Pedro Jorge Romero

por Pablo Castro

Para quienes han seguido de cerca el desarrollo de la ciencia ficción en España el nombre de Pedro Jorge Romero no debiera ser desconocido. Gran entusiasta y divulgador del género, Pedro editó durante una década junto a Joan Manel Ortiz, Ricard de la Casa y José Luis González la revista BEM, transformada hoy en día en un referente ineludible de los sitios webs dedicados al género. Jorge además ha sido editor, traductor, crítico, e incluso escritor, publicando en el año 2001 la novela El Otoño de las Estrellas junto a Miquel Barceló.

Como se ve Pedro es un hombre de muchas facetas y su larga experiencia lo ha llevado a transformarse en un observador lúcido y asertivo de los avatares del género. En medio de tanta actividad tuvo la gentileza de darnos esta entrevista para compartir algunas cosas que muy probablemente nos interesan también a nosotros.

Licenciado en Física, Programador informático, Editor, Traductor, Crítico, Escritor de ciencia ficción… ¿Cuál de éstas categorías te identifica mejor?

Pues todavía no la he encontrado. Me gusta leer, así que quizá optaría por lector. También me gusta ver series de televisión, así que telespectador tampoco estaría mal. De las que citas, programador probablemente, pero tampoco por completo. Soy demasiado curioso.

Durante varios años estuviste involucrado en varios proyectos relacionados con la ciencia ficción. ¿Qué evaluación haces de todo ese trabajo, especialmente lo realizado en BEM?

Fueron diez años muy, muy cansados. Lo interesante del proceso es que la labor fue continuada y que se mantuvo durante un buen periodo de tiempo. Claro está, hubiese sido imposible de haber sido sólo una persona. Un equipo de cuatro lo hizo durante mucho tiempo y sacó 75 años. Ésa es la valoración que yo haría: un grupo de personas puede mantener en marcha una actividad sin lo hace con cierto tesón.
Además, gané unos muy buenos amigos. No se puede pedir más.

Después de todo ese tiempo en el cual fuiste un verdadero activista del género, ¿qué piensas de la ciencia ficción que se escribe en tu país? ¿Sientes que la calidad ha mejorado con los años o todavía se encuentra en un estado embrionario en comparación con el mundo anglosajón?

En muchos aspectos, creo que la ciencia ficción está siempre en estado embrionario, se escriba donde se escriba. La mejor ciencia ficción nace de algunas personas haciendo algo ligeramente diferente a lo que se hacía antes, y eso se encuentra en casi todas las nacionalidades del género. En aspectos empresariales y crematísticos, pues parece que el género en España ha avanzado bastante y que ya es posible publicar con normalidad una novela de ciencia ficción. Eso hemos ganado.

Te hacía esta pregunta porque recuerdo que alguna vez dijiste en una reseña a la novela Distress de Greg Egan, que la ciencia ficción española por muy buena que fuese no tenía el empuje, la fuerza o la masa crítica de la ciencia ficción en inglés. ¿Mantienes ese juicio?

Ah, comprendo ahora la pregunta. Pero claro, ésa es una situación diferente. En aquel momento lo que venía a decir es que no había masa crítica suficiente para producir y crear la cantidad ingente de nuevas ideas que es capaz de producir una ciencia ficción tan grande como la anglosajona. ¿Eso es malo? No necesariamente, claro, porque las ideas al final no son más que el primer elemento de trabajo. Si uno sabe tomarlas de una tierra más variada y consigue que arraiguen en su propio terreno, pues no hay problema. Por eso es interesante leer.
Con respecto al tipo de ciencia ficción que a mí me gusta practicar, lo que sí me da la impresión es que los autores en español no leen tanta ciencia como debieran. Parece tender siempre más hacia la fantasía que hacia la ciencia ficción.

En algún momento se dijo que la ciencia ficción estaba muerta. ¿Crees que los excesos del mainstreaming contribuyeron a esgrimir ese juicio o respondió más bien a otras prerrogativas?

Estoy seguro que tras la salida del segundo número de Astounding ya había alguien prediciendo la muerte de la ciencia ficción. Se ha venido repitiendo tantas veces que el mismo Gardner Dozois se recochinea en las introducciones a sus antologías del año comentando que sigue sin morir.
Lo de la muerte de la ciencia ficción es simplemente un mito que se usa como arma arrojadiza (más que nada para asignar culpas y eso). Morirá, claro, como mueren todos los géneros literarios. Pero no deja de ser un proceso natural.
Por otra parte, no creo que el mainstreaming tenga mayor influencia. Se ha ganado muchos con las influencias del mainstream en la ciencia ficción, y se ha ganado mucho con las influencias de la ciencia ficción en el mainstream. Lo que ha propiciado una fertilización mutua y la aparición de muchos libros interesantes. No sería inteligente quejarnos teniendo más libros para leer.

Como lector habitual del género, ¿piensas que hoy se escribe mejor ciencia ficción que hace 30 o 40 años?

Sí.

Tú también has hecho crítica literaria ¿Qué elementos consideras o deben estar presentes en una obra que consideras de calidad?

Pues no tengo ni idea. Podría decir cosas como “que no aburra”, pero incluso eso es un juicio subjetivo, porque lo que es aburrido para unos no lo es aburrido para otros. Básicamente lo que creo es lo siguiente: todas las obras malas son iguales, todas las buenas son diferentes. Cuando tenemos una obra mala sabemos lo que ha pasado: ha fallado la trama, ha fallado el estilo, ha fallado esto o aquello. Pero cuando una obra es buena, ¿por qué lo es? No se puede aislar un elemento. La obra es buena y nos gusta en su conjunto. Por esa razón, me parece muy difícil hacer un juicio a priori o dar una receta para escribir una buena obra.

Volviendo a Egan. Tú fuiste un gran divulgador de su obra en España . ¿Es un caso excepcional y aislado de poco probable repetición o crees que existen o existirán otros autores que se pueden o podrían comparar a lo logrado en su obra?

Espero que sí, en caso contrario, ¿qué sentido tendría seguir leyendo ciencia ficción? Pero sí, lo tengo claro. Egan reflexiona desde una óptica filosófica e incluso metafísica sobre problemas científicos muy modernos. Dentro de 20 años habrá problemas científicos muy modernos y habrá escritores que crearán sus obras reflexionando sobre ellos. Egan lo hace muy bien, con una voz clara y en su época. Los demás lo harán con su voz y en su momento.

Tu cuento El día que hicimos la transición fue incluido en el libro Cosmos Latinos, publicado en Estados Unidos, y que reunía a diversas obras de autores iberoamericanos. ¿Crees que la ciencia ficción en español tiene alguna oportunidad en el mercado anglosajón?

Sí. El único problema es la traducción. Las ventajas son un cierto exotismo que bien empleado puede ser un gran punto a favor de la obra. Pero la traducción es el problema. Traducir es caro y en Estados Unidos ya tienen muchísimos autores que hacen ciencia ficción y fantasía. Traducir obras de fuera simplemente no tiene demasiado sentido a menos que se sepa que van a vender mucho y compensar el esfuerzo. Ahora, si se resolviese ese problema de la traducción, sí, creo que hay una oportunidad.
Además, hay que tener claro que la traducción debe ser tan buena como para competir con autores experimentados que escriben en su lengua materna. Muy complicado. Pero no dudo que se pueda hacer.

Dentro de ese plano, ¿existe presencia de obras latinoamericanas en España?

Si nos circunscribimos a lo puramente genérico, no parece haber mucha presencia. Por otra parte, si uno rebusca entre otros estantes encuentra mucho material de autores sudamericanos y españoles. No necesariamente viene catalogado como ciencia ficción o fantasía, pero ahí está.

Cada vez se publican menos libros de cuentos y se privilegia la novela. ¿Es un error de las editoriales o está justificado desde una óptica no-literaria, privilegiando aspectos económicos?

Tiene una justificación puramente económica. Las novelas se venden mejor que las recopilaciones de cuentos. Todo el mundo dice que prefiere los cuentos a las novelas (o al menos lo dice mucha gente), pero la realidad de las cifras es otra.
A mí me resulta curioso, porque yo soy muy borgeano en esos aspectos y prefiero un buen cuento a una novela regular. De hecho, las novelas me cansan un poco. Sin embargo, un buen relato bien trabajado es una delicia siempre.

Luis Saavedra, director del fanzine Fobos ha manifestado que la ciencia ficción tiene su futuro en el fanzine como único medio capaz de erosionar las políticas de las editoriales que determinan la carrera de un autor. ¿Estás de acuerdo con ese juicio? ¿Siguen teniendo las revistas y los fanzines el papel que asumieron antiguamente?

Habría que analizar exactamente que dijo, pero ciertamente me suena un poco exagerado. Aparte de esos editores de fanzines que luego han pasado a convertirse en editores o en asesores editoriales, no se me ocurre cómo un fanzine podría influir en la política de una editorial más allá de algún caso anecdótico. Eso sí, casos de editores de fanzines convertidos en editores profesionales hay bastante, y es bien cierto que a la ciencia ficción le sientan muy bien la editoriales pequeñas.
Por ejemplo, el boom actual de la ciencia ficción en España viene de la mano de editoriales más o menos modestas. Para una editorial muy grande, quizá vender los ejemplares de una novela de ciencia ficción no sea interesante, pero para una pequeña puede ser un negocio más que aceptable, con la ventaja de que además puede publicar autores que ya se saben que van a vender poco pero que se consideran de buena calidad.

¿Por qué en España a nivel de escritores y jurados de concursos existe tanta fascinación por las obras de corte religioso? Te lo pregunto porque en concursos como el UPC siempre he visto una gran presencia de obras de ese tipo dentro de los premiados.

Me toca cerca esa pregunta. Pues sí, la hay. Pero creo que la hay porque el tema es francamente jugoso. La religión ofrece una imaginería muy rica y apasionante, y por otra parte, la existencia de un dios o varios ofrece interesante oportunidades para la reflexión filosófica y especulativa.
A mí me encanta reivindicar la palabra metafísica. Es una de las ramas más interesantes de la filosofía y creo que la ciencia ficción es muy buena cuando se dedica a la metafísica.

A propósito de premios. En España existen varias e importantes instancias de este tipo. ¿Crees que se privilegia lo mejor en cuanto a la calidad de las obras premiadas o el currículum de algunos participantes genera ciertas actitudes frente a una obra en particular?

No, no tengo problemas para creer que es la calidad la que determina el ganador. La calidad, por supuesto, siempre entendida desde el punto de vista del jurado. Una vez más, hay que recordar eso de que lo que es bueno para unos no es necesariamente bueno para otros.

Junto a Alejo Cuervo escribiste la novela El Otoño de las Estrellas. ¿Quedaste satisfecho con lo logrado? ¿Lo suficiente para repetirlo?

Una corrección. Escribí la novela junto con Miquel Barceló. Y sí, quedé muy satisfecho con lo logrado? ¿Lo suficiente para repetirlo?
Una corrección. Escribí la novela junto con Miquel Barceló. Y sí, quedé muy satisfecho con la experiencia. ¿Tanto como para repetir? Pues sí, la verdad. Me encanta colaborar (también escribí El día que hicimos la Transición con Ricard de la Casa) y ahora mismo estoy hablando con otra persona sobre la posibilidad de colaborar en una novela. Vamos, que no escarmiento. Tiendo a llevarme bien con la gente y me preocupan más la trama y la estructuración de la narración que las palabras concretas empleadas. No me importa tanto que me corrijan las frases mientras me dejen los párrafos en su sitio.

Se dice que en Estados Unidos ser escritor de ciencia ficción se transformó en buen negocio. ¿Podría ocurrir lo mismo en Hispanoamérica?

No creo que sea buen negocio en Estados Unidos. Será muy buen negocio para algunos pocos autores (como también lo es en España, o si no pregúntale a Reverte). Los demás se limitan a vivir normal o no con el dinero que ganan con las novelas. A menos que se pongan a escribir novelizaciones o continuaciones de series famosas.
Creo que la profesionalización es uno de esos mitos persistentes que hacen más por impedir el desarrollo del género que por ayudarlo. Si nos tranquilizásemos un poco, no pensásemos tanto en vivir de escribir, se producirían más obras.

Bueno, Pedro agradecemos tu tiempo y disposición. A ver si algún día te das una vuelta por Chile.

Jo, ya me gustaría. Hay tantos países para visitar y tan poco tiempo.
Gracias a ti.

Sobre el entrevistado: Pedro Jorge Romero (37) es Licenciado en Física, y hoy en día es una de las figuras más importantes de la ciencia ficción española. Ha sido traductor, crítico, y durante el período 1990-200 co-editor de la revista BEM. Ha publicado en colaboración con Miquel Barceló la novela Testimoni de Narom, (Pagès Editors, Lleida, 2000,) que obtuvo el Premio Julio Verne 1998 y El Otoño de las estrellas, (Ediciones B, Barcelona, 2001). Su cuento El día que hicimos la transición, escrito junto a Ricard de la Casa, fue publicado en Estados Unidos en el libro Cosmos Latinos e incluido también en la antología Year’s Best SF 9 compilada por David G. Hartwell y Kathryn Cramer, y actualmente es finalista al premio Sidewise, que se entrega todos los años a historias de ciencia ficción (relato y novela) relacionadas con periodos históricos alternativos. Actualmente trabaja tanto como programador como traductor y es webmaster de los sitios: Archivo de Nessus (www.archivodenessus.com) y BEM WEB (www.bemmag.com). Para más información ver su página personal: www.pjorge.com

Yo, Robot

por Pablo Castro Hermosilla

Es curioso que al cine de ciencia ficción siempre se les exija ser casi perfecto para avalar una buena crítica o recomendación. Los prejuicios no sólo los debe soportar la vertiente literaria, si no que cualquier otra manifestación artística de este complejo género. El caudal de películas burdas o sencillamente malas sirven como perniciosos antecedentes para desestimar cualquier producto que pueda ser catalogado como ciencia ficción o algo semejante. Pero también es cierto que cualquier director o guionista de cine debe lidiar con los puntales que ha entregado el género, con películas como 2001 o Blade Runner, que no sólo se enmarcan dentro de lo mejor que ha dado la ciencia ficción, si no también el mismo cine. Esta pesada mochila es injusta y no es posible que cada vez que un estudio se arriesga a filmar ciencia ficción la crítica deba esperar una obra maestra, como si filmar ciencia ficción fuese un tabú visual que debe estar plenamente justificado.

Por cierto que Yo, Robot no es Blade Runner ni 2001, y tampoco tiene por qué serlo. Alguien dirá que un tema profundo como la creación de máquinas pensantes posee tantas reflexiones filosóficas que una película que trate dicho tema debe estar a la altura de tal premisa. Bien, eso significa entonces que la ciencia ficción de por sí trata temas profundos, por ende no debería ser prejuzgada de forma tan facilista e inmediata en cada una de sus variantes. Ah, dirán, es que no es el tema que trate lo verdaderamente importante, si no la manera cómo una novela o una película logre darle coherencia a una temática de esa envergadura.

Como respuesta, podríamos recurrir a la célebre frase de Theodore Sturgeon, quien al responderle a un periodista que lo inquiría por sus razones para escribir un género que olía a basura, respondió: “El 90 por ciento de lo que se escribe es basura”. Y claro, no es que Sturgeon creyera firmemente en eso. Sólo apelaba a la idea de que la ciencia ficción es un género legitimo y que no se le puede dejar al margen sólo porque muchas de sus obras no sean de excelente calidad.

¿A qué viene todo esto? A que Yo, Robot, con todas falencias, no es una mala película. Incluso por momentos funciona como una buena película de acción, lo que no es poco. Es, creo la mejor manera de disfrutarla. Insistir en que la película es una mera sucesión de efectos visuales no sólo es injusto si no un mero discurso predecible y casi amargo.

Tal vez lo mejor de Yo, Robot es que no tiene pretensiones, salvo la de constituir un gran éxito de taquilla, cosa que no tiene nada de malo. Ahora bien, es cierto que la premisa detrás daba para crear un filme de categoría, pero rápidamente el director Alex Proyas deja establecido que por ahí no va la cosa. Estamos, ojalá, ante un director que sabe lo difícil que es crear desde Hollywood una película de esa magnitud. Por ello corta por lo sano, y diseña una película visualmente atractiva, donde los efectos especiales cumplen con su rol y nada más.

Claro, a estas alturas del partido es demasiado complejo realizar una obra sobre seres artificiales que pueda tener la masa, el empuje, y dimensión visual que tiene Blade Runner. En términos fílmicos es difícil volver a plantear con esa fuerza una idea reflexiva sobre el hombre y seres mecánicos que lo imitan. Quizás se podría ahondar más en el terreno de lo científico, cosa que aun pueden aportar las novelas y que por momentos hace esta Yo, Robot. El guión fue escrito por Jeff Wintar y Akiva Goldsman (los gringos tiene nombres cada vez más raros) siendo el primero el más interesado en dichos temas. De hecho fue Wintar quien escribió el guión original llamado “Hardwired” y que trataba sobre una rebelión de los robots en el futuro. Además Wintar está trabajando en el guión para llevar al cine la serie Fundación de Asimov, por ende estamos frente a un tipo que ha leído lo suficiente y que le interesa el tema. Imagino entonces que él es el responsable de todas las elucubraciones tecnológicas relacionadas con las famosas tres leyes asimovianas y con el planteamiento sobre la posibilidad de que los robots puedan adquirir algo similar a una consciencia.

Precisamente ese planteamiento es expuesto en la secuencia más poderosa y emotiva que tiene esta Yo, Robot. Ahí no sólo hay una reflexión importante, si no un uso maravilloso de imágenes sugerentes y relacionadas con lo que se plantea. A veces pienso que al cine sólo le queda profundizar en dicho ejercicio, en una época en que si no todo está casi dicho, por momentos lo parece.

Sería inútil describir la trama de la película, pues imagino que la mayoría sabe que trata sobre un crimen que debe investigar un detective llamado Spooner (Willy Smith), crimen imputado a un robot, cosa que en la sociedad del futuro es imposible. Hay que develar este misterio y por supuesto que Spooner lo logra. Hay personajes secundarios, los consabidos robots, efectos visuales seductores, mucha acción y un guión que si no es completamente efectivo, sí resulta redondo tanto en los giros argumentales como también en las motivaciones de los personajes, sobre todo en Spooner.

Descrita así la película puede gustar o servir para ejercitar la crítica despiadada. Dejemos de lado sí cualquier juicio referente al mal trabajo del director para tratar temas relevantes, pues como dije Proyas no apunta a eso. Para los que quieran develar los misterios de hombres y máquinas lean ciencia ficción o a científicos como Roger Penrose. Yo, Robot es una película que merece no ser destruida con argumentos ya revisitados, predecibles o inútiles. Por el contrario se trata de un filme interesante que bajo su capa de acción esconde un logrado tratamiento escénico sobre los siempre sugerentes y enigmáticos robots, tratamiento muy superior a películas como el Hombre del Bicentenario. Cierto que poco hay de Asimov en esta película, salvo la escena final que parece sacada de una vieja y clásica revista de ciencia ficción, final visualmente estupendo para una película que vale la pena ver.

por Pablo Castro Hermosilla

Introducción – Concurso de Relatos Tau Zero

Reflexiones

Escribo este artículo a título personal, cosa que me gustaría dejar bien en claro para evitar cualquier problema a futuro con mis amigos de TauZero. Lamento cualquier controversia suscitada por algún artículo anterior, pero bueno, hace algunos meses que ya no soy parte de este e-zine, aunque mi retiro no afectó para nada mi presencia en el concurso de cuentos TauZero, y esa es la razón por la cual me siento en condiciones de escribir este artículo.
El concurso nació en función de la necesidad que existía dentro del comité editorial de TauZero para fomentar instancias que ayudaran tanto a la divulgación como a la promoción de nuestra querida ciencia ficción. En ese sentido es bueno agradecer tanto a Rodrigo Mudaca como a Sergio Alejandro Amira su disposición para encauzar, apoyar y trabajar en este concurso, más aún que ambos fueron también jurados, lo cual no es poco.
Por lo general los organizadores de los concursos literarios no hacen evaluaciones públicas de éstos, lo cual pienso es una carencia que fácilmente podría repararse. Ciertamente las evaluaciones existen a nivel interno y es también cierto que algunas de ellas no serían urgentes exponerlas en público, total, muchas de las conclusiones pertinentes sólo tienen alcance e interés para los mismos organizadores.
Yo discrepo un poco de esta realidad, aunque la entiendo. Sin embargo, creo que siempre es necesario realizar alguna que otra evaluación, pues de alguna forma el género siempre se está re-inventando o bien actualizando. No hablo de aspectos conceptuales, sino de quienes están al otro lado de la página leyendo y escribiendo ciencia ficción. Me refiero pues al público, a los seguidores y los fanáticos del género, un universo complejo que no siempre es fácil de medir y sopesar.
Precisamente los concursos literarios de ciencia ficción sirven en algo para testear no sólo a posibles escritores, sino también posibles tendencias. Aquí entro ya en dimensiones más conceptuales, que trataré a su debido tiempo. Como ya entenderán, este artículo no sólo se enmarca como una sucesión de conclusiones iniciales, sino como una reflexión general del oficio de escribir ficción para un concurso público.

Participantes

Hay dos cosas importantes que debe definir una persona que quiera escribir ciencia ficción: primero, estar dispuesto a jugarse a fondo por tal oficio. Segundo, asumir que este apuesta está llena de sacrificios, sinsabores, y que por lo general no sólo no reditúa dinero, si no que tampoco redención. Una vez asumida la intención de escribir hay que determinar si se tiene talento o no. Esto es difícil, porque no es fácil tener la claridad para discernir un posible talento literario. Pero lo que el conocimiento no da, lo entrega el instinto.
Uno se da cuenta rápidamente cuando el talento fluye de los dedos. El escritor talentoso puede escribir apresurado o muerto de sueño y siempre le saldrá algo que como mínimo llamará la atención. En el teatro un actor lo puede hacer mal, pero alguien que no es actor hace siempre el ridículo. En literatura es algo parecido, aunque quizás no tan taxativo.
Bueno, si se tiene talento, sólo se necesita dedicación, tiempo y algo de suerte. Si en cambio no se tiene talento, debe volverse a la primera pregunta. En ese punto es bueno entonces pensar si vale la pena dedicarse a escribir, ya sea en forma completa o parcial (aunque para mí esa diferenciación no existe).
Si no se tiene talento, pero están las ganas de seguir por el camino de la escritura, sólo queda trabajar, trabajar mucho, escribir, reescribir mucho, llenarse de paciencia, acumular convicción y amor por el género, y sobre todo tener claro que el proceso de escribir no parte con encender el computador, sino también con elucubrar ideas, desarrollar estructuras, investigar lo más posible, y configurar los elementos pertinentes. Tomar apuntes, crear carpetas de trabajo, intercambiar ideas y por cierto, leer una diversidad de obras del género.
Este proceso es largo e incluso gastador, pero se supone que nadie nos está obligando a escribir, y que por ende se trata de una decisión soberana. Si se quiere abandonar, la puerta está abierta. Todo depende de cuán lejos se quiera llegar.
Desarrollado en parte este camino se llega a la etapa de los concursos. Digamos las cosas por su nombre: por lo general casi nunca se gana. La utilidad de los concursos es que uno se auto obliga a escribir y en las instancias donde existen las menciones honrosas se puede acceder a ellas, más que al primer premio, lo cual es siempre bienvenido: primero, porque ganar una mención implica que el cuento tiene algún elemento que al jurado le pareció interesante o bien hecho. Segundo, porque sirve para tomar contacto con los organizadores, lo cual es bueno, si se está un poco aislado, sobre todo en un género donde lo más probable es que el vecino no sepa qué es ciencia ficción. Por otra parte, un cuento que tiene algo de interesante siempre se puede mejorar. Y eso ya es una buena motivación.
En fin. Existen interesantes opciones relacionas con el género, sobre todo en España, donde abundan varios concursos. Mi experiencia me dice que no hay que apuntar inmediatamente a los premios grandes, si no que es mejor participar en concursos de cuentos más pequeños. Hay además varias revistas y sitios online (como Tau) que acogen de buen agrado colaboraciones literarias. Por lo general los escritores incipientes no hacen eso, porque la ansiedad los mata antes, debido a la necesidad de ganar un concurso que pueda legitimar socialmente su opción. Esto es entendible, todos hemos pasado por lo mismo. Por eso, lo mejor es ir paso a paso, y así ganar experiencia.

