Insomnio

03:30 am

Los ojos están abiertos. La respiración agitada. Los oídos agudos. Millones de ideas cruzan mi cabeza. Millones de personajes oscuros y sin nombre. También pienso en tí. Busco en todas partes el interruptor para ponerlo en «off», pero no lo encuentro.

04:15 am

Me levanto y busco un poco de agua. Todo está en silencio. Me siento un rato en el sofá. Espero (no se que) y regreso.

04:30 am

Tomo el reloj. El tiempo pasa lento. Recuerdo lo que quería decir y hacer y no hice ni dije. Sentí verguenza otra vez y sonreí al mismo tiempo. Luego volví a mirar el reloj. La hora no avanza.

05:25 am

La cabeza me pesa, igual que los párpados. Las sábanas me asfixian. Pienso en ayer, pienso en mañana. Afortunadamente es Domingo. Pienso en porque cresta no puedo dormir.

05:30

Escucho las olas rugir. Las sirenas suenan. Las alarmas de los autos. La tierra tiembla como nunca. Cierro los ojos. Espero…

Foto de mi ojo

Polaroid Doomsday

Una fotografía de seis aves y un globo es hallada junto al cadáver de un hombre indigente. Su cuerpo fue descubierto en Providencia, a veinte metros de profundidad en la excavación del Costanera Center. Su carne no se ha deteriorado.
Lo curioso es lo escrito al dorso de la imagen. Está fechada el 16 de octubre de 2008. Abajo lee: Santiago. El último ciudadano de nuestra ciudad yace muerto en el canasto de un globo. Sus restos sobrevuelan la desolación, muerte y pestilencia de la capital.
Alguien menciona algo de 12 monos o La jetee, no entiendo. Se ríen… algo de una foto del futuro.
No sé… quisiera reírme también.

El traslado

Esta mañana la comuna de Puente Alto se vio conmocionada con la aparición de un círculo boscoso perfecto de exactamente un kilómetro de diámetro, en donde antes habían casas, plazas, calles y colegios.
El lugar ha sido acordonado, y personal de Carabineros así como del Sag y Conaf están investigando el extraño círculo.
Desde el aire se ve como un punto verde en medio de la ciudad. Las casas que colindan con el extraño bosque fueron cortadas a la perfección, tanto muros como muebles y electrodomésticos. No se ha reportado ningún fallecimiento.
Nuestra mayor preocupación es… ¿dónde están las casas y pobladores que solían estar donde ahora hay un tupido bosque?

Horizontes amenazadores: el legado de un héroe

A todos nos son ya familiares las antologías de Teobaldo Mercado Horizontes amenazadores y Horizontes aún más amenazadores. En los 1960s, estas antologías publicaron algunas de las obras más controversiales de los nombres más prominentes del campo de la ficción especulativa chilena, cambiando de forma permanente los contornos del género. Una vez levantadas las restricciones, cada autor fue libre de explorar temas prohibidos, y usar las técnicas narrativas experimentales de Juan Emar o Raquel Jodorowsky. El esperado último volumen de la colección, Horizontes amenazadores terminales, se ha retrasado por casi tres décadas y muchos perdimos la esperanza de verlo publicado, sobretodo tras el sensible fallecimiento de su editor, Teobaldo Mercado.

Pero después de todo este tiempo y tras resolver ciertos conflictos legales, Correa Ediciones finalmente ha lanzado de manera póstuma el último volumen. Horizontes amenazadores terminales es, de cualquier forma, una pieza de arqueología ya que la mayoría de las historias fueron escritas décadas atrás. No podemos evitar sentir tristeza por el hecho que la mayoría de los escritores incluidos en este volumen hayan pasado a mejor vida, pero al mismo tiempo estamos dichosos de por fin leer sus historias, las que pese al retraso, superan con creces cualquier cosa que se haya escrito recientemente.

Horizontes amenazadores terminales comienza con una introducción de carácter bastante personal a cargo del nonagenario Raúl Contreras, eterno amigo y rival de Mercado quien, entre otras revelaciones, nos confiesa haber aconsejado a su amigo para que la colección se llamara Horizontes amenazadores” y no “amenazantes” como era la intención original de Mercado (esto para evitar la vieja y procaz rima: “venga el burro y te lo plante”). Además, Contreras nos confiesa que su novela Asesinato en la FILSA se basó en un caso real de homicidio que Mercado ayudó a resolver (Mercado es referido en la novela como Theo Market).

