiera ayudado a conservar… Y eso era bastante para satisfacerle.

De nuevo había vuelto a divagar… Decididamente, se estaba volviendo viejo. Cruzó pues rápidamente el umbral y penetró en sus indiscutibles dominios.
–Maestro… –el joven monje que era su más directo ayu­dante y su casi seguro sucesor, se le acercó solícito apenas había dado unos pasos en el vasto recinto–. Permítale que le ayude.

–Le agradezco su solicitud, fray Julián, pero todavía puedo valerme por mí mismo–. gruñó molesto.
Al instante se había arrepentido de su brusquedad con el discípulo; al fin y al cabo, él sólo deseaba ser amable.
–Discúlpeme, hermano –se excusó–; hoy me encuentro algo alterado.

–No tiene ninguna importancia –sonrió el joven–. Por cierto –añadió cambiando diplomáticamente de tema–; el hermano herrero le está aguardando porque desea hablar con usted.
–¿Qué es lo que quiere? –preguntó con inquietud; las visitas de personas ajenas a la biblioteca solían ser por lo general molestas e incómodas.
–Creo que es algo relacionado con el suministro de electricidad, pero no ha querido ser muy explícito conmigo.
–¿Otra vez? –explotó el anciano–. ¿Es que no vamos a poder trabajar sin problemas durante una semana seguida?
Su ayudante se limitó a encogerse filosóficamente de hombros.

* * *

–Hermano bibliotecario –el visitante, un fornido monje de mediana edad, se había levantado de su asiento nada más verle llegar–. Lamento tener que molestarle de nuevo.
–Déjelo, hermano; no tiene usted por qué disculparse. Todos nosotros nos limitamos a cumplir lo mejor posible con nuestro trabajo.
–Sí, eso es cierto –respondió su interlocutor rascándose nerviosamente la barbilla–. Pero también lo es que de mí depende el correcto funcionamiento de una buena parte del monasterio.
–Incluidos nuestros ordenadores… ¿Acaso algo marcha mal?
–Bueno –titubeó–. Volvemos a tener problemas con el generador principal; está que se cae de puro viejo, y a duras penas consigo que vaya tirando adelante.
–Eso quiere decir que nos quedaremos de nuevo sin electricidad.
–No creo que la reparación del generador dure demasiado tiempo, pero todo depende de con lo que me encuentre al desmontarlo. Es­pe­ro que al menos el bobinado esté bien; -continuó, más para sí mismo que para el anciano- no se puede usted ni imaginar lo difícil que resulta conseguir hilo de cobre medianamente decente.
–Sí, claro. -concedió distraído- Pero mientras dure la reparación, ¿no podría conectarnos a los generadores auxiliares? Estamos llevando a cabo un trabajo sumamente importante, e interrumpirlo ahora…
–Lo siento, hermano; los generadores auxiliares tienen una potencia limitada, y ésta es necesaria para los servicios esenciales del monasterio: El molino, la forja, la carpintería, la enfermería, la cocina… Y mucho me temo que la biblioteca no está incluida en esta relación. Por eso le ruego que dejen apagado todo de aquí a una hora, ya que será entonces cuando desconecte esta línea.
–¡Qué se le va a hacer! -se resignó bien a su pesar- Al menos esta vez no nos cortarán la electricidad sin avisar, como ocurrió la semana pasada; ¡todo un día de trabajo perdido!
–¡Hermano! -se sonrojó el herrero- Le aseguro que se trató de una desafortunado accidente.
–Olvidémoslo. -concedió el anciano una vez satisfecha su inocente venganza- Lo que sí voy a hacer, es aprovechar la ocasión para comentarle que se nos ha vuelto a estropear uno de los ordenadores.
–¡Otra vez! -el irritado era ahora el herrero- Si no hace ni dos semanas…
–Que reparó usted el último. Pero ahora no ha sido ése, sino el del monitor grande; y lo peor de todo, es que es el más rápido de todos. Sin él, estamos perdidos.
–Una vez hayamos terminado con el generador vendremos a por el ordenador, pero si le he de ser sincero, no le puedo prometer nada; estos aparatos suyos son una pura chatarra.
–No se preocupe por ello –ironizó el bibliotecario–. En cuanto podamos, iremos al pueblo a comprar unos cuantos.
–Disculpe mi brusquedad –concedió el herrero–. De sobra sé que ustedes hacen todo lo que pueden con tan precarios medios. Pero yo… Forjar una pieza de un generador no es demasiado complicado, pero lo que me resulta de todo punto imposible es improvisar alguno de los maravillosos componentes electrónicos de los que estos artefactos están fabricados. Puedo sustituirles los cables y reparar alguna pieza mecánica, pero poco más. Y en cuanto a la provisión de piezas de repuesto, algo que debemos agradecer a la previsión de mis antecesores, está ya tan agotada que no sé durante cuanto tiempo podremos seguir manteniendo en funciona­miento a estos aparatos. En fin –suspiró–; tendremos que pechar con ello y resolverlo de la mejor manera posible.

Unos minutos después, ya a solas con sus pensamientos, el anciano bibliotecario meditaba tristemente sobre la labor a la que había dedicado toda su vida. Los ordenadores… Aquellos maravillosos artefactos que fueran a la par símbolo y sostén de la antigua civiliza­ción, eran ahora tan sólo unas venerables reliquias de un pasado desapa­re­cido para siempre. Pero para ellos los ordenadores eran mucho más, algo infinitamente más importante que unos simples y polvorientos objetos de museo: Eran, o pretendían ser, sus instrumentos de trabajo.
ex¡Pensar que hubo un momento en el que toda, absoluta­mente toda la información del mundo, y nadie podría sospechar siquiera su ingente magnitud, estaba almacenada en estos frágiles objetos! Cualquie­ra de sus supersticiosos contemporáneos, incluyendo también a los toscos e incultos sacerdotes seculares que tan mimados estaban por los zafios Señores, hubiera rechazado con indignación tamaño aserto tachándolo de imposible cuando no de herético o diabólico… Aunque había que reconocer que resultaba realmente difícil de creer en una época en la que el desarrollo tecnológico había experimentado un brusco retroceso de varios siglos, unos tiempos en los que el manuscrito se había vuelto a convertir en la única manera posible de transcribir unos datos.
Pero los monjes de este monasterio no se habían vuelto locos ni tenían tratos con el diablo. Muy al contrario, eran de los pocos que sabían a ciencia cierta que las cosas no habían sido siempre así, y de los pocos también que luchaban por preservar todo lo posible de la extinta edad dorada. En los oscuros años que acompañaron al colapso el azar quiso que unos cuantos fugitivos llamaran a las puertas del pequeño convento que fuera con el tiempo el embrión del actual monasterio; de esto hacía ya mucho tiempo, pero el recuerdo permanecía vívido en la memoria de la comunidad puesto que de este hecho derivaba la principal razón de ser de la comunidad.

Era una época en la que el vulgo perseguía a todo aquél que poseyera cierto nivel cultural por creerle culpable de la catástrofe; ninguna diferencia había entre los que contaban con una formación técnica o científica y los que no; todos ellos eran asesinados sin piedad por el simple hecho de saber. Huyendo de la muerte muchos de estos proscritos buscaron refugio bajo el manto de la Iglesia, única institución que fue capaz de salvarse a sí misma y salvar a sus protegidos mientras el resto del mundo se desmoronaba a su alrededor, repitiéndose así por segunda vez en la historia su condición de depositaria de los saberes olvidados.

Los científicos salvados tan oportunamente por el monasterio de la furia de la chusma enardecida, ahora convertidos en unos monjes más, resultaron ser todos ellos unos expertos en informática tal como relataron a sus nuevos compañeros una vez pasado definitivamente el peligro. Sin embargo, de nada servía su saber si carecían de ordenado­res, razón por la que en un principio no pudieron aportar sus valiosos conoci­mien­tos a la comunidad. Afortunadamente un golpe de suerte les deparó un descubrimiento que sería determinante para su futuro: Husmeando en las ruinas calcinadas de una antigua biblioteca en busca de algún libro o documento que salvar, un joven lego encontró la entrada de un subterráneo el cual se encontraba abarrotado de ordenadores, todos ellos milagrosa­mente intactos al haber permanecido ocultos y bien conservados durante los años de anarquía. Todo parecía indicar que se encontraban ante el fruto de un desesperado intento de salvar de la destrucción una cantidad presumiblemente muy importante de información, intento que al parecer había sido culminado con el éxito.

Una precaria paz impuesta por el Señor de la Guerra local había sustituido a los saqueos y los asesinatos indiscriminados, por lo que tras la pertinente autorización de éste los monjes pudieron acarrear su tesoro hasta el seguro refugio brindado por los muros del monasterio. Habían pasado bastantes años desde que los antiguos informáti­cos ingresa­ran en la comunidad pero éstos, aunque ancianos, continua­ban conservando su saber, por lo que rápidamente pudo ser organizado un grupo encargado de aprender el manejo de los aparatos con objeto de poder interpretar la gran cantidad de información que éstos contenían.
Por desgracia, la realidad resultó ser mucho menos fácil de lo que hubieran deseado. Contaban con un formidable botín, eso era cierto, pero no les resultaba posible abrir el cofre de los tesoros debido a la carencia en el monasterio de un suministro eléctrico adecuado. Sí, contaban con un pequeño generador de construcción artesanal que satisfacía ciertas necesidades de la comunidad tales como el molino de cereal o el alumbrado de la iglesia, pero éste resultaba completamente insuficiente para los requerimientos del sofisticado equipo. Los antiguos técnicos sabían perfectamente cómo se podía subsanar el problema, pero desgraciadamente para ellos carecían de los medios necesarios para resolverlo.
Pasaron varios años antes de que pudieran acceder a la información almacenada en los ordenadores, años de ímprobos trabajos luchando contra las limitaciones de una tecnología colapsada que resultaba incapaz de mantener los escasos vestigios salvados de la gran catástrofe. Por fin, el tesón de los perseverantes monjes rindió sus frutos llegando el ansiado día en el que el primer ordenador pudo ser conectado gracias a la ingeniosa instalación montada al efecto.

En unas condiciones precarias, casi heroicas, comenzaron los monjes su largamente dilatada tarea imbuidos por un fervor que tenía bastante de místico. El torrente de información primero les desbordó para finalmente ser controlado, hazaña que sólo sirvió para revelarles un grave problema descubierto poco después de iniciado su trabajo: los ordenadores, lejos de ser eternos como en un principio habían creído, comenzaban a dar muestras de debilidad provocando una pérdida irreparable de datos, todo ello sin la menor posibilidad de sustitución de los mismos. La certeza de que tarde o temprano el colapso acabaría siendo total, movió a los responsables de la comunidad a adoptar una drástica decisión: Puesto que no podían garantizar en modo alguno el funcionamiento indefinido de estos aparatos, optaron por la única manera que conocían de perpetuar la información: Copiarla.

Y se pusieron manos a la obra. En una primera etapa dispusieron de impresoras, pero una vez agotados los repuestos de tinta les resultó imposible seguirlas utilizando… Cuando no se rompía la propia impresora, lo cual resultaba todavía peor. Así pues, tuvieron que recurrir a copiar trabajosamente en manuscrito todo aquello que aparecía en las pantallas de los monitores.

Resultaba patético comprobar cómo la más alta tecnología jamás desarrollada en el planeta tenía que ser auxiliada primero, y sustituida después, por una de las más antiguas y primitivas invencio­nes del hombre… Pero el destino lo había querido así, conduciéndolos a una situación que al mismo tiempo resultaba ser positiva y desalentado­ra: Para transcribir todos los secretos allí almacenados deberían trabajar sin descanso durante varias generaciones, tal era el volumen de datos acumulado en sus ordena­dores. Y así lo hicieron sin la menor vaci­la­ción, puesto que tiempo era precisamente lo único que les sobraba.

Cuando el actual bibliotecario ingresó como novicio en el monasterio, eran ya varias las generaciones de monjes que habían pasado por la biblioteca; y, a pesar de todo el tiempo transcurrido desde que iniciaran su labor, todavía les quedaba una cantidad ingente de trabajo por hacer. Lamentablemente, los ordenadores continuaban fallando cada vez más sin que nada pudieran hacer por evitarlo. Cierto era que habían aprendido a intercambiar los elementos de almacenamiento de datos -los llamados por los hermanos informáticos «discos duros”, nadie sabía muy bien por qué- de unos ordenadores a otros, lo que evitaba que la información se perdiera por completo; pero conforme pasaba el tiempo había menos ordenado­res en funcionamiento, por lo que el rendimiento de su trabajo se hacía cada vez más y más lento.

Otro inconveniente añadido, y no precisamente baladí, fue el hecho de que a la muerte de los hermanos informáticos no hubo nadie capaz de conservar todos sus conocimientos. Por supuesto que éstos se habían preocupado durante muchos años de formar un nutrido grupo de aprendices que pudieran perpetuar su trabajo una vez que hubieran desapa­re­cido; pero éstos, carentes de la formación académica de sus maestros, apenas si habían podido asimilar algunos escasos rudimentos de una ciencia que había desaparecido para siempre. Bastante tenían con saber manejar torpemente los ordenadores reflejando en las pantallas los datos que luego los copistas transcribirían a los pergaminos, mientras otros monjes especializados en tareas técnicas luchaban con sus limitados medios para conseguir que los delicados aparatos continuaran operativos algún tiempo más.

Nadie sabía cómo, varias generaciones después algunos ordenadores seguían funcionando mejor o peor… Eran tan sólo tres o cuatro obtenidos a base de ensamblar piezas procedentes del desguace de sus menos afortunados compañeros, pero eran bastantes para que la magna labor del monasterio no se viera interrumpida por completo. Parecía un milagro que hubieran resistido el efecto conjunto del paso del tiempo y el continuo manejo de manos inexpertas; pero funcionaban, y eso era suficiente.

Sin embargo, el anciano bibliotecario sabía que su lucha contra el tiempo estaba perdida de antemano. Los pocos ordenadores que todavía les quedaban no podían durar ya demasiado tiempo, y sin duda fallarían mucho antes de que la información que atesoraban pudiera ser salvada en su totalidad, por lo que muchos inapreciables secretos queda­rían de esta manera perdidos para siempre.
Muchas habían sido las veces en la que sintiera impo­ten­cia al ver la gran cantidad de conocimientos que sería imposible salvar; mas cuando a continuación dirigía su mirada a las estanterías en las que se alineaban cuidadosamente los abultados tomos que contenían toda la documentación transcrita, se consolaba pensando que al menos su labor no había resultado estéril. Por supuesto que ignoraba, al igual que cualquier otro contemporáneo suyo, la posible utilidad futura de los datos tan cuidadosamente copiados durante generaciones en esos gruesos volúmenes de pergamino, al tiempo que era completamente incapaz de discernir qué parte de lo allí recogido constituiría una importante aportación para las generaciones futuras y cual, por el contrario, era tan sólo una información banal; aunque lo que más le torturaba era, con diferencia, el no poder seleccionar lo más importante de todo aquello que diariamente pasaba ante sus ojos para podérselo dejar en herencia a unas generaciones futuras que sí sabrían aprovechar algo que ahora tan sólo podían preservar sin alcanzar a comprender su significado.

