Corcho Loco Mata una Vaca

por Daniel E. Guajardo Sánchez

Se alistaba para escribir. El computador encendido, una caña con tinto de caja, la tabla con tres tipos de queso y un puñado de tabaco para cuando terminara.
¿Y sobre qué escribiré esta vez?, se preguntó. Le picaba el rostro allí donde crecía la barba, quería rascarse pero si lo hacía se podía caer un avión en el Caribe y no podía permitir más muertes por un simple prurito.
¡Tengo que escribir!…
Saltó de la silla y trepó como mono las lianas que pendían de un árbol en medio de su habitación. Entonces recordó que no hay ningún árbol allí y se rindió de espaldas sobre su cama. Pero aún se sentía como mono y ahora le picaba todo el cuerpo.
Cerró los ojos, debía relajarse, las alucinaciones se irían cuando llegara la calma. Caminó por praderas, entre la nieve de la cordillera, bajo las olas y sobre las nubes. Atravesó muros de roca y despertó en medio de su otro cuarto, con interminables estantes de libros en vez de paredes.
Aún sentía algo de simio, pero la comezón había cesado.
Trepó al estante sur y sacó el libro de cuentos ajenos. Había buen material allí, buenas lágrimas para derramar de pena y de rabia.
No tengo tema. Tengo mil imágenes para explotar y ninguna huele a cuento. Quizá algo simple resulte, antes de los mundos tenía un duende que escribía en los recreos y sus cuentos sabían bien, pero ahora no. ¡Tantas brutalidades! Tres carillas para describir el protón de huevo y cómo éste podía destruir a la humanidad… y un párrafo al final explicando que bastaba con una buena fritura para terminar con la amenaza.
¿Protón de huevo? La idea no venía de sus recuerdos, era algo nuevo en su cabeza y al fin tenía algo sobre qué trabajar.
Entró al libro y encontró a Matilda. Siempre la encontraba, estaba en todos los libros, era la señora de los índices, cómplice del lápiz y la pluma salvaje.
–Buen día Pablov –dijo ella y tenía una coqueta sonrisa que iluminaba las letras danzantes en su aura–. Te noto algo peludo hoy. ¿Has estado masticando tabaco otra vez?
–No Matilda, la culpa es del protón de huevo.
–¿Y qué hace este como se llame?
–Flota en la atmósfera amenazando la vida en la Tierra.
–¡Oh! Eso es grave. ¿Qué lo hace tan apocalíptico?
–Causa dolorosas mutaciones al escroto…
Matilda escupió una carcajada y el libro se cerró riendo hasta que fue colocado una vez más en el estante.
¿Mutaciones al escroto? Abrió los ojos y estaba de regreso en su habitación, sobre su cama, a un lado del computador y la caña de tinto. Pero aún no podía escribir, faltaba la historia.
Salió a la galería y su madre lo regañó por decir groserías. Se me salen sin querer, respondió y escapó a la calle. No recordaba haber dicho nada indigno, pero probablemente lo había hecho. No lo regañaban por lavar su plato después de comer.
La vecina del frente regaba el pasto y miraba de reojo al hijo de su vieja amiga. Señora, soy una bendición, dijo él con una sonrisa de mucho tabaco y la vecina dejó de regar para esconderse en su casa.
Esa mañana había dos soles en el cielo, y la estación espacial giraba a medio camino entre las nubes y la luna. Allá estaban los científicos, los mejores del planeta, intentando descubrir una cura para el escroto mutante. ¡En cosa de dos generaciones ya no habrán más generaciones si no hacen algo! Los dolores impiden la procreación y con suerte sobrevivirán algunos tipos de caracoles abisales que no requieren contacto sexual para engendrar.
Pero el protón de huevo no es un simple químico en la atmósfera. Tiene inteligencia y la mentalidad de un niño de cuatro años que sólo quiere jugar. Eso explicaría los extraños episodios de huevos quebrados en las avícolas del mundo. El chicoco es un tanto bruto.
Cavilaba sobre estas cuestiones y la densidad de la yema cuando una mano suave se posó en su hombro derecho. Ante la idea de ser otra alucinación decidió ignorar el gesto.
No te vas a librar de mí tan fácilmente, dijo una voz junto a su oído. Sonaba como Matilda. Olía como ella y la mano se sentía como suya. ¿Será Matilda? Se dio media vuelta y sí, era ella, pero en carne y hueso. Aún así habían algunas letras flotando en su aura, lo que hacía su sonrisa aún más cautivadora.
–¿No deberías estar viendo el Pipiripao? preguntó él y encendió un cigarro.
–Pablo, no había nacido cuando daban esa cosa en la tele. Y no hay ningún cigarro en tu mano. ¡Vuelve! ¡Manifiéstate! ¡Estoy llamando al Pablo que vive encerrado en esta cabeza rapada!
Matilda siempre se burlaba de su padecimiento, y él lo disfrutaba. Las personas solían ignorarlo o fingir que nada pasaba cuando él estaba cerca. ¿Y qué otra cosa podían hacer? Estaban lejos de entender lo que ocurría. Pero pronto lo entenderían, cuando el protón de huevo se apoderase de sus escrotos…
–¿Por qué dices esas barbaridades? –rió Matilda y se sentó en la cuneta a fumar un cigarro de verdad–. Siéntate a mi lado y cuéntame qué que cuece.
ex¿Acaso puede leer mi mente esta mujer? Era un pensamiento alarmante, quizá fuera una manifestación física del maléfico protón de huevo, que ya había evolucionado a una etapa más adulta. Había que admitir que se trataba de una muy buena manifestación física…
–¡Pablo! No puedo leer la mente, estás pensando en voz alta.
–¡Demonios! Entonces no necesito hablar, ya que con mi pensamiento basta.
–Como quieras. Ahora háblame de ese protón de huevo.
Y habló de él tres horas, de corrido.
–Ya poh, dime algo.
–¡Un bucle en es espacio-tiempo! Este protón de huevo es realmente travieso, voy a tener que contarlo todo de nuevo…
–Pablo, no me has contado nada. ¿Estás tomando las pastillas que te recetó el loquero? Nadie quiere que andes por allí llamando a la gente «pulpa de bola» otra vez. Y ahora con esto del protón de huevo y del escroto mutante, creo que es hora que tomes conciencia de tu problema y hagas algo al respecto.
–¿Cuándo te hablé de las horribles mutaciones que produce el protón de huevo en los escrotos del mundo? ¿Eres real o te estoy imaginando? Cresta…
–Hablabas de eso y de una base espacial cuando te encontré. No seas paranoico. Una razón más para ir a tomar las pastillas.
Está bien, pensó él, y recibió una tremenda cachetada a cambio.
–Eres muy cerdo, Pablo. Por muy loco que estés, no te aguanto que me digas eso.
Y así se fue Matilda, la de verdad.
Que la gente le dijera loco no era problema, estaba realmente loco. Pero que Matilda lo golpeara por eso era causa de infinito sufrimiento. Entró de vuelta a su casa y fue directo al cajón donde guardaba las pastillas. En el baño tragó dos y en el patio se sentó a esperar. Su madre lo miraba por una ventana con esa expresión orgullosa de madre que mira a su hijo. Y él ya comenzaba a sentir el sopor y las tinieblas cotidianas que venían encerradas en las tabletas.
Cerró los ojos y fue a su otra habitación, donde los libros comenzaban a desvanecerse. No habría Matilda por un buen rato.
Y al abrir los ojos otra vez estaba frente al computador. Había escrito cinco carillas de un cuento llamado El protón de huevo, en cuyo último párrafo decía FIN. La caña de tinto estaba por la mitad y el tabaco picaba en su boca.
Esta weá no es pa’ masticar, pensó y escupió todo al piso. No recordaba el final del cuento, ni siquiera recordaba haberlo escrito, pero si estaba archivado quizá lo leyera más tarde.
Ahora sólo tenía pensamientos para Matilda.

[FIN]

por Daniel E. Guajardo Sánchez

Reflejos

por Pablo Castro

Penétralo, y comprenderás mejor:
que la vida se nos muestra en un reflejo.
Pintado.

Anoche maté a mi hijo Mauro.

Bueno, no fui yo precisamente quién lo hizo. Sólo me limité a darle la orden al ejecutivo de V.I.P. para que terminaran de una vez con él. Por cierto que tampoco era mi hijo. Había vivido en nuestra casa durante varios años y supongo que eso era suficiente para sentirme atado a él. En realidad no lo tengo muy claro. Debí terminar con él desde el principio y si no lo hice fue porque lo había olvidado. ¿Significaba nada para mí? Y de ser así, ¿por qué me estremecía al verlo?

Lo tenían en una especie de sala de juegos, donde resaltaban colores infantiles y accesorios para construir o dibujar cosas. Mauro permanecía sentado en una esquina. Me acerqué muy despacio.

–Hola, hijo.

El niño levantó su cara y esbozó una sonrisa que semejaba cualquier cosa. Concentré mi mirada en él: cabeza pequeña y deforme. Frente alta y aplanada. Ojos rasgados hacia arriba. ¿Podía entender lo que era y dónde estaba en ese momento? ¿Podría yo mismo explicárselo? Bueno, digamos que estábamos ahí, los dos, como en los viejos tiempos, y tal vez era la única verdad plausible de entender. Me concentré en ese punto y obvié cualquier clase de sentimiento.

Mauro alzó sus brazos, tratando de alcanzarme con sus manos cortas y anchas. Quería que lo tocara o bien que extendiera mis propias extremidades hacia él. Sólo atiné a tragar saliva y a retroceder lentamente. El rostro de Mauro no varió, quedando congelado en su sonrisa estúpida e inalcanzable. No era mi hijo. Yo no era su padre. Pero me quería igual. Me querría siempre. Y eso era algo que se me hacía difícil de soportar.

Levanté mi mano derecha hacia la cabeza y toqué mi sien. El ambiente comenzó a disolverse y una tenue oscuridad cubrió todo alrededor. Cuando abrí los ojos me encontré en la consola de interacción pegada a mi cuerpo. Me quité los guantes y el casco, tratando de absorber de nuevo el paisaje real. A mi lado el ejecutivo de V.I.P. esperaba mi veredicto final. En su mano había una agenda holográfica esperando mi firma.

–Bórrenlo –ordené sin mirar a nadie.

* * *

Hubo una vez una familia.

Estaba el padre, su mujer y una hija llamada Ana María. Vivían en Santiago y durante muchos años fueron una familia muy unida y que se amaba mutuamente, hasta que de pronto las cosas comenzaron a desintegrarse y cada uno se convirtió en una extraño para el otro, a tal punto de ser nada más que reflejos de sí mismos, interactuando automáticamente: ese es el resumen burdo de nuestra historia.

Pero no era de la forma en que yo lo recordaba constantemente. Por las noches, cuando el sueño me abandonaba, la historia de mi familia llegaba en perspectivas de imágenes sin orden o sentido; sin estructura o razón. En pocos segundos podía revivir cada una de nuestras tragedias. Y en pocos minutos intentaba darle un sentido a cada momento vivido. ¿Qué era lo más significativo? Y sobre todo ¿quién era la persona de la cual todos dependíamos? ¿A quién más podía necesitar?

Todo sucedió en nuestra época de vacas gordas. Toda familia la tiene alguna vez. Por supuesto que sólo a mi esposa (previsora como siempre, como todas las madres) se le ocurrió la idea de reflejarnos, pensando que en algún momento “podía pasarnos algo, porque nunca se sabe”. En realidad, nadie a esas alturas pensaba en la muerte, sobre todo cuando hacíamos planes para viajes de hasta tres semanas por alguna playa de Mozambique o alguna visita a un resort orbital. Pero cuando a mi esposa la visitó un tumor, todos concordamos silenciosamente que era mejor estar preparados para un eventual deceso inesperado.

Así que ella fue la primera en reflejarse. Llegó un día a la casa con un par de catálogos sobre Vidas Interactivas Post-Mortem y nos preguntó cuál sistema sería el más apropiado. Ella lo tenía decidido, pero igual nos dimos el fastidio de revisar una que otra oferta. Había de todo: desde crear un programa virtual en base a datos diversos de la persona hasta la emulación digital completa de cada célula o neurona del cuerpo. Este último era el sistema más caro, pero garantizaba una interacción completa con la persona, y cuando digo completa me refiero a estar hablando y tocándose como si el fallecido estuviese vivo. Ese eligió mi esposa, para todos nosotros.

Pero como dije el asunto salía un disparate, a pesar de que era un monto totalmente justificado. Para entender lo que era una reflexión de ese tipo, hay que intentar imaginar un sistema capaz de copiar cada una de las moléculas de tu cuerpo en lenguaje digital y luego vaciar esa información en un universo recreado de la misma forma. No hablo de proyecciones virtuales ni máquinas de RV de esas malas películas del siglo pasado. Hablo de crear un ente totalmente nuevo, una copia exacta de la persona viviendo tal cual lo haría la misma persona si estuviera viva. Porque el paquete incluía no sólo la creación de los reflejos, sino también la del mundo en el cual vivirían, que no era más que una proyección de nuestra propia realidad. Es decir, si mi esposa pasaba quince horas de su vida moviéndose de la casa al trabajo, del trabajo a la ciudad y de vuelta a la casa, tal rutina era recreada por el sistema en hasta sus más mínimos detalles, cosa que el reflejo no tuviera la más mínima duda de que seguía sano y vivo. Y era así, porque sencillamente lo estaba.

Observando el desarrollo moral de la sociedad pasada cuesta entender a veces cómo fue posible que muchos estamentos permitieran la creación exacta de otras realidades, sin armar demasiado jaleo. Pero también es difícil imaginar que la gran mayoría de las personas no quisieran apoyar un sistema que les permitía recobrar a sus seres queridos luego de una muerte violenta o alguna enfermedad terminal. El mito de la resurrección funcionaba y si el mismo Jesús lo había ensayado alguna vez, bueno, los reflejos no le hacían mal a nadie. Después de un tiempo el mismo concepto de enterrar a alguien e ir a visitar sus restos se transformó para la sociedad en una práctica macabra y atrasada, sumado a la urgencia por recuperar terrenos que podían usarse de forma más beneficiosa.
Ese fue el comienzo de nuestro pasado al otro mundo (es una forma de decir). Había sobradas razones para que mi esposa se reflejara cuánto antes, más allá que su nuevo terminador se encargara de liquidar cualquier célula cancerígena. Pero Anita planteó una cuestión interesante: ¿la emulación de cada célula no incluiría el potencial genético del tumor? ¿No se enfermaría también el reflejo de la mamá?

Los de los de V.I.P. estaban preparados para tales contingencias.

–Es una buena pregunta. Fue algo que nos sucedió en la década pasada. Para evitarlo las nanocomps actuales que digitan las células se encargan de recombinar las proteínas del ADN, eliminando cualquier posibilidad de desarrollar alguna enfermedad de tipo genética. Esto produce ciertos cambios leves en la persona, pero no afectan demasiado la personalidad psicosomática.
Hubiese sido más práctico que la recombinación molecular fuese hecha mientras uno estaba vivo, pero aquello era aún imposible. Lo que sí entendí fue esto: de alguna forma los reflejos eran una copia purificada de nosotros mismos, lo que hacía el sistema más interesante aún.

En esa época y gracias a nuestra nueva situación económica mi mujer decidió ayudar al prójimo y adoptó a Mauro, como forma de agradecer a la vida por la desaparición momentánea de su tumor. Lo hizo sin avisarnos, como si traer un niño discapacitado a la casa fuese igual que comprar un perro. Me enfurecí, alegando de que ya estaba harto del derroche de plata, aunque en realidad mi enojo tenía más que ver con la confusión emocional que causaba tener a un niño que no entendía las cosas a través de su cauce normal. Mauro asimilaba cualquier cosa si detrás de ella había un cariño o una sonrisa y para mi hija y yo, aquello significa una erosión a nuestra propia y necesaria frialdad. En una familia donde el amor se había casi evaporado, la urgencia por expresar lo bueno que iba quedando en nosotros resultaba más bien una lenta y dolorosa asimilación de lo humano.

Sé que no lo podrían entender. Hasta el día de hoy me parece una imposibilidad de la razón. Pero lo cierto es que para esos años en que mi mujer se recuperaba de su enfermedad las cosas ya estaban lo suficientemente podridas, listas para su completa disolución. Todos esperaban. Menos mi esposa, supongo. Así que decidí ser yo quien diera el primer paso. Se lo comuniqué al resto, quien asintió de mala gana.

Había resuelto no reflejarme. Si fallecía no quedaría ningún rastro de mi existencia. Esa idea me fascinaba. Sentía una profunda necesidad de desaparecer y a los pocos meses abandoné la casa. Mi mujer se deprimió, Anita me odió profundamente y Mauro me echaba de menos. Bueno, eso fue lo que escuché.

* * *

Estaba sentada sobre la cama, inmóvil y silenciosa. Una suave cubrecamas tapaba su cuerpo hasta más arriba de la cintura, mientras a su alrededor un cúmulo de pequeñas máquinas y sistemas monitoreaban la metástasis producida por el tumor. Ya no buscaban detener la enfermedad. Sólo intentaban menguar sus efectos para evitar una muerte dolorosa, llena de padecimientos. Me acerqué lentamente.

–Hola, Graciela.

Sus ojos miraban la luz del sol atrapada en la ventana polarizada. Entonces me miró, e inmediatamente su rostro se afirmó a una sonrisa leve. Tragó con dificultad.

–Hola… –su voz sonó rara. Parecía que hablaba el tumor y no ella.
-¿Cómo te sientes?
–Bien… pero no me han dicho… –trató de incorporarse–… si me volvió el tumor o es uno nuevo.

Los parasoftwares le habían dado una serie de explicaciones, pero evitaron darle un diagnóstico claro y específico. Por supuesto que le había vuelto su antiguo tumor. En realidad siempre había estado ahí, esperando su oportunidad. Todo bajo mis claras instrucciones.

–¿No ha venido nadie a verme…? –preguntó casi ahogada.
–Han preguntado por ti, pero prefiero que no te vean.
–¿Pero Anita?… ¿Mauro?
–Bueno, ya tendrán tiempo. Ahora estoy yo aquí, así que voy a ser tu enfermero. ¿Qué te parece?

Lo normal era que hubiese protestado, pero su sonrisa fue más grande aún, como diciéndome que entendía perfectamente. Era lo que siempre había querido. Que estuviésemos juntos y que el resto se fuera al diablo. Me amaba. Quería que yo la amara. Estar los dos en esa habitación, solos, le deba forma a ese amor.

–¿Tienes hambre? –pregunté.

* * *

El ejecutivo de V.I.P. me esperaba en una oficina pequeña, muy apropiada para una sucursal de la empresa. Yo estaba viviendo en Santa María, una de las pequeñas ciudades surgidas después de los tsunamis que arrasaron el Norte Grande de Chile. El lugar semejaba la costa de Israel, con la diferencia que acá la reforestación si funcionó y ya teníamos unos bosques semejantes a los que se habían extinguido en el sur hacía décadas.

–Señor Saavedra, gracias por venir tan luego. Por favor, asiento–. El hombre se mantenía igual que hace siete años. Me pregunté cómo me vería yo para él.

–Gracias. Recibí su mensaje y la verdad es que no entiendo absolutamente nada– encendí un cigarro–. Me gustaría que me lo explicara personalmente.

–Bueno, supongo que para eso vino ¿verdad? Bien. El asunto es muy sencillo. De acuerdo a los registros, su esposa Ana María Escobar compró un paquete de cinco reflejos de Nivel 6, que corresponden a ella misma, usted, su hija Ana y un niño llamado Mauricio. El paquete incluía el servicio normal, esto es, la inclusión de los reflejos en su entorno habitual, más las extrapolaciones que fuesen necesarias dependiendo del comportamiento de cada una de ellas.

–Así es– respondí tranquilo.
–Una pregunta. ¿Usted no accedió al paquete, verdad?
–No, me mantuve al margen. Mi mujer pagó todo, de eso me acuerdo bien. Supuestamente los reflejos estaban financiados para unos diez años, más o menos.
–Bueno, eso es lo que firmó ella. El problema señor Saavedra es que el paquete comprado por su esposa no incluía los gastos de interacción.
–¿Los qué? A ver…
–Déjeme explicarle. Nuestra empresa otorga una serie de modalidades de pago como también varios ajustes en caso de no cancelarse una deuda. En el caso de su esposa, ella canceló el proceso de reflexión como también la simulación de los entornos virtuales. Al mismo tiempo pagó dos años de interacción, esto es, el servicio que prestamos para que el visitante pueda interactuar con sus seres queridos. Y eso tiene un costo.
–Eso se llama estafar –exclamé.
–Claro que no. Recuerde que los antiguos cementerios cobraban una tarifa para poder visitar una tumba. No me eche la culpa a mí del encarecimiento de la tierra en este país, culpe a los maremotos. Pero el uso de la consola de RV, como también el mantenimiento de los reflejos, tiene un costo. No es que sea demasiado, pero cuando usted y otros familiares siguieron interactuando con… espere, quiero ver…
–Mi mujer. Interactuaban con mi mujer. Ella fue la primera en morir.
–Exacto, su esposa. Bien, pasó el año y ninguno de ustedes canceló las visitas a su esposa. Por ende, nosotros…
–¿Qué?–interrumpí–. Pero si yo jamás me he metido con ninguno de ellos. ¿Que no lo entiende? Yo no he interactuado con mi mujer, ni con Anita ni con Mauro. ¿Por qué tengo que pagarles?
–No lo sabía. Pensé que usted había usado nuestro servicio. De cualquier forma, eso no cambia el asunto. Usted es la única persona que sigue con vida en su familia. Tiene que responder por ellos.
–Eso es imposible. Mi situación actual no me da para cancelar esos montos, independiente de las facilidades que me den. No puedo hacer nada.
–A ver, creo que podemos encontrar una solución. ¿Qué le parece si le explico cada una de sus posibilidades?
–Bien. Me parece bien –encendí otro cigarro y aproveché de ofrecerle uno. El hombre sonrió.
–Gracias, pero no puedo fumar de los suyos –dijo y entonces recordé que el ejecutivo frente a mí no era más que un holograma proyectado desde las oficinas centrales de V.I.P. Santiago.

* * *

–¿Papá, qué te parece?

Miré la holoescultura. Era una especie de rostro global alimentado por cientos de pequeñas caras. Aparte de lo obvio no noté ningún elemento que me llamara la atención, nada especial. Bien, podía simplificar las cosas y decir que era algo bonito o bien arriesgar un juicio estético que hablara de la armonía de las formas y toda esa parafernalia tan típica de los artistas. Dije la verdad:

–En realidad, no tengo idea Anita. No entiendo mucho tus cuadros.
–No son cuadros, son figuras – respondió. Y luego agregó – Tienen alma y contenido.
–Me imagino. ¿Dicen algo en especial?

Estábamos en su taller y cuando digo taller me refiero a una sala enorme con elevadas paredes sin techo que mi hija usaba para moldear y guardar sus obras. Llevaba casi dos horas dibujando en el aire una mezcla de rostros sin eje definido, todos increíblemente superpuestos. A mi hija le encantaban los rostros. Eran su especialidad. Supongo que representaban su búsqueda personal de una identidad, la misma que había sido esquiva con ella desde niña. Anita lo sabía y siempre trató de disimularlo, lo cual es imposible. Si no tienes identidad, entonces no tienes conciencia… ¿y cómo se puede disimular eso? Bastaba verla, completamente desnuda, moviendo sus manos en el aire, acariciando el vacío, mientras de sus dedos emergían pixeles magnéticos como si fuese una araña que bota el hilo invisible desde sus entrañas. Llevaba dentro de ella un sistema orgánico capaz de interpretar las señales que enviaba su cerebro para producir pixeles de diversos colores como así también de distintos tamaños. Los pixeles se unían para formar colores y trazos. El resto lo hacía su imaginación y la habilidad. Lo de estar desnuda era sólo parte de la excentricidad algo falsa de los artistas. O quizás porque hacía mucho calor.

–Papá, lo que pinto no dice nada –sentenció aburrida–. Sólo refleja nuestra sociedad. Eso es lo que hace el arte. Reflejar nuestro mundo y sociedad. La vida misma.
–Pero en tu caso sólo pintas rostros. ¿Por qué?
–Las caras representan el símbolo de lo humano. Lo que somos. Por eso me dedico a ellas. Como te dije, reflejan nuestro mundo. A nosotros mismos.

Entonces el arte era inútil, pensé. Sin embargo, permanecí callado mientras Anita comenzaba otro diseño. Y al cabo de unos minutos pude comprobar que no era muy distinto al anterior. ¿Eso era arte? ¿Una permanente imitación de lo ya hecho? No tenía sentido. Lo único claro para mí era entender por fin las razones que tuvo Anita para suicidarse. Era muy simple y al fin podía entenderlo: En algún momento tuvo curiosidad y pudo acceder a su vida de reflejo, cosa que estaba prohibida, pues sólo se podían ver los reflejos una vez que la persona en cuestión hubiese fallecido. Anita probablemente contempló las obras que en vida no había podido hacer y se convenció a sí misma de que jamás podría hacerlas creyendo que el talento pertenecía sólo a su reflejo y no a ella.
¿Le pertenecía de verdad? Claro que no. La única diferencia es que su reflejo no le hacía asco al trabajo guardando para sí mismo una gran voluntad. Ahí estaba la diferencia con la Anita original. Sin embargo, ambas proyectaban una concepción inútil del arte: la de creer que éste se constituye como tal por el sólo hecho de reflejar la realidad. Eso está también, pero sólo es un punto de partida. Todo arte que no sea capaz de proponer, de proyectar un mundo nuevo o algo que vaya más allá de reflejar la realidad es completamente inútil, tanto como lo fue mi hija, que a esas alturas era sólo cenizas, igual que el resto de mi familia.

–¿Anita?
–¿Mmm?
–Nada. Sólo quería despedirme.
–Ah. Oye, ¿vas a ir a la exposición? Es la próxima semana.
–Claro que sí.
Entonces dejó los colores y las formas sólo para acercarse y darme un extraño abrazo, como si de pronto algo dentro de ella le informara que ya no nos veríamos más. Caminé buscando la salida mientras algunos pixeles seguían adheridos a mí, como estrellas diminutas, brillando en la distante oscuridad.

Coloqué mi mano en la sien.

* * *

Costaba un mundo darle una cucharada de sopa. No era capaz de tragarla toda y se escurría por los lados manchando el cubrecamas. Por suerte la metástasis había infiltrado sólo los pulmones y no la cavidad estomacal, porque entonces tendría a Graciela vomitando por toda la habitación. Bien, esos sistemas hacían su trabajo, después de todo.

–¿Quedaste con hambre? –le pregunté mientras limpiaba su boca.
–No… está bien –hizo un esfuerzo otra vez tratando de buscar aire–, estaba rico.
–Me imagino.

En realidad me imaginaba muchas cosas, pero en ese momento lo que más buscaba era absorber cada detalle de su cuerpo, como si pudiese pintarlo por dentro. Podría haber traído una cámara adosada al nervio óptico, pero me parecía muy artificial y además podría darse cuenta. La idea era que no supiera que dentro de unas pocas horas iba a morir. O quizás sí lo sabía y no deseaba preocuparme.

–¿Te ha costado dormir en las noches?
–No… no tanto.
–¿Pero puedes dormir?
–No mucho.
–¿Cuál es el problema?

Se mantuvo en silencio durante unos minutos, tratando de disimular su evidente falta de aire. A esas alturas era muy poco lo que debía quedarle y en cualquier momento el sistema ingresaría morfina para calmar el dolor. Era eso lo que yo esperaba. Quería verla dormir y sentir al mismo tiempo que ese sueño era el fin de todas las cosas.

–Me agito mucho… –dijo moviendo una mano–. Me cuesta dormir.
–Sí, te entiendo. Te late mucho el corazón y no puedes estar tranquila –dije creyéndome parasoftware.

Sonrió, pero sus ojos se quedaron mudos. Era evidente que ya no tenía muchas fuerzas. Pensé: ¿debo tomarle la mano? ¿Debo acercarme a su oído y decirle que la quiero? Porque era eso lo que yo sentía. Era eso lo que mi corazón deseaba hacer. Sin embargo mantuve mi distancia. No hice ningún movimiento. Debía cumplir con mi extraña y absurda convicción.

* * *

No podía creer lo que estaba pasando. Hablé de mis desgracias. Pero el ejecutivo fue muy claro:

–Entonces, no nos queda más que borrar alguien de su familia.
–¿Cómo?
–Nuestra política es borrar los reflejos si el usuario es incapaz de cancelar su deuda. Sí, podemos hacerlo. Está dentro de la ley. Suena horrible, pero es una forma de que el deudor reaccione y se esfuerce por pagar. Pero en casos como el suyo la ley permite una modalidad especial. En vez de borrar todo el paquete, dejamos a un reflejo con vida. Tiene que elegir: o borra a su hijo, a su hija o a su ex-mujer.

Fue en ese momento que entendí lo irreversible de la situación. Los de V.I.P. iban a borrar a casi toda mi familia y no había forma de impedirlo. No existían alternativas o pataleos a la conciencia pública. En realidad mi caso no era el único. Todos los meses borraban de a cien a doscientos reflejos, de la misma forma como las estadísticas hablan de cientos de personas muertas por accidentes o suicidios. Recién lograba entender que la destrucción material de una familia era cosa diaria, fuesen reflejos o no. Y a nadie parecía importarle. Era sólo parte del paisaje. El reflejo de una difícil sociedad, en la cual la familia era supuestamente la base. ¿Cómo se entendía que el mismo sistema se encargara de destruir las bases de sí mismo?

Era todo demasiado lógico. Aquello me destruía mucho más que las circunstancias en las cuáles yo estaba. Todo tenía su solución, por más que ésta fuese cuestionable desde la moral o la ética. Y no es que el ejecutivo de V.I.P. fuese malvado o frío. El hombre sólo me ofrecía las posibilidades lógicas y razonables para resolver el problema. V.I.P. trabajaba con la vida y cuando se trabaja de esa forma sólo existe cabida para las soluciones y no para cuestionamientos valóricos o incluso religiosos. La sobrevivencia es la base de la sociedad, todos quieren vivir a como sea lugar y si para eso hay que matar o borrar a tu ser querido, la cuestión no es si hacerlo o no, sino cómo y cuándo. La justificación es la vida misma. Y en este caso la vida de los reflejos de mi familia. Pero ¿quiénes tenían que pagar el precio? ¿Cómo se decide a quién mantener con vida y a quién sacrificar? ¿Cómo se decide quién vive y quién muere?

Las noches se me hicieron gigantescas. Quería borrarme y olvidar por momentos lo que tenía que hacer pero eran muchos los puntos de la cuestión que revolvían mi mente. Había tantas consideraciones que ni siquiera podía establecer un curso de acción susceptible de ser discutido. Tenía que concentrar todas mis fuerzas en una razón que fuese lo suficientemente poderosa para evitar volverme loco en el futuro. Para aplacar la estúpida sensación de culpa. Necesitaba un motivo y una razón que pudiesen aplacar la idea de que ellos morirían por mi propia incapacidad. Si tenía que matarlos necesitaba una lógica fría y absoluta capaz de diluir cualquier sentimentalismo.