Contreras nos deja perplejos, sin embargo, al declarar que Mercado era realmente un soldado con implantes cibernéticos al servicio de una Federación destinada a proteger el Multiverso de unos amenazadores alienígenas similares a sapos con patas de tres articulaciones denominados Krondirons. Sospechamos que el siempre jocoso Contreras, está simplemente tomándonos el pelo.

En su prólogo, Contreras declara haberse automarginado de la colección al creer que cualquier historia que él escribiera “daría una nota falsa. Sería demasiado solemne, demasiado respetable y, por decirlo claramente, demasiado conservadora.” Por lo que en vez de ello aceptaba escribir una introducción, igualmente solemne, respetable y conservadora. ¿Y que hay respecto a los cuentos? Cómo no poseemos espacio suficiente para referirnos a la obra de cada uno de los treinta y dos autores que abarcan desde Sebastián Gúmera a Soledad Veliz, Emilio Sinclair, Toncy Dunlop, Marcelo Jackman, Pedro Ancud y tantos otros, he aquí los más relevantes a mi juicio:

Daslav Merovic abre los fuegos con En el búnker, una historia escrita al estilo del Finnegans Wake que sería completamente hilarante de no mediar una relación incestuosa.

Omar Vega, representante de la cf pura y dura, explora en Tortilleras, los problemas éticos y sociales derivados de la clonación y las parejas de un mismo sexo. El crudo relato ha sido calificado como homofóbico por la misma clase de lectores estrechos de mente que acusaron de fascista a Henlein tras la publicación de Tropas del espacio.

Con Ex inferis, Néstor Niemand se atreve a continuar y dar término a la saga de viajes temporales realizados por el Chacal de Nahueltoro iniciada en el primer Horizontes amenazantes por Miguel Arenas con Palo en la cabeza y continuada en el mismo volumen por el propio Mercado con su cuento El forajido en la ciudad al fin de los tiempos.

Armando Rosselot, Premio Nacional de Literatura mejor conocido por su extensa y galardonada obra poética, presenta una magnífica y conmovedora historia de amor denominada El poeta, la enferma y la madeja de lana que en sus momentos más inspirados nos recuerda a Carlos Fuentes o lo mejor de Laura Esquivel.

¡No me dejen fuera! de Daniel Oportus es una irónica y divertida relectura a la temática de de clásicos como Todos sobre Zanzíbar y ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! En el cuento de Oportus, 33. 200.000 chilenos se agolpan en Santiago tras perder todo el norte (en la guerra contra Perú y Bolivia) y todo el Sur (convertido en reserva ecológica de la humanidad gracias al multimillonario defensor de la ‘Ecología Profunda’ George Kettenman).

Las dos contribuciones de mayor peso, sin embargo, están a cargo de los escritores más jóvenes. En su novela breve Alas de Guerra, Gabriel Medrano continua y expande el universo propuesto por Sergio Alejandro Amira en su relato Caro data archangeli. Llevando las ideas en estado embrionario del cuento de Amira a sus últimas consecuencias y sin concesión alguna hacia la religión y la fe, que es presentada por Medrano como un desorden psicológico.

La novela corta Oruga de Mariposa Lunar de José Ángel Martínez, por otra parte, nos propone un desolador Chile futuro dominado por los “ABCs” quienes escapando de la ciudad y los pobres, terminan instalándose cada vez más y más cerca de la cordillera hasta finalmente construir en sus cumbres, la opulenta Ciudad de los Césares. “No levantaron ningún muro”, cuenta el protagonista que sobrevive entre la basura del valle de Santiago juntando cachureos para el gran trueque de fin de temporada. “Simplemente, minaron de explosivos bacteriológicos toda la pre-cordillera para que los guachos no pudiésemos subir”

Por supuesto que estas dos últimas historias, así mismo como el volumen entero, son altamente recomendables tanto para fans como para neófitos.