Suspirando una vez más, el anciano se dirigió hacia el reducido rincón de la biblioteca en el que los jóvenes copistas se afanaban ante los escasos monitores que se encontraban en funcionamiento. Un día menos, se dijo, poco podía afectar a la magra herencia de una humani­dad que había perdido prácticamente todo. Tras ordenar a sus subordinados que desconectaran los aparatos y se dedicaran a otros menesteres, abandonó la biblioteca para dirigirse a la capilla; deseaba rogar a Dios que le diera fuerzas para resistir hasta el día ya cercano en el que el último ordenador se apagara definitivamente. Una vez llegado este momento podría ya morir tranquilo con la satisfacción de haber cumplido con su sagrado e irrealizable objetivo.

por José Carlos Canalda

Arquitectura Binaria

por Alfredo Álamo

En los últimos treinta años la capacidad de información de la matriz había aumentado exponencialmente. Terabytes de información aparecían desperdigados flotando en un mar lleno de basura virtual, rumores y publicidad anticuada que se resistía a las arañas de limpieza. Nadie se había preocupado nunca por establecer un urbanismo coherente ni por aplicar unas normas en la construcción de los sitios web. No existían planos oficiales, solo caminos transitados por los que los tecnoburgueses se agolpaban como en un gigantesco centro comercial. Los profesionales sabían bordear esas calles aglomeradas para esquivar la información generalizada, pero ni siquiera ellos podían hacerse una idea de la magnitud de los datos a procesar. Para eso hacía falta orden, diseño e intuición; ni siquiera las más avanzadas IAs podían alcanzar el potencial necesario.

La biblioteca parecía extenderse hasta el infinito. Miles de libros desiguales formaban la silenciosa armada del conocimiento. Un avatar estándar, posiblemente de la gama administrativa, se agarraba a su cartera de datos mientras la luz rojiza del amanecer atravesaba las vidrieras de la sala. Una mujer joven, con el pelo recogido y unas gafas redondas, se acercó al administrativo.

–Buenas tardes –dijo la mujer con voz cálida, un buen ejemplo de personalización de avatar–. Debe ser usted el representante de Tahohichi.
–Emm… si –dudó el hombre antes de contestar–. ¿Es usted la Bibliotecaria?
–Prefiero el término de Arquitecta de la Información, si no le importa –comentó la mujer.
El hombre extrajo la cartera de datos. Tenía el logo de la Tahohichi insertado en un costado. La mujer tocó el símbolo y la información se transfirió a sus sistemas. A los pocos segundos, un fraile encapuchado se acercó a los dos avatares, provocando el sobresalto del administrativo.
–No se asuste –dijo la mujer–. Es un daemon de información. Trae un resumen de los datos que me ha entregado.
–Entiendo –murmuró el administrativo.
–Ahora comenzaré la búsqueda –dijo al recibir un códice de manos del fraile–, de acuerdo a las primeras indicaciones de mi software.
–¿Puedo quedarme? –preguntó el hombre, apartándose para que el fraile se alejara.
–No veo porqué no. Espero que no se aburra, éste no es un proceso entretenido.
La arquitecta dejó el libro en un atril de bronce. La primera página reflejaba un índice temático, indexando las entradas en los principales motores de búsqueda. La mujer seleccionó varias de ellas y ordenó una búsqueda hasta el tercer nivel. Varios libros tras la mujer se iluminaron con un brillo dorado.
–Fascinante –comentó la mujer–. Su empresa tiene unos intereses muy extraños, ¿no cree? Cábala y numerología; muy esotérico para una empresa de seguridad.
–Desconozco el contenido de los datos, señorita. –dijo el otro avatar.
La mujer se dirigió a los libros iluminados. Con un solo toque de su dedo índice fueron desapareciendo. La información se transfería al libro que tenía en el atril.
–Comprenderá que este proceso podría realizarse de otra forma –se explicó–. Pero ésta es en la que me siento más cómoda. Prefiero considerarme una artesana.
Algunos de los sitios web descargados de los libros poseían estructuras lógicas. Eso facilitaba la búsqueda y la comparación dentro de ellos. La mujer fue seleccionando partes y lanzándolas hacia su sistema de almacenaje; luego, a la hora del informe, serían revisadas.
–Ahora seguiré por la búsqueda en bases de datos independientes –dijo la mujer, señalando una fila de gruesos volúmenes–. Vista la idea de su búsqueda, pasaré también a analizar la teoría religiosa judía. Sobre todo la Torah.

Nuevas hojas se añadieron al libro del atril mientras la mujer revisaba la información a través del software que ella misma había escrito. Al cabo del rato volvió a mirar a su cliente. Seguía en la misma posición, hasta era probable que se hubiera desconectado. Es más, sus piernas se estaban pixelando, síntoma de una conexión deficiente. Eso llamó su atención, las corporaciones no tenían ese tipo de problemas. Dejó por un momento la búsqueda en automático y se acercó al avatar administrativo. Los píxeles caían al suelo, pero no desaparecían; eso no era pixelación: era decompilación. La imagen se estaba descomponiendo a nivel de programación, los píxeles en el suelo se movieron volviéndose a juntar. Compilándose en algo nuevo. Un golem, pensó la bibliotecaria, solo que en lugar de estar hecho de barro, lo estaba de código máquina.

–Cierre de seguridad –dijo la mujer.
Esa era la orden para cortar todas las conexiones entre sus bases de datos generales y el entorno virtual donde se encontraban. Si esto era algún tipo de ataque, quería tener su información a salvo.

El rostro del administrativo se deformó completamente, parecía una fuente virtual escupiendo código fuente a su alrededor. La arquitecta se dio cuenta de que si no hacía algo, todo su espacio-avatar sería ocupado por el programa invasor. Lo primero era averiguar su pauta; todo programa tendía a la mecanización, huía del caos. Éste no era una excepción. La mente adiestrada de la mujer analizó la expansión y descubrió el algoritmo que lo movía. Una búsqueda rápida en su banco personal, el único que no se desconectaba nunca, le dio una serie de programas-tipo. La masa decompilada empezaba a llenar el suelo de madera de la biblioteca. Ahora tocaba su estructura. Se acercó rápidamente a una de las mesas cercanas a las ventanas, se hizo con una pluma de escritura y se encaró con su atacante. Trazó dos líneas en el aire en forma de cruz que dejaron una estela dorada antes de arremeter contra el programa. Lo cortaron como mantequilla. La mujer se adelantó hacia la masa de pixeles y metió las manos en el hueco que había conseguido. A su alrededor el programa empezó a lanzar zarcillos que se pegaron a la capa exterior del avatar, pero ella apartó las primeras capas de código con un simple manotazo. Aquí tenía derechos de Administradora del Sistema, hundió más sus manos en el cuerpo del programa y buscó su núcleo, el kernel que lo movía. Parecía una letra hebrea inscrita en una piedra pulida, no se lo pensó dos veces antes de arrancarla. La ejecución del proceso se detuvo. El ataque había fracasado. La mujer suspiró aliviada. Ahora solo quedaba analizar las rutinas de programación y compararlas en una nueva búsqueda. Todos los programadores dejaban su firma en sus obras, quisieran o no.

Un buen número de frailes acudieron a su llamada mientras reactivaba las bases de datos, alguien tenía que limpiar todo ese caos fragmentado de píxeles azules. Mientras tanto, la mujer comenzó su análisis. Alguien iba a tener una sorpresa esa noche, sonrió haciendo un par de llamadas a números restringidos. Una desagradable sorpresa.

por Alfredo Álamo

No es Oro

por José Carlos Canalda

Durante mucho tiempo se había especulado, largo y tendido, sobre las circunstancias en las que tendría lugar el primer contacto entre la humanidad y una hipotética civilización extragaláctica, así como sobre las posibles consecuencias que acarrearía éste, las cuales se presumían trascendentales. Sin embargo, la realidad fue mucho más prosaica de lo esperado. Nada hubo que se pareciera, ni aún remotamente, a una invasión extraterrestre trufada con la parafernalia de platillos volantes y rayos desintegradores tan del gusto de Hollywood. Nada hubo tampoco que tuviera que ver con gloriosas expediciones al estilo de la épica consagrada por las películas del Oeste ya que, para empezar, ni los terrestres habían conseguido poner el pie siquiera en Marte, ni en ese planeta alentaba el menor atisbo de vida. También habrían de sentirse defraudados los seguidores de la teoría de los encuentros en la tercera fase, incluyendo claro está en la nómina de frustrados a toda esa caterva de iluminados que habían hecho una religión, o casi, de su pintoresco culto a los ovnis.

En la práctica, las cosas fueron infinitamente más sencillas. Era evidente que los extraterrestres –los pkarr, por usar el término con el que ellos mismos se autodenominaban– nos habían estudiado previamente con objeto de establecer las condiciones idóneas para el siempre delicado primer contacto; pero ni se habían paseado por nuestros cielos en unos inexistentes platillos volantes, ni habían abducido a ser viviente alguno para destinarlo a ignotos experimentos científicos o sociales. Simplemente, se habían limitado a estudiar las emisiones de radio y televisión, a rastrear por Internet y a realizar observaciones orbitales para recabar la información deseada sin necesidad alguna de mancharse las manos. Por supuesto tampoco este estudio se había extendido desde la más remota antigüedad; de hecho, ni tan siquiera se había iniciado a raíz del final de la II Guerra Mundial fecha oficial del inicio de las visitas alienígenas según la ufología más ortodoxa… En realidad, su llegada al Sistema Solar había tenido lugar tan sólo veinte años antes del primer contacto aunque, eso sí, conocían la existencia de vida inteligente en nuestro planeta desde mucho tiempo atrás sin que nunca hasta entonces hubiéramos suscitado aparentemente su interés.

Pero cuando decidieron que las cosas estaban maduras, se presentaron un buen día en las sedes de gobierno de los principales estados del planeta o, al menos, en las de los que ellos consideraron como principales, para decepción de más de un aspirante a estadista… Lo hicieron simultáneamente y con toda sencillez, tres de ellos para cada embajada, retransmitiendo su llegada –sólo Dios sabría cómo habían conseguido hacerlo– por todas las cadenas de televisión del mundo.

Nada aficionados a los complejos rituales diplomáticos que tan caros resultaban a sus perplejos anfitriones, los pkarr fueron directamente al grano expresándose con toda claridad –al menos en eso sí habían acertado los escritores populares de ciencia ficción– en las correspondientes lenguas vernáculas de los países visitados. En resumen, vinieron a afirmar que sus intenciones eran amistosas, y que no tenían la menor intención de inmiscuirse en los asuntos internos de la Tierra… y eso que motivos no les habrían faltado, con tres o cuatro guerras de regular tamaño desatadas en esos momentos junto con un buen puñado de conflictos locales de baja intensidad y nula trascendencia en los delicados engranajes económicos del planeta, amén claro está, de la habitualmente abultada nómina de tiranos y tiranuelos de toda laya desperdigados a lo ancho y largo del orbe.

Tampoco pretendían, advirtieron de forma explícita, practicar nada que pudiera ser considerado como colonialismo, neocolonialismo o neoneocolonialismo de ningún tipo; de hecho, ni tan siquiera estaban interesados en la explotación de los yacimientos minerales existentes en las distintas regiones del Sistema Solar, unas riquezas por otro lado de las que habrían podido apropiarse tranquilamente, de haberlo querido, sin el menor inconveniente y, por supuesto, sin necesidad de pedirnos el menor permiso.

Entonces, ¿qué era lo que buscaban realmente los visitantes en nuestro planeta? Para sorpresa de los gobiernos terrestres, que no entendían una iniciativa de ese tipo ajena a cualquier pretensión de anexión o conquista, éstos manifestaron con la mayor ingenuidad o, según los más desconfiados, con la mayor hipocresía, que tras asentarse en los sistemas solares cercanos, deshabitados hasta entonces, habían estimado oportuno cursar una visita de buena vecindad. Dado que el grado de desarrollo de nuestra civilización distaba aún mucho de alcanzar el mínimo requerido para entrar a formar parte de la Comunidad Galáctica –una especie de ONU interplanetaria–, las leyes vigentes en este sector de la Vía Láctea prohibían taxativamente cualquier tipo de intervención, por parte de los estados miembros, que pudiera suponer una perturbación en nuestro proceso natural de evolución, que debería ser dejado exclusivamente a merced de nuestras propias fuerzas.

Lo que no impedían las citadas leyes era el conocimiento mutuo, así como los contactos, eso sí, estrictamente controlados, que no supusieran perjuicio alguno para nuestra cultura. Dicho con otras palabras: Si bien los terrestres podíamos contar con la seguridad de que los pkarr ni nos iban a invadir ni nos iban a someter a ningún tipo de dominio, colonización o esclavitud, la otra cara de la moneda era, para decepción de muchos, su negativa tajante, amparada en la aludida prohibición, a permitir que nos beneficiáramos de su increíblemente avanzada tecnología debido a la consabida excusa de que todavía no estábamos preparados para ello. En definitiva, tanto para lo bueno como para lo malo, tendríamos que seguir ventilándonoslas nosotros solos.

Huelga decir que estos hechos provocaron una auténtica tormenta dialéctica entre quienes aprobaban la para ellos prudente actitud de los pkarr y quienes, por el contrario, denunciaban su injustificable egoísmo, sin que prácticamente nadie, en ninguno de los dos bandos, atendiera a los sensatos argumentos de algunos –no todos– antropólogos que resaltaban el hecho cierto de que, siempre que se había producido un contacto entre dos sociedades de diferente nivel cultural hasta entonces ajenas, era a la más débil a quien le había tocado bailar con la más fea, no siendo infrecuente, incluso, su extinción…

Ni tan siquiera los propios eruditos conseguían ponerse de acuerdo acerca de las consecuencias que habría de acarrear el simple conocimiento de que no estábamos solos en el universo, agravándose además la cuestión por la circunstancia, no por evidente menos desagradable, de que nosotros éramos ahora los primitivos. Así, para unos el contacto sería una humillación cultural de consecuencias incalculables, siendo necesario advertir, eso sí, que la preocupación de éstos tan sólo se extendía a lo que pudiera ocurrirle a la orgullosa cultura occidental; aunque en realidad no se trataba de algo que quitara el sueño a colectivos sociales tales como los esquimales, los papúes, los aborígenes amazónicos, los nativos australianos, los pieles rojas o los bosquimanos, nada sospechosos de compartir el etnocentrismo de europeos y norteamericanos.

