Nacimiento, Capítulo III


Llevo 3 semanas y 5 días caminando a través de Santiago, o mejor dicho, lo que queda de Santiago…

En varias ocasiones me he encontrado con una alfombra de cuerpos inertes sobre el pavimento. Mujeres, niños, perros, abuelos, carabineros, oficinistas, políticos, nadie se salvó.

He gritado por toda la ciudad (y en la carretera), no hay respuesta, sólo el silencio, este maldito silencio…

-¿Será posible de que sea el único?-

He llorado varias veces, pero ya no de pena ni de rabia, sino para que el sonido de mi llanto acompañe mis pasos…

Iré al sur, alguna vez escuché que sería un lugar seguro en caso de un desastre nuclear, aunque dudo que eso haya sido lo que pasó.

Si no hay nada intentaré cruzar a Argentina y de ahí seguir al norte, hasta que encuentre a alguien, alguien que me explique que cresta está pasando o para que simplemente me haga compañía.

Recogí unas latas de comida y unas botellas de agua de las ruinas de un Líder y unos trozos de pan con sésamo que encontré en un Mac Donald. Antes de partir dejé un mensaje con unas latas de pintura en la Alameda, en los túneles del metro y en el monumento de la Plaza Italia que, extrañamente, aún se mantenía erguido.

«Seguí al sur por la carretera, no he encontrado a nadie, esperaré un par de semanas en Osorno antes de seguir»

Puse mi nombre y lo que creo que es la fecha de hoy 14/01/07.

Recordé el tema de la película «Midnight Cowboy», comienzo a silbarlo mientras aparece la carretera en el horizonte…

Capítulo I
Capítulo II

El Affaire Bello


El affaire Bello es, ya no cabe duda alguna, una muestra más del genio adelantado a su época de ese gran político y experto avant garde en marketing: Ramón Barros Luco. Su slogan «Hay dos tipos de problemas: los que se solucionan solos y los que no tienen solución», con lo cual defendió la -aparente- parálisis gubernativa, es el antepado directo de «Imposible is nothing». Se trata de dos maneras de entregar una visión elegante y calma de una actividad en realidad frenética y altamente riesgosa, de manera de impedir que nuevos competidores entren al mercado -ya que como un mercado con barreras de entrada nulas es un mercado que no ofrece ninguna ganancia- manteniendo el control del mismo. Barros Luco fue, lo sabemos ahora, quien sugirió que el desastre de Bello (con la destrucción de una nave impagable entonces para cualquier privado y que podía volver a la opinión pública en contra del gasto en una tecnología insegura y peligrosa, pidiendo en cambio que se usaran esos fondos, por ejemplo, en desarrollo industrial o mejoras en la salud) fuera apostrofado como una desaparición, una pérdida casi lúdica, creando un misterio «simpático». Lo que ahora parece una acción cortoplacista y rastrera no lo es en absoluto. Por el contrario, podemos decir, casi cien años más tarde, que el esfumarse del Teniente Bello fue el punto bisagra que determinó que todo el siglo XX chileno se convirtiese -contra la esperanza de aquellos años- en una era de apabullador éxito conservador. Sólo la poesía logró escapar de ese cepo de hierro, no irónicamente gracias a la acción audaz de Vicente Huidobro que lanzó poemas sobre Santiago precisamente desde un avión (acción que imitaría luego Raúl Zurita, escribiendo poemas con humo sobre Manhattan). Como muy bien lo anticipó Barros Luco, la sumatoria de ambas acciones (se sabe que él mismo instó al joven Huidobro a tal acción) sellaron el destino del país, al asociar permanentemente los conceptos de innovación, tecnología, cambio acelerado y riesgo creativo con los del volar, unión que se selló con la impronta despectiva que en el lenguaje común chileno tiene la palabra «volado», dado que «volado» es, desde ya (cosa incomprensible en otras versiones del castellano), «perdido». En cambio alguien «aterrizado» conlleva los mayores elogios. Aparente ironía, gran éxito encubierto: desde entonces el país cree poder «despegar» una y otra vez, bajo el liderazgo de una elite «aterrizada». Y todo sigue igual.