El concurso en sí.

El concurso TauZero estuvo enmarcado dentro de la modalidad llamada «relato corto», que responde sólo a una configuración personal para hablar de aquellos cuentos que están muy por debajo de parámetros como la nouvelle, novellette, y otros que han popularizado los norteamericanos. Doce páginas es creo yo un cuento corto. Además el concurso Púlsares que realiza el fanzine Fobos estaba dirigido a cuentos de 20 páginas, una modalidad que está por encima del relato breve y por ende se hacía necesario cubrir otros espacios.
Pero además existían otras razones: en principio la idea de que un cuento corto implicaría un ejercicio de creación más contenido, en el cual los autores pudieran configurar todo el potencial de una idea en un espacio limitado. A veces por la necesidad de cumplir con los parámetros solicitados, los participantes alargan de forma innecesaria una historia, por ende el relato breve daba más posibilidades a los autores de trabajar mejor una historia en particular. Bueno, eso era lo que el jurado pensaba.
A estas alturas es difícil poder afirmar si la elección de ese espacio de hojas fue acertado o por el contrario un error. Vistos los resultados, es un tanto complejo acceder a una conclusión satisfactoria, pero bueno, sean 12 o 20 páginas, un buen escritor sabrá usar los espacios a su favor. En ese sentido es claro que muchos de los que participaron todavía no dominan técnicas de escritura, como tampoco ingenio para construir tramas, estructuras, o desarrollo de una idea. Otros, los menos, tienen ya una cierta experiencia, y unos pocos demostraron capacidad suficiente para elucubrar de forma certera una historia.
Pero también hay otras cosas que no pueden quedar atrás y que es necesario decir para conocimiento general: cuando se participa en un concurso se deben cumplir con todas las indicaciones expuestas en las bases. No es concebible que haya personas que manden sus cuentos en formatos distintos, a veces ilegibles, o sencillamente desordenados. Se me dirá que el aspecto formal es lo de menos y que lo que realmente importa es el fondo, pero no es así. Si se pide un formato en particular es por alguna razón y no se entiende que uno deba leer un cuento en un formato que no cumple con las bases. Legitimarlo sería despreciar a quienes sí lo cumplieron. Es un asunto de política de trabajo que lamentablemente se debe cumplir, pues escribir será un arte, pero también un oficio y una profesión, y en ese aspecto se debe ser profesional cuando se participa en instancias de este tipo.
Ahora bien, se recibieron en total más de 95 relatos, lo cual es una buena cifra para un primer concurso. Ayudó por cierto el hecho que pudiera enviarse por correo electrónico. Nunca es tarde para agradecer a todos quienes participaron, cosa que puede sonar a demagogia, pero la verdad es que para el jurado fue muy excitante la participación de tantas personas, algunas con un currículum más que notorio. En ese sentido se aplicó un criterio objetivo y si revisan la lista de ganadores verán que los datos de los participantes no pesaron en el veredicto final.
Decía que es importante creer en las bases y sobre todo respetarlas. En todos los concursos se exige cumplimiento de las disposiciones y los que no lo hacen se van al tarro de la basura. Por ello insisto en que quienes participen en instancias de este tipo cumplan con todo lo que se pide. Si son 12 páginas el máximo, que sean 12. Si se pide letra verdana, que sea verdana. No hay nada más fastidioso que ser jurado y lidiar con un relato que no cumple con estos sencillos reglamentos.
La mayoría de los participantes cumplieron bien y se agradece. Sin embargo, un punto que llamó fuertemente la atención estuvo referido al hecho de que la gran mayoría de los relatos que participaron no se enmarcaban dentro de lo que entendemos por ciencia ficción. Y sí, la mayoría de los cuentos no eran ciencia ficción, si no que cualquier otra cosa, llámase fantasía, terror, existencialismo, etc. No quiero dar cifras, pero al decir gran mayoría, me refiero a un gran, pero gran número de relatos que no tenía nada que ver con el género.
Sé que en este punto muchos alzarán su voz. Después de todo ¿qué es ciencia ficción? Claro, existen muchas definiciones, muchas elucubraciones intelectuales, pero algo es seguro: la gran mayoría de éstas dejan en claro las diferencias entre la CF con la fantasía, el terror u otro tipo de géneros. A menos que elementos de estos géneros estén dentro de una historia de ciencia ficción la cosa puede funcionar, pero no si estos elementos son el punto central de la obra.
Quizás en las bases se debió dejar en claro qué entendía el jurado por ciencia ficción, pero me parece algo redundante e inútil. Cualquier definición que hubiésemos habría moldeado el género y no era la idea. Además creo que el problema con los cuentos recibidos no fue debido a una marcada diferencia conceptual. Creo que la personas que enviaron cuentos de terror, fantasía o de otro tipo piensan que el carácter casi exclusivo o excéntrico de esas obras las hacías parte de la ciencia ficción. Esto ha pasado muchas veces. Sin embargo es necesario señalar que la ciencia ficción por más excéntrica o rara que pueda ser, tiene su carácter y su estructura conceptual bien entendida.
Un cuento de duendes, de fantasmas, de hadas, etc., no es CF, a menos, como dije, que estos elementos estén presentes como parte de la historia y no como elementos conceptuales en sí. Siempre se ha dicho que la ciencia ficción no es sólo la proyección fantástica de una idea científica o tecnológica, sino más bien la construcción de un mundo donde los avatares de la ciencia y la tecnología tengan tal presencia, que si esos elementos desaparecen el mundo en cuestión también. Stanley Schmidt, editor de Analog Science Fiction Magazine lo señalaba al plantear lo que ocurriría con la historia de Frankenstein si se le quitara toda la ciencia presente en ella. Claro, la historia no funcionaría tal cual como está escrita.
Insisto que no se trata de comparar distintos criterios de cómo ver o escribir la CF. El género a mi juicio está bien delineado, incluso dentro de su evolución histórica y todos los sub-géneros que han aparecido en dicha evolución, como los mundos paralelos, ucronías, etc. El tema en cuestión es que la CF debe tener su identidad y no ser un nombre más para referirse a un inmenso estilo o universo narrativo no-realista.
¿Será que en Hispanoamérica la ciencia ficción no es más que un estilo que puede también llamarse fantasía o postmodernismo mágico? La verdad que no lo sé. Sí tengo la impresión que el fenómeno de la fantasía anglosajona ha terminado por disolver la identidad que tenía la CF en los 50′ o 60′. Tal vez el science-fantasy sentó las bases para esta realidad. Science fantasy, se supone, es un sub-género de la CF en la cual se unen los mundos fantásticos con mundos propios de la CF. En realidad no lo sé. Pero siento que la ciencia ficción, tal como yo la entiendo, se está escribiendo y leyendo poco.
En ese sentido el concurso TauZero dejó en claro que se trataba de un concurso de ciencia ficción, no de fantasía, ni terror u otra cosa. Si todos los cuentos presentados no hubiesen aplicado este criterio entonces seríamos nosotros los llamados a auto-evaluarnos. Pero la presencia de varios escritores con obras claramente de ciencia ficción nos lleva a pensar que el género subsiste y que su presencia es clara y definida, que existen lectores y escritores que saben de qué hablamos cuando hablamos de ciencia ficción. En ese sentido, creo que el jurado debe sentirse satisfecho. Lo ideal, por supuesto, es que existan premios para todos los géneros. Pero es importante que los participantes entiendan que la CF no es un término amplio donde cabe cualquier tipo de narración fantástica.
En fin, la discusión puede quedar abierta. Felicitaciones a los ganadores y gracias a quienes participaron. A esto últimos no me queda más que decirles que escribir ciencia ficción es el oficio más difícil dentro de la literatura, porque hay que pelear con dos frentes: contra uno mismo, para escribir mejor, y contra el mundo en general que casi siempre no tiene idea lo que es ciencia ficción.

Pablo Castro Hermosilla

Agosto 2004

Fobos Negro: ¿Postmodernismo o ciencia ficción?

por Pablo Castro Hermosilla

Desde sus comienzos (por allá en 1998) el fanzine Fobos, comandado por Luis Saavedra se ha transformado en uno de los principales puntales de la ciencia ficción en nuestro país. Sin embargo lo más destacable de este proyecto ha sido su interés por la ficción literaria, publicando una larga variedad de relatos, que si bien no destacan por una calidad extraordinaria, sí son obras más que interesantes para el lector comprometido. Al mismo tiempo Fobos ha organizado tres concursos de cuentos junto con la publicación del libro Pulsares que reúne a los ganadores de la primera versión de dicho certamen.

Estos hechos deberían colocar a Fobos como un referente histórico dentro de la literatura y ciencia ficción nacional, pero ya sabemos que en Chile la ciencia ficción es tan promocionada, protegida y recordada como el régimen militar. No queda más entonces que seguir bregando con fuerzas propias, organizando más concursos y ediciones especiales que tengan a la literatura como caballo de batalla (como debe ser).

Fobos Negro se enmarca entonces dentro de lo que ha sido Fobos en los últimos años y en los propios intereses de Luis, quien como buen escritor entiende y valora como principio fundamental e inicial a la ciencia ficción como un verdadero género literario. Discúlpenme seguidores del animé, del cine o de la plástica, pero la ciencia ficción será siempre literaria, por fundación, desarrollo y futuro.

¿Pero qué es entonces Fobos Negro? En principio, un especial de Fobos que alberga cinco historias a modo de una colección. Es un número temático, pero que a diferencia del recordado Fobos #15, centra todo su esfuerzo y espacio en la creación literaria. Lo negro por cierto apela a un elemento extra, que el editor encargado de este especial no tarda mucho en dilucidar.

Es aquí donde la figura de Saavedra desaparece para abrir paso al nombre de Marcelo López, quien debuta como editor de este Fobos. López, un veterano de los entusiastas del género y que también se inscribe como escritor explica en su editorial las razones que motivaron la conformación de este Fobos Negro y al mismo tiempo ensaya una tesis sobre la ciencia ficción que vale la pena comentar.

López comienza y termina afirmando deliberadamente que las ideas, conflictos y posibilidades infinitas de la literatura de ciencia ficción son una fórmula eminentemente perversa, siendo lo perverso para López algo sumamente malo, que causa daño intencionadamente, que corrompe las costumbres o el orden y el estado habitual de las cosas. Dice: Las visiones de lo perverso también pueden encajar perfectamente en nuestro planteamiento cuando decidimos quebrantar la ordenación mal elaborada en la cual estamos inmersos… pretendemos lograr un tratamiento más arriesgado en los temas elegidos; someter las reglas intocables a un replanteamiento personal y carente de todas las ataduras que nuestra sociedad exige a los hombres de buena voluntad.

La lógica de lo planteado por López es que la ciencia ficción es perversa porque quebranta una forma de hacer literatura, entendiendo esto como la literatura convencional de todos los días. Sin embargo creo que López equivoca los términos. Quebrantar una forma de hacer arte no es otra forma que hacer un arte trasgresor, pero no por eso tiene que ser perverso. Transgredir o quebrantar una forma convencional de arte no implica corromper estructuras ni tampoco causar daños intencionales. Si esa fuese la esencia verdadera de la ciencia ficción el ochenta por ciento del género sería otra cosa.

Lo que la ciencia ficción hace es plantear posibilidades y conflictos que den paso a una discusión de la realidad en todas sus dimensiones. No existe el interés premeditado de provocar un daño, ni de promover controversias en contra de la literatura convencional, que ojo, también puede ser transgresora. Esto no quiere decir que no existan los escritores y las obras de ciencia ficción que puedan ser perversas. Pero la mecánica del género apunta hacia otros objetivos. Me atrevo a decir incluso que sus objetivos terminan siendo más conservadores que transgresores, aunque eso da para otro artículo.

Lopez insiste en que las historias presentadas en este número juegan con las convenciones totémicas de lo sagrado(¿?), desgranan la moral y retuercen los cuellos almidonados del buen lector, recombinando los elementos, repugnantes y prohibidos, para enhebrar historias que ataquen la estructura anquilosada de lo “normal”.

Que nadie diga que López no cree en lo que dice. Su propio estilo declamatorio deja en claro nuevamente el carácter combativo y supuestamente provocador de su tesis. Atacar la estructura de lo normal, aúlla. Bien, pero ¿cuál estructura de lo normal? ¿La de la actual ciencia ficción o la de la literatura convencional? ¿La estructura de la sociedad?

No me queda muy claro. López crea su tesis a partir de una escueta definición de lo perverso y de una simplista configuración de la sociedad y su funcionamiento. Es, en síntesis, una tesis artificial, con el ánimo de potenciar una actitud y una mirada que justifiquen la publicidad de los cuentos presentados. No es más que un discurso que huele a propaganda y que nos recuerda a Harlan Ellison, que en sus sobrevaloradas Visiones Peligrosas destilaba también un discurso lleno de frases rimbombantes y adjetivos rebuscados en su intención de destruir algo desesperadamente molesto. Ellison tampoco dejaba en claro qué era aquello que merecía una pronta disolución y los cuentos de su antología mostraban lo poco claro que tenían en sus mentes los escritores de tal discurso y propuesta.
Fobos Negro se plantea entonces como un conjunto de relatos que pretende en principio jugar con aquellos aspectos que rozan lo tabú, lo perverso o lo trasgresor. El problema es que tales aspectos parecen más bien conceptos vacíos, pues no está claro cuál es la normalidad o la convencionalidad que se intenta cuestionar o poner en duda. ¿Qué es en realidad un cuento perverso o trasgresor? Para López el mero hecho de hacer ciencia ficción lleva implícito tales características. Pero cualquier lector asiduo al género tarda tres segundos en concluir que la ciencia ficción no es perversa porque ejercite un ángulo especial de análisis de la realidad. La ciencia ficción no busca dañar, ni siquiera provocar un daño injustificado, sólo juega con la idea de “¿qué pasaría sí…?” como punto de partida. Que obras particulares toquen temas difíciles o intenten derribar tabúes es parte de un ejercicio propio de cualquier literatura, no de la ciencia ficción en forma absoluta.

¿Por qué será que los artistas insisten en pleno siglo XXI en plantear discursos artísticos combativos cuando ya no hay nada que disolver, cuando la misma sociedad es perversa en sí misma y cuando esta perversión ha ayudado a que todo lo que se hace contribuya a la normalidad? ¿Es necesario plantear un discurso de estas características para justificar una colección de cuentos cuyo máximo interés es que estén supuestamente dentro de lo que llamamos ciencia ficción? La única gran revolución que se puede hacer en el género y en cualquier otro es hacerlo bien. Eso es lo único que quedará. Lo más trasgresor, lo más innovador y vanguardista es hacer bien las cosas dentro del marco elegido. En este caso escribir buenas historias de ciencia ficción.

Vamos a los cuentos entonces.

Pero momento. Antes debo hacer referencia al artículo Zapatos Rojos de Remigio Aras. En el artículo se nos explica la génesis de Fobos, que como casi todos los proyectos parte con una discusión entre amigos. Lo interesante del artículo es ver cómo todo comenzó con un proyecto de cuento en el cual López fantaseaba con una niña gigante caminando por en medio de una ciudad. Aras aprovecha entonces para develarnos las intrincadas segundas lecturas del Mago de Oz, donde por cierto abunda la sátira social, pero donde también no faltan las interpretaciones sexuales de la recordada protagonista Dorothy.

Cito estos elementos porque es curioso ver cómo el tema sexual es elegido casi automáticamente para plantear historias o escenarios atractivos, seductores o chocantes. Parece inevitable que cada vez que se quiera romper un tabú de cualquier tipo o cada vez que se quiera elevar de categoría una idea o propuesta se elija al sexo como elemento seguro. El sexo parece la dosis inevitable para jugar a lo extremo, a lo prohibido, a lo atractivo en todas sus manifestaciones. Pero honestamente creo que si hay una razón para elegir el sexo dentro de estas circunstancias es también por una abismante y dramática falta de imaginación. Si no somos capaces de crear algo de categoría entonces apelamos al sexo. Es curioso porque son los artistas los que más critican el abuso del tema sexual en los programas de televisión, pero basta echar un vistazo al cine y literatura para observar que ellos mismo caen en la misma trampa.

En fin. Ahora sí, vamos a los cuentos.

El asunto parte mal con La luz al final del túnel, de Jorge Baradit (cuyo título se reemplazó a última hora por el de Karma Police). ¿Es esto un cuento? Más bien parece un estornudo cuasi-literario. La historia trata por un lado sobre un asesino en serie que se reencarna una y otra vez, y por otra parte un policía que espera una próxima reencarnación. C’est tout. La idea, que por cierto no es original como creo ha manifestado Jorge por ahí (el tema del asesino reencarnado está presente de forma genial en Esparce mis cenizas de Greg Egan) está usada de forma simplista e incluso mal expuesta desde el punto de vista narrativo: Hay un uso deficiente de párrafos, frases mal escritas, información incongruente que no está bien configurada con el ritmo de la narración, motivaciones de los personajes mal expuestas, poco explicadas y por ende poco creíbles, y sobre todo un montón de datos que el lector debe aceptar y absorber sin que el escritor se de la molestia de decirnos o explicarnos el por qué de dicha información. Frases rimbombantes y adjetivos vacíos como: había sido el protagonista de la serie de asesinatos más espeluznante de la historia conocida o enchufada a potenciadores electrónicos de intrincada belleza, no sólo fracasan en su intento de darle una dimensión extraordinaria a los hechos, sino que sencillamente lo debilitan, restándole la sutileza, que en un relato sobre crímenes oscuros era necesaria e idónea.

Por ahí va entonces la falla global de este cuento: nada de lo escrito es idóneo con lo que se quiere contar. Ni la narración, ni las descripciones, ni las motivaciones, ni el ritmo, ni la estructura, ni siquiera la sintaxis… nada.
Jorge juega de forma pretenciosa con una idea que hubiese sido interesante para explorar las motivaciones últimas de los personajes, para describir hechos y situaciones que tuvieran una concordancia dramática con la historia, pero hace rato que ha demostrado tener muy poco talento para esto, cosa ya percibida en su protonovela Ygdrassil y en los cuentos derivados de ésta. La luz… es también un derivado conceptual de Ygdrassil, cosa que ya debiera cansar al propio Jorge, si es que no quiere transformarse en una versión tardía y burda del ya agotado William Gibson. El cuento, que no es más que un ejercicio escrito con rapidez para cumplir el plazo de entrega, mata cualquier interés por su injustificada y débil brevedad y sólo destaca por el uso esteticista de ambientes, elementos que, lamento decirlo, se alejan mucho de la ciencia ficción y se acercan al postmodernismo fácil tan en boga hoy en día. Tirón de oreja para el editor, por usar un relato que más bien parece un relleno. Y tirón de oreja para Jorge: la flojera no es buen copiloto para un escritor.

A continuación aparece Marcelo López con su relato La Segunda Venida. Es justo que su cuento sea juzgado usando como parámetro su tesis inicial. ¿Es un relato perverso? La temática gira en torno a la clonación de figuras religiosas como Buda o el mismo Jesús. Imagino que para el Vaticano resultaría perversa y maligna tal posibilidad, en vista de su rechazo a la clonación de seres humanos. Sin embargo en el futuro un clon de Jesús podría ser tan beneficioso y bienvenido como una especie de reafirmador de la fe que los rechazos del pasado pasarían al olvido.

Esta dicotomía o contradicción no está muy presente en la Segunda Venida y se echa de menos. Marcelo centra su historia en el personaje principal, que como clon de Jesús es adoctrinado por un extraño hombre, relación que llega hasta él a partir de sendos recuerdos, mientras observa por televisión los acontecimientos cuasi apocalípticos del mundo. ¿El resultado? Un cuento escrito desde el humanismo, que destaca por interesantes pasajes descriptivos de la enseñanza a la cual se ve sometido este Jesús-clon, situación que López transmite como una anticipada sensación de inutilidad y fracaso.

La Segunda Venida es más bien el esbozo correcto de una idea interesante, idea que en otro formato y con más trabajo puede ser aprovechada en toda su potencia, explorando otras muchas posibilidades. Todo esto sólo se insinúa, a veces de una forma apresurada, generalizada y confusa. El conflicto que produce la clonación no está muy claro en su lógica y el desarrollo del personaje en función de lo que ocurre en relación al caos mundial no es plenamente satisfactorio al igual que el desenlace. Me parece una buena historia, pero que debiera ser re-escrita con las páginas que se merece. Marcelo, cono ya lo mostró en su relato Vatik-no (Fobos #17, marzo 2003) tiene una particular fascinación por el tema religioso-social y debiera aprovechar esta idea que condensa mejor un ambiente incómodo no tanto para las Iglesias, sino para la fragilidad de la fe automática y rutinaria.

Lo que sí me parece un logro es haber centrado la historia en el personaje principal, dejando de lado esas miradas un tanto pomposas que Marcelo acostumbraba a describir al momento de develar momentos de crisis sociales de nivel mundial. A veces basta con mostrar lo que ocurre en el mundo de las personas para dejar en claro de forma sutil el caos y confusión del actual mundo.

Y no, no creo que sea un relato perverso; su estilo lo aleja de esa posibilidad. Al igual que Jorge, Marcelo olvida que es la carga dramática la que vuelve transgresora y perversa una historia y no sólo el tema, como si hablar de dioses clonados o asesinos que matan niñas fuese suficiente para embaucar al lector.
En seguida aparece Soledad Véliz quien nos presenta Maniquie, una historia de fantasía densa y poblada de imágenes que más de alguien tildará de alucinantes.
Debo reconocer en principio que tengo poca afición a la fantasía, pues la considero una forma a veces demasiado facilista al intentar escribir ficción especulativa. La fantasía da para cualquier cosa y a veces más que configurar una buena historia sólo ayuda a configurar la confusión temática y narrativa del creador. En este caso, Maniquie me parece una historia bien escrita, pero también confusa y algo desequilibrada. Como experimento narrativo funciona, pero el cuento cae en situaciones e imágenes que no aportan mucho a la trama, que por momentos cuesta ver con claridad. El texto nos describe un cuadro de aislamiento en el cual los recuerdos y los sentimientos van cobrando extrañas formas que atormentan al personaje principal. Están también las citas inevitables al sexo y a ciertas perversiones, pero más parecen ideas forzadas que proporcionales a la trama misma.

Soledad es una escritora joven, que recién comienza pero que me parece aún no tiene muy claro qué historia narrar. Esto no es algo pernicioso o carente de legitimidad, pero no es recomendable si pretende crear una obra más consiste y con algo que decir. Le recomendaría intentar hacer algo más de ciencia ficción, pues le ayudaría a ordenar sus ideas; tiene un lenguaje interesante y una vívida imaginación, elementos que siempre la ciencia ficción recibe con los brazos abiertos.

