Bajo el hielo

Encontré al viejo en un baño abandonado debajo del subsuelo de la Torre Santa María. Me dijo que hacía años que no bajaba nadie. Le pregunté quién era. Me dijo que lo habían contratado para mantener el baño en el año cuarenta, justo durante la guerra.
-¿Qué guerra? -pregunté.
Me miró extrañado
-¿Cómo qué guerra? La Gran Guerra Polar.
-¿Eh?
-¿Ya no les enseñan nada en los colegios? Supongo que has oído de la Batalla Glaciar… Vamos, tú sabes, ese batallón de Punta Arenas que combatió ferozmente contra los Sub-Antárticos. Quedaron sólo tres para contar lo ocurrido.
-Em…
No tenía la más mínima idea de lo que me hablaba.
-¿Me estás tomando el pelo? A ver, todos saben de la Batalla Cero Absoluto del ’38. Yo mismo estuve presente, navegando un submarino y avanzando cientos de kilómetros bajo la capa polar hasta llegar a unas cavernas submarinas donde se hallaba el núcleo de los Sub-Antárticos. Fuimos victoriosos ese día, pero a qué precio… perdimos cuatrocientos valientes… ¿Y tú me traes alguna noticia? ¿Se ha acabado por fin?
No supe qué decir. Sonreí patéticamente.
De pronto el anciano dejó de hablar, inclinó la cabeza y su mirada se perdió en el vacío.
Me fui.
Mientras me sentaba en el tren del metro, planifiqué mi fin de semana largo. Pediré unos días más en la oficina… unos cuántos días. Los necesitaré. Iré al sur. Extremo sur. Esperan refuerzos.

Imagen: Murnau Last Laugh

El sur es un androide

Después del terremoto y maremoto del ’60, las tierras del sur quedaron con heridas profundas que no cicatrizaban. Unos hombres desconocidos (algunos aún susurran los nombres de Wittgenstein y Serling) repararon los desgarros geológicos con prótesis geomecánicas. En la actualidad hay partes del sur que son regiones androides, topografías cyborg aguardando con paciencia el momento preciso.
Cuando llegue el día del alzamiento, no estaremos preparados.
Imagen: Parkeharrison

Ciudadanos

No sé si alguna vez lo han notado, pero desde hace unos cuantos años, al caminar por Avda. Providencia no es extraño encontrarse con masas amorfas de personas acumuladas en alguna esquina o bajo la sombra de algún edificio (a veces se organizan en filas erráticas). Lo curioso es que estas formaciones humanas no se orientan hacia alguna entrada, puesto o paradero, sino que gravitan alrededor de alguna coordenada arbitraria. Por años me he preguntado qué cosa aguardaban, pero jamás indagué por temor a que me tildaran de ignorante.
Ayer fui a dejar un manuscrito a una editorial. Al salir del edificio me encontré con uno de estos grupos. Uno de los integrantes me daba la espalda.
Sin mirarme me mostró algo.
Hoy salí del trabajo y tomé una micro a ese mismo lugar. No había nadie. Deseaba comprenderlos… saber qué ocurría. Decidí esperar un rato para ver si volvían.
Ya es de noche. Aproximadamente cuarenta personas esperan conmigo.

Polaroid Doomsday

Una fotografía de seis aves y un globo es hallada junto al cadáver de un hombre indigente. Su cuerpo fue descubierto en Providencia, a veinte metros de profundidad en la excavación del Costanera Center. Su carne no se ha deteriorado.
Lo curioso es lo escrito al dorso de la imagen. Está fechada el 16 de octubre de 2008. Abajo lee: Santiago. El último ciudadano de nuestra ciudad yace muerto en el canasto de un globo. Sus restos sobrevuelan la desolación, muerte y pestilencia de la capital.
Alguien menciona algo de 12 monos o La jetee, no entiendo. Se ríen… algo de una foto del futuro.
No sé… quisiera reírme también.