Otros, por el contrario, creían que esta certeza habría de servir de acicate a la humanidad en su conjunto para que, abandonando de una vez todos sus instintos autodestructivos, volcara sus energías en un desarrollo armónico que le permitiera salvar, en el menor tiempo posible, la brecha que nos separaba del apenas entrevisto paraíso galáctico.

En cualquier caso las consecuencias prácticas del contacto con los pkarr, no por limitadas menos tangibles, no tardaron en hacerse notar. Los visitantes querían de nosotros, básicamente, información de todo tipo, sin que ninguna rama del conocimiento humano quedara al margen de su interés. Y, aunque ya habían recogido, sin necesidad de permiso alguno, cuanto circulaba libremente por el éter –radio, televisión– o por las redes informáticas e Internet, deseaban asimismo acceder a toda aquella documentación disponible únicamente mediante una visita directa, tanto bibliotecas y archivos no informatizados, como monumentos y yacimientos arqueológicos. Esto último se debía, tal como reconocieron, a que sus sistemas de registro gráfico estaban infinitamente más desarrollados que los nuestros, por lo cual no se conformaban con una fotografía del Taj Mahal prefiriendo fotografiarlo –o como se denominara su técnica equivalente– personalmente. Por supuesto se comprometieron a realizar sus actividades de la manera más discreta y menos perturbadora posible, respetando los tabúes locales o adaptándose a ellos con un exquisito tacto, lo que les permitió culminar satisfactoriamente sus visitas a lugares tan comprometidos como la Meca o Salt Lake City.

En agradecimiento a la hospitalidad de sus anfitriones terrestres, y ante la imposibilidad legal de compensarnos con ningún tipo de regalo de índole tecnológica, los pkarr propusieron reclutar un selecto grupo de nativos excepcionalmente inteligentes, a los cuales llevarían consigo a sus planetas de origen con objeto de familiarizarlos con su cultura. Estos pioneros serían entrenados con objeto de convertirlos en una élite que, a su vuelta, tendría como misión facilitar nuestro ingreso en la Comunidad Galáctica. Este tipo de influencia, benéfica y controlada, era la única permitida por las estricta legislación interplanetaria, estando enfocada fundamentalmente a la difusión entre nosotros de una filosofía humanista, no muy diferente de la moral propugnada por las principales confesiones religiosas, pero carentes de los componentes dogmáticos y autoritarios que solían arrastrar éstas. La evolución de la Tierra teniendo como meta su integración en la galaxia, advertían nuestros mentores, no tendría que ser tecnológica, sino ideológica y cultural, debiendo volcar nuestros esfuerzos en la erradicación de la violencia y las injusticias económicas, culturales y sociales. Y eso lo tendríamos que hacer nosotros solos, sin más ayuda que la inestimable de nuestros catecúmenos tras ser adiestrados éstos por los benévolos pkarr.

El número de candidatos presentados a la convocatoria fue, como cabía esperar, inmenso. Millones y millones de hombres y mujeres, en todos los países del globo, se ofrecieron como voluntarios de forma masiva para viajar a los mundos pkarr. Puesto que éstos habían limitado el número de invitados a tan sólo cinco mil personas, los procesos de selección fueron extraordinariamente duros y exigentes, primero realizados por los propios gobiernos locales y, finalmente, por los propios pkarr, deseosos de que sólo los mejores entre los mejores lograran superar la rigurosa criba. Los finalmente elegidos cumplían una serie de requisitos que hacían de ellos unos dignos representantes de la raza humana: no eran aventureros ni, mucho menos, fanáticos, sino unas personas sensatas y equilibradas con gran estabilidad emocional, alto cociente intelectual y un nivel cultural muy por encima de la media. En resumen, se trataba de la mejor embajada con que la Tierra hubiera podido soñar, para orgullo de todos sus habitantes y satisfacción de los exigentes y puntillosos pkarr. Embarcados todos ellos, alienígenas y terrestres, en la enorme nave interplanetaria que habría de conducirlos hasta su remoto destino, la humanidad volvió a encontrarse frente a sus quehaceres habituales, aguardando con expectación las noticias de sus afortunados hijos.

El vínculo con ellos no había quedado roto del todo. Antes de partir, los pkarr habían instalado en Nueva York una estación trasmisora mediante la cual, en tiempo real a pesar del abismo de varios años luz que separaba a la Tierra de sus planetas, los pioneros podrían comunicarse con nosotros. Una semana después de su partida éstos llegaban al planeta capital de sus anfitriones, y a partir de entonces fueron narrando periódicamente las maravillas que descubrían de forma continua.

Han pasado más de diez años, y muchas son las cosas que han cambiado en nuestro planeta desde entonces. Los cinco mil voluntarios siguen allí, aunque sus contactos con la Tierra son cada vez más infrecuentes a causa, sin lugar a dudas, de su creciente grado de integración en la fascinante cultura pkarr. Se trata de un indicio sumamente positivo por mucho que puedan augurar los sectores más agoreros de la opinión pública, ya que prueba la capacidad de los terrestres para adaptarnos sin traumas de ningún tipo a la sociedad interplanetaria a la que tarde o temprano estamos predestinados a pertenecer. Podemos, y debemos; tan sólo tendremos que conseguir que el conjunto de nuestra población comparta las virtudes que enaltecían a nuestros héroes, aguardando con paciencia, pero con perseverancia, la llegada del feliz momento en el que una nueva y esplendorosa era abra de par en par sus puertas a la gozosa humanidad.

G.W. Bushman. La llamada del Universo. Prólogo. Editorial Prometeo. Buenos Aires, 2027.
II

Ciudad de Pkarr, 7 de agosto de 2018

Hoy he vuelto a conectarme a esa maravilla que, traducido al español, podría describirse como transductor cerebral, una especie de interfaz que permite la conexión directa del cerebro con la red informática global que se extiende, teóricamente, por todo el orbe galáctico habitado… Aunque en nuestro caso las restricciones son rigurosas, a la par que necesarias, dado que, según nos han explicado los instructores pkarr, nuestras mentes serían incapaces de asimilar el ingente volumen de información con el que nos encontraríamos. Pero con el acceso restringido del que disponemos nos basta, es tal el cúmulo de maravillas desplegado ante nosotros, que uno desearía poder estar conectado las veinticuatro horas del día (en realidad unas veintiséis y media en este planeta) olvidándose hasta de las necesidades fisiológicas más perentorias, como comer o dormir.

Claro está que no nos lo permiten; incluso en las razas más evolucionadas de la galaxia, aquéllas frente a las cuales los propios pkarr son unos recién llegados, existe el peligro de la adicción; cuanto más entre nosotros, que no estamos habituados a esta técnica por lo demás tan común para ellos como lo es hablar por teléfono, o navegar por Internet, en la Tierra. Nuestros anfitriones, siempre velando por nuestra comodidad y nuestra salud, desean que aprendamos todo cuanto pueda sernos útil para catalizar en un futuro el desarrollo de nuestro planeta, evitando al mismo tiempo que un exceso de celo por nuestra parte pudiera acabar redundando en una situación perniciosa. Por esta razón el acceso a los terminales cerebrales nos está rigurosamente limitado, pareciéndonos eterna la espera hasta la llegada de un nuevo turno.

Esto no quiere decir, en modo alguno, que nos aburramos mientras tanto; los estímulos son numerosos, y tan variados, que nos falta tiempo para abarcarlos todos. Las visitas turísticas, físicas y virtuales, no sólo por el territorio pkarr sino también, vía holograma, por todos los rincones conocidos de la galaxia, son una de las actividades más ansiadas, excepción hecha, claro está, de las visitas al transductor. El arte pkarr en todas sus vertientes (pintura, arquitectura, música y varias disciplinas más difícilmente describibles, como la meteorología artística, la gimnasia argumental o los pensamientos lánguidos) es asimismo fascinante aunque, en ocasiones, de difícil percepción.

Y estudiamos. Estudiamos constantemente, descubriendo nuevas ramas de la ciencia insospechadas hasta ahora, como la metatermodinámica o la sociometría estadística, o profundizando en algunas tan clásicas como las matemáticas, la física, la química o la tecnología. Claro está que la comprensión de muchas de las teorías científicas desarrolladas por los pkarr resulta en ocasiones extremadamente compleja incluso para los más aptos de nosotros, por lo que nuestros profesores nos recomiendan que no nos impacientemos, ya que todo llegará a su tiempo. ¡Que tengamos paciencia! Tener delante de los ojos la Teoría Multipolar del Espacio Tiempo, por poner un ejemplo, que es la que justifica y permite los viajes espaciales a mayor velocidad que la luz, y no poder entenderla, es tan desesperante para un físico, como lo es para un biólogo no ser capaz de desentrañar los sutiles mecanismos bioquímicos involucrados en la vacuna universal que nos fue aplicada nada más llegar aquí, la cual nos pone a salvo de cualquier tipo de infección, reacción alérgica o proceso canceroso de por vida.

Pese a todo aprendemos, aprendemos mucho, y no vemos llegada la hora de nuestro retorno… Ni lo deseamos, puesto que ante tal despliegue de maravillas resultaría extremadamente duro tener que asumir la vuelta a la atrasada sociedad terrestre a la que pertenecemos. Desconocemos cuanto tiempo permaneceremos todavía aquí, ni tan siquiera los pkarr lo saben; pero esperamos, y deseamos fervientemente que cuanto más tarde llegue la hora del retorno, mejor.

J.A. García. Crónicas de un viajero a los planetas pkarr. Editorial Universo. Madrid, 2030. Vigésimocuarta edición.
III

A LA OPINIÓN PÚBLICA

La Asociación Ecologista Universo Libre, en su lucha por la preservación de la vida salvaje en el orbe galáctico, denuncia públicamente las prácticas ilegales que, de forma continua, viene realizando impunemente el gobierno de la República Pkarr con el consentimiento tácito de la Comunidad Galáctica, conculcando los Derechos Universales de la Fauna y Floras Silvestres sancionados interplanetariamente por el Protocolo de Aashum, firmado por el gobierno pkarr.

Este Protocolo, en su artículo tercero, párrafo cuarto, prohíbe explícitamente todo tipo de explotación de índole comercial, así como cualquier otra actividad que pueda resultar perjudicial, de especimenes salvajes y, en especial, de animales procedentes de reservas naturales sometidas a un régimen de protección especial. Violando la prescripción, el gobierno pkarr ha procedido a importar en secreto, de una reserva natural ubicada en su ámbito territorial, varios miles de individuos pertenecientes a la especie dominante en el planeta.

Estos especimenes han sido utilizados aparentemente en investigaciones científicas tendentes al desarrollo de redes informáticas de naturaleza orgánica basadas en sustratos de tejidos neuronales vivos, lo cual incumple asimismo los convenios interplanetarios Xaar I y Xaar II, así como las recomendaciones de la Organización Galáctica de la Salud sobre prevención del maltrato animal y minimización de daños en razas de laboratorio.

Por todo ello, exigimos a la comunidad interplanetaria que obligue al gobierno pkarr a respetar el Protocolo en todos sus términos, interrumpiendo los experimentos y devolviendo a estos especimenes a su hábitat natural, debiendo comprometerse asimismo a no realizar en un futuro ninguna actividad que conculque la normativa legal o resulte perjudicial para cualquier tipo de especie viva, independientemente de su grado de desarrollo mental.

Asimismo, convocamos a los ciudadanos preocupados por la preservación del medio ambiente galáctico a asistir a las manifestaciones de protesta que tendrán lugar, en fecha y hora de las que se avisará oportunamente, frente a las embajadas y consulados pkarr, así como a la marcha pacífica al sistema planetario expoliado de la Caravana por la Vida, que será encabezada por nuestro buque insignia Guerrero del Universo.

En Nueva T’iilith, a 7.358-65-47A (Era Galáctica).
IV

COMUNICADO DEL MINISTERIO DE INFORMACIÓN
DE LA REPÚBLICA PKARR

A LA OPINIÓN PÚBLICA

Ante la calumniosa campaña de desprestigio lanzada contra el Gobierno de esta nación por parte de la autodenominada Asociación Ecologista Universo Libre, este Ministerio desea hacer público el siguiente comunicado:

1.- Son completamente falsas las acusaciones vertidas por la citada Asociación Ecologista Universo Libre respecto a una presunta violación, por parte del gobierno de la República Pkarr, de tratados interplanetarios tales como el Protocolo de Aashum o los Convenios Xaar I y Xaar II, y tampoco se han incumplido en ningún momento las recomendaciones de la Organización Galáctica de la Salud sobre prevención del maltrato animal. Este Gobierno entiende que todo se debe a una conjura orquestada por los enemigos del orden y el progreso, que buscan la debilitación deliberada del estado de derecho como única manera de alcanzar aquello que jamás conseguirían recurriendo a las vías legales establecidas. Sabido es quien se esconde en realidad tras el camuflaje de ese falso ecologismo, y sabido es también que, de lograr sus propósitos, tan sólo provocarían el caos de la sociedad que carcomen.

2.- Aunque este Ministerio estima que no sería necesaria ninguna justificación al no haberse violado precepto alguno, por deferencia a los honrados ciudadanos pkarr quiere dejar bien claro que el condominio establecido sobre la Reserva Natural QW-258, conocido también por el nombre aborigen de La Tierra, está plenamente reconocido por la Comunidad Galáctica, hallándose sometida su administración a la Ley Qulan-Ñge/2 que estipula, tanto su preservación integral en las condiciones originales, como la prohibición de explotación de sus materias primas, tanto vivas como inanimadas. El Gobierno de la República Pkarr asume plenamente estas restricciones, habiéndolas cumplido en todo momento.

3.- La Enmienda Xxrrstp/4 a la citada Ley Qulan-Ñge/2 determina, no obstante, la posibilidad de que “la potencia administradora de una Reserva Natural ejerza su derecho a seleccionar porciones limitadas de la fauna autóctona, siempre y cuando éstas no excedan de la millonésima parte de la población total y se destinen a investigaciones científicas que tengan por objeto un mejor conocimiento de las condiciones de vida, y las aptitudes, de los citados especímenes. Queda explícitamente excluida de la autorización toda aquella intervención que pudiera provocar interferencias irreversibles en el desarrollo ecológico de la Reserva Natural. Si del estudio de los especímes derivara la sospecha de que éstos pudieran ser catalogados como Especie Afecta de Raciocinio, o bien tendente a alcanzarla, la Ley Qulan-Ñge/2 será sustituida en su aplicación por la Ley Zweip/1 de Protección de Especies en Vías de Desarrollo”. Además de la citada enmienda existe numerosa jurisprudencia al respecto, tal como Ziryab versus Badoom, Finan versus Nahum o Noidim versus Fymo, por citar tan sólo los ejemplos más conocidos.