Stephan Ralsuy (en «Chileneia», Vico Ediciones, Esplugas de Llobregat, 2006)

Colaboración de Rodrigo Lara, corresponsal de UcroníaChile en Buenos Aires.

el huacho


«…es demasiado vergonzoso para nuestro orgullo nacional. No puede ser que nuestro principal enemigo regional sea a la vez quien nos liberó del yugo colonial. Esto se está volviendo un asunto de relevancia nacional. Me preocupa la sensación de tutelaje psicológico que nuestro pueblo acarrea por esta situación.
El conflicto será inevitable, en diez, veinte o cincuenta años. Estamos ad portas del siglo XX y ésto se ha vuelto casi un tema estratégico. Pero, ¿qué podemos hacer?

-Reinventar la historia, señor presidente.

-¿Cómo dice?

-Estudiando nuestros documentos, descubrimos que antes de la llegada del ejército argentino a cargo de San Martín, hubo un levantamiento, bastante patético, liderado por el huacho O’Higgins. Este hizo todo lo posible por esconderlo cuando asumió el mando de la Nación después que San Martín se retiró a Buenos Aires, era demasiado vergonzoso hablar de una campaña tan desastrosa, corta y frustrante. El huacho no ganó, dicho sea de paso, ninguna batalla comandada por él en toda su carrera. Luego de ese fracasado levantamiento debió huir a Argentina y refugiarse tras las faldas de la masonería. Regresó a Chile junto al ejército argentino, pero no aportó ni con el más miserable triunfo para la guerra de independencia diseñada por San Martín. Incluso cayó estúpidamente herido antes de la batalla decisiva y sólo se atrevió a aparecer cuando todo estaba definido.

-Estamos de acuerdo en que era un inepto, pero no entiendo a dónde va con todo ésto.

-Es bastante sencillo. Sólo basta con validar ese levantamiento inicial fracasado con la campaña posterior y decir que fueron dos etapas de lo mismo. Hacemos aparecer al huacho como triunfador en Maipú y con su posterior cargo comandando el país completamos el cuadro. Aparece en las tres etapas, el resto se trata de ajustar ciertos hechos y obviar otros para que parezca protagonista de la historia.

-¿Cuál es su nombre, joven?

-Manuel de Sagredo y Montilla, señor.

-Don Manuel, lo que me plantea es una estupidez, ¿Quién podría creer semejante imbecilidad? Todos sabemos quién fue el huacho O’Higgins, por favor!…ahora déjenme solo, he escuchado demasiadas tonteras esta mañana…El huacho ese, dictadorcillo patético. La República consiguió deshacerse de él con enorme esfuerzo y ahora usted, ¿pretende convertirlo en nuestro libertador?…
Dios!…lo que tengo que oir…¡como si la gente le fuera a creer!

-Señor presidente, la historia es nuestra…no la hacen los pueblos…

-¡Lárguese, antes que convierta a Prat en un santo iluminado…o a Caupolicán en artista de vaudeville…!…Por Dios…estos jóvenes de hoy tienen las ideas más estúpidas…!!! El progreso y los automóviles los han convertido en unos cretinos…

El Reino

Tras la muerte de Augusto Pinochet, el Reino de Chile se volvió una nación silenciosa. No faltaron las crisis de carácter socioeconómico, pero el clima se caracterizó por su carencia de manifestaciones sociales, acrecentando la sensación de un panorama complejo que llegaría tarde o temprano.

Cuatro meses después, de la muerte de Pinochet, un guardia de seguridad del Cementerio Nacional, apareció en una entrevista televisada asegurando que la tumba del ex General Supremo se encontraba vacía. Al principio, nadie tomó mucho en cuenta las declaraciones del sujeto, pero más tarde un comunicado oficial de los representantes del nuevo orden, confirmaría tal declaración: el cuerpo del ex General Supremo habría sido hurtado.

La crisis explotaría en toda la nación.

Las diversas teorías, que entrecruzaban complot y religiosidad, sólo se aclararían unas semanas más tarde con la aparición de cuatro seres que asegurarían ser el ex Gerneral Supremo retornado a la vida.