Dada mi situación era imposible imaginar que alguna vez tendría el dinero para volver a reflejarlos a todos. Los de V.I.P. me propusieron firmar un acta en la cual me comprometía a reflejar a mi familia si mi situación mejoraba. Ellos por su parte garantizaban hacer una copia de los reflejos actuales y mantenerlos en suspensión criodigital por un lapso indefinido, para luego reactivarlos, una vez iniciado el pago de las cuotas más un monto especial por la suspensión. Cuando vi los precios comprendí que no había ninguna posibilidad. Ya sé que cualquiera habría firmado de todos maneras, pero mi expediente urbano condensaba, por culpa de la edad, mi tendencia a la inactividad y al fracaso ocupacional, lo cual era una mancha muy difícil de cubrir para un puesto de trabajo. Los de V.I.P. sabían eso, y su ofrecimiento era más que nada para amarrarme a ellos, pues la ley estipulaba que en caso de incumplimiento de contrato la persona en cuestión pasaba a la categoría de “entidad”, lo que les daba cancha abierta para usarme como cárcel portátil para reflejos renegados o extracción de neuronas y experimentación virtual.

Así que sólo tendría un par de meses para decidir a quién borrar y sobre todo establecer por qué. Lo que me estremecía era que independiente del léxico utilizado yo iba a matar alguien de mi propia familia. No iba a liquidar programas semánticos. Iba a destruir a mi esposa, a mi hija, y a Mauro. No me preocupaba perderlos para siempre. Eso ya había ocurrido muchos años atrás, independiente que ya estuviesen cremados y esparcidos por el viento. Aquello era tan irreal como su condición actual, sólo que es más difícil lidiar con alguien vivo que con un muerto. Y ellos vivían. Tenían sus trabajos, sus esperanzas, sueños o sentimientos de una forma que el tiempo no podría repetir y menos poder emularse, por más que los de V.I.P. me garantizaban que una copia en suspensión volvería a ser igual después. Pero nada había sido igual. Se suponía que los reflejos no podrían ser mejores y distintos de sus modelos. Y sin embargo, en el mundo de V.I.P. mi esposa era una mujer sana y feliz. Anita, una pequeña artista en permanente afirmación. Mauro, camino a su rehabilitación…

–Mire, entiendo que usted no se haya enterado de los detalles de la compra del sistema, pero todo está en el contrato que firmó su esposa. Este especifica claramente que la interacción de los reflejos tiene un costo y que se cancela mensualmente.
–¿Y cuál es la gracia entonces del sistema? Si uno tiene que pagar de por vida para mantener a otro vivo, es casi lo mismo que cuando se está vivo…– ni yo sabía lo que estaba alegando. El hombre me miró con lástima.
–Los reflejos son seres vivos. La gente olvida ese detalle. Cree que son proyecciones de sí mismos que pueden olvidar mientras otros se encargan de sus vidas. Eso es lo que hacemos nosotros. Financiamos sus vidas, precisamente porque están vivos, más allá que en términos prácticos sean complejos sistemas orgánico-digitales. Pero no olvide que ellos piensan, sueñan e interactúan con el mundo que nosotros emulamos para ellos. Y alguien tiene que pagar por eso. No somos Dios.

Su discurso era claro y firme. Tuve la sensación de que lo había pulido con el tiempo, aplacando los alegatos de quizás cuántas otras personas envueltas en el mismo problema. No sólo carecía de dinero suficiente en ese momento. Seguía en categoría de no-empleo y aquello podía durar demasiado tiempo. Aquello significaba no poder disfrutar de un trabajo, ni tampoco poder acceder a uno. Cuando alguien no encontraba trabajo en un plazo determinado se le consideraba como no apto y tenía que abandonar la búsqueda para darle la oportunidad a otros que no estaban aún en esa categoría. Era una forma de controlar ordenadamente la tasa de cinco millones de desocupados que había siempre en el país, de la cual formaba parte ahora.

No me quedaba más que acatar lo inevitable.

–Hay algo que me gustaría saber. ¿Cómo borran ustedes a los reflejos?
–¿Cómo así?
–Es decir… ¿apagan el sistema y nada más? No sé, meten un virus…
–No, no. A ver, no es tan fácil. El reflejo tiene su propia actividad neural y ésta es capaz de resistirse al desmembramiento digital. No puedo darle los detalles técnicos de cómo se disuelve el reflejo, sólo le puedo decir que antes que ocurra le provocamos una reacción emocional que disminuye su resistencia al proceso de borrar.
–No entiendo. ¿Acaso le dicen al reflejo lo que le va a pasar?
–No exactamente. Lo que hacemos es manipular su entorno virtual de tal modo que su vida se vaya desmoronando para así provocarle una baja en sus patrones psicosomáticos.
–¿Patrones psicosomáticos?
–Claro. Su hija, por ejemplo era dentro del sistema una holoescultora con buenas críticas y ventas interesantes. Antes de borrarla insertamos dentro de su conciencia un programa que disminuyó su capacidad para evocar imágenes pictóricas. Su hermana se quedó, literalmente, sin capacidad ni fuerzas para delinear un rostro o un perro. A ello se le sumó el aumento artificial de críticas desfavorables y claro, las cuentas no se pagan solas.
–¿Qué pasó entonces?
–Bueno, lo mismo que en su vida real. Se suicidó.
No podía creerlo. Entonces, no borraban a los reflejos. Se dedicaban sólo a liquidarles sus vidas, empujándolos a la conclusión destructiva e inminente. Perdí la compostura. Hijos de…
–Cálmese. No todos siguen el mismo curso. Aplicamos eso con su hermana porque lo reflejamos de su vida real. Algo de eso también pasó con el niño. ¿No falleció de una afección cardiaca? Bueno, sólo aceleramos el proceso natural, eso es todo.

Aquello sí tenía sentido.

–Con su esposa podría pasar lo mismo. Podríamos reactivar su antiguo tumor y doparla con morfina par que muera en el sueño. Luego procederíamos a cremarla y esparcir sus cenizas, que en nuestra jerga significa disolver la información digital. Es más fácil borrar entidades microscópicas que un sistema humano entero. Pero insisto, es una posibilidad. Aunque debo decirle que en su reflexión ella ya generó un tumor. Eso me hace pensar que dicha enfermedad es algo que ella lleva consigo, irremediablemente. O bien, es producto de una situación emocional. Como usted debe saber los reflejos generan comportamientos y actitudes similares en sus ambientes digitales. Si su esposa tuvo un tumor en su vida real producto de una situación x, puede repetirlo siendo reflejo.
Me estremecí.

–¿Puedo ver una simulación de eso?
–Me parece que ya la vio morir ¿verdad?
–No, no la vi cuando estaba en agonía. Yo… no estuve ahí.
–Lo siento. Bueno, pero su situación puede cambiar… Como decimos aquí, un reflejo debe estar seguro de que todo termina alguna vez. Si no la vio morir en vida real, tiene la oportunidad de verla como reflejo. Es prácticamente lo mismo. Y si se esfuerza puede recordar ese momento como algo real que pasó.
Tenía toda la razón, como de costumbre. Volví a sentirme perplejo y derrotado, pero duró muy poco. De pronto sentí que lograba asimilarlo. Como que al fin lograba entender la finalidad última de cada muerte. Pensaba en los reflejos, en esas “vidas” digitadas pretendiendo significar algo. Como el falso amor, como el mundo de allá afuera, no podían ir hacia mí para convertirse en símbolos. No podían “vivir” si ya estaban muertos dentro de mí.

Sólo quedaba una cosa por hacer. Un último reflejo de la vida.

* * *

Las horas pasaron lentamente. Hacía rato que su cuerpo no era más que un desecho. Me acerqué todo lo que pude a ella y memoricé el hedor enfermizo de su carne pudriéndose en la habitación, esperando que la misma carne resucitara alguna vez, quizás en el eterno retorno de las experiencia humana. Su cuerpo seguía sobre la cama mientras el conjunto de máquinas y sistemas seguían monitoreando su lenta agonía. Sus brazos ya tenían manchas violetas y sus manos se cerraban en muñones, densamente oscuros. De tanto en tanto me gustaba levantar las sábanas y acariciarle sus piernas frías, completamente inmóviles. Y sólo habían pasado unas siete horas. ¿Cuánto más tardaría en morir? ¿Cuánto había tardado la primera vez?

Supe de la noticia gracias a la Anita, pero jamás llegué a la clínica. No tuve el valor para verla. Nunca supe por qué. Quizás porque sabía que ese tumor era una proyección maligna de mi propio ser. Nunca en realidad pude entender la razón para abandonarlos a todos, como si su mera existencia fuese una afrenta para mi propia vida. Es tan extraño. ¿En qué momento nos convertimos en reflejos de algo que fuimos? O bien, ¿cómo hacemos para volver a recuperarnos?

Tenía las respuestas. Una por una. Ya no me era difícil aceptar que de una forma u otra yo era el responsable de la muerte de todos. Así lo creí en su momento y así necesitaba creerlo ahora. Ahí estaba la lógica implacable para borrar los reflejos. Podía irme a casa con la certeza de que yo había destruido a toda la familia, y de que nadie más que yo podía soportar esa responsabilidad. Supongo que la necesitaba. Por eso debía borrar a todos. Debía sentir que su muerte era algo que sólo podía provenir de mí. Y mientras los ojos de Graciela, mi mujer, fallecían lentamente, mientras el aire que salía de su boca era la única señal de que aún estaba ahí, mi mente grababa cada detalle e imagen para revivirlas todo el tiempo posible, todo el tiempo necesario para sentirla en su hora final.
Cuando ocurrió sólo pude tocar mi sien y salir de ese universo de certera irrealidad. Volví a mi hogar, donde no me esperaba nadie, y donde tampoco habría alguien alguna vez. Y eso tampoco era algo distinto o inesperado. La sociedad decadente tiene su lógica absurda que contribuye a la normalidad. Lo normal era abandonar todo, incluyendo a mí mismo.

Así que este reflejo humano vuelve a su casa, cierra la puerta y espera con calma. Abre los ojos y los vuelve a cerrar. Duerme un poco, más tranquilo, pues algo es seguro:

Todo termina alguna vez. [FIN]

Los que no vuelven

Esta mañana he visto desde cubierta las naves voladoras. Iban a proveer a otro de los barcos dispersos por el mar. Amanecía entre los picos azul oscuro de la Cordillera de los Andes. Todas sus altas laderas negras caían de lleno sobre el rojizo océano Pacífico. Las naves aparecieron por el sudeste, acercándose cada vez más, dejando una estela sonrosada entre las nubes. Cuando pasaron sobre nosotros moviéndose hacia otras ex-ciudades al norte, el sol les dio de pleno, encendiéndolas como veloces pájaros de fuego. Como un ave Fénix, habría pensado, si no fuera porque aquí no hay Continue reading «Los que no vuelven»

Ygdrasil

por Jorge Baradit

Guiamos el desarrollo de la Web con sentido estético.
Planeamos el desarrollo de la Internet como una copia de la particular estructura neuronal de un santo.
Cada nodo incorporado diariamente es una letra del conjuro definitivo. Y cuando la última palabra sea agregada, el altísimo tocará esta obra de sacra artesanía con su dedo hirviente y se alzará viva, cantando una letanía electrónica en nota sol, levitando sobre las cabezas de los hombres.
Todas las mentes se sincronizarán a través del tono transmitido desde el cielo y serán infectados de amor a Dios. El alma de la humanidad emergerá y se hará carne y cable como gran insecto elevándose en una sola mente, cantando oraciones en código binario plenas de señales montadas en frecuencias standard, transmitiendo el infinito rostro de Dios directamente a la corteza cerebral.

-Transmisión pirata emitida a fines del siglo XX en la forma de un virus informático para usuarios. El contenido fue decodificado, por error, sesenta años después-

Es el atardecer de la segunda semana de febrero.
Como todos los días a esta hora la boca monstruosa de la Coatlicue devora los colores, la luz y el calor con su lengua helada de madre terrible.
La vida del planeta se escurre lentamente por el oriente.

* * *
Un nahuatl mira hacia el cielo con melancolía. La noche derrama sus negras lágrimas sobre el cielo de México y los engranajes del calendario celeste sólo le confirman, con su caligrafía congelada, lo que su estirpe sabe desde hace décadas: la matemática tropezó consigo misma, los números comenzaron a fallar, la realidad está muriendo.
A sólo unos kilómetros de ahí un hombre pintado de azul araña la tierra con sus gemidos, arrastrándose dolorosamente por el centro geométrico del desierto de Sonora.
Lloran todos los médiums en 800 kilómetros a la redonda. Hacia donde miran ven de frente el rostro del doliente que se arrastra. Pareciera ser el espíritu del desierto que muere, saliendo a jirones por la boca del desgraciado en la forma de cuchillos kirlian y frecuencias electrónicas desgarradoras. Los aullidos del hombre pulsan como una inflamación en los scanners. Son rítmicos a la manera de un código o una serie matemática, espasmos binarios de dolor digital. Estridencia astral que copa los receptores de microondas y que ha mantenido despierta a la unidad del ejército mexicano “Iztacuauhtli” toda la noche frente a los monitores.

1. RAMIREZ
-¡Quiero la ubicación de la fuente de las anomalías y la quiero ahora!- gritó el comandante Ramírez. Llevaban horas recibiendo reportes acerca del extraño comportamiento de la realidad en distintos Estados de la Federación Mexicana. Pronto el Ministerio del Interior comenzaría a hacer preguntas para las que no había respuestas. Además, todos conocían la difícil situación que atravesaba el militar. Los técnicos del Departamento de Estado habían descubierto que, en una de sus vidas pasadas, Pablo Ramírez Escobar había sido un asesino a sueldo. También habían conseguido rastrear hacia atrás un componente de su estructura psíquica hasta una mujer que había exigido a gritos la Crucifixión. La Iglesia, políticamente muy poderosa, vetaba secretamente ese tipo de nexos escandalosos y las instrucciones del gobierno eran claras al respecto desde hacía varios años, “Sólo almas nuevas o de probada pureza pueden acceder a los puestos de poder”.
Ramírez era un animal en extinción, desesperado por justificar su existencia en una sección perdida al fondo del escalafón militar mexicano. Lo que menos necesitaba eran problemas. Había trepado desde el fondo de la carrera militar con mucho esfuerzo, sin apoyo y a base de grandes sacrificios. Sumiso hasta la humillación con sus superiores, soñaba con las balas que reservaba para cada uno de ellos, guardadas en el fondo de su corazón como el veneno de una araña pequeña, acurrucada en un rincón esperando su momento.
-Si no tengo el informe en 5 minutos voy a comenzar a cortar cabezas – gruñó.
-El informe aún no está completo, señor… La zona está muy inestable y las comunicaciones se cortan con facilidad. P…pero podría leer el boletín preliminar… señor -dijo un operario, muy nervioso. Ramírez hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza y el subalterno comenzó a leer.
-El grupo 3 informa que, pasadas las 4 de la madrugada, hizo contacto con la fuente de las anomalías. “Nuestro grupo estaba compuesto por dos sargentos, una médium, dos niños y tres perros implantados para búsqueda. En las coordenadas adjuntas encontramos un fenómeno inesperado…” -el subalterno se detuvo y miró a Ramírez-. El detalle indica que hallaron algo que definieron como un “transpuesto”, señor. Una malformación difícil de explicar. Un hombre agónico con su alma “desplazada”. Su existencia se encontraba “traslapada” entre su propio cuerpo, un cactus, una roca y una rata. El resto trataba de “aferrarse desesperadamente a la realidad, siendo succionada a jirones por la nada”, dice textualmente. Los perros se pusieron histéricos y lo atacaron con furia. Los sargentos intentaron accionar sus limitadores pero los perros habían enloquecido y tuvieron que matarlos. Los niños no han vuelto a controlar sus esfínteres desde entonces y la médium… bueno, ella murió al cabo de unos minutos y un equipo trabaja para determinar a la brevedad el paradero de su personalidad original. Ella maneja información clasificada y determinar la identidad de su siguiente reencarnación nos es prioritario.
Ramírez mantuvo la vista en el suelo. La situación era un completo desastre. Si se administraba con astucia no había nada mejor que una crisis para trepar posiciones.
-¿Alguna información sobre la procedencia de esta anomalía? -preguntó distraídamente.
-No, señor. Excepto una marca en su tobillo izquierdo. “Sujeto de prueba Nº21”, señor.
Ramírez se mordió repetidamente el labio inferior.
“Pruebas extranjeras en suelo mexicano con tecnología desconocida. Una grave amenaza sobre suelo patrio”, pensó.
-Perfecto -murmuró, y no pudo evitar una sonrisa.

2. MARIANA
Ella.
Ella crucificada y toda la humanidad naciendo violentamente entre sus piernas, como una multitud buscando comida.
El parto sangriento de toda una especie.
Ella como mater dolorosa de miles de Cristos, arrojados al polvo aullando, envueltos en placenta, amarrados de pies y manos, sanguinolentos después de atravesar la matriz erizada de púas de la Reina de la Colmena.
Ella clavada a los meridianos y auscultada desde adentro por insectos electrónicos.

* * *
-¡Ayúdenme! -gritó Mariana cuando abrió los ojos.
Sudaba copiosamente.
Siempre era lo mismo, soñar horrores y despertar asustada. Temblando, aferrada a imágenes horribles que retrocedían demasiado lento de su memoria cuando reingresaba a la realidad. Infierno personal. La muerte diaria cocinada en el óxido de la droga.
Siempre cansada de constatar que seguía viva, que tendría nuevamente que luchar para levantar su cuerpo adolorido de miembros hinchados, de olores avinagrados. Hediondez de resurrección.
Pero esta vez las cosas eran bastante distintas. Para su sorpresa, no despertó en su horrible cuartucho de las afueras de Puebla, esa celda de tres por dos metros contigua a otras de igual tamaño, habitadas por despojos humanos tan patéticos como ella misma y administrada por un matón que cobraba dos monedas por día a estos animales que noche a noche llegaban arrastrándose hasta su puerta. Celdas llenas de cucarachas y pulgas, hediondas a mierda porque casi todos eran adictos al “maíz”, droga que relaja los esfínteres y te deja tan agotado que después no tienes fuerzas para limpiar la inmundicia.
Esta vez despertó en una pulcra cabina de sueño, bastante lujosa, de esas instaladas bajo las aceras en el centro de ciudad de México. No se había orinado y estaba recién bañada. Miró en torno a ella los blancos cojinetes de espuma, las gavetas llenas de objetos olorosos. Sonrió, entre feliz y sorprendida. Entonces comenzó a recordar poco a poco.
Estaba en un callejón vigilando al tipo que le habían encargado liquidar. Era un traficante de “maíz” que se había metido en el territorio del “guajolote”, un mafioso que controlaba su imperio desde una enorme tina de baño llena de agua de mar. Había pedido que fuera Mariana, específicamente, la que se encargara del entrometido. No podía dar una mala señal a su competencia y la “chilena” era famosa por su crueldad en el arte de matar. Sería una buena advertencia para todos.
Llevaba dos días siguiéndole los pasos al traficante y había decidido que esa sería la noche del sacrificio.
Los efectos de las anfetaminas habían comenzado a agudizar los ángulos de su visión de gato y las manos se crispaban sobre sus cuchillos. La adrenalina subía a medida que el traficante se acercaba al callejón sin advertir al terrible animal agazapado que, erizado de garras metálicas, esperaba ansioso abrirle las carnes.
De pronto, Mariana sintió un dolor agudo en el cuello. Instintivamente se llevó la mano al lugar y recogió una aguja, un mareo la invadió y al minuto siguiente observaba a 3 metros de altura lo que le ocurría a su cuerpo abajo en el callejón. Había sido “dividida” químicamente.
Tres furgones militares sin marcas llegaron velozmente al lugar. Un equipo de enfermeros descendió de ellos, la desnudaron y fue sacada rápidamente de ahí casi sin ruido.
A partir de allí su memoria se convertía en retazos nebulosos de eventos inconexos: Un hombre bajo, de rasgos nahuatl, muy agresivo, de apellido Ramírez. Algo sobre un “transpuesto”; un encargo, el gobierno muy preocupado, amenazas… muchas amenazas. Ella vomitando, un golpe seco en la cara, un grito que le partió la cabeza; pero sobre todo la luz. Había demasiada luz.
Intentó recordar algo más pero le resultó imposible. Miró a su alrededor buscando la puerta de la cabina. Se palpó los costados y descubrió que le habían quitado sus cuchillos. Abrió las gavetas buscando algo que pudiera usar como arma, pero sólo encontró cremas y polvos cosméticos. Se sentó con las piernas cruzadas intentando pensar, sacudió su cabellera negra cortada a tijeretazos, como queriendo limpiarla de estática, suspiró y se decidió a salir.
La precaución con que abandonó la cabina era mecánica. Años de vivir tanteando el suelo y oliendo el aire de la jungla urbana, siempre cazador y siempre presa. Aunque esta vez se sentía más tranquila, sabía que si la hubieran querido juzgar ya estaría tras los barrotes de la cárcel de Oaxaca, y si la hubieran querido matar ya sería polvo disperso en algún suburbio de esta enorme costra metálica, ingobernable y llena de laberintos.
Subió la escalinata metálica que conducía hacia la calle con aparente relajo. El sol la encandiló suspendido ahí a medio camino de su muerte contra el horizonte de edificios. Reconoció el pasaje Motolínia, a sólo unos metros del Zócalo y en pleno centro histórico de Ciudad de México, corazón de la enorme megápolis que se extendía a kilómetros a la redonda sobre el antiguo lecho de un lago, el Anáhuac de los aborígenes. Ahora no era más que otra mala copia hipertrofiada de las megápolis europeas de antaño, un quiste extraño en el costado del continente.
México City, la “costra” le decían con desprecio. Desde el cielo se ve como una monstruosa ameba metálica engarfiada a la tierra como un parásito gris, emanando calor y mucho ruido electrónico. Las carreteras que se entierran en sus costados no cesan de inyectarle vegetales, trozos de animales, madera y combustibles que la ciudad devora y degrada generando más y más calor. Una reina monstruosa y obesa, incapaz de moverse, voraz e insaciable, sudando y defecando sin parar.
Entre los racimos de millones de seres humanos que se mueven en esa caldera, que mancha como un punto rojo sangre los mapas termales de los satélites, estaba Mariana, mirando a su alrededor la incesante actividad de la media tarde en Ciudad de México. Intentando entender todo lo que estaba ocurriéndole.
No podía recordar casi nada.
-Puta la huevá rara -murmuró rascándose la cabeza, sólo para descubrir pequeñas marcas de sutura en la zona de su parietal derecho, “¿implantes?”, pensó con horror.
-Debes ponerte en camino, la operación comenzará dentro de unos minutos- sonó la voz imperativa de Ramírez dentro de su propia cabeza, como un cuchillo hundiéndose en su masa encefálica.
-¡¡¿Quién los autorizó a implantarme, hijos de la chingada?!! -gritó la mujer tomándose la cabeza con las dos manos. El dolor entraba como un clavo a través de su cráneo.
-Tranquilízate. Somos el gobierno de México. Busca nuestras instrucciones entre tus recuerdos recientes.
-¡Pero si no soy nadie! -interrumpió. No entendía por qué el gobierno podía interesarse en ella. El gobierno prefería matar a la gente como ella en espectaculares purgas transmitidas en directo por la televisión.
No era más que una asesina de barrio miserable, el último depredador de la escala alimenticia. Mariana, la “cortapicos”, la “cuchillo”, la “chilena”. Evitaban verla cuando cruzaba la calle como un espectro doloroso y la mirada extraviada, a veces aún manchada con la sangre y el hedor de su último trabajo.
-Revisen la intensidad de la frecuencia… -escuchaba a lo lejos la voz de Ramírez hablando con sus técnicos. Qué tenía que ver el gobierno con ella, si era sólo un animal salvaje que mataba para drogarse, mientras esperaba desaparecer cualquier día, en cualquier esquina de esta Babilonia monstruosa tejida estrato sobre estrato con metal, fibra óptica y huesos humanos.
Ella, la “cortapicos”. Mataba sólo hombres en un ritual que ya era leyenda. Lloraba mientras despedazaba a sus presas.
-A unos metros te espera un automóvil blanco, ¿lo ves? Ahí encontrarás todo lo necesario para infiltrarte en tu objetivo. Deberás interceptar las cifras del Banco de México y analizarlas antes de la medianoche -la voz le reventaba los globos oculares, sentía claramente las uniones de su cráneo como cordones de fuego-. No debes fallar o morirás -cada palabra le producía el mismo efecto que golpes directos al mentón. Y la náusea.
Se sentó en el borde de la acera. No entendía nada.
-Están equivocados. Yo soy nadie… me duele tanto -murmuraba con los ojos apretados y llorosos, confundida por las voces y el dolor de su cerebro inflamado-. ¡Déjenme ir! -gritó.
-Cálmate, al parecer hay un problema en tus implantes de comunicaciones. No entres en pánico.
Mariana se puso bruscamente de pie -¡Déjenme en paz!-, gritó e intentó caminar, pero cayó de bruces, desmayada contra el concreto de la calle. La gente sólo esquivó ese bulto en su camino, nadie intentó socorrerla, nadie prestó atención tampoco a los vehículos que llegaron y a los soldados que se la llevaron. No era anormal un espectáculo de ese tipo en las calles de México.

Ella.
Ella dentro de ella, luchando por no ahogarse en oscuridad líquida. Enredada en sus intestinos, atrapada dentro de su cráneo.
Cuarenta Marianas amarradas dentro de un saco que cuelga de su propia columna vertebral.

Despertó muy confundida dentro de un vehículo de seguridad. Miró a su alrededor y sólo vio el interior de una cabina blanca que vibraba y se inclinaba mientras avanzaban hacia un destino desconocido.
Se sentía mucho mejor, es decir, demasiado bien para una junkie de 36 años que acababa de desmayarse de dolor.
-Espero que hayas notado el cambio -dijo Ramírez.
-¿A qué te refieres? -respondió con el pensamiento, sin articular palabra.
-Que bien. Aprendes rápido, chamaca -bromeó el militar-. Tuvimos que ajustar un par de cosas en tu cabeza. Disculpa si no puedes recordar tu vida entre los 20 y 22 años, debimos eliminar experiencias incompatibles con el software de comunicaciones. Tampoco recordarás lo que significa la palabra “semilla”, ni la sensación de tocar la corteza de un tronco de pino, pero no creo que te importe demasiado.
Mariana se sentía demasiado bien. La lenta caída en el pozo de la droga-maíz termina por hacerte olvidar el significado de “estar bien” física y mentalmente. Al final te conviertes en un organismo semiinconsciente, acosado por el frío y la necesidad; con la vista nublada y todos los sentidos abiertos a la paranoia y al único objetivo reconocible entre tanta estática: conseguir más.
“Quizás me limpiaron de la adicción”, pensaba. “Quizás me inyectaron alegría química”.
-Oye, Ramírez. Creo que cometieron un error. Yo no se nada de infiltraciones o espionaje, creo que….
-Silencio -la interrumpió el militar-. Lo que tú creas no importa.
-Ándate a la mierda. No tengo ninguna intención de trabajar para el gobierno, cabrones de la puta. Ahora mismo…-no terminó la frase, algo le ocurría a su cabeza. Fue violentamente inundada con vértigo sintético, las paredes se alejaron y todo comenzó a dar vueltas; un sonido agudo se clavó de lado a lado entre sus oídos. Vomitó, las venas le estallaban, pánico, sudor helado.
-Vas a trabajar para nosotros te guste o no. Además, no es necesario que seas experta en nada, tienes la cabeza llena de chips “recipientes” capaces de alojar a los espíritus de decenas de colaboradores muertos: médicos, asesinos, ingenieros, etc. Tenemos “oficinas en el más allá”, querida. Nuestros “contactados” reclutan a cientos de espíritus, todos gustosos de cooperar a cambio de volver a sentir el mundo, aunque sea a través de una marioneta como tú. No te preocupes, ellos harán el trabajo por ti.
El vehículo zumbaba meciendo su estructura y meciendo los órganos de la mujer que, acurrucada en una esquina, luchaba por fijar la mirada en un punto y recuperar la estabilidad.
-El grupo que escogimos para ti es particularmente eficiente. Si tu cooperación finalmente nos satisface, serás liberada, exorcizada por expertos y tu cuenta corriente sufrirá un repentino abultamiento. Con papeles nuevos y dinero podrás comenzar una nueva vida en cualquier lugar del mundo… excepto en México, por supuesto.
-La vida no es para mí -murmuró mientras se limpiaba la boca y recuperaba la calma-. Creo que dios se equivocó al mandarme para acá. Quizás soy un ángel que quería tener experiencias fuertes -sonrió con dificultad.
-Si no cooperas -agregó Ramírez, tomando un tono sombrío- será peor que morir, te lo aseguro. Terminarás tus días como una prostituta-esclava en algún suburbio inmundo de Colombia -Mariana palideció-, Mutilada, sin brazos, sin piernas, incapaz de moverte; violada 8 a 10 veces al día por vagabundos y drogadictos durante algunos años. Seis, tal vez cuatro, con suerte -Ramírez sabía que había tocado un punto sensible, la mujer estaba paralizada-. Te venderemos como a una “perra”, igual que tu madre -algo brotó frío y áspero desde su corazón para recorrer toda su piel-. Si nos ayudas, tendrás una vida de verdad. Sabemos que quieres salir de la inmundicia, además, tendrías el agradecimiento eterno del pueblo de México y de todo el mundo libre -concluyó, sarcástico.
Mariana miró hacia la oscuridad de la única ventana en el vehículo. Afuera no se veía nada, afuera no había nada. Apretó las mandíbulas e intentó controlar su angustia.
-Díganme qué tengo que hacer.
Así, mientras los técnicos le transmitían las instrucciones en código mnemónico por debajo de su conciencia, Mariana se perdía en un recuerdo al fondo de un reflejo en la moldura plástica cromada del vehículo. Ejercitaba el viejo juego de perderse en un detalle de la pared para evitar el dolor, el mandala que abría para huir de su cuerpo cuando era niña y su padre no era su padre. Los detalles juguetones en los reflejos de sus pupilas llameantes en esas noches de terror de su infancia. Puertas a través de las que entraba para encerrarse en la dolorosa fortaleza donde se congelaba de soledad.
El ruido del vehículo.
Las luces de los postes de alumbrado, pasando por la ventana como la gráfica cardiovascular de un muerto. Su corazón abandonado en un rincón, la mirada perdida, el zumbido de la información entrando en su memoria.

3. ALVARADO
Pedro Alvarado era el joven representante del pueblo para el Estado de Yucatán y celoso supervisor gubernamental de la operación que se llevaba a cabo. El y Ramírez se entendían a la perfección. Los dos eran animales medianos en la escala de poder y se ayudaban mutuamente con entusiasmo, mientras llegaba el momento de clavarse un puñal en la espalda. Hasta entonces su confianza era completa y mantenían ese puñal siempre a la vista.