4.- Acogiéndose a la citada enmienda, el Gobierno de la República de Pkarr procedió a la selección de cinco mil especímenes (muy por debajo del límite máximo permitido) de la especie dominante en el planeta, con objeto de someterlos a un proceso de investigación que pudiera determinar la existencia o no de raciocinio en la misma. Este proceso de investigación se está llevando actualmente a cabo conforme a los protocolos establecidos por la Organización Galáctica de la Salud, estando prevista la devolución de los especímenes a su hábitat natural una vez haya terminado la investigación en curso.

5.- Este Ministerio, fiel a su política de transparencia informativa, invita a todos los interesados a consultar, si lo desean, la documentación completa de que dispone, sin más restricciones que las impuestas por la Ley de Protección de Secretos Oficiales y las determinadas por motivos de seguridad nacional.

6.- Este Ministerio, por último, anuncia la firme decisión del Gobierno de la República Pkarr de defender sus derechos intergalácticamente reconocidos sobre el control y la administración de la Reserva Natural QW-258, lo que incluye la potestad de implantar una Zona de Exclusión en un radio de tres megapunts alrededor del sol central del sistema. Cualquier navío no autorizado que fuera descubierto en el interior de la Zona de Exclusión será abordado, y a sus tripulantes y ocupantes se les aplicará el Código Penal Intergaláctico en su sección relativa a los supuestos de estados de sitio y de excepción. En el caso de que los arrestados por este concepto fueran ciudadanos de la República Pkarr, serán sometidos a proceso penal bajo la Jurisdicción Militar. El Gobierno de la República Pkarr, en pleno ejercicio de sus atribuciones, se reserva asimismo el derecho a la incautación de las naves y los bienes intervenidos en el interior de la aludida Zona de Exclusión. Esta normativa entrará en vigor, de forma automática, con la publicación del presente comunicado.

En Ciudad de Pkarr, a 7.358-66-03K (Era Galáctica).

V

EL GUERRERO DEL UNIVERSO ABORDADO

(De nuestro corresponsal en Ciudad de Pkarr)

Según fuentes oficiales, la Armada Pkarr abordó al Guerrero del Universo, el conocido buque insignia de la Asociación Ecologista Universo Libre cuando, desafiando la prohibición, acababa de internarse en la Zona de Exclusión fijada en torno a la Reserva Natural QW-258 junto con la media docena de navíos que lo acompañaban formando la autodenominada Caravana por la Vida. Aunque al resto de los buques se les ha impuesto una fuerta sanción expulsándoselos del territorio pkarr, el Guerrero del Universo ha sido incautado y sus tripulantes detenidos y procesados bajo la acusación de violación de las leyes militares de la República Pkarr.

La Asociación Ecologista Universo Libre ha elevado una protesta formal ante la embajada pkarr en el vecino estado de Conti, amenazando con llevar el caso a la Corte Suprema Galáctica si el buque y sus tripulantes no son liberados de inmediato. Sin embargo, según fuentes diplomáticas dignas de crédito la posibilidad de que esto suceda es muy remota, tanto por la firmeza del gobierno pkarr como por su alianza con los poderosos tokais, árbitros como es sabido de las decisiones de la Comunidad Galáctica. Según un comentario que corre por aquí, más les valdrá a los de Universo Libre ir recaudando fondos para comprar otro nuevo buque con el que sustituir al perdido.
VI

Del : COMITÉ CIENTÍFICO DEL PROYECTO BIORDENADOR
Al: MINISTRO DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA
ALTO SECRETO

Excelentísimo señor:

Conforme a lo estipulado, procedemos a remitirle las conclusiones finales del estudio biotecnológico realizado sobre los especímenes originarios del sistema QW-258.

Tal como se sospechaba por los estudios previos, los miembros de esta especie animal presentan unas peculiaridades cerebrales únicas en todo el universo conocido. Aunque su nivel de inteligencia promedio apenas alcanza el nivel 4 de la escala de Zeiss y su capacidad de raciocinio queda por debajo del umbral doble cero, lo que descarta su catalogación como Especie en Vías de Desarrollo, los estudios no destructivos realizados mediante sondas cerebrales indican una idoneidad óptima para su uso como unidades de procesamiento de datos una vez implementados con los oportunos soportes inorgánicos. Estimamos que, en una primera etapa, bastaría con apenas diez o quince millones de ejemplares, junto con la cantidad necesaria de excedentes para reposiciones dada su corta esperanza de vida, para incrementar la capacidad de almacenamiento de datos de la Red Informática Global lo suficiente para satisfacer el aumento de la demanda al menos durante diez secs.

Lamentablemente, lo reducido de la población objeto del estudio –tan sólo cinco mil individuos– y la necesidad de respetar su integridad física nos han impedido alcanzar conclusiones más definitivas. Estimamos que, de poder disponer libremente de individuos a los que se pudiera extirpar el cerebro conectándolo a tiempo completo a la red, los rendimientos obtenidos habrían sido mucho mayores. Por esta razón, solicitamos la aprobación de una segunda fase de investigación en la que se puedan llevar adelante estos proyectos.

Si por alguna razón los responsables políticos estimaran improcedente la captura de especimenes salvajes del sistema QW-258, proponemos la crianza en laboratorio de los mismos a partir del material genético a disposición del equipo. No obstante, este último recurso retrasaría la obtención de suficiente material biológico durante un tiempo superior al límite de saturación de la infraestructura de la red, razón por la que consideramos conveniente la utilización, al menos en una primera fase, de individuos salvajes. Teniendo en cuenta la superpoblación del planeta y la existencia de la Zona de Exclusión, estimamos que no resultaría demasiado complicada la captura de estos especimenes sin poner en peligro el proyecto por pérdida del secreto del mismo. Esto nos permitiría dar un importante paso adelante acortando de forma considerablemente los plazos previstos para la potenciación de la Red Informática Global.

En Ciudad de Pkarr, a 7.359-00-82F (Era Galáctica).
Tlön Spaar, científico-jefe.

La Caja

por Santiago Eximeno

–Ábrelo –dijo ella, con voz dulce.
Un bosque de gélidas sonrisas nació a su alrededor; ocultaban tantas sensaciones –cariño, respeto, curiosidad, envidia– que se sintió desnudo, abandonado en un baile de máscaras. Sus ojos serpentearon por la enorme mesa, recorriendo los rostros de todas aquellas personas: sus padres, sus hermanos, sus tíos, sus abuelos, sus primos…
–Vamos, ábrelo.
Notó un ligero tono de reproche en la voz de su madre. Inquieto, acarició con sus manos el regalo. El papel que lo envolvía era suave, salpicado aquí y allá de pequeñas flores de colores. Un enorme lazo rosa lo mantenía cerrado. Lo abrió en silencio, la mirada baja. En su interior encontró una cámara de fotos.
–¿Qué se dice?
–Gracias, tía Lidia –susurró.
La cámara de fotos abandonó sus manos y se reunió con las tarjetas de felicitación, los cubiertos de plata, el anillo, el libro de firmas y diversos obsequios más que, según palabras de su madre, el niño podría apreciar años más tarde en su justa medida. En la actualidad, pensó Alex, carecían de valor.
Tras la entrega de regalos, su fugaz momento de gloria, las conversaciones banales inundaron la mesa y no tardó en descubrir que ninguna le incluía. Ya no era el centro de atención. Cinco minutos después su presencia en la mesa no era relevante.
–Voy al servicio –murmuró.
Abandonó la mesa sin que nadie lo advirtiera. Estaban demasiado ocupados con la fiesta para acordarse del pequeño niño que un día de octubre como aquel había venido al mundo. Las copas chocaron en el aire, derramando lágrimas sobre el mantel inmaculado, mientras Alex descendía las escaleras que conducían a los aseos.
La puerta del servicio surgió como una aparición fantasmal al final de un pasillo de paredes blancas, desconchadas en distintos lugares y mancilladas con breves mensajes de diversa índole, la mayoría de ellos de carácter obsceno o racista. Exhibía un pequeño cartel con un joven sonriente sobre un fondo multicolor. Alex tomó el pomo entre sus manos y entornó la puerta.
Un hombre alto, delgado, sostenía entre sus largos dedos, a la altura de los ojos, una diminuta caja de madera con extraños símbolos grabados en su superficie. Su rostro surcado de arrugas se reflejaba en el espejo del lavabo.
–Perdón –dijo el niño, cerrando la puerta.
–Al contrario, pasa, pasa… –gimió el desconocido, evitando con el pie que la puerta se cerrara por completo.
Su sonrisa descubrió dos filas de dientes perfectos de un blanco inmaculado.
–Vamos, vamos, esto es para ti.
En las manos del hombre descansaba la caja. Alex la miraba ensimismado. Bajo la débil luz del servicio pareció moverse, agitarse.
–¿Qué hay dentro?
–Oh, es una sorpresa –gimió el extraño–. Una sorpresa que debes compartir con tu familia, pequeño.
No le gustaba que le llamaran así, y menos que le acariciaran el pelo como aquel hombre había hecho. Pero la caja era tan hermosa que cuando la depositó en sus manos susurró un sincero agradecimiento y corrió por el pasillo hacia las escaleras.
–Ábrela con los ojos cerrados –le oyó decir mientras volaba sobre los escalones–. Así no estropearás la sorpresa.
Cuando llegó a la mesa todos le obsequiaron con una cálida sonrisa.
–¡Mirad lo que tengo! –gritó Alex, emocionado.
Y pronunciadas estas palabras, cerró los ojos y levantó la tapa de la caja. Una oleada de podredumbre y muerte inundó sus fosas nasales. Una horrible cacofonía de gritos y risas atravesó sus oídos. Oyó la voz suplicante de su madre, los gemidos ahogados de sus familiares.
–En el nombre de Dios…
Sillas arrastradas, cristales rotos. Gritos y súplicas a su alrededor. Confusión. Bajo aquel olor a pescado podrido Alex advirtió otro más sutil, dulzón. No pudo identificarlo. Alguien lo derribó. Oyó pasos alocados en todas direcciones. Gemidos. Algo saltó sobre él, gruñó. Algo húmedo y enorme. Tumbado en el suelo, con los ojos cerrados, sintió el sabor salado del mar en la boca.
A pesar de ello, no abrió los ojos.
No quería estropear la sorpresa.

He visto un ángel

He visto un ángel, mas él fue ciego a mi mirada. Su figura, divina y majestuosa, anegaba con soberbia prestancia mi visión. Grande como una galaxia, ante su mole de épocas pretéritas sentí pánico y admiración.

He visto un ángel, pero sé que no debí contemplarlo. Tal magnificencia no debería estarles permitida a los mortales. Pero la visión se me había brindado, y en aquel momento indescriptible unas alas surgieron desde lo más profundo de mi corazón, impulsándome con su bombear allá donde nunca hubiera debido ir. Temeroso me acerqué, con la curiosidad mariposeando alocada dentro de mi alma. Poder, gloria. Sobriedad. He visto… belleza, elegancia, misterio… un ángel.
He visto un ángel, y en mi osadía busqué su rostro inhumano. Con mi alma incendiada por la emoción, estudié sus formas de fuego. Hebras de sol ardían en su cabeza, cegador tejido de luz, y desde ahí caían para cubrir su cuerpo con un manto de pura energía. Su flequillo –un millón de estrellas, hiladas como delicados tendones de arpa– caía sobre sus rasgos, ocultándolos. El suyo es un velo de luz con el que se ilumina nuestro universo. Aquellos cabellos flamígeros caían sin cesar, radiantes, sobre sus hombros bordando su túnica, moldeando su cuerpo, rasgando las tinieblas que le contemplaban con miradas rapaces. Su melena me deslumbró, y yo no podía apartar mis ojos de aquellas refulgentes llamas, de aquel sin número de constelaciones que formaban sus brazos, su torso, sus piernas. En mi arrobado atrevimiento, colocando mis manos a manera de parasol, lancé una mirada a lo que su flequillo de luz ocultaba, mas sus manos en actitud meditabunda ocultaban su faz.

He visto un ángel, pero él no se ha percatado de ello. Abstraído en su meditar trascendente, sumergido en sus pensamientos insondables, no fui para él más que una insignificante mota de polvo. Cubría su ciclópeo rostro con sus manos en actitud concentrada. Reflexionaba acerca del futuro y de lo inexplicable, y yo era testigo indigno de ello. Avergonzado, bajé la mirada hacia el abismo sobre el que pendíamos. Mas el vigoroso aletear de mi curiosidad venció mi pudor y me hizo alzar de nuevo la mirada. Estaba contemplando un ángel, y su figura marcada a fuego en mis retinas poseía mi alma. Su imagen, una droga a la que no podía resistirme. Le contemplé extasiado: su delgado cuerpo radiante se sentaba en un trono. Las lenguas de fuego que formaban su cuerpo, que le vestían –pura energía– se derramaban con languidez sobre el solio. La factura de éste parecía ébano intenso, más poseía un resplandor cegador, casi furioso. Nunca sabré cuanto tiempo transcurrió, conmigo paralizado contemplando aquello que ningún alma mortal debería ver. Le observaba desde una distancia incalculable, dichoso a la vez que avergonzado. Sin embargo, latido tras latido mis ojos se posaban obsesivos en el trono: algo extraño había en él. Aunque temeroso del gigante de fuego, me acerqué flotando hacia sus pies. Allí el calor se intensificaba, insoportable. Pero yo debía saber.

He visto un ángel, y preferiría no haberlo contemplado. Allí, entre las tórridas fraguas de sus pies, vislumbré la ruina del trono, la grieta en el reinado del Anterior. Sólo entonces tuve el valor de mirar a aquellos ojos enmarcados en el rostro colosal.

He visto un ángel. He afrontado su mirada, pero él me devolvió dos pozos de ceguera. Creo que a eso debo mi salvación. Porque lo que aquellos ojos me contaron, agrietados y resecos como un desierto, quemados por llamas más intensas que las del mismísimo infierno, resquebrajó mi alma. Desesperado, huí. Pero el estigma ya estaba sangrando en mi interior: una historia, narrada en un infinitesimal instante, fluía como lava incandescente por mi alma, devorándola, transformando lo que era esperanza en sarmientos de perdición y tristeza, al rojo vivo en un principio, moribundos después, como mi alma. Me fue relatada una epopeya colosal, de gloria, orgullo, traición, odio, lucha, muerte y victoria, culminada por aquello que ninguno de los contendientes hubo nunca imaginado: la Soledad.

He visto un ángel, y su absoluta Soledad final –cargada de triunfo, amargada en el Olvido– ya no tiene sentido.

