1541, Santiago de Nueva Extremadura. Juan Jufré, enviado por Pedro de Valdivia, aguarda el aterrizaje de los primeros colonos. Hace frío y no deja de tiritar. Maldice sus superiores por mandarlo a cumplir una tarea tan desagradable. El último inmigrante desciende.
Comienza a abrir las cápsulas de los viajeros. Se agudiza el temblor de sus manos, pero ya no es por frío. Dentro de cada cápsula descubre un cadáver, son más de trescientos… sus rostros morados delatan la huella de la asfixia. Esa noche se le entrega la orden de incinerar toda evidencia del