Luis Saavedra reaparece con El Río del Mundo. Quienes conocemos a Luis sabemos su poca afición a los relatos breves cosa que nos es simple capricho: Luis es quizás una de las pocas voces nacionales capaz de convertirse en una real figura literaria a nivel hispanoamericano. Su madurez y su excelente nivel en todas las dimensiones que configuran una buena historia de ciencia ficción lo alejan de meros ejercicios breves y lo sumerge en la mejor tradición de un Sturgeon o Delany, escritores de primer nivel que hicieron del relato largo (o nouvellete para los norteamericanos) su mejor y más adecuado espacio de expresión. Estamos ante un escritor que me atrevo a definir como el único capaz de alcanzar un nivel comparable a dichos autores anglosajones. Le falta sólo tiempo y confianza. Mucho de su trabajo ha quedado postergado por su labor de activista del género como alguna vez lo hizo el gran Horace Gold y que pocos agradecen y valoran.

Bien, vamos al cuento. El Río del Mundo es un relato breve a modo de ejercicio estructural-narrativo. Luis elige un estilo de frases muy cortas y rápidas para contar una trama que en manos convencionales hubiese tomado muchas páginas. Es un estilo que deambula entre la euforia narrativa y la saturación de información, pero que es proporcional a la trama del relato, que no es más que una anécdota sobre supuestos alienígenas y buscadores de ovnis. Hay violencia, quizás demasiado gratuita, pero se agradece la falta de pretensión, algo del cual abusan los otros escritores de este especial.

El Río del Mundo no es el mejor cuento de Luis (en ese sentido Old Fairry’s Bar sigue siendo su mejor obra) y la verdad es no tendría por qué serlo. Desde un principio la historia es presentada por Luis como un sin sentido, un fragmento mundano de nuestra sociedad y, si me dan tiempo para otra interpretación, una metáfora de lo inútil que puede resultar escribir una historia con propósitos estilísticos. Luis ama la sátira, y en ese sentido no es posible determinar si su relato no hace una alusión a los relatos expuesto en Fobos Negro y a sus particulares motivaciones.

El cuento, al igual que los precedentes no tiene nada de trasgresor y menos de
perversión, por ende debo concluir que Marcelo López armó esta colección sin tomar muy en cuenta sus palabras o delimitado por un evidente apuro para tener las cosas a tiempo.

El que sí se tomó en serio el asunto de lo perverso fue Gabriel Mérida con su relato Arráncate los ojos. Gabriel elige las morbosidades del sexo para eyacular de forma precoz una historia que pretende por todos los sentidos ser chocante.
Hay que decir en principio que en Chile son los escritores homosexuales quienes se han sentido fascinados con usar el sexo de la forma más dura e incómoda para los sentidos comunes de la sociedad, buscando siempre el extremo burdo y a veces patético, donde la reiteración de palabras que aluden a partes del cuerpo y acciones de ellas se convierten en una verdadera exigencia. Normalmente la comunidad gay literaria chilena alude a que tales ficciones sólo intentan reflejar la realidad y los deseos ocultos de la gente, pero lo cierto es que se trata de un doble juego donde es difícil establecer la línea de lo escrito por genuina creación o por fascinación personal.

¿Por qué ocurre esto? Quizás porque un ser obligado a practicar un acto sexual anormal sólo alcanza un estado de tranquilidad cuando expande, multiplica y extiende cualquier anormalidad a todo el resto de los mortales. Los escritores gays gustan de crear personajes heterosexuales que cometen actos sexuales perniciosos, como forma de disminuir sus propias culpas y contradicciones sexuales.

Mérida se vuelve un muy buen representante de dicha comunidad con su Arráncate los ojos. Para ello crea un personaje cuyos extraños deseos sexuales incluyen violar a su madre, a sus hijas, a ser el mismo violado, entre otras cosas, tanto en la realidad misma como en las fantasías virtuales del cual es adicto.
El problema es que uno no tiene muy claro si es el abuso de un tema como el sexo el que hace interesante e inquietante esta historia o es el trasfondo de ésta que la sustenta por sí solo. Y en ese sentido debo decir que a pesar del buen uso del lenguaje que caracteriza a Mérida, basta quitar los pliegues del sexo explícito para que Arráncate los ojos cojee por varias partes.

Quizás el principal defecto del relato es que resulta inverosímil tanto en las motivaciones del personaje principal (¿qué lo lleva a violar sistemáticamente a madre e hijas?), como también en sus propios pensamientos y razonamientos (esas frases que aluden a la mitología griega me parecen cursilería intelectual de segunda, y al mismo tiempo artificiales porque son esgrimidas por un personaje tan plano como desconocido). Mérida parte de supuestos clichés como que un hombre de 48 años que vive con su madre debe ser de por sí una persona reprimida, tanto para querer embestirla sexualmente y al mismo tiempo destrozar a sus hijas. Quizás sean extensiones de las fantasías del propio Gabriel, cosa que no me sorprendería, pero en su historia resultan gratuitas, poco exploradas y por lo mismo, poco creíbles.

Dejo de lado la falsedad de los diálogos que parecen sacados de la peor teleserie tipo Teleduc, la pobreza de los personajes secundarios que son simples maquetas, la reiteración casi enfermiza de pene-orgasmo-clítoris-jadeo-culiar… pene-culiar-jadeo-clítoris-orgasmo… que pueden explicar quizás los gustos fálicos del escritor pero que deja al cuento reducido nada más que como una pobre sucesión de actos sexuales deformados más que una detenida exploración de la decadencia moral de un individuo. De ciencia ficción hay muy poco: sólo el uso de fantasías virtuales, donde es posible observar la influencia (por no decir copia) de Einherier 5.0 (TauZero #5, enero 2004). Rescato sí el buen manejo descriptivo y el buen uso de las palabras, pero en el fondo Arráncate los ojos es un relato débil, sostenido nada más que por su forma explícita y chocante, una forma que tiene tanta solidez y consistencia como una típica película snuff.

En fin. Si debo esgrimir una opinión personal diría que por un lado este Fobos Negro me resulta interesante como colección de relatos, como suelen serlo casi todas las colecciones. Pero por otro lado no puedo dejar de manifestar mi decepción, no tanto por la tesis que supuestamente justifica estos cuentos, sino por la poca ciencia ficción que hay en ellos. Salvo La Segunda Venida y de alguna forma El Río del Mundo, el resto no es nada más que postmodernismo sofisticado, alejado de lo que para mí es la buena ciencia ficción, cosa que el editor debió tener en cuenta y exigirlo a la hora de compaginar este especial.
El tema da para extenso y de seguro muchos me dirán que lo importante es la calidad literaria y no el género. No estoy de acuerdo. A mi me gusta e interesa la ciencia ficción. No me interesa ni el realismo mágico ni el postmodernismo, aunque estén bien escritos. Cuando compro un libro del género espero leer eso y no otra cosa. Pero además, valoro a la ciencia ficción, porque su rigurosidad y masa crítica en ideas serán siempre un ejercicio vigente que dará pie a historias sorprendentes. No sucede así con el postmodernimo sofisticado. La gran mayoría de los defectos de los cuentos de Fobos Negro que juegan con tal propuesta se deben a los defectos propios del postmodernismo, que en el fondo es un estilo que funciona con ideas, ambientes, descripciones, frases, personajes, etc., ya hechos. Los autores por ende terminan como meros armadores de relatos, usando todo un conjunto de elementos prefabricados que el lector debe aceptar porque sí. Y lo más lamentable es que la gran mayoría de esos elementos son meros clichés, a veces mediáticos, a veces literarios, donde no se requiere ninguna explicación, y donde no existe la necesaria relación personaje-trama-ideas, sino que prevalece una simple exposición de cosas supuestamente interesantes.

La ciencia ficción es otra cosa. Exige un tratamiento total de las ideas, una correlación entre temática y narración, donde por muy irracionales que sean los actos no carecen de lógica. La buena ciencia ficción construye un hueso sólido a modo de estructura que permite la supervivencia del relato.

Poco hay de esto en por lo menos la mitad más uno de este Fobos Negro. Mucha carne y poco hueso. Mucho interés y fascinación en cómo se escribe, y muy poca consistencia y rigurosidad en lo que se está contando.

por Pablo Castro Hermosilla

FOBOS NEGRO es una colección de relatos que viene a inaugurar la nueva modalidad de publicación en papel del proyecto Fobos. Liberados cada dos meses estos monográficos serán temáticos y solo se los podrá conseguir con previa reserva. Para mayor información ver la página de Fobos: http://www.iespana.es/fobos/

Philip Dick y La Guerra

Por Pablo Castro Hermosilla

Introducción

Aunque la guerra es un tema muy presente dentro de la ciencia ficción, curiosamente no se la ha estudiado ni analizado en forma debida. Resulta extraño, pues gran parte de las obras que consideramos clásicas dentro del género fueron escritas en medio de una escena mundial repleta de situaciones de conflicto bélico. La misma ciencia ficción más contemporánea comienza a fines de la Segunda Guerra Mundial y le toca convivir de sobremanera con la llamada Guerra Fría. Por otra parte, la gran cantidad de autores que popularizaron la ciencia ficción representan al país que más ha luchado por desarrollar una hegemonía militar en todos los frentes. Sin embargo hoy en día no sólo es EE.UU. el país que más invierte en tecnología militar. Lo es también Inglaterra y en general todas las potencias desarrolladas. El estudio de la guerra en las obras de ciencia ficción ha sido más bien de tipo referencial, pero nunca se ha tratado de descubrir si existe una relación inmanente entre la guerra y la ficción especulativa. Las obras de ciencia ficción de los últimos cincuenta años reflejan bien el mundo belicista de ayer y hoy, aunque sólo reflejan la existencia y el peligro de la guerra en contra del hombre y la sociedad. Salvo quizás Robert Heinlein, no existen otros autores que hayan intentado hablar de la guerra en sus obras que no sea sólo para rechazarla o criticarla.
La guerra no es tema fácil y casi siempre genera muchos anticuerpos. Pero esto no quiere decir que al hablar de la guerra en una obra se esté abogando por ella, aunque debo decir que no es tampoco una actitud equivocada o perniciosa. Sabemos todavía muy poco de la guerra y me parece interesante que existan autores que intenten explicarla o incluso justificarla, salvo que exponga argumentos sólidos y no simples discursos. Lo peor que se puede hacer es cerrar los ojos frente a la guerra y negarla sólo porque sí. Para entenderla y dominarla es necesario enfrentar todos sus aspectos, desde todos los ángulos posibles de análisis. Este artículo intenta explicar el significado de la guerra en uno de los autores más emblemáticos de la ciencia ficción de los últimos años. La elección de Philip K. Dick no es al azar: en él la guerra está presente de sobremanera, pero también entre sus estudiosos se ha desarrollado una imagen antibelicista del autor. ¿Es esta imagen coherente con lo descrito en sus obras? ¿Qué papel juega la guerra en Dick y porqué el autor desarrolló muchas de sus tramas en escenarios bélicos?

Dick y la guerra

En su introducción al primer tomo de los cuentos completos de Philip K. Dick, Steven Godersky habla sobre la fascinación y terror que despertaba la guerra en Dick, como uno de los puntales no reconocidos de su obra. Esta visión de Godersky es tremendamente certera y tal vez una de las más lúcidas respecto a la obra del escritor norteamericano. Curiosamente pocos han recogido el guante. En los últimos años la tendencia ha sido destacar a Dick sólo por su cuestionamiento permanente de la realidad, como si fuese lo único destacable en él. Se trata de otro cliché: Los cientos de artículos que hablan de esta característica de Dick sólo reflejan la obsesión del autor, pero no explican su motivación última de tal cuestionamiento. En ese sentido Godersky tampoco logra en su introducción develarnos el por qué de la fascinación por la guerra que sentía Dick. Explica sí en parte su temor. Dice: Tal vez Dick, que inició su carrera de escritor en Berkeley, California, absorbió la sensibilidad de una ciudad que había contraído un firme compromiso liberal. Tal vez Joe McCarthy y la guerra de Corea sensibilizaron la imaginación de un autor principiante. Conocemos muy poco sobre sus años juveniles durante la segunda guerra mundial, pero no es posible identificar un temprano y consistente recelo hacia la mentalidad militar, el temor causado por lo que había visto de la maquinaria bélica de ambos bandos… Esta apreciación es correcta, pero es necesario explicarla. En principio, digamos que el liberalismo de Dick no fue consecuencia de su estadía en Berkeley, si no de su propia personalidad. En varias oportunidades tuvo discusiones con compañeros de universidad que no le perdonaban ciertas actitudes de Dick consideradas como reaccionarias. Aquí vemos un primer signo de lo que sería más tarde la personalidad del escritor norteamericano: una constante confusión de tipo existencial, basada en el principio instintivo de que todo lo que existe alrededor es una farsa o mejor dicho una trampa ilusoria. De ahí que Dick sintiera una motivación casi instintiva en su búsqueda por cuestionar la realidad adyacente. Fue el producto de su propio carácter no conciliador con posiciones dogmáticas y preestablecidas, sean liberales o conservadoras. Por eso es que es inútil seguir calificando a Dick de liberal o anti-reaccionario. Su espíritu no calzaba con ninguna de esas apreciaciones. De ahí su crisis metafísica en sus años posteriores. Ciertamente, como dice Godersky, las guerras sensibilizaron a Dick. Pero como bien dice, el recelo del escritor fue más que nada contra la mentalidad militar y la maquinaria bélica. La guerra es otra cosa, por más que aquellos elementos estén demasiado relacionados. Hacemos aquí una división fundamental para entender la fascinación de la guerra para Dick. Guerra no es sólo servicio militar, armas, sistemas de combate, o uniformes. Esos pueden ser condimentos, pero no la guerra en sí misma.

El porqué de la guerra

No existe en el área de las ciencias sociales un fenómeno más controvertido y difícil que la guerra. Desde las obras de Tucídides hasta Toffler, la guerra ha despertado una fascinación sólo comparable a las religiones. La razón es muy simple: la guerra acompaña al hombre desde sus inicios y sigue siendo un elemento fundamental de su sociedad. Lo que llama la atención es que por más que las guerras sean sinónimo de muerte y destrucción (material y simbólico) el hombre sigue empeñado en librarlas. ¿Cuál es entonces la motivación última que generan las guerras? Se han esgrimido causas de todo tipo (desde la economía al psicoanálisis), y cada una puede resultar certera en su momento, pero aún así, no se ha logrado un consenso teórico para explicar este fenómeno. En un relato de Dick llamado La Calavera (1952), se muestra a una civilización cuyos dirigentes aprueban la guerra como una forma de selección social, donde sobreviven los mejores y más aptos.

Ahora bien, guerra (vista en forma tan despectiva) no es sinónimo de reclutas o militares, a pesar de que estos son preparados durante toda su vida para enfrentar con éxito una guerra. Esto sucede una vez en sus vidas o a veces nunca, por ende el militar no puede emularse con las guerras. Su existencia no siempre las ha desencadenado. En realidad los militares existen justamente para que las guerras sean desarrolladas de una forma profesional y ordenada, lo que por supuesto no ha sido siempre así. Las guerras se han hecho más destructivas, pero también más cortas si las comparamos con las campañas de la antigüedad o de siglos recientes.

Cuando Godersky nos habla del recelo de Dick a la mentalidad militar, ¿a qué se refiere exactamente? Si apelamos a lo obvio, se refiere a la visión convencional de que los militares son seres distintos a los civiles, inmersos en una cultura, formación y valores distintos a los nuestros y cuya vertiente más despreciable es su visión estrecha y chata de cómo deben hacerse las cosas, sobre todo cuando hay una guerra de por medio. Hablamos de la caricatura del militar, del ser disciplinado, solapado y aferrado a pensamientos incomprensibles e inaceptables para la sociedad civil. Sin embargo, esta caricatura es a veces bastante errónea. Flota sí en las mentes de muchos. En países como el nuestro se une a tristes episodios de tortura y desapariciones. Sin embargo, esa mala imagen viene incluso desde antes y responde a la necesidad de ciertos círculos culturales y sociales de desprecio del militar como el enemigo a vencer, sinónimo de reaccionario y conservador.

Esta situación no debe de haber sido muy distinta en los Estados Unidos que se involucraron en la SGM, en Corea o en Vietnam. Dick fue testigo de esos conflictos y pudo percibir la mentalidad militar inserta en ellos. ¿Pero hablamos de la mentalidad militar del soldado común o del general que dirige la guerra a distancia y que calienta el asiento en el Pentágono y que va al Congreso a lidiar con los senadores para obtener mayores fondos militares? Vietnam, por ejemplo, fue una guerra librada en su mayoría por conscriptos, es decir, por hombres con una muy básica preparación militar. La gran mayoría de la tropa no estaba constituida por soldados profesionales, esto es, por hombres de armas que eligen la carrera militar, que aceptan y hacen suyos tradiciones, códigos y en especial, un modo de vida. Pero también los hace compartir con los suyos una cultura muy especial, en la cual son parte de un cuerpo o institución que tiene memoria viva como así también valores especiales. En realidad, cualquiera que pertenezca a una organización en particular absorberá características especiales, que los diferencian del resto de los mortales. Sin embargo hay una diferencia abismante entre, por ejemplo, los boy-scouts y los militares. Y ésta es dada porque los últimos son entrenados toda su vida para enfrentar la guerra. Siendo la guerra un fenómeno tan complejo, es obvio que los militares tendrán diferencias con los civiles, pero ¿qué pasa cuando los civiles se convierten en soldados de un día para otro, cuando son lanzados a una guerra sin estar preparados?

La SGM fue el conflicto en el cual millones de civiles tuvieron que ponerse el uniforme y salir a combatir. Se hicieron soldados en el campo de batalla, no en entrenamientos. La división SS Hitlerjugend, por ejemplo, estuvo compuesta por muchachos de no más de 19 años. Estos jóvenes fueron capaces de detener a las fuerzas anglo-canadienses en Caen por casi un mes. Su valor y entrega fueron extraordinarios. Y así en ambos bandos hasta el fin de la guerra. Los civiles demostraron en el campo de batalla que su espíritu de lucha era comparable al de un militar de carrera. Sin embargo, las batallas fueron dirigidas por hombres adiestrados para el combate, por profesionales. Entenderemos entonces que si bien la guerra es un fenómeno que afecta a todos los seres humanos, el militar está algo más familiarizado con sus características. Pero la diferencia fundamental entre el militar y el civil se construye precisamente cuando no hay guerra, o bien cuando parece no haberla.

La guerra que no fue

El advenimiento de la llamada Guerra Fría entre EE.UU. y la URSS manejaría los hilos del mundo por casi 50 años. Las armas nucleares evitaban un enfrentamiento directo. Las guerras serían ahora limitadas en ciertas regiones del mundo, donde ambas potencias velaban por sus intereses, apoyando a uno u otro bando.
Dick fue un observador de este momento especial y extraño de la historia en la cual existía una guerra indirecta que desangraba a terceros y en la cual se luchaba por ideales que terminaban siendo tan contradictorios como ajenos. Sin duda que la Guerra Fría, como momento social y político influyó a Dick para tratar el tema de la guerra en sus primeras narraciones. El tema nuclear, por ejemplo, tan presente en la ciencia ficción de esos años, tuvo en Foster estás muerto (1955) una desgarrante llamada de atención sobre la inutilidad del esfuerzo militar para enfrentar una amenaza apocalíptica. En este cuento ya Dick cuestionaba la guerra convertida en negocio, donde los búnkers se venden como electrodomésticos y versiones mejoradas inundan el mercado, mientras un niño abrumado por el advenimiento de un apocalipsis nuclear deambula por las calles sucumbiendo emocionalmente.

La crítica de este notable relato se entiende a la luz de lo acontecido en EE.UU. durante la década del cincuenta, donde la propaganda política minimizaba los efectos de una guerra nuclear. Pero Dick va más allá: nos previene del peligro de vivir en una sociedad en la cual la guerra es sólo una parte de un sistema económico, tan brutal como injusto. Esto se puede desprender del Hombre Variable (1953), un relato largo donde la humanidad ha pasado por varias guerras nucleares pero se ha organizado para estar constantemente preparándose para una nueva guerra (esta vez de tipo interestelar.) Es el esfuerzo social y económico por la guerra que viene, la que define la estructura de la sociedad. Dick apostaba ya por un mundo sin paz o lo que es peor, por un mundo donde la paz no existe como ideal o propósito. La crítica entonces no es la guerra en particular como fenómeno ineludible, sino a la sociedad que se organiza para una guerra que no tiene por qué necesariamente venir. ¿Es la guerra entonces una consecuencia directa de una preparación para realizarla? En el Hombre Variable, los dirigentes de esa sociedad no libran una guerra hasta el momento en que las computadoras le entregan resultados estadísticos que aseguran el triunfo, en una relación de variables que está constantemente cambiando. Vemos en ese relato una gran lucha política por decidir el momento para una guerra. Pero esta decisión es compleja. La razón es la permanente confusión a decidir si las estadísticas son objetivas o dependen de las acciones de los hombres que preparan la guerra: un verdadero círculo cerrado. Pero si lo analizamos no es muy distinto a lo que sucede hoy.

Este asunto del esfuerzo de la guerra, que podríamos analogar como “carrera armamentista” es decidor al ver que gran parte de la obra de Dick se escribió bajo ese particular estado de cosas. La Guerra Fría comenzó como una carrera entre dos bloques para ver quién podía obtener un poder militar capaz de intimidar y presionar al otro. En una importante novela llamada Tiempo desarticulado (1959), Dick alude al problema del complejo militar-industrial en Estados unidos. El término “complejo militar-industrial” fue acuñado por un discurso de Eisenhawer, y creció como una especie de teoría para explicar la necesidad de las guerra en nuestra época más actual. Esta teoría es atractiva e interesante y diría que en gran medida, certera. Sin embargo no explica aún muchas facetas de la guerra, pero alude a un problema más inquietante: la posibilidad de que las guerras sean el resultado no de causas sociales ni causas inciertas, sino de un plan hecho con anterioridad, es decir, la teoría de la conspiración, de la cual Dick también alude en varios libros. Esto explica el interés de Dick por la guerra moderna y futura: por un lado, la denuncia de un sistema que planea guerras para fines oscuros; y por otro lado, como metáfora de un mundo controlado desde el principio de los tiempos.
Hay ahí una crítica ya no a la guerra en sí misma, sino a la guerra como un instrumento. Para Dick una guerra de ese tipo sólo trae beneficios para unos pocos, en medio del sufrimiento de muchos. Y por otra parte, una guerra como instrumento avanzado de control trae consecuencias para los sobrevivientes de tal guerra. Si esta guerra es instrumento de control o si bien es efectuada por sofisticados robots que han sido programados para librar tal guerra, ¿quién garantiza que esos sistemas no continúen funcionando después?