Alvarado estaba cómodamente sentado en el sillón de Ramírez cuando se desplegaron los monitores que seguirían los movimientos de Mariana. Con él presente la operación se ponía en marcha oficialmente.
Su impecable imagen combinaba perfectamente con su estudiada forma de sentarse. Pierna cruzada mostrando relajo, cuerpo recostado hacia atrás para comunicar seguridad, cabeza erguida y mentón retraído mostrando dignidad. Todo orientado hacia el centro vacío de la sala para hacer sentir su poder.
-Y dime, Ramírez, ¿cómo va el entrenamiento de Mariana? -la voz era fuerte, por sobre el volumen usual de conversación e hizo que todas las cabezas giraran hacia el militar.
-No muy bien -gruñó. Siempre se sentía incómodo ante esos manejos sicológicos, esas destrezas comunicacionales tan finas que lo sacaban de quicio. Lo de él era el grito o el comentario lacónico; la política y sus rincones lo descolocaban-. Ya hemos perdido tres días ajustando las “posesiones” del equipo. Su mente es todo un caso, aún no entiendo por qué la escogiste a ella.
-Eso no importa -murmuró- quiero saber qué le dijiste sobre nuestro “problema” -interrogó sin molestarse en mirarlo.
Ramírez miró de reojo a sus subalternos que, al igual que él, sabían que esa pregunta era humillante. Todos estaban al tanto de la información transmitida a Mariana, hacer que Ramírez la repitiera era tratarlo como a un escolar. Era decirle que no estaba seguro de su capacidad.
El militar decidió jugar este ajedrez y caminó dos pasos hacia la ventana, dándole la espalda con medida indiferencia, sabía que su gente lo miraba y no quería perder autoridad. Entonces contestó con voz fuerte.
-Ella sabe lo que el gobierno decidió que debía saber -insistiendo en la palabra “gobierno” para recordarle que los dos tenían al mismo jefe-. Pero, por si no lo recuerdas, te lo voy a repetir. Ella sabe que descubrimos un sujeto de prueba en el desierto, sometido a quién sabe qué tipo de experimento. Sabe que es una tecnología absolutamente nueva, limpia, altamente destructiva, con alcances militares insospechados que vulneran nuestro sentido de la seguridad nacional.
>>Sabe también que el “transpuesto” liberó egos de vidas pasadas y se contaminó con esencias insostenibles, como recordar haber sido una roca y acoger esa memoria infinita. Recordar haber estado enterrado a 500 kilómetros de profundidad durante 18 millones de años no es algo que la mente humana pueda resistir sin dañarse.
>>También fue informada que la internación de esa tecnología fue hecha a espaldas de nuestro gobierno y que nuestra misión consiste en infiltrarnos en el Banco de México para seguir la única pista que tenemos: unos movimientos bancarios inusuales en torno a la importación de aparatos médicos, alrededor de la fecha en que se desataron los hechos de Sonora.
Alvarado hizo un silencio para mirar de reojo a los técnicos que aún no terminaban de conectar los racimos de aparatos que controlarían la evolución del operativo.
-¿Ella sospecha por qué la escogimos?.
-No -recalcó Ramírez con energía- y a decir verdad, yo tampoco. Todavía no entiendo por qué te decidiste por ese espantapájaros drogadicto para una operación tan relevante. Si me hubieran preguntado…
-Pero nadie lo hizo -interrumpió con suavidad-. El gobierno considera este operativo como “estratégico”. No pensarías que iban a dejar las decisiones importantes en manos de militares -sonrió-. No lo tomes a mal…tú me entiendes.
No, Ramírez no entendía y lo tomaba muy mal. Pero calló.
-De acuerdo a mis planes -dijo Alvarado marcando sutilmente la palabra “mis”- Mariana es la mejor elección que podríamos haber hecho.
Ramírez suspiró. Ya tenía 48 años y la fila de culos aún por lamer se perdía en el horizonte de su estancada carrera, estancada como un bocado amargo en mitad de su garganta.
Suspiró y se acercó a los primeros monitores que se encendían. Pidió que le muestren el perfil digital de Mariana en la Red y casi se le salieron los ojos del rostro. La mujer aparecía llena de lazos, vasos comunicantes, infecciones digitales, seguimientos policiales y todo un gran karma electrónico muy ruidoso. Ramírez casi entró en pánico.
-¿¡Quieres decirme que “ésto” es tu mejor elección!? -gritó perdiendo la compostura por primera vez-. ¿¡Medio México la busca y tú la usas como espía!? -Alvarado lo miraba sin mover un músculo-. Esa mujer, ese esperpento deja un rastro tan notorio como un animal herido en la nieve. Debemos cancelar de inmediato y voy a dar instrucciones de entregarle la responsabilidad a una unidad de nuestra confianza….
-¡Basta! -lo interrumpió el político-. ¿Es que no entiendes nada? Mariana es sólo una carnada. Es un trozo de carne para atraer a los tiburones ¿O tú crees que íbamos a enviar personal clasificado a realizar la infiltración? -sonrió sarcástico-. Es una empresa privada, ¡por dios! Si descubren a un agente oficial infiltrándose en sus instalaciones el escándalo podría derrocar a todo el gobierno -Ramírez miraba sintiéndose estúpido-. Ella será la vara con la que probaremos si el alto voltaje de su reja funciona. Ella es un mensaje que sin duda leerán, “los estamos vigilando, sabemos lo que están haciendo.”
-Pero ellos la destruirán….
-Por supuesto. Pero no te preocupes, leerán el mensaje y eso es todo lo que nos interesa por el momento. Ella no es una agente del Estado así que no podrán sacarle cosas importantes de sus neuronas; excepto lo que nosotros queremos que sepan, por supuesto.
Ramírez estaba furioso, había sido humillado en presencia de sus subalternos sin ninguna misericordia. Gritó un par de órdenes a los técnicos para que finalizaran las instalaciones y salió de la sala con el enojo vivo bajo la piel. Alvarado lo miró retirarse con una sonrisa, “indígena con charreteras”, pensó.

4. EL BANCO DE MEXICO
Las redes de comunicaciones se habían convertido en carreteras blindadas por donde la información viajaba segura, encapsulada en encriptados imposibles. La única posibilidad de robar información era el viejo sistema de forzar la cerradura y entrar como un ladrón en la noche, evadir la seguridad y salir corriendo antes que sonaran las alarmas y las mandíbulas de acero se cerraran sobre la carne del intruso.
Mariana llevaba ocho horas inmóvil dentro de un ducto de evacuación de desechos orgánicos, colgando de un garfio y respirando por una mascarilla. Cada quince minutos el edificio del Banco de México “orinaba” a través del ducto y Mariana podía avanzar unos centímetros sin ser detectada. El esfuerzo de avanzar contra la corriente de desechos era enorme y los brazos le dolían. “Qué mierda estoy haciendo aquí”, era la pregunta que se hacía durante todo el tiempo que permanecía colgada, como una pupa, de las paredes interiores de la “uretra” del edificio.
Al cabo de catorce horas había alcanzado por fin penetrar el casco de la construcción, a la altura del piso 40 bajo tierra. Desde allí sólo le tomó una hora más llegar hasta el centro de la estructura, de forma tubular, donde se albergaba la médula espinal del edificio. De ocho metros de diámetro, la médula se extendía a lo alto de toda la construcción conectando los pisos y coordinando todas las funciones biológicas y administrativas de la empresa. Era el sistema neurovegetativo de una nueva generación de edificios “vivos”, monstruosas neuronas de exoesqueleto metálico llamadas “colmenas”.
Mariana enganchó el seguro de su cinturón a un tubo que se insertaba en la médula para abrir con comodidad su traje elástico de seguridad. Metió una mano entre sus piernas y extrajo de su ano un pequeño tubo metálico que insertó en su nariz. El tubo desplegó unas pequeñas garras que lo aseguraron a las paredes de la cavidad nasal, Mariana palideció; luego extendió lentamente una aguja hasta la base del cerebro y se “conectó” a la corteza de la mujer. Del otro extremo sacó un line-in, delgado como un cabello, que insertó directamente en una de las arterias que se hundían en la médula del Banco de México.
Por sencilla osmosis, la fibra interventora era capaz de oír y discriminar la transmisión de datos, por vía química, que circulaba a través de sus fibras de mielina. El tubo metálico en la nariz de Mariana modulaba la información y la codificaba, en la forma de imágenes y patrones aleatorios perdidos en la vorágine de recuerdos de infancia del recipiente.
Sintió un sabor acre en la boca, entonces supo que estaba transmitiendo los datos hacia la central.
Mientras sentía un cosquilleo en un lugar indefinido sobre el paladar, estiró un poco los miembros y se relajó, respiró muy hondo y sonrió feliz por el éxito de una operación que, sólo unas horas antes, le habría parecido imposible debido a su avanzado estado de dependencia a las drogas. Su mente comenzó a volar entre pensamientos variados. “Estoy divagando”, se dijo a sí misma, sorprendida. El maíz era una droga esclavizante y la adicción no daba tiempo a pensar en otra cosa que no fuera conseguir más. Te mantenía todo el día hambriento, como un lobo famélico que sólo se saciaba mientras devoraba a dentelladas los gramos siempre escasos, para quedar nuevamente vacío, ansioso y sediento. La sensación de calma que envolvía a Mariana la embargó de emoción, se sentía viva. Era una extraña paz abrazándola ahí, en la oscuridad, a cien metros bajo tierra. De pronto se vio a sí misma despierta, humana de nuevo, lúcida. La revelación repentina agrietó su pared y una gota se filtró por sus ojos para caer rodando lentamente por su mejilla. Por fin estaba consciente de la muerte en vida por la que se había arrastrado durante tantos años.
Fue una larga noche donde lloró por todo lo que no había llorado jamás. Lloró por su madre, por su padre, por sus víctimas; por la pesadilla que aterrorizó a la niña y de la que acababa de despertar con pesados 36 años sobre sus hombros, en un cuerpo de mujer medio seco por la falta de afecto.
Era un llanto de nacimiento ahí, en la oscuridad, a cien metros bajo tierra.
En la sala de control, Ramírez y sus subalternos se miraban sin comprender nada. Evaluaban los datos, sudaban nerviosos, revisaban las gráficas buscando anomalías. No entendían ese llanto largo y desgarrado que llegaba por sus comunicadores desde las entrañas del Banco de México. Qué ocurría… ¿incompatibilidad química?

* * *
A las 8 de la mañana apareció Alvarado con una taza de café en la mano. Los tacos de sus zapatos resonaban en las baldosas aislantes que cubrían el suelo de los pasillos. La noche había sido larga y el sueño corto, así que el café tendría un par de polizones disolviéndose clandestinamente al fondo de la taza. Nada anormal, sólo el rito diario de la clase ejecutiva incapaz de renunciar a la ayuda de los químicos, a esas alturas, imprescindibles para sostener el ritmo endemoniado que exigían las responsabilidades laborales. Todos en el gobierno apoyaban la lucha contra las drogas, pero todos también sabían que sin ellas el sistema se derrumbaría, agotado e imposibilitado de contener el stress y la exigencia de forma natural. Los destinos del país eran dirigidos por una banda de drogadictos obsesos, necesariamente relacionados y chantajeados por hermandades del comercio ilegal.
-¿Cuánto falta? -preguntó en medio de un bostezo. Ramírez no despegó la vista del monitor y murmuró-. Estamos en itinerario. Esta niña resultó ser bastante buena y nos está transmitiendo más información de la que pensábamos.
-Bien por ti -dijo estirando los brazos- recuerda que tus galones dependen de tu eficiencia en esta operación -el militar tragó saliva y se negó a contestar, era demasiado temprano para responder a las provocaciones. Además, Alvarado era un político joven enviado aquí seguramente para medirle su desenvolvimiento. Esta misión no era precisamente un premio, de modo que sus situaciones eran bastante similares.
-¿Qué vas a hacer si los del Banco no la descubren pronto? Supongo que tienes un plan de contingencia…
-¡Shht! -interrumpió muy concentrado -en diez segundos va a comenzar la fiesta- el político volvió a bostezar sonoramente, sólo para burlarse de la expectación de Ramírez.
-¡Ahora! -dos monitores se apagaron y una pantalla apareció flotando en el centro de la sala, llena de fibras luminosas haciendo veloces recorridos en torno a un punto violeta. Poco a poco las fibras se conectaban al punto hasta que toda la gráfica quedó inmóvil, pulsando ingrávida. Letras salieron de la nada indicando vectores y gráficas se derramaron hasta el suelo. Un reloj contó cinco segundos hacia atrás y toda la sala quedó a oscuras.
Mariana no notó nada anormal al principio, sólo el cese del cosquilleo en el paladar. Luego notó que el zumbido también había cesado y supo que algo andaba mal. Ramírez la había abandonado
Quiso moverse, pero estaba paralizada. Las luces de seguridad que cargaba se apagaron y se encontró de pronto sola, a cien metros bajo tierra, presa del pánico pero incapaz de gritar; paralizada por quién sabe qué químico, atrapada entre los intestinos de un monstruo que la había identificado como a un cuerpo extraño y que en cualquier momento comenzaría algo muy parecido a una digestión.
-Ahora, cuéntame qué fue lo que hiciste -preguntó Alvarado café en mano. En su rostro había trazos de preocupación que Ramírez, demasiado entusiasmado con su éxito, sólo interpretaba como irritación mal escondida ante la genialidad de su maniobra.
-Mariana -dijo en voz alta, imitando la actitud del profesor que comienza una lección- resultó más eficiente de lo que pensábamos. Los imbéciles del departamento de seguridad del Banco de México, no estaban pudiendo detectarla.
Entonces di un giro al operativo -continuó lleno de autosatisfacción, “bastante patética”, pensaba Alvarado-. Me comuniqué directamente con ellos y les dije que estaban siendo infiltrados. Su sorpresa fue mayúscula. Antes que pudieran decir nada los amenacé con informar a la prensa de la situación si no cooperaban. Les aseguré que el descrédito y la fuga de capitales serían inevitables, que la ofuscación de sus superiores sería tal, que no daba ni una moneda por sus vidas -Alvarado veía en torno suyo los rostros embobados de los subalternos de Ramírez con una mezcla de asco y rabia. La táctica descrita era tosca, grosera, carente de toda sutileza. No era una estrategia fina, era una simple amenaza de gorila.
-Les exigí de inmediato la información completa sobre los movimientos bancarios que necesitábamos. De esa manera nos ahorramos un par de semanas de investigación, por lo menos -sonrió buscando aprobación en los ojos de su gente.
“Qué espectáculo”, pensó Alvarado -Y, ¿qué te pidieron a cambio? -preguntó con calculada indiferencia, haciendo girar el café dentro de la taza.
-La ubicación de Mariana,…por supuesto.
-Por supuesto -murmuró Alvarado, apretando las mandíbulas en un gesto de preocupación que esa vez no pasó desapercibido para Ramírez.

5. NIGREDO

Ella.
Ella embarazada, con el estómago lleno de cuervos.
Una muchedumbre grita y se remueve, virulenta, bajo la tierra, entre sus válvulas y pasadizos.
(Del cielo llueven ojos izquierdos).
Ella arrastrando sus 40 úteros infectados bajo la tormenta. Maúlla lastimosamente, se rasca los parásitos que florecen alrededor de su boca, mientras arrastra su prole no nata por el único camino. Con el alma cayéndosele a pedazos, deja un rastro.
El Vía Crucis tiene la forma del circuito impreso grabado en su paladar, y es un nombre.

Despertó ahogada en un grito, pero no pudo moverse. El cuadro le encogió el corazón.
Estaba desnuda, de alguna manera fijada a la superficie de una mesa de madera negra. La larga mesa ocupaba casi toda la superficie de una especie de sala de reuniones de color blanco. En torno a ella, unos doce hombres de edad heterogénea, vestidos formalmente, permanecían sentados mirándola. Sobre la puerta, una placa metálica con el logo iridiscente del Banco de México.
Pasaron un par de horas, durante las cuales Mariana intentó inútilmente comunicarse con ellos. Les pidió, les exigió, les gritó. Los amenazó, les rogó, sin obtener respuesta alguna.
Cuando la mujer agotó incluso las lágrimas, uno de ellos se puso de pie y extrajo de su bolsillo un punzón. Le dibujó hermosos kanjis sobre la piel del torso que, a pesar de la sangre, dejaban leer perfectamente los pasajes luminosos del “sutra del loto”. Le atravesaron los pezones con clavos de cobre finamente tallados, le cortaron los párpados con una tijera antiquísima de acero templado y de orejas talladas en madera de nogal. Uno de los hombres, de rasgos asiáticos, le hundió un bisturí con mango de bronce a la altura del chakra “anahata” y practicó un corte longitudinal hasta llegar al pubis y dividir el clítoris a la mitad. Nadie le tocó la vagina.
Otro personaje, de origen indefinido, se acercó lentamente con un martillo en las manos. Entre la semiinconsciencia y el ahogo del dolor la mujer alcanzó a gemir con angustia, aunque sin ninguna esperanza – No, por favor-.
vEntonces, la crucificaron a la mesa.
Le arrancaron dientes y algunas uñas. Le extrajeron costillas y dedos. Alinearon todo cuidadosamente en torno a ella como un gran mandala de restos humanos, mientras murmuraban y repetían la palabra “perfecto” acentuando cada final de frase.
La mujer desorbitaba los ojos intentando ver más allá de la niebla y la asfixia del martirio. Abría la boca en el grito mudo de la carne.
vDe pronto, el ritual pareció terminar. Sólo el jadeo mínimo de Mariana denunciaba que esos despojos desordenados, sanguinolentos, habían sido un ser humano.
Entonces entró ese otro hombre.
Con una daga le abrió el costado lentamente, copuló con ella a través de la herida y eyaculó en su interior al cabo de unos minutos. Con una frase dio por terminada la reunión y se retiraron.
Alguien llegó, le clavó un gancho a la cadera y la arrastró hacia un ascensor. Salieron a un estacionamiento y la arrojaron al compartimiento de carga de una camioneta.
Mariana seguía semiinconsciente y cada imperfección del pavimento la atravesaba con dolores lejanos como recuerdos.
Sintió la luz cuando abrieron la camioneta, sintió el golpe de su cabeza contra el pavimento cuando la arrojaron fuera. Escuchó algo acerca de la altura del puente y la profundidad del río.
El cielo estaba muy azul, había bosques a lo lejos.
Sintió una repentina ingravidez y luego el golpe contra el agua. Había cierta calma en todo lo que ocurría, veía perfectamente a las algas mecerse y a las burbujas subir hacia la superficie mientras se hundía.
Se hundía, sabía que se hundía de espaldas hacia el olvido, la luz alejándose poco a poco allá arriba. Sentía que la oscuridad la abrazaba con su tela espesa, que la muerte la cubría casi con ternura. “Ya pasó todo”, le susurraba mientras se hundía en el sueño, como una novia dolorosa.
Todo parecía un sueño.
Las algas del fondo la envolvieron con sus dedos transparentes cuando casi tocaba su cuna definitiva.
Todo debía ser un sueño.
Del fondo salieron unos brazos que la estrecharon y Mariana escuchó una voz diciéndole al oído -Llevo 20 años esperándote bajo el limo-.

6. EL SELKNAM

Ella.
Ella en un paisaje con los colores mal calibrados.
Una cuerda baja desde el cielo y la sostiene colgando por los pies, sangra por la nariz. Bajo ella un charco de sangre de 5 metros de profundidad donde nadan peces extraños e ideas desesperadas.
Ella, murmurando un nombre que no recuerda mientras un insecto le hace una cesárea. En las antípodas del planeta un sacerdote levanta la ostia y un aullido brota del cáliz. El insecto entra por la herida del parto y se acomoda para dormir.

-¿Los de Seguridad del Banco de México enviaron la información?- preguntó Alvarado. Eran las tres de la mañana, tenía el cabello desordenado, la corbata en el bolsillo y ojeras que le llegaban a las rodillas.
– El último paquete llegará en dos horas. Han debido sortear su propio sistema de seguridad y los segmentos de datos se están transmitiendo codificados en cadena. Sólo cuando los hayamos recuperado en su totalidad, podremos reconstruir el conjunto- Ramírez no desvió la vista de un teclado-ouija color siena, de reciente fabricación. Sus curvas simulaban un cangrejo y las terminaciones eran exquisitas.
“Que estúpido”, pensó Alvarado. “Es obvio que están ganando tiempo. Seguramente para cuando hayamos reconstruido la información, ellos ya habrán limpiado toda evidencia y descubriremos que nuestros datos son basura”. -¿Ya sabes qué hicieron con Mariana?
-Seguramente algo horrible. Esa gente busca destruir el cuerpo, pero también inutilizar el espíritu -murmuró Ramírez tecleando la ouija con nerviosismo-. Si conseguimos rastrear sus residuos en el plano astral, seguramente veremos las condiciones desastrosas en que dejaron su esencia -sonrió-. Un guiñapo arrastrándose demasiado lento para llegar a ninguna parte, desmoronándose como una figura de barro seco. El problema es que…-se detuvo para teclear un comando avanzado en la ouija- en esas condiciones debería estar dejando un rastro por demás visible. Algunas brasas Kirlian aquí y allá. Pero no hemos detectado nada con el sello característico de ese grupo misterioso que opera con el Banco de México.
-¿De los “Perfectos”? -murmuró Alvarado distraídamente.
-¿De quiénes? -lo miró el militar muy sorprendido.
-Nada, nada -sonrió- es sólo un término de usuario -salió de la sala sonriendo teatralmente, feliz de ofuscar al “mono con uniforme”, como lo llamaba a sus espaldas-. No busques a los vivos entre los muertos -gritó desde el pasillo.
“Típico de políticos”, pensó Ramírez. “Jugando a hacerte sentir desinformado”.
-No encontramos reencarnaciones con el perfil de la identidad “Mariana”, señor -lo interrumpió un subalterno-. Tampoco posesiones con su patrón de aura, señor.
La preocupación de Ramírez era evidente para todos. Era muy importante que la mujer estuviera fuera de circulación. Un cabo suelto en una operación encubierta tan comprometedora se leía como un fracaso inexcusable. Gobiernos completos habían caído por menos, aunque siempre volvían al poder de una u otra manera. Pero los responsables directos, los funcionarios como él, con suerte podían rehacer sus vidas en otro país.

Ella.
Ella clavada a una pared en el centro de un campo arado.
Ella sabe que bajo la pared hay un elefante enterrado de pie, que evita que el mundo se desplome.
Un ladrido sale de los ojos de ella y la multitud huye despavorida, porque en el ladrido hay un color lleno de cosas que nadie quiere saber. Un pez atraviesa la escena y sabemos que en realidad todo ocurre bajo el mar.
Ella.
Ella de pie frente a un hombre muy extraño.

-¿Cómo te sientes? -le pregunta de improviso-. Soy quien te rescató desde el fondo del río. Entré para ver tu estado. Intenta descansar, tu recuperación tardará un par de semanas más -Mariana lo miraba con asombro mientras se transformaba una y otra vez, en una mujer, una carta de Tarot, un campo de margaritas, un caballo árabe, en el cielo estrellado esa mañana en Tlatelolco, en una voluta de humo de su primer cigarro de marihuana.
-Todo está muy raro desde que aparecieron los selknam -se dijo, mirándose a los ojos. Un escarabajo entraba por su nariz sonando como un viejo reloj a cuerda.
Un mapa con venas en vez de ríos.
El cielo es su córnea.
Muchas hormigas. Muchos días.

El selknam tenía a Mariana colgando por los pies de un árbol, en un lugar escondido de la sierra en el Estado de Guerrero.
Alrededor del tronco había dispuesto un círculo de rocas negras y cuatro espejos marcando los cuatro puntos cardinales. Sobre los espejos había derramado palabras poderosas y pétalos de flores.
Llevaba dos días girando ritualmente en torno al árbol, para frenar la fricción con que el tiempo desgasta las cosas y así disminuir su efecto erosivo sobre la memoria de Mariana. La danza se sostenía sobre un canto de tres notas musicales que estimulaban curativamente su glándula pineal.
Al tercer día desenterró los pulmones de la mujer y los introdujo en agua consagrada antes de reintegrárselos. Puso un pez minúsculo en cada ojo antes de reintroducirlos en sus cuencas. Abrió por el estómago a un lobo y extrajo el corazón de Mariana, escondido allí durante días, lejos de los ojos de la muerte.
Cosió las heridas con fibra de cactus y se sentó a esperar.
A los nueve días ocurrió la maravilla.
Con el primer rayo de sol se escuchó un llanto de bebé saliendo del árbol, que crujía angustiado. Poco a poco el llanto llegó a su adultez, las astillas saltaban, la corteza se resquebrajaba. De pronto, una mano rompe la corteza y aflora buscando asirse, luego otra mano. Mariana luchando por romper el cascarón y salir a respirar. Finalmente el tronco cede, la corteza explota y Mariana emerge envuelta en savia y musgo vomitando tierra. Pone un pie fuera del círculo de rocas y cae al suelo completamente desvanecida, a los pies del selknam que permanece sentado, indiferente, recortado contra el sol de la mañana.
Las aves no cruzan el espacio sobre el selknam.

Ella.
Ella recostada durante mucho tiempo junto a un gato con forma humana.

-Despierta -susurró el selknam. Mariana abrió los ojos y lo vio, en cuclillas junto a ella. No supo si le despertaba curiosidad, sorpresa o asco, se sentía extraordinariamente calmada. Podría haber visto al diablo y no le habría producido mayor efecto. De todas maneras lo que tenía enfrente era toda una rareza, tenía que admitirlo.
-¿Se puede saber qué clase de “cosa” eres tú? -bromeó.
“Eso” se mantuvo inmóvil unos segundos demasiado extensos, se puso violentamente de pie y extendió su “boca”.
-Selknam -dijo y prolongó la última letra haciendo vibrar a todo el lugar. Mariana sintió también como su cuerpo temblaba, envuelta en un placer
violeta muy similar al arrobo después del orgasmo.
-¡Wow!- sonrió -¿Podrías repetir eso?
-Se hace lo que se debe hacer, ni más, ni menos.
La mujer se sentía increíblemente bien. Entre la bruma de una memoria obviamente intervenida, veía heridas, torturas. Pero donde deberían haber terribles marcas había piel lisa, donde hubo fracturas no habían desgarros; todo estaba en su lugar y en perfecto estado, incluso el trauma del dolor estaba suturado.
-No se me ocurre cómo lo hiciste, pero gracias. Ahora completa el favor e indícame cómo volver a ciudad de México. Tanto espacio abierto me pone nerviosa.
El selknam la observó de arriba abajo -Entonces, ¿no lo sabes?.
Mariana notaba como las letras, pronunciadas con inusual transparencia por el selknam, resonaban en distintas partes de su cuerpo. La “n”, en cambio, le traía el recuerdo de un rayo de sol asomándose tras un arbusto a sus ocho años, siempre igual, como si tocara la misma tecla en el piano de su memoria. Las “l” parecían estimularle sus glándulas salivales, las vocales tenían relación con sus órganos internos y la “t”, un indefinible sabor a algo masculino que la ponía nerviosa.
-Perdóname, “bicho”…
-Mi nombre es Reche -la interrumpió.
-Discúlpame, Reche -remedó-, pero, ¿qué es lo que debería saber?
-No puedes volver atrás. Todo ha comenzado. No hay regreso -diciendo esto se sentó en posición de loto.
-Qué es lo que ha comenzado, bicho -continuó Mariana, un tanto nerviosa.
-Selknam -repitió el Reche y quedó inmóvil mirándose el pie izquierdo.
-Oye, te hice una pregunta, huevón -pero el selknam se veía como una imagen de video congelada, plana, mal definida, en pausa-. Todo está muy raro desde que aparecieron estos huevotes -dijo mientras se enderezaba lentamente, buscando con la mirada algo con qué cubrirse. Comenzaba a bajar la temperatura en la sierra y el viento se arrastraba inundándolo todo, mojando las piedras con su lengua helada.
Tras un arbusto encontró una manta, no muy gruesa pero útil.
Mariana de pie, temblando contra el atardecer.
-Estoy viva -dijo para sí con una sonrisa triste-. No entiendo nada, pero estoy más viva que nunca -y lloró en silencio frente al misterio.
Arriba, las estrellas comenzaban a brotar como recuerdos en la mente del mundo.

7. LAS “PERRAS”
-Definitivamente la mujer no está muerta -gruñó Ramírez. Alvarado, junto a él, no movió un sólo músculo.
-¿Qué vas a hacer entonces, comandante? -preguntó.
-Qué “vamos” a hacer, querrás decir -Alvarado lo miró sonriendo.
-Es muy probable que, gracias a tu espectacular manejo, la gente del Banco de México haya limpiado todas sus relaciones con el fenómeno de Sonora y estén buscando a Mariana para devolvernos la mano ¿Te das cuenta lo que ocurriría si ellos exponen a la luz pública tu operativo de infiltración a una institución privada, comandante? -dijo el político, cómodo y feliz, navegando en los marasmos que tan bien conocía.
-El gobierno no nos va a defender… -murmuró.
-¡Por supuesto que no! -exclamó levantando los brazos-. Van a negar toda participación. Lo van a presentar como un simple caso de estafa. Dos inescrupulosos funcionarios, o sea nosotros, utilizando la estructura estatal con oscuros fines personales -Alvarado se acercó a Ramírez y le susurró al oído-. Nos van a crucificar para mantener limpio el honor de la institución, comandante. Quizás una mañana amanezcamos colgados por el cuello en nuestras celdas, “incapaces de soportar el dolor por haber traicionado a la nación” -y se alejó unos pasos emitiendo una risita burlona, de espaldas al apesadumbrado militar.
-Comuníquense con Pedro, el ermitaño. El va a encontrarla, él la va a eliminar -ordenó Ramírez mirando al suelo.

Ella.
Ella en posición fetal, dentro de una nuez. Abajo, el océano Atlántico hablando con unas aldeanas.

