Ozaru I

El Mercurio, 16 de mayo de 1961
La comuna de Tomé, ubicada a 29 km. al norte de la ciudad de Concepción, sufrió durante la noche del día de ayer lo que a todas luces pareciera ser un terremoto pese a que ninguna actividad sísmica fue registrada en toda la Octava Región.
El centro de Tomé fue el más afectado siendo destruido en un 74% según estima la Oficina Nacional de Emergencia. La cantidad de damnificados sería de 12 mil personas mientras que la de muertos ascendería a 1.800 según cálculos estimativos, aunque no se descarta que esta cifra aumente una vez que sean removidos los escombros.
El gobierno declaró Zona de Catástrofe a Tomé y el Presidente ha dado expresas instrucciones para que se desplieguen todos los recursos que sean necesarios para ir en ayuda de los afectados.
Pese a que no existe versión oficial sobre la causa de este trágico siniestro, los sobrevivientes coinciden en señalar como causante a un gorila enorme, grande como un edificio de diez pisos. Consultado al respecto, el Ministro del Interior desdeñó tales comentarios asegurando que se trata de una caso de alucinación masiva, similar a la provocada en 1938 por el radioteatro de Orson Welles en los EE.UU. “¿De verdad creé usted que King Kong vino a desatar su furia en Tomé?”, señaló con ironía durante la conferencia de prensa.
Seguiremos informando sobre esta extraña catástrofe.

EL FANTASMA

Estimado Capitán

«Le escribo esta carta para contarle un hecho de lo más extraño que sucedió antenoche acá mismo en Tirúa. Con fecha 18 de Octubre de 1860 se desató uno de esos temporales que usted bien conoce. Si parecía que el mismo mar se nos iba a echar encima. Hubo que entrar los botes más grandes y soltar los más chicos para que se los llevara la mar. Perdimos a dos hombres, usted no los conoció, unos cabros de la zona que trabajaban acá de temporeros. Pero no es del temporal de lo que quiero hablarle y pedirle consejo. A la mañana siguiente cuando todo estaba más en calma, el pueblo estaba todo agitado. Me asomé por la ventana y vi que todos corrían a la playa. Me vestí rápido y fui a ver que había sucedido. Seguramente ya le contaron que el oleaje trajo el cadáver de un Cachalote. Pero mi capitán le juro que no era un Cachalote, no al menos como los que usted y yo hemos visto en alta mar o varados en otras playas. El Cachalote que trajo la marea era el macho más grande que yo hubiera visto, al menos 5 o 6 metros más grande que los comunes. Y lo de común no es casual, mi señor. El animal no sólo era bíblico en sus proporciones, sino que totalmente albino. Blanco como la misma palidez de la muerte. El cachalote era viejo, por sus dientes y cicatrices era fácil calcularle una edad centenaria, porque si de algo murió fue de viejo. En vida debió de ser todo un luchador, porque su cuerpo estaba entero cubierto por arpones y lanzas. Pero eso no es lo más importante, mi Capitán. Amarrado a la joroba del animal, atado por las cuerdas de uno de los arpones, colgaba el esqueleto de un hombre. El esqueleto de un hombre cojo, vestido aún con jirones de ropa marinera a la usanza de Nantucket. La ballena la enterramos bajo la arena, pero el cadáver del cojo, Capitán. Se que le parecerá extraño, pero mandé a que le hicieran un ataud. Y he aquí mi pregunta. El párroco de Tirúa se niega a darle santa sepultura a menos que usted, con su autoridad, se lo pida. Yo le ruego señor, que por el descanso de esa alma, autorice usted el entierro. El muerto de la Ballena Blanca tiene a muchos asustados por acá, lo divino calma los miedos, usted sabe. Sin otro particular.”

IMPERIOPOLIS

El Mercurio, Martes 4 de agosto de 1925, página 11:
El 6 de este mes, Nueva York se hundirá en las aguas del Atlántico y luego se producirá la hecatombe mundial, dice el astrónomo Abner Hubs desde su observatorio en Imperiópolis.