He visto un ángel, y su nombre era Lucifer. Pero, tras su victoria final, su mirada ciega contempla el triunfo de Otro. Sus ojos están agrietados por el Vacío que una vez engendró el Universo. Ahora son eternos testigos del mecerse de hojas de abisal negrura, acunados por una brisa fantasmal surgida de ningún sitio. Hojas que visten las ramas de un ominoso árbol, vigía impasible en la cima de una colina perdida en un eterno mar de reseca hierba.

He visto un ángel. He atisbado el futuro del universo. Lo he contemplado a través del velo de la presciencia: el fin de una –nuestra– eternidad. Y ruego por todo lo sagrado no contemplar jamás el rostro del dueño de aquel horrendo árbol de cenizas, aquel en cuyo seno todo acabará devorado.

2001, por Francisco Ruiz Fernández.

Amor en Vano

por Pablo Castro

El teléfono sonó un minuto antes de salir. Era Verónica. Quería saber de mí, que por qué no la había llamado y que cuándo podíamos juntarnos.
–¿Te parece el viernes? –Pregunté. Era lunes.
–Bueno. ¿Dónde y a qué hora?
–Yo te llamo.
–Eso dijiste la última vez. ¿Por qué no nos juntamos hoy?
Hoy voy a salir con Jimena. Jimena Urzúa.
–Verónica, voy saliendo. Te llamo el jueves en la noche para confirmar.
–Bueno. Pero trata de ir. –Su voz notaba la frustración. Como psicóloga era buena, pero como amiga le costaba convencerme de sus motivaciones.
Salí en dirección a Jimena. Me esperaba en un restaurant del centro, pero como de costumbre llegué antes. Pedí un vaso de agua, mientras me dedicaba a observar otras mujeres. Había un par de tipas interesantes, otras demasiado bien acompañadas y algunas que se atrevían a mirarme de cuando en cuando.
Me concentré en algunos rostros. Sí, podía ser. No, no hay opción. Demasiado exigente. A esa no le gusta lo que hago. Esa es muy católica. Esa es muy atea. Esta es resentida social, aunque lo finge bien. No, no estoy dispuesto a soportar el izquierdismo cultural de ésta. ¿Lesbiana? Lo descubro tarde.
Apareció Jimena. Vestía bien, igual que esa primera vez, cuando concluí que era una mujer elegante. También era atractiva. Del tipo de belleza que puede enamorarte.
–¿Estás hace mucho rato?
–No. Siéntate.
Jimena Urzúa era ingeniero comercial. Trabajaba en una empresa de headhunters e imaginaba que sabía cómo tasar a una persona. Quizás me ofrecía trabajo. Bueno, por eso nos conocimos.
Logramos superar la conversación vacía y llena de frases sin dirección hasta la comida. Pidió un par de tragos. Yo encendí un cigarrillo.
–Estuve viendo la posibilidad para un trabajo y creo que algo puede salir.
–Te lo agradezco.
–Cuéntame un poco qué planes tienes.
–¿En caso de que no resulte?
–No, en general, independiente del trabajo. ¿Piensas casarte, formar una familia?
Cuidado, me está probando. Necesito el trabajo.
–Sí. Es algo que he pensado más de una vez.
–¿Y?
–¿Y qué? ¿Por qué no estoy casado? No sé. Imagino que todavía no encuentro a la mujer adecuada.
–¿Y cómo puedes saber qué mujer es esa? –Dijo sonriendo. Me tomé unos segundos.
–Buena pregunta. Supongo que con la que pueda vivir.
–Pensé que ibas a decir con la me enamore.
–Aparte de eso, claro. Una mujer con la que me enamore, me case y quiera formar una familia.
–Dime una cosa –Se acercó coqueta–: ¿Cuántos hijos te gustaría tener?
–Tres.
Sonrió:
–Igual que yo.
Sonreí.
–¿Tampoco has encontrado al tipo adecuado?
–Quién sabe. A lo mejor está al frente mío y no me he dado cuenta.
Pagó la cuenta y dejamos el restaurant. Nos fuimos directamente a su departamento en Alto Barnechea, no sin antes que pidiera el día libre. Después de varias horas de sexo necesitado supe que la cosa iba en serio. Me dijo “te quiero” como mil veces y tuve claro que llevaba años deseando decirlo con ganas a alguien dispuesto a recibirlo de igual forma.
Fueron tres meses de una relación más que plena. Intensidad y cariño se fundieron en una misma frecuencia. Jimena buscaba ese amor capaz de engendrar libertad y tranquilidad. Aunque vestía de forma dura y moderna, su cuerpo era un mar de sentimientos tradicionales, los sentimientos que las mujeres querían siempre por más que las revistas de modas aconsejaran lo contrario. Nada de experimentos, nada de sensaciones extremas, ni juegos peligrosos.
Quizás vio en mí esa misma mirada de los seres que buscaban algo tan simple como un amor bien correspondido. El amor que se basaba en una necesidad mutua y en el trabajo por mantenerlo. Amor basado en lo que debemos ser y no en lo que podemos ser. Así que nos llevamos bien. Y encontré trabajo.
De pronto algo sucedió. Llegaba más tarde que de costumbre y se sentía cansada. Ya no tocaba el tema de los hijos y por momentos buscaba irritarme en discusiones sin sentido. Un día domingo me despertó a las seis y media de la mañana y noté por su cara que no había dormido. La pieza olía a cigarro.
–Luis, tenemos que hablar.
–¿Qué pasa?
Se había enamorado de otro tipo. Un gringo que llevaba un año al frente de su empresa. Quería la nulidad porque se irían a México. ¿Se había percatado de sus verdaderos sentimientos estando ya casada o es que su jefe era la persona adecuada y no yo?
–Quién sabe. A lo mejor está al frente mío y no me he dado cuenta.
–No lo creo –respondí muy sereno mirándola con absoluta tranquilidad.
Desilusión. Su rostro se aleja y su cuerpo está preparado para moverse automáticamente. Pagó la cuenta y prometió llamarme “si tenía alguna novedad”.
Nos separamos. Caminé hacia el metro, recordando que era una pérdida de tiempo llamar a Verónica. Me subí a un carro. Frente mío había una pelirroja de unos 25 años, probablemente estudiante de periodismo. No, tampoco. Ni siquiera alcanzamos a cumplir seis meses.

Creo en el amor. El problema es que el amor no cree en mí.
Escribí esa frase a los 24 años, una madrugada después de una fiesta universitaria. Fue la primera cosa que escribí con olor a escritor. Desde entonces he estado escribiendo y publicando. Es mi oficio, no mi profesión, aunque de alguna forma la primera se las arregla para comerse a la segunda. Por eso me cuesta tanto encontrar trabajo.
En los últimos siete años después de graduarme mi vida se había mantenido en un estado de cosas que podía definir como bloqueada. No iba a ninguna parte, pero tampoco retrocedía. Bueno, si no se avanza, tampoco se retrocede.
Tenía muchas teorías y una de ellas era que sin amor la vida se olvida de ti. Te deja a un lado, fuera del plan eterno y constante de la vida. Todos debemos amar y ser amados. Si eso no pasara no habría más raza humana. En algún momento la evolución creó o fomentó el amor como una fuerza para asegurar la continuidad de la especie. Si llegáramos a la conclusión que amar es una pérdida de tiempo y energía no tendríamos ningún interés en crear relaciones interpersonales. No habría intimidad, es decir, la creencia de que se conoce a los seres amados casi de la misma forma que uno mismo.
Puedo conocer a una mujer apenas la vea. No su vida, ni sus sentimientos personales, sólo su vida respecto a mí. Es como una visión simultánea, una imaginación espontánea que surge como una película en todos sus ángulos y tomas exactas.
–¿Hablas en serio? –Preguntó la doctora Verónica Sanhueza.
–¿Diría una mentira tan poco creíble para justificarme?
Pero no fue algo inmediato.

Se llamaba Alejandra y había llegado al colegio a principio de año. Yo tenía 17, y recién me daba cuenta que las mujeres eran algo más que compañeras de clase. Qué puedo decir, el amor no me importaba. Había siempre cosas más importantes que hacer. Me entretenía solo esperando que nadie me interrumpiera. ¿Mujeres? ¿Fiestas? ¿Pero cómo iba a perder toda una noche batiendo el récord de algún video-juego?
Pero Alejandra también detestaba las fiestas. Nunca iba, según me contaban. Bueno, para todos era una tipa extraña, silenciosa y siempre mirando a cada uno de nosotros como si no fuera a olvidarlos. Me topé con esos ojos una vez y creo que me habló. Escuché sus palabras silenciosas que decían algo, algo que tardé en comprender. Por eso se acercó. Por eso me llamó un día para invitarme a su casa.
Fui casi corriendo.
La belleza o lo que nosotros consideramos bello es en el fondo algo que ya hemos visto. La belleza es el reconocimiento; el mirar por segunda vez. Esas eran las palabras que escuché de ella. Era eso lo que me decía, mientras me hablaba de otras cosas.
Describir a Alejandra es inútil. Yo ya casi no la recuerdo físicamente. ¿Para qué recordarla? Prefiero esperar a reconocerla otra vez.
Fue mi primer amor, claro. Mi primera relación íntima y completa. La primera vez que mi cuerpo habló por sí solo el lenguaje de lo imposible. Fue extraño y noble. El tiempo pareció dilatarse, mientras el paisaje alrededor se hacía más comprensible y cercano. Sentí que había salido de las aguas de la realidad. Y que ahora flotaba sobre ellas.
Alejandra dormía y no dejé de observarla todo el tiempo del mundo. Estábamos solos, y aún era temprano. Puse mis ojos en su rostro e imaginé lo que sería de nosotros dos hasta el fin.
Imaginé que nos gustaban las mismas cosas, los mismos detalles reveladores. Las mismas impresiones y los mismos comentarios. Imaginé que nuestras palabras eran parte de una misma historia, de un mismo párrafo. Imaginé que seguíamos juntos, estudiando, sacándonos las mejores notas, celebrando los cumpleaños, bailando los mismos temas, juntos en todas las fiestas, con otros amigos u otras parejas, las mismas vacaciones, en el sur a dónde le gustaba, postulando a la misma universidad o a la misma carrera, bueno en lo que quisiéramos, en la misma ciudad o en distintas, hablando por teléfono, sincronizando nuestros viajes para estar juntos los fines de semana, en distintos buses, esperándola que llegase a la hora que me dijo, esperando, esperando, hasta que un llamado me dijera que había muerto.
Me estremecí. La visión fue tan potente, tan vívida que no me di cuenta cuando mis ojos se volvieron lágrimas y su cuerpo se hizo borroso.
Me levanté con cuidado, temiendo horriblemente despertarla.
Al poner los pies sobre el suelo sentí que volvía a hundirme en las aguas que conocía bien.

–¿Y qué pasó?
–Exactamente lo que imaginé. Ocurrió exactamente lo que vi. Un año y medio de relación y Francisca terminó muerta. El bus en que viajaba se hizo pedazos. Igual que ella. Tal como lo había visto.
La sensación de que veía más allá del tiempo y del espacio se hizo algo común. Las veía a ellas y a mí mismo. Cada detalle, cada sensación juntos. Cada silencio y cada final sin sentido y sin explicación. Pensé desde que se trataba de alguna enfermedad, alguna de esos males con sabor a psicología: paranoia, esquizofrenia, alucinaciones. Ninguna se ajustaba a lo que veía, pero tampoco deseaba arriesgarme a que un tipo de blanco decidiera por sí mismo que estaba loco o completamente enfermo.
Néstor Niemand, el escritor famoso por sus relatos de mutantes y evolución dice en uno de su libro Tiempo de Evolución que existen personas productos de genes latentes que se escapan a los márgenes de la evolución y de la vida conocida. Dice conocida, porque, agrega, no todas las funciones del hombre son aquellas que reconocemos como tales y que pueden existir algunas que se nos escapan.
–Por ende, una persona puede ser un mutante sin saberlo, pues tiene alguna cualidad sobrenatural que le permite hacer o no hacer algo en su propio beneficio. Las cualidades o también llamados “poderes” responden a una necesidad y a un fin, así como la vida ha dotado a ciertos animales a ver en la noche o rastrear el sonido a kilómetros de distancia.
Nadie tiene un poder sólo porque sí. Hay un plan oculto y misterioso que otorga cualidades a ciertos seres para que se desenvuelvan mejor. ¿Es eso lo que quiere decir Niemand? Si es así, entonces, ¿en qué me beneficia saber lo que ocurrirá con cada una de mis parejas antes de relacionarme con ellas?
He pensado mucho en eso y no encuentro aún una respuesta clara. Debo aplicar la lógica: si puedo ver lo que ocurrirá con cada pareja errónea quiere decir que puedo evitar relacionarme con ellas sin pérdida de tiempo y energía. Esos serían los beneficios. Me ahorro tiempo y energía gastada en un amor en vano.
ex¿Pero de qué me sirve eso?
Si ahorro tiempo y energía quiere decir que debo ocuparlos en otra cosa. Usarlos en otra actividad más importante o más idónea. No gastarlos en amor.
O puede ser que mi mente y corazón resistan sólo un amor y al ver simultáneamente mis futuros con otras mujeres puedo discriminar para acceder a eso. Suena razonable. Entonces sólo debo ser paciente y esperar.
Y así lo he hecho.
Uno puede perder las esperanzas cuando las cosas no son como se desean. Digamos que tengo esperanza en algo y al mismo tiempo una magnífica convicción. En los días de verano salgo a caminar por los cafés del centro o por Providencia.
Como un reptil me poso en alguna parte y espero. El sol cae sobre mi espalda y a través de mis lentes oscuros observo los rostros de las mujeres que deambulan alrededor. Las hay de todo tipo y de todo gusto. Las acecho con mi mirada, mientras las visiones dentro de mí se multiplican. Extraigo de ellas cientos de posibilidades, cientos de variables y las conjuro con mi vida.
Nada. Puros esfuerzos en vano. Sólo sueños malheridos que caen al final.
No hay nada qué hacer. Nada qué probar.
El reptil se levanta y vuelve a su refugio antes que llegue la noche.