-Ahora va a despertar -susurró el selknam.
El bulto de mantas pareció cobrar vida, un brazo se extendió fuera y estiró los dedos. Mariana sacó la cabeza de su noche personal como una luna somnolienta. Dolía abrir los ojos tanto como doblar una articulación, pero había algo placentero en ello que la hizo sonreír.
-Esta saliendo el sol -dijo bostezando. Había cantos de pájaros, crepitar de brasas; todos esos sonidos mínimos, en puntillas de pies, que van desapareciendo a medida que el mundo despierta. Había humo flotando, la luz era submarina.
-¿Por qué me rescataste? -preguntó de golpe. Alguna urgencia interior guardada desde la noche saltó como un resorte por su boca. Ni siquiera lo miraba, parecía más preocupada por encontrar algo para comer entre las coloridas mantas y cordeles llenos de nudos, similares a los quipus que viera en alguna imagen cuando niña.
-No fue un rescate. Sólo estuve en el lugar correcto para ser puente de los acontecimientos.
-OK, super claro -murmuró escarbando dentro de un bolso huichol, cargado de imaginería psicodélica-. ¿No tienes nada para comer? -dijo finalmente, molesta.
El selknam apareció frente a ella, a 10 centímetros de su rostro. Mariana notó que estaba inmovilizada y tuvo miedo. El se puso de rodillas frente a ella y hundió el brazo hasta el codo en la tierra para sacar una liebre viva, chillando y pataleando. Mariana estaba muy sorprendida pero también hambrienta, así que juntó leña rápidamente y en unos minutos la liebre se asaba al palo, despidiendo olores que le excitaban los nervios. Tenía tanta hambre que de pronto supo que sus manos sólo existían con el objeto de acercar comida a su tubo de deglución.
-Es extraño matar -dijo como hablándole al fuego-, es necesario pero te enseñan que no debes sentir placer cuando lo haces.
-Es distinto matar que alimentarse.
-El trabajo más difícil del Universo es ser animales éticos -dijo sonriendo-, tener conviviendo en la misma celda a este cerebro, este estómago y estos genitales es un mal chiste. Pasan todo el día peleándose el timón-.
-¿No les han enseñado a controlarse, aún?
-Puf… lo intentan. Somos lobos educados como vacas, pero lobos al fin -dijo con cansancio y arrojó una piedra al fuego, las chispas envolvieron a la liebre. El silencio enmarcó el momento.
-Parece que nuestro problema -continuó Mariana- es que somos depredadores viviendo en manadas. La matanza interna es terrible. El cerebro fabrica un montón de razones para justificarlo, pero en el fondo de todo sólo está “el loco”, hambriento de carne humana.
-Los hombres están divididos.
-La Tierra es un barco sin timón, compadre -prosiguió Mariana, como si no lo hubiera escuchado- lleno de locos devorándose, a la deriva. Debemos ser todo un espectáculo para el resto del Universo -hizo una pausa para arrojar otra piedra-. Sería mejor que nos borraran de una vez.
-Nadie va a mancharse las manos con ustedes -dijo el selknam, molesto.
La mujer se abrazó las rodillas con los brazos y apoyó la barbilla en ellas. Se balanceó e hizo ruidos con la boca mirando fijamente a la liebre, “está casi lista”, pensó.
-Ahora dime por qué me salvaste. Y quiero una respuesta que pueda entender. Sabes a lo que me refiero -estiró las manos, quebró un hueso, acercó la carne a su boca, la saliva comenzó a fluir, el estómago rugió exigiendo ser saciado. Los dientes comenzaron a destrozar al pequeño animal.
El selknam la miraba con una mezcla de curiosidad y algo parecido al asco. “Se comunican con el mismo órgano con el que se alimentan”, pensó, “Su sistema de ventilación hace vibrar el aire con códigos rudimentarios. Son realmente groseros, pero bellos. Salvajes, abisales, frágiles. Sus ojos son de las cosas más hermosas que he visto, sus mentes son malignas e impredecibles. Es de esperar que no se propaguen”.
-¿No me vas a responder? -insistió Mariana, en cuclillas y con la boca llena de grasa-. ¿Por qué me salvaste?.
-Estás en el curso de los acontecimientos.
-¿Que acontecimientos?
-Los acontecimientos por los que se requirió mi presencia en este plano.
-¡¿Qué acontecimientos, por la chucha?! -gesticuló, impaciente, con una pierna de liebre a medio roer en la mano derecha.
-Se está produciendo un grave problema en este sector del Universo, generado por tecnología humana que debo descubrir y eliminar.
v-Continúa, por favor -Mariana ya no estaba comiendo.
-Algo está rompiendo la relación entre las cosas físicas y las cosas astrales. Alguien descubrió como romper ese enlace, que es fundamental para la estructura de las cosas.
-¿Y qué eres tú? ¿Una especie de ángel enviado a salvarnos?.
-A nadie le importa “salvarlos”. De hecho ustedes generan el problema. Piensa en mí como en un anticuerpo que el Universo produce cuando se le infecta una herida.
-¡Chucha! -bromeó Mariana -estoy hablando con un leucocito.
-Alguien está soltando los enlaces astrales. Alguien está evitando el flujo sostenido de almas hacia Dios. Y él las necesita más que nunca.
Mariana lo miró con sospecha. Quizás su inverosímil existencia hacía menos ridícula su historia. Su apariencia era imposible, sus palabras también, “está todo tan raro desde que estos huevones aparecieron”, pensó.
-¿Qué tiene que ver Dios con todo esto?
-Dios está agonizando. Este Universo es algo lejanamente parecido a una máquina de suspensión vital -la mujer no pudo evitar sonreír. El selknam estaba ahí enfrente, pero de alguna manera estaba también hablándole unos minutos hacia adelante en el futuro. Y también estaba a sus espaldas, aunque su voz… parecía salir desde la mano izquierda de Mariana.
La mujer sacudió la cabeza y alzó la voz -¿Y qué tengo que ver yo con todo esto?-. Pero el selknam no estaba hacia donde ella hablaba. De pronto se dio cuenta que siempre había estado sentado, en loto, suspendido a 20 centímetros del suelo a 20 metros de distancia. No tenía boca y junto a él estaba ella misma durmiendo abrazada a otras dos Marianas, una de color rojo y otra de color negro. Se tomó la cabeza y cerró los ojos, pero seguía viendo la escena. -Déjame en paz. No tengo nada que ver en esta locura.
-Estás en el curso de los acontecimientos.
-¡Otra vez con eso! Soy una mujer que no sabe ni dónde está parada. Lo único que se es que por fin desperté de una pesadilla de veinte años de duración. Saqué la cabeza del agua, ¿me entiendes? No quiero tener nada que ver contigo, ni con Ramírez, ni con tus “acontecimientos”. Así que muchas gracias, pero yo me voy de aquí apenas termine de comerme este conejo.
-Liebre.
-¡Da lo mismo! Yo me voy.
-No puedes, ellos te buscan -le dijo el selknam desde su nuca. Mariana se dio vuelta pero se vio a ella misma, por dentro.
-¿Quiénes me buscan, Ramírez y sus milicos? -preguntó. Un mareo le hizo cerrar los ojos. Vio a su madre en una bolsa de basura, con varios días de muerta.
-Ellos quieren hacerte desaparecer. Así, suelta, eres un peligro para su seguridad. Sólo siendo útil evitarás ser considerada “prioridad para terminación.” -Esta vez el selknam le habló en la forma de un recuerdo. Sintió que le había dicho esa frase tres horas atrás.
-Pero, ¿por qué me quieren muerta? Les conseguí la información que querían. Estoy segura que alcancé a transmitirla antes de que me descubrieran.
-A ellos no les interesaban esos datos. Ellos mismos te denunciaron a cambio de la información que realmente necesitaban y que era inaccesible para cualquier saboteador.
-No te creo.
-Te necesitan muerta para borrar toda evidencia de la operación.
-¡No te creo! El selknam la miró jadear.
-Da lo mismo, ya todo está hecho -se obscureció en meditación, inmóvil por las siguientes tres horas.
Mariana se recostó agotada. Durmió, despertó, se volvió a dormir. No podía sacarse de la cabeza la imagen de su madre muerta.
Así que Ramírez la quería eliminar. Ellos eran demasiado poderosos, “si no cumples tu objetivo te venderemos como a una perra”, le habían gritado en el rostro.
Le resultaba extraño volver a pensar en su madre de esa manera. Durante años la enarboló como una herida que le inflamaba la rabia al destrozar a sus víctimas. Era su estandarte, su escapulario tatuado con sangre al pecho, un grito horrible que emergía desde su esternón como un foco de luz oscura iluminándole el camino hacia una sed de venganza jamás saciada.
Cuando mataba pensaba en ella y su dolor le daba fuerzas sobrehumanas y crueldad sin límites. Sólo el agotamiento detenía la carnicería, luego venía el llanto, el vacío.
Pero ahora se detenía en su imagen, “una perra, como tu madre”, le había gritado Ramírez. Su madre no era más que una sombra de su infancia, irradiando una energía misteriosa y abstracta. Nunca la vio moverse, nunca le escuchó decir una sola palabra, pero en su inocencia le parecía oírla diciendo frases de ternura, “que linda estás hoy, Marianita”, “que duermas bien, mi amor”. Incluso ahora sonreía sintiendo la caricia de esos artificios.
Ese día jugaba con guijarros en el patio de su casa, cuando vio a los perros arrastrar esa bolsa de basura. Mariana corrió a observar qué tesoro habían desenterrado sus amigos de cuatro patas. Lo que vio le abrió el corazón y la vida en dos partes.
-¿Por qué lloras? -preguntó el selknam.
-Tienes razón -sollozaba- ellos me quieren eliminar. Pero no me van a matar, me van a vender como a una “perra”, como mi madre.
El Reche la miraba estremecerse, se preguntaba por el tipo de reacción química anómala que se estaba produciendo al interior de ella.
-¿Qué es eso, qué es una “perra”? Explícame.
Mariana suspiró, se secó los ojos con la manta y miró lejos, hacia sus recuerdos.
-Las “perras” son un producto artesanal típico de los suburbios de Santiago de Chile.
>>Cuando la Trata de Blancas se volvió un negocio masivo, los traficantes comenzaron a refinar y diversificar sus procedimientos. Ya no sólo ofrecían productos caros, como niñas vírgenes o mujeres condicionadas para la esclavitud, también desarrollaron un producto de consumo masivo, barato y menos exigente: la “perra”.
>>El procedimiento es bastante sencillo. Secuestran mujeres, les extraen las cuerdas vocales, las córneas, médula espinal, un riñón y todo lo “cosechable” para el mercado negro de órganos. Luego les fríen el cerebro mediante un proceso artesanal muy lento y doloroso. Inducen pavor límite a través de punciones directas a la masa encefálica, inundan la corteza con pulsos eléctricos, producen el suicidio químico del yo. La corteza cerebral se fríe lentamente. A través de una interface gráfica podrías ver como les cortan los pezones que las sostienen a la realidad, como caen luego de espaldas al pozo negro de la catatonia, al útero sellado de la muerte en vida.
>>Es un proceso barato. Y para abaratarlo aún más, les amputan brazos y piernas para disminuir el costo de almacenamiento y transporte. Las cuelgan en bolsas a unos rieles frigoríficos donde mantienen sus metabolismos funcionando al mínimo, alimentadas con suero directo a las venas.
>>El transporte se hace en camiones de frío, viejos y sucios. He visto camiones abandonados con cargamentos completos, grandes cantidades de bolsas apiladas pudriéndose en el desierto, rostros incógnitos asomándose desde el plástico.
Mariana se detuvo, la mirada perdida, mirando sin mirar.
-Es extraño que se pierdan tantos cargamentos -continuó-. La policía no se mete si les das su parte y las mafias se protegen con favores políticos. Las “Perreras” son empresas prósperas.
-Desde fuera su planeta se ve como una vorágine de genitales y dientes, una herida supurada -agregó el selknam, fríamente-. Las personas que hacen uso de estos productos, ¿no corren riesgos?
-Si claro. Todo el proceso es artesanal y muy sucio. la posibilidad de adquirir una “perra” infectada no es baja. Aunque la infección más común no es biológica, sino producida por la mala manipulación de la psique al momento de “freírla”. La “perra” queda efectivamente inmóvil, pero consciente. El horror que siente la hace sudar en exceso, su musculatura vaginal se tensa y todo es un desastre.
>>La mayoría opta por ir de noche a algún basural y abandonarlas a las jaurías de perros que, por lo menos, aprovecharán su carne -la distancia con que Mariana se refería al tema parecía protegerla de su propio origen. Había algo defensivo en la naturalidad con que abordaba un tema tan espantoso.
-Las mujeres raptadas que presentan “potencial”, es decir, jóvenes y hermosas, no son mutiladas sino sólo “estupidizadas”. Aunque una “estúpida” semiinconsciente es un lujo al que muy pocos pueden pagar. Para los menos acaudalados están las “perras” de uso personal. Y para el resto la alternativa es ahorrar y comprar una “perra” con fines comerciales. Ese era el caso de mi padre.
Mariana se detuvo en ese punto del relato y todo se detuvo con ella. Su rostro no estaba en su lugar, la boca semiabierta incapaz de continuar y los ojos sin mirada en ellos.
-Tu madre era una “perra”, ¿cierto? Por eso el chantaje de Ramírez te aterra.
La mujer miraba un dibujo en la manta. Una espiral roja y negra sobre un fondo azulino representando la energía del “hikuri” de los huicholes.
-Ramiro, mi padre -continuó sin despegar la vista de la espiral-mantenía a mi madre en un cuartucho inmundo en el patio trasero de la casa. Ahí había un colchón grasiento, tubos de evacuación y el atril para el suero. Ella era su micro-empresa y su goce personal. Nunca le habían acomodado los jefes y los trabajos que el gobierno le conseguía eran rápidamente abandonados por su falta de disciplina, anegados por el alcohol y una furia incontrolable que estallaba en los momentos más inoportunos.
>>Era rentable tener una “perra” en un barrio de parias incapaces de solventarse una propia -Mariana esbozó una sonrisa muerta. Nunca había hablado de esto con nadie. Había intentado enterrar todo bajo capas de olvido inútiles. Ahora, en la primera oportunidad, todo afloraba fresco y reciente, dolorosamente nítido-. Todo funcionaba bien hasta que fue detenido por robar una botella de vino. Volvió a la casa siete meses después y para su sorpresa, encontró un bebé moribundo, apenas pataleando entre restos descompuestos de placenta, junto a la vagina destrozada de su “perra”. Agradeció a su buena fortuna cuando comprobó que era mujercita; una niña virgen era un producto muy escaso y muy caro, cuando cumpliera doce años valdría una pequeña fortuna.
>>Me alimentó y me cuidó. Yo pensaba que me quería, pero no era más que su inversión a futuro más preciada -Mariana nuevamente se detuvo para sonreír-. ¿Te das cuenta que nací gracias a una botella de vino? -pero la broma sonó vacía. Ella estaba vacía. Los ojos se le llenaron de lágrimas pero se contuvo, volvió la vista hacia el valle y suspiró.
-No continúes si no lo deseas.
-No, no, está bien. Creo que así es mejor.
>>¿Sabes?, es extraño. Pero ni siquiera sé cómo se llamaba. Siempre me referí a “ella”, la que está en el cuarto de atrás. Nunca me incomodó no saber su nombre. Excepto aquel día en que no la encontré en su cuarto. El colchón estaba vacío y por primera vez se veía como lo que era: materia muerta, concha vacía. Salí corriendo a llamarla y no supe cómo, la palabra mamá no quiso salir por mi garganta. Entonces vi a los perros arrastrando esa bolsa de basura -las lágrimas de Mariana caían de un rostro indiferente, mirando hacia otro tiempo no tan lejano como ella quisiera-. Esa noche mi padre tomó demasiado licor. Enojado, insultaba a gritos a mi madre por la mala ocurrencia de haber muerto. Golpeó la mesa con la botella y maldijo con furia su deceso, los trozos de vidrio volaron por toda la habitación. Mi curiosidad pudo más y me asomé a mirar el desastre. De pronto sus ojos se clavaron en los míos como arpones. Durante dos eternos segundos el Universo completo se detuvo y me sentí cazada, inmóvil como una presa pequeña. Él avanzó y fui incapaz de huir. Apenas pude ver el puñetazo girando en el aire hacia mi mandíbula. Sumergida en estática negra, espesa, viaje de ida y vuelta a la nada.
>>Cuando regresé, me aplastaba el cuerpo de mi propio padre y sufría un insoportable dolor entre las piernas. Le rogué que se detuviera, lloré de dolor durante veinte minutos eternos intentando zafarme del abrazo asfixiante, de su lengua metiéndose en mi garganta, pero fue inútil. Algo enorme y quemante me partía los interiores. Pensaba que estaba intentando matarme de alguna forma horrible, apuñalada cientos de veces. La idea de que mi padre no me quería e intentaba matarme me paralizó. Entonces deje de luchar.
>>Cuando se levantó y se sentó en la silla junto a la mesa, yo estaba muerta, vacía, desmembrada. Mi alma había volado a otro lugar y mis ojos estaban clavados en un nudo de la madera en el techo. Recorrí todos sus detalles mientras mi padre se extendía en cuáles iban a ser mis deberes a partir de ese momento. “Desde mañana reemplazarás a tu madre”, dijo finalmente.
>>Se había hecho de noche nuevamente en la sierra. El selknam indicó la entrada a una caverna y entraron en silencio cargando las mantas y bolsos. Mariana se sentó sobre una de ellas, el selknam encendió fuego y esperó.
-Fui amarrada por el cuello al mismo colchón donde había muerto mi madre. En los siguientes cuatro años fui diariamente violada por todo un zoológico humano indescriptible, asqueroso, muy creativo y variado en su sentido del placer.
>>Manejaba la geografía de grietas, arrugas y manchas en las paredes como si fueran un espejo de mi mente. Eran mi libro de oración y mis puertas de escape.
-¿Cómo te liberaste? -preguntó el selknam.
-Un once de junio mi padre me desencadenó para lavarme la espalda y fumigar el colchón. Algo estalló en mi interior y me abalancé sobre él envuelta en alaridos inhumanos. Mi padre quizás no había notado que había crecido bastante, casi a la par con mi odio. Agarré su rostro y hundí mis pulgares en sus ojos. Él comenzó a gritar buscando la puerta, pero yo la había cerrado. Con el atril del suero le di un golpe seco en los testículos. Le quité el cuchillo que guardaba en el cinturón y le abrí el estómago. Le corté las orejas, la nariz, los dedos e introduje todo por la herida del abdomen, incluida la bolsa de suero y algunos trozos de madera. Le abrí la tráquea, le corté el pene y se lo introduje por la garganta.
>>Luego lloré a gritos, me bañe todo el cuerpo con su sangre y lloré hasta perderme. Devoré sus testículos con recogimiento.
>>Dormí acurrucada junto a su cadáver por tres días. La sangre había cuajado, el olor era insoportable, pero yo seguía abrazada a él.
>>No recuerdo muy bien, pero creo que uno de mis clientes habituales fue quien me sacó de ahí. Me vistió, me alimentó y me cuidó con mucha compasión, luego lo maté y esparcí sus restos por toda la calle.
>>Rodé de pueblo en pueblo hasta ciudad de México. Conseguí un espacio en el subterráneo y conseguí un nombre al matar pública y salvajemente al “jarocho”. El pobre sólo quería agarrarme una teta y terminó con sus manos dentro de su estómago. Entre el público había un hampón de origen colombiano que se impresionó con mi acto y comenzó a protegerme a cambio de pequeños “favores”. Me volví adicta al maíz a los 16 años, luego todo se vuelve difuso. Día y noche nos consumíamos en una tormenta de fuego y entre la niebla de mi inconsciencia mataba a uno o dos enemigos del colombiano, lloraba de alegría. Me volví adicta al odio y a la carne de hombre.
>>Un día desperté y el colombiano estaba regado por toda la habitación. Tuve que huir a los suburbios exteriores y comenzar a trabajar por mi cuenta. Ahí me encontró Ramírez. Cuando desperté, estaba metida cien metros bajo tierra robándole datos al Banco de México.
>>Estoy cansada, compadre. Como después de una noche de pesadilla de veinte años de duración.
>>No sé si es tarde para comenzar una vida nueva, pero lo voy a intentar.
-Ellos no te van a dejar.
-Me voy a esconder.
-Te van a encontrar -Mariana apretó las mandíbulas porque en el fondo sabía que tenía razón. Lo miró con rabia, quería esa esperanza, realmente quería tener la esperanza y ese bicho se la negaba.
Era un bicho realmente extraño, algún mecanismo impedía que pudiera recordar sus facciones, aunque lo mirara fijamente siempre tenía la sensación de estarlo mirando por primera vez.
-¿Y qué quieres que haga?.
-Completa tu objetivo original. Descubre la tecnología que produjo al “transpuesto” de Sonora.
-Ellos ya me dejaron fuera de la operación.
-Ellos no tienen nada. Tú eres la que está en el camino de los acontecimientos. Tú eres la que va a descubrir todo. Si estoy junto a ti es porque necesito saberlo y tú eres la que lo va a descubrir.
Mariana resopló y se puso de pie con un quejido. Se estiró como un gato y bostezó.
-Yo ya no tengo objetivo. Me voy a esconder por un tiempo en Perú. Tengo unos amigos en Arequipa que trafican buen software narcótico y podrían…
-Ellos te van a encontrar -la interrumpió.
-¡Déjame en paz, insecto de mierda! -restalló con furia.
El selknam la miró en silencio por unos segundos -me voy a sentar en esa roca a mirar tu futuro- y avanzó tranquilamente para instalarse junto a la entrada de la cueva-. Tu única salida es seguir el curso de los acontecimientos y encontrar esa tecnología. Cualquier otro camino te lleva a la destrucción en pocas horas.
-Voy a intentarlo. Si nos hemos podido esconder aquí por tantos días, podré hacerlo en otro lugar también -insistió.
-Ellos no te dejarán libre a menos que sigas dentro del operativo. Fuera de él eres un cabo suelto.
-¡Pero si ya me dejaron fuera! ¿¡Es que no lo entiendes!? -gritó Mariana, pero no hubo respuesta, sólo el crepitar del fuego. El selknam ya no estaba ahí.

8. PEDRO, EL ERMITAÑO
La mujer se dejó caer en el suelo de la caverna, agotada. El selknam tenía razón, ellos nunca la dejarían ir con todos esos datos en su interior. Debería esconderse y huir durante mucho tiempo antes de encontrar la paz. “Por lo menos en este lugar puedo estar segura unos días”, pensó a la vez que buscaba con la mirada las mantas para dormir.
-Hola, Mariana -una voz gutural que no era la del selknam, se arrastró desde la entrada de la caverna. Había algo de burlón en el acento.
-¿Selknam?.
-No, Marianita. Soy el que te va a liberar. El que te va a arrastrar por los cabellos desde aquí hasta ciudad de México. Soy el brazo que te lanzará hacia tu destino, fundida como hierro candente en el volcán de la fe.
A medida que hablaba, una silueta se definía, avanzando por la caverna, acercándose hacia ella.
El miedo comenzó a invadirla -Selknam, ¿dónde estás? -instintivamente buscó alternativas de fuga, armas, piedras. Para su espanto se encontró indefensa y acorralada contra el fondo de la caverna.
-¡Selknam, ayúdame! -le gritaba al bulto indefinido, sentado junto a la
entrada sin ningún atisbo de actividad, en que se había convertido el Reche.
-Tranquila, mi amor. Sólo quiero tu cerebro. Tu alma se podrá quedar en lo que reste de ti, una vez que finalice -se acercó a la luz de la fogata y entonces pudo verlo, pero su mente difícilmente pudo comprender lo que se le aparecía ahí frente a sus ojos. Una entidad difusa, fuera de foco, desplazándose arrítmicamente de izquierda a derecha sin transiciones como una película mal proyectada. Un engendro inexplicable que se dividía en tres colores que volvían a ser uno. Su voz salía de un punto en el espacio que sólo a veces coincidía con su boca. Algunas “cosas” lo orbitaban.
-Bésame, Marianita -le susurró la voz, extendida hasta el oído de la mujer como un dedo pegajoso.
-¡Seeelknam! Hijo de la conchetumadre ¡Ayúdame! -gritaba.

* * *
Alvarado limpiaba con elegancia sus anteojos, que usaba esporádicamente más con la intención de parecer intelectual que para corregir un casi inexistente problema visual. Los limpiaba con calma y elegancia, como correspondía a un caballero de noble origen. Su antepasado directo era uno de esos europeos salvajes arrojados a las costas mexicanas hirviendo de codicia, domesticados luego por el lujo que compraron con el oro robado a los indígenas. Por sus venas corría la sangre de los nobles ladrones que habían clavado la espada en tierras nahuatl, nobles que aún mamaban de la herida abierta sin atisbo de saciarse. Eran los dueños desde esos tiempos y lo seguirían siendo.
-Necesito que el tema “Mariana” quede resuelto antes de hoy en la noche -le dijo a Ramírez de un punto a otro de la sala, para que todos escucharan-. Se acabaron las excusas y me veré forzado a tomar medidas más drásticas -agregó con el tono en que su casta se dirigía a la servidumbre. -La operación está sufriendo enormes retrasos por tu incapacidad para deshacerte de una puta -y lo miró directamente a los ojos sin pestañear. Ramírez hervía, pero sabía que tenía razón.
A pesar de la amargura que le producía verse humillado frente a sus subordinados, todos de origen popular, contestó calmadamente.
-Pedro, el ermitaño, ya la debe haber rastreado.
-¿Sabes? Nunca entendí por qué es tan especial ese Pedro ¿Es algún agente o sólo otro de esos mercenarios que recoges de las calles?
-Pedro Damián, el ermitaño, es un selknam psicótico. Un embrión mal desarrollado que se obstinó en vivir. Su cerebro es inestable como toda su existencia. Su lóbulo temporal continúa, en otra dimensión, hacia el cerebro de un tiburón blanco. Su cuerpo deforme no está del todo en nuestro espacio, se remueve y vibra como una imagen de video deteriorada.
No es fácil describirlo, pero ante su presencia se tiene la sensación de una anomalía perversa, de existencia corrupta. Muchos de nosotros pensamos que ofende a Dios.
Alvarado había cambiado de expresión a medida que oía los detalles.
-Suena espantoso.
-Lo es. Es una pesadilla viviente.
-¿Cómo es que algo así trabaja para nosotros?
-Entiende que no trabaja oficialmente para nosotros.
-Si, entiendo- sonrió -tú trabajas en los límites de lo permitido. Eres el basurero que se encarga del “trabajo sucio”, ¿no?.
-Si, Alvarado -dijo disimulando su amargura- soy de los que le recogen la basura a tipos como tú.
>>Pedro, el ermitaño, hace trabajos para nosotros a cambio de “miedo residual”.
-Parece que hay varias cosas que no me informaron cuando me enviaron a este agujero ¿Qué es “miedo residual”, por el amor de Dios?.
-Todas las unidades operacionales como la nuestra, trabajan con médiums, contactados, poseídos y entidades psíquicas altamente tóxicas. Se necesita un complejo sistema de extracción y limpieza en las redes de aire acondicionado. Las infecciones que pueden producirse son realmente peligrosas, si vieras las imágenes que obtenemos con los filtros adecuados se te pondrían los pelos de punta. Quizás por eso no te contaron nada -sonrió viendo la cara de preocupación que comenzaba a aparecer en Alvarado-. Hace algunos años conseguimos convertir en datos los procesos chamánicos de exorcismo y desarrollamos extractores que están constantemente filtrando la carga en las auras de los operarios, quebrando “presencias”, absorbiendo la pena que emanan algunas entidades; absorbiendo algunas almas que se han arrastrado hasta nosotros evadiendo los firewalls, sedientas de calor humano, a través de las carreteras que abrimos entre mundos.
>>Todo lo extraído se reduce en unas cámaras de disolución. Los dolores demasiado gruesos se fijan con estática a unas barras de ferrita del tamaño de una mano. Les llamamos “miedo residual” y Pedro, el ermitaño, tiene un especial gusto por ellas.
-¿Cómo? -Alvarado se reía nerviosamente-. ¿Le pagamos con almas en pena?- sonrió cruzándose de piernas y brazos, pensando “este cabrón realmente lo está disfrutando”.
-Si no me crees -dijo Ramírez y modificó la función en la pantalla de su monitor- te puedo contar que en estos momentos hay algo parecido a un niño trepando abrazado a tu pierna derecha y una entidad, vagamente similar a un pulpo, está adherida a tu espalda intentando penetrar tus chakras con sus tentáculos -Alvarado hizo una mueca parecida a una sonrisa y tragó saliva. Todos los operarios miraban expectantes la pequeña venganza de Ramírez. De pronto sonaron todas las alarmas y las luces enrojecieron.
-¡Señor, Pedro encontró a Mariana! -Ramírez corrió hacia el puesto del controlador y le palmoteó la espalda-. Bien, muchacho. Abre la comunicación ¿Tenemos imagen?.

* * *
-¡Seelknaaam! ¡Este huevón me quiere matar! ¡Ayúdame desgraciado! – Mariana respiraba agitadamente.
Pedro se hundió la mano en el ojo derecho y giró algo que sonó como un switch, una nube se formó en torno a él y lo hizo desaparecer. De la nube emergió la imagen de la madre de Mariana levitando hacia ella. La mujer entró en pánico.

* * *
-¿Qué ocurre? -preguntó Alvarado inclinándose sobre el monitor-. Ahora se ve distinto.
-Pedro tiene disociados todos los componentes de su psique. Su ego, su yo y todas sus capas psicológicas tienen vida independiente en torno a él. Lo orbitan, entran y salen frenéticamente.
>>“Eso” que está viendo Mariana es su arma más peligrosa -continuó-. Su ánima es una entidad femenina voraz e infecciosa, sus raíces penetran tu psique desde el inconsciente colectivo e inocula recuerdos tóxicos en tu mente que se reproducen y copan tu memoria. Es capaz de reencarnarse en cualquier estructura, puede hacer vivir a un cuchillo o una montaña pequeña. Es un conjuro negro personificado.
-”Eso” ¿es parte de Pedro? -preguntó Alvarado con nerviosismo.
-Es la entidad “Juana”. Su sonda, su proyectil, su perro guardián, su amante, su tarot, su droga. Veneno psicológico vivo.
-Recuerda que no debe dañarla, sólo capturarla ¿Podrá entender eso?

* * *
-¡No me toques! -Mariana gritaba completamente fuera de sí frente a la visión fantasmagórica de su madre mutilada. La veía desde todos los puntos de vista y era capaz de leer la estructura molecular de toda su piel.
Comenzó a vomitar.
-No quiero hacerte daño, hija mía. Sólo quiero llevarte conmigo para que disfrutes este calvario. Sólo quiero nos abracemos en esta muerte antes de la muerte -extendió un brazo desde la zona de su corazón y la tocó entre los ojos. Mariana estaba siendo inoculada con veneno psíquico directo a sus neuronas, pulsos cargados con los recuerdos atroces de las “perras”. Se desorbitaban sus ojos, el cuerpo completamente crispado; se orinó y le faltaba la respiración. Sentía que una mantarraya le envolvía el cerebro con un color hediondo lleno de microbios catódicos. Anémonas electrónicas interviniendo sus sistemas, colonias de parásitos mnemónicos proliferando en los resquicios de su masa encefálica.
-Ahorita te vas conmigo a Colombia, Mariana. Que pinche “perrita” vas a ser. Pero como soy todo un bromista, vas a estar consciente todo el tiempo, mi chula.

* * *
-No vamos a hacer eso -dijo Alvarado- ¡díselo ya!
-Bien, el trato era que si ella no cumplía la íbamos a…
-¡No, imbécil! -le gritó en la cara y perdiendo toda la compostura, lo aferró de una solapa. Ramírez lo miró más sorprendido que molesto.
-¡Te ordeno que controles a esa cosa de inmediato! -Ramírez se soltó de un manotazo. Desde el comunicador se escuchó una voz extraña.