Las consecuencias de esta terrible predicción producen en Nueva Cork los más extraños fenómenos sociales. Cosas que no se han visto nunca; matrimonios al minuto, ancianos que se divierten como niños, la multitud se entrega al baile y al regocijo y el gobierno se encuentra con los brazos cruzados debido a la falta de las fuerzas.

Lo que a este respecto, dicen Edison y el físico Meredit, la forma como se producirá la última catástrofe del mundo, se habla del hundimiento de Nueva Cork debido al gran peso de los edificios. Edison calcula que solamente el área de Broadway podría contener el peso equivalente de muchas ciudades de Europa.

Este artículo lo encontramos en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, buscando otra información que no vale la pena mencionar. Nos pareció raro el artículo en sí. Al parecer es una broma de algún periodista o un relleno, tan común en los medios nacionales. Es de analizar el uso de las fuentes.

Imperiópolis: Es una clara alusión a la avanzada expansionista que venía haciendo los Estados Unidos en Centro América durante esos años. ¿Redactores de izquierda en El Mercurio de 1925?
El Edison que se menciona alude a Thomas Alba Edison, inventor de la luz eléctrica, el gramófono y un sin fin de benditas inspiraciones (ver el capítulo de Los Simpsons donde Homero se obsesiona con el inventor) que culminaron con la Edison, la compañía más grande de la época. Edison como símbolo del dominio tecnológico y científico de Imperiópolis sobre el mundo.
Algo raro, en efecto, tiene este articulito.
¿Que los gringos se casen en masa?, ¿que los ancianos salgan a la calle en busca de acción?
En los años veinte los fumaderos de opio eran el top del carrete y en una de esas, el tipo que escribió el cable por Franklin, donde se juntaban los viejos periodistas a pegarse sus fumadas.

Unterwelt

Hoy, 27 de diciembre, se cumple un año exactamente desde el descubrimiento de La Colmena. Como recordarán, los trabajos en la línea 5 del Metro se toparon de pronto con algo que inicialmente pareció una caverna subterránea. Los trabajadores retrocedieron espantados ante la fetidez que emanaba el agujero. Algunos bravucones se hicieron los valientes y se acercaron demasiado. El resto lo sabemos por la infinidad de reportajes que se han hecho hasta la fecha: del agujero emergieron hombres…o bien…algo parecido a hombres, que se abalanzaron aullando sobre los trabajadores. De piel reseca, vestidos con harapos, cabello larguísimo y uñas como garras, se aferraban a los aterrorizados trabajadores para sacarles la piel a dentelladas y hundirles las uñas en sus abdómenes hasta el puño. Algunos carabineros de punto fijo pudieron reaccionar y dispararon desesperados tumbando a algunos, antes de caer ellos mismos presas de la marea fétida que no cesaba de salir por el boquerón. Un par de verdaderos héroes (hoy sabemos sus nombres y atesoramos su memoria) consiguieron hacerse de algunos cartuchos de explosivos en poder de la constructora y los lanzaron contra la pared que sostenía el techo sobre el agujero. El estampido los mató a casi todos, incluyendo a los trabajadores que aún permanecían dentro de la obra, pero libró a la capital de una tragedia impensable.
Con los días comenzaron a saberse detalles espeluznantes. Dos especímenes agonizantes pronunciaron algunas oraciones en español antiguo antes de morir, uno de ellos mantenía una cadena con una cruz en su cuello. El otro sonrió a los médicos y le preguntó si estaban en el cielo o en el infierno, en perfecto español castizo. Un tercero pronunció palabras que se mantuvieron en secreto por mucho tiempo: «…apenas tocaron un brazo de la colmena, el hervidero que duerme en el estómago de la nueva extremadura estallará tarde o temprano. El territorio supurará.»

Repito la pregunta de hace un momento: ¿Cada hijo de Santiago de Chile tiene ya un arma en su poder?.