La Post-guerra

Los relatos de Dick que se sitúan en escenarios de post-guerra tiene un común denominador: muestran cómo sistemas automáticos de defensa han despersonalizado la guerra, librándola bajo consideraciones que nada tiene que ver con, por ejemplo. Un auténtico y legítimo derecho a defensa. En El Gran C (1953). Dick nos muestra a una supercomputadora que ha sobrevivido a una guerra nuclear, guerra que por lo demás no tiene sentido al colocar como fin último la aniquilación total. En medio de ese escenario, la supercomputadora sólo lucha por su existencia, alimentándose de los sobrevivientes, quienes se mueven por la Tierra como los antiguos pueblos aborígenes. El mensaje es claro: en un mundo que crea máquinas para librar guerras sin sentido, la sociedad es finalmente aniquilada. En principio no es sólo la guerra el problema en sí: son las motivaciones y los objetivos que convierten la guerra en un ejercicio autodestructivo y sin sentido. En otro relato titulado El Cañón (1952), un grupo de humanos vuelven a la Tierra y se encuentran con toda la civilización acabada. Un cañón automático abre fuego contra lo que ve y la única forma de destruirlo es acercarse por tierra y anularlo. Los humanos lo hacen, pero al emprender vuelo unos sistemas reconstructores arman otro cañón. La moraleja parece obvia: las máquinas terminan por rebelarse contra quienes las construyeron. Pero en realidad Dick nos está diciendo que estas máquinas de guerra no se detendrán cuando termine la guerra. Vemos aquí un ejemplo de la deshumanización de los conflictos, entendiendo la deshumanización no como actos de crueldad o destrucción, sino corno el reemplazo del hombre en la conducción y control de la guerra por sistemas que luchan de forma automática, sin consideraciones morales o sociales. En otras palabras, una guerra sin objetivo y en la cual no existen motivos moralmente justificados para la lucha.

Aún así, Dick se da el tiempo de ofrecer otras variaciones: la posibilidad de que las máquinas se liberen de la programación humana y reconstruyan el mundo, tal como sucede en Los Defensores (1953). Aquí las máquinas mantienen una guerra ilusoria, mientras se dedican a limpiar y diseñar un mundo mejor. Es una visión insólita por la confianza que pone Dick en los sistemas autónomos. Pero estos sistemas están en el fondo luchando contra la propia sociedad humana que sigue estructurándose en función de una guerra que creen que aún continúa. Sean máquinas o humanos. Dick critica la conformación de una sociedad basada en dichos preceptos. Como dice Godersky: La victoria a cualquier precio en pro de la Democracia, la Libertad y la Bandera devienen aforismos carentes de sustancia cuando el precio de la victoria es la sumisión totalitaria a una burocracia militar despiadada: Phil temía que ése fuera el futuro que nos aguardara.

Podríamos decirlo de otra forma: la lucha por la Democracia y la Libertad es sospechosa cuando, nuevamente, se transforman en instrumentos de control. Pero creo que Dick iba más allá de lo que señala Godersky en cuanto a sus temores. No era sólo la posibilidad de una burocracia militar despiadada, sino la posibilidad de un sistema social y económico que libra guerras sin sentido, porque responden al interés de unos pocos, que en Dick me parecen son los intereses de los grandes conglomerados capitalistas o en otras palabras, a los intereses generados por la fuerza del dinero y la usura. Dick no fue un defensor de los sistemas de tipo marxista, sino que defendió un sistema donde la libertad económica garantizara la existencia de pequeños artesanos y empresarios en pos de la creación de productos para garantizar el bien común. Y en ese plano la existencia de una poderosa industria de defensa sólo crearía problemas y escenarios para alentar la existencia de conflictos y guerras.

La guerra del mañana

Si el esfuerzo de la guerra y la guerra misma carecían de sentido en los años en que Dick escribía sus obras, era imposible vislumbrar para el futuro un cambio sustancial a este estado de cosas. Los grandes poderes manejarían los hilos para destruir el esfuerzo del hombre en una guerra permanente sin victoria y sin derrota, sin gloria, sólo olvido. Veterano de guerra (1955) muestra el desprecio de los civiles por el soldado valiente que vive en un mundo que ya no valora a quienes dan su vida en el combate, a la posibilidad de los héroes. La guerra del mañana sería sólo una actividad de tipo empresarial, una especie de emulación falsa y vacía de las guerras pasadas, manejadas por burócratas o entes autoritarios. Esta es una visión común en otros escritores de ciencia ficción. La diferencia en Dick, es que en sus relatos, como el recién nombrado, podemos encontrar pequeños ejemplos en los cuales el autor admira, respeta y valora a los verdaderos combatientes, el verdadero sentido del combate, que no son otros que aquellos que por valentía o decisión dan su vida o parte de ella. Una anécdota fundamental de sus años en Berkeley, contada en el libro de Capanna, muestra a varios amigo de Dick denostándolo por tener un póster donde se mostraba a civiles alemanes luchando contra un tanque soviético. En otra ocasión se le ve abandonando un cine donde muestran a un japonés devorado por las llamas, mientras el público aplaude. Dick no detestaba precisamente la guerra. Lo que detestaba era la estupidez, el odio, la entropía, la maldad que emergía de los hombres cuando libraban la guerra de una forma carente de sentido y de necesidad. No podemos dejar de lado la relación entre hombres y máquinas, tan presente en toda la obra de Dick. Si relatos como El Cañón o Los Defensores muestran el papel de las máquinas en escenarios futuristas, otros cuentos exponen bajo esa ambientación la clásica pregunta dickiana sobre qué significa ser humano. La Segunda Variedad (1953), cuento que dio pie a la película Screamers, muestra cómo sofisticados sistemas de armas pueden copiar la identidad humana con el fin de derrotar la capacidad combativa de los hombres (en ese sentido, Terminator es también por esencia un fume típicamente dickiano). En La Segunda Variedad las máquinas son capaces de evolucionar y de decidir por sí mismas a sus enemigos, en este caso los humanos. Pero en este caso, y a diferencia de cualquier película, Dick comprende que si la guerra tiene su propia lógica no puede ser distinta también para las máquinas. Estas se vuelven humanas precisamente cuando al final del relato el protagonista advierte que están ya luchando entre sí. Dick reconoce en este cuento la permanencia de la guerra en este mundo, pero fundamentalmente la existencia de la guerra como una actividad humana, en la cual hombres y máquinas son sólo instrumentos. ¿Pero qué fascinaba entonces a Dick?

A mi juicio, la influencia de la guerra en el hombre y su relación indivisible con el pasado y con el futuro. Por ejemplo, desde el punto de vista estético las armas tienen un perfil futurista y su diseño está amarrado a tecnologías del mañana. Pero también subyace siempre en el inconsciente de la gente la posibilidad del estallido futuro de una guerra, como pasa con los terremotos o huracanes, pues siempre nos han acompañado. La guerra también, y no es raro que Dick eligiera escenarios o situaciones de guerra para retratar de forma más certera e ilustrativa cómo sería el futuro de nuestra sociedad. Dime qué guerra y te diré qué sociedad eres. A diferencia de otros escritores, Dick no muestra la guerra como un hecho meramente simbólico, sino que por el contrario se preocupa de mostrar con inusitado interés el diseño y funcionamiento de naves, soldados, armas, adelantándose a muchos escritores en la actualidad, cuando hablan de M-16 o Kalashnikovs. En La Calavera, Dick llama SLEM a un fusil especial, y no por simple creatividad, sino para caracterizar de forma más certera el futuro. Pero por cierto que hay también una fascinación cultural por éstos detalles, por darle a los elementos de la guerra una sustancia más reveladora y por ende más cercana. A primera vista parece contradictorio, pero a mi juicio no es más que una genuina preocupación por Dick para darle a la guerra en su totalidad un lugar de primera importancia, para observaría y entenderla a cabalidad en todo su funcionamiento y no despreciarla porque sí. Pero también una certera visión de cómo la guerra en sus detalles estéticos y de funcionamiento seria abordada por una cultura popular cada vez más amplia y adherida a todo.

El complejo militar-industrial, que hoy identificamos como la industria de defensa se ha diversificado de tal forma que no existe ciencia o tecnología que no pueda ser usada o aplicada en ese campo. Su fin es diseñar y construir sistemas de defensa para los servicios armados dependiendo de las nuevas tácticas de combate que ellos desarrollan. Si lo analizamos, es tema muy relacionado con la ciencia ficción. Hoy en día esta relación surge casi de forma natural. Los videos juegos y su relación con los sistemas de armas es el ejemplo más patente de esto último.

Sin embargo, la idea de la guerra que vendrá no es tratada por Dick como un ejercicio de especulación social o científica. También hay un interés en la idea de que una guerra siempre está por venir, de que es un fenómeno social ineludible e inquietante, que está presente en el inconsciente colectivo de las personas. En un excelente relato llamado Desayuno en el crepúsculo (1954) Dick sintetiza mucho de esto y de lo que ya hemos expuesto con anterioridad. El relato trata de una familia típica norteamericana que se prepara para enfrentar un nuevo día. Súbitamente su casa es transportada siete años en el futuro. Una patrulla militar entra violentamente en el hogar y el resultado es un diálogo tenso y dramático entre dos mundos completamente diferentes: los soldados están en plena guerra y su mundo se haya organizado de forma fría y proletariada para aguantar ataques de los soviéticos. La familia descubre que está en el futuro y el lector puede observar de forma impactante los contrates de ambas realidades. Mientras los soldados muestran los efectos terribles de la guerra, tanto en indumentaria como en su lenguaje, la familia parece una flor a punto de marchitarse. Al final la familia logra retornar al pasado, pero en sus espaldas cargan con el estigma de saber que la guerra estallará pronto.

Hasta ahí, Dick juega brillantemente con los detalles y con el desmoronamiento de la realidad. Pero no se queda ahí: cuando la familia vuelve se encuentra con los vecinos que de forma instintiva sienten que estas personas han visto algo terrible que llegará muy pronto. Es un efecto psicológico extraordinario, donde Dick nos muestra a una sociedad norteamericana temerosa aún en su poderío. Pareciera que Dick hubiese adivinado el advenimiento de la guerra de Vietnam, que destruiría toda esa paz e inocencia que se muestra en los integrantes de la familia cuando comienza el cuento.

Si la ciencia ficción de esos años era en gran parte sobre el futuro, hay que decir que Dick veía tal futuro como un escenario permanente de guerras, en todos los niveles.

La verdadera guerra

En palabras de Godersky, para Dick la única contienda aceptable era contra el mal, que reconocía como “las fuerzas de la disolución”. Este es un punto interesarle si tomamos en cuenta la visión metafísica de Dick presente de forma explícita en obras como Valis (1981) o la Invasión Divina (1981) Esta lucha no se libraría con el poder de las armas en un ambiente externo, sino en un plano interno del ser humano, en una búsqueda incesante por encontrar una verdad o un mundo que no estuviera dominado por fuerzas oscuras. Aunque no creo que Dick haya logrado desarrollar una cosmogonía coherente en función de estos preceptos, sí creo que de forma instintiva pudo llegar a un punto en el cual tuvo claro que el mundo real funciona más bien como una trampa que intenta disolver o destruir al ser humano. Vemos acá una reedición de la lucha entre el bien y el mal, que siempre estuvo en su obra. Basta recordar su cuento El Ahorcado (1953) o Estabilidad (1947). Donde el mal espera su oportunidad para penetrar en este mundo. Me parece sin embargo que en sus relatos posteriores ya Dick tenía claro que estas fuerzas de) mal se habían infiltrado en este mundo hacía muchos años.
La idea de un combate entre el bien y el mal es importante en Dick porque rescata la idea de que la lucha es necesaria e importante, por la sencilla razón de que es eterna. En ese sentido las palabras de Godersky me parecen certeras y explican en gran medida la fisonomía de la obra y de la vida de Dick en sus últimos años. Sin embargo no creo que Dick haya sido un antimilitarista, tal cual como este concepto se popularizó en la década de los sesenta. Un antimilitarista no sólo está en contra de la guerra, sino también en contra de los mismos militares, que por lo demás son seres humanos. Curiosamente, la palabra militar tiene más relación con creencias y mitos de la antigüedad: Militar viene de milicia, que a su vez viene de mile, el soldado, y corresponde a un grado de la religión esotérica de Mithra.

Pero Dick, insistimos, no cayó en posiciones rígidas como el antimilitarismo, sino que escribió y analizó el fenómeno de la guerra desde una perspectiva más profunda, como los efectos de la guerra en la alteración de las relaciones humanas y en la exigencia que hace de las personas para ir hasta las últimas consecuencias. En otros relatos podemos ver el interés de Dick en los efectos psicológicos profundos que acarrea la guerra, como en ese hermoso relato llamado El Constructor (1954), en la cual un veterano de guerra se siente incapaz de seguir relacionándose con la sociedad humana y decide construir un barco en su casa.

Una pregunta queda sin respuesta en Dick: la razón última de por qué el hombre sigue librando guerras, si éstas dejan una amarga estela de horrores y tragedias. ¿Son las guerras el producto de una sociedad cruel e imperfecta? ¿Es imposible vivir sin ellas? ¿Son los horrores que vemos por televisión la consecuencia directa de una sociedad que se ha edificado sin sentido? ¿O bien esos horrores son parte de un plan misterioso y diabólico programado desde el comienzo de los tiempos para destruir al hombre? “Puede que la guerra no te interese, pero tú le interesas a la guerra”, decía Trotsky. ¿Qué habrá querido decir? ¿Que la guerra tiene conciencia de sí misma y establece los designios del hombre? Es un tema no resuelto. Pero aún así Dick fue un escritor visionario sobre la influencia de la guerra en nuestro mundo y sorprende la cantidad de relatos y obras que se sitúan o se relacionan con este particular fenómeno. Creo que a medida que pasen los años encontraremos más aspectos de la guerra en nuestra sociedad que ya estaban descritos en el mundo dickiano. Otra razón para seguir disfrutando de sus notables obras.

por Pablo Castro Hermosilla

Amor en Vano

por Pablo Castro

El teléfono sonó un minuto antes de salir. Era Verónica. Quería saber de mí, que por qué no la había llamado y que cuándo podíamos juntarnos.
–¿Te parece el viernes? –Pregunté. Era lunes.
–Bueno. ¿Dónde y a qué hora?
–Yo te llamo.
–Eso dijiste la última vez. ¿Por qué no nos juntamos hoy?
Hoy voy a salir con Jimena. Jimena Urzúa.
–Verónica, voy saliendo. Te llamo el jueves en la noche para confirmar.
–Bueno. Pero trata de ir. –Su voz notaba la frustración. Como psicóloga era buena, pero como amiga le costaba convencerme de sus motivaciones.
Salí en dirección a Jimena. Me esperaba en un restaurant del centro, pero como de costumbre llegué antes. Pedí un vaso de agua, mientras me dedicaba a observar otras mujeres. Había un par de tipas interesantes, otras demasiado bien acompañadas y algunas que se atrevían a mirarme de cuando en cuando.
Me concentré en algunos rostros. Sí, podía ser. No, no hay opción. Demasiado exigente. A esa no le gusta lo que hago. Esa es muy católica. Esa es muy atea. Esta es resentida social, aunque lo finge bien. No, no estoy dispuesto a soportar el izquierdismo cultural de ésta. ¿Lesbiana? Lo descubro tarde.
Apareció Jimena. Vestía bien, igual que esa primera vez, cuando concluí que era una mujer elegante. También era atractiva. Del tipo de belleza que puede enamorarte.
–¿Estás hace mucho rato?
–No. Siéntate.
Jimena Urzúa era ingeniero comercial. Trabajaba en una empresa de headhunters e imaginaba que sabía cómo tasar a una persona. Quizás me ofrecía trabajo. Bueno, por eso nos conocimos.
Logramos superar la conversación vacía y llena de frases sin dirección hasta la comida. Pidió un par de tragos. Yo encendí un cigarrillo.
–Estuve viendo la posibilidad para un trabajo y creo que algo puede salir.
–Te lo agradezco.
–Cuéntame un poco qué planes tienes.
–¿En caso de que no resulte?
–No, en general, independiente del trabajo. ¿Piensas casarte, formar una familia?
Cuidado, me está probando. Necesito el trabajo.
–Sí. Es algo que he pensado más de una vez.
–¿Y?
–¿Y qué? ¿Por qué no estoy casado? No sé. Imagino que todavía no encuentro a la mujer adecuada.
–¿Y cómo puedes saber qué mujer es esa? –Dijo sonriendo. Me tomé unos segundos.
–Buena pregunta. Supongo que con la que pueda vivir.
–Pensé que ibas a decir con la me enamore.
–Aparte de eso, claro. Una mujer con la que me enamore, me case y quiera formar una familia.
–Dime una cosa –Se acercó coqueta–: ¿Cuántos hijos te gustaría tener?
–Tres.
Sonrió:
–Igual que yo.
Sonreí.
–¿Tampoco has encontrado al tipo adecuado?
–Quién sabe. A lo mejor está al frente mío y no me he dado cuenta.
Pagó la cuenta y dejamos el restaurant. Nos fuimos directamente a su departamento en Alto Barnechea, no sin antes que pidiera el día libre. Después de varias horas de sexo necesitado supe que la cosa iba en serio. Me dijo “te quiero” como mil veces y tuve claro que llevaba años deseando decirlo con ganas a alguien dispuesto a recibirlo de igual forma.
Fueron tres meses de una relación más que plena. Intensidad y cariño se fundieron en una misma frecuencia. Jimena buscaba ese amor capaz de engendrar libertad y tranquilidad. Aunque vestía de forma dura y moderna, su cuerpo era un mar de sentimientos tradicionales, los sentimientos que las mujeres querían siempre por más que las revistas de modas aconsejaran lo contrario. Nada de experimentos, nada de sensaciones extremas, ni juegos peligrosos.
Quizás vio en mí esa misma mirada de los seres que buscaban algo tan simple como un amor bien correspondido. El amor que se basaba en una necesidad mutua y en el trabajo por mantenerlo. Amor basado en lo que debemos ser y no en lo que podemos ser. Así que nos llevamos bien. Y encontré trabajo.
De pronto algo sucedió. Llegaba más tarde que de costumbre y se sentía cansada. Ya no tocaba el tema de los hijos y por momentos buscaba irritarme en discusiones sin sentido. Un día domingo me despertó a las seis y media de la mañana y noté por su cara que no había dormido. La pieza olía a cigarro.
–Luis, tenemos que hablar.
–¿Qué pasa?
Se había enamorado de otro tipo. Un gringo que llevaba un año al frente de su empresa. Quería la nulidad porque se irían a México. ¿Se había percatado de sus verdaderos sentimientos estando ya casada o es que su jefe era la persona adecuada y no yo?
–Quién sabe. A lo mejor está al frente mío y no me he dado cuenta.
–No lo creo –respondí muy sereno mirándola con absoluta tranquilidad.
Desilusión. Su rostro se aleja y su cuerpo está preparado para moverse automáticamente. Pagó la cuenta y prometió llamarme “si tenía alguna novedad”.
Nos separamos. Caminé hacia el metro, recordando que era una pérdida de tiempo llamar a Verónica. Me subí a un carro. Frente mío había una pelirroja de unos 25 años, probablemente estudiante de periodismo. No, tampoco. Ni siquiera alcanzamos a cumplir seis meses.

Creo en el amor. El problema es que el amor no cree en mí.
Escribí esa frase a los 24 años, una madrugada después de una fiesta universitaria. Fue la primera cosa que escribí con olor a escritor. Desde entonces he estado escribiendo y publicando. Es mi oficio, no mi profesión, aunque de alguna forma la primera se las arregla para comerse a la segunda. Por eso me cuesta tanto encontrar trabajo.
En los últimos siete años después de graduarme mi vida se había mantenido en un estado de cosas que podía definir como bloqueada. No iba a ninguna parte, pero tampoco retrocedía. Bueno, si no se avanza, tampoco se retrocede.
Tenía muchas teorías y una de ellas era que sin amor la vida se olvida de ti. Te deja a un lado, fuera del plan eterno y constante de la vida. Todos debemos amar y ser amados. Si eso no pasara no habría más raza humana. En algún momento la evolución creó o fomentó el amor como una fuerza para asegurar la continuidad de la especie. Si llegáramos a la conclusión que amar es una pérdida de tiempo y energía no tendríamos ningún interés en crear relaciones interpersonales. No habría intimidad, es decir, la creencia de que se conoce a los seres amados casi de la misma forma que uno mismo.
Puedo conocer a una mujer apenas la vea. No su vida, ni sus sentimientos personales, sólo su vida respecto a mí. Es como una visión simultánea, una imaginación espontánea que surge como una película en todos sus ángulos y tomas exactas.
–¿Hablas en serio? –Preguntó la doctora Verónica Sanhueza.
–¿Diría una mentira tan poco creíble para justificarme?
Pero no fue algo inmediato.

Se llamaba Alejandra y había llegado al colegio a principio de año. Yo tenía 17, y recién me daba cuenta que las mujeres eran algo más que compañeras de clase. Qué puedo decir, el amor no me importaba. Había siempre cosas más importantes que hacer. Me entretenía solo esperando que nadie me interrumpiera. ¿Mujeres? ¿Fiestas? ¿Pero cómo iba a perder toda una noche batiendo el récord de algún video-juego?
Pero Alejandra también detestaba las fiestas. Nunca iba, según me contaban. Bueno, para todos era una tipa extraña, silenciosa y siempre mirando a cada uno de nosotros como si no fuera a olvidarlos. Me topé con esos ojos una vez y creo que me habló. Escuché sus palabras silenciosas que decían algo, algo que tardé en comprender. Por eso se acercó. Por eso me llamó un día para invitarme a su casa.
Fui casi corriendo.
La belleza o lo que nosotros consideramos bello es en el fondo algo que ya hemos visto. La belleza es el reconocimiento; el mirar por segunda vez. Esas eran las palabras que escuché de ella. Era eso lo que me decía, mientras me hablaba de otras cosas.
Describir a Alejandra es inútil. Yo ya casi no la recuerdo físicamente. ¿Para qué recordarla? Prefiero esperar a reconocerla otra vez.
Fue mi primer amor, claro. Mi primera relación íntima y completa. La primera vez que mi cuerpo habló por sí solo el lenguaje de lo imposible. Fue extraño y noble. El tiempo pareció dilatarse, mientras el paisaje alrededor se hacía más comprensible y cercano. Sentí que había salido de las aguas de la realidad. Y que ahora flotaba sobre ellas.
Alejandra dormía y no dejé de observarla todo el tiempo del mundo. Estábamos solos, y aún era temprano. Puse mis ojos en su rostro e imaginé lo que sería de nosotros dos hasta el fin.
Imaginé que nos gustaban las mismas cosas, los mismos detalles reveladores. Las mismas impresiones y los mismos comentarios. Imaginé que nuestras palabras eran parte de una misma historia, de un mismo párrafo. Imaginé que seguíamos juntos, estudiando, sacándonos las mejores notas, celebrando los cumpleaños, bailando los mismos temas, juntos en todas las fiestas, con otros amigos u otras parejas, las mismas vacaciones, en el sur a dónde le gustaba, postulando a la misma universidad o a la misma carrera, bueno en lo que quisiéramos, en la misma ciudad o en distintas, hablando por teléfono, sincronizando nuestros viajes para estar juntos los fines de semana, en distintos buses, esperándola que llegase a la hora que me dijo, esperando, esperando, hasta que un llamado me dijera que había muerto.
Me estremecí. La visión fue tan potente, tan vívida que no me di cuenta cuando mis ojos se volvieron lágrimas y su cuerpo se hizo borroso.
Me levanté con cuidado, temiendo horriblemente despertarla.
Al poner los pies sobre el suelo sentí que volvía a hundirme en las aguas que conocía bien.