Podemos concluir que la prolongada espera valió la pena y, asegurar que Horizontes amenazadores terminales sirve como broche de oro para culminar la carrera de Teobaldo Mercado, uno de los más grandes y generosos escritores chilenos que ha existido, recocido ampliamente por sus pares quienes no dudan en calificarlo como un verdadero héroe literario.

¿Quién sabe? Después de todo puede que lo dicho por Contreras no se trate de las divagaciones de un anciano senil y que en estos momentos Teobaldo esté combatiendo a los Krondirons en algún universo lejano, pero a la vez entrañablemente cerca.

© 2006, Remigio Aras.

CONSECUENCIA (Más que sólo una mariposa y menos)

Al cohesionarse en el momento exacto, E-34521 tomó posición. Las instrucciones eran claras : Conectar manualmente el camuflaje al llegar, preparar el Det-9 , espera señales, ejecutar e irse.
Abajo el blanco se acercaba. Sonó la primera señal dentro de su oído y tomó el Det-9, luego la segunda señal pareció golpearle el tímpano. La multitud rugía y el hombre de voz cómica tomó lugar frente al micrófono. E-24521 apretó el gatillo y el hombre cayó de bruces.
Hecho. Debía irse. Esperó, nada. Quiso enviar una señal con su Garg de pulsera pero no pudo. No había brazos, ni pulsera, ni pies, ni tampoco señal en sus oídos, ya que no tenía. No supo que hacia ahí ni quien era y trató de huir.
Tras él aparecieron dos hombres de uniforme que dispararon sus viejas armas en su contra.
Al terminar, estos observaron la masa orgánica que yacía delante de ellos: dos metros, color carne y muy fétido.
Uno de ellos llamó a su oficial urgentemente. Lo que encontraron con seguridad no era lo que había disparado hace unos instantes contra el Comandante en Jefe, dandole muerte. Prosiguieron su búsqueda desesperadamente por las céntricas calles atestadas de caos y gente.