El primero de ellos respondía al nombre de Militar de Acero, un soldado en una armadura de metal tan sofisticada que le permitía realizar grandes hazañas con tal de reestructurar el orden de la nación. Si bien, este personaje nunca aseveró ser la reencarnación del ex General Supremo, no faltaron quienes observaron en él las mismas características del sujeto en cuestión: gallardía, violencia, megalomanía.

Luego vendría El Fantasma, una suerte de ánima en pena, con una fisonomía bastante cercana a la de Pinochet, pero con características sobrenaturales que ocasionaría gran caos en la nación.

Algo similar provocaría Clon –como se le llamó−. Precisamente se trataba de un clon del ex General Supremo, que se habría creado de forma ilegal en su paso por Inglaterra en 1998. Clon trabajaría para el gobierno, y sería el encargado de eliminar cualquier teoría de reencarnación de Pinochet, sin embargo este experimento genético tenía una gran falla: carecía de moral, sin saber en realidad si este «defecto» era, en realidad, una arista más de su DNA original.

Pero sin duda, el más devastador de todos ellos resultó ser General Cyborg, de procedencia desconocida, aseguraba que habría sido creado a partir de la cruza del cuerpo sin vida del ex General Supremo con un virus procedente de internet. Éste fue el culpable de la conocida “Caída de Santiago del Nuevo Extremo” en el año 2008.

Extraído de: “Historia del Nuevo Reino de Chile for Dummies”, págs. 65. Ed. Zig-zag. 2065.

Nacimiento, capítulo II

-¡Conchetumadre, estoy muerto!- Fué lo primero que dije al despertar, la cabeza duele demasiado, el cuerpo apenas responde. Cuando logré enfocar algo quise estar realmente muerto. No había nada, no vi a nadie. Los pensamientos se confunden, apenas recuerdo mi nombre…Raúl, me llamo Raúl. –GRITO-. No hay respuesta, definitivamente no queda nadie acá. Las cenizas se cuelan por mis calcetines. El cielo está gris. -¿Cómo sobreviví?.- Recuerdo el gran árbol, la crisálida, su voz, el grito,
-arrepientanse- dijo, (creo que me arrepentí) luego una gran explosión… y silencio, un silencio terrible.
Valparaíso ya no existe. Caminaré hacia Santiago, tal vez allá quede algo…lo dudo…
Una mariposa de látex se posa sobre mi hombro.

Capítulo I

Proyecto Vril: El misterio Lammerding (1)

Kurt Lammerding llegó a Chile en octubre de 1946. Como tantos refugiados alemanes, huía de una Europa en ruinas, y de la caza antinazi de los aliados. Gracias a la ayuda de la red ODESSA, Lammerding pudo cambiar su identidad, y dejar atrás su pasado de antiguo arquitecto de la organización Todt, colaborador de Speer y con un grado honorífico de Obersturmbannführer de la SS.

Lammerding encontró trabajo sin dificultad en Santiago, empleándose como asistente en una empresa constructora. Durante diez años trabajó apenas escalando posiciones, construyendo un personaje de difícil recuerdo, un empleado gris sin rasgos sobresalientes.

En 1959 Lammerding renuncia a su trabajo y se postula para una vacante en el ministerio de obras públicas. El currículo que presenta, en gran parte falso pero a prueba de verificaciones, le permite ocupar un puesto de arquitecto en las obras que se preparan para el mundial de fútbol de 1962. Presenta el plano de un estadio para 350.000 personas, parcialmente techado. La agresividad y monumentalismo de sus ideas le consiguen una entrevista con el presidente Alessandri, quien lo nombra presidente de la comisión encargada de las instalaciones deportivas para el mundial.

La actividad de Lammerding en este período es febril: demuele el estadio Nacional, y gran parte de las manzanas que lo rodean. Ordena excavar enormes cimientos para la construcción del megaestadio. Según colaboradores más cercanos, realiza numerosos viajes al sur del país, de los cuales regresa a veces acompañado de indígenas o campesinos, a los que lleva a inspeccionar la obra.