Verónica no dejaba de fumar y mirarme. Yo le hacía el quite a sus ojos, mirando el relieve de los rostros femeninos alejándose o caminando cerca.
–Me gustaría ayudarte.
–Después de tres meses de sesiones creo que es suficiente.
–No como psicóloga.
–Para eso sirven ustedes. Para asegurarle a la gente que van escucharlos. Si le cuentas a tu mejor amigo algo, nunca estarás seguro que te escucha en verdad. En cambio tú estás obligada por ética profesional. Pero tengo mis dudas. ¿De verdad escuchan? ¿De verdad se sienten con la obligación de hacerlo?
–No me cambies el tema. Estoy acá como amiga. Los amigos se ayudan.
–Eso dicen. Pero tú no me puedes ayudar.
–¿Por qué no?
–Porque ya no siento que esté sumergido en un problema. Ahora lo entiendo. No debo amar. Ni siquiera tratar de imaginarlo.
–Esa no es una solución. Nadie vive sin amor. Sin ser amado.
–Mentira. Yo he vivido sin amor. ¿Por qué el resto no podría hacerlo?
–Te sientes diferente. Y así justificas tu actitud.
–Soy diferente. Puedo ver qué ocurrirá con mi corazón. Tengo esa ventaja. Sólo debo buscar la forma de aprovecharla.
–¿Y qué has pensado hacer?
–Lo que sea. Un hombre que no es consumido por el amor, tiene mucho tiempo y energía para hacer muchas cosas.
–¿Cómo cuáles?
–En eso estoy.
Podría seguir escribiendo. Concentrar todos mis esfuerzos en escribir y publicar. Tengo 32 años, todavía soy joven. Y lo seré si no sigo amando. Definir mi camino en forma paralela a la vida, sin mezclarme con ella.
–Luis, mírame a la cara.
–¿Qué cosa?
–Que me mires. Cada vez que hablo contigo evitas mirarme.
–Veo muchas cosas cuando veo un rostro.
–¿Y qué ves en mí?
–No querrás saberlo.
–Si quiero.
–¿Por qué?
–Porque te amo.
No era una novedad. Sólo un contratiempo. La había visto una vez y fue suficiente. Pero ella no lo sabía. Esa primera vez era sólo un paciente común, con algún problema típico.
La miro fijamente, con mucha tranquilidad. Noto sus ojos expectantes y nerviosos esperando algo. Entonces bajo la vista y enciendo un cigarrillo.
–¿Y? –Pregunta temerosa.
–No hay ninguna posibilidad.
–No te creo –dice molesta.
–¿Acaso viste algo?
–Lo he visto desde que entraste a mi oficina. Tus ojos no mienten. Hasta una psicóloga sabe eso. Pero también veo miedo. Miedo y resignación.
–No importa lo que veas. Importa lo que crees. El amor nunca creyó en mi. Y ahora yo no creo en él. Esa es la razón de mi visión remota: convencerme a mí mismo de que el amor es un acto en vano. Esa fue su labor: ver cientos de fracasos, cientos de frustraciones. Sólo desilusión. Y ahora que estoy convencido, soy libre. Libre para hacer lo que la vida reservó para mí.
–Espera, dime antes qué fue lo que…
–Es irrelevante.
Me alejo del café dejando que Verónica pague la cuenta. Camino tranquilo, sin necesidad de escapar de nadie y de nada. Ni siquiera de mí mismo.
Me detengo frente a una librería y busco algún libro de Niemand. Veo que está Tiempo de Evolución y me las arreglo para dejarlo en algún lugar donde todos puedan encontrarlo. Quizás haya otros que necesitan respuestas claras de alguna ciencia. Saber qué se mueve dentro de uno, que genes increíbles esperan su oportunidad.
Tal vez seamos capaces de activar nuestros propios genes latentes. Quizás la muerte de Alejandra activó en mí la capacidad de ver más allá del presente. Un hombre que no ama, crea. Un hombre que es soledad, piensa.
Todo puede contribuir a la normalidad si así lo aceptamos. Podemos siempre encontrar una salida, si en verdad lo deseamos. Podemos inventar un mundo si nos rechazan. Vamos, nada es imposible. Sólo hay que aceptar los sacrificios, la pérdida y el dolor como algo propio de las cosas.
Camino durante una hora hasta mi departamento y siento la enorme satisfacción de alcanzar mi hogar sin que mis ojos se perdieran en el rostro de ninguna mujer.

Pablo Castro Hermosilla

Einherier 5.0

Por Pablo Castro Hermosilla

1.0
Anarquía. Caos y disolución.
La ciudad se llama Santiago. El país, Chile.
Mas, se trata de cualquier ciudad. Podría ser el pueblo donde naciste o la capital de un país que está en las noticias.
El caos es a veces una noticia en vivo y en directo o a veces, una fuerza invisible y silenciosa carcomiendo los cimientos, las bases de una nación.
Entropía, corrupción, desidia, injusticia, estupidez… Todo parece algo deliberado y siniestro. Alguien o algo está detrás de todo.
Creadores del cáncer social, diseñan metástasis en las zonas vulnerables del corazón, de la mente humana.
Les llaman sueños vivos. Neurofantasías de alta definición. Sistemas cyberorgánicos que emulan vivencias, imaginaciones, deseos ocultos… Simuladores de realidad sintética que atrapan a las mentes débiles, a las conciencias agotadas y sin esperanzas.
Los sueños vivos. La gente los compra en distintos formatos: pistolas lásers que cargan neuronas sintéticas, pastillas con proteínas de información, cultivo de células digitales para visores oscuros y viejas consolas de RV.
Por algo de dinero puedes introducir un sueño en tu mente y vivirlo como si fueras el protagonista de una película. Hay muchos sistemas, versiones distintas y actualizadas. Hay sueños que sólo te permiten vivir lo que un guionista ha escrito para sí. Hay sueños que puedes jugar en línea con otros soñadores. Hay paquetes especiales donde puedes modificar el sueño a tu voluntad y colocar patrones de comportamiento de gente que conoces. Puedes emular a tu mejor amiga muerta para que te acompañe en un viaje a un país distante. O sueños inteligentes que moldean tu entorno absorbiendo tus propias emociones y sentimientos. O bien puedes encargar un sueño específico donde te devuelven a la infancia o a ese momento que siempre has querido revivir, con las personas que en verdad te querían.
Todo sería soportable si no fuese por los sueños ilegales, lo sueños proscritos. Neurofantasías distorsionadas y con una moral desconocida. Sueños vivos que erosionan lo establecido, sin reconstruir nada. Sueños donde alguien le provoca un aborto a la mujer que amaba. Sueños donde alguien mata al sujeto que odia. Sueños donde cientos destruyen el país que no soportan. Sueños que atacan a la nación que tú amas.
Si durara un momento podrías aceptarlo. Si sólo fuese un sueño de vez en cuando…
Las neurofantasías son adictivas. Sumergen al individuo en un deseo del que la mente no puede escapar. Te vuelves adicto, te vuelves esclavo del sueño. Aunque no haya dinero, aunque destruyas tu propia vida no puedes vivir sin el sueño.
Si sólo durara un momento…
El dinero no es eterno. Los sueños deben recargarse. Y cuando los adictos deambulan en su desesperante realidad buscan transformarla, buscan convertir la realidad en sueño.
Y entonces matan al sujeto que odian. Destruyen el país que no soportan. Atacan a la nación que tú amas.
Eres capitán de la policía. Quince años de servicio. Muchos problemas, mucho combate en vano. Pero no te quejas. Entraste porque tenías vocación de servicio. Porque creías en lo que hacías. Dejaste de lado profesiones de lucro y una vida confortable, porque amas el país que se llama Chile. Has visto tantas cosas, tanta locura, que parece que nunca solucionas nada. Eres policía. hacías. Dejaste de lado profesiones de lucro y una vida confortable, porque amas el país que se llama Chile. Has visto tantas cosas, tanta locura, que parece que nunca solucionas nada. Eres policía. Orden y patria es tu lema. Tantas horas a pie por la ciudad, tantas noches lluviosas soportando el frío.
Y sin embargo te odian. Ves como se ha fomentado el odio a tu uniforme. Ves como algunos adictos te miran como lobos, acechándote, esperando un descuido para poder liquidarte.
Cinco meses atrás una pandilla de adolescentes ha acribillado en el suelo a tu compañero de unidad. Se llamaba Sergio Gutiérrez. Tenía esposa e hija, igual que tú. Treinta tiros en la espalda.
Conoces la pandilla. Son adictos al DeadPolice, Mataverdes o CopKiller, sueños donde tú eres el objetivo a matar.
La pandilla sale en libertad dos semanas después gracias a un abogado que factura diez veces más que tú.
Lo recuerdas todo. Lo analizas y no logras entenderlo. Manejas de noche en dirección a tu casa. Tu superior acaba de informarte que habrá una rebaja de sueldos. Cultura es más importante, más necesaria dicen los opinólogos.
Puedes ver como los adictos extienden sus fantasías en el mundo entero, en la ciudad donde habitas, en el país llamado Chile. Puedes ver como distorsionan las relaciones humanas, volviéndolas ajenas y los Puedes sentir como las leyes protegen a los criminales y liquidan a la nación. Queman tu bandera, cambian tus escudos. Destruyen tus héroes, postergan la vida. Puedes sentir como las leyes protegen a los criminales y liquidan a la nación.
Vas al cementerio de la policía y dejas una flores sobre en la tumba de tu compañero. Lloras en silencio.

2.0
Noviembre 15, 2056.
05:43 AM
Santiago-Este.
La Unidad de Contra-Informática decomisa miles de sueños vivos ilegales encontrados en el subte de una discoteca. La gente reacciona y ataca a los agentes. Llega la policía, pero algunos exaltados portan armas de fuego. El tiroteo es intenso y parece un antiguo video-juego, lo que excita a los sueño-adictos. Mueren tres policías. Hay más de veinte heridos. El gobierno decreta estado de alerta urbana y ordena clausurar las salas de neurofantasías clandestinas que bullen en los sectores donde un sueño vivo es aún algo…
La violencia surge como un cáncer alimentado por fuerzas extrañas y sin rostro. Santiago se vuelve campo de batalla. Los sueño-adictos no toleran vivir demasiado fuera de sus fantasías. Grupos de vándalos desalojan las tiendas de sueños emulando sus propios sueños y fantasías. Descubren que pueden extenderlas y llevarlas hasta límites inconcebibles. La realidad los excita, los vuelve en entes virtuales sin miedo y sin ataduras.
Adictos a Vandalik destruyen las casas comerciales y oficinas públicas. Adictos a Anarkia queman banderas y monumentos, destruyen estatuas de antiguos héroes nacionales. Adictos a Violator rasgan las vaginas y los traseros de mujeres en sus casas. Adictos a DarkPark y Urban Sniper disparan desde la oscuridad. Adictos a Sodoma buscan niños en las zonas marginales.
Una noche noviembre el caos y la violencia dejan a la policía incapaz de reaccionar. No hay efectivos suficientes y por tres días seguidos amplias zonas de Santiago se vuelven tierra de nadie. El gobierno declara estado de sitio y recuerda que tiene fuerzas armadas. Unidades del Ejército cubren las principales avenidas mientras los mantarrayas de la Fuerza Aérea apoyan desde el cielo con disparos certeros ahuyentando a la masa enloquecida y desbocada.
mientras los mantarrayas de la Fuerza Aérea apoyan desde el cielo con disparos certeros ahuyentando a la masa enloquecida y desbocada.
El gobierno está impotente, pero la Fuerza Aérea (Fach) y el Ejército ya ha hecho planes de contingencia, formando en silencio grupos de respuesta urbana. El Ejército y la Fach tienen experiencias después de múltiples misiones de imposición de paz bajo mando de la ONU.
Aparecen las primeras SA o Secciones de Ataque. Al parecer las fuerzas armadas están ya preparadas, acostumbradas a la entropía y estupidez de la sociedad civil. En menos de dos días, logran controlar la situación. Los adictos entienden que las SA no están para juegos. Comprenden que no tienen vidas extras para enfrentar secciones de ataque. Y que no hay sueños que las hayan concebido.
Todo vuelve a la normalidad. La mayoría de la población aplaude el accionar de las fuerzas armadas y respeta su autoridad. La población de Chile, por mandato histórico y racial, puede tolerar la corrupción y el mal gobierno, pero no el desorden. Los medios internacionales se sorprenden de este fenómeno y lo comparan con lo sucedido en Sao Paulo, Vancouver y Liberia.
Pero el saldo aterra al gobierno y a la clase política liberal. Hay más de 350 muertos, entre ellos 60 policías. Temen que en las próximas elecciones la gente desapruebe su accionar. Al parecer no han leído bien el momento histórico. Saben que sin la fuerza no hubiesen podido frenar la situación. Pero se ven abrumados por las hordas de opinólogos, sociólogos, grupos de derechos humanos y ultraizquierdistas que piensan lo contrario. Los atacan de reaccionarios, fascistas, asesinos, criminales y exigen justicia para condenar a las SA. Piden un plebiscito para sacarlos del poder. No quieren un estado militar y piensan que lo sucedido prueba que las fuerzas armadas no debieran existir.
Al final el gobierno cede. Manda un proyecto de ley al Congreso y éste lo aprueba inmediatamente. Surge la Ley 616 de contingencia urbana. Sólo la policía puede disparar contra los ciudadanos, pero con armas de corto calibre. Las SA seguirán actuando, pero sólo en caso de alerta urbana. No podrán dispararle a nadie menor de 17 años, no importando si se trata de terroristas, vándalos comunes, criminales o simples ciudadanos.
La ley no gusta a nadie y siguen los problemas. Aparecen los sueños donde despedazan a las SA. Las Fuerzas Armadas buscan que sean ilegales, pero nadie los escucha. Todos tienen derechos a soñar que los maten, dice un opinólogo en tv neural.
Ves ese programa: sientes la rabia y la desilusión. Es el peso de la noche que se traga la verdad y extiende la mentira. Es el manto oscuro que cubre los hechos inmediatos y disuelve el pasado distante. Sabes que en poco tiempo nadie recordará a tus camaradas muertos. Sabes que no habrá monumentos a esos caídos. Sabes que nadie recordará el accionar de las SA y su responsabilidad histórica. La misma responsabilidad que sentiste desde niño, la responsabilidad que a nadie le gusta asumir, que todos quieren olvidar, la responsabilidad disuelta en una maraña infinita de derechos de miles de ciudadanos que no aceptan sus deberes y que mandan a otros para que se hagan cargo de ellos, los mismos ciudadanos que después no toleran el olor a sangre en sus uniformes.
Un rumor llega a tus sentidos. Las SA están escasas de personal. La reducción de personal en la Fach y también en el Ejército hace imposible mantener un servicio extra de apoyo a la policía en la lucha urbana. Recuerdas las leyes aprobadas para transformar los ejércitos en fuerzas espectrales, en virtud de los nuevos escenarios de combate: guerras infoneurales, ataques furtivos, centros de bio-información, etc. Escenarios donde el campo de batalla no necesita grandes contingentes y unos pocos pueden producir igual daño.
La policía decide trasladar gente experimentada a la Fach. Se puede renunciar al servicio y formar parte de las filas de la Fuerza Aérea, pero eso significa perder parte importante de tu jubilación. Lo discutes con tu mujer y le dices que siempre serás policía, pero que las fuerzas armadas son el último refugio que le queda al país. No lo entiende, pero ya lo tienes decidido. No te importa el dinero o las asignaciones. Sientes que el policía que solías ser murió la noche de noviembre. Y ahora quieres renacer como algo nuevo.
Ingresas a la Fach. El entrenamiento es intenso y por momentos crees que no lo vas a lograr. Te instruyen con tácticas de lucha urbana. Te dicen cómo moverte en ciudades semi-destruidas, a discriminar blancos, a saber descubrir cuándo o quién te acecha. Te enseñan a disparar con armas de largo alcance. Te enseñan a usar sistemas de combate que nunca has visto: fusiles de alta precisión, visores de proximidad. Te sumergen en sueños vivos donde vuelas hacia un foco de lucha y desde el aire debes liquidar a tus enemigos. Sueños donde estás bajo fuego y debes reaccionar con rapidez, mientras decides las acciones certeras a seguir. Cumples de forma extraordinaria y bates cada vez tus propias marcas. Tu rango de capitán de policía te da autoridad y te asignan cuatro hombres, policías igual que tú:

Gustavo Valenzuela: 31 años. Teniente.
UCI, Inteligencia, Experiencia de lucha callejera.
Separado, sin hijos.
Tu brazo derecho. Leal y decidido. Futuro líder de sección.