Sub Aether – 004

Cuando el cielo se volvió negro y la Penumbra lo inundó todo, Sánchez se hallaba de excursión en el Cerro la Campana. Buscaba un sitio propicio para llevar a su grupo Scout para fiestas patrias. Era lunes por la madrugada, pero él no lo sabía. Se había confundido al llevar la cuenta de los días y creia que era domingo. Probablemente lo hubieran reprendido seriamente al volver a trabajar, pero cuando regresó al trabajo se encontró con que era el único sobreviviente.
Primero lo despertó el temblor. No supo nunca lo fuerte que fue, no tenía como determinarlo en medio del cerro. Pensó que si no había ocurrido ningún derrumbe(no escuchó ninguno), no podía ser tan fuerte como él lo sintió. Trató de volver a dormir pero le fue imposible conciliar el sueño con todos los animales vueltos locos. Perros aullando en la lejanía, y el ajetreado revolotear de los pájaros.
Salió de su carpa y encendió el fuego. Tratando de ignorar a los pájaros, con una extraña opresión en el pecho, se sentó en una roca junto al crepitar de la leña, y se puso a esperar la mañana.
El amanecer fue glorioso, como pocas veces había visto. Colorido, tranquilo. Majestuoso. El inminente sol apareció en medio de haces de luz verdeazules y anaranjados(un efecto secundario del polvo que ya entonces comenzaba a cubrir la atmósfera), y Sánchez, sólo por no tener nada mejor que hacer, le prestó toda su atención. Después agradecería haberse permitido observar con atención, haber disfrutado al máximo la última vez que vería salir el sol.
El momento concluyó repentinamente, cuando la calma fue rota por un sorpresivo viento que ya no paró de soplar. El zumbido constante en los oidos de Sánchez se convertió en una nueva versión del silencio. Ni los perros, ni los pájaros, ni su propio andar podrían romperlo. Solo sería interrumpido horas después, cuando al descender la ladera del cerro creyera escuchar, por un momento, el sonido del mar. Una distante Ola reventando contra la orilla, lejos.
Pero antes de eso, justo después del viento, fue el cielo. Al principio pensó que se trataba de un incendio. Quizá algo había explotado, no pudo pensar en qué, pero algo grande. ¿Por culpa del temblor? Quizá algo tan grande que había causado el temblor. ¿Un volcán? No recordaba ningún volcán activo en la zona. Tampoco podía ver la fuente del humo, solo una nube negra que avanzaba desde el Oeste. Tal vez estaba cerca, tal vez estaba muy, muy lejos.
Por un rato no le dió más importancia, no había nada que pudiera hacer al respecto. Tenía que tapar su letrina, recoger su carpa, asegurarse de que la fogata quedara totalmente apagada y un par de cosas más. No alcanzó a terminar lo primero y se dió cuenta que la nube estaba cubriendo todo el cielo, y que más que una nube parecía una cortina. El viento aún no se detenía. Sucedía algo importante, probablemente terrible. Debía regresar a Viña lo antes posible. Sin carpa, sin mochila, solo lo necesario para el viaje de vuelta.
Cuando llegó al pie de la Campana ya todo el cielo, al menos hasta donde podía ver, se había oscurecido, y caia un fino polvo que de a poco iba dificultando la respiración.
Le llevó la mejor parte del día regresar hasta Olmué. Cuando llegó ya era de noche y no se veía absolutamente nada salvo las antorchas encendidas en la plaza del pueblo. Sánchez apareció desde las sombras con las manos alzadas en señal de paz para no perturbar a los aterrados pobladores. Nadie sabía que estaba ocurriendo. Al centro del círculo de gente, un hombre bien vestido y un viejo con pinta de Huaso discutían discretamente, pese a que todas las miradas recaian en ellos. Claramente no tenían más idea que el resto de la gente sobre que hacer, que curso de acción seguir. Cuando vieron a Sánchez el bien vestido lo llamó al centro del círculo y le hizo un par de preguntas.
Eran preguntas triviales, sobre Sánchez y su procedencia, pero las hacía como si su respuesta fuera la clave del misterio. El Huaso puso fin al interrogatorio. “Don Carlos, no sabe nada el joven, déjelo no más”. Don Carlos entonces se cubrió el rostro con las manos. “¿Y qué vamos a hacer?” Esperar, fue la respuesta. Era lo único que se podía hacer. Quizá mañana amaneciera despejado, o se tuvieran noticias. Tarde o temprano algo tenía que suceder. Ahora les costaba hablar, el polvo se hacía más molesto, la gente empezaba a toser.
Sánchez aceptó la oferta de Don Carlos, de dormir en su casa y partir en auto a Viña a la mañana siguente. Se subió en el ostentoso vehículo y viajó en el asiento trasero junto a Don Carlos, que elucubraba teorías sobre los que estaba ocurriendo y las comentaba con el chofer. Él las comentaba de vuelta y cada cierto tiempo Sánchez asentía, para ser cortés. La verdad es que iba absorto mirando por la ventana. No se veía nada, salvo el area iluminada por los faros delanteros del automóvil. Eran una burbuja en la nada, o el infinito, o ambas dos.
Llegaron a una gran casa de campo y Sánchez fue conducido hasta el salón donde la esposa y la hija de Don Carlos bordaban a la luz de las velas. Ambas de blanco, Sánchez creyó por un momento que eran fantasmas. Fue presentado y abandonado a su suerte con las damas, mientras su anfitrión iba a preparar todo para el viaje.
El resto de la noche era borroso. En algún momento la Señora se levantó y le indicó a Clara que antes de acostarse le mostrara a Sánchez su habitación. Pero no se movieron del salón. Hasta la madrugada Sánchez y Clara conversaron sobre algún tema que luego olvidó, todo el tiempo tratando de adivinar como sería en verdad ese rostro que a la luz de las velas parecía lo más hermoso que había visto en su vida, embriagado de una extraña felicidad. En algún momento se quedó dormido y despertó al dia siguiente en la Penumbra, abrigado por un chal recién bordado, cuando el chofer lo fue a buscar para que partieran.
Viajaron en silencio. El polvo seguía cayendo pero dentro del automóvil estaban a salvo. A medida que se acercaban a su destino, poco a poco, comenzaron a aparecer charcos. Pozas de agua, pequeñas lagunas, estanques, como si hubiera llovido una tormenta. Luego fueron los árboles tirados, y después los postes de luz, hasta que finalmente no pudieron continuar. Bajaron del auto, los tres mudos de asombro, y contemplaron incrédulos el pantano que cubría lo que alguna vez fuera Viña del Mar.

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Insert Coin

Estoy en una galería de juegos electrónicos de la calle San Diego. Es de noche. Tarde. Los demás locales han cerrado. Mi mano derecha se aferra al control, el índice izquierdo se apoya en el botón de plástico amarillo. Juego a través de mi reflejo en la pantalla.
Meto otra ficha.
No puedo detenerme.
Lágrimas se deslizan por mis mejillas. Deseo la muerte, pero la máquina no me suelta. Mientras tanto, en las sombras más desoladas de mi mente, diminutos invasores holográficos destruyen mi voluntad.

-Percepciones de Bobby Fischer durante una visita secreta a Chile en octubre de 1986.

JOVEN CHILENO ACEPTADO EN LA ACADEMIA XAVIER ES HALLADO MUERTO

El Llanquihue de Puerto Montt.

El cuerpo sin vida del joven mutante nacional, Pedro Prado (Alsino) fue encontrado la tarde del lunes por buzos marisqueros en las orillas del río Cruces, comuna de San José de la Mariquina en la Décima Región. El joven se encontraba desaparecido desde el miércoles 31 de enero, pero la denuncia recién fue hecha el domingo 4 de enero por la madre de la víctima. La causa de la muerte es investigada por la fiscalía local y el Grupo de Operaciones Policiales Especiales (GOPE) de Carabineros de Puerto Montt, quienes no descartan que el joven se quitara la vida. Sin embargo, la madre del joven rechaza de plano la tesis del suicidio. “No tenía porqué hacerlo (suicidarse). Pronto iba a viajar A Estados Unidos, a la Academia de Charles Xavier, además iba a editar su libro. No, a él lo mataron. ¡El pobrecito tenía mordiscos y arañazos en todo el cuerpo y le habían arrancado una de sus preciosas alas! Los carabineros dicen que fueron los quiltros pero no es verdad”, sostuvo la acongojada madre aludiendo a las múltiples heridas presentadas en el cadáver. A raíz de esto efectivos policiales investigan la posible vinculación en la muerte de Alsino de otro joven mutante de notorio prontuario policial conocido en el hampa como “el Boby”.

Informe especial: crónica

Juan Miranda Altamirano, 37 años, ingeniero comercial, broker de la Bolsa de Santiago: No hay historia acá sino sólo una afirmación. Yo fumaba muertos. Eso. Yo fumaba muertos. Hay un mercado para eso. Un mercado pequeño, pero activo. Yo fumaba muertos. Iba a los cementerios y negociaba con mis contactos y me los fumaba. Tengo, tenía, un dealer. O dos. O tres. O cuatro. No era un círculo muy grande pero es un círculo igual. Tenía plata. Y tiempo. Era un buen hobbie. De la puta madre. Otra gente empala gatos. O bebe vino barato. O escucha ópera. Yo fumaba muertos. La ceniza o los huesos pulverizados del cráneo. O pedazos de su ropa. O los pelos. Muertos famosos. Antes fumaba muertos anónimos, pero los famosos son más entretenidos. La vida moderna, se entiende. No tengo que pedir disculpas por ello. Sólo quedarme calladito, piola y disfrutarlo. No hay nada satánico. Yo no pertenezco a ninguna secta. No es necrofilia, literalmente hablando. No hay nada sexual en ello. Yo no profanaba tumbas y ni hacía cochinadas. Simplemente hago mis contactos y ellos me pasaban el material y yo me lo fumaba. Era un hobbie. No le hago daño a nadie. Alguien me preguntará: ¿qué gracia tiene fumarse a los muertos? Y yo le diré: harta. A veces ves cosas. Te vuela. Ves sombras por el rabillo del ojo. Eso. Ves siluetas que son como destellos pálidos, pedazos de una luz que no alcanzas a reconocer y que te parecen un dejavú. Fumar muertos te lo provoca. Una y otra vez. Como algo que debes saber, que no puedes abandonar. Las puertas de una clase de percepción a la que te ves empujado. Escuchas sus historias en medio del latido de tu corazón, que es como una taquicardia. Sueñas cosas despierto. No es nada fuerte en todo caso. Mucho menos que el ácido. Más como la marihuana o el hachís. Pero no te vuelve adicto. No te mata neuronas. Puedes dejarlo. Fumar muertos es un vicio de caballeros, una enfermedad romántica. Una vez uno de mis dealers se equivocó y me pasó hueso machacado de una calavera tiempos de la colonia, un polvo blanco que mezclé con tabaco cubano y que me fumé en una tarde calurosa en el centro de Santiago. Vi algunas cosas. Unas pocas: los carruajes, los disparos de unos soldados, el adobe trizado de las casas, el barro y las charcas sobre el piso. Interesante. El pasado tiene olor a mierda. No sé, por cierto, a quién me fumé esa vez.. No tengo idea de su nombre. Lo había borrado de sí. Coloqué un disco de Cream mientras lo hacía. El hombre escribía cartas con una letra pésima. Carecía de ortografía. Miré esas cartas. Era un conspirador. Un criollo conspirador que quería hacer caer a la corona. Leía en frances a Diderot el muy hijo de perra. Y a Voltaire. Pintaba, parece. Hay cosas que los muertos cargan y otras que dejan atrás. Este había abandonado todo lo relacionado con la pintura, lo había eliminado del aura que había dejado. Pero aún así, yo podía recordar o más bien ver que tenía una buena biblioteca. Supe, por las imágenes, que todo su plan se fue al carajo. Los miembros del Virreinato se enteraron y le pegaron una patada en el culo y lo desterraron. Vi imágenes de ese destierro. El sur mojado de una cabaña calefaccionada con una leña aromática. Un cántico mapuche que sonaba tras la paredes. Una mujer mapuche llorando. Otra mujer muerta. Las señales de un crimen que el criollo no alcanzó a contemplar. En todo caso, yo no quería fumarme a un criollo. Los huesos viejos, por alguna razón son los más poderosos y tienden a quedarse más tiempo en el cuerpo. Droga dura. Cuesta expulsar aquellas imágenes. Así que mi dealer se equivocó con el encargo. Alguien lo estafó. El hueso machacado que me dio era de la Colonia. Las imágenes me tomaron por sorpresa. Duró una hora pero luego tuve que dejar de fumar por algún tiempo. Todo se mezcló. Secuelas. Unas pocas. Sensación de desapego de la realidad. El insufrible olor a bosta del pasado. Esa clase de cosas que van y vienen como si el problema fuera fijar la mirada, enfocar y otra vez los objetos y la sombra de los objetos en medio del humo de la memoria: los pequeños escombros que detallan espacios que van a desaparecer, que se van a borrar. Cuadros dentro de cuadros dentro de cuadros. Yo fumo muertos por eso: meto el polvo de sus huesos en medio del tabaco y espero las revelaciones, las historias, los fragmentos de vidas ajenas que me alcanzan en medio de la noche y me destemplan la mandíbula con su luz. Me gusta. Conservo la memoria de lo evanescente, conservo el recuerdo de lo que se ha borrado en la marea del tiempo. Creo en fantasmas. Los aspiro y me lleno los pulmones con ellos. Los fantasmas entran en mi sangre y hablo en lenguas muertas y bajo a las regiones infernales donde habitan que no son más que los retazos de ciudades donde ya no vive nadie y el abandono campea a lo largo y ancho de esas patrias y esos pueblos.

(Informe Especial, 2-5-99, Reportaje de Mirna Schindler. Producción: Luz Aparo. Cámara: León Murillo)

Low-fi Tron

En octubre de 1985, el Ministerio de Telecomunicaciones decomisionó el último Commodore 64 de sus oficinas. La noche anterior, un programador black hat, cuya identidad aún se desconoce, pasó un par de horas ingresando códigos en el computador. Dejó un glitch en la base de datos del Estado, una suerte de avatar cibernético… un ghost in the machine. Ha causado varios cortes de luz en la Región Metropolitana (dic. 88, oct. 93, enero 2000).
El glitch ya no aguarda el retorno de su programador. Ahora tiene acceso a la red. A veces entra a sitios Web 2.0, deja comentarios insólitos, mensajes cifrados para su padre. El black hat aún no responde.