–¿Y qué pasó?
–Exactamente lo que imaginé. Ocurrió exactamente lo que vi. Un año y medio de relación y Francisca terminó muerta. El bus en que viajaba se hizo pedazos. Igual que ella. Tal como lo había visto.
La sensación de que veía más allá del tiempo y del espacio se hizo algo común. Las veía a ellas y a mí mismo. Cada detalle, cada sensación juntos. Cada silencio y cada final sin sentido y sin explicación. Pensé desde que se trataba de alguna enfermedad, alguna de esos males con sabor a psicología: paranoia, esquizofrenia, alucinaciones. Ninguna se ajustaba a lo que veía, pero tampoco deseaba arriesgarme a que un tipo de blanco decidiera por sí mismo que estaba loco o completamente enfermo.
Néstor Niemand, el escritor famoso por sus relatos de mutantes y evolución dice en uno de su libro Tiempo de Evolución que existen personas productos de genes latentes que se escapan a los márgenes de la evolución y de la vida conocida. Dice conocida, porque, agrega, no todas las funciones del hombre son aquellas que reconocemos como tales y que pueden existir algunas que se nos escapan.
–Por ende, una persona puede ser un mutante sin saberlo, pues tiene alguna cualidad sobrenatural que le permite hacer o no hacer algo en su propio beneficio. Las cualidades o también llamados “poderes” responden a una necesidad y a un fin, así como la vida ha dotado a ciertos animales a ver en la noche o rastrear el sonido a kilómetros de distancia.
Nadie tiene un poder sólo porque sí. Hay un plan oculto y misterioso que otorga cualidades a ciertos seres para que se desenvuelvan mejor. ¿Es eso lo que quiere decir Niemand? Si es así, entonces, ¿en qué me beneficia saber lo que ocurrirá con cada una de mis parejas antes de relacionarme con ellas?
He pensado mucho en eso y no encuentro aún una respuesta clara. Debo aplicar la lógica: si puedo ver lo que ocurrirá con cada pareja errónea quiere decir que puedo evitar relacionarme con ellas sin pérdida de tiempo y energía. Esos serían los beneficios. Me ahorro tiempo y energía gastada en un amor en vano.
ex¿Pero de qué me sirve eso?
Si ahorro tiempo y energía quiere decir que debo ocuparlos en otra cosa. Usarlos en otra actividad más importante o más idónea. No gastarlos en amor.
O puede ser que mi mente y corazón resistan sólo un amor y al ver simultáneamente mis futuros con otras mujeres puedo discriminar para acceder a eso. Suena razonable. Entonces sólo debo ser paciente y esperar.
Y así lo he hecho.
Uno puede perder las esperanzas cuando las cosas no son como se desean. Digamos que tengo esperanza en algo y al mismo tiempo una magnífica convicción. En los días de verano salgo a caminar por los cafés del centro o por Providencia.
Como un reptil me poso en alguna parte y espero. El sol cae sobre mi espalda y a través de mis lentes oscuros observo los rostros de las mujeres que deambulan alrededor. Las hay de todo tipo y de todo gusto. Las acecho con mi mirada, mientras las visiones dentro de mí se multiplican. Extraigo de ellas cientos de posibilidades, cientos de variables y las conjuro con mi vida.
Nada. Puros esfuerzos en vano. Sólo sueños malheridos que caen al final.
No hay nada qué hacer. Nada qué probar.
El reptil se levanta y vuelve a su refugio antes que llegue la noche.

Verónica no dejaba de fumar y mirarme. Yo le hacía el quite a sus ojos, mirando el relieve de los rostros femeninos alejándose o caminando cerca.
–Me gustaría ayudarte.
–Después de tres meses de sesiones creo que es suficiente.
–No como psicóloga.
–Para eso sirven ustedes. Para asegurarle a la gente que van escucharlos. Si le cuentas a tu mejor amigo algo, nunca estarás seguro que te escucha en verdad. En cambio tú estás obligada por ética profesional. Pero tengo mis dudas. ¿De verdad escuchan? ¿De verdad se sienten con la obligación de hacerlo?
–No me cambies el tema. Estoy acá como amiga. Los amigos se ayudan.
–Eso dicen. Pero tú no me puedes ayudar.
–¿Por qué no?
–Porque ya no siento que esté sumergido en un problema. Ahora lo entiendo. No debo amar. Ni siquiera tratar de imaginarlo.
–Esa no es una solución. Nadie vive sin amor. Sin ser amado.
–Mentira. Yo he vivido sin amor. ¿Por qué el resto no podría hacerlo?
–Te sientes diferente. Y así justificas tu actitud.
–Soy diferente. Puedo ver qué ocurrirá con mi corazón. Tengo esa ventaja. Sólo debo buscar la forma de aprovecharla.
–¿Y qué has pensado hacer?
–Lo que sea. Un hombre que no es consumido por el amor, tiene mucho tiempo y energía para hacer muchas cosas.
–¿Cómo cuáles?
–En eso estoy.
Podría seguir escribiendo. Concentrar todos mis esfuerzos en escribir y publicar. Tengo 32 años, todavía soy joven. Y lo seré si no sigo amando. Definir mi camino en forma paralela a la vida, sin mezclarme con ella.
–Luis, mírame a la cara.
–¿Qué cosa?
–Que me mires. Cada vez que hablo contigo evitas mirarme.
–Veo muchas cosas cuando veo un rostro.
–¿Y qué ves en mí?
–No querrás saberlo.
–Si quiero.
–¿Por qué?
–Porque te amo.
No era una novedad. Sólo un contratiempo. La había visto una vez y fue suficiente. Pero ella no lo sabía. Esa primera vez era sólo un paciente común, con algún problema típico.
La miro fijamente, con mucha tranquilidad. Noto sus ojos expectantes y nerviosos esperando algo. Entonces bajo la vista y enciendo un cigarrillo.
–¿Y? –Pregunta temerosa.
–No hay ninguna posibilidad.
–No te creo –dice molesta.
–¿Acaso viste algo?
–Lo he visto desde que entraste a mi oficina. Tus ojos no mienten. Hasta una psicóloga sabe eso. Pero también veo miedo. Miedo y resignación.
–No importa lo que veas. Importa lo que crees. El amor nunca creyó en mi. Y ahora yo no creo en él. Esa es la razón de mi visión remota: convencerme a mí mismo de que el amor es un acto en vano. Esa fue su labor: ver cientos de fracasos, cientos de frustraciones. Sólo desilusión. Y ahora que estoy convencido, soy libre. Libre para hacer lo que la vida reservó para mí.
–Espera, dime antes qué fue lo que…
–Es irrelevante.
Me alejo del café dejando que Verónica pague la cuenta. Camino tranquilo, sin necesidad de escapar de nadie y de nada. Ni siquiera de mí mismo.
Me detengo frente a una librería y busco algún libro de Niemand. Veo que está Tiempo de Evolución y me las arreglo para dejarlo en algún lugar donde todos puedan encontrarlo. Quizás haya otros que necesitan respuestas claras de alguna ciencia. Saber qué se mueve dentro de uno, que genes increíbles esperan su oportunidad.
Tal vez seamos capaces de activar nuestros propios genes latentes. Quizás la muerte de Alejandra activó en mí la capacidad de ver más allá del presente. Un hombre que no ama, crea. Un hombre que es soledad, piensa.
Todo puede contribuir a la normalidad si así lo aceptamos. Podemos siempre encontrar una salida, si en verdad lo deseamos. Podemos inventar un mundo si nos rechazan. Vamos, nada es imposible. Sólo hay que aceptar los sacrificios, la pérdida y el dolor como algo propio de las cosas.
Camino durante una hora hasta mi departamento y siento la enorme satisfacción de alcanzar mi hogar sin que mis ojos se perdieran en el rostro de ninguna mujer.

Pablo Castro Hermosilla

Einherier 5.0

Por Pablo Castro Hermosilla

1.0
Anarquía. Caos y disolución.
La ciudad se llama Santiago. El país, Chile.
Mas, se trata de cualquier ciudad. Podría ser el pueblo donde naciste o la capital de un país que está en las noticias.
El caos es a veces una noticia en vivo y en directo o a veces, una fuerza invisible y silenciosa carcomiendo los cimientos, las bases de una nación.
Entropía, corrupción, desidia, injusticia, estupidez… Todo parece algo deliberado y siniestro. Alguien o algo está detrás de todo.
Creadores del cáncer social, diseñan metástasis en las zonas vulnerables del corazón, de la mente humana.
Les llaman sueños vivos. Neurofantasías de alta definición. Sistemas cyberorgánicos que emulan vivencias, imaginaciones, deseos ocultos… Simuladores de realidad sintética que atrapan a las mentes débiles, a las conciencias agotadas y sin esperanzas.
Los sueños vivos. La gente los compra en distintos formatos: pistolas lásers que cargan neuronas sintéticas, pastillas con proteínas de información, cultivo de células digitales para visores oscuros y viejas consolas de RV.
Por algo de dinero puedes introducir un sueño en tu mente y vivirlo como si fueras el protagonista de una película. Hay muchos sistemas, versiones distintas y actualizadas. Hay sueños que sólo te permiten vivir lo que un guionista ha escrito para sí. Hay sueños que puedes jugar en línea con otros soñadores. Hay paquetes especiales donde puedes modificar el sueño a tu voluntad y colocar patrones de comportamiento de gente que conoces. Puedes emular a tu mejor amiga muerta para que te acompañe en un viaje a un país distante. O sueños inteligentes que moldean tu entorno absorbiendo tus propias emociones y sentimientos. O bien puedes encargar un sueño específico donde te devuelven a la infancia o a ese momento que siempre has querido revivir, con las personas que en verdad te querían.
Todo sería soportable si no fuese por los sueños ilegales, lo sueños proscritos. Neurofantasías distorsionadas y con una moral desconocida. Sueños vivos que erosionan lo establecido, sin reconstruir nada. Sueños donde alguien le provoca un aborto a la mujer que amaba. Sueños donde alguien mata al sujeto que odia. Sueños donde cientos destruyen el país que no soportan. Sueños que atacan a la nación que tú amas.
Si durara un momento podrías aceptarlo. Si sólo fuese un sueño de vez en cuando…
Las neurofantasías son adictivas. Sumergen al individuo en un deseo del que la mente no puede escapar. Te vuelves adicto, te vuelves esclavo del sueño. Aunque no haya dinero, aunque destruyas tu propia vida no puedes vivir sin el sueño.
Si sólo durara un momento…
El dinero no es eterno. Los sueños deben recargarse. Y cuando los adictos deambulan en su desesperante realidad buscan transformarla, buscan convertir la realidad en sueño.
Y entonces matan al sujeto que odian. Destruyen el país que no soportan. Atacan a la nación que tú amas.
Eres capitán de la policía. Quince años de servicio. Muchos problemas, mucho combate en vano. Pero no te quejas. Entraste porque tenías vocación de servicio. Porque creías en lo que hacías. Dejaste de lado profesiones de lucro y una vida confortable, porque amas el país que se llama Chile. Has visto tantas cosas, tanta locura, que parece que nunca solucionas nada. Eres policía. hacías. Dejaste de lado profesiones de lucro y una vida confortable, porque amas el país que se llama Chile. Has visto tantas cosas, tanta locura, que parece que nunca solucionas nada. Eres policía. Orden y patria es tu lema. Tantas horas a pie por la ciudad, tantas noches lluviosas soportando el frío.
Y sin embargo te odian. Ves como se ha fomentado el odio a tu uniforme. Ves como algunos adictos te miran como lobos, acechándote, esperando un descuido para poder liquidarte.
Cinco meses atrás una pandilla de adolescentes ha acribillado en el suelo a tu compañero de unidad. Se llamaba Sergio Gutiérrez. Tenía esposa e hija, igual que tú. Treinta tiros en la espalda.
Conoces la pandilla. Son adictos al DeadPolice, Mataverdes o CopKiller, sueños donde tú eres el objetivo a matar.
La pandilla sale en libertad dos semanas después gracias a un abogado que factura diez veces más que tú.
Lo recuerdas todo. Lo analizas y no logras entenderlo. Manejas de noche en dirección a tu casa. Tu superior acaba de informarte que habrá una rebaja de sueldos. Cultura es más importante, más necesaria dicen los opinólogos.
Puedes ver como los adictos extienden sus fantasías en el mundo entero, en la ciudad donde habitas, en el país llamado Chile. Puedes ver como distorsionan las relaciones humanas, volviéndolas ajenas y los Puedes sentir como las leyes protegen a los criminales y liquidan a la nación. Queman tu bandera, cambian tus escudos. Destruyen tus héroes, postergan la vida. Puedes sentir como las leyes protegen a los criminales y liquidan a la nación.
Vas al cementerio de la policía y dejas una flores sobre en la tumba de tu compañero. Lloras en silencio.

2.0
Noviembre 15, 2056.
05:43 AM
Santiago-Este.
La Unidad de Contra-Informática decomisa miles de sueños vivos ilegales encontrados en el subte de una discoteca. La gente reacciona y ataca a los agentes. Llega la policía, pero algunos exaltados portan armas de fuego. El tiroteo es intenso y parece un antiguo video-juego, lo que excita a los sueño-adictos. Mueren tres policías. Hay más de veinte heridos. El gobierno decreta estado de alerta urbana y ordena clausurar las salas de neurofantasías clandestinas que bullen en los sectores donde un sueño vivo es aún algo…
La violencia surge como un cáncer alimentado por fuerzas extrañas y sin rostro. Santiago se vuelve campo de batalla. Los sueño-adictos no toleran vivir demasiado fuera de sus fantasías. Grupos de vándalos desalojan las tiendas de sueños emulando sus propios sueños y fantasías. Descubren que pueden extenderlas y llevarlas hasta límites inconcebibles. La realidad los excita, los vuelve en entes virtuales sin miedo y sin ataduras.
Adictos a Vandalik destruyen las casas comerciales y oficinas públicas. Adictos a Anarkia queman banderas y monumentos, destruyen estatuas de antiguos héroes nacionales. Adictos a Violator rasgan las vaginas y los traseros de mujeres en sus casas. Adictos a DarkPark y Urban Sniper disparan desde la oscuridad. Adictos a Sodoma buscan niños en las zonas marginales.
Una noche noviembre el caos y la violencia dejan a la policía incapaz de reaccionar. No hay efectivos suficientes y por tres días seguidos amplias zonas de Santiago se vuelven tierra de nadie. El gobierno declara estado de sitio y recuerda que tiene fuerzas armadas. Unidades del Ejército cubren las principales avenidas mientras los mantarrayas de la Fuerza Aérea apoyan desde el cielo con disparos certeros ahuyentando a la masa enloquecida y desbocada.
mientras los mantarrayas de la Fuerza Aérea apoyan desde el cielo con disparos certeros ahuyentando a la masa enloquecida y desbocada.
El gobierno está impotente, pero la Fuerza Aérea (Fach) y el Ejército ya ha hecho planes de contingencia, formando en silencio grupos de respuesta urbana. El Ejército y la Fach tienen experiencias después de múltiples misiones de imposición de paz bajo mando de la ONU.
Aparecen las primeras SA o Secciones de Ataque. Al parecer las fuerzas armadas están ya preparadas, acostumbradas a la entropía y estupidez de la sociedad civil. En menos de dos días, logran controlar la situación. Los adictos entienden que las SA no están para juegos. Comprenden que no tienen vidas extras para enfrentar secciones de ataque. Y que no hay sueños que las hayan concebido.
Todo vuelve a la normalidad. La mayoría de la población aplaude el accionar de las fuerzas armadas y respeta su autoridad. La población de Chile, por mandato histórico y racial, puede tolerar la corrupción y el mal gobierno, pero no el desorden. Los medios internacionales se sorprenden de este fenómeno y lo comparan con lo sucedido en Sao Paulo, Vancouver y Liberia.
Pero el saldo aterra al gobierno y a la clase política liberal. Hay más de 350 muertos, entre ellos 60 policías. Temen que en las próximas elecciones la gente desapruebe su accionar. Al parecer no han leído bien el momento histórico. Saben que sin la fuerza no hubiesen podido frenar la situación. Pero se ven abrumados por las hordas de opinólogos, sociólogos, grupos de derechos humanos y ultraizquierdistas que piensan lo contrario. Los atacan de reaccionarios, fascistas, asesinos, criminales y exigen justicia para condenar a las SA. Piden un plebiscito para sacarlos del poder. No quieren un estado militar y piensan que lo sucedido prueba que las fuerzas armadas no debieran existir.
Al final el gobierno cede. Manda un proyecto de ley al Congreso y éste lo aprueba inmediatamente. Surge la Ley 616 de contingencia urbana. Sólo la policía puede disparar contra los ciudadanos, pero con armas de corto calibre. Las SA seguirán actuando, pero sólo en caso de alerta urbana. No podrán dispararle a nadie menor de 17 años, no importando si se trata de terroristas, vándalos comunes, criminales o simples ciudadanos.
La ley no gusta a nadie y siguen los problemas. Aparecen los sueños donde despedazan a las SA. Las Fuerzas Armadas buscan que sean ilegales, pero nadie los escucha. Todos tienen derechos a soñar que los maten, dice un opinólogo en tv neural.
Ves ese programa: sientes la rabia y la desilusión. Es el peso de la noche que se traga la verdad y extiende la mentira. Es el manto oscuro que cubre los hechos inmediatos y disuelve el pasado distante. Sabes que en poco tiempo nadie recordará a tus camaradas muertos. Sabes que no habrá monumentos a esos caídos. Sabes que nadie recordará el accionar de las SA y su responsabilidad histórica. La misma responsabilidad que sentiste desde niño, la responsabilidad que a nadie le gusta asumir, que todos quieren olvidar, la responsabilidad disuelta en una maraña infinita de derechos de miles de ciudadanos que no aceptan sus deberes y que mandan a otros para que se hagan cargo de ellos, los mismos ciudadanos que después no toleran el olor a sangre en sus uniformes.
Un rumor llega a tus sentidos. Las SA están escasas de personal. La reducción de personal en la Fach y también en el Ejército hace imposible mantener un servicio extra de apoyo a la policía en la lucha urbana. Recuerdas las leyes aprobadas para transformar los ejércitos en fuerzas espectrales, en virtud de los nuevos escenarios de combate: guerras infoneurales, ataques furtivos, centros de bio-información, etc. Escenarios donde el campo de batalla no necesita grandes contingentes y unos pocos pueden producir igual daño.
La policía decide trasladar gente experimentada a la Fach. Se puede renunciar al servicio y formar parte de las filas de la Fuerza Aérea, pero eso significa perder parte importante de tu jubilación. Lo discutes con tu mujer y le dices que siempre serás policía, pero que las fuerzas armadas son el último refugio que le queda al país. No lo entiende, pero ya lo tienes decidido. No te importa el dinero o las asignaciones. Sientes que el policía que solías ser murió la noche de noviembre. Y ahora quieres renacer como algo nuevo.
Ingresas a la Fach. El entrenamiento es intenso y por momentos crees que no lo vas a lograr. Te instruyen con tácticas de lucha urbana. Te dicen cómo moverte en ciudades semi-destruidas, a discriminar blancos, a saber descubrir cuándo o quién te acecha. Te enseñan a disparar con armas de largo alcance. Te enseñan a usar sistemas de combate que nunca has visto: fusiles de alta precisión, visores de proximidad. Te sumergen en sueños vivos donde vuelas hacia un foco de lucha y desde el aire debes liquidar a tus enemigos. Sueños donde estás bajo fuego y debes reaccionar con rapidez, mientras decides las acciones certeras a seguir. Cumples de forma extraordinaria y bates cada vez tus propias marcas. Tu rango de capitán de policía te da autoridad y te asignan cuatro hombres, policías igual que tú:

Gustavo Valenzuela: 31 años. Teniente.
UCI, Inteligencia, Experiencia de lucha callejera.
Separado, sin hijos.
Tu brazo derecho. Leal y decidido. Futuro líder de sección.

Rodrigo Sáez: 28 años. Sargento.
Miembro de Operaciones Especial. Zona Norte.
Soltero.
Un verdadero soldado. Capaz de acertarle a un tipo desde dos kilómetros de distancia.

Juan Escalona: 26 años. Cabo Primero.
Sector Oriente.
Soltero.
Antes que le des una orden ya la ha cumplido.

Francisco Hernandez: 24 años. Cabo Segundo.
Sector Centro.
Casado, un hijo.
Lo miras y te ves a ti mismo. Es joven, lleno de entusiasmo. Aplicado, valiente. Aprende rápido.
Todos se reflejan en él. Todos lo cuidan. Sabes que en el futuro soldados como él, serán escasos y necesarios.

Esos son los hombres a tu mando. Toman nombres claves que serán sus distintivos, siguiendo la tradición de la Fach: Vectra, Siegfrid, Exel, Husar. Junto a ti son ya la Sección de Ataque Aerotransportada 505 o SA-505.
Te sientes parte de algo grande, como cuando eras niño y algo inmenso latía dentro de ti. Eres el capitán Emilio Enríquez. Líder de la SA.
Eres Einherier.

3.0
Desde el cielo puedes ver tu nuevo hogar.
La Fach te asigna a Arauco-1, la base del escuadrón Luftwaffe, que alberga a cinco secciones aéreas. La base está situada al sur de Santiago. Las mantarrayas vuelan a gran velocidad y pueden alcanzar su objetivo en cinco a diez minutos.
Arauco-1 es una base pequeña, acondicionada para albergar a las SA. Sin embargo, el gobierno ha colaborado para construir un lote de departamentos dentro de la base, pues es preferible que en caso de emergencia extrema estén todas las secciones y no sólo por turnos.
Es ideal, pues no sólo estás lejos de Santiago sino que además muy cerca existe una pequeña comunidad que dispone de todos los servicios de la gran exxEs ideal, pues no sólo estás lejos de Santiago sino que además muy cerca existe una pequeña comunidad que dispone de todos los servicios de la gran ciudad. Hay un colegio para tu hija y la posibilidad de un trabajo para tu esposa. Toda el área es una zona tranquila, donde sabes que habrá seguridad para tu familia.
Tu sección sobrevuela Santiago en turnos preestablecidos. La sensación es increíble. Nunca ha sentido tanta ansiedad, tanto estremecimiento como cuando atraviesas el cielo nocturno de Santiago la ciudad. Aunque las noches se han calmado un poco, igual sientes algo inmenso, potente cada vez que sobrevuelas la ciudad junto a tus hombres.
Alerta Urbana. La policía descubre el escondite de un guionista de sueños vivos ilegales. Un par de tipos armados lo protege. Seguramente trabaja para algún cartel que distribuye los sueños en las salas de simulacros que abundan en los barrios bajos o bien las vende directamente.
La policía inicia la redada y se trenza a tiros con los delincuentes. Estos suben a un auto, y dejan atrás a los policías. El coche vehículo avanza rápido pero antes de tomar una vía rápida el mantarraya desciende y bloquea la huída. Bajas con tus hombres y avanzan hacia el vehículo.
Uno de los tipos dispara su M-66 desde la ventana. Grave error. Todos arriba del auto superan los 17 años. El auto hace un giro pero ya es tarde. Húsar abre fuego y les destroza los neumáticos. Los hombres salen del auto en distintas direcciones, pero Exel y Siegfrid les cierran el paso, con sus fusiles apuntándoles. El tipo de la M-66 cae herido. El guionista va hacia él y toma su arma. No se da por vencido y trata de recargar el M-66. Te cercas a él, con la mira láser en su cuerpo.
–Vamos, hazte un favor y dispárame –le dices, con el fusil sin apuntar.
El hombre duda y cree poder ganar. Ha matado SA antes en los nuevos sueños vivos y no siente que ahora sea distinto. Pero tiene miedo. Si falla, no tendrá otra sesión de sueño para superar ese nivel. Lo sabe. Y ahora es cuando el frío de la noche alcanza su piel y se le mete por los poros.
–¿Eres el guionista? –le preguntas.
–La realidad dura una sola vez, ¿verdad?
El tipo bota el arma. Tus hombres reúnen a los otros delincuentes y los tiran al suelo, con las manos en sus espaldas.
–¿Cómo te llamas? –le preguntas.
–Gabriel Castell
–No. Tu otro nombre. El que usas cuando firmas tus sueños.
-No… no tengo por qué decírtelo.
Vectra le coloca una pistola en la sien.
–Este no es tu sueño. Es la realidad. Y yo pongo las reglas. O me dices tu nombre o te vuelo los sesos.
El tipo sabe que no podrían matarlo, de acuerdo a las leyes, pero ya nada existe en ese momento.
–Me dicen Cuervo.
Tu cuerpo se pone rígido. Tus manos apretan el fusil. Cuervo, el guionista de sueños mata policías. Los adictos que mataron a tu compañero.
–Arrodíllate. Vectra, Exel, las manos.
Te acercas y sacas tu corvo. Colocas el filo en una muñeca.
–¿Digitas con una o mejor te corto las dos?
–Por favor, no me cortís las manos… – aúlla.
–Entonces elige.
–No, no, no me cortís… ¡Perdónenme!
Lo agarras del pelo y enfrentas su rostro.
–Deja de diseñar porquerías, porque si te vuelvo a pillar en la realidad te cortaré todo lo que tienes. ¿Me oíste?
Lo sueltan y lo juntan con el resto. Minutos después llega un vehículo de la UCI. Se bajan dos agentes y se te acercan.
–Buen trabajo –dicen.
–¡Milico culiados, me iban a cortar las manos! –gritan desde atrás.
–¿Qué le pasa?
–Nada. Debe estar soñando. ¿Sabe quién es?
–No.
–Un asesino de policías.