Rodrigo Sáez: 28 años. Sargento.
Miembro de Operaciones Especial. Zona Norte.
Soltero.
Un verdadero soldado. Capaz de acertarle a un tipo desde dos kilómetros de distancia.

Juan Escalona: 26 años. Cabo Primero.
Sector Oriente.
Soltero.
Antes que le des una orden ya la ha cumplido.

Francisco Hernandez: 24 años. Cabo Segundo.
Sector Centro.
Casado, un hijo.
Lo miras y te ves a ti mismo. Es joven, lleno de entusiasmo. Aplicado, valiente. Aprende rápido.
Todos se reflejan en él. Todos lo cuidan. Sabes que en el futuro soldados como él, serán escasos y necesarios.

Esos son los hombres a tu mando. Toman nombres claves que serán sus distintivos, siguiendo la tradición de la Fach: Vectra, Siegfrid, Exel, Husar. Junto a ti son ya la Sección de Ataque Aerotransportada 505 o SA-505.
Te sientes parte de algo grande, como cuando eras niño y algo inmenso latía dentro de ti. Eres el capitán Emilio Enríquez. Líder de la SA.
Eres Einherier.

3.0
Desde el cielo puedes ver tu nuevo hogar.
La Fach te asigna a Arauco-1, la base del escuadrón Luftwaffe, que alberga a cinco secciones aéreas. La base está situada al sur de Santiago. Las mantarrayas vuelan a gran velocidad y pueden alcanzar su objetivo en cinco a diez minutos.
Arauco-1 es una base pequeña, acondicionada para albergar a las SA. Sin embargo, el gobierno ha colaborado para construir un lote de departamentos dentro de la base, pues es preferible que en caso de emergencia extrema estén todas las secciones y no sólo por turnos.
Es ideal, pues no sólo estás lejos de Santiago sino que además muy cerca existe una pequeña comunidad que dispone de todos los servicios de la gran exxEs ideal, pues no sólo estás lejos de Santiago sino que además muy cerca existe una pequeña comunidad que dispone de todos los servicios de la gran ciudad. Hay un colegio para tu hija y la posibilidad de un trabajo para tu esposa. Toda el área es una zona tranquila, donde sabes que habrá seguridad para tu familia.
Tu sección sobrevuela Santiago en turnos preestablecidos. La sensación es increíble. Nunca ha sentido tanta ansiedad, tanto estremecimiento como cuando atraviesas el cielo nocturno de Santiago la ciudad. Aunque las noches se han calmado un poco, igual sientes algo inmenso, potente cada vez que sobrevuelas la ciudad junto a tus hombres.
Alerta Urbana. La policía descubre el escondite de un guionista de sueños vivos ilegales. Un par de tipos armados lo protege. Seguramente trabaja para algún cartel que distribuye los sueños en las salas de simulacros que abundan en los barrios bajos o bien las vende directamente.
La policía inicia la redada y se trenza a tiros con los delincuentes. Estos suben a un auto, y dejan atrás a los policías. El coche vehículo avanza rápido pero antes de tomar una vía rápida el mantarraya desciende y bloquea la huída. Bajas con tus hombres y avanzan hacia el vehículo.
Uno de los tipos dispara su M-66 desde la ventana. Grave error. Todos arriba del auto superan los 17 años. El auto hace un giro pero ya es tarde. Húsar abre fuego y les destroza los neumáticos. Los hombres salen del auto en distintas direcciones, pero Exel y Siegfrid les cierran el paso, con sus fusiles apuntándoles. El tipo de la M-66 cae herido. El guionista va hacia él y toma su arma. No se da por vencido y trata de recargar el M-66. Te cercas a él, con la mira láser en su cuerpo.
–Vamos, hazte un favor y dispárame –le dices, con el fusil sin apuntar.
El hombre duda y cree poder ganar. Ha matado SA antes en los nuevos sueños vivos y no siente que ahora sea distinto. Pero tiene miedo. Si falla, no tendrá otra sesión de sueño para superar ese nivel. Lo sabe. Y ahora es cuando el frío de la noche alcanza su piel y se le mete por los poros.
–¿Eres el guionista? –le preguntas.
–La realidad dura una sola vez, ¿verdad?
El tipo bota el arma. Tus hombres reúnen a los otros delincuentes y los tiran al suelo, con las manos en sus espaldas.
–¿Cómo te llamas? –le preguntas.
–Gabriel Castell
–No. Tu otro nombre. El que usas cuando firmas tus sueños.
-No… no tengo por qué decírtelo.
Vectra le coloca una pistola en la sien.
–Este no es tu sueño. Es la realidad. Y yo pongo las reglas. O me dices tu nombre o te vuelo los sesos.
El tipo sabe que no podrían matarlo, de acuerdo a las leyes, pero ya nada existe en ese momento.
–Me dicen Cuervo.
Tu cuerpo se pone rígido. Tus manos apretan el fusil. Cuervo, el guionista de sueños mata policías. Los adictos que mataron a tu compañero.
–Arrodíllate. Vectra, Exel, las manos.
Te acercas y sacas tu corvo. Colocas el filo en una muñeca.
–¿Digitas con una o mejor te corto las dos?
–Por favor, no me cortís las manos… – aúlla.
–Entonces elige.
–No, no, no me cortís… ¡Perdónenme!
Lo agarras del pelo y enfrentas su rostro.
–Deja de diseñar porquerías, porque si te vuelvo a pillar en la realidad te cortaré todo lo que tienes. ¿Me oíste?
Lo sueltan y lo juntan con el resto. Minutos después llega un vehículo de la UCI. Se bajan dos agentes y se te acercan.
–Buen trabajo –dicen.
–¡Milico culiados, me iban a cortar las manos! –gritan desde atrás.
–¿Qué le pasa?
–Nada. Debe estar soñando. ¿Sabe quién es?
–No.
–Un asesino de policías.

Vuelves a la base. Tus hombres ríen y conversan entre sí. Los espera el hogar, sus seres queridos. Esta noche han dado un buen golpe y el descanso sabrá distinto.
Pero cuando entras a casa encuentras a tu mujer llorando. No entiendes qué pasa. Le preguntas qué ocurre, pero la mujer no puede hablar en medio del llanto histérico y desesperante.
–¡La violaron! –grita de pronto–. ¡Violaron a tu hija!
Logras calmarla y te cuenta cómo ocurrió, aunque ya lo sospechas. Vas entonces a la pieza de Ignacia y está durmiendo. Te quedas mirándola, pensando en qué vas a hacer. Mientras eso ocurre sientes que te vuelves nada. Sientes otra vez la inutilidad de la vida. De tu propio trabajo.
La violaron…
Le das un beso con cuidado para no despertarla. Luego vas a un velador y sacas tu pistola no reglamentaria. Te quedas toda la noche con ella, pensando, mientras el ruido de los mantarrayas se introduce en tu mente.
Por la mañana recibes un mensaje por canal neural.
–Einherier. Preséntese a líder de escuadrón.
Le dices a tu mujer que duerma. Ella te mira cómo si no fuese capaz de proteger nada de lo que te rodea. Tú también lo sientes así. Sales del departamento y caminas hacia el puesto de comando. Ves salir una SA a bordo de un matarraya volando hacia Santiago. Deseas más que nunca ir con ellos.
Tocas la puerta y entras. Menasor está sentado detrás de un escritorio.
–¿Quería verme coronel?
–Siéntate, Emilio.
El coronel Meneses es alto, pelo al rape y un cigarro en la mano. Ha estado en numerosos combates, en las antiguas operaciones de imposición de paz. Es un hombre valiente, duro y despiadado: el prototipo de lo que debe ser un comandante a cargo de un escuadrón de SA.
–¿Cómo está tu hija?
–Durmiendo. Pero no sé qué le voy a decir cuando despierte.
–Tu mujer dio aviso y requisamos el sueño. ¿Dónde lo compraste?
–Lo encargamos vía red. Era un simulador para aprender francés básico. Petit Francais, versión 2.0. Ignacia llegaba del colegio y lo cargaba sola. A la hora de once se ponía a recitar cosas en francés. Une table… le pain… le fromage. Lo hacía muy bien.
–Sé por lo qué estás pasando. Cuando estuve en el Caúcaso, vi cómo violaban a mujeres y niñas frente a mí sin poder hacer nada.
–Coronel, esto no es el Caúcaso. Tampoco Angola, ni Kachemira. Es Santiago. Chile. ¿Cómo vamos a dejar que violen a nuestras familias así no más?
–Tú cumples un trabajo que trata de terminar con eso. Ahora esta situación te pilló fuera de tu casa y a lo mejor tu mujer piensa que podrías haberlo evitado.
–¿Y qué podría haber hecho yo? La niña cargó el programa, apareció la maestra digital que se convirtió en un tipo que comenzó a golpearla y penetrarla por detrás. Fue lo que la niña le contó a mi mujer. Pero no sé qué otras cosas le habrán hecho.
–Mira es mejor que no los sepas. Trata de olvidar el asunto. Sé que es difícil, pero tienes un trabajo que debes hacer con mucho cuidado.
–¿Qué quiere decir?
–Vamos, Emilio, ¿a quién engañas? ¿Crees que no sé lo que estás pensando? Quieres que llegue un alerta urbana lo más rápido posible y sacarle la cresta al primero que encuentres. Ojalá un sueño adicto. O mejor todavía, exx–Vamos, Emilio, ¿a quién engañas? ¿Crees que no sé lo que estás pensando? Quieres que llegue un alerta urbana lo más rápido posible y sacarle la cresta al primero que encuentres. Ojalá un sueño adicto. O mejor todavía, un diseñador, un guionista. Si tuvieras enfrente al tipo que diseñó la violación de tu hija que infiltró su sueño lo mataría sin pensar. ¿Cierto?
–No lo sé.
–Ahora no, ¿pero y en el momento en que lo tengas frente a ti?
–No sé… bueno quizás lo mataría.
–No puedes dudar, Emilio. Ese es el punto. Y me preocupa. Porque no tenemos mucha gente y no puedo permitir tener a un líder de sección que pierda el control frente a sus hombres. Estamos en una guerra que nadie quiere reconocer y no tenemos la iniciativa. No es mucho lo que podemos hacer y tú lo sabes. Nadie nos va a ayudar, nadie va a hacer campaña por nosotros. Lo único que tenemos es a nosotros mismos. Por eso quiero que te mantengas con la moral en alto. Tú y tu sección. Y que controles tus impulsos. Fuiste un buen policía, pero ahora eres militar. Un soldado. Y acá no somos asesinos. Somos secciones de ataque. ¿Entiendes?
–Sí coronel. No se preocupe. No voy a manchar este uniforme.
–Bien. Ahora escúchame. Hay una persona que he asignado para que investigue lo que pasó con tu hija. En realidad la pedí personalmente porque la conozco y sé lo capaz que es.
–¿Inteligencia está investigando?
–Sí. Creen que el diseño vino de algún tipo escondido quién sabe dónde. De seguro un maricón que se cree especial imaginando y diseñando porquerías. Si fuera por mí lo mataría inmediatamente, sin compasión.
Piensas que tú también lo harías, si supieras quién fue. Sientes que la duda sigue sobreviviendo dentro de ti.
–Pero no son ellos exactamente los que van a encontrar al guionista o diseñador o cómo se llame. Hay otra gente trabajando ya en esto. ¿Has oído hablar de Los Espectros?
–Sí.
Los Espectros. Nadie sabe mucho de ellos. Se supone que son la sección especializada de las Fuerzas Armadas en el combate de sexta generación: infiltración de centros de comando y control, ataques furtivos a los sistemas de inteligencia artificial, destrucción de puntos neurálgicos, tácticas de bio-informática, control de conciencias emuladas… toda una zona de combate invisible pero en permanente conflicto.
No se conoce mucho sobre la identidad de Los Espectros, pero hay rumores que se trata de mentes emuladas en ambientes digitales. Mentes de oficiales ya muertos o bien en estado de suspensión neural permanente. Los norteamericanos usan fetos que cultivan en órbita para entrenarlos en combates de bio-redes. Quizás son puros rumores y se trata de personas comunes y corrientes entrenadas para el combate de sexta generación.
–No es fácil que Los Espectros hagan este tipo de trabajo porque están siempre en modalidad de combate, pero uno de ellos se dará el tiempo de trabajar en esto. Se llama Minerva. Es una de las mejores oficiales de rastreo y búsqueda. Te ayudará a encontrar quién fue el tipo que infiltró el sueño.
–¿No daremos cuenta a la UCI?
–No, esto lo llevaremos nosotros. La UCI está lenta y abrumada por los reglamentos.
–¿Dónde encuentro a Minerva?
–Ella te encontrará. Pero no esperes verla. Los Espectros casi no existen en la realidad.