Sub Aether – 002

El amanecer llegó como lo había estado haciendo por casi un año, un sutil y progresivo cambio de luz, desde la oscuridad total, hasta la penumbra. Laskov despertó de igual manera, progresivamente. Había soñado con el viaje en tren desde Moscú, los soldados que lo felicitaban y luego se reían a sus espaldas. En el sueño era así, el los veia reirse a pesar de que no los estaba mirando. Luego entraba en un vagón y estaba toda su familia, y el tren ahora iba al Sur. Se sentaba a mirar por la ventana y veía el mar. Por largo rato lo miró, hasta que pestañeó, o abrió los ojos, o simplemente se dió cuenta de que estaba despierto.
Luego se puso de pie. Viña parecía estar más cerca de lo que había estado cuando se echó en la arena. Lo primero que distinguió fueron los vehículos dados vuelta. Destrozados, la verdad. Restos del tsunami probablemente. Recordó cuando escuchó la noticia, olas gigantes en todo el mundo, y lo primero que pensó fue que Chile no tenía oportunidad. Contra eso, que puede hacer una larga y angosta faja de tierra, una pequeña playa a orillas del acantilado, contra la furia del mar.
La ciudad en si no parecía golpeada por la catástrofe. Más bien parecía estar en ruinas, abandonada siglos atrás. Como Machu Pichu, que Laskov solo había visto en fotos, o el Partenón. Las calles desiertas, salvo uno que otro esqueleto. La vegetación emancipada, lentamente reclamando el territorio para si. Las casas borrosas, manchas amorfas vagamente parecidas a sus recuerdos. Pero reconocibles. Esencialmente las mismas. Con una extraña sensación de familiaridad, mal que mal la devastación no era nada nuevo para él, había visto los mismos estragos en cada ciudad costera de su ruta, Laskov comenzó a recorrer las calles camino de su casa. Sabía lo que iba a encontrar. Lo veía todo alrededor.
No había cadáveres, y eso lo tranquilizó. Estaba la posibilidad. Estaría toda la vida quizás. Pero estaba. Prefería que estuviera. Había abandonado la esperanza de volver a verlos, no solo a ellos, a todos, tiempo ha. Se lo había preguntado mil veces, por qué volver, por qué bajar tan lejos, si no por ellos. Por qué volver si sabía que todos iban a estar muertos. O ausentes, que era casi lo mismo.
Simplemente estaba harto de fingir, de seguir causas que no eran la suya. Pensó que se sentiría un heroe, al liberar a su pueblo de las garras del mal. Se había sentido bien, se había sentido útil, aunque marginalmente. Pero la verdad es que no los conocía, a nadie. Se había sentido solo, terriblemente al margen. Espectante. Aquí al menos era protagonista. Esta ciudad en ruinas era su ciudad, esta manzana desierta era su manzana.
Su cuarto estaba totalmente revuelto. Supuso que la pulpa mohosa en la esquina era lo que quedaba de sus libros. Le causó risa. Pulpa. Una risa breve y melancólica. Su ventana rota. Desde ahí pudo ver el esqueleto de un perro amarrado en el jardín vecino. Que horrorosa forma de morir. Amarrado. Contempló la idea de dormir en su cama, pero estaba toda podrida. Recordó las arañas. Decidió salir de la casa lo antes posible.
Cerrado el capítulo de su familia, mirando la calle sin saber que hacer, de golpe recordó la Logia. Era tan obvio. Había dejado de pensar en la Logia durante el camino, resignado a la pérdida. Con el mundo acabándose, no habría tiempo para frivolidades. Sin embargo ya que estaba allí, era lógico que la siguiente parada en su recorrido, como quien visita un cementerio, fuera la Logia.
Caminó hacia Libertad empujado por el viento, el abrigo flameando delante de él. Una vez en la avenida, enfiló por el centro de la calle en dirección a la municipalidad. La iglesia de Los Carmelitas había sido golpeada brutalmente. Derruida como estaba, tenía más solemnidad de la que Laskov jamás le encontró en vida, más aun después de conocer las verdaderas Catedrales europeas. Viendo las ruinas, por un segundo tuvo la impresión de que el tsunami nunca había terminado, de que todo seguía sumergido, y que la barrera de polvo que bloqueaba el sol no era sino la superficie del agua. Altísima, inalcanzable desde allá abajo. Pensó que solo bastaba con sacarse el abrigo y flotar hacia arriba, nadar hasta la libertad, pero luego olvidó como. Le dió un poco de vértigo. Por supuesto, el temor a perder la cordura estaba siempre presente. Era el signo de los tiempos.
Apenas dejó atrás la iglesia apareció ante él el Palacio Carrasco, el cuartel central de la Logia. El edificio, salvo tener todas las ventanas rotas, no se veían tan deteriorado como el resto de la ciudad. Laskov subió las escaleras hacia la entrada principal. Un cartel con la borrosa leyenda “Ilustre Municipalidad de Viña del Mar” bloqueaba el acceso, puesto como en lugar de la puerta.
Quitó el cartel de en medio. Adentro estaba considerablemente más oscuro. Sacó su linterna de la mochila y comenzó a darle cuerda con el pulgar, rítmicamente. Al presionar la manilla se activaba un pequeño dínamo que daba a la linterna la energía necesaria para funcionar. La primera vez que la tuvo en sus manos, Laskov pensó que era el mejor invento que había visto jamás. Había conseguido tres. Una para él, una para Jorge y la tercera por si acaso. Quizá quedarían todas para él.
Entró en el Salón Principal del Palacio Carrasco, y lo primero que notó fue, como siempre, la gran escalera que, bifurcándose luego en dos, conectaba al Salón con el segundo piso. Luego paseó la luz de su linterna por el suelo cuadriculado, pero le sorprendió verlo pintado de azul. ¿Manchado? Sobre las baldozas negras y blancas, alguien había pintado un patrón azul que representaba el mar. Luego venía la costa, modelada en papel maché. No le costó trabajo reconocer que se trataba de Viña y Valparaíso. Maravillado, no se cuestionó su origen. Acercó su vista al territorio: sobre el modelo de ambas ciudades, reposaba algo que pensó nunca volvería a ver.