Insert Coin

Estoy en una galería de juegos electrónicos de la calle San Diego. Es de noche. Tarde. Los demás locales han cerrado. Mi mano derecha se aferra al control, el índice izquierdo se apoya en el botón de plástico amarillo. Juego a través de mi reflejo en la pantalla.
Meto otra ficha.
No puedo detenerme.
Lágrimas se deslizan por mis mejillas. Deseo la muerte, pero la máquina no me suelta. Mientras tanto, en las sombras más desoladas de mi mente, diminutos invasores holográficos destruyen mi voluntad.

-Percepciones de Bobby Fischer durante una visita secreta a Chile en octubre de 1986.

Low-fi Tron

En octubre de 1985, el Ministerio de Telecomunicaciones decomisionó el último Commodore 64 de sus oficinas. La noche anterior, un programador black hat, cuya identidad aún se desconoce, pasó un par de horas ingresando códigos en el computador. Dejó un glitch en la base de datos del Estado, una suerte de avatar cibernético… un ghost in the machine. Ha causado varios cortes de luz en la Región Metropolitana (dic. 88, oct. 93, enero 2000).
El glitch ya no aguarda el retorno de su programador. Ahora tiene acceso a la red. A veces entra a sitios Web 2.0, deja comentarios insólitos, mensajes cifrados para su padre. El black hat aún no responde.

Tractatus Zone (episodio final)

Para cuando llegó la década de los 80, varios funcionarios importantes y miembros de la clase hegemónica ya habían perdido su alma. Este hecho les era sumamente inquietante, comenzaron a sufrir pesadillas idénticas y simultáneas. En un acto de desesperación, el Estado recurrió al dúo excéntrico de Serling y Wittgenstein. Para entonces, habían vuelto a ser arrestados por varios delitos menores y estaban pudriéndose en una cárcel antofagastina. Se les ofreció un indulto a cambio de una solución a este dilema metafísico. Wittgenstein, siendo un hombre de principios, se rehusó a brindarles un remedio que dependiera de lo metafísico, alegando que semejante concepto era inefable. Ante esta traba, Serling le propuso a su amigo que articularan una prótesis mecánica que pudiera aliviar la minusvalencia espiritual. Después de pasar varias semanas en el laboratorio, presentaron un aparato protésico que suplía la función del alma.
El siguiente texto es el testimonio del primer voluntario:
Activé la ortopedia espiritual. La máquina se animó, al comienzo todo parecía normal. Cuando me acerqué… tomó posesión de mí. Se depositó en mi vacío. Me rearticuló. Se infiltró en mi carne, diseccionó mis tendones, sus garras metálicas se incrustaron en mis huesos… mis tejidos rajados por la brutalidad de sus circuitos. Creció en mí, alimentándose de mis órganos… En este momento lo puedo sentir… un alma de metal y electricidad se retuerce en mi cuerpo. He recuperdo la esperanza.
Después de fabricar un número desconocido de prótesis, Wittgenstein y Serling fueron llevados a un terreno baldío y acusados de herejía y suplantación deífica. Se escucharon dos disparos.

Subtrópolis

El terremoto del ’85 hundió los cimientos de Santiago, creando un enorme espacio debajo de los pisos de la ciudad. Al poco tiempo, un grupo de adolescentes se apropiaron del vacío subterráneo. Recorrían la oscuridad de la subtrópolis, dedicados al Juego. El Juego tenía reglas estrictas; no se permitían linternas (solo velas y lámparas de aceite), debajo de la urbe los partícipes debían vestir una sotana café y sandalias de cuero, y debían adoptar un nombre en sánscrito. Después de unos meses, muchos jóvenes adeptos al Juego abandonaron la superficie y jamás regresaron… dicen que el electromagnetismo residual del terremoto los transformó, que ahora tragan tierra y le susurran a las raíces de los árboles. No sé… nadie se atreve a buscarlos. Mi hermanito también desapareció. A veces creo escuchar su canto elevarse por el desagüe.