En 1961, un obrero descubre en la obra los restos de diez cuerpos sin identificación. Los peritajes correspondientes indican que son mapuches, todos de sexo femenino. Los cuerpos no presentan huellas de violencia y están cuidadosamente dispuestos en un círculo, en una cámara excavada a 150 metros bajo el arco norte del antiguo estadio. Las investigaciones son trabadas por la burocracia estatal, y tras un tiempo, el caso insólitamente es sobreseído. Toda alusión a lo sucedido es borrada o deformada de diarios y archivos de radio, lo que es denunciado por sociólogos de la universidad de Concepción como el “Primer intento exitoso de alteración de la realidad”.

Imagen: Lammerding (al fondo, fumando) como parte del equipo de Speer en su visita a Mauthausen, 1944.

E-MAIL

De: ottooctavious7997
Para: fbuchman
Hora: 23:40
Asunto: Boeings
¿Te acuerdas del 11 de Septiembre, cuando los Boeings nos declararon la guerra? Claro, era más fácil culpar de todo al terrorismo fundamentalista islámico que confesar lo que en realidad estaba sucediendo. Pero tu y yo siempre supimos la verdad. Que los Boeings se aburrieron de los hombres y empezaron a suicidarse sobre nuestras cabezas. Fueron dos 757 los que iniciaron la peregrinación, dejándose caer sobre las torres gemelas del World Trade Center. ¿Recuerdas las torres gemelas, recuerdas como odiaba esa arquitectura cúbica, funcional y poco arriesgada de ese par de atrocidades de 110 pisos, recuerdas como celebré cuando se vinieron abajo? Supongo que de algún modo lamenté la cantidad de gente que murió, pero así es el costo de las cosas, no voy a saberlo yo. La historia desde que es historia se ha escrito sobre sangre y cadáveres. Me acuerdo que la mañana del 11 de Septiembre, mientras veía caer las torres me asomé a la ventana y miré hacia el cielo. Ví a docenas, a cientos de Boeings revoloteando como locos. Viejos 707, extraños 727 con sus colas en “T”, comunes 737, gigantescos 747, veloces 757, ruidosos 767 y pocos 777. Todos buscando algún espacio en el aire para dejarse caer sobre torres y edificios. Querían jodernos, sabes y tenían la razón. A lo largo de cuatro décadas nos pasamos abusando de ellos, llenándolos sin piedad de gente, culpándolos cuando caían a tierra, pintándolos con colores horrendos. Incluso nos dimos el lujo de cortar sus sueños supersónicos cuando cancelamos el proyecto 2707. Los Boeings querían ser los más rápidos, jamás nos perdonaron que les cortáramos las alas. Así que se aburrieron, cortaron el flujo de sus turbinas y se tiraron suicidas sobre nuestras ciudades. Pero pocos dieron en el blanco, las fuerzas aéreas derribaron a muchos a mitad de sus caída y los obligaron a rendirse. El disfraz de un ataque terrorista funcionó al principio, sirvió incluso de justificación política por un par de años, pero los que supimos la verdad nunca volvimos a dormir tranquilo. Ellos siguen allá arriba, cruzando nuestras noches, sumando odios y deseos de venganza. Ya veras Pancho cuando llegue el día en que cierren sus alerones y se dejen caer a tierra, sobre ciudades y pueblos. Leí que ya se supo lo del General Patria, siempre supe que ese maricón no iba a durar mucho. Era de los más culposos y confieso que me aproveché de su culpa. Todo salio tal cual pensé que iba a suceder hace nueve años. Pero como bien has de imaginar, aun quedan piezas inmóviles sobre el tablero. Cuídate mucho, descansa y espero que no sueños con Boeings.

silent all these years


Viernes
Tan lejano parece todo. El colegio, nuestros padres, el perfume de una flor, tus ojos de ámbar. Un dia me dijiste que sabias lo que querias, lo que la magia negra podía hacer… Me hiciste reir.
Ahora miro por la ventana y la ciudad me grita tu nombre. Ya no se qué hacer. Me voy a dormir.

Sábado
Hoy el sol pareció descolgarse sobre el mar. La brisa se detuvo un instante y creí escuchar tu voz. Constanza… Connie… Miré a los lados y el tumulto de cadáveres en las calles no me devolvieron la mirada.

Domingo
Será siempre de esta manera?. Te llamo y te llamo y no contestas. Lucía… Miro al espejo y no apareces, del otro lado está la misma ciudad muerta, hundiéndose en el mar. .