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Sub Aether – 001

Por unos segundos el cielo se abre y una titánica columna de luz cae sobre los cerros en penumbras. Durante un momento Laskov alberga la esperanza de que la nube de polvo se esté disipando, pero antes de que la columna desaparezca sabe que solo se trata de un fenómeno aislado. El arcoíris de la nueva era, piensa. Luego apunta “el arcoiris de la nueva era” en su libreta de notas. Le gustaría haber estado debajo de la columna cuando apareció, quizá hubiera visto el sol, hace meses que no lo ve. No cree volver a hacerlo.
Cuando sus ojos se reacostumbraron a las sombras, siguió caminando por la orilla del mar, rumbo a la ciudad desierta. Aunque desierta es una exageración, alguien debía quedar. Alguien tenía que quedar.
Un observador mirando a Laskov caminar por la playa se hubiera llevado un buen susto. Vestía un abrigo alemán enorme, ceñido a su delagada cintura, que dividía su figura en dos, y una máscara de gas, también alemana. Más parecía un insecto, una gigantesca avispa humanoide, que una persona. En la espalda del abrigo, como penitencia por llevar ropas Nazi, había bordado una gran Estrella de David, ahora completamente tapada por la mochila donde traía comida, agua y municiones para su PPSh, el último objeto ruso de su indumentaria.
Hacía unos meses un tipo, fusil en mano, le había preguntado si era un marciano, si tenía la culpa de que el sol se hubiera apagado, si planeaba invadir la Tierra y otra serie de sandeces. Lenta, cuidadosamente, Laskov se había quitado la máscara, se había atragantado con el polvo de la atmósfera, y había dejado que el tipo sacara sus propias conclusiones. Viendo que Laskov también llevaba un fusil, y suponiendo, probablemente, que lo sabría manejar mejor que él, el tipo se había marchado antes de que Laskov pudiera preguntarle en que lugar de Sudamérica se encontraba. Juzgando por la distancia que había recorrido desde entonces, ahora que tenía Viña del Mar en el horizonte, decidió que se trataba de Ecuador. Un ecuatoriano había sido la última persona viva que había visto. Se preguntó si lo seguiría estando. Se volvió a preguntar si había alguien vivo en Viña.
Debía estar en Reñaca, solo unas cuantas horas más hasta su casa. Revisó sus provisiones. Todavía le quedaban algunas latas. ¿Donde las habría recogido? ¿Antofagasta, Serena? No podía saberlo. Desde México que venía caminando por la costa, para no perder el camino y porque le parecía la ruta más segura. Cuando se le acababan las provisiones hacía pequeñas razias a los pueblos o ciudades costeras, pero trataba siempre de volver lo antes posible. Nunca reconoció una ciudad, ni siquiera las ciudades chilenas, hasta ahora. Le bajó un extraño remordimiento. Quizo haber recorrido más el país cuando estaba vivo. Haber visto menos mundo y más patria. No supo por qué. No había sido Nacionalista, en ese sentido, antes de la Guerra. Quizá Europa lo había cambiado más de lo que creía. Delante de él las rocas formaban una muralla intransitable. Tuvo que internarse hasta la carretera para poder seguir.