Vuelves a la base. Tus hombres ríen y conversan entre sí. Los espera el hogar, sus seres queridos. Esta noche han dado un buen golpe y el descanso sabrá distinto.
Pero cuando entras a casa encuentras a tu mujer llorando. No entiendes qué pasa. Le preguntas qué ocurre, pero la mujer no puede hablar en medio del llanto histérico y desesperante.
–¡La violaron! –grita de pronto–. ¡Violaron a tu hija!
Logras calmarla y te cuenta cómo ocurrió, aunque ya lo sospechas. Vas entonces a la pieza de Ignacia y está durmiendo. Te quedas mirándola, pensando en qué vas a hacer. Mientras eso ocurre sientes que te vuelves nada. Sientes otra vez la inutilidad de la vida. De tu propio trabajo.
La violaron…
Le das un beso con cuidado para no despertarla. Luego vas a un velador y sacas tu pistola no reglamentaria. Te quedas toda la noche con ella, pensando, mientras el ruido de los mantarrayas se introduce en tu mente.
Por la mañana recibes un mensaje por canal neural.
–Einherier. Preséntese a líder de escuadrón.
Le dices a tu mujer que duerma. Ella te mira cómo si no fuese capaz de proteger nada de lo que te rodea. Tú también lo sientes así. Sales del departamento y caminas hacia el puesto de comando. Ves salir una SA a bordo de un matarraya volando hacia Santiago. Deseas más que nunca ir con ellos.
Tocas la puerta y entras. Menasor está sentado detrás de un escritorio.
–¿Quería verme coronel?
–Siéntate, Emilio.
El coronel Meneses es alto, pelo al rape y un cigarro en la mano. Ha estado en numerosos combates, en las antiguas operaciones de imposición de paz. Es un hombre valiente, duro y despiadado: el prototipo de lo que debe ser un comandante a cargo de un escuadrón de SA.
–¿Cómo está tu hija?
–Durmiendo. Pero no sé qué le voy a decir cuando despierte.
–Tu mujer dio aviso y requisamos el sueño. ¿Dónde lo compraste?
–Lo encargamos vía red. Era un simulador para aprender francés básico. Petit Francais, versión 2.0. Ignacia llegaba del colegio y lo cargaba sola. A la hora de once se ponía a recitar cosas en francés. Une table… le pain… le fromage. Lo hacía muy bien.
–Sé por lo qué estás pasando. Cuando estuve en el Caúcaso, vi cómo violaban a mujeres y niñas frente a mí sin poder hacer nada.
–Coronel, esto no es el Caúcaso. Tampoco Angola, ni Kachemira. Es Santiago. Chile. ¿Cómo vamos a dejar que violen a nuestras familias así no más?
–Tú cumples un trabajo que trata de terminar con eso. Ahora esta situación te pilló fuera de tu casa y a lo mejor tu mujer piensa que podrías haberlo evitado.
–¿Y qué podría haber hecho yo? La niña cargó el programa, apareció la maestra digital que se convirtió en un tipo que comenzó a golpearla y penetrarla por detrás. Fue lo que la niña le contó a mi mujer. Pero no sé qué otras cosas le habrán hecho.
–Mira es mejor que no los sepas. Trata de olvidar el asunto. Sé que es difícil, pero tienes un trabajo que debes hacer con mucho cuidado.
–¿Qué quiere decir?
–Vamos, Emilio, ¿a quién engañas? ¿Crees que no sé lo que estás pensando? Quieres que llegue un alerta urbana lo más rápido posible y sacarle la cresta al primero que encuentres. Ojalá un sueño adicto. O mejor todavía, exx–Vamos, Emilio, ¿a quién engañas? ¿Crees que no sé lo que estás pensando? Quieres que llegue un alerta urbana lo más rápido posible y sacarle la cresta al primero que encuentres. Ojalá un sueño adicto. O mejor todavía, un diseñador, un guionista. Si tuvieras enfrente al tipo que diseñó la violación de tu hija que infiltró su sueño lo mataría sin pensar. ¿Cierto?
–No lo sé.
–Ahora no, ¿pero y en el momento en que lo tengas frente a ti?
–No sé… bueno quizás lo mataría.
–No puedes dudar, Emilio. Ese es el punto. Y me preocupa. Porque no tenemos mucha gente y no puedo permitir tener a un líder de sección que pierda el control frente a sus hombres. Estamos en una guerra que nadie quiere reconocer y no tenemos la iniciativa. No es mucho lo que podemos hacer y tú lo sabes. Nadie nos va a ayudar, nadie va a hacer campaña por nosotros. Lo único que tenemos es a nosotros mismos. Por eso quiero que te mantengas con la moral en alto. Tú y tu sección. Y que controles tus impulsos. Fuiste un buen policía, pero ahora eres militar. Un soldado. Y acá no somos asesinos. Somos secciones de ataque. ¿Entiendes?
–Sí coronel. No se preocupe. No voy a manchar este uniforme.
–Bien. Ahora escúchame. Hay una persona que he asignado para que investigue lo que pasó con tu hija. En realidad la pedí personalmente porque la conozco y sé lo capaz que es.
–¿Inteligencia está investigando?
–Sí. Creen que el diseño vino de algún tipo escondido quién sabe dónde. De seguro un maricón que se cree especial imaginando y diseñando porquerías. Si fuera por mí lo mataría inmediatamente, sin compasión.
Piensas que tú también lo harías, si supieras quién fue. Sientes que la duda sigue sobreviviendo dentro de ti.
–Pero no son ellos exactamente los que van a encontrar al guionista o diseñador o cómo se llame. Hay otra gente trabajando ya en esto. ¿Has oído hablar de Los Espectros?
–Sí.
Los Espectros. Nadie sabe mucho de ellos. Se supone que son la sección especializada de las Fuerzas Armadas en el combate de sexta generación: infiltración de centros de comando y control, ataques furtivos a los sistemas de inteligencia artificial, destrucción de puntos neurálgicos, tácticas de bio-informática, control de conciencias emuladas… toda una zona de combate invisible pero en permanente conflicto.
No se conoce mucho sobre la identidad de Los Espectros, pero hay rumores que se trata de mentes emuladas en ambientes digitales. Mentes de oficiales ya muertos o bien en estado de suspensión neural permanente. Los norteamericanos usan fetos que cultivan en órbita para entrenarlos en combates de bio-redes. Quizás son puros rumores y se trata de personas comunes y corrientes entrenadas para el combate de sexta generación.
–No es fácil que Los Espectros hagan este tipo de trabajo porque están siempre en modalidad de combate, pero uno de ellos se dará el tiempo de trabajar en esto. Se llama Minerva. Es una de las mejores oficiales de rastreo y búsqueda. Te ayudará a encontrar quién fue el tipo que infiltró el sueño.
–¿No daremos cuenta a la UCI?
–No, esto lo llevaremos nosotros. La UCI está lenta y abrumada por los reglamentos.
–¿Dónde encuentro a Minerva?
–Ella te encontrará. Pero no esperes verla. Los Espectros casi no existen en la realidad.

4.0
Durante varios días esperas el llamado de Minerva.
A tu sección le dan unos días de descanso. Aprovechas de estar con Ignacia, pero la niña no habla, y sus ojos están fijos en algo que tú no puedes ver. La llevas al psicólogo de la base, pero no hay demasiado progreso. Tendrá no puedes ver. La llevas al psicólogo de la base, pero no hay demasiado progreso. Tendrá secuelas permanentes. ¿Cómo explicarle a una niña que lo sufrido no fue real? ¿Cómo explicarle que sólo lo bueno es real y lo deforme un sueño?
No tienes respuesta. Sabes que necesitarás de mucho tiempo para que sane esa herida. En ti y en tu hija. En todos.
Pero en medio de los vuelos de reconocimiento, de las noches sin turno, te preguntas qué sentido tiene encerrar a criminales y violadores, cuando un tipo puede destruir la vida de tu hija a distancia, sin necesidad siquiera de salir de su casa.
Te preguntas cómo combatir eso. Te preguntas si tiene demasiado sentido.
Desde el mantarraya se pueden ver las luces de la ciudad como una galaxia, expandiéndose y alcanzado la oscuridad. Pero sientes que es al revés. Es la oscuridad la que se mantiene ahí, en silencio, esperando el momento.
–Sección de Ataque A505, este es Arauco-1, cambio.
–Arauco-1 este es SA-505, cambio.
–Diríjanse al cuadrante K16, Santiago-Oeste. Policías bajo ataque, repito, policías bajo ataque.
–Enterado Arauco-1, este es SA-505. Vamos hacia allá.
El mantarraya zumba y sus hélices silenciosas susurran en la noche sin viento, en dirección oeste. El piloto inicia los sistemas furtivos y un par de minutos después alcanzan el objetivo.
Es un antiguo barrio de Santiago-Oeste, la parte más afectada por el terremoto del 2040. Sus edificios bajos y grises parecen ruinas de bombardeo. Es territorio de nadie hasta que sin previo aviso llegan las pandillas de tecnokupas a someter los escombros.
–Exel, termográfico. Enfoca a la patrulla.
En la pantalla aparecen fantasmas de colores vivos en medio de un azul oscuro y vacío. Una llamarada emerge incesante, mientras a pocos metros unos tonos rojos y amarillos forman una figura humana desplomada sobre sí misma.
–Escáner médico.
El hombre se mueve con dificultad sobre la calle mientras en la pantalla las líneas de la vida forman pequeños montículos, moviéndose lentamente.
–Arauco-1, tenemos patrulla incendiándose. Oficial muerto dentro de ella. Oficial herido necesita ayuda. Solicito neutralización de posibles blancos hostiles, repito, solicito neutralización de posibles blancos hostiles.
–¿Cuál es el estado del oficial vivo?
–Contusiones múltiples, heridas de balas en la pierna, brazo y cadera.
Estado crítico.
–¿Edad de los blancos?
–No lo sabemos. No hay rastro visible de ellos.
–Desciendan e investiguen. Rescaten al oficial. Silencio de fuego, repito, silencio de fuego. Esperen confirmación de atacantes.
El mantarraya gira sobre sí mismo y busca un lugar protegido. Desciendes con tus hombres y preparan sus armas.
–Ya saben, silencio de fuego. Avancen por la calle hacia la patrulla. Siegfrid, Vectra, primero. Húsar, tu conmigo. Vamos.
Avanzan por la calle en dirección a la llamarada que ilumina la oscuridad del sector. La calle desemboca en un pasaje rodeado de edificios bajos, de no más de cuatro pisos.
–20 metros. Capitán, no veo nada –dice Sigfrid.
–¿Manta, que ven?
–Nada capitán.
–Bien. Siegfrid, Vectra, saquen al policía. Arrástrenlo hacia la pared de ese edificio.
–Comprendido.
Los hombres avanzan hacia la patrulla con los fusiles en alto.
Ráfagas de disparo.
–¡Emboscada, emboscada! –grita Exel
–¡Emboscada, emboscada! –grita Exel
Un hombre cae al suelo. Vectra.
–Le dieron, le dieron.
–¡Mueran milicos fascistas! –se escucha desde algún lugar.
Ráfagas… Gritos de júbilo.
–Vectra, Siegfrid, retrocedan.
Siegfrid se incorpora y toma del brazo a Vectra.
–Arauco-1, tenemos oficial herido de la policía bajo fuego. Solicito permiso de netralización.
–Confirme edad e identidad de los atacantes.
–¡Están en las ventanas de los edificios!
–¡Exel, que ves!
Optrónica de alta densidad.
La visión cruza los muros derruidos por la humedad, el polvo en suspensión y alcanza la piel. Capta los píxeles de colores. La visión se aleja para ver el tatuaje. La calavera negra y roja de un feto atravesado por una cuchilla, rodeada de un rápido nombre:
Deadheads
–Capitán, son Cabezas Muertas.
Cierras los ojos.
Los Cabezas Muertas usan adolescentes como vanguardia de combate. Sus cabecillas los dirigen a distancia. Quienes te disparan no tienen más de 17 años.
No podrás disparar.
–Arauco-1, este es SA-505. Ninguno de los atacantes supera los 17 años. Solicito permiso de neutralización.
–Negativo. Repito, negativo. Rescaten al herido y salgan de ese lugar.
–Arauco-1, imposible rescatar al herido. Estamos bajo fuego, repito estamos bajo fuego.
–SA-A505, conserve su posición y espere refuerzos. Unidades de la policía se dirigen al sector. Mantenga su posición.
–¿Tiempo estimado de llegada?
–Veinte minutos.
–¿Veinte minutos? ¡Capitán, van a hacer mierda a Vectra en cinco minutos!
–Arauco-1, tenemos hombre seriamente herido en la línea de fuego. No podemos evacuarlo y está bajo fuego. Si no neutralizamos a los atacantes estará muerto.
–SA-A505, conoce la situación. No puede hacer fuego a menores de 17 años. Mantenga su posición y espera los refuerzos.
–¿Están cagados de la cabeza?
–Siegfrid, silencio.
–¡Están matándolo! ¡Lo están matando como si fuera un juego, esos hijos de puta! –grita Exel.
–Capitán, tenemos que responder –dice Vectra. Notas que tiene una voz distinta.
–Los voy a liquidar. Puedo verlos. Un disparo más y los liquido a todos – Siegfrid no deja de apuntar.
–Siegfrid, ¿qué cresta estás haciendo? Si disparas te retirarán del servicio.
–No me importa. No dejaré que maten a ese hombre.
Una disparo hace estallar el lector de audio y se incrusta en la pierna del oficial. Se escucha un grito.
–¿Qué hacemos? –Pregunta Húsar.
Las llamas se han ido apagando y una tenue lluvia comienza a caer. El policía sigue desplomado y ya casi no se mueve.
–No creo que sobreviva –apunta Vectra.
Desde el otro lado se escuchan gritos.
–¡Vengan milicos de mierda! ¡A ver si son tan valentones los hijos de puta!
–Capitán…
Otro disparo. Ahora el grito es ahogado, casi con rabia.
No sabes qué hacer. Tienes ahí un tremendo poder en tus manos, equipo que vale casi millones y no puedes usarlo. Sólo esperar a que llegue la policía que sí puede disparar. Pero tienes claro que apenas aparezcan los Cabezas Muertas se esfumarán buscando otros escombros donde pasar la noche y dispararle a la nada.
El policía sigue aún vivo y desde el mantarraya monitorean sus signos vitales.
El policía sigue aún vivo y desde el mantarraya monitorean sus signos vitales.
–Manta, ¿cómo sigue el oficial?
–Grave, capitán. Espere, creo que dice algo.
–Retransmite.
Todos se mantienen alerta.
–Salgan… de… a… quí.
Otro disparo.
–¡Conchesumadres! –Grita Siegfrid.
Entonces ves a un Cabeza Muerta, casi un niño, avanzar con una molotov en su mano. Se acerca sonriente al cuerpo del policía. Le lanza una patada y luego su brazo hace estallar la botella ardiente en todo su cuerpo. El policía se retuerce en el suelo, aullando, mientras se escuchan gritos de júbilo y disparos. Luego todo queda en silencio.
Observas la escena, el cuerpo ya inerte del policía que se hace borroso a pesar de no llueve.
Minutos después una patrulla llega al lugar.

Vuelas en silencio hacia Arauco-1. Observas el rostro de tus hombres y puedes ver la amargura e impotencia convertidas en silencio.
–Maldita ley… maldito Congreso.
–Calma Siegfrid. Esa es la democracia. Que no te sorprenda si después nos quitan las armas –dice Vectra.
–A la mierda la democracia. Capitán, ¿vamos a quedarnos así, viendo cómo nos matan?
No sabes qué responder. Sabes que no hay posibilidades de cambiar las cosas. Sabes que el cáncer jamás se cura, sólo se pospone, con medicamentos inútiles: Policías, UCI, SA. Nunca serán suficientes. La enfermedad está ya demasiado extendida, demasiado protegida para causarle un daño quirúrgico.
¿Entonces qué queda por hacer? ¿Qué sentido existe para seguir luchando?
Una voz te trae una respuesta. Penetra en tu canal neural privado, rompiendo tus barreras de protección. Sabes quién es. Sabes quien puede penetrar así, como un espectro.
-Einherier, soy Minerva. Coordenadas 4-5-67. La policía va en camino. Necesitarán el apoyo de tu SA.
Miras a tus hombres, desmoralizados. Piensas en el cuerpo de ese policía, sin vida, sin forma buscando una respuesta. Recuerdas a Sergio. Piensas en Ignacia.
–Piloto. Fija nuevo rumbo a estas coordenadas.
–Pero volvemos a la base.
–Aún no. Hay trabajo que hacer. Vectra, Exel, Siegfrid. Preparen armas.
Los hombres se sorprenden por unos cuantos segundos, pero pronto vuelven sus rostros serenos, los rostros del deber que de tanto en tanto ves en alguna esquina de tu ciudad.

El sueño termina. La versión 4.0 se eclipsa.
–¿Qué te pareció? –Le pregunto, a través del canal neural.
–Extraño. Me sentí como si fuera yo.
–Bueno, pero si eres tú –le digo.
–Es un decir.
Se levanta y sacude la cabeza. Después del retiro las cosas siguen existiendo, piensa y yo capto ese pensamiento, con dos minutos de retraso.
–Es extraño sentirse uno mismo después de tanto tiempo –dice.
Después del incidente con los Cabezas Muertas tuvo que abandonar la Fach. Estuvo en prisión cinco años y en ese tiempo pensó mucho en todo lo ocurrido, en todo lo que estaba pasando. Los sueños ilegales eran casi invencibles; nadie los combatía en la realidad. ¿Y por qué no entonces combatirlos en su propio territorio, con sus mismas cartas?
¿Por qué la gente no podía sentir ni vivir lo que él estaba pasando? Quizás si alguien se metía en la vida de un policía juzgaría mejor sus convicciones. Si todos viviéramos las vidas de otros, comenzaríamos a entender nuestros propios errores, creía.
Fui yo quién se lo sugirió, aunque la idea rondaba en Fach desde hacía tiempo. Pero siendo su caso emblemático, de conmoción nacional, sería bueno errores, creía.
Fui yo quién se lo sugirió, aunque la idea rondaba en Fach desde hacía tiempo. Pero siendo su caso emblemático, de conmoción nacional, sería bueno presentar otra perspectiva, más personal que juegos como NATIONAL STATE 3.0, FRENTE INTERNO 2.3, HUSAR 4.0, o FRONTLINE 5.0.
Diseñar un sueño vivo, a partir de una experiencia vivida no es tan difícil cuando es tan intensa o tan significativa. Por eso creí que era mejor mostrar la cosa poco a poco. Una versión progresiva de los hechos tras otros. Unos fragmentos de vida.
EINHERIER 1.0 había llamado la atención de varios soñadores y tanto las versiones 2.0 y 3.0 dejaban en claro hacia donde iba el sueño. Bueno, en realidad hacia dónde va, pues no todo terminó ahí después que le envié la posición de Sade, el diseñador-guionista que había violado a su hija.
La versión 4.0 era acaso la más difícil pues no reflejaba la realidad de lo que había ocurrido. Es una frase curiosa tratándose de un sueño vivo, pero creo que era un secuencia muy fiel a lo que pudo haber pasado.
–Creo que igual ha quedado bastante bien. Pero hay todavía hay mucha gente que espera una versión 5.0 o 6.0 donde por fin liquidan a los Deadheads. He rastreado esa parte de tu memoria. Aún es una imagen muy viva.
–No habrá necesidad. Cada vez que termine la versión 4.0 sentirán esa rabia inmediata, pero después se calmarán. La rabia se volverá entonces pensamiento y el pensamiento convicción. Y cuando llegue el momento, cuando la lucha sea abierta y completa, todos ellos serán como Einheriers luchando por salvar este país. Combatiendo a las fuerzas de la disolución. La lucha se dará en la mente, como ha sido siempre. Pero tú ya lo sabes ¿verdad?
–¿No quieres que diseñe lo que realmente pasó esa noche? Digo, si no piensas aún emularla de tus recuerdos y quieres revivirla.
–Me parece que el dolor no se olvida. Y es más real cada vez, aunque difuso. Quizás por eso duele tanto. Quizás en la versión 5.0 puedas diseñarlo de esa forma: como un recuerdo fragmentado, que te alcanza de distintas formas, de distintos lugares. No una imagen directa. Sólo una sensación de cómo fueron las cosas. O de cómo uno las siente y recuerda.
Ignacia lo sorprende cerrándole los ojos. La joven es extrañamente silenciosa. Gracias a un programa de disolución mnemotécnica ha podido olvidar por momentos lo ocurrido. Pero su silencio es especial. Quizás llegue a ser un espectro como yo.
Los dejo solos y me alejo de su mente. Vuelo a través de las corrientes invisibles hacia alguna zona de combate.

5.0
–Arauco-1, solicito permiso de netralización.
–Negativo, no pueden disparar.
El Deadhead caminando, con su sonrisa joven, ya distorsionada. La molotov en su mano. El fuego consumiendo al policía y sus gritos sin esperanza.
–¡Vectra, Siegrid, Exel! ¡Prepárense a disparar! Neutralicen objetivos. A mi señal.
–Capitán, pero…
–Yo asumo la responsabilidad.
–¡Al fin! Estoy con usted Capitán. ¡Vamos Exel!
–¡Abran fuego! A la mierda la ley 616.
–A la orden líder. ¡Vamos Sección de Ataque, disparen a matar!
Seleccionaron sus blancos. Luego los fusiles de pulsos hicieron fuego: dos, tres, cinco, diez cuerpos silenciados.
–¡Nos disparan, nos disparan!
Luego todo terminó.
Los SA corren ahora hacia los edificios para registrar los cuerpos.
Un cuerpo joven, agonizando.
Un cuerpo joven, agonizando.
El niño estaba envuelto en una angustia terrorífica, en una inmensa sensación de desamparo. Su cuerpo se agita, con desesperación.
Te acercas y le tomas la mano.
Los Cabeza Muertas eran sólo niños indefensos, niños que habían llegado demasiado lejos. Nadie les había advertido, nadie les había dicho la secuela más dura de los sueños vivos:
El miedo primitivo y humano a la realidad.