* * *
-Ya está bien. Suéltala -dijo el selknam y desplazó el espacio que ocupaba Pedro un milímetro hacia la izquierda. El demonio alcanzó a huir por una puerta y entrar inmediatamente tras el Reche en la forma de una ola de ira roja.
El selknam huyó dos años hacia el pasado, a un momento en que Pedro meditaba, y le enterró un estilete de metal en su columna. Saltó hacia una grieta de tiempo y cayó al presente de cara a una ola roja bastante más débil, la esquivó con un pase de Aikido y, tomando el mango del estilete, le arrancó la columna vertebral de un elegante tirón.
Pedro cayó de bruces.
El selknam, inmóvil en el gesto, la columna colgando de su mano.
El silencio, el crepitar del fuego.
Mariana en el suelo, desvanecida.

* * *
-¿Qué pasó? -preguntó Ramírez.
-No tengo idea quién es ese huevón -dijo Alvarado- pero te salvó de una caada mayúscula.
-Verifiquen si todavía tenemos comunicación con los aparatos de Pedro -reaccionó mecánicamente el militar, sorprendido por la aparición del selknam y la particular preocupación de Alvarado por Mariana.

[…continúa en TauZero #3]

El libro de Shklovski

Por Sergio Alejandro Amira

Como moscas para muchachos lascivos somos nosotros
para los dioses:
Nos matan por deporte.

(Rey Lear)

I

Anoche soñé con Enki, y hoy la puerta se abrió.

Al igual que la primera vez no recordaba nada específico del sueño, salvo esa silueta iridiscente de tigre que era el avatar escogido por Enki para sus andanzas por este Universo.

¿Habría pasado tres meses durmiendo como la primera vez? ¿Habrían logrado enjaular a Enki una vez más? Aruru debería estar al tanto por lo cual la invoqué a viva voz. En ocasiones acudía a mi llamado, y en otras, como ahora, no.

Dijeron que si volvía a soñar con él serían capaces de rastrearlo y capturarlo y que entonces, tal vez, me dejarían en libertad. ¿Estarían hablando en serio o era sólo una mentira para brindarme esperanza?

Poso mi mano en la perilla de la puerta que, para mi asombro, se abre. Avanzo cautelosamente fuera de mi celda en medio de las penumbras de lo que asemeja un túnel, en dirección a un rayo oblicuo que ilumina el final.

La luz al final del túnel, ¿estaré muerto?, reflexiono.
Emerjo en la boca de una caverna situada en una saliente a varios metros del suelo. No, no estoy muerto.

Lleno mis pulmones de aire y me percato que es de una pureza a la que no estoy acostumbrado. Allá abajo se extiende un frondoso tapete verde, un bosque interminable y majestuoso.

El sol está emergiendo tras las montañas, no estoy en la Tierra, como atestiguan las tres pequeñas lunas que aún engalanan el cielo matutino.

En el pedregoso suelo reposa una rama caída, larga como un brazo y aún húmeda por el rocío de la mañana. La recojo como si se tratara de un majestuoso cetro, como si mediante esta acción estuviese reclamando mi dominio sobre esta nueva realidad.

Disfruto de una paz como no he experimentado nunca en toda mi vida, y tranquilamente comienzo a descender por las rocas desnudas. Mientras lo hago, rememoro las circunstancias que me trajeron aquí.

II

La verdad es que siempre me pareció risible esto del fin del mundo, ya fuesen las hipótesis planteadas por científicos ociosos o las escatologías religiosas ideadas para ganar más adeptos. La mayoría de estas ideas solían proponer un exterminio generalizado de la vida sobre el planeta, no podíamos desaparecer nosotros nada más, no señor, el gran Arca de Noe que es la Tierra tenía que hundirse con todos los pasajeros a bordo. Pues bien, alguien no tuvo en consideración nuestra pedante vanidad y nos borró de la faz del planeta sin tocarle un pelo a sus demás habitantes.

Desperté en lo que creí era mi habitación, en lo que creí era mi casa, con los músculos agarrotados y la imagen de Enki envuelta en una vaga memoria de espantosos horrores oníricos. El reloj marcaba las seis y media de la tarde, era sábado y al parecer había dormido durante gran parte del día.

El libro de Shklovski ya no estaba sobre el lugar donde lo había dejado la noche anterior, tal vez mamá había entrado en mi cuarto mientras dormía y lo había tomado.

Abandoné mi habitación a la espera de encontrarme con alguno de mis padres pero no había señal alguna de ellos, estaba solo en el departamento.

¿Por qué razón me habrían dejado dormir tanto? Ni siquiera cuando llegaba tarde de alguna fiesta permitían que me levantase más allá de las 9:30 de la mañana.

Al pasar junto a la puerta que comunicaba al corredor del edificio sentí el impulso de abrirla, pero esta permaneció cerrada pese a no estar con llave. Similar resultado obtuve al intentar abrir las ventanas. Tomé el citófono para así pedir ayuda al conserje pero la línea estaba muerta.

Hube de admitir que estaba confinado al interior de mi hogar, como sí del único participante de uno de esos reality shows al estilo Gran Hermano se tratara. Las tripas, a quienes mi desconcierto les importaba un bledo, protestaron hambrientas. Me dirigí a la cocina en busca de algo que comer y una vez allí comprobé que el suministro de gas estaba cortado, las cerillas no estaban en su lugar y la única cubertería disponible eran cucharas. En cuanto a los suministros alimenticios estos se reducían a un sinnúmero de compotas en frascos de vidrio para críos desdentados. Colados y picados Nestum, carne con espinacas, pescado, pollo, compotas de pera y duraznos…

Tomé una cuchara y, resignado, abrí un pote. Luego de zamparme cinco frascos y quedando medianamente satisfecho retorné a mi dormitorio y encendí la tele. La misma y curiosa imagen era transmitida en todos los canales: una habitación completamente vacía salvo por un taburete blanco con una rueda de bicicleta ensartada encima. ¿Qué podría significar aquello?

De algo eso sí estaba seguro, mi actual situación debía estar relacionada con los eventos acaecidos el día anterior en casa de mi hermana.

Pese a que mi radio Philips Digital Equalizer Incredible Surround Bass Reflex Speaker System funcionaba me fue imposible localizar alguna emisora y sólo se oía estática (por suerte tenía mis discos compactos para alivianar el tedio).

Decidí esperar a que regresaran mis padres, dos, tres, cuatro horas hasta quedarme dormido. Desperté en medio de la oscuridad, encendí la luz y nuevamente inspeccioné el departamento, que continuaba en las mismas condiciones. Presa de una repentina desesperación comencé a golpear las paredes y a gritar como loco pidiendo ayuda, pero me percaté que todo era en vano.

Durante los días siguientes me avoqué a la tarea de inspeccionar el departamento en busca de algún indicio que me ayudara a comprender el absurdo episodio de la Dimensión Desconocida que, contra mi voluntad, estaba protagonizando. Revisé cada rincón sin que el libro de Shklovski apareciese por ninguna parte. Arrojé sillas y otros objetos hacia las ventanas sin hacerles mella alguna e intenté derribar la puerta con similares resultados. Grité hasta quedar afónico y hasta tuve la idea de prenderle fuego al departamento ¿pero con qué si no había cerillas? Intenté provocar un corto circuito y me percaté que por los cables no corría electricidad. Lo que fuera que permitía el funcionamiento de los aparatos electrónicos como mi radio Philips Digital Equalizer Incredible Surround Bass etc. no era, paradójicamente, la electricidad.
Fue entonces cuando comencé a considerar la idea que no me encontraba en mi casa, lo que confirmé tras observar largamente por los ventanales y comprobar que el exterior no era más que una especie de filme que se repetía cada 24 horas. Simulacro, todo no era más que un simulacro, mis libros, mis discos compactos, mi radio, mi ropa, el día, la noche, todo.

¿Qué hace uno frente a tales circunstancias? Pues seguir viviendo de la mejor forma posible. Como la temperatura de mi prisión era de unos agradables y constantes 22 grados centígrados decidí andar desnudo, después de todo no podría llevar mi ropa a la lavandería si se ensuciaba. Lo que sí podía era asearme a mí mismo, ya que la ducha funcionaba a la perfección y ni siquiera tenía que encender el calefón para obtener agua caliente. De esta forma pasaron tres días durante los cuales comí mi alimento para bebé, escuché música, releí algunos de mis libros y observé de cuando en cuando la pantalla del televisor a ver si habían cambiado el programa. Pese a todo mi situación no era tan desagradable. Extrañaba a mis padres, pero no tanto como poder salir a dar una vuelta a la manzana o comerme una buena hamburguesa del McDonald.

Y entonces, la tercera noche, apareció Aruru.

Al principio pensé que estaba soñando una de esas recurrentes poluciones nocturnas de joven solitario, pero no, la mujer a la que penetraba extasiado no había sido modelada de la materia incoherente y vertiginosa de la cual se componen los sueños, era real, o por lo menos así se sentía. Su bronceado cuerpo de caderas generosas, pechos firmes y bien torneadas piernas era perfecto, aunque sus extremidades superiores… no es que se asemejaran a las de una marioneta, ¡eran las de una marioneta!

En efecto, tanto sus largos e inútiles brazos como su cabeza eran de madera, recubierta con lo que parece ser esmalte brillante. Las pupilas de sus ojos estaban pintadas sobre la inexpresiva cara, asimismo como sus labios carmesí y las largas pestañas semejantes a puntas de lanzas que circunvalaban sus cuencas. Su brillante y negro cabello era sintético, como el de las muñecas, probablemente plástico.

Los brazos como ya he dicho eran inservibles, y se ladeaban de un lado para otro cuando Aruru caminaba. Sus rígidos dedos no poseían articulaciones y sus manos estaban siempre abiertas. La sólida cabeza sobre sus hombros era tan inútil como sus brazos y parecía no albergar ningún cerebro orgánico u electrónico. Pero esto no quiere decir que Aruru no fuese un ser inteligente. Lo era, aunque no pueda explicarme cómo, y hablaba, aunque no produjese sonido alguno.
Cómo lograron sus creadores dotar de vida a un exquisito cuerpo femenino decapitado escapa a toda hipótesis por más aventurada que esta sea. Si su intención era proveerme de compañía femenina, ¿Por qué no una mujer real?, ¿A que se debía la presencia de aquella criatura de brazos y cabeza inanimadas? Estas eran sólo un par de las muchas preguntas que Aruru no supo explicarme nunca. De cualquier forma era buena compañía, sobretodo en la cama.
Tal vez Aruru fuese una especie de androide (aunque el término correcto sería “gineoide”, si mal no recuerdo) o incluso una proyección telepática de mi subconsciente, lo cual explicaría su insólita apariencia (me imagino a Romina diciéndome: la ausencia de una cabeza real en Aruru representa tu temor a las mujeres autónomas e inteligentes, su ausencia de brazos responde a la aversión que sientes ante el tacto de terceras personas, etc., etc.).

Durante mi cautiverio llegué incluso a contemplar la posibilidad que Aruru, junto con todo lo que me rodeaba, no fuese más que un programa al interior de un computador al que mi cerebro estaría conectado, ¿no decía Copenhage que todo el universo conocido por nosotros es producto de nuestros cerebros e instrumentos de tal modo que uno es eliminado del universo actual? Como sea, a esas alturas era evidente que Aruru no era más que un intermediario entre mi persona y la verdadera inteligencia detrás de mi curiosa situación.
Pero, ¿cómo es que entraba Aruru si la puerta nunca se abría? Pues atravesando las paredes como un fantasma, por supuesto. ¿Por qué no podía hacer yo lo mismo? Pues debido a que mis carceleros no deseaban que abandonase mi prisión, claro.

Sí, pensé en el suicidio poco antes de que apareciera Aruru, pero lo deseché de inmediato. Primero que nada por que sería incapaz de cometer un acto así, y segundo, porque carecía de todos los medios necesarios como para llevarlo a cabo. Si bien es cierto que había varios cinturones bien resistentes en el armario de mis padres, no existía nada de donde poder colgarme. Podría tal vez intentado quebrar la pantalla de la TV y utilizar los fragmentos de vidrio para cortarme las venas, pero Aruru me advirtió que al menor intento de atentar contra mi integridad física un intenso dolor de estómago acompañado de náuseas y perdida de motricidad me lo impediría. Preferí no comprobar si lo que decía era cierto.

Ya que no podía ni deseaba poner fin a mi vida volvamos al fin del resto de mis congéneres. Aunque parezca inaudito no me atormenta mayormente el fin de la humanidad, nunca le tuve gran aprecio y hasta cierto punto me alegraba que Enki hubiese librado al planeta de nuestra presencia. Se me viene a la memoria una hipótesis, desarrollada en la última película a la que tuve oportunidad de asistir. Uno de los personajes, una IA, proponía que nuestro comportamiento no era el de un mamífero, sino el de un virus. ¡Como olvidar las sabias palabras del Sr. Smith!: “Los seres humanos son una enfermedad, el cáncer de este planeta. Ustedes son una plaga.” A la luz de esta revelación podríamos definir a Enki entonces como la cura definitiva contra el virus humano.

Las migajas de información que Aruru mezquinamente fue arrojándome me hicieron perder poco a poco la comodidad de la ignorancia. Lo que yo creía apenas una noche de sueño habían sido en realidad nueve semanas de letargo, tiempo que le tomó a Enki borrar a la humanidad de la Tierra. Caí en el hechizo del sueño eterno cual poco agraciado bello durmiente, y no desperté hasta que Enki terminó su pantagruélica comilona.

Fui abducido la misma noche de la llegada de Enki, antes siquiera que los inexplicables decesos preocuparan a la opinión pública. Sus primeras víctimas fueron Romina y Alana, luego continuó con los habitantes de Santiago de Chile y el resto del mundo. Enki es un verdadero tragaldabas, un glotón como jamás se ha visto en el universo. Desconozco el porqué de su preferencia culinaria por el homo sapiens sobre todas las demás criaturas terráqueas pero si sé esto: Enki se nutre de la energía liberada al momento de la muerte, la que provoca manipulando los electrolitos del torrente sanguíneo de sus víctimas, o algo por el estilo.

Aruru me explicó detalladamente la fisiología de Enki pero la verdad es que no me quedó muy claro (las ciencias nunca fueron mi fuerte). Por lo poco que entendí Enki es una entidad que posee total control de sus átomos además de una vasta red energética que emana del núcleo de su cuerpo, puede alterar su masa a voluntad y adoptar cualquier apariencia. Mis indolentes carceleros le habrían permitido actuar a su antojo con el fin de estudiarlo. “Los seres humanos de la tierra no son más que un cultivo de miles y por lo tanto, sacrificables”, fueron las exactas palabras de Aruru cuando le eché en cara la indiferencia de sus amos para con mi especie.

De acuerdo a Aruru sus jefes teorizaban que la única forma de eliminar a Enki sería por medio de una explosión nuclear que interrumpiera la energía unificadora de sus átomos, pero para ello primero tenían que encontrarlo. ¿Pueden creer que en un momento de descuido se les perdió de vista a los muy omnipotentes, tal como si de un tigre que huyó del zoológico se tratara? En efecto, Enki abandonó la Tierra y esperaban ubicarlo con mi ayuda antes de que se zampara otro mundo. ¿Habrán logrado capturarlo? Dada mi actual situación parecía que sí.

El día antes de mi liberación (haya sido ayer o hace tres meses), y tras una agotadora sesión de sexo, Aruru me solicitó por enésima vez hablarle de mi visita a la casa de Alfredo Hauchecorne y los sucesos posteriores al hurto del libro de Shklovski. Yo pensaba que si mis carceleros lograron replicar mi habitación completa hasta el más mínimo detalle deben haberlo hecho a partir de información que recuperaron de mi cerebro. ¿No podrían mediante el mismo mecanismo enterarse de todo lo demás entonces? ¿Qué objeto tenían esos interrogatorios? Nunca lo supe, pero lo cierto es que cada vez que narraba la historia recordaba más y más detalles.

III

La culpa de todo esto la tenía Gonzalo Le Feuvre, con él se cruzó mi errante camino cierto día en que la fortuna no me era del todo favorable. ¿Las circunstancias del encuentro? Avenida Pedro de Valdivia, después de haber realizado algún tramite sin importancia. Estado moral: ociosidad, hastío por los vicios e injusticias del mundo moderno. Entra en escena Le-Feuvre, el joven poeta iba de visita a la casa de Alfredo Hauchecorne, ubicada en una de esas calles ciegas de Pedro de Valdivia. Me sugirió que lo acompañara.
-¡Cómo te vas a perder la oportunidad de conocer a Hauchecorne! -me dijo-. ¡Tiene una biblioteca increíble!

La propuesta de Le-Feuvre tuvo en mí un efecto seductor casi instantáneo. Conocer a Alfredo Hauchecorne, ¡y en su casa! Un momento, ¿y si a Hauchecorne le importunaba la aparición de una visita extra? Ciertamente no sería la ocasión más afortunada para ser presentado ante uno de los hommes de lettres más ilustres de Chile.

-No habrá problema, te lo aseguro. Hauchecorne es muy amable, ya veras -dijo Le-Feuvre. Sus argumentos parecían convincentes por lo que accedí a acompañarlo.

A Le-Feuvre le había conocido a principios de año. Por aquel entonces me parecía bastante insoportable y es que había obtenido el primer premio del concurso de poesía juvenil Me niego a guardar silencio, organizado por Mnemotecnia Ediciones. Alfredo Hauchecorne, único jurado del concurso, no escatimó elogios para Le-Feuvre llegando a decir que éste representaba la continuidad poética en nuestro país, cosa que me pareció algo exagerada.

Hauchecorne recortó su perfil entre los poetas latinoamericanos durante la década de 1960 con el pulso de obras como Exijo ver a Dios en su casa (1960), Crisálida (1962), y el aclamado Mi otro yo tenebroso (1965). El poeta había estudiado pintura en el Bellas Artes del D. F. Mexicano y a mediados de la década abandonó México para instalarse en el Greenwich Village, Nueva York, donde tomaría contacto con artistas, poetas e intelectuales como John Cage, Allen Ginsberg y William Burroughs. Desde entonces Hauchecorne residió intermitentemente entre el D.F. mexicano, Nueva York, París y Barcelona hasta que luego de pasar tres años en un convento trapense decidió regresar a Chile.

Tras un breve trayecto llegamos ante la puerta de Alfredo Hauchecorne. Le-Feuvre llamó y tras unos segundos apareció el poeta en persona.

-Hola, Alfredo -saludó Le-Feuvre estrechándole la mano-. Te presento a un amigo, Daslav Merovic.
-Mucho gusto, Daslav -dijo Hauchecorne.
-Lo mismo digo -contesté.
-Daslav es hermano de Romina Trugeda -informó Gonzalo.
-Medio-hermano -corregí antes que Hauchecorne inquiriera por qué mi hermana y yo teníamos apellidos distintos. Aunque la razón era bastante obvia esta era una pregunta que solían hacerme.

Tras las formalidades de rigor Alfredo Hauchecorne nos hizo pasar a una elegante estancia decorada con valiosos muebles, en su mayoría de caoba estilo francés, un gran tapiz mural de Verdure del siglo XVIII lucía en una de sus murallas. No fueron estos objetos, sin embargo, los que llamaron mi atención sino la gran cantidad de volúmenes con los que contaba la biblioteca de Hauchecorne, ¡y yo que pensaba ingenuamente que la biblioteca de Romina era grande!
Me precipité a revisar los títulos de las estanterías mientras Hauchecorne, con una sonrisa benevolente, fumaba tabaco francés en una pipa tallada. Su colección de pipas, que conservaba en la biblioteca, no era menos impresionante que la de libros. Amablemente me mostró algunas, una de agua del siglo XV, otra de calabaza como la de Sherlock Holmes, una china, otra griega…

-Según un estudio norteamericano los fumadores de pipa viven cinco años más que los no fumadores -informó Hauchecorne mientras rellenaba de tabaco una antiquísima pipa de espuma de mar que había adquirido a un anticuario del centro por un precio ridículo. La pieza tenía tallado, a ambos lados de la cazoleta, el escudo de armas de la familia real de Bohemia-. La próxima semana viajo a la Quinta Región, al primer encuentro nacional del Círculo de la Pipa a realizarse en el Bar Inglés de Valparaíso -agregó el poeta.
Tras aquel comentario Hauchecorne nos invitó a tomar asiento (lo que hicimos sobre un sillón Luis XVI con tapicería Grosspoint) y ofreció café negro con crema. Mientras el poeta preparaba la infusión reparé en un gato enorme que dormitaba sobre un aparador francés de nogal. Fue bueno saber que a Hauchecorne le gustaban los gatos, me ayudó a entrar en confianza ya que siempre he sospechado de la gente a las que no les agradaba la compañía felina. Soriano decía que todos los escritores con corazón se han ganado un gato que los sigue y los protege. Recordé al gato del Dante, al de Baudelaire, al de Lewis Carrol, al de Borges, a los de Burroughs y Hemingway, y recordé a Enki, por supuesto.

-Quince mil, pero eso fue hace tres años -fue la respuesta de Hauchecorne a mis preguntas: “¿Cuántos libros tienes?, ¿los has contado?”-. Esta biblioteca la heredé, junto con la casa y todos los muebles y objetos de arte, de mi abuelo paterno. No tuve acceso a ella sino hasta mi regreso a Chile, a fines de los ochentas. No me crié bajo la sombra de este inmenso roble como podrías pensar. Tengo planeado botar el techo para poder alargar los estantes y colocar una escalera.
-Y terminar construyendo la Biblioteca de Babel ­-comentó Le-Feuvre.
Tras mi somera revisión de las estanterías me extrañó la ausencia de libros de la pluma de Hauchecorne en su biblioteca y así se lo hice notar. Éste argumentó que la causa por la cual no había libros suyos se debía a que todavía conservaba el hábito por la buena lectura. Le-Feuvre rió de buena gana mientras me invadía una ligera sensación de Deja-vu.
-Daslav es un gran lector de ciencia ficción -informó Le-Feuvre a nuestro anfitrión.
-¿En serio? -preguntó éste.
-Sí -confirmé-. ¿A usted le gusta la ciencia ficción?
-No -fue la respuesta de Hauchecorne-. Es un género con el cual no he logrado relacionarme nunca. A Borges le gustaba mucho, aunque eludió el término “ciencia ficción”; refiriéndose a ella sólo en forma elíptica: “fantasía de carácter científico”, “ficciones de cosas probables”, “pesadillas que rehuyen un estilo fantástico”, “imaginación razonada”. Lo poco que he leído del género han sido justamente los autores recomendados por Borges: H. G. Wells, Ray Bradbury, Olaf Stapledon, C. S. Lewis… Me quedo con la Trilogía Cósmica de Lewis, Hacedor de estrellas de Stapledon y uno que otro cuento de Lovecraft, aunque este último me parece no es ciencia ficción en el sentido más estricto, ¿no es así?
Le-Feuvre asintió con la cabeza.

Tras aquella declaración permanecí un buen rato en silencio, escuchando a los poetas, me aterraba no decir algo lo suficientemente inteligente.

En una primera instancia, la charla giró en torno a la falta de apoyo a la poesía en Chile y el favoritismo hacia la narrativa que en la mayor parte de los casos era, a juicio de Hauchecorne, de dudosa calidad. Le-Feuvre hizo sus descargos en contra de las casas editoriales que tienen la política de no publicar poesía porque según ellos “no vende”, a pesar, según él, de ser Chile un país de poetas.

-Tienes razón -contestó Hauchecorne mientras recargaba de tabaco su pipa-. Chile es un país de poetas pero lamentablemente no de lectores de poesía. La lectura no es un hábito lo suficientemente desarrollado entre los chilenos quienes en su mayoría prefieren la narrativa a la poesía. Pregúntale a cualquier editor y te dirá que la poesía no despierta gran interés en el público, en especial la poesía contemporánea que les es “más difícil de comprender”. En la poesía el lenguaje se recrea en sí mismo, hay metáforas que conducen a otros mundos. De los lectores la mayoría está por lo fácil, donde no hay interpretación. Una muy buena amiga mía que es editora dice que el apoyo a la creación poética y la rentabilidad de esta es una ecuación que no cuadra ni ha cuadrado nunca, a excepción de los consagrados claro está. Por esto iniciativas como la de Mnemotecnia Ediciones tienen tan formidables convocatorias ya que representan una de las pocas oportunidades de romper él círculo vicioso del poeta desconocido que no puede publicar por no ser consagrado por no poder publicar. ¿Sabían que de los 157 títulos de poesía de autores chilenos que se publicaron el año pasado 92 fueron autoediciones de los propios autores? Para muchos poetas la autoedición es el único método. Yo autopubliqué mis primeros poemas a los dieciséis años en una imprenta llamada Nieto & Nieto, en la que se podía pagar a medida que se vendían los libros. Cuando le llevé mi primer libro publicado a mi madre, me dijo: “¿Y qué plata vas a ganar con esto?”. Tenía razón, vendí uno o dos y los demás los quemé, los poemas de aquel libro eran horrendos. Coincidentemente la imprenta se incendió a los pocos días, se rumoreaba que los hermanos Nieto le prendieron fuego, para poder cobrar el seguro. No tuve que pagarles ni un peso. No fui el único, los hermanos Nieto publicaron como a 300 poetas, todos a perdida. Nadie se acuerda de ellos, salvo una vez que les hicieron un reconocimiento, un almuerzo en la Sociedad de Escritores. Tú has sido afortunado Gonzalo, son pocos los poetas que pueden contar con una editorial que los apoye, sobre todo de una editorial grande como Mnemotecnia Ediciones que desde su fundación en 1957 ha mantenido un compromiso ininterrumpido con la poesía chilena.

-Sí, lo sé -admitió el poeta más joven-. Más del 18 por ciento del catálogo de Mnemotecnia lo constituyen publicaciones en poesía, análisis y crítica y cuatro de las veintiséis colecciones que conforman su catálogo están dedicadas íntegramente a la poesía. Tú sin embargo te retiraste de Mnemotecnia, a pesar de todos los halagos que le promulgas, y te cambiaste a una editorial pequeña.
-Las editoriales pequeñas son más jugadas, ¿sabías que publican proporcionalmente más poesía que las grandes? El 40 por ciento de lo que publica Ataraxia, mi nueva editorial, es poesía, a razón de mil ejemplares por título. Ha habido algunas reediciones, a pérdida por cierto, pero se trata de una inversión a largo plazo, de desarrollar el gusto por la poesía. Por lo demás estoy algo cansado de eso que Elias Canetti denominaba pfauenhaftigkeit, ese afán de notoriedad y presunción de muchos artistas y escritores, cuyas obras suelen ser objetos de grandes lanzamientos por parte de algunas casas editoriales. Ataraxia es la clase de proyecto en el que me interesa estar en esta etapa de mi vida. Ahora estoy trabajando para ellos en un libro que reunirá todos mis ensayos sobre literatura, una especie de mapa de la tradición personal en la que se inscribe mi obra, un mapa de mi problemática como escritor.

Fue entonces cuando me atreví a formular una pregunta ingenua; ¿Se puede escribir fuera de una tradición? La respuesta de Hauchecorne:

-Uno crea su propia tradición, tradición que acarrea ciertas obligaciones que deben respetarse. Remitámonos a Latinoamérica, no se puede escribir literatura por estos lados sin tener en cuenta a Vallejo, Neruda, Tirapegui, Arlt, Borges, Guimaraes Rosa, Onetti, Rulfo… no se puede escribir como si esos monstruos no hubiesen existido. Hay colegas que exaltan a otros escritores como sus maestros, pero esa admiración no se refleja en sus obras. Admirar también supone obligaciones, no se puede admirar a Shakespeare y escribir como Góngora. Cuando uno escribe se establece, por supuesto, una lucha con esa tradición, es ahí cuando aparecen los escritores que uno admira, los que uno tiende a imitar. La obra se cubre entonces con la piel fantasmal de los antiguos maestros, a veces es una fina epidermis apenas perceptible, otras, una manta gruesa que puede guarecerte de las inclemencias del exterior pero de la cual no se te asomará ni la cabeza. Yo creo que las influencias son reales cuando no son superficiales, lo que Goethe llamaba “las afinidades selectivas”. Las influencias se producen también inadvertidamente, por germinación, como diría Gelman, por contaminación, y por esto en ocasiones un escritor o un poeta actual iluminan a uno anterior, como si el escritor actual hubiese influido al otro. En un principio uno imita mucho, como un autómata, como el Espantapájaros del Mago de Oz. Luego uno quiere un cerebro propio, una personalidad propia, es como dijera Marinetti: <> Uno puede arrojar a la basura a los escritores que uno admira y pensar que es lo más saludable ya que nunca estaremos capacitados para superar a nuestros maestros, sin embargo a mí eso no me parece un buen estímulo. No se escribe con la ambición de matar a Shakespeare sino para ser admitido en su círculo. Faulkner decía que si un día llegaba a alcanzar esa perfección, ese ideal al que cada vez que escribía aspiraba, sólo restaba cortarse la garganta. No me agrada en absoluto la sacralización del escritor o la mitificación de la literatura, obstruyen el buen juicio. Para mí los textos son los que cuentan y no los escritores. Detesto a esos poetas extremadamente cultos, se puede ser muy culto e inteligente y producir un material infecto y débil.

-Como es el caso de tantos eruditos del Siglo de Oro frente a Cervantes -aseveró Le-Feuvre.
-Exactamente -afirmó Hauchecorne-. Esos humanistas eran los hombres cultos de la época pero leerlos hoy me produce acidez estomacal. No debe existir necesariamente una ética que acompañe a la estética de un escritor ¿saben? Hay muchas cosas de Borges por ejemplo que yo no comparto pero Borges es un gran escritor y eso es lo que me importa.
-Sin embargo la poesía de Borges no me parece tan notable como su narrativa -comentó Le-Feuvre.
-Bueno, a decir verdad Borges no es un gran poeta cuando escribe en verso, por lo menos no en el sentido que lo es Vallejo -dijo Hauchecorne-. Vallejo es uno de mis poetas favoritos, es un destructor implacable de jerarquías y valores. Sus poemas atesoran fragmentos expresados en sinécdoques que han dejado de remitir las partes a un todo y sin embargo hay en él un elemento autóctono, un elemento campesino, que no está en los cánones de la vanguardia.
-Vallejo es también uno de mis favoritos -aseveró Le-Feuvre-, pero volviendo a Borges, su poesía evidencia la habilidad de alguien que sabe escribir verso, pero que no es poeta -agregó Le-Feuvre.
-Es probable -reflexionó Hauchecorne-, a pesar de esto hay zonas de su prosa que son hondamente poéticas.
-Alfredo conoció en persona a Borges ¿lo sabías? -comentó Le-Feuvre desviando su cabeza hacia el sillón que ocupaba Remigio.
-¿En verdad? -respondí fingiendo no estar al tanto de tan memorable acontecimiento.
-Sí -contestó Hauchecorne-. Lo conocí en abril de 1976, durante un cocktail realizado en su honor en la casa del decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Maine a propósito de una reunión académica titulada Simposium sobre Borges con Borges. Borges se acomodó en un sillón y a su lado dispusieron una silla para los que desearan platicar con él. Yo estaba parado por ahí cerca, librando una lucha interior entre el deseo de hablarle y el terror que me producía su presencia cuando Oscar Hahn, que se había percatado de mis tribulaciones, me dijo de manera divertida y paternal: “Ya hombre, no seas cobarde. Siéntate ahí o té siento de un empujón”. Sin saber cómo, me encontré sentado junto a Jorge Luis Borges. Nuestra charla se centró en un principio en su célebre cuento Las ruinas circulares para derivar luego a su poema El Gólem, a la alquimia y la cábala.
-Existe también una novela títulada El Gólem si mal no recuerdo -comenté ya que no deseaba quedarme corto en cuanto a trivia literaria respecta.
-Si, del escritor austríaco Gustav Meyrink -confirmó Hauchecorne-. La novela de Meyrink y su versión cinematográfica de 1920 impresionaron grandemente al joven Borges, mucho antes de conocer los estudios de Gershom Scholem, pero no creas que Meynrick se inventó al gólem, dicha criatura proviene de la tradición hebrea.
Le-Feuvre y Hauchecorne se enfrascaron luego en una discusión sobre los caminos órficos y prometéicos. El primero insistía en su visión de la poesía como “iluminación” mientras el segundo la visualizaba como un arduo camino por el cual finalmente se llegaba a “la” palabra escrita. Para confirmar su posición Hauchecorne citaba a Picasso: <>.