Ya no se qué dia es hoy…siento que puedo ver a través de mis dedos. Lucía, nunca llegaste, no volviste a buscarme como lo prometiste. Ninguno de los fantasmas de rostros azules, esos que se llevan los cadáveres, me ha respondido. ¿Dónde estas tu, la reina de corazones, la que aparece en las pantallas y nos llevas al abismo?… no importa ya, el tiempo detenido en el vuelo de una paloma, me lleva hacia el mar y lo entiendo, tenia que ir yo hacia ti que estás en el fondo.

Tomas mi mano y caminamos.
-no mires hacia arriba, el cielo se está cayendo.-
cierro los ojos y aprieto tu mano.
El mar está frío…pero ya no importa.
Volvemos a sonreir.

Sub Aether – 003

Sus figuras de Kriegsspiel, listas para la batalla, ocupaban varios puntos estratégicos de la ciudad. Las había conseguido en Berlín. Habían sido su botín de guerra, y apenas pudo las había enviado por correo. Para la Logia. Había mandado los manuales también, para que Rudolph los tradujera. Recordó la tarjeta con frases en Alemán que Rudy le había dado cuando se fue, frases en rojo para insultar, frases en azul para pedir clemencia. Todavía la tenía a mano, en el bolsillo interior del abrigo, solo porque si.
Las cajas de las figuras estaban pulcramente amontonadas cerca de la escalera. Laskov recogió la primera de la pila. Leyó. “Propiedad de la Ilustrísima Logia Viñamarina de Combate Simulado”. Su corazón dio un brinco al comprender, tardíamente, que alguien tenía que haber hecho todo esto, alguien que el conocía, probablemente, alguien que no se encontraba lejos, alguien que seguía vivo. Comenzó a subir la escalera, esperanzado, y al alzar la vista encontró la figura de Sánchez que lo miraba aterrado desde el segundo piso, inmóvil.
Llevaba una caja en la mano, una caja de Kriegsspiel. Cuando se dio cuenta de que Laskov lo había visto, salió de su parálisis, abrió la caja y comenzó a arrojarle figuras de plomo, enajenado. Laskov, bajo la lluvia de regimientos, recordó que llevaba la máscara puesta, y alzando los brazos en señal de paz gritó “¡Sánchez!”.
Sánchez se quedó quieto, expectante. Lentamente Laskov se sacó la mascara de gas, cuidando de no hacer movimientos bruscos. Se vieron las caras por un largo instante.
Sánchez estaba más flaco, con el pelo tan largo como para hacerse un moño, pero lo llevaba suelto. No tenía barba, no parecía un naufrago sino más bien un monje, un ermitaño. Tan bajo como siempre, ahora tenía una altura que no era física sino espiritual, pero si santidad o locura Laskov no pudo determinarlo. Tampoco pudo evitar sentir algo de miedo.
“¿Alejandro?” Sánchez, con un hilo de voz, dijo el nombre que Laskov no escuchaba hace años, sonriendo, y al hacerlo sus ojos se llenaron de esperanza. Solo entonces Laskov se dio cuenta de lo desahuciado que estaba su amigo, que esta podía ser la primera palabra que decía en meses. “¿Alejandro?” repitió, esta vez más fuerte, y comenzó a bajar la escalera con los brazos extendidos.
“Maestro…” Conteniendo las lágrimas, venciendo la reticencia que le decía que Sánchez ya no era el de antes, Alejandro Laskov subió los escalones y aceptó el apretón de manos que le ofrecían. Hubiera abrazado a Sánchez, pensaba que se iban a quedar conversando ahí mismo en la escalera largo rato, pero antes de que pudiera decir una sola palabra más su nuevo compañero de andanzas lo tomó del brazo y como un niño ansioso lo llevó del vuelta al salón principal.
Ante un atónito Laskov, Sánchez comenzó a explicar las reglas del Kriegsspiel, interpolando también la historia de como habían llegado sus envíos desde Europa, que Rudy había leído los manuales rápidamente y que toda la logia había empezado a jugar regularmente. “Es muy distinto a Little Wars” comentaba Sánchez, mientras explicaba que a falta de un árbitro iban a tener que jugar con dados, la forma más antigua. Laskov intentaba preguntar por Rudy, por Pepe, por los demás, pero sus preguntas eran ignoradas casualmente por Sánchez. No tuvo más remedio que seguirle la corriente.