Pablo Castro Hermosilla

Terminator: El Amanecer de las Máquinas

por Pablo Castro Hermosilla

Terminator es, a mi juicio, una de las ideas conceptuales más potentes e interesantes del cine de ciencia ficción, aunque debería incluir en esta apreciación a “todo” el cine. El estreno de la tercera parte titulada La Rebelión de las Máquinas durante el año 2003 es la excusa perfecta para analizar lo que ha sido y es Terminator. Pero pensándolo mejor, creo que un análisis de las tres películas ya estrenadas es materia exigida al constatar la evolución de nuestra sociedad, en el cual las máquinas tienen cada un mayor y a veces peligroso protagonismo.
Ciertamente Terminator es sólo cine de acción, un producto creado en el país que ha convertido al comercio y a la economía en los estándares para juzgar toda actividad humana. Eso no se puede esconder. El valor de Terminator como película es una cosa, su valoración como concepto o metáfora es otra. Este artículo pretende moverse en ambas dimensiones.

The Terminator (1984)
La película de James Cameron estrenada en 1984 es todo un clásico, si es que entendemos a los clásicos como creaciones perdurables y que no necesitan de actualizaciones. Tuve la oportunidad de ver hace unas semanas atrás este filme en formato DVD y no me queda otra que aceptar la tremenda fuerza de este película que al momento de filmarse estaba muy lejana de lo que hoy consideramos un gran estreno o una gran superproducción.
Los cineastas jóvenes o aquellas personas que están hoy interesadas en nuestro país de hacer cine, deberían considerar a Terminator como una base de influencia constante. No tanto por su trama ni por sus efectos, sino por lo esencial que resulta ver cómo con pocos recursos y una gran idea, se puede hacer cine de categoría. Los recursos escasos son una norma no escrita en nuestra pobre producción cinematográfica, pero la imaginación y la capacidad para diseñar una trama notable escasean casi por mandato genético.

Dos cosas destacan inmediatamente de una buena película: el concepto que está detrás de ella y la forma como esa idea conceptual es tratada. En ese sentido Terminator no tiene fallas, y por el contrario el tiempo le hace justicia.
Cameron juntó dos elementos clásicos de la ciencia ficción: los viajes y paradojas temporales (mito antiguo) con la rebelión de las máquinas (mito más contemporáneo). A eso le agregó un mito muy presente en 1984: la hecatombe nuclear. Este elemento le otorgaba a Terminator todo el lado siniestro e inquietante, que funcionaba debido a que estaba basado en una premisa posible. Para 1984 la tensión nuclear entre EE.UU. y la URSS no era un tema menor y se tenía conciencia de que una guerra nuclear no era tan descabellada. Hábilmente Cameron mantuvo ese miedo y esa inquietud, pero cambió el enemigo potencial: ya nos serían los jerarcas soviéticos los que lanzarían misiles intercontinentales SS-18 sobre suelo americano, sino los propios sistemas de defensa computarizados, esto es, las propias computadoras creadas por EE.UU. para controlar sus sistemas de defensa y seguridad.
Es notable que en plena época de tensión política e ideológica, Cameron haya decidido introducir un enemigo nuevo, carente de política, ideología o sentimientos. Si los soviéticos vivían a miles de kilómetros de distancia, las máquinas estaban ya funcionando en pleno territorio americano. Esta premisa convirtió a mi juicio a Terminator en la primera película post Muro de Berlín que usaba dichos elementos.
Tenemos entonces un concepto: las máquinas provocarían una guerra nuclear para destruir al hombre. Pero un director debe también saber trasuntar a través de los elementos que otorga el cine esta idea conceptual. De esa forma Cameron, con una habilidad y sensibilidad asombrosa, construyó pasajes de ese mundo oscuro, donde máquinas y hombres combaten despiadadamente, usando alta tecnología. Esas imágenes nos llegan a través de flash backs y por lo mismo su fuerza es notable, pues es nuestra propia imaginación la que debe esforzarse por darle un sentido, esfuerzo que lleva a la comprensión y a la identificación.
Cameron usaría las mismas imágenes para mostrar una terrible realidad: el avance indestructible de las máquinas y la infiltración de cyborgs avanzados en los refugios de humanos. Para ello construye una escena memorable, donde el protagonista debe luchar contra un Terminator invencible que se infiltra en un subterráneo de una industria ya destruida. Lo notable de esto, es que dicha escena está construida con elementos mínimos, pero que son capaces de crear una atmósfera visual y emocional de primera categoría.
Ciertamente que Terminator adolece también de varias contradicciones, pero el resultado final es notable. Las actuaciones están bien logradas, los efectos visuales (sobre todo aquellos que muestran las escenas del futuro) están muy bien logrados y la trama funciona de maravilla. Aparte de las escenas ya descritas hay varias que son de antología, como el ataque del Terminator a la estación de policía o el primer encuentro entre los tres personajes principales en una discoteque. A eso yo le agregaría la característica música incidental, algo que es tan importante y consustancial como el oxígeno al agua. Si Schopenauer consideraba la música como el movimiento de ideas arquetípicas, la música de Brad Fiedel es prueba de ello.
Pero insisto, creo que lo mejor de Terminator, es el constatar como con una gran imaginación y puesta en escena se puede hacer gran cine y de paso transformarse en ícono de la cultura audiovisual

Terminator 2: Juicio Final (1991)
Tuvieron que pasar nueve años para que Cameron volviera a reditar su mito cinematográfico. Las expectativas eran enormes y confirmaban el legado de Terminator en el inconsciente colectivo cinematográfico. La película fue un éxito de taquilla, sentó las bases para nuevos efectos visuales y de paso le dio un poco de aire a la carrera del grupo Guns and Roses. Pero a mi juicio todo ello escondía una latente debilidad.
Juicio Final debía lidiar con dos problemas: primero, para 1991 la amenaza nuclear venía en descenso. El fin de la Guerra Fría y los primeros acuerdos sobre armas estratégicas diluyeron el fantasma de un holocausto nuclear. Esta percepción debía potenciar el hecho de que las máquinas eran los verdaderos enemigos del hombre y que podían lanzar armas nucleares sin distinción de ideologías o contextos políticos. Pero al colocar un Terminator como defensor del futuro líder de los humanos en su lucha en contra de las máquinas, el sentido de la lucha en sí comenzaba a perder su sustento psicológico. Era una apuesta arriesgada, pero toda apuesta en el cine es válida si se le otorga un conjunto de elementos capaces de sostener tal apuesta.
Aquí es donde Juicio Final falla inexorablemente: el terminator llega de pronto a salvar a John Connor sin que nadie sepa en realidad cómo fue posible tal cosa. Cameron pudo utilizar su técnica de flah backs, pero dejó esta explicación en los labios del terminator, cosa que a mi personalmente no me convenció, ni visual, ni inconscientemente. La película iba a ser entonces una lucha a muerte entre dos terminators, mientras de alguna forma se intentaba eliminar la posibilidad de una guerra nuclear.
Un buen director debe ser muy consciente de los elementos que permitieron hacer gran su película. Cameron no lo entendió de forma completa y Juicio Final trastabilla por momentos. Aunque las escenas de acción están bien delineadas hay una escasez de un elemento esencial en Terminator: la información que entrega claves fragmentadas por el tiempo y que apela a elementos que están en el pasado, es decir, en el presente de la historia. Es esa información la que le otorgaba a Terminator esa cuota de inquietud y miedo a lo desconocido, es decir, al futuro mismo. Juicio Final funciona precisamente cuando se nos entregan datos sobre Skynet y la forma como da comienzo a la guerra. Ahí la película adquiere momentos de duda y reflexión, donde el futuro puede ser modificado si alteramos ciertas decisiones.
Pero en Juicio Final esta información adquiere importancia cuando gran parte de la película ha pasado ya por nuestras retinas. No alcanza a tener la dimensión requerida, a pesar de que la sensación después de ver el filme es contraria. Sin embargo, Juicio Final no es una verdadera segunda parte, si no una extensión de la primera. La mejor prueba de esto es que si se revisan las escenas que Cameron no incluyó en Terminator se podrá ver que la idea de destruir el complejo cibernético donde se diseñan las máquinas estaba ya esbozada. Por eso para mí Juicio Final no agrega nada nuevo a la historia. Sólo se repite el mismo esquema de Terminator, con mejores efectos, con un terminator bueno tratando de salvar a Connor y uno malo tratando de matarlo. El peligro nuclear no alcanza a asustarnos, por más que esa escena del impacto de una bomba en Los Angeles sea tan vívida y terrorífica. Creo que fue una película tardía, una extensión temática de la primera, pero con muchas lagunas visuales e históricas.

Terminator 3: Rebelión de las Máquinas (2003)
No había mucha expectativa por Terminator 3. Pasaron 12 años y ya nadie se acordaba de Sarah o John Connor. Además todo parecía finiquitado en Juicio Final, así que no había muchas razones para volver con una nueva película. A eso hay que agregarle el descenso de los filmes de grandes presupuestos y el auge del cine independiente o de producciones con “contenido”, o basadas en obras literarias rimbombantes.
En sus años de lucidez, el escritor chileno Alberto Fuguet decía que lo mejor de las películas eran las sinopsis de éstas tiempo antes de su estreno. Y la verdad es que una mala sinopsis es tal vez la mejor señal de que una película estará muy por debajo de sus expectativas.
Yo tampoco esperaba casi de nada de Terminator 3. Pero cuando vi el primer trailer en enero del 2003, tuve la impresión de que la cosa venía en serio. Tres meses después cuando vi el trailer internacional no sólo confirmé esta apreciación, sino que después de muchos años volví a sentir esa ansiedad por el pronto estreno de la película.
Si ya poca gente cree en las segundas partes, menos en las terceras, a no ser que un director proclame a los cuatro vientos que está filmando una trilogía (el gran truco de Peter Jackson para vender su falsa epopeya heroica). Sin embargo John Mostow se tomó el desafío con tranquilidad y casi con mínima preocupación, tratando de apostar por una película bien hecha y con más de alguna sorpresa.
El resultado a mi juicio fue ampliamente satisfactorio: Terminator 3 es una muy buena película, pero difícil de apreciar para un público que se ha acostumbrado a otro cine. Esto no debería sorprender, porque visualmente Terminator 3 parece una película de los ochenta, con presupuesto infinito. Sin embargo tiene algo pocas visto en el cine actual: un guión armado a base de gran violencia pero dando espacio a paquetes de información sorprendentes y muy bien estructurados.
Mostow no intentó hacer una película de otro mundo, ni filmar escenas grandilocuentes, ni nada por el estilo. Muy por el contrario, respetó los códigos con los cuales Cameron filmó sus terminators. La gran diferencia es que eliminó cualquier pretensión por una cuota de elementos nuevos muy leales y congruentes con lo que es la historia de Terminator. Así nos topamos con una Terminator que viene a matar a los lugartenientes de Connor, al ser este último inubicable. Nos topamos con un Terminator que viene a proteger a Connor y a su futura esposa, quien es la que ha enviado al Terminator. Todos estos elementos junto a otros están muy, pero muy bien estructurados y se acoplan de maravilla con las circunstancias de la película (los que digan que no es gran cosa traten de escribir un guión o una novela que funcione así). Es un guión muy bien pensado, más allá que deje todo armado para una cuarta parte (que si es como la tercera, bien venida sea) cosa que no erosiona a la película misma. Por eso considero a Terminator 3 como una verdadera continuación de lo que fue Terminator, porque aporta elementos nuevos no predecibles y que tampoco resultan fantasiosos o forzados. Es más, todo el concepto de Terminator adquiere verdadera fuerza con estos elementos.
Se cree que un buen guión condensa una buena estructura narrativa junto a eficientes diálogos. Yo agregaría también la habilidad para entrelazar elementos que otorguen una continuidad intelectual. En ese sentido el guión de Terminator 3 me parece infinitamente mejor que el de Juicio Final. Por eso no me sorprende que sea lejos una mejor película, mucho más fiel al primer Terminator.
Quizás el único punto débil siga siendo todo lo relacionado con el amanecer de las máquinas, la forma como toman el control y desencadenan la guerra. Por un momento Terminador 3 llevaba muy bien la idea de una caída global de los sistemas (fin de mundo imperceptible) como preludio a un holocausto nuclear (fin de mundo y destrucción materiales) pero le faltó tiempo para desarrollar mejor esta idea, al igual que toda la secuencia de lanzamiento de misiles (que siempre pone los pelos de punta, sino vean El Día Después) o esa idea sobre la corrupción de las máquinas y su inmutabilidad más allá de cualquier programación.
Es claro que Mostow se guardó lo mejor para un Terminator 4, innecesario si Cameron hubiese hecho Juicio Final como correspondía. Sin embargo Mostow se dio el tiempo para crear un gran final que será apreciado con el tiempo. Esa secuencia donde Connor y su futura esposa se dan cuenta que la destrucción es inevitable mientras observan las computadoras anticuadas (y por lo tanto no conectadas a los sistemas infectados) en medio de ese salón donde la guerra nunca llegó y que emerge como imagen de un pasado lleno de miedos no irracionales, junto a las voces de radio que comienzan a pedir ayuda en medio de un silencio solemne me convencen de que Terminator 3 es una gran película que irá saliendo del capullo de simple secuela que los críticos insípidos de siempre le han conferido.

por Pablo Castro Hermosilla

Reflejos

por Pablo Castro

Penétralo, y comprenderás mejor:
que la vida se nos muestra en un reflejo.
Pintado.

Anoche maté a mi hijo Mauro.

Bueno, no fui yo precisamente quién lo hizo. Sólo me limité a darle la orden al ejecutivo de V.I.P. para que terminaran de una vez con él. Por cierto que tampoco era mi hijo. Había vivido en nuestra casa durante varios años y supongo que eso era suficiente para sentirme atado a él. En realidad no lo tengo muy claro. Debí terminar con él desde el principio y si no lo hice fue porque lo había olvidado. ¿Significaba nada para mí? Y de ser así, ¿por qué me estremecía al verlo?

Lo tenían en una especie de sala de juegos, donde resaltaban colores infantiles y accesorios para construir o dibujar cosas. Mauro permanecía sentado en una esquina. Me acerqué muy despacio.

–Hola, hijo.

El niño levantó su cara y esbozó una sonrisa que semejaba cualquier cosa. Concentré mi mirada en él: cabeza pequeña y deforme. Frente alta y aplanada. Ojos rasgados hacia arriba. ¿Podía entender lo que era y dónde estaba en ese momento? ¿Podría yo mismo explicárselo? Bueno, digamos que estábamos ahí, los dos, como en los viejos tiempos, y tal vez era la única verdad plausible de entender. Me concentré en ese punto y obvié cualquier clase de sentimiento.

Mauro alzó sus brazos, tratando de alcanzarme con sus manos cortas y anchas. Quería que lo tocara o bien que extendiera mis propias extremidades hacia él. Sólo atiné a tragar saliva y a retroceder lentamente. El rostro de Mauro no varió, quedando congelado en su sonrisa estúpida e inalcanzable. No era mi hijo. Yo no era su padre. Pero me quería igual. Me querría siempre. Y eso era algo que se me hacía difícil de soportar.

Levanté mi mano derecha hacia la cabeza y toqué mi sien. El ambiente comenzó a disolverse y una tenue oscuridad cubrió todo alrededor. Cuando abrí los ojos me encontré en la consola de interacción pegada a mi cuerpo. Me quité los guantes y el casco, tratando de absorber de nuevo el paisaje real. A mi lado el ejecutivo de V.I.P. esperaba mi veredicto final. En su mano había una agenda holográfica esperando mi firma.

–Bórrenlo –ordené sin mirar a nadie.

* * *

Hubo una vez una familia.

Estaba el padre, su mujer y una hija llamada Ana María. Vivían en Santiago y durante muchos años fueron una familia muy unida y que se amaba mutuamente, hasta que de pronto las cosas comenzaron a desintegrarse y cada uno se convirtió en una extraño para el otro, a tal punto de ser nada más que reflejos de sí mismos, interactuando automáticamente: ese es el resumen burdo de nuestra historia.

Pero no era de la forma en que yo lo recordaba constantemente. Por las noches, cuando el sueño me abandonaba, la historia de mi familia llegaba en perspectivas de imágenes sin orden o sentido; sin estructura o razón. En pocos segundos podía revivir cada una de nuestras tragedias. Y en pocos minutos intentaba darle un sentido a cada momento vivido. ¿Qué era lo más significativo? Y sobre todo ¿quién era la persona de la cual todos dependíamos? ¿A quién más podía necesitar?

Todo sucedió en nuestra época de vacas gordas. Toda familia la tiene alguna vez. Por supuesto que sólo a mi esposa (previsora como siempre, como todas las madres) se le ocurrió la idea de reflejarnos, pensando que en algún momento “podía pasarnos algo, porque nunca se sabe”. En realidad, nadie a esas alturas pensaba en la muerte, sobre todo cuando hacíamos planes para viajes de hasta tres semanas por alguna playa de Mozambique o alguna visita a un resort orbital. Pero cuando a mi esposa la visitó un tumor, todos concordamos silenciosamente que era mejor estar preparados para un eventual deceso inesperado.

Así que ella fue la primera en reflejarse. Llegó un día a la casa con un par de catálogos sobre Vidas Interactivas Post-Mortem y nos preguntó cuál sistema sería el más apropiado. Ella lo tenía decidido, pero igual nos dimos el fastidio de revisar una que otra oferta. Había de todo: desde crear un programa virtual en base a datos diversos de la persona hasta la emulación digital completa de cada célula o neurona del cuerpo. Este último era el sistema más caro, pero garantizaba una interacción completa con la persona, y cuando digo completa me refiero a estar hablando y tocándose como si el fallecido estuviese vivo. Ese eligió mi esposa, para todos nosotros.

Pero como dije el asunto salía un disparate, a pesar de que era un monto totalmente justificado. Para entender lo que era una reflexión de ese tipo, hay que intentar imaginar un sistema capaz de copiar cada una de las moléculas de tu cuerpo en lenguaje digital y luego vaciar esa información en un universo recreado de la misma forma. No hablo de proyecciones virtuales ni máquinas de RV de esas malas películas del siglo pasado. Hablo de crear un ente totalmente nuevo, una copia exacta de la persona viviendo tal cual lo haría la misma persona si estuviera viva. Porque el paquete incluía no sólo la creación de los reflejos, sino también la del mundo en el cual vivirían, que no era más que una proyección de nuestra propia realidad. Es decir, si mi esposa pasaba quince horas de su vida moviéndose de la casa al trabajo, del trabajo a la ciudad y de vuelta a la casa, tal rutina era recreada por el sistema en hasta sus más mínimos detalles, cosa que el reflejo no tuviera la más mínima duda de que seguía sano y vivo. Y era así, porque sencillamente lo estaba.

Observando el desarrollo moral de la sociedad pasada cuesta entender a veces cómo fue posible que muchos estamentos permitieran la creación exacta de otras realidades, sin armar demasiado jaleo. Pero también es difícil imaginar que la gran mayoría de las personas no quisieran apoyar un sistema que les permitía recobrar a sus seres queridos luego de una muerte violenta o alguna enfermedad terminal. El mito de la resurrección funcionaba y si el mismo Jesús lo había ensayado alguna vez, bueno, los reflejos no le hacían mal a nadie. Después de un tiempo el mismo concepto de enterrar a alguien e ir a visitar sus restos se transformó para la sociedad en una práctica macabra y atrasada, sumado a la urgencia por recuperar terrenos que podían usarse de forma más beneficiosa.
Ese fue el comienzo de nuestro pasado al otro mundo (es una forma de decir). Había sobradas razones para que mi esposa se reflejara cuánto antes, más allá que su nuevo terminador se encargara de liquidar cualquier célula cancerígena. Pero Anita planteó una cuestión interesante: ¿la emulación de cada célula no incluiría el potencial genético del tumor? ¿No se enfermaría también el reflejo de la mamá?

Los de los de V.I.P. estaban preparados para tales contingencias.

–Es una buena pregunta. Fue algo que nos sucedió en la década pasada. Para evitarlo las nanocomps actuales que digitan las células se encargan de recombinar las proteínas del ADN, eliminando cualquier posibilidad de desarrollar alguna enfermedad de tipo genética. Esto produce ciertos cambios leves en la persona, pero no afectan demasiado la personalidad psicosomática.
Hubiese sido más práctico que la recombinación molecular fuese hecha mientras uno estaba vivo, pero aquello era aún imposible. Lo que sí entendí fue esto: de alguna forma los reflejos eran una copia purificada de nosotros mismos, lo que hacía el sistema más interesante aún.

En esa época y gracias a nuestra nueva situación económica mi mujer decidió ayudar al prójimo y adoptó a Mauro, como forma de agradecer a la vida por la desaparición momentánea de su tumor. Lo hizo sin avisarnos, como si traer un niño discapacitado a la casa fuese igual que comprar un perro. Me enfurecí, alegando de que ya estaba harto del derroche de plata, aunque en realidad mi enojo tenía más que ver con la confusión emocional que causaba tener a un niño que no entendía las cosas a través de su cauce normal. Mauro asimilaba cualquier cosa si detrás de ella había un cariño o una sonrisa y para mi hija y yo, aquello significa una erosión a nuestra propia y necesaria frialdad. En una familia donde el amor se había casi evaporado, la urgencia por expresar lo bueno que iba quedando en nosotros resultaba más bien una lenta y dolorosa asimilación de lo humano.

Sé que no lo podrían entender. Hasta el día de hoy me parece una imposibilidad de la razón. Pero lo cierto es que para esos años en que mi mujer se recuperaba de su enfermedad las cosas ya estaban lo suficientemente podridas, listas para su completa disolución. Todos esperaban. Menos mi esposa, supongo. Así que decidí ser yo quien diera el primer paso. Se lo comuniqué al resto, quien asintió de mala gana.

Había resuelto no reflejarme. Si fallecía no quedaría ningún rastro de mi existencia. Esa idea me fascinaba. Sentía una profunda necesidad de desaparecer y a los pocos meses abandoné la casa. Mi mujer se deprimió, Anita me odió profundamente y Mauro me echaba de menos. Bueno, eso fue lo que escuché.

* * *

Estaba sentada sobre la cama, inmóvil y silenciosa. Una suave cubrecamas tapaba su cuerpo hasta más arriba de la cintura, mientras a su alrededor un cúmulo de pequeñas máquinas y sistemas monitoreaban la metástasis producida por el tumor. Ya no buscaban detener la enfermedad. Sólo intentaban menguar sus efectos para evitar una muerte dolorosa, llena de padecimientos. Me acerqué lentamente.

–Hola, Graciela.

Sus ojos miraban la luz del sol atrapada en la ventana polarizada. Entonces me miró, e inmediatamente su rostro se afirmó a una sonrisa leve. Tragó con dificultad.

–Hola… –su voz sonó rara. Parecía que hablaba el tumor y no ella.
-¿Cómo te sientes?
–Bien… pero no me han dicho… –trató de incorporarse–… si me volvió el tumor o es uno nuevo.

Los parasoftwares le habían dado una serie de explicaciones, pero evitaron darle un diagnóstico claro y específico. Por supuesto que le había vuelto su antiguo tumor. En realidad siempre había estado ahí, esperando su oportunidad. Todo bajo mis claras instrucciones.