Podríamos decir que la manera en que Le-Feuvre enfrentaba la vida era en efecto más “órfica” o del ocio (el don de la belleza, el orden y la paz sin conquista) que “prometéica” o del trabajo (el problema que se vence mediante el esfuerzo.) Le-Feuvre solía decir, citando a Eluard; <>. Una belleza más bien “convulsiva” que de proporción áurea cabe mencionar.
-El poeta debe transpirar tanto como un obrero, debe mojar la camiseta. Transpiración -remarcaba Hauchecorne-. Ese trabajo frío y arduo sobre el poema; ese quitar todo lo que sobra y agregar lo que falta. Porque casi siempre es mucho lo que sobra y en menor medida, lo que falta.

Le-Feuvre despreció la tesis de Hauchecorne e insistió en la inspiración fulminante e imprevista mientras Remigio pensaba que el acuerdo entre dos caracteres tan distintos como los de estos poetas era tan improbable como la humanización del excremento gnóstico el día jueves antes del almuerzo.

Le-Feuvre arremetió luego contra las odas, en las que no veía valor poético alguno. Ya no se trataba de una conversación entre aprendiz y maestro, Le-Feuvre se creía con la suficiente autoridad como para medirse con los pesos pesados.

-No cabe proponerse escribir una oda a esto o a esto otro porque en ese caso se trata solamente de ejercer un oficio -sentenció Le-Feuvre-, y el oficio sólo no basta para que la poesía nos visite, no alcanza a suplir esa necesidad. Las odas elementales de Neruda por ejemplo son como la recreación de una técnica conquistada por una vivencia inicial, pero ya separada de ella.
-No sé, a mí me gusta mucho la Oda al Caldillo de Congrio -replicó Hauchecorne.
En este punto decidí entrometerme en la discusión, ya llevaban demasiado tiempo ignorándome.
-Es tan abundante el mundo fenoménico en su inmenso despliegue que es imposible no sentirse saciado de estímulos perceptivos -argumenté ante la mirada suspicaz de Le-Feuvre-. ¿Qué necesidad entonces, suple la poesía? ¿Cuál es la finalidad de la creación poética?
-Tu pregunta no es muy distinta a la interrogante de Leibniz: <<¿Por qué ha de haber ser y sustancia? ¿Por qué no hay más bien nada?>> -contestó Hauchecorne-. Hago eco de las palabras de George Steiner: hay creación estética porque hay creación. Lo que mueve al arte, por más abstracto o hermético que este sea, es la mimesis, la instintiva “imitatio mundi”.
-No creo que la mimesis sea lo que justifica la creación artística -arremetí-. De ser así la precisión fotográfica, la finalidad reproductora constituiría la cumbre del mérito estético.
-No necesariamente -dijo a su vez Le-Feuvre-. Para que haya poesía debemos primero alcanzar la piedra sin dialecto, la hoja sin torreón, el agua frágil sin fémur, el peritoneo seroso de los anocheceres de manantial…
Le reproché al joven poeta estar alejándose del tema.
-No nos estamos alejando -respondió Le-Feuvre-. No es posible alejarse de la poesía, todos los caminos conducen a ella.
-Contesta mi pregunta entonces -demandé-. ¿Por qué habría de haber poesía?
-¿Y por qué no habría de haberla? -contestó impávido Le-Feuvre.
-La justificación de que hay poiesis porque hay creación es un lugar común -le contesté.
-Es este lugar común sin embargo el que desafía el entendimiento -concluyó Hauchecorne.
Luego de esto Le-Feuvre condujo la conversación hacia uno de sus temas favoritos, la muerte.
-Te gustaría el cementerio de Père Lachaise de París -dijo Hauchecorne-. Allí están enterrados, entre otros, Jim Morrison, Moliére, Chopin, Oscar Wilde, Max Ernst y Marcel Proust. También descansa en paz en el Lachaise un muy buen amigo mío, Dante Renard. Descubrí su poesía por casualidad, cuando trabaja como corrector en la revista Plural, dirigida por Octavio Paz. Aquel poema me impresionó tanto que olvidé corregirlo, lo que me valió una dura reprimenda por parte de mi jefa. Renard residía en Xalapa, su casa estaba en las afueras, en un barrio muy tranquilo. Su casa era inmensa, con habitaciones espaciosas y una estupenda biblioteca, del doble del tamaño que esta. Renard era solo, pero tenía una cocinera y también estaba la hija de la cocinera, y la hija de la hija de la cocinera y el hermano de la cocinera que oficiaba de chofer. En esa época Renard encabezaba un grupo de poetas denominado Nil admirari. Yo mismo fundé, junto con otros escritores, un grupo literario que de algún modo fue apadrinado por Renard. Era un grupo cuyo vínculo giraba alrededor de los textos, amigos interesados en el estudio del estructuralismo, del formalismo ruso y de una política de la lengua y el psicoanálisis. Lo que más añoro de aquella época es la vida de café que ahora parece estar en extinción. Renard decía que un poeta es como cualquier hombre, pero cualquier hombre no es un poeta. Nos reencontramos años después en Francia. Estaba muy anciano, aunque a mí me parecía que en veinte años no había cambiado nada, ya era viejo cuando le conocí. Recuerdo nuestros paseos por el Lachaise. En el cementerio hay un busto de un espiritista que prometía la reencarnación, su nombre era Kardek, Allan Kardek. En cierta ocasión Renard posó sus huesudas manos sobre él y me invitó a emular su acto. “Así nos encontraremos en la próxima vida” sentenció.
-Renard, he oído de él pero no conozco su trabajo -dije para luego preguntar si es que aquel poeta era mexicano.
-¡No! -exclamó Hauchecorne- Renard era chileno ¿qué no lo sabías?
Enmudecí ante la cólera exhibida por el poeta.
-Ahora que lo pienso en parte tienes razón ¿sabes? -continuó Hauchecorne algo más calmado-. El Renard escritor nació en México. ¡Tanto que se dice que Chile es país de poetas y Renard nos fue a florecer en México! No es de extrañarse en todo caso, México es impresionante, cuando llegué por primera vez al DF tenía dieciocho años y me sentí alucinado, sensación que se mantuvo durante toda mi estadía. Los mejores amigos los hice en México. Renard, Joaquín Obregón, Dorian Cano, Lázaro Fresnillo…

Hauchecorne se quedó un largo rato callado paseando aún por las calles del DF mexicano almacenadas en quien sabe que apolillado rincón de su cerebro. Una vez que volvió en sí se concentró en aconsejar a Le-Feuvre sobre los peligros del éxito, “muchos no te perdonarán él tenerlo”, le dijo. Le-Feuvre hacía oídos sordos a dichas recomendaciones ya que ambicionaba a como de lugar la corona de Amaranto, con la que se coronaba a los poetas dignos de inmortalidad. Sin duda alguna que Le-Feuvre era un romántico, si por romántico entendemos a aquel que “busca inflar su yo a la medida del universo”.

En cierto momento el gato que había permanecido indiferente se desperezó y de un salto bajó del estante donde dormitaba arrojando al suelo una fotografía. Aproveché de preguntarle el nombre del gato a Hauchecorne mientras Le-Feuvre se apresuraba en recoger la foto enmarcada.

-Alistair, se llama Alistair -contestó-. Es como el gato de ese poema de Nicanor Parra, un ser más allá del bien y del mal. A pesar de sus años aún conserva la misma mirada que me cautivó cuando lo recogí de la calle, esa mirada que te atornilla al sillón y ese ronroneo que precede a la llegada del diablo.
-Este es Rimbaud ¿no? -dije mientras Le-Feuvre colocaba la foto sobre el escritorio nuevamente.
-No, esa foto es de Baudelaire -corrigió Hauchecorne.
-¡Como puedes confundirlos! -exclamó Le-Feuvre-. Las diferencias entre Rimbaud y Baudelaire son notorias. Baudelaire por ejemplo siempre soñaba con viajar pero nunca lo hizo, apenas llegó a Bélgica, Rimbaud en cambio viajó muchísimo.
-Te equivocas -señaló Hauchecorne-. Baudelaire, bajo la presión del general Aupick, su padrastro, fue enviado a las Indias en 1841, a bordo de un navío mercante. A Baudelaire no le interesaba probar la aventura en el confín del mundo, no deseaba más que la gloria literaria. Desertó durante una escala en la Isla de la Reunión y volvió a París a tomar posesión de la herencia paterna ya que había cumplido la mayoría de edad. En todo caso esta confusión de poetas me trae a la memoria la observación que Oscar Wilde le hizo a Latourette sobre la fotografía: <>.
Es cierto -reflexioné-. La verdad es que de todas las similitudes entre ambos poetas la más obvia era la más inquietante; ambos estaban muertos.
-Para Baudelaire la palabra más hermosa era herpes -dijo Le-Feuvre como para enmendar su error y no quedar como un ignorante, sin embargo una vez más fue corregido.
-No, él no dijo herpes sino “hemorroides” -precisó Hauchecorne.
En ese momento observé la hora percatándome de que ya era muy tarde. Miré a Le-Feuvre por si hacía algún gesto de levantarse de su silla. El agotamiento de Hauchecorne era evidente pero Le-Feuvre no parecía enterarse. Finalmente el dueño de casa se levantó del sitio en que se hallaba cómodamente sentado y se dirigió hacia su escritorio.
-Tomen, dos invitaciones para una conferencia de la Academia Utópica. Me las enviaron por correo pero la verdad es que no me interesa asistir.
Aprovechó el momento para sugerir la retirada. Antes siquiera de abandonar la biblioteca Le-Feuvre “recordó” algo.
-¿Podrías prestarme un libro? -inquirió de manera despreocupada el joven poeta.
-Aún no me has devuelto los otros que te presté -contestó Hauchecorne.
-Si, ya te los traigo, pero ahora necesito que me prestes un libro en particular, para un ensayo que estoy escribiendo.
-¿Cual? -preguntó resignado Hauchecorne.
-La Nueva Novela si fuera posible.
Hauchecorne titubeó unos instantes para luego acceder a la petición del joven poeta no sin antes las recomendaciones de rigor.
-Cuídala como hueso santo, es una primera edición.
-Hauchecorne alargó su velluda mano y tomó el libro, el espacio vacío dejado por este me hizo reparar en uno de sus vecinos de estante.
-¿Y este libro? -pregunté señalando un pequeño y delgado volumen color caqui.
-Este libro es uno de los más curiosos de mi biblioteca no por su contenido a diferencia del dicho popular sino por su tapa -Hauchecorne sacó el libro del estante, depositándolo en mis manos. La superficie de la tapa era áspera y porosa, no muy agradable al tacto. En indescifrables letras doradas se podía apreciar el título del libro, o tal vez fuera el nombre del autor, o ambos. Bajo este, también en oro, una extraña imagen.

-La tapa esta forrada en la piel del autor -continuó Hauchecorne-. La imagen de la cubierta es una representación de la amphisbaena, una serpiente de dos cabezas cuyo nombre significa “va hacia ambos lados” en griego.
-Ese nombre está en uno de tus libros -señaló Le-Feuvre.
-La mordida de la Amphisbaena -confirmó Hauchecorne-, uno de mis libros más queridos. En los bestiarios medievales se documentaba a la amphisbaena también como un lagarto o un dragón, similar a este. Como pueden evidenciar el libro está redactado en un lenguaje incomprensible. El autor es Piotr Shklovski, poeta ruso de principios del siglo XIX que perdió un brazo tras caerse de un caballo. Es la piel de su mano amputada la que cubre el libro. Las páginas que faltan fueron arrancadas por el poeta en un momento de locura, esto, unido a la naturaleza críptica de la escritura impide cualquier intento de traducción.

Desde ese momento en adelante no pude apartar mis pensamientos de aquel libro, incapaz de sustraerme a su órbita que me jalaba como la tierra a un aerolito. De inmediato recordé la historia del Zahír, ese objeto que posee la terrible virtud de ser inolvidable y que termina por enloquecer a quien lo contemple. Puede que el libro haya tenido en mi el efecto descrito por Borges, de otra manera ¿cómo se explica que luego de nuestra visita y estando ya casi en la puerta despidiéndonos de nuestro anfitrión haya, so pretexto de haber olvidado algo, vuelto a la biblioteca para tomar el libro, guardarlo en mi bolso y salir como si nada?

-¿Que té pasa? -me preguntó Le-Feuvre a medida que nos alejábamos del lugar del crimen-. Té noto algo agitado.
-Nada, no ocurre nada, es que se me hizo tarde, después nos vemos, adiós.
-Espera ¿vas a ir a la conferencia de la Academia Utópica?
-No, gracias. Seguro que podrás encontrar mejor compañía.
-Sí no quieres ir a la conferencia podrías por lo menos venir a las charlas literarias que organizo los martes en el Café Off the Record.
-¿Cuándo dijiste que eran?
-Los martes, a las 7.30 p. m. En el Café Off the Record, tú sabes donde queda.
-Si, ahí estaré -dije para desembarazarse del poeta.

IV

Llegué a mi casa cerca de la medianoche. Mis padres ya estaban durmiendo y un plato frío me esperaba en la mesa de la cocina, lo cogí sin tomarme la molestia de calentarlo en el horno microondas y me encerré en mi habitación.

Había robado un libro valioso a un importante poeta, a un poeta que incluso admiraba por lo que aún no podía convencerme de haber ejecutado tan temerario acto. Había actuado con tal prisa y descuido que al salir de la biblioteca tropecé con una escultura de antimonio de Perseo y Pegaso, que por poco no se cayó al suelo. No había librado impune de mi acto. Hauchecorne se percataría de la ausencia del volumen tarde o temprano y si su memoria no le fallaba los principales sospechosos seríamos Le-Feuvre y yo. Cómo Le-Feuvre no había manifestado ningún interés en el libro mi culpabilidad sería evidente.

Me imaginé declarando ante Hauchecorne: Le-Feuvre me encargó robar el libro, cómo usted no me conoce renunciaría a la idea de recuperarlo y lo liberaría a él de toda culpa. No, ¿quien creería tal absurdo? Le-Feuvre tenía el desparpajo suficiente para pedir libros prestados y no devolverlos. No necesitaba de la complicidad de terceros. Luego pensé que estaba sobredimensionando el asunto, después de todo, ¿qué importaba un libro menos cuando se tenían 14.999 más? Si Hauchecorne realmente no estuviera dispuesto a perder sus libros hubiera obligado a Le-Feuvre, o a cualquier otro, a leerlos sin hacer abandono de la biblioteca, cómo hacía Vicente Huidobro con el Chico Molina, a quien el padre del creacionismo jamás le concedió sacar ningún volumen de su casa. Siguiendo esta línea de razonamiento se podría concluir que Hauchecorne estaba dispuesto al saqueo por que el mismo lo practicaba. ¿Cuantos libros de esa biblioteca habría adquirido Hauchecorne de la misma forma en que yo había obtenido el de Shklovski? Existía incluso la posibilidad que el mismo libro de Shklovski fuera un “préstamo” que Hauchecorne nunca devolvió, o que tomó sin consentimiento de su dueño.

Luego de contemplar largamente el dibujo en oro de la amphisbaena, aquél híbrido de ave y serpiente me abocó a estudiar los extraños símbolos que constituían aquella extraña escritura. ¿Podría alcanzar a entender aquel texto de la misma manera en que Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom, había entendido la escritura del tigre?
El mensaje confiado por el dios a la piel de los tigres era una fórmula de catorce palabras que parecían casuales. Tzinacán confiesa que le bastaría decir en voz alta aquella formula para abolir su prisión, para ser inmortal. <> ¿Cuantas sílabas se ocultaban en aquel libro forrado en la piel de su autor y que terrible formula contenían? ¿Podría ser el libro de Shklovski un vehículo hacia el nirvana? El nirvana según había leído por ahí es la extinción del no-Ser en la totalidad del Ser, un estado de comunión con el Universo en su totalidad al que se entra a través de la destrucción de todo lo que es individual, convirtiéndonos de esta manera en parte íntegra del gran propósito. Por esto Tzinacán ya no recuerda a Tzinacán. Ha logrado la perfección cómo idea de lo que no es con relación a todo lo que es, ha sido y será. Cuando el Ser se va, el Universo crece en mí. A eso de las seis de la mañana y tras pasar la noche en vela concluí que Hauchecorne no merecía la posesión del libro, para él no tenía mayor valor fuera de la anécdota. No era más que una “curiosidad” dentro de su biblioteca, una curiosidad como los Innuits que ciertos científicos inescrupulosos llevaron como “muestra viva” al Museo Americano de Historia Natural de Nueva York en 1897, curiosidad como lo fueron los tallados africanos para Picasso que hasta último momento negó haberlos visto previo a las Demoiselles de Avignon. Para mí en cambio, el libro era un objeto mágico, capaz de invocar fuerzas y poderes superiores, cual piedra filosofal. Desde un principio intuí que encerraba un misterio que a Hauchecorne, o bien se le pasó por alto, o simplemente no le interesó develar. Algunos se contentan con juzgar a un misterio como algo más allá del alcance de la comprensión humana, yo sin discrepar del todo con dicha postura consideraba mi deber el intentar comprenderlo, hasta donde ello fuera posible dentro del dominio del intelecto, como recomienda Taimni pero, ¿cómo dar con la intima arquitectura alfabética en la que encontrar la anhelada escalera que me permitiría ascender a la fuente de toda razón y descender a sus infinitas ramificaciones para encontrar lo ignorado y oculto?

Al día siguiente y tras no hallar información alguna de Piotr Shklovski en la biblioteca de mi universidad decidí buscar a Ignacio Enríquez en la Facultad de Letras, debido a su estadía en Rusia parecía ser el candidato idóneo para consultar.

-¿Y ubicas a un tal Piotr Shklovski? -le pregunté mientras almorzábamos en el casino de la U.
-Por supuesto -replicó con tono erudito-. Piotr Shklovski era el seudónimo literario con el que firmaba sus poemas Grigori Grigorivich Rubarienko, hijo natural del conocido aristócrata de la corte de Catalina II, el conde Rzumovski. Rubarienko se doctoró en Filosofía y Letras y fue uno de los organizadores de la Asociación Libre de Amantes de las Letras Rusas, que jugó un destacado papel en el desarrollo de la literatura rusa de la primera mitad del siglo XIX. A Rubarienko se le conoce más cómo escritor de relatos qué cómo poeta, de hecho el seudónimo de Alexandr Shklovski sólo lo utilizaba en su obra poética.
-¿Sabes si Rubarienko era manco? -le interrumpí.
-¿Manco?, ¿cómo Cervantes? No, en realidad no lo sé. Si quieres saber más te recomiendo que vayas a la Biblioteca Nacional y pidas el volumen de Poesía soviética rusa, publicado por Editorial Progreso, de Moscú, a mediados de la década del sesenta.
¡La Biblioteca Nacional!, ¡cómo no lo había pensado antes! No perdí tiempo y me dirigí a dicho lugar. Me perdería un par de clases pero dilucidar el misterio se había convertido en mi prioridad.
Mientras revisaba el catálogo de la biblioteca en busca de la Poesía soviética rusa una mano se posó sobre mi hombro derecho, sobresaltado me di la vuelta encontrándome cara a cara con Gonzalo Le-Feuvre.
-¿Y que te trae por aquí? -interrogó Le-Feuvre-, tu no eres un visitante muy asiduo de la biblioteca.
-Busco un libro -le dije.
-¿Cual? Tal vez pueda ayudarte.
-Uno de poesía rusa -contesté tras dudar unos segundos-, Poesía soviética rusa.
-Lo conozco -aseguró Le-Feuvre-. Ese libro es una recopilación de poetas rusos del siglo XX, treinta en total, entre los que destacan Esenin, Blok, Pasternak, Evtushenko, Ajamatova, Tsvetaeva y Mayakovski. La recopilación y traducción estuvo a cargo de Nicanor Parra, aunque en realidad Don Nica en esa época no sabía ruso y trabajó en base a una primera versión literal al castellano preparada por José Vento…
-¿Dijiste poetas del siglo XX? ¿Sólo del XX? -pregunté extrañado.
-Sí, ¿por qué?
-Esperaba encontrar a un poeta de la primera mitad del siglo XIX.
-¿Que poeta?
-Ese del que nos habló Hauchecorne en su casa ayer.
-No recuerdo.
-Piotr Shklovski, cuyo brazo amputado sirvió para forrar la cubierta del libro.
-¡Pero claro! ¡Si hasta nos mostró el libro! Pero no, en la antología que buscas sólo figuran poetas del siglo XX, por lo demás recuerdo que Hauchecorne dijo que Shklovski era bastante desconocido.
-Ignacio Enríquez lo conoce, él me sugirió que lo buscara en éste libro.
-¿Qué más te dijo?
-Que Piotr Shklovski era el seudónimo literario con el que firmaba sus poemas Grigori Grigorivich Rubarienko, hijo natural del conocido aristócrata de la corte de Catalina II, el conde Rzumovski, que Rubarienko se doctoró en Filosofía y Letras y fue uno de los organizadores de la Asociación Libre de Amantes de las Letras Rusas y que jugó un destacado papel en el desarrollo de la literatura rusa de la primera mitad del siglo XIX.
-Lamento decirte que Enríquez te ha tomado el pelo, debe haberle causado mucha gracia enviarte a consultar un libro que ya no se encuentra dentro de los archivos de la biblioteca y además, que te hayas tragado todo el cuento que armó en torno a Shklovski valiéndose de tu ignorancia.
-¿A que te refieres?
-El volumen de Poesía soviética rusa fue retirado por última vez por un sujeto que nunca lo devolvió. Ese ejemplar no estaba fechado pero registraba su ingreso en el catálogo el 28 de octubre de 1966. De esa edición no se conoce otro ejemplar, el que yo leí fue una reedición a cargo de Margarita Aliguer para Chile que llevaba por título Poesía rusa contemporánea, publicada en 1972. Todos los datos biográficos que te dio de Shklovski son falsos, no existe ningún Grigori Grigorivich Rubarienko, Enríquez lo inventó usando a Antoni Pogorelski cómo modelo, ¿lo ubicas?
-No.
-Me lo imaginaba, Antoni Pogorelski realmente se llamaba Alexei Perovski, fue discípulo del precursor del Romanticismo ruso Karamzín y era tío de Tolstoi.
-Maldito desgraciado.
-¿Quien? ¿Tolstoi?
-No, Enríquez.
-Él es así, le encanta burlarse de la gente. De cualquier forma, ¿a qué se debe tu interés en Shklovski?
-Nada en especial, sólo me llamó la atención eso de que usara la piel de su brazo para encuadernar el manuscrito, la idea de que la piel humana se utilice para forrar un libro me parece repugnante, cómo repugnante fue tener aquel volumen en mis manos. Nunca imaginé que tal cosa fuera posible.

-Eso de usar la piel humana para forrar libros no es algo tan fuera de lo común. El más antiguo de esta clase de libro se encuentra en Los Ángeles, en la biblioteca de la Universidad de California. El libro se titula ‘Relation des mouvemens de la ville de Messine despuis l’année M.DC.LXXI jusques à présent’, en una inscripción se puede leer “A la bibliothèque de M. Bignon, reliure en peau humaine”. Supuestamente el tal Bignon no es otro sino Armand Jerome Bignon, el bibliotecario de Luis XV, que mandó a encuadernar varios libros en la piel de sus amantes muertas. Hauchecorne me había hablado anteriormente de éste libro y de dos casos de otros volúmenes forrados en piel humana relacionados con dos poetas franceses, Dellile y Flammarion. En 1882 una joven duquesa francesa, que sufría de tuberculosis confesó a su médico su amor por Camille Flammarion a pesar de nunca haber sido presentados, de nunca haber cruzado palabra alguna y de ni siquiera haberlo visto en persona. La intensa admiración de la duquesa, que pronto derivaría en un amor secreto, había nacido de la lectura de los libros del Flammarion. La duquesa lo había adorado día y noche, por cinco años y su última voluntad consistió en que, tras su muerte, el doctor cortara un gran trozo de los hombros de ella y se los enviara al poeta y astrónomo para que encuadernase uno de sus libros, todo esto se haría en el más absoluto anonimato. Tras recobrarse de la primera impresión el poeta hizo lo que la desconocida dama le solicitase; mandó la piel a curtir y la usó para encuadernar un espécimen de Terre et Ciel; al interior de la tapa inscribió en oro: “Por la realización de un deseo anónimo, cubierta de piel humana (mujer)”. El caso de Delille, llamado el “Virgilio Francés”, es aún más curioso. Almé Leroy, quien en ese tiempo era un estudiante de derecho, obtuvo permiso de Tissot, sucesor de Delille en la dirección de la escuela de poesía en Latin en el Collège de France, para entrar en el cuarto donde el poeta yacía muerto. Del cuerpo de su maestro cortó dos trozos de piel, una del pecho y otra de una pierna. Más tarde confesaría que a pesar que algunos le condenaran por su acto el no se arrepentía ya que consideraba el robo de piel del muerto como un homenaje. Con la piel Leroy encuadernó un ejemplar de la traducción que Delille hiciera de la Georgica. Bueno, espero haberte sido de ayuda, ahora debo proseguir mi camino. Te veo en la tertulia literaria del Off the Record.

Tras despedirse Le-Feuvre condujo sus pasos hacia la hemeroteca, yo continué con mi pesquisa sin el menor éxito, siendo éste resultado el mismo en cada tentativa por averiguar algún dato de Piotr Shklovski. Ciertamente que todo éste proceso se habría facilitado si hubiese podido hablar con Hauchecorne sobre cómo había obtenido el libro, sobre el misterioso autor y la extraña escritura, pero no era cosa de aparecerse por su casa y plantearle el tema. Ya le había robado el libro, no había vuelta atrás.

V

Luego de una semana quebrándome la cabeza sobre cómo descifrar el libro decidí recurrir a mi hermana, mi media-hermana (cómo le señalé a Hauchecorne), fruto de la unión matrimonial previa de mi mamá con el padre de ella, el célebre sociólogo y autor de best-sellers que viviseccionaban la identidad chilena: Román Trugeda.

Romina tenía 36 años y pertenecía a esa elite de intelectuales pedantes que gustan usar guiones o paréntesis frente a los prefijos des, re o in, y de hablar de rasgos temáticos formales, aspectos crítico-reflexivos, sociología de la recepción, estrategias programáticas, lectura sintomal, gratuidad cosmética, sistemas tecnomediáticos, modelos productivos, arte crítico-experimental, metarrelatos académicos e histórico monumentales, límites del cuadro, soporte de obra, vanguardias históricas, rigor tautológico, rigor lingüístico y semiológico, extensiones genéricas, configuración espacial y productiva, fuerza de conectividad, operación transicional, criterio analítico, estrategias curatoriales, sintomatología analítica, sustrato epistemológico, planos imbrincados, metabolismo social, ficha antropométrica, personalidad expropiada, sustratos perceptivos, instituciones receptivas anacrónicas, postmodernismo, feminismo post-estructuralista, sujeto plural heterogéneo y múltiple, planeta champú y cultura del envoltorio, excesos baudrillardianos, concatenación de estereotipos, técnica disciplinaria foucaultiana y un largo etcétera. Había vivido gran parte de su juventud en España. Su amor por los libros la había llevado a estudiar, una vez finalizada su carrera de Filosofía y su PhD en la Universidad Complutense de Madrid, restauración en papel con especialización en libros.

Mi hermana mayor era considerada como una de las más destacadas teóricas nacionales y entre otras cosas, había sido responsable de la visita y presentación de Gérard Argellies en el Salón de Honor de la Universidad de la Costa de Valparaíso; fue Gestora y Directora del Coloquio Internacional sobre el pensamiento francés postmetafísico con el auspicio de la Embajada de Francia en Chile; tradujo al español textos de Argellies y Derrída, publicó un par de libros no tan exitosos en términos de ventas como los de su padre pero elogiados por la crítica; El colapso de la distancia y Defecto(s) de borde creó y redactó el programa de Bachiller en Arte de la Universidad del Gran Tilo; fue fundadora de la revista literaria Norte-Sur y todavía encontraba tiempo para, de vez en cuando, realizar conservación de textos para particulares, además de ejercer como profesora de Estado en la Universidad de Chile y del primer nivel de los talleres de encuadernación del Centro Cultural Salvador Allende (su último trabajo había sido la restauración de El Cautiverio Feliz, del siglo XVI, la cual le tomó ocho meses).
Ciertamente sería largo enumerar las actividades, todas de gran valor y alto vuelo intelectual, que Romina había realizado y que llenaban de orgullo a mi madre pese a que ella y su hija no se hablaban hacía más de nueve años. Nunca supe “oficialmente” la razón por la cual se habían distanciado ya que ambas evitaban el tema cada vez que se les preguntaba, pero eventualmente me di cuenta, por supuesto.

No es que yo me llevara mal con Romina, simplemente no nos llevábamos. Cada cual había crecido en ambientes distintos, en familias distintas y hasta en países diferentes y ninguno de los dos había manifestado mucho interés por reunirse con el otro salvo ciertas celebraciones familiares. El problema con mamá había acrecentado más aún nuestra distancia. Para Romina yo siempre había sido un chiquillo molesto y mimado mientras que para mí ella era una mujer una década mayor que yo, inescrutable y poco afectuosa. Pese a esto parecía la persona indicada para ayudarme a dilucidar el misterio del libro, por lo que la llamé para concertar una cita ya que, como imaginarán, era alguien muy ocupada. Sobre el libro le diría haberlo encontrado en alguna librería de viejo cualquiera.
El asunto despertó el interés de mi hermana lo suficiente como para reunirnos al día siguiente a eso de las 8:30 p.m. en su casa. Romina vivía sola con su padre en una enrome vivienda de la avenida Chile-España, frente a la cual se había erigido una de las pocas mesquitas de Santiago. Esta era la tercera vez en mi vida que pisaba aquel lugar.