Llevaba la mitad del camino cuando la vió, por el rabillo del ojo. Sin pensarlo tomó su fusil y le descargó la mitad de las balas. El traqueteo del arma lo hizo temblar. Jadeó debajo de la mascara. Sudó frio. Recordó una habitación en Dresden, un cuarto oscuro. Una caja de vidrio, llena de. Llena de. Veía más que nada patas. Llena de patas. Patas que se movían, un ser inmenso hecho solo de patas. El rostro pegado al vidrio corredizo. El vidrio corriéndose. Risas. La punta de su larga nariz, y una alimaña pequeña que subía por el puente. Temblando, la brisa soplaba fuerte desde el mar(parecía soplar, estos días, esta época, esta era, siempre desde el mar). Logró volver en si. Arañas. No quería ver más arañas. En su vida. Casi lloró, pero el sentimiento era más estomacal que eso. Visceral. Se quizo dejar caer de rodillas, pero el pasto a sus pies lo aterró. Volvió, lo más cerca del mar que pudo. Comenzó a caminar rápido y luego, como si nada, comenzó a correr. Desesperado. A correr hasta que encontró la playa de nuevo. Se tiró en la arena, exhausto. Luego cuando la penumbra se hizo sombras, supo que el Sol, detrás de la nube de polvo, se había escondido. No veia nada, pero la oscuridad nunca lo había asustado particularmente. Sentía la arena bajo su cuerpo, sabía que nada que lo aterrara iba a salir de la arena.
No había estrellas, ni luna. Recordó la noche Viñamarina de antes, cuando las luces de Valparaíso se veian en la lejanía, hasta Playa Ancha, y los barcos también flotaban iluminados sobre el mar. Ahora le parecía ver un par de luces, pero bien podrían ser alucinaciones. No tenía como saber si se trataba de pequeñas luces cercanas, o grandes luces lejanas. Fogatas, quizá. Sobrevivientes en los cerros de Valparaíso. Ojalá. Antes de dormirse le limpió el filtro a su máscara. El polvo de todo un día cayó a su alrededor, invisible. Mañana apenas se despertara entraría en Viña.

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Decepticons apoyaron pronunciamiento militar

(La Tercera). 12-11-73.

En una conferencia de prensa realizada en el día de ayer en el Ministerio de Defensa Nacional, los miembros de la Junta Militar de Gobierno hicieron público el apoyo prestado por Los Decepticons a las Fuerzas Armadas durante el pronuniciamiento militar.

Acompañados de Starscream, segundo oficial en la línea de mando de Los Decepticons, la Junta recalcó la importancia de la ayuda prestada, señalando que ello reafirma la acción oportuna y salvadora de la Junta Militar en este lado de la galaxia.

Al respecto, Starscream retransmitió un mensaje oficial desde el Alto Mando Decepticon en Cybertron, firmado nada menos que por Megatron, el líder de los Decepticons: “Hago presente a la Junta Militar de Gobierno, y a las Fuerzas Armadas de Chile, mis más sineceras felicitaciones por el éxito de la misión cumplida en el día de ayer”.

Consultado sobre el alcance de este apoyo, Starscream mencionó que hace una semana el líder de los Decepticons ordenó el desplazamiento de unidades aéreas a Chile, las cuales apoyaron las acciones de los Hawker Hunter en su bombardeo a la Moneda y las estaciones de radio allendistas.