–¿No ha venido nadie a verme…? –preguntó casi ahogada.
–Han preguntado por ti, pero prefiero que no te vean.
–¿Pero Anita?… ¿Mauro?
–Bueno, ya tendrán tiempo. Ahora estoy yo aquí, así que voy a ser tu enfermero. ¿Qué te parece?

Lo normal era que hubiese protestado, pero su sonrisa fue más grande aún, como diciéndome que entendía perfectamente. Era lo que siempre había querido. Que estuviésemos juntos y que el resto se fuera al diablo. Me amaba. Quería que yo la amara. Estar los dos en esa habitación, solos, le deba forma a ese amor.

–¿Tienes hambre? –pregunté.

* * *

El ejecutivo de V.I.P. me esperaba en una oficina pequeña, muy apropiada para una sucursal de la empresa. Yo estaba viviendo en Santa María, una de las pequeñas ciudades surgidas después de los tsunamis que arrasaron el Norte Grande de Chile. El lugar semejaba la costa de Israel, con la diferencia que acá la reforestación si funcionó y ya teníamos unos bosques semejantes a los que se habían extinguido en el sur hacía décadas.

–Señor Saavedra, gracias por venir tan luego. Por favor, asiento–. El hombre se mantenía igual que hace siete años. Me pregunté cómo me vería yo para él.

–Gracias. Recibí su mensaje y la verdad es que no entiendo absolutamente nada– encendí un cigarro–. Me gustaría que me lo explicara personalmente.

–Bueno, supongo que para eso vino ¿verdad? Bien. El asunto es muy sencillo. De acuerdo a los registros, su esposa Ana María Escobar compró un paquete de cinco reflejos de Nivel 6, que corresponden a ella misma, usted, su hija Ana y un niño llamado Mauricio. El paquete incluía el servicio normal, esto es, la inclusión de los reflejos en su entorno habitual, más las extrapolaciones que fuesen necesarias dependiendo del comportamiento de cada una de ellas.

–Así es– respondí tranquilo.
–Una pregunta. ¿Usted no accedió al paquete, verdad?
–No, me mantuve al margen. Mi mujer pagó todo, de eso me acuerdo bien. Supuestamente los reflejos estaban financiados para unos diez años, más o menos.
–Bueno, eso es lo que firmó ella. El problema señor Saavedra es que el paquete comprado por su esposa no incluía los gastos de interacción.
–¿Los qué? A ver…
–Déjeme explicarle. Nuestra empresa otorga una serie de modalidades de pago como también varios ajustes en caso de no cancelarse una deuda. En el caso de su esposa, ella canceló el proceso de reflexión como también la simulación de los entornos virtuales. Al mismo tiempo pagó dos años de interacción, esto es, el servicio que prestamos para que el visitante pueda interactuar con sus seres queridos. Y eso tiene un costo.
–Eso se llama estafar –exclamé.
–Claro que no. Recuerde que los antiguos cementerios cobraban una tarifa para poder visitar una tumba. No me eche la culpa a mí del encarecimiento de la tierra en este país, culpe a los maremotos. Pero el uso de la consola de RV, como también el mantenimiento de los reflejos, tiene un costo. No es que sea demasiado, pero cuando usted y otros familiares siguieron interactuando con… espere, quiero ver…
–Mi mujer. Interactuaban con mi mujer. Ella fue la primera en morir.
–Exacto, su esposa. Bien, pasó el año y ninguno de ustedes canceló las visitas a su esposa. Por ende, nosotros…
–¿Qué?–interrumpí–. Pero si yo jamás me he metido con ninguno de ellos. ¿Que no lo entiende? Yo no he interactuado con mi mujer, ni con Anita ni con Mauro. ¿Por qué tengo que pagarles?
–No lo sabía. Pensé que usted había usado nuestro servicio. De cualquier forma, eso no cambia el asunto. Usted es la única persona que sigue con vida en su familia. Tiene que responder por ellos.
–Eso es imposible. Mi situación actual no me da para cancelar esos montos, independiente de las facilidades que me den. No puedo hacer nada.
–A ver, creo que podemos encontrar una solución. ¿Qué le parece si le explico cada una de sus posibilidades?
–Bien. Me parece bien –encendí otro cigarro y aproveché de ofrecerle uno. El hombre sonrió.
–Gracias, pero no puedo fumar de los suyos –dijo y entonces recordé que el ejecutivo frente a mí no era más que un holograma proyectado desde las oficinas centrales de V.I.P. Santiago.

* * *

–¿Papá, qué te parece?

Miré la holoescultura. Era una especie de rostro global alimentado por cientos de pequeñas caras. Aparte de lo obvio no noté ningún elemento que me llamara la atención, nada especial. Bien, podía simplificar las cosas y decir que era algo bonito o bien arriesgar un juicio estético que hablara de la armonía de las formas y toda esa parafernalia tan típica de los artistas. Dije la verdad:

–En realidad, no tengo idea Anita. No entiendo mucho tus cuadros.
–No son cuadros, son figuras – respondió. Y luego agregó – Tienen alma y contenido.
–Me imagino. ¿Dicen algo en especial?

Estábamos en su taller y cuando digo taller me refiero a una sala enorme con elevadas paredes sin techo que mi hija usaba para moldear y guardar sus obras. Llevaba casi dos horas dibujando en el aire una mezcla de rostros sin eje definido, todos increíblemente superpuestos. A mi hija le encantaban los rostros. Eran su especialidad. Supongo que representaban su búsqueda personal de una identidad, la misma que había sido esquiva con ella desde niña. Anita lo sabía y siempre trató de disimularlo, lo cual es imposible. Si no tienes identidad, entonces no tienes conciencia… ¿y cómo se puede disimular eso? Bastaba verla, completamente desnuda, moviendo sus manos en el aire, acariciando el vacío, mientras de sus dedos emergían pixeles magnéticos como si fuese una araña que bota el hilo invisible desde sus entrañas. Llevaba dentro de ella un sistema orgánico capaz de interpretar las señales que enviaba su cerebro para producir pixeles de diversos colores como así también de distintos tamaños. Los pixeles se unían para formar colores y trazos. El resto lo hacía su imaginación y la habilidad. Lo de estar desnuda era sólo parte de la excentricidad algo falsa de los artistas. O quizás porque hacía mucho calor.

–Papá, lo que pinto no dice nada –sentenció aburrida–. Sólo refleja nuestra sociedad. Eso es lo que hace el arte. Reflejar nuestro mundo y sociedad. La vida misma.
–Pero en tu caso sólo pintas rostros. ¿Por qué?
–Las caras representan el símbolo de lo humano. Lo que somos. Por eso me dedico a ellas. Como te dije, reflejan nuestro mundo. A nosotros mismos.

Entonces el arte era inútil, pensé. Sin embargo, permanecí callado mientras Anita comenzaba otro diseño. Y al cabo de unos minutos pude comprobar que no era muy distinto al anterior. ¿Eso era arte? ¿Una permanente imitación de lo ya hecho? No tenía sentido. Lo único claro para mí era entender por fin las razones que tuvo Anita para suicidarse. Era muy simple y al fin podía entenderlo: En algún momento tuvo curiosidad y pudo acceder a su vida de reflejo, cosa que estaba prohibida, pues sólo se podían ver los reflejos una vez que la persona en cuestión hubiese fallecido. Anita probablemente contempló las obras que en vida no había podido hacer y se convenció a sí misma de que jamás podría hacerlas creyendo que el talento pertenecía sólo a su reflejo y no a ella.
¿Le pertenecía de verdad? Claro que no. La única diferencia es que su reflejo no le hacía asco al trabajo guardando para sí mismo una gran voluntad. Ahí estaba la diferencia con la Anita original. Sin embargo, ambas proyectaban una concepción inútil del arte: la de creer que éste se constituye como tal por el sólo hecho de reflejar la realidad. Eso está también, pero sólo es un punto de partida. Todo arte que no sea capaz de proponer, de proyectar un mundo nuevo o algo que vaya más allá de reflejar la realidad es completamente inútil, tanto como lo fue mi hija, que a esas alturas era sólo cenizas, igual que el resto de mi familia.

–¿Anita?
–¿Mmm?
–Nada. Sólo quería despedirme.
–Ah. Oye, ¿vas a ir a la exposición? Es la próxima semana.
–Claro que sí.
Entonces dejó los colores y las formas sólo para acercarse y darme un extraño abrazo, como si de pronto algo dentro de ella le informara que ya no nos veríamos más. Caminé buscando la salida mientras algunos pixeles seguían adheridos a mí, como estrellas diminutas, brillando en la distante oscuridad.

Coloqué mi mano en la sien.

* * *

Costaba un mundo darle una cucharada de sopa. No era capaz de tragarla toda y se escurría por los lados manchando el cubrecamas. Por suerte la metástasis había infiltrado sólo los pulmones y no la cavidad estomacal, porque entonces tendría a Graciela vomitando por toda la habitación. Bien, esos sistemas hacían su trabajo, después de todo.

–¿Quedaste con hambre? –le pregunté mientras limpiaba su boca.
–No… está bien –hizo un esfuerzo otra vez tratando de buscar aire–, estaba rico.
–Me imagino.

En realidad me imaginaba muchas cosas, pero en ese momento lo que más buscaba era absorber cada detalle de su cuerpo, como si pudiese pintarlo por dentro. Podría haber traído una cámara adosada al nervio óptico, pero me parecía muy artificial y además podría darse cuenta. La idea era que no supiera que dentro de unas pocas horas iba a morir. O quizás sí lo sabía y no deseaba preocuparme.

–¿Te ha costado dormir en las noches?
–No… no tanto.
–¿Pero puedes dormir?
–No mucho.
–¿Cuál es el problema?

Se mantuvo en silencio durante unos minutos, tratando de disimular su evidente falta de aire. A esas alturas era muy poco lo que debía quedarle y en cualquier momento el sistema ingresaría morfina para calmar el dolor. Era eso lo que yo esperaba. Quería verla dormir y sentir al mismo tiempo que ese sueño era el fin de todas las cosas.

–Me agito mucho… –dijo moviendo una mano–. Me cuesta dormir.
–Sí, te entiendo. Te late mucho el corazón y no puedes estar tranquila –dije creyéndome parasoftware.

Sonrió, pero sus ojos se quedaron mudos. Era evidente que ya no tenía muchas fuerzas. Pensé: ¿debo tomarle la mano? ¿Debo acercarme a su oído y decirle que la quiero? Porque era eso lo que yo sentía. Era eso lo que mi corazón deseaba hacer. Sin embargo mantuve mi distancia. No hice ningún movimiento. Debía cumplir con mi extraña y absurda convicción.

* * *

No podía creer lo que estaba pasando. Hablé de mis desgracias. Pero el ejecutivo fue muy claro:

–Entonces, no nos queda más que borrar alguien de su familia.
–¿Cómo?
–Nuestra política es borrar los reflejos si el usuario es incapaz de cancelar su deuda. Sí, podemos hacerlo. Está dentro de la ley. Suena horrible, pero es una forma de que el deudor reaccione y se esfuerce por pagar. Pero en casos como el suyo la ley permite una modalidad especial. En vez de borrar todo el paquete, dejamos a un reflejo con vida. Tiene que elegir: o borra a su hijo, a su hija o a su ex-mujer.

Fue en ese momento que entendí lo irreversible de la situación. Los de V.I.P. iban a borrar a casi toda mi familia y no había forma de impedirlo. No existían alternativas o pataleos a la conciencia pública. En realidad mi caso no era el único. Todos los meses borraban de a cien a doscientos reflejos, de la misma forma como las estadísticas hablan de cientos de personas muertas por accidentes o suicidios. Recién lograba entender que la destrucción material de una familia era cosa diaria, fuesen reflejos o no. Y a nadie parecía importarle. Era sólo parte del paisaje. El reflejo de una difícil sociedad, en la cual la familia era supuestamente la base. ¿Cómo se entendía que el mismo sistema se encargara de destruir las bases de sí mismo?

Era todo demasiado lógico. Aquello me destruía mucho más que las circunstancias en las cuáles yo estaba. Todo tenía su solución, por más que ésta fuese cuestionable desde la moral o la ética. Y no es que el ejecutivo de V.I.P. fuese malvado o frío. El hombre sólo me ofrecía las posibilidades lógicas y razonables para resolver el problema. V.I.P. trabajaba con la vida y cuando se trabaja de esa forma sólo existe cabida para las soluciones y no para cuestionamientos valóricos o incluso religiosos. La sobrevivencia es la base de la sociedad, todos quieren vivir a como sea lugar y si para eso hay que matar o borrar a tu ser querido, la cuestión no es si hacerlo o no, sino cómo y cuándo. La justificación es la vida misma. Y en este caso la vida de los reflejos de mi familia. Pero ¿quiénes tenían que pagar el precio? ¿Cómo se decide a quién mantener con vida y a quién sacrificar? ¿Cómo se decide quién vive y quién muere?

Las noches se me hicieron gigantescas. Quería borrarme y olvidar por momentos lo que tenía que hacer pero eran muchos los puntos de la cuestión que revolvían mi mente. Había tantas consideraciones que ni siquiera podía establecer un curso de acción susceptible de ser discutido. Tenía que concentrar todas mis fuerzas en una razón que fuese lo suficientemente poderosa para evitar volverme loco en el futuro. Para aplacar la estúpida sensación de culpa. Necesitaba un motivo y una razón que pudiesen aplacar la idea de que ellos morirían por mi propia incapacidad. Si tenía que matarlos necesitaba una lógica fría y absoluta capaz de diluir cualquier sentimentalismo.

Dada mi situación era imposible imaginar que alguna vez tendría el dinero para volver a reflejarlos a todos. Los de V.I.P. me propusieron firmar un acta en la cual me comprometía a reflejar a mi familia si mi situación mejoraba. Ellos por su parte garantizaban hacer una copia de los reflejos actuales y mantenerlos en suspensión criodigital por un lapso indefinido, para luego reactivarlos, una vez iniciado el pago de las cuotas más un monto especial por la suspensión. Cuando vi los precios comprendí que no había ninguna posibilidad. Ya sé que cualquiera habría firmado de todos maneras, pero mi expediente urbano condensaba, por culpa de la edad, mi tendencia a la inactividad y al fracaso ocupacional, lo cual era una mancha muy difícil de cubrir para un puesto de trabajo. Los de V.I.P. sabían eso, y su ofrecimiento era más que nada para amarrarme a ellos, pues la ley estipulaba que en caso de incumplimiento de contrato la persona en cuestión pasaba a la categoría de “entidad”, lo que les daba cancha abierta para usarme como cárcel portátil para reflejos renegados o extracción de neuronas y experimentación virtual.

Así que sólo tendría un par de meses para decidir a quién borrar y sobre todo establecer por qué. Lo que me estremecía era que independiente del léxico utilizado yo iba a matar alguien de mi propia familia. No iba a liquidar programas semánticos. Iba a destruir a mi esposa, a mi hija, y a Mauro. No me preocupaba perderlos para siempre. Eso ya había ocurrido muchos años atrás, independiente que ya estuviesen cremados y esparcidos por el viento. Aquello era tan irreal como su condición actual, sólo que es más difícil lidiar con alguien vivo que con un muerto. Y ellos vivían. Tenían sus trabajos, sus esperanzas, sueños o sentimientos de una forma que el tiempo no podría repetir y menos poder emularse, por más que los de V.I.P. me garantizaban que una copia en suspensión volvería a ser igual después. Pero nada había sido igual. Se suponía que los reflejos no podrían ser mejores y distintos de sus modelos. Y sin embargo, en el mundo de V.I.P. mi esposa era una mujer sana y feliz. Anita, una pequeña artista en permanente afirmación. Mauro, camino a su rehabilitación…

–Mire, entiendo que usted no se haya enterado de los detalles de la compra del sistema, pero todo está en el contrato que firmó su esposa. Este especifica claramente que la interacción de los reflejos tiene un costo y que se cancela mensualmente.
–¿Y cuál es la gracia entonces del sistema? Si uno tiene que pagar de por vida para mantener a otro vivo, es casi lo mismo que cuando se está vivo…– ni yo sabía lo que estaba alegando. El hombre me miró con lástima.
–Los reflejos son seres vivos. La gente olvida ese detalle. Cree que son proyecciones de sí mismos que pueden olvidar mientras otros se encargan de sus vidas. Eso es lo que hacemos nosotros. Financiamos sus vidas, precisamente porque están vivos, más allá que en términos prácticos sean complejos sistemas orgánico-digitales. Pero no olvide que ellos piensan, sueñan e interactúan con el mundo que nosotros emulamos para ellos. Y alguien tiene que pagar por eso. No somos Dios.

Su discurso era claro y firme. Tuve la sensación de que lo había pulido con el tiempo, aplacando los alegatos de quizás cuántas otras personas envueltas en el mismo problema. No sólo carecía de dinero suficiente en ese momento. Seguía en categoría de no-empleo y aquello podía durar demasiado tiempo. Aquello significaba no poder disfrutar de un trabajo, ni tampoco poder acceder a uno. Cuando alguien no encontraba trabajo en un plazo determinado se le consideraba como no apto y tenía que abandonar la búsqueda para darle la oportunidad a otros que no estaban aún en esa categoría. Era una forma de controlar ordenadamente la tasa de cinco millones de desocupados que había siempre en el país, de la cual formaba parte ahora.

No me quedaba más que acatar lo inevitable.

–Hay algo que me gustaría saber. ¿Cómo borran ustedes a los reflejos?
–¿Cómo así?
–Es decir… ¿apagan el sistema y nada más? No sé, meten un virus…
–No, no. A ver, no es tan fácil. El reflejo tiene su propia actividad neural y ésta es capaz de resistirse al desmembramiento digital. No puedo darle los detalles técnicos de cómo se disuelve el reflejo, sólo le puedo decir que antes que ocurra le provocamos una reacción emocional que disminuye su resistencia al proceso de borrar.
–No entiendo. ¿Acaso le dicen al reflejo lo que le va a pasar?
–No exactamente. Lo que hacemos es manipular su entorno virtual de tal modo que su vida se vaya desmoronando para así provocarle una baja en sus patrones psicosomáticos.
–¿Patrones psicosomáticos?
–Claro. Su hija, por ejemplo era dentro del sistema una holoescultora con buenas críticas y ventas interesantes. Antes de borrarla insertamos dentro de su conciencia un programa que disminuyó su capacidad para evocar imágenes pictóricas. Su hermana se quedó, literalmente, sin capacidad ni fuerzas para delinear un rostro o un perro. A ello se le sumó el aumento artificial de críticas desfavorables y claro, las cuentas no se pagan solas.
–¿Qué pasó entonces?
–Bueno, lo mismo que en su vida real. Se suicidó.
No podía creerlo. Entonces, no borraban a los reflejos. Se dedicaban sólo a liquidarles sus vidas, empujándolos a la conclusión destructiva e inminente. Perdí la compostura. Hijos de…
–Cálmese. No todos siguen el mismo curso. Aplicamos eso con su hermana porque lo reflejamos de su vida real. Algo de eso también pasó con el niño. ¿No falleció de una afección cardiaca? Bueno, sólo aceleramos el proceso natural, eso es todo.

Aquello sí tenía sentido.

–Con su esposa podría pasar lo mismo. Podríamos reactivar su antiguo tumor y doparla con morfina par que muera en el sueño. Luego procederíamos a cremarla y esparcir sus cenizas, que en nuestra jerga significa disolver la información digital. Es más fácil borrar entidades microscópicas que un sistema humano entero. Pero insisto, es una posibilidad. Aunque debo decirle que en su reflexión ella ya generó un tumor. Eso me hace pensar que dicha enfermedad es algo que ella lleva consigo, irremediablemente. O bien, es producto de una situación emocional. Como usted debe saber los reflejos generan comportamientos y actitudes similares en sus ambientes digitales. Si su esposa tuvo un tumor en su vida real producto de una situación x, puede repetirlo siendo reflejo.
Me estremecí.

–¿Puedo ver una simulación de eso?
–Me parece que ya la vio morir ¿verdad?
–No, no la vi cuando estaba en agonía. Yo… no estuve ahí.
–Lo siento. Bueno, pero su situación puede cambiar… Como decimos aquí, un reflejo debe estar seguro de que todo termina alguna vez. Si no la vio morir en vida real, tiene la oportunidad de verla como reflejo. Es prácticamente lo mismo. Y si se esfuerza puede recordar ese momento como algo real que pasó.
Tenía toda la razón, como de costumbre. Volví a sentirme perplejo y derrotado, pero duró muy poco. De pronto sentí que lograba asimilarlo. Como que al fin lograba entender la finalidad última de cada muerte. Pensaba en los reflejos, en esas “vidas” digitadas pretendiendo significar algo. Como el falso amor, como el mundo de allá afuera, no podían ir hacia mí para convertirse en símbolos. No podían “vivir” si ya estaban muertos dentro de mí.

Sólo quedaba una cosa por hacer. Un último reflejo de la vida.

* * *

Las horas pasaron lentamente. Hacía rato que su cuerpo no era más que un desecho. Me acerqué todo lo que pude a ella y memoricé el hedor enfermizo de su carne pudriéndose en la habitación, esperando que la misma carne resucitara alguna vez, quizás en el eterno retorno de las experiencia humana. Su cuerpo seguía sobre la cama mientras el conjunto de máquinas y sistemas seguían monitoreando su lenta agonía. Sus brazos ya tenían manchas violetas y sus manos se cerraban en muñones, densamente oscuros. De tanto en tanto me gustaba levantar las sábanas y acariciarle sus piernas frías, completamente inmóviles. Y sólo habían pasado unas siete horas. ¿Cuánto más tardaría en morir? ¿Cuánto había tardado la primera vez?

Supe de la noticia gracias a la Anita, pero jamás llegué a la clínica. No tuve el valor para verla. Nunca supe por qué. Quizás porque sabía que ese tumor era una proyección maligna de mi propio ser. Nunca en realidad pude entender la razón para abandonarlos a todos, como si su mera existencia fuese una afrenta para mi propia vida. Es tan extraño. ¿En qué momento nos convertimos en reflejos de algo que fuimos? O bien, ¿cómo hacemos para volver a recuperarnos?

Tenía las respuestas. Una por una. Ya no me era difícil aceptar que de una forma u otra yo era el responsable de la muerte de todos. Así lo creí en su momento y así necesitaba creerlo ahora. Ahí estaba la lógica implacable para borrar los reflejos. Podía irme a casa con la certeza de que yo había destruido a toda la familia, y de que nadie más que yo podía soportar esa responsabilidad. Supongo que la necesitaba. Por eso debía borrar a todos. Debía sentir que su muerte era algo que sólo podía provenir de mí. Y mientras los ojos de Graciela, mi mujer, fallecían lentamente, mientras el aire que salía de su boca era la única señal de que aún estaba ahí, mi mente grababa cada detalle e imagen para revivirlas todo el tiempo posible, todo el tiempo necesario para sentirla en su hora final.
Cuando ocurrió sólo pude tocar mi sien y salir de ese universo de certera irrealidad. Volví a mi hogar, donde no me esperaba nadie, y donde tampoco habría alguien alguna vez. Y eso tampoco era algo distinto o inesperado. La sociedad decadente tiene su lógica absurda que contribuye a la normalidad. Lo normal era abandonar todo, incluyendo a mí mismo.

Así que este reflejo humano vuelve a su casa, cierra la puerta y espera con calma. Abre los ojos y los vuelve a cerrar. Duerme un poco, más tranquilo, pues algo es seguro:

Todo termina alguna vez. [FIN]