Tras entregarle el libro, Romina lo estuvo examinando sin decir palabra durante un tiempo que se me antojó demasiado largo. Cuando le pregunté que podía decirme sobre el volumen me hizo callar y continuó su silencioso examen. Finalmente dijo:
-Letras y motivos en dorado, la amphisbaena, humm… interesante -comentó Romina tras ponerse sus gafas redondas-. Esta decoración se logra aplicando sobre la piel clara de huevo y una lámina muy delgada de oro. Sobre la lámina se apoya un hierro caliente cuya presión hace adherir el oro a la piel en el sitio en que ha sido aplicado dicho hierro; se retira el sobrante de la hoja de oro, superponiendo una nueva y se repite varias veces la operación a fin de obtener una capa de oro bien espesa. De este modo fueron realizadas estas letras y el dibujo, se trata sin lugar a dudas de una encuadernación artística.

-¿Que me dices de la amphisbaena? -pregunté-. Hasta donde he averiguado se trata de una serpiente con dos cabezas que según los romanos habitaba en África.
-Sí -replicó mi hermana-, y cabe agregar que de acuerdo a Plinio era muy venenosa, <>. Esta amphisbaena en particular también simboliza al ouroboros, la serpiente o dragón que se come su propia cola, un símbolo de la perfección, la totalidad, el eterno retorno, la auto-fecundación, el andrógino. Este símbolo aparece principalmente entre los gnósticos y puede explicarse como la unión entre el principio chthoniano representado por la serpiente y el principio celestial representado por el ave, síntesis claramente aplicada en este dragón.
-¿Habías visto alguna vez un libro como este?
-Sí, durante mi viaje a Baviera tuve acceso a varios ejemplares antropodérmicos -aseguró Romina que gracias a los contactos de su padre había conseguido visitar la colección de libros extraños de Georg Sommervogel-. Uno de los que pude examinar fue Le Bien qu’on a dit des femmes, una colección de octavas de Emile Deschanel que en su última página incluía un certificado de autenticidad que rezaba “Hic liber de feminis ut viris amabilior esset, femineam cutem induit”. A pesar de esto Sommervogel me reveló que el libro era un fraude siendo la supuesta piel de mujer en realidad un Chagrín, una piel granulosa que proviene de la cabra, del camello, o del caballo. Sommervogel luego me enseñó un ejemplar verdadero, una copia de los poemas de Edgar Allan Poe traducido por Stéphane Mallarmé y con ilustraciones de Manet y Félicien Rops que J. R. de Brousse, conocido como el poeta de la “Maison sur la colline”, mandó a encuadernar en la piel de Ramboula, un luchador de wrestling famoso en las ferias del sur de Francia. En la contratapa del libro el encuadernador había agregado, en marroquí negro y oro, un cuervo dibujado por Manet.
-¿Marroquí?
-El marroquí es uno de los materiales empleados para encuadernar y toma su nombre de Marruecos, donde se lo preparaba antiguamente. Es una piel de cabra preparada con nuez de agalla o sumac. Volviendo a mi relato, con ambos libros Sommervogel me demostró como diferenciar un ejemplar falso de uno verdadero. El cuero de procedencia humana es generalmente más oscuro y tiene una textura más bien áspera y poros comparables a la piel de cerdo, pero más pequeños y en menor cantidad, así mismo puede ser curtida para obtener tanto una textura áspera y opaca como una suave y brillante variando los colores desde el rosa pálido hasta el café oscuro. Me temo que el cuero de este libro no es humano sino de cerdo.
-¿Estás segura?
-Si, la piel de cerdo fue muy empleada en la Edad Media y luego por los alemanes que en los siglos posteriores realizaron con ella notables encuadernaciones con hierros en frío. Luego cayó en el desuso, pese a ser casi indestructible. Esto es piel de cerdo, no cabe la menor duda.
-¿Y que me dices de la escritura?
-Déjame ver -sentenció Romina repasando una vez más las páginas del libro-. Estas inscripciones me son, como sospechaba, muy familiares.
Mi hermana depositó el libro abierto sobre su escritorio y se dirigió hacia las estanterías de donde extrajo un pesado volumen.
-Este libro es La Fuga de Atalanta -explicó mientras depositaba el tomo junto al empequeñecido libro de Shklovski-, su autor es Michel Maier. Una obra notable sin lugar a dudas. Contiene un texto, un grabado, y una partitura musical en cada página, afirmación del orden y la correspondencia que vinculan a las artes como expresión de la interpenetración y armonía Universal. Como puedes ver este libro prefigura los medios audiovisuales de comunicación, lo que tanto se ha dado por llamar hoy en día como “multimedia”. A Michel Maier se le señala como uno de los fundadores de la Hermandad Secreta de los Rosacruces, de vasta importancia para el desarrollo de las ideas herméticas. Esta sociedad publicó dos manifiestos anónimos en 1614 y 1615 respectivamente, que provocaron un gran alboroto en el mundo intelectual de la época. Dentro de este volumen venía una carta antiquísima escrita en alemán que incluía un fragmento escrito en el mismo misterioso lenguaje del libro de Shklovski.
-Tendrás que explicarme que dice la carta ya que como bien sabes no entiendo ni una palabra en alemán -solicité a Romina.
-Bueno, como puedes ver la carta tiene fecha de 1663 y está dirigida a Athanasius Kircher de parte de un tal Ptolomeo Schaub que le solicitaba hallar la forma de descifrar las inscripciones de una lápida de piedra que había hallado en una excavación. Sobre Schaub no tengo más datos fuera de esta carta. En cuanto a Kircher, este fue un estudioso jesuita y profesor de matemáticas en la Universidad Romana de Italia que vivió entre 1602 y 1680. Kircher también fue una de las principales figuras de la cultura científica Barroca en la Europa de esa época, y probablemente, el más grande experto en lenguajes antiguos y universales, arqueología, astronomía, magnetismo, y culturas China y Egipcia.
-¿Qué relación podrá tener el libro de Shklovski con aquella piedra? -pregunté.
-Sospecho que el libro es una trascripción de aquella lápida -aventuró Romina-. En cuanto al lenguaje misterioso tengo la impresión que este es inventado. Inventar lenguajes nuevos, no tiene, excusando el vicio de dicción, nada de nuevo. Esta el caso del Esperanto, por ejemplo, que hoy es hablado por aproximadamente un millón de personas en todo el planeta. Tolkien, por su parte, creó lenguas propias para sus personajes con las cuales bautizó muchos lugares de la Tierra Media e incluso existe cierto autor de ciencia-ficción que ha creado más de una docena de lenguajes artificiales con el sólo fin de darle una lengua propia a los diferentes alienígenas que componen su historia. ¿Conoces al novelista y poeta suizo Robert Walser? ¿No? Walser fue admirado y reivindicado por Kafka, Elías Canetti, Thomas Mann y Walter Benjamin. Walser ingresó voluntariamente a un sanatorio en calidad de “enfermo mental” y en la Navidad de 1956 emprendió una caminata que terminaría con su muerte en un campo nevado. Después de su deceso se encontraron más de 500 páginas escritas en un lenguaje inventado por el mismo, tan sólo en 1985 se logró descifrar esos manuscritos, se trataba de poemas, relatos y obras de teatro.
-¿Crees que Kircher logró descifrar el lenguaje?
-Lo dudo, puede incluso que nunca recibiera esta carta.
-Entonces es probable que no exista forma de descifrar el libro.
-Sí, de no ser por que contamos con Alana.
-¿Alana?, ¿quien es ella? ¿Alguna nueva conquista?
-Sólo una amiga, de momento.
-¿Y en qué puede ayudarnos ella?
-Ya verás, voy a llamarla de inmediato.

Resultó que Alana poseía un alto cargo en Microsoft Chile S.A. y era lo que suele denominarse como “superdotada”. Había abandonado Chile a los cinco años junto a su familia para radicarse en los EE.UU. y había regresado al país hacía tan sólo un par de años atrás. A la edad en que muchos jóvenes recién ingresan a la Universidad, Alana ya contaba con su título de Ingeniero civil industrial. Luego había realizado un post-grado en economía en el centre d’Etudes de Programmes Economiques de París y una maestría en administración en la Universidad de Harvard. Alana, además, poseía amplios conocimientos de literatura y tenía la ventaja de leer a los grandes autores en sus idiomas y hasta de pensar bien de acuerdo al Sr. Heidegger, de pensar en alemán o griego. Por lo visto tenía mucho en común con Romina.

VI

Esperamos cerca de dos horas a que llegara Alana, especulando sobre el libro de Shklovski, bebiendo café y escuchando a Stockhausen. Finalmente llamaron a la puerta y Romina se levantó de su sofá como un resorte en dirección de la escalera y regresó a los pocos minutos acompañada de Alana.

Además de poseer un intelecto brillante, Alana era preciosa. Aunque no pregunté ni Romina tampoco me dijo su edad, le calculé unos 25 años, o sea, solamente un par de años mayor que yo. Tenía un rostro suave y lleno de pecas oscuritas. Sus cabellos rojos se apoyaban delicadamente sobre sus angostos hombros y sus ojos eran pardos, irresistiblemente atractivos, como los agujeros negros de los que ni la luz escapa.

Después de ofrecerle algo de beber y de sentarse junto a ella en el amplio sofá, Romina reveló la forma en que su amiga podría descifrar el oscuro lenguaje empleado por Shklovski:
-Alana posee una extraordinaria habilidad para traducir lenguajes, hablados o escritos. Su habilidad además se manifiesta en una gran facilidad para descifrar códigos y lenguajes computacionales. El talento de Alana difiere de las habilidades de traducción “normales” en que es “intuitivo”. Actúa en un nivel subconsciente, y aunque no lo creas esta relacionado a la telepatía.
-¿De verdad? -espeté incrédulo, ya me era difícil creer que Alana fuera de carne y hueso cómo para que Romina largara el cuento de los poderes de la mente. No lo hubiese creído de no confirmarlo ella misma.
-Una persona “normal”, -dijo Alana simulando con los dedos de ambas manos las comillas de la palabra normal- incluso un genio, un políglota, tendría que traducir de manera consciente, paso a paso. En mi caso el problema es resuelto en un nivel subconsciente.
-Está hablando en serio, ¿verdad? -pregunté a mi hermana.
-Para que sepas -dijo muy seria Romina-, Alana fue la primera persona en aprobar el test preliminar de la Fundación Randy. Pero tú no tienes idea que es la Fundación Randy, ¿no?
-Así es.
-La Fundación Randy, o JREF es una entidad sin fines de lucro creada en 1996 con sede en Estados Unidos cuyo objetivo es el de proveer información confiable sobre casos paranormales. Ofrecen un millón de dólares a quien pueda demostrar, bajo condiciones de observación apropiadas, evidencia de cualquier habilidad psíquica o evento paranormal. La JREF no se involucra directamente en el procedimiento de evaluación fuera de diseñar los protocolos y condiciones bajo los cuales se toma el test. Existen dos clases de tests, ambos desarrollados con la participación y aprobación del postulante; El test preliminar, que es relativamente simple pero que sin embargo nadie había logrado aprobar y el test formal, conducente al millón de dólares. Teniendo éxito en el test preliminar el “postulante” se convierte en un “reclamante”. Alana aprobó el test preliminar y viajó a Fort Lauderdale para cumplir con la segunda etapa.
En este punto, Romina interrumpió abruptamente su relato.
-¿Y? -pregunté dirigiéndome a Alana-, ¿aprobaste la prueba entonces?
-No -respondió la aludida sin perder la compostura-, no lo aprobé debido a lo que en inglés se denomina “Shy effect”, una inhibición de las habilidades psíquicas al momento de ser estudiadas bajo condiciones rigurosas.
-Que conveniente -dije sardónico.
-Es algo lamentable, que suele ocurrir -replicó Alana sin darse por ofendida-. Esta es la razón por la cual aún no ha logrado acreditarse la real existencia de los poderes psiónicos.
-Además estos supuestos “profesionales” someten a estudio en la mayoría de los casos sólo a aquellos psíquicos que con antelación, saben fraudulentos -agregó Alana-. Los psíquicos reales generalmente son ignorados ya que probarían que se equivocan. La Fundación Randy jamás va a dejar que nadie pase sus pruebas, esos tipos nunca van a reconocer la existencia de los poderes paranormales. Alana no será la primera ni la última que estos escépticos recalcitrantes desacrediten, ya le ocurrió a Arthur G. Lintgen, un tipo que podía identificar discos sin etiquetas. Randi lo testeó por encargo de la revista Time y concluyó que la habilidad psíquica de Lingten se sustentaba en el hecho de que era capaz de reconocer los surcos de los discos, una explicación plausible que sin embargo deja la duda de cómo Lingten había sido capaz de memorizar los surcos de todos los discos que se habían fabricado hasta el momento en que se efectuaron las pruebas, ya que nunca erró ninguno.
-Quiere decir que el tal Lingten logró superar el efecto “shy”, ¿no? -pregunté.
-Sí -respondió Romina-, aunque no le sirvió de nada.
-Algo digno de un poder tan inútil -sentencié-, sólo apto para espectáculos de feria. Pero ese o es el caso de Alana, ¿verdad? Ella si que posee una facultad útil, ¿podremos conocer el contenido del libro de inmediato entonces?
-No tan deprisa -contestó Romina frunciendo el ceño-, Alana necesita tiempo, no le gusta ser presionada.
La aludida tomó el libro entre sus delicadas y blancas manos y recorrió sus páginas de principio a fin.
-Bueno, ¿de qué trata el libro? -pregunté impaciente.
-Éste no es un libro a la manera que nosotros lo entendemos -explicó Alana-, es más bien un aparato, por lo menos esa es la definición empleada por Shklovski, es una máquina, una máquina del tiempo.
-¿Estas hablando en serio? -pregunté incrédulo-. ¿Y cómo funciona ésta supuesta máquina del tiempo?
-Mediante la lectura en voz alta del, texto, las letras son por decirlo así, los componentes mecánicos del aparato -respondió Alana.
-En lo que al viaje en el tiempo respecta la ciencia ficción y la ciencia en general han especulado bastante -señalé-. Los ejemplos son numerosos pero entre ellos no se cuenta, por lo menos hasta donde yo sé, el de un libro cómo una máquina del tiempo.
-La idea del libro cómo medio de transporte, cómo máquina del tiempo no es tan descabellada como puedas pensar -dijo Romina-. Los libros, ya sean de ficción o de historia nos transportan a otros países, otras épocas y nos sustraen de cierta manera del espacio continuo-temporal mientras leemos, si la lectura es entretenida el tiempo se nos pasa volando y de esta manera es cómo si hubiésemos viajado al futuro.
-Sin embargo el viaje en el tiempo siempre parece estar ligado a algún artilugio mecánico o aparato excéntrico, algún ingenio de alta tecnología -argumenté-. Lo que planteas no deja de ser tan sólo una metáfora.
-Contrario a lo que tú piensas existen otras formas, otras variantes para el viaje temporal no sujetas a las leyes humanas y emparentadas con la mente y el espacio -sentenció Alana.
-¡Bah! El viaje en el tiempo es imposible -repliqué ofuscado-. ¡Cómo puedes considerar posible tal absurdo!
-¡Claro que el viaje en el tiempo es posible! -exclamó Romina-. Con el advenimiento de la teoría de la relatividad de Einstein, la posibilidad de construir una maquina del tiempo dejó de ser una entelequia para convertirse en una realidad. Reputados científicos cómo Kip Thorne, Carl Sagan, John Wheeler, Stephen Hawking y un largo etcétera lo han demostrado.
-¡Tonterías! -dije a mi vez alzando la voz-. El tiempo es relativo, un segundo es un segundo porque lo percibimos así. Un día es un día porque ese es el tiempo qué le toma a nuestro planeta rotar sobre su propio eje. En otro mundo, podría ser distinto. Podemos declarar que estamos aquí y ahora en cierto segundo o cierta millonésima de segundo, pero no podemos declarar hasta donde llega nuestra “temporalidad”, nos resulta imposible. Podemos calcular nuestra dirección de movimiento, pero no nuestra posición exacta en el tiempo. En las máquinas del tiempo imaginadas por el hombre casi siempre se incluye la presencia de un reloj al que se le ingresan las coordenadas temporales a las que se desea viajar pero la verdad es que una máquina no tiene concepto del tiempo. Ciertamente se puede construir un artefacto para que cuente hacia adelante con cuarzo y cristal y mecanismos que simulan el tiempo pero eso es todo lo que puede hacer, un simulacro. ¿Cómo hago para que una máquina cuente para atrás? ¿Cómo le digo a mi computador: llévame al 20 de Julio de 1973? ¿Necesita la máquina una información más concisa? ¿Debería precisar los minutos? ¿Los segundos? ¿Los nanosegundos? Por otro lado está la Teoría de la Cubeta o de la densidad absoluta del Universo. Un obstáculo comúnmente ignorado por los escritores de C-F es el simple hecho que el universo puede contener sólo cierta cantidad determinada de materia. Esto es comúnmente descrito cómo el “Factor Cubeta”. Imaginemos que el universo es una cubeta llena de agua hasta el tope. Supongamos que un viajero del tiempo llega a este universo. Pretendamos que nuestro puño es el viajero. Introduzcamos el puño en el agua y veremos cómo ésta se desparrama fuera de la cubeta, acaba de explotar el universo ya que lo hemos llenado con más masa de la que puede soportar. ¿Y que hay del universo dejado por el viajero? Ahora hay menos masa en ese universo de la que debería haber. La inevitable conclusión es que tal hecho produciría inmediatamente un agujero negro que se tragaría al universo entero.

Tras mi apasionado discurso miré a mis interlocutoras que me contemplaban a su vez con una expresión de incredulidad en el rostro.
-También está el asunto de las paradojas -agregué-, todos hemos oído el caso del tipo que viaja al pasado y mata a su abuelo que entonces no engendra al padre del primero que luego no existe por lo que no puede viajar en el tiempo para matar a su abuelo en el pasado.
Esperé a ver cómo rebatían mis argumentos pero ni Alana ni Romina pronunciaron palabra alguna.

Por otro lado es bien sabido que nuestra percepción del tiempo no es linear sino logarítmica -dije en un intento por convencerlas-. Intervalos de tiempo recientes son exagerados mientras intervalos distantes son comprimidos. No importa cuanto tiempo vivamos, siempre vivimos en el presente, el pasado y el futuro no existen.
-Bueno, creo que deberíamos dejar de lado la discusión de los pro y contras del viaje en el tiempo para concentramos en los contenidos del libro de Shklovski. ¿Que es lo que dice exactamente, Alana? -preguntó Romina evitando un prolongado desarrollo de la discusión en torno a lo plausible de tal viaje.
-Las primeras páginas contienen datos sobre el autor del libro y explican la forma en que se obtuvo el conocimiento para el desplazamiento temporal, el resto es una larga invocación al dios Cronos, para que abra las puertas que separan lo sucedido de lo que está por suceder.
-¿Qué dice sobre Shklovski? -pregunté ansioso-. ¡Habla ya!
Alana me miró algo desconcertada para luego desviar la vista hacia Romina y preguntar:
-¿En serio es tu hermano?
Romina asintió con la cabeza y le cerró un ojo. Alana le obsequió una sonrisa y comenzó la lectura del libro de Shklovski.
En el prólogo, Shklovski aseguraba haber nacido en 1831 en Krasnoyarsk, Siberia, en el seno de una vieja familia cosaca. En 1849 se trasladó a San Petersburgo para estudiar en la Academia de Artes donde no fue admitido como estudiante sino hasta un año después. Después de cuatro años se graduó con los más altos honores y una medalla de oro. Cinco años después se convirtió en miembro de la Academia y luego en profesor. Después de la muerte de su esposa, Shklovski enfermó gravemente por lo que hubo de emprender un viaje a Italia para recuperarse gracias a un tratamiento con zumo de uva. En la ciudad de Como, junto al célebre lago donde se envía a los enfermos para que reciban ese tratamiento entabló amistad con el bibliófilo Vincenzo Moscati, encuadernador y coleccionista de libros raros. Shklovski murió en su tierra natal a la edad de 72 años de un ataque cardíaco. El ejemplar antropodérmico fue un regalo afectuoso de Moscati, supuestamente encuadernado en su propia piel. En efecto, quien se cayó del caballo no fue Shklovski sino su amigo italiano, y no le amputaron el brazo sino la pierna derecha. Moscati tenía experiencia en lo que a encuadernación con piel humana se refiere y le pareció un desperdicio no usar la propia. Esto contradecía lo dicho por mi hermana al asegurar que se trataba de piel de cerdo y no humana. Romina confesó que tal vez podría equivocarse, o que Moscati no logro utilizar su piel y usó la de un cerdo, convenciendo a Shklovski que era la propia.

En cuanto a la invocación a Cronos, ésta era (tal y como especulara Romina) una trascripción efectuada por Shklovski de la lápida de piedra ludida por Ptolomeo Schaub en su carta a Athanasius Kircher. La lápida había pertenecido a un tal Pietro de Urgina, el hombre más rico y despreciado de Como. En los años de mala cosecha Don Pietro, que contaba con grandes reservas de grano lo vendía a precios ridículamente excesivos a pesar que la mitad de la población se moría de hambre. En uno de esos años emprendió viaje a Rusia, entre tanto llegó la primavera y con ella cosechas abundantes que hicieron caer el precio del grano. El hijo de Don Pietro, a quien este no había dado instrucciones especiales antes de viajar, siguió vendiendo el grano a precios altos lo que obviamente significó que dejaran de comprarle. El hijo escribió a Don Pietro en reiteradas ocasiones pero el precio del grano caía con una celeridad tal, que el viejo avaro no tuvo tiempo de autorizar a su hijo para bajarlo. Esta situación obligó a Don Pietro a retornar a Como. Una vez allí Don Pietro hizo correr la voz que regalaría todo el grano a los pobres pero en realidad ordenó que lo arrojaran todo al lago. Cuando en la fecha señalada los pobres acudieron ante su casa, les gritó desde una ventana que el grano estaba en el fondo del lago y que el que supiera bucear podía cogerlo de allí. A partir de ese momento los residentes de Como le empezaron a llamar “el cruel”. En Como se rumoreaba desde hacía ya tiempo que Don Pietro había vendido su alma al diablo y que este, en retribución, le había proporcionado una lápida de piedra con signos cabalísticos que le otorgarían todos los placeres terrenales hasta que se rompiera. En cuanto esto tomara lugar, el diablo, de acuerdo a lo que habrían acordado, se apoderaría del alma de Don Pietro. Una mañana en que el abad del monasterio de San Sebastián se hallaba mirando al camino por una ventana vio a un jinete sobre un caballo negro que le dijo: <>. Poco después el abad vio a ese mismo sujeto regresar con Don Pietro tumbado sobre el caballo. Obviamente que había mucha superstición intercalada con los hechos reales en toda esta historia, después de todo habían transcurrido más de cincuenta años desde la desaparición de Don Pietro, tiempo más que suficiente para que se construyera toda una mitología en torno a este evento. Una cosa sí era cierta según Shklovski, la Lápida de Urgina había existido pero su autor no era el diablo sino un escultor originario de Cracovia llamado Wilhem Hennings. Shklovski pudo obtener la totalidad de los fragmentos de la lápida por medio del famoso contrabandista Tita Canelli quien a su vez los había robado a Don Pietro de Urgina hijo, quien a esas alturas ya era un octogenario. Pero la lápida de Hennings, al igual que el libro de Shklovski, era sólo una trascripción del original, Hennings temía que éste fuera destruido y decidió traspasar el conocimiento allí encerrado del papel, a un material más perecedero con la esperanza que las generaciones futuras lograran descifrar el misterio, cosa que de alguna forma consiguió Shklovski como atestiguaba que hubiese empleado el alfabeto de la lápida para escribir su prólogo.

Esa era la historia del libro de Shklovski y el origen del lenguaje indescifrable. En cuanto al método de viaje en el tiempo proporcionado por el libro, éste no interfería con ninguna de mis objeciones como reveló Alana a continuación:
-Quienes sean más aptos psíquicamente podrán acceder al estado “fuera del tiempo” con tan solo leer unas cuantas líneas de la invocación a Cronos -aseguró la joven ejecutiva de Microsoft-. Para aquellos que no posean dicha cualidad será necesario leerlo hasta el final. Las palabras, el sonido de las palabras pronunciadas a viva voz inducen un flujo constante de la pauta cerebral alfa. No hace falta pasar a las ondas beta; de hecho podría resultar un inconveniente. Una vez mental y físicamente preparado, y procediendo correctamente, se experimentará una sensación de intemporalidad y suspensión del factor tiempo. A partir de ahí, la intemporalidad de la mente puede conducir a zonas de tiempo concretas, a momentos de la historia pasada o de acontecimientos futuros, aquí en la Tierra o cualquier parte del universo. El viaje es en el fondo el acto de permitir que esa parte del alma o espíritu que está en estado intemporal inyecte en el hemisferio derecho del cerebro una serie de impulsos que se retransmitan luego al hemisferio izquierdo donde se traducirán en imágenes, formas o palabras que son términos reconocibles de referencia aquí en el presente. El viajero, el alma de viajero, no tiene sustancia corpórea ni masa estando “fuera del tiempo” por lo que el efecto cubeta queda suprimido. Tampoco puede incidir en los eventos que presencie, es un mero observador, un fantasma sin corporeidad alguna lo que suprime las tan molestas paradojas que arriesgarían al universo entero.

-Todo esto es un fraude entonces, ser un simple espectador, no poder cambiar el curso de la historia, no poder matar a mí abuelo a ver que pasa, ¡qué frustrante! -alegué-, de cualquier forma, ¿por qué no lees la invocación a ver que pasa?

Alana miró a Romina y ésta dijo: ¿por qué no? La amiga de mi hermana entonces se sacó los zapatos y se sentó en cuclillas con el libro sobre sus muslos. Según ella sería capaz de narrar en detalle para nosotros lo que en su proyección fuera del tiempo presenciara.
Alana leyó en voz alta en una lengua que definitivamente no parecía humana y recordé lo dicho por Sartre, eso que cualquier intento por parte del hombre (y las mujeres) por transgredir su entorno existencial, en el que no es más que una entidad minúscula que se mueve en el vacío, podría desatar fuerzas incontrolables. De ser este libro una real máquina del tiempo ¿no seríamos cómo unos niños de cuatro años jugando con un revólver cargado?

A medida que la melodiosa voz de Alana recitaba el arcano texto comencé a sentirme desencadenado de los lazos gravitatorios y me encontré como flotando en un inmenso horizonte iluminado por una luz vasta y difusa; la inmensidad sin más decoro que ella misma. Me di cuenta que no estaba solo, junto a mí como una pequeña nube levitaba la mascota más querida de mi infancia, mi gato Enki. De niño nunca gocé de la simpatía de mis pares, sobretodo debido a esa aversión que tenía por que me tocaran, así que Enki se convirtió en mi único compañero de juegos. Lo acechaba entre las plantas del jardín y me le arrojaba encima con un cuchillo de madera entre los dientes. Combatíamos y mi gato me regresaba arañazos de mentira entre un revoltijo de cojines y sillas volteadas.

La intensidad de la luz no dejaba de aumentar, lo mismo que la sensación de ardor y blancura en mi interior. Todo pensamiento fue anulado y vacío de mí mismo, me disolví en esa inmensidad que nada contenía a excepción de ella misma. Luego de lo que me pareció una infinitud sentí el impulso de “volver”. A medida que la música de la caja se extinguía yo bajaba de aquel reino inefable, pero no venía solo. Enki, mi gato, venía conmigo.

Volví en mí percatándome que Alana había interrumpido la lectura del libro.
-Ya es suficiente -decía Romina-, llevamos media hora y no ha pasado nada, al parecer el libro es un completo fraude.
Yo no salía de mi asombro, algo había ocurrido, no lo que ninguno nosotros se esperaba pero había ocurrido, ¡me había ocurrido a mí! Decidí callar, apoyé la tesis que el libro era un fraude y lo solicité de vuelta. Romina me preguntó si accedería a vendérselo y le dije que lo pensaría.

Al marcharme me encontré con el padre de Romina que llegaba a la casa.

-Hola Román -le dije.
-Hola, Daslav, ¿ya te vas? -preguntó el dueño de casa.
-Sí, se me hace tarde.
-Saluda a tu mamá de mi parte.
-Por supuesto.

Esa noche soñé con Enki y ya saben el resto de la historia, nueve semanas de sueño para mí, nueve semanas de agonía para la raza humana.

De acuerdo a lo explicado por Aruru las palabras del libro en efecto permitía a la mente proyectarse a otras dimensiones espacio-temporales, pero cabe mencionar que no a la mente de cualquier hijo de vecino sino a la de unos pocos privilegiados, “individuos de un poder mental inconmensurable” según las palabras de Arrurú. Yo un individuo de vasto poder mental, ¡imagínense!

Para mi desgracia, o más bien para desgracia de la humanidad, una de esas típicas criaturas que moran en otras dimensiones (uno de esos leones, tigres u osos), decidió colarse a nuestro mundo. Necesitaba de una mente que le sirviera de anclaje para entrar a éste universo, razón por la cual adoptó la forma de mi querido gato. Fue así cómo, inconscientemente, lo “traje de vuelta” conmigo.

Tras escuchar la historia que parecía estar condenado a repetir ad infinitum, Aruru abandonó mi celda. En vuelto en la oscuridad de esa falsa noche cerré los ojos y dormí profundamente, y Enki se me apareció como aquella pantera del poema de Borges.

VII

Después de una hora de descenso por la apenas escarpada pared rocosa, llego a los pies de la montaña. Una encorvada figura me saluda con una reverencia. Está apoyado en un largo bastón con una esfera como huevo de avestruz en la punta y junto a él hay dos cántaros de greda con extraños símbolos. Del cuello del anciano cuelga media docena de correas con dientes de animales, de sus orejas penden unos enormes aros de cobre y sus delgados brazos lucen un sinnúmero de pulseras del mismo material. Salvo estos adornos va completamente desnudo. Me percato entonces que yo también estoy desnudo, pero no siento ningún pudor.

El anciano se acerca y me cubre con la piel de un puma cuya cabeza queda situada sobre mi hombro derecho. Arrojo al suelo la rama que me ha acompañado todo el descenso y recibo el báculo de manos del viejo chamán.

-Es un alivio ver que has logrado salir con vida de la Caverna de la Muerte -dice el anciano en un idioma desconocido que, sin embargo, entiendo perfectamente-. Aunque nunca dudé que pudieses hacerlo, mi Señor Ninurta. Te ves tan fuerte y vigoroso como cuando entraste.
-¿Cuantos días estuve allí dentro, Sumuqan?
-Tres días sin comida ni agua, como dicta la tradición. He traído los víveres por si deseas beber o alimentarte.
-No será necesario. Quiero sentir el hambre y la sed un poco más, hasta que lleguemos a la aldea. Me hace sentir vivo. La verdad es que, nunca me había sentido tan vivo.