Luego de 20 minutos de explicación, y tras encender varias antorchas de confección improvisada para poder prescindir de la linterna, Sánchez y Laskov comenzaron a jugar. El juego era largo, más complicado de lo que esperaba. Además, Sánchez insistía en que uno de ellos debía empezar en las playas, como si se tratara de un desembarco. “Una invasión marina” decía él. Laskov pensaba en el Tsunami, una metáfora para el Tsunami tal vez. Jugaron por tres o cuatro horas, alternando papeles. Cuando Sánchez finalmente se aburrió de jugar era difícil decir que hora era. Laskov se acercó a una ventana y solo vio negro. Era noche de nuevo.
Subieron al tercer piso, donde en la antigua oficina de uno de sus jefes Sánchez había instalado su dormitorio. Era un despacho amplio, ocupado por un sillón violentado hasta convertirse en cama, un montón de mascarillas de hospital, muchas latas de comida en conserva, algunas botellas con agua, y un hogar construido en base a archivadores metálicos, cuidadosamente diseñado para poder arder sin quemar el piso. El fuego se alimentaba con los viejos archivos de la Municipalidad, los mismos que Sánchez se había encargado de recibir, clasificar, guardar y buscar cada vez que eran requeridos. Así era como lo habían conocido, cuando la Logia había ido a pedir a la municipalidad un lugar para reunirse a jugar, y de casualidad Sánchez y Laskov se habían puesto a conversar sobre los juegos de estrategia militar y las revistas de ficción americanas. Sánchez había sido su doble agente, había acelerado que les permitieran usar el sótano del Palacio Carrasco, después de las horas de oficina, había a pasado a formar parte de la Logia, el último miembro oficial. Y ahora Sánchez cuidaba el Palacio. ¿Esperando? Esperando la muerte tal vez. O a Laskov.
De todas maneras Sánchez, el eterno boy scout, hacía un buen Robinson. Por todo el Palacio había antorchas, hogares para el fuego, ramas de árboles pulcramente apiladas para lo que sea que pudieran requerirse, y todo tipo de soluciones hechas en base a cáñamo e inventiva.
Ahora Sánchez encendía el hogar de su habitación usando un método que a Laskov le pareció fascinante al punto de rayar en lo sobrenatural, y por ende no trató de entender. No fue rápido, pero prescindía de fósforos o cualquier otro método tecnológico. Luego los dos amigos se quedaron en silencio, mirando la luz cambiante, y a veces el reflejo de la luz en la cara del otro.
Laskov había visto a más de un hombre volverse loco. Estaba seguro de haber presenciado varias veces el instante mismo en que la voluntad cedía y la mente se entregaba a la locura, para olvidar, la mayoría de las veces. En la guerra, sus camaradas moribundos insultando a Dios en ruso. En el barco de vuelta, Spielberg, una mañana mientras se afeitaba se preguntó en voz alta como podía saber si realmente era de mañana en la penumbra eterna, y luego sus ojos habían perdido algo casi imperceptible, solo que era imposible no notar su ausencia. Loco, de un momento a otro. Habían terminado por arrojarlo al mar, antes de que matara a otra persona.
Sin embargo, mirando a Sánchez mirar el fuego, por primera vez Laskov vio a un hombre volverse cuerdo. Un algo imperceptible, que se hizo notar violentamente, se instaló en la mirada de Sánchez, fija en el corazón de la fogata.
“¿Como llegaste acá?” Preguntó, sin mover el rostro ni los ojos, y en esa pregunta Laskov leyó muchas otras como ¿Desde cuando estás aquí conmigo? y ¿Eres real?, o también, disculpa por no haberlo preguntado antes, e incluso un lastimero y consternado creo que no estoy bien de la cabeza. Era la manera de Sánchez de pedir perdón por no haber iniciado esta conversación horas atrás, y de iniciarla ahora, junto al fuego.
Laskov le contó una versión resumida de su historia, más que nada la última parte. Los últimos días en Europa, el barco hacia Estados Unidos, la larga caminata desde allá. Pero faltaba mucho que contar, mucho, incluso desde antes de la Penumbra. Pero ahora solo preguntó de vuelta a Sánchez, “y tu, ¿como llegaste acá?”.