Fuentes extra-oficiales han informado que Starscream ha estado en permanente contacto con altos oficiales de las FF.AA. desde hace varios meses, siguiendo órdenes directas del Alto Mando Decepticon.

Strascream señaló: “Apoyamos la acción de la Junta Militar pues ella se enmarca en la lucha mundial contra el comunismo soviético. Asimismo, el Presidente Allende y sus partidos estaban llevando a Chile a un eventual guerra civil.” Asimismo agregó: “Allende y sus partidos legitimaron la vía armada. Cuando eso sucede, cuando los sectores políticos legitiman la violencia, sólo tienes dos escenarios: guerra civil o pronunciamiento militar”, dijo aludiendo al derrocamiento de los Autobots en Cybetron.

Respecto a los informes de diarios extranjeros sobre combates entre Decepcticons y Autobots cerca de Antofagasta, Strascream señaló que se trató de una batalla contra fuerzas Autobots que intentaban crear una zona libre cerca de Chuquicamata. “Los miembros de la Junta me manifestaron el temor a que se creara una zona liberada en ese lugar, donde se recibieran armas provenientes desde Cuba. Detectamos unidades Autobots izquierdistas en la zona, y actuamos con el apoyo de unidades militares chilenas. Puedo afirmar al respecto que no hay autobots operando en Chile”.

Consultado sobre las futuras relaciones entre los Decepticons y Chile, Strascream señaló que se preveé el pronto arribo de los Constructicons para ayudar en tareas de reconstrucción nacional y que antes de fin de año está previsto realizar ejercicios militares entre las FF.AA. chilenas y los Combaticons, quienes en estos momentos se encuentran operando en el Sudeste Asiático.

Extra-oficialmente se ha señalado que una parte importante de la futura relación entre Decepcticons y el Gobierno de Chile, será la construcción de fábricas de energón en las zonas petrolíferas magallánicas.

Sant ag


AP (Reuteres). Las autoridades salieron de su mutismo y hoy a las diez de la mañana admitieron, en conferencia de prensa abierta, lo que todos ya sabíamos días atrás: Santiago está desapareciendo.
La primera denuncia conocida habría surgido en el paradero 45 de Gran Avenida, cuando la ahora famosa señora Alejandra Sánchez estampó una denuncia en Carabineros acusando el robo de toda su calle.
En un comienzo se trató de pequeños detalles, un peine de plástico, una edición inglesa de «War of the Worlds». Pronto el formato se amplió y asistimos al desvanecimiento de monumentos, de algún oscuro barrio deshabitado o los restos de ese edificio abandonado que nadie echaría en falta. Al cabo de los días el fenómeno cobró agallas y desaparecieron establos completos del Club Hípico con caballos y mascotas incluidas.
La autoridad a su vez negó que el gran accidente múltiple frente a La Moneda haya tenido alguna relación con los fenómenos recientes, pero testigos declaran haber visto desaparecer todos los semáforos en cuadras a la redonda.
A pesar de los intentos del gobierno de negar hechos tan evidentes como la repentina desaparición del río Mapocho, reemplazado por un camino de tierra, la situación llegó a límite cuando, una mañana, los santiaguinos fuimos testigos de la completa desaparición de la cordillera de los Andes.
Hoy, después del mediodía, ha comenzado lo más temido por todos. Las denuncias por la desaparición de personas, la desaparición de recuerdos, el olvido, el deja vu frente a cada hito del paisaje; el asalto a los albumes familiares para constatar la existencia de tal o cual familiar, que creemos recordar mientras nuestra memoria se diluye como la topografía de la urbe. Pronto vendrá el pánico general, la estampida desesperada frente a la inminente disolución del territorio, el horror de desaparecer de la memoria de la Historia en una vorágine de gritos de horror, hasta que el agua se calme y la superficie del recuerdo se vuelva un espejo transparente otra vez.
Me pregunto, ¿cuántas ciudades habrá desaparecido ya de la misma manera?

Santiago, 21 de diciembre de 2006