4.0
Durante varios días esperas el llamado de Minerva.
A tu sección le dan unos días de descanso. Aprovechas de estar con Ignacia, pero la niña no habla, y sus ojos están fijos en algo que tú no puedes ver. La llevas al psicólogo de la base, pero no hay demasiado progreso. Tendrá no puedes ver. La llevas al psicólogo de la base, pero no hay demasiado progreso. Tendrá secuelas permanentes. ¿Cómo explicarle a una niña que lo sufrido no fue real? ¿Cómo explicarle que sólo lo bueno es real y lo deforme un sueño?
No tienes respuesta. Sabes que necesitarás de mucho tiempo para que sane esa herida. En ti y en tu hija. En todos.
Pero en medio de los vuelos de reconocimiento, de las noches sin turno, te preguntas qué sentido tiene encerrar a criminales y violadores, cuando un tipo puede destruir la vida de tu hija a distancia, sin necesidad siquiera de salir de su casa.
Te preguntas cómo combatir eso. Te preguntas si tiene demasiado sentido.
Desde el mantarraya se pueden ver las luces de la ciudad como una galaxia, expandiéndose y alcanzado la oscuridad. Pero sientes que es al revés. Es la oscuridad la que se mantiene ahí, en silencio, esperando el momento.
–Sección de Ataque A505, este es Arauco-1, cambio.
–Arauco-1 este es SA-505, cambio.
–Diríjanse al cuadrante K16, Santiago-Oeste. Policías bajo ataque, repito, policías bajo ataque.
–Enterado Arauco-1, este es SA-505. Vamos hacia allá.
El mantarraya zumba y sus hélices silenciosas susurran en la noche sin viento, en dirección oeste. El piloto inicia los sistemas furtivos y un par de minutos después alcanzan el objetivo.
Es un antiguo barrio de Santiago-Oeste, la parte más afectada por el terremoto del 2040. Sus edificios bajos y grises parecen ruinas de bombardeo. Es territorio de nadie hasta que sin previo aviso llegan las pandillas de tecnokupas a someter los escombros.
–Exel, termográfico. Enfoca a la patrulla.
En la pantalla aparecen fantasmas de colores vivos en medio de un azul oscuro y vacío. Una llamarada emerge incesante, mientras a pocos metros unos tonos rojos y amarillos forman una figura humana desplomada sobre sí misma.
–Escáner médico.
El hombre se mueve con dificultad sobre la calle mientras en la pantalla las líneas de la vida forman pequeños montículos, moviéndose lentamente.
–Arauco-1, tenemos patrulla incendiándose. Oficial muerto dentro de ella. Oficial herido necesita ayuda. Solicito neutralización de posibles blancos hostiles, repito, solicito neutralización de posibles blancos hostiles.
–¿Cuál es el estado del oficial vivo?
–Contusiones múltiples, heridas de balas en la pierna, brazo y cadera.
Estado crítico.
–¿Edad de los blancos?
–No lo sabemos. No hay rastro visible de ellos.
–Desciendan e investiguen. Rescaten al oficial. Silencio de fuego, repito, silencio de fuego. Esperen confirmación de atacantes.
El mantarraya gira sobre sí mismo y busca un lugar protegido. Desciendes con tus hombres y preparan sus armas.
–Ya saben, silencio de fuego. Avancen por la calle hacia la patrulla. Siegfrid, Vectra, primero. Húsar, tu conmigo. Vamos.
Avanzan por la calle en dirección a la llamarada que ilumina la oscuridad del sector. La calle desemboca en un pasaje rodeado de edificios bajos, de no más de cuatro pisos.
–20 metros. Capitán, no veo nada –dice Sigfrid.
–¿Manta, que ven?
–Nada capitán.
–Bien. Siegfrid, Vectra, saquen al policía. Arrástrenlo hacia la pared de ese edificio.
–Comprendido.
Los hombres avanzan hacia la patrulla con los fusiles en alto.
Ráfagas de disparo.
–¡Emboscada, emboscada! –grita Exel
–¡Emboscada, emboscada! –grita Exel
Un hombre cae al suelo. Vectra.
–Le dieron, le dieron.
–¡Mueran milicos fascistas! –se escucha desde algún lugar.
Ráfagas… Gritos de júbilo.
–Vectra, Siegfrid, retrocedan.
Siegfrid se incorpora y toma del brazo a Vectra.
–Arauco-1, tenemos oficial herido de la policía bajo fuego. Solicito permiso de netralización.
–Confirme edad e identidad de los atacantes.
–¡Están en las ventanas de los edificios!
–¡Exel, que ves!
Optrónica de alta densidad.
La visión cruza los muros derruidos por la humedad, el polvo en suspensión y alcanza la piel. Capta los píxeles de colores. La visión se aleja para ver el tatuaje. La calavera negra y roja de un feto atravesado por una cuchilla, rodeada de un rápido nombre:
Deadheads
–Capitán, son Cabezas Muertas.
Cierras los ojos.
Los Cabezas Muertas usan adolescentes como vanguardia de combate. Sus cabecillas los dirigen a distancia. Quienes te disparan no tienen más de 17 años.
No podrás disparar.
–Arauco-1, este es SA-505. Ninguno de los atacantes supera los 17 años. Solicito permiso de neutralización.
–Negativo. Repito, negativo. Rescaten al herido y salgan de ese lugar.
–Arauco-1, imposible rescatar al herido. Estamos bajo fuego, repito estamos bajo fuego.
–SA-A505, conserve su posición y espere refuerzos. Unidades de la policía se dirigen al sector. Mantenga su posición.
–¿Tiempo estimado de llegada?
–Veinte minutos.
–¿Veinte minutos? ¡Capitán, van a hacer mierda a Vectra en cinco minutos!
–Arauco-1, tenemos hombre seriamente herido en la línea de fuego. No podemos evacuarlo y está bajo fuego. Si no neutralizamos a los atacantes estará muerto.
–SA-A505, conoce la situación. No puede hacer fuego a menores de 17 años. Mantenga su posición y espera los refuerzos.
–¿Están cagados de la cabeza?
–Siegfrid, silencio.
–¡Están matándolo! ¡Lo están matando como si fuera un juego, esos hijos de puta! –grita Exel.
–Capitán, tenemos que responder –dice Vectra. Notas que tiene una voz distinta.
–Los voy a liquidar. Puedo verlos. Un disparo más y los liquido a todos – Siegfrid no deja de apuntar.
–Siegfrid, ¿qué cresta estás haciendo? Si disparas te retirarán del servicio.
–No me importa. No dejaré que maten a ese hombre.
Una disparo hace estallar el lector de audio y se incrusta en la pierna del oficial. Se escucha un grito.
–¿Qué hacemos? –Pregunta Húsar.
Las llamas se han ido apagando y una tenue lluvia comienza a caer. El policía sigue desplomado y ya casi no se mueve.
–No creo que sobreviva –apunta Vectra.
Desde el otro lado se escuchan gritos.
–¡Vengan milicos de mierda! ¡A ver si son tan valentones los hijos de puta!
–Capitán…
Otro disparo. Ahora el grito es ahogado, casi con rabia.
No sabes qué hacer. Tienes ahí un tremendo poder en tus manos, equipo que vale casi millones y no puedes usarlo. Sólo esperar a que llegue la policía que sí puede disparar. Pero tienes claro que apenas aparezcan los Cabezas Muertas se esfumarán buscando otros escombros donde pasar la noche y dispararle a la nada.
El policía sigue aún vivo y desde el mantarraya monitorean sus signos vitales.
El policía sigue aún vivo y desde el mantarraya monitorean sus signos vitales.
–Manta, ¿cómo sigue el oficial?
–Grave, capitán. Espere, creo que dice algo.
–Retransmite.
Todos se mantienen alerta.
–Salgan… de… a… quí.
Otro disparo.
–¡Conchesumadres! –Grita Siegfrid.
Entonces ves a un Cabeza Muerta, casi un niño, avanzar con una molotov en su mano. Se acerca sonriente al cuerpo del policía. Le lanza una patada y luego su brazo hace estallar la botella ardiente en todo su cuerpo. El policía se retuerce en el suelo, aullando, mientras se escuchan gritos de júbilo y disparos. Luego todo queda en silencio.
Observas la escena, el cuerpo ya inerte del policía que se hace borroso a pesar de no llueve.
Minutos después una patrulla llega al lugar.

Vuelas en silencio hacia Arauco-1. Observas el rostro de tus hombres y puedes ver la amargura e impotencia convertidas en silencio.
–Maldita ley… maldito Congreso.
–Calma Siegfrid. Esa es la democracia. Que no te sorprenda si después nos quitan las armas –dice Vectra.
–A la mierda la democracia. Capitán, ¿vamos a quedarnos así, viendo cómo nos matan?
No sabes qué responder. Sabes que no hay posibilidades de cambiar las cosas. Sabes que el cáncer jamás se cura, sólo se pospone, con medicamentos inútiles: Policías, UCI, SA. Nunca serán suficientes. La enfermedad está ya demasiado extendida, demasiado protegida para causarle un daño quirúrgico.
¿Entonces qué queda por hacer? ¿Qué sentido existe para seguir luchando?
Una voz te trae una respuesta. Penetra en tu canal neural privado, rompiendo tus barreras de protección. Sabes quién es. Sabes quien puede penetrar así, como un espectro.
-Einherier, soy Minerva. Coordenadas 4-5-67. La policía va en camino. Necesitarán el apoyo de tu SA.
Miras a tus hombres, desmoralizados. Piensas en el cuerpo de ese policía, sin vida, sin forma buscando una respuesta. Recuerdas a Sergio. Piensas en Ignacia.
–Piloto. Fija nuevo rumbo a estas coordenadas.
–Pero volvemos a la base.
–Aún no. Hay trabajo que hacer. Vectra, Exel, Siegfrid. Preparen armas.
Los hombres se sorprenden por unos cuantos segundos, pero pronto vuelven sus rostros serenos, los rostros del deber que de tanto en tanto ves en alguna esquina de tu ciudad.

El sueño termina. La versión 4.0 se eclipsa.
–¿Qué te pareció? –Le pregunto, a través del canal neural.
–Extraño. Me sentí como si fuera yo.
–Bueno, pero si eres tú –le digo.
–Es un decir.
Se levanta y sacude la cabeza. Después del retiro las cosas siguen existiendo, piensa y yo capto ese pensamiento, con dos minutos de retraso.
–Es extraño sentirse uno mismo después de tanto tiempo –dice.
Después del incidente con los Cabezas Muertas tuvo que abandonar la Fach. Estuvo en prisión cinco años y en ese tiempo pensó mucho en todo lo ocurrido, en todo lo que estaba pasando. Los sueños ilegales eran casi invencibles; nadie los combatía en la realidad. ¿Y por qué no entonces combatirlos en su propio territorio, con sus mismas cartas?
¿Por qué la gente no podía sentir ni vivir lo que él estaba pasando? Quizás si alguien se metía en la vida de un policía juzgaría mejor sus convicciones. Si todos viviéramos las vidas de otros, comenzaríamos a entender nuestros propios errores, creía.
Fui yo quién se lo sugirió, aunque la idea rondaba en Fach desde hacía tiempo. Pero siendo su caso emblemático, de conmoción nacional, sería bueno errores, creía.
Fui yo quién se lo sugirió, aunque la idea rondaba en Fach desde hacía tiempo. Pero siendo su caso emblemático, de conmoción nacional, sería bueno presentar otra perspectiva, más personal que juegos como NATIONAL STATE 3.0, FRENTE INTERNO 2.3, HUSAR 4.0, o FRONTLINE 5.0.
Diseñar un sueño vivo, a partir de una experiencia vivida no es tan difícil cuando es tan intensa o tan significativa. Por eso creí que era mejor mostrar la cosa poco a poco. Una versión progresiva de los hechos tras otros. Unos fragmentos de vida.
EINHERIER 1.0 había llamado la atención de varios soñadores y tanto las versiones 2.0 y 3.0 dejaban en claro hacia donde iba el sueño. Bueno, en realidad hacia dónde va, pues no todo terminó ahí después que le envié la posición de Sade, el diseñador-guionista que había violado a su hija.
La versión 4.0 era acaso la más difícil pues no reflejaba la realidad de lo que había ocurrido. Es una frase curiosa tratándose de un sueño vivo, pero creo que era un secuencia muy fiel a lo que pudo haber pasado.
–Creo que igual ha quedado bastante bien. Pero hay todavía hay mucha gente que espera una versión 5.0 o 6.0 donde por fin liquidan a los Deadheads. He rastreado esa parte de tu memoria. Aún es una imagen muy viva.
–No habrá necesidad. Cada vez que termine la versión 4.0 sentirán esa rabia inmediata, pero después se calmarán. La rabia se volverá entonces pensamiento y el pensamiento convicción. Y cuando llegue el momento, cuando la lucha sea abierta y completa, todos ellos serán como Einheriers luchando por salvar este país. Combatiendo a las fuerzas de la disolución. La lucha se dará en la mente, como ha sido siempre. Pero tú ya lo sabes ¿verdad?
–¿No quieres que diseñe lo que realmente pasó esa noche? Digo, si no piensas aún emularla de tus recuerdos y quieres revivirla.
–Me parece que el dolor no se olvida. Y es más real cada vez, aunque difuso. Quizás por eso duele tanto. Quizás en la versión 5.0 puedas diseñarlo de esa forma: como un recuerdo fragmentado, que te alcanza de distintas formas, de distintos lugares. No una imagen directa. Sólo una sensación de cómo fueron las cosas. O de cómo uno las siente y recuerda.
Ignacia lo sorprende cerrándole los ojos. La joven es extrañamente silenciosa. Gracias a un programa de disolución mnemotécnica ha podido olvidar por momentos lo ocurrido. Pero su silencio es especial. Quizás llegue a ser un espectro como yo.
Los dejo solos y me alejo de su mente. Vuelo a través de las corrientes invisibles hacia alguna zona de combate.

5.0
–Arauco-1, solicito permiso de netralización.
–Negativo, no pueden disparar.
El Deadhead caminando, con su sonrisa joven, ya distorsionada. La molotov en su mano. El fuego consumiendo al policía y sus gritos sin esperanza.
–¡Vectra, Siegrid, Exel! ¡Prepárense a disparar! Neutralicen objetivos. A mi señal.
–Capitán, pero…
–Yo asumo la responsabilidad.
–¡Al fin! Estoy con usted Capitán. ¡Vamos Exel!
–¡Abran fuego! A la mierda la ley 616.
–A la orden líder. ¡Vamos Sección de Ataque, disparen a matar!
Seleccionaron sus blancos. Luego los fusiles de pulsos hicieron fuego: dos, tres, cinco, diez cuerpos silenciados.
–¡Nos disparan, nos disparan!
Luego todo terminó.
Los SA corren ahora hacia los edificios para registrar los cuerpos.
Un cuerpo joven, agonizando.
Un cuerpo joven, agonizando.
El niño estaba envuelto en una angustia terrorífica, en una inmensa sensación de desamparo. Su cuerpo se agita, con desesperación.
Te acercas y le tomas la mano.
Los Cabeza Muertas eran sólo niños indefensos, niños que habían llegado demasiado lejos. Nadie les había advertido, nadie les había dicho la secuela más dura de los sueños vivos:
El miedo primitivo y humano a la realidad.

Pablo Castro Hermosilla