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Memo


Sr. Director de investigación
Facultad de Ciencias de la Tierra
Departamento de Estudios Antárticos.
Punta Arenas, 25 de diciembre de 2006.

Envío esta carta para dar una explicación al uso injustificado de recursos que he permitido como subdirector del departamento, y para relatar los acontecimientos que nos han impulsado a organizar esta segunda expedición, de la que en unos pocos días tendrá conocimiento.
Lo que nos aconteció aquel día despejado de enero, y que motiva ahora el entusiasmo en los preparativos del regreso, fue más allá del funesto retroceso de los hielos y las grietas. Como sabe recorríamos la costa del mar de Bellingshausen, en una zona llamada coloquialmente “el iglú del diablo” por los militares que comenzaron a colonizar la región en el siglo XX. Arribamos a nuestro objetivo sin contratiempos, pero apenas terminábamos de hacer la última perforación para obtener las, sentimos un fuerte “crack”, y el vehículo oruga que nos transportaba desapareció junto al conductor y uno de los dos militares que nos acompañaban. Luego, un tercer compañero, ingeniero en minas, desapareció junto con el barreno, y pronto yo me vi tragado y cayendo varios metros en un abismo blanco.
Cuando nos detuvimos, solo se me ocurrió mirar hacia arriba, y el panorama no era auspicioso: la abertura estaba casi 20 metros sobre nuestras cabezas, y si habíamos sobrevivido era por la gran cantidad de nieve, reblandecida por el implacable sol, que cayó con nosotros y que amortiguó nuestra caída,.
Reconocimos perdidas. Dos camaradas habían muerto, el ingeniero en minas (que terminó con el barreno atravesándole el estomago) y uno de los militares. Solo sobrevivíamos yo, un suboficial de ejército y mi estudiante de geología, los tres con serias heridas. De hecho, uno de mis pies se hizo puré en la caída. Como pudimos dimos aviso a la patrulla de rescate, que no vendría a buscarnos en menos de 6 horas. Por lo tanto, 6 horas resistimos el frío y nuestras heridas, tendidos de espaldas en el fondo de la grieta, hasta que finalmente un helicóptero trajo el equipo de salvataje que nos rescató.
Arrastrándose sin un brazo uno y sin algo más otro, pudimos juntar nuestras cabezas tendidos en el suelo para observar aquel extraño lugar y compartir opiniones. Discutimos varios minutos y quedamos de acuerdo que las paredes de aquélla grieta no eran de hielo, más aún, eran de una roca de un color azulino que, quizá lapislázuli. La muralla no era una sola masa, sino que estaba constituida por varios bloques cuadrados de aquella piedra azul y de piedras de otros colores, a simple vista más propias de los Andes continentales, cuyas junturas apenas podía percibirse y que eran demasiado simétricas para ser naturales.
La curiosidad era mayúscula hasta ese punto, pero nuestras expresiones de asombro se exacerbaron cuando gracias al paso del día y al desplazamiento del sol, sus rayos incidieron de forma oblicua en los bordes de la muralla ciclópea y distinguimos una variedad de extrañas características: desde largas corridas de almenas en el borde lejano de la grieta hasta pequeñas ventanillas plateadas que relucieron con el inconfundible brillo de la plata, que como geólogo reconocí bien. Nunca imaginé que, con la tecnología desarrollada en esos días, no diésemos con una muralla de estas dimensiones bajo el hielo eterno. Pasamos horas discutiendo el origen de aquella visión, hasta que finalmente nos sacaron casi a la fuerza de la grieta.
Puede usted crea que aquella ilusión fue producto de las hormonas que fluían torrentosamente por mi, pero pese a que quedé lisiado y un implante reemplaza los dedos de mis pies, mi regreso a la zona es irrevocable.

Esperando su comprensión, se despide.

Patricio Humboldt Cariman
Geólogo.
Ex subdirector de depto. de Estudios Antárticos


(ucronía de Pedro Díaz Cartes «Artefacto»)