[FIN]

Por Sergio Alejandro Amira

La Conquista Mágica de América (2003)

por Jorge Baradit

Perdido en un sucio y oscuro zaguán entre los laberintos de la ciudad de Sevilla, hundido entre papeles y pergaminos reblandecidos por el asfixiante calor del verano, un cabalista llora abrazado a su pequeño escritorio de caoba. Interminables cálculos tan intrincados como la propia ciudad han desembocado finalmente en una solución que brilla ante sus ojos con la luz de todo un coro de ángeles: la fecha propicia para invadir América esplende ante sus ojos limpia y perfecta bajo complejas series numéricas borroneadas una y otra vez. Es el año 1227, hay un largo camino que recorrer y mucho que preparar.

La existencia de este nuevo mundo había sido descubierta sólo un par de siglos antes. La red de mediums que vigilaban el mundo conocido habían intuído presencias de un nuevo tipo de consciencia colonizando áreas importantes del plano astral y dieron la alarma. Descubrieron que mecánicas desconocidas y poderosas levantaban estructuras ciclópeas entre los pliegues de la mente del planeta, como si otro continente emergiera con inusitado ímpetu.

De inmediato un selecto equipo de videntes fué asesinado y enterrado en una línea recta apuntando hacia las nuevas señales. Todos eran signo géminis, todos cargaban una roca de cobre en el estómago. Los mediums comenzaron a recibir las transmisiones de los videntes asesinados, haciendo puente casi de inmediato. Las señales eran difusas y afloraban como débiles imágenes en blanco y negro, adhiriéndose llenas de estática a las retinas de los mediums como recuerdos de infancia: un olor desconocido, el multicolor del manto de una madre, la certeza en la existencia del Tamoanchán. Colores y animales extraños, edificios de piedra, escalinatas ensangrentadas brillando a través de nieblas de incienso, plumas y piel oscura; otro zodíaco cosido a la piel de la noche, cuchillos de obsidiana y brujos poderosos.

Manipularon, influenciaron y tiraron de todas las redes y cuerdas invisibles que sostenían los imperios en su afán de alcanzar las nuevas tierras. Pero lo hicieron delicadamente, pacientemente. Invisibles.

En una de las tres naves viajaba un representante de las logias oscuras. América se estremeció cuando su planta tocó las arenas del Caribe. Todos los chamanes del continente giraron los rostros hacia ese punto con el corazón encogido por una repentina angustia, como si una piedra negra hubiera caído sobre el lago tranquilo de la América astral.

Después, vino la expedición definitiva.

No era oro lo que buscaban los que venían escondidos tras la marea de sífilis que avanzaba como una tormenta de dientes a través del Atlántico.

Detrás de los ejércitos y su ferretería, aún detrás de la cruz y la hoguera, venía la verdadera peste . Magos, cabalistas, guardianes del grial, alquimistas y sus golems se arrastraban escondidos entre los arcabuces, regurgitando conjuros y venenos que clavaban como alfileres sobre la piel de la Pachamama.

Ellos no buscaban el oro que rodaba por los ríos, «el oro es paga de espadas e ignorantes» su oro no era oro vulgar.

La operación de conquista y sus detalles eran antiguos. Antes de sus propios nacimientos se habían previsto todos los detalles. Por eso, cuando el Consejo de los pueblos Rojos intentó reaccionar ya era demasiado tarde, la Conquista Mágica de América estallaba en sus rostros como una tempestad arrasando el continente, como una coreografía mil veces ensayada y representada a la perfección.

El nombre de Jehová fué un terremoto abriéndose paso a través del estómago del continente como el cuchillo de un carnicero. Nadie alcanzó a invocar protección porque la daga castellana degollaba en la cuna el grito y cortaba las lenguas de los que sabían las palabras adecuadas. Quemó los signos de poder, destruyó las máquinas para comunicarse con los dioses; aisló a los pueblos y les devoró la memoria antes de arrojarlos como rebaños perdidos al desierto de la amnesia.

Cuando se apagaron los incendios y el polvo de las masacres se hubo posado sobre las piedras, vino la cruz recogiendo el dolor de los huérfanos, encadenando las almas a su rosario de esqueletos.

América yaciendo herida de muerte, expuesta a los escalpelos del que venía detrás, el verdadero depredador mágico que se inclinaba sobre los campos de batalla desolados, hurgando en las entrañas abiertas de los hijos del Sol, buscando sus augurios y su paga de cuervo. Buscando señales en los mapas que leía en los intestinos tiernos de la gente roja.

Lo que habían descubierto en Europa bien valía cien operaciones de conquista como ésta.

Años antes de zarpar, hundieron clavos de cobre a través de los ojos de un vidente eslavo y luego de muchos intentos consiguieron penetrar en las líneas de comunicaciones de los chamanes americanos. A través de sus ojos pudieron escudriñar cada centímetro de las intrincadas construcciones rituales con que modulaban las portentosas fuerzas que emanaban de los pezones de esa nueva tierra. Asistieron al levantamiento de arquitecturas que continuaban hacia el plano astral en complejas urbanizaciones mentales. Vieron prodigiosas máquinas voladoras de piedra planeando a baja altura, operadas con gemas preciosas y mantras bellísimos. Vieron enormes pirámides de roca girando sobre su eje para calibrar la vibración energética de ciertos valles. Fueron testigos atónitos de portentos que no podían tener otra explicación que una inusual fuente de poder radicada en el territorio.

Penetraron sus redes de datos más profundas, comieron los cerebros de cuatro niños no natos y vieron, a través de los ojos de un sacerdote maya, el códice más santo de todos: el «viento naranja», escrito y primorosamente ilustrado íntegramente en el plano astral por generaciones y generaciones de brujos iniciados.

Supieron de Ce acatl. Supieron de Kallfukura.

Supieron como derrotarlos y arrebatarles la fuente de sus maravillas.

Esa noche lloraron abrazados y mataron a todos sus hermanos que no merecían saber lo que ahora ellos sabían.

Reordenaron el calendario europeo y abrieron una ventana de tiempo falsa, oculta a los ojos de dios, para que Hernán Cortés desembarcara sus tropas en el Anáhuac justo en el año 1519, número 7, con una única palabra murmurada en secreto de boca a oído: serpiente emplumada.

Cuando Cortés desembarcó, subió a su caballo y un representante le indicó el nombre con que debía nombrar el lugar para hacerlo seguro. Le recomendó nunca desmontar antes de renombrar los lugares. De ahí en adelante cada sitio conquistado era rápidamente renombrado con un «conjuro-llave», codificado tras un nombre cristiano, que anulaba la energía opositora y encarcelaba entre las letras al numen protector del lugar. De esa manera avanzaban con seguridad por terrenos incapaces de defenderse. El rito de conquista avanzaba como una infección.

Escondidos a la sombra de los ejércitos, los representantes guiaban a los capitanes en el primer objetivo: bajar a través de la cordillera de los Andes destruyendo un por uno los chakras de América para debilitarla y nublar la visión de sus chamanes guerreros, los únicos capaces de oponerse al objetivo final, oculto allá en el sur más boscoso.

Uno por uno cayeron los pueblos que resguardaban los puntos de poder de la madre tierra. Cada templo mayor era desmantelado cuidadosamente para exponer el «punto blando» y cegarlo con cantos y signos de oscuridad. Siempre se construía una iglesia encima, como llave ritual obstruyendo la respiración del territorio.

Los restos de las civilizaciones que florecían como hongos en torno a cada punto energético, servían de carroña para la jauría de la Corona. Mujeres y oro, niños y sangre para sus cálices.

Pero los representantes no buscaban oro vulgar.

No todos los representantes sabían cuál era el real objetivo de la operación de conquista. Sólo los guardianes del grial conocían la verdad y eran los encargados de «mantener secreto el secreto» hasta el momento indicado.

Ningún representante aparecía en registro alguno, ninguno recibió cargos o haciendas, nadie tenía derecho a mirarlos o discurrir sobre sus oficios. Los que habían escuchado una sola palabra de boca de un representante, eran borrados del libro de la vida y sus huesos eran polvo arrojado a algún desierto.

La verdad no es para todos.

-La verdad no es para todos- dijo el de la barba color fuego, cerró los ojos y el tercer congregado de la izquierda se desplomó estrellando su rostro contra el suelo. Una profunda herida manaba sangre a borbotones desde la zona de la nuca, justo en el centro de un tatuaje ritual representando al ouroboros.

-La muerte vive a nuestras espaldas todo el tiempo, esperando el momento para sacarnos a vivir-.

-El asiento peligroso- murmuró uno que debía sentarse de costado para no herir su pierna tullida. Alguien, en las sombras, limpió un cuchillo y tomó el cadáver por las pantorrillas para arrastrarlo hacia la oscuridad.

-Su camino concluía hoy- continuó el de la barba color fuego -pero el nuestro continúa.

La obra es un bajel que cruza los siglos y hoy somos nosotros los que afirmamos su timón, aunque somos menos que el polvo entre sus tablas-.

Todos asintieron en silencio.

Todos eran sobrehumanos.

-Ahora es el momento para escuchar la verdad- dijo con voz queda, desprovista de toda solemnidad.

-Lucifer, después de su derrota, fué arrojado hacia la materia con toda la violencia que la ira divina pudo descargar. Cayó durante eones hasta alcanzar los fondos más profundos del océano de la eternidad: nuestro Universo. Cayó de cabeza a través de las órbitas celestes como un proyectil desconsolado. Cayó hacia nuestra Tierra, atravesó la atmósfera y el casco polar con un estruendo como de muchas aguas en gran disgusto, como muchos ejércitos gritando el nombre de Yavé al unísono.

Ahora yace enterrado, encadenado a los abismos, crucificado de cabeza y lamido por el magma, aullando su dolor eterno de belleza perdida y poder arrebatado.

Al momento de encallar en nuestro mundo, la hermosa diadema que embellecía su frente cayó a perderse en el instante mismo en que se abrían las carnes de la madre y «el que trae la luz» nacía hacia adentro destrozado, hundido de regreso a la matriz.

La piedra azul, venus. Ese es el secreto más secreto que nos mueve en peregrinaje hasta estos yermos perdidos de toda misericordia-. Concluyó hundiéndose en el silencio. El silencio que todo lo rodeaba como incienso consagrando la revelación.

-Maran atha- murmuró emocionado el más joven.

-Mañana morirán dos más- continuó el de la barba color fuego -luego levantaremos el campamento y nos iremos en silencio. Es menester que este poblado sea destruido por los naturales, para que la matemática de los eventos nos sea propicia-.

Talcahuano, Tralkawenu, el trueno del cielo.

La piedra azul estaba alojada en el interior del cráneo de una machi que, en su juventud, se había hecho arrancar los ojos para «poder ver». Había cosido sus párpados con tendones de cóndor y huemul, para que su visión corriera veloz entre los bosques de araucaria y volara alta sobre los lagos y volcanes de la Meli Witran Mapu.

Ngenechén estaba con ella.

Una noche, convertida en halcón, había sobrevolado el campamento de esos extraños hombres de piel blanca como la muerte, los winka. Le había dolido el olfato la hediondez que emanaba de esos cuerpos fajados en telas inmundas y tuvo que huir. La espantó el olor de sus barbas machadas de comida, la deslumbró el brillo de la luna adornando sables y yelmos.

Hace mucho tiempo que los venía sintiendo arrastrar sus metales sobre la piel de los valles. Había escuchado llorar a la Pincoya y quejarse a los traukos cada vez que esos brujos blanquecinos como pollos sin cocer destruían un poco más el corazón de la mamita que nos cuida.

La machi Alerayén era ya muy anciana, a pesar de ello nunca se había asomado a semejante negrura como aquella noche en que decidió espiar a través de la pupila de un winka. Casi perdió la razón. Todo su paisaje de ríos, montañas y helechos se hundió en un pozo espeso, giratorio, repleto de cárceles oscuras, pestes, hogueras, cruces, clavos, espacios cerrados, ciudades hediondas a mierda y látigos. «Su dios cuelga clavado de un tronco, como un trozo de carne para asar», su corazón le gritó en la cara y la machi cayó aturdida, rodando entre los matorrales.

La machi Alerayén tuvo que mantenerse despierta durante siete días y siete noches, recibiendo las penas de cientos de refugiados que arribaban cargados de desolación a la tierra mapuche.

Todos seguían el último mandato del ya desaparecido Consejo de Ancianos de las razas rojas: -Cada hijo de la mama tierra que sobreviva a la jauría blanca y pueda cargar una lanza, deberá encaminar sus pasos hacia el sur para unirse contra la barbarie. El corazón de nuestra tierra corre peligro-.

Guerreros-águila del Anáhuac-México, mocetones quechuas, mujeres cocodrilo del Amazonas, jóvenes shwar capaces de hacerse invisibles, chamanes jaguar del desierto de Atacama, soldados maya conocedores del combate en los sueños; hombres de piel roja medio muertos de hambre, en harapos, desfallecientes.

La machi sentía que el día de las lágrimas se acercaba y pidió consejo a las plantitas que hacen ver. Quemó hierbas en torno a su rehue de canelo que se elevaba 2 metros sobre el suelo y se hundía 200 bajo tierra para enterrarse en la cabeza de la serpiente que podría perderlos si no era controlada de ese modo. El chamico (planta alucinógena) habló con ella sobre los tiempos que vendrían y la machi lloró tanto que todas las vertientes de Tralco se amrgaron para siempre llorando con ella. Gotas gruesas como la miel manaron desde las cuencas vacías de la última chamana capaz de hablar con las plantas de poder.

El chamico le habló sobre la pérdida de la memoria y la vergüenza, sobre la necesidad de mantener oculto el corazón de América hasta mejores tiempos, la Kallfukura, la piedra azul. Le contó en voz baja, mirándola desde adentro, acerca de infinitas cruces que se clavarían en el continente siguiendo un exacto diagrama de acupuntura negra para debilitar la tierra y mantenerla adormecida, alimentando al vampiro que se solazará en su leche. Le especificó la palabra que los mapuche deberán pensar como protección cuando los retraten para el archivo de almas que usarían los gobernantes para su magia negra. Le rogó que no capitularan en su defensa de la entrada a la ciudad bajo la cordillera.

La anciana suspiró, cansada y triste bajo su piel gruesa y oscura como corteza de araucaria.

-Madre machi!- gritó un joven guerrero que corría entre los árboles.

La anciana dejó de mirar a los ojos al chamico y la construcción cayó hacia arriba como agua estallando contra el cielo.

Todas las aves dejaron de cantar.

Un escarabajo salió por el oído de la machi y ésta recuperó los colores y la definición de su imagen.

Giró la cabeza y murmuró -Llegó el momento. No pensé que demorarían tan poco en encontrarnos-.

– Madre machi- dijo el kona cayendo de rodillas, acezando -El comedor de Sanpedro se comunicó con la red de vigilancia. El chamán de Curacautín dice que una bandada de tordos apareció sobre los campos del lonco y las aguas de todas las acequias se enturbiaron como la sangre. Asegura por su linaje que ésto no es cosa de kalkus o wekufes-.

-Lo sé- interrumpió -ayúdame a ponerme de pie y corre a decirle a nuestro lonko que haremos una rogativa-.

-Pero, un nguillatún requiere preparativos demasiado lentos y…-.

-Nadie preguntó tu opinión, impertinente. Tenemos sólo dos días, por eso te pedí que corrieras- insistió ásperamente. El kona hizo una grosera mueca de molestia frente a los ojos vacíos de la vieja y saltó entre la espesura separando enormes helechos y espantando una infinidad de aves de colores, que volaron hacia los árboles como frutos regresando a sus ganchos.

-No creas que no te ví, justifyraru!- gritó la anciana agitando su bastón en el aire.

El nguillatún convocó a todos los loncos de la Meli Witran Mapu. También llegaron brujos de la cordillera, antiguos pillanes y espíritus de los volcanes, también vinieron célebres guerreros reencarnados en pumas, árboles o destellos de luz azul.

La machi habló fuerte, tan fuerte que hasta el Sol se detuvo para escucharla. Comenzó hablando sobre el doloroso llanto de la mama tierra. De cómo la cruz que el europeo clavara allá en el norte la ancló para siempre al mapa y ya no fué libre nunca más. Advirtió que si la resistencia fracasaba, vagarían perdidos para siempre, ciegos y sordos tanteando el suelo como niños buscándose el alma entre las piedras. Insistió en la necesidad de mantener la fé y la esperanza en el regreso de los verdaderos dioses blancos, que yacen dormidos en la ciudad bajo la cordillera. Recordó que el pueblo mapuche tiene la dignidad de «Guardianes de la Entrada» de esta ciudad y que no tienen otra alternativa que combatir hasta el final protegiendo la llave que abre las montañas. Llorando les confesó que habían pasado ya dos lunas desde que escuchó hablar por última vez, en susurros incoherentes, a la mama tierra y que desde entonces sólo un gran vacío llenaba su mente y las montañas ya no le respondían. Les cuenta que teme lo peor. Los aliados mágicos se desvanecen de pena, las aves sólo cantan y el paisaje comienza a olvidar quién es.

Informa que ya huele la marea infecta que se acerca por el horizonte, con sus corazones extraviados y la espada presta. Que no tardarán una noche en estar a la vista, que deberán avanzar de inmediato para evitar que crucen el río y contaminen el suelo de la Meli Witran Mapu con sus pies afilados y su violencia sin sentido. Los conmina a retenerlos con buenas y malas artes porque no son humanos. Les revela que hay un antiguo pacto con la oscuridad viviendo en sus corazones que los impulsa y los pierde. Ruega que no retrocedan porque la verdadera batalla es mágica, que hay unas nubes negras arrastrándose detrás de la jauría que no alcanza a distinguir. Les confiesa que necesitará tiempo, quizás unos cientos de años, pero que confía en encontrar la manera de despertar a la mamita de nuevo.

Luego del rito, cientos de konas avanzaron entre gritos de trueno encabezando los ejércitos. Más atrás caminaban, cansados pero decididos, los restos de las orgullosas castas guerreras de toda la América roja, sus emblemas llenos de cicatrices en el cuerpo y en el alma, pero con la mirada de piedra aún embelleciendo sus semblantes.

Cientos de brujos montados en cóndores obscurecieron el cielo a su paso. Abajo, traukos e invunches brotaban de la tierra para sumarse a la resistencia. Vino el alerce. Las piedras y los riachuelos se levantaron hombro con hombro contra el brujo europeo.

Una cruz se clavó en Loncoche.

El continente entró en estado de coma.

La machi ruega a viva voz, pero sólo el eco le devuelve la plegaria.

[FIN]

Jorge Baradit

Santiago, enero de 2003

Esferas de Carey

por Luis Saavedra

Para Michael Ende. El que avisa no es traidor.

Antoinette lleva un vestido largo y negro de encajes. El vestido es suave y reluce con brillos vinosos cada vez que ella hace un movimiento, la tela se extiende a sus pies hasta el infinito de la habitación y sube por las paredes, allá a lo lejos. Seguramente, cuando levantes la cabeza la verás por todo el cielo hasta donde la vista te alcance, envolviéndote. Sin embargo, hay luz como si fuera de día y eso es algo que no puedes explicarte porque no hay sol ni luna que alumbre, ni foco o incendio que arda. También corre una brisa, como de la tarde, fresca y rebosante de buenos presagios que mueve las cosas frágiles con delicadeza, mientras crecen las espigas de un pasto sin color. Si escuchas bien podrás precisar los sonidos de una gaviotas lejanas graznando y un violín murmurando una dulce melodía eslava. Hay dos sillas barrocas y esbeltas, orgullosas de su origen, de una caoba acaramelada y respaldar de cuero repujado en la figura de un dragón chino. Junto a las dos sillas hay una mesa de cristal de tres patas y en la mesa un conjunto de platería fina para tomar el té.

Tomamos el té con Antoinette.

Ella se sienta muy derecha, mirándome fijamente, esperando que yo haga alguna pregunta o responda alguna respuesta, ya no lo recuerdo claramente. No es que sea importante, pero si ustedes preguntaran cuánto llevamos en este sitio yo no sabría qué responder y Antoinette ni siquiera les miraría. En realidad, el tiempo no importa aquí puesto que no pasa como lo hace en las oficinas o en el amor; sencillamente languidece en grandes gotas escurriéndose por el vestido negro y suave y se acumula en grandes charcos que se evaporan para condensarse de nuevo. En cuánto a ella, no podría describir ser más bello. Las manos de Antoinette contrastan violentamente contra el género de su falda porque son blancas y finas con unos dedos delgados y ahusados con bellísimas y casi invisibles filigranas azules y rosadas con uñas traslúcidas, dando al conjunto una sensación de improbabilidad y desaparición. Su rostro como un gajo de uva estilizado comparte la misma cualidad de las manos y sus ojos son grandes y negros, tanto que resultan azabaches, pero no como su vestido sino con un ligero brillo de vivo fuego; en ellos es fácil encontrar tu reflejo y fácil perderte, también. Su pelo negro cae hacia atrás hasta un lugar en su espalda que no puedo ver, y solo un mechón ralo se enrosca sobre sus pechos pequeños como palomas durmientes. Tiene unos labios curvos y ligeramente rosados que dan la apariencia de una sonrisa, pero no irónica sino pacífica como diciéndote «No tengas miedo, confía en mí». Yo acato esa orden sin ningún reparo y tú también deberías hacerlo.

Es fácil enamorarse de Antoinette.

Toma la taza más cercana y se la lleva a los labios y bebe un pequeño sorbo. Se lleva una mano al pecho como si el esfuerzo de degustar el líquido fuera demasiado; me preocupo innecesariamente porque al otro instante se recupera y ya todo está bien. Le pregunto si alguna vez ha estado fuera de la habitación y me contesta que ya esa pregunta la he hecho antes, muchas veces antes, pero yo no me acuerdo y estoy condenado a hacerlo muchas veces después. Me disculpo y le hago otra pregunta. Cuando sea necesario, me responde y sonríe e inclina la cabeza, ocultando un albur sobre sus mejillas. Siento que la amo más que nunca y yo también bajo la cabeza. Bebo un sorbo de mi taza para no tener que tomarme las manos en un gesto de impaciencia.

Antoinette tiene un bolsillo amplio.

Ella pregunta y yo le respondo que nunca ha sido así, que en realidad no me preocupa morir siempre y cuando la última imagen sea ella. Antoinette pregunta y yo le respondo que no tengo mucha fé en nada y que hace tiempo que dejé de vivir en el mundo de la gente normal y que ahora llevo una ligera melancolía encima. Ella pregunta y yo le respondo que me gustaría volver a tener 10 ó 5 ó nada de años, hasta ser solo una mota de polvo que ella respire.
A continuación, ella introduce su mano en un pliegue de su vestido y saca una esfera que flota y gira en la palma y emite un albedo que se difumina en el espacio. Ella extiende el brazo para ofrecérmelo y yo lo recibo con ambas manos ahuecadas. Me dice que las esferas son tan frágiles que el solo soplar sobre ellas las despojaría de su luz y se congelarían, de modo que la atraigo hacia mí con el mayor de los cuidados y la observo detenidamente.

Al principio solo se distingue una pálida esfera amarilla que gira sobre un eje muy inclinado, casi horizontal, y desprende una nube de polvillo como iridisado que mancha mis palmas. Antoinette me señala que mire más de cerca o me perdería los detalles. Veo campos de una hierba amarilla infinitos y vías de un agua azulenca lleno de peces de colores eléctricos. Seres parecidos a palmeras se mueven lentamente siguiendo una línea invisible, en manada, dejando tras de sí una herida en el territorio. La herida se llena prontamente de hierba y ya no hay huella del paso de los ciclópeos. Hay muchas manadas en toda la esfera que parecen converger en el mismo sitio: un edificio en forma de pirámide babilónica con incontables mesetas, descansos y escalinatas. Está tallado en una piedra blanca con vetas negras como una cucharada de chocolate disuelta en leche y adornada de estatuas de dioses de cuernos terribles, que adoptan posiciones de tal modo que el conjunto cuenta una historia muy antigua, tan antigua como el mundo amarillo. Pero cada vez que una manada entra en la avenida que lleva a la puerta de la pirámide, ésta desaparece dejando solo el paisaje de hierbas infinitas; inmediatamente aparece en otra parte de la esfera con su misma grandeza. Todas las manadas parecen darse cuenta porque al unísono cambian su dirección y toman otras líneas invisibles y convergentes; todas menos la manada que alcanzó la avenida. Yacen impávidos y desalentados se dejan morir, languideciendo, hasta que el último cae marchito. Ella dice que no hay nada más triste que el tiempo de esperar la muerte; yo no recuerdo si mi tiempo fue precisamente ese, hace mucho. Su mano danza sobre las mías y el mundo amarillo se va con ella hechizado por su belleza, y es tragado por un pliegue placentario.

Uno no puede enojarse con Antoinette.

Uno no puede, en serio. Si tú vinieras con una inmensa furia y te encontrases con ella lo único que lograrías es levantar una mano y tratar de descargársela en la cara, pero en ese momento tendrías que mirarla a los ojos y todo se volvería impreciso y ya no recordarías porqué tienes la mano alzada, ¿quizás para bailar?.. Ella toma un traguito del té y es como si fuera veneno porque arruga el entrecejo y por un momento su faz se transforma con el dolor. Pero nada, vuelve a su pacífica existencia y me regala una sonrisa, viendo mi incertidumbre. Luego dice, a veces es necesario morir un poco. Por supuesto que lo sé, le respondo. Toma una nueva esfera que reluce con una luz negra, un borde de intenso negro que casi no deja distinguir que la bola es tan pulida y sin accidentes que es como una inmensa loza de porcelana, surcada por fracturas perfectas y geométricas que forman diseños desde arriba. Sus habitantes jamás lo han sabido ni lo sabrán porque sus preocupaciones los mantienen en constante movimiento. Me acerco más a la mano extendida de Antoinette y veo una estatua blanca en el paisaje curvo: representa un héroe blandiendo una espada hacia el cielo, mientras que algunos seres, pequeños y sin rasgos definidos debido a que se mueven a mucha velocidad, se detienen un momento y le dan una oración para partir al siguiente; no vuelven más. En su base, hay una placa conmemorativa, pero el agua y el viento han suavizando tanto el bajorrelieve que ahora es difícil adivinar si aquella es una letra «A» o ésa una «K». El mismo efecto ha tenido sobre el rostro del héroe que ahora cada oferente se imagina el rostro que más le acomoda. Sin embargo, está rodeada de racimos de flores marchitas y plegarias escritas con mano presurosa; a todo su alrededor hay monedas de todos los colores y formas y vasijas con órganos de ganado, y en el suelo han dibujado paradigmas con tizas de colores que se entrelazan unos con otros. El héroe sin rostro es esporádicamente visitado, rápidamente como la muerte en una navaja, y cuando está solo baja de su sitial y encaja profundamente la espada en la cerámica negra del suelo.

Ahora corre un viento más intranquilo con presagios de malos sueños. La luz se ha vuelto crepuscular y siento un poco de frío. Pero eso a ella la tiene sin cuidado: mientras que a mí la atmósfera me ha obligado a ponerme un abrigo y un sombrero, ella permanece inmutada y pacífica.

No hay nada malo en Antoinette.

Ella es el reflejo de las cosas y su totalidad solo puede dar como resultado algo eterno, inmutable… Ahora viene flotando hacia mí una esfera azul, sin intervención de nadie; parece haber venido de ninguna parte, pero sé que algún pliegue de su vestido se ha descorrido como un velo y la ha liberado. Ella parece no notarlo porque ahora parece ensimismada en la observación de una esfera verde que gira muy rápidamente, en su palma. La esfera azul ha tomado un aire muy sereno con un eje un poco inclinado y unas nubes se deslizan por su superficie, el azul se lo dan los mares que ocupan todo a excepción de una isla pequeña pero plagada de seres que caminan en dos patas. La isla no tiene mayor vegetación y los seres se mueven cerca de las playas donde descansan y pescan. Parecen llevar una buena vida, pero la mayoría muere violentamente ahogadas, mutiladas por enredaderas marinas y atrapadas por enormes bocas desdentadas. Sin embargo, hacia el centro de la isla hay una construcción monótona, baja y cuadrada que desentona con el color terracota del terreno. La habitación, que así la podríamos llamar, posee una única ventana sin puertas ni otros accesos y el interior no se divisa bien. Adentro, y si te acostumbras a la oscuridad, verás a un hombre sentado ante una máquina de escribir antigua que teclea lentamente palabras. Parece visiblemente desganado porque tiene los hombros hundidos, la cabeza inclinada y sus movimientos indecisos pesan toneladas. Viste una sencilla tenida de dos partes y del cuello le cuelga una pieza de tela negra y estrecha por delante. Hay silencio en la habitación, a excepción de algunos carraspeos y las teclas que disparan sonidos secos sobre el papel que hacen más alienante la atmósfera. El hombre se acomoda mejor en la silla. No le puedo ver el rostro pero puedo distinguir su complexión delgada y su piel blanca, casi mortecina. Tiene el pelo de un color castaño desvaído que cae en mechones simétricos. De pronto, el hombre se detiene en medio de una frase y se va irguiendo lentamente, toma la posición de alguien que escucha el rumor de un motor lejano, quizás evoca el sabor de un helado a los cinco años. Yo permanezco sin respirar siquiera y presiento que estoy importunando en su tarea, aunque sé que no es así: yo aquí soy menos que un fantasma en esta esfera. Pero la tensión continúa y me veo obligado a alejarme un poco; justo en ese momento, el hombre se voltea y me mira fijamente. Reconozco inmediatamente ese rostro, a pesar que sus ojos y boca están cerrados por unas coseduras de un hilo espartano. Husmea el aire como un topo y me localiza y espera algo de mí. Tengo un momento de revelación y después nada, pero ha sido suficiente para sentir lástima por esa criatura atada a sus trabajos estúpidos… Como no hay nada más que ver lo abandono y él vuelve a teclear en la máquina lo que desde hace eones está condenado a escribir: «Soy y no puedo ser».

Vuelvo a mi asiento y la esfera azul comienza a retirarse hasta el borde donde el vestido de Antoinette cae en un abismo sin posibilidad de ver el fondo. La esfera cae. Me angustia saber que con la bola se va el hombre que escribe y tengo deseos de levantarme y seguir su trayectoria, pero está ella y me mira con ojos que me retienen. Sus manos están sobre sus faldas, con las palmas hacia arriba.

Si quizás tú estuvieras aquí te habrías ido con una pregunta respondida y te alejarías hasta el borde aterciopelado desde donde ya no hay nada, y te lanzarías al espacio hasta convertirte en un punto de luz. Pero ya no sirve para mí, yo no tengo memoria.
Antoinette lleva un vestido largo y negro de encajes y yo estoy con ella.

FIN

Luis Saavedra

Santiago, 07 de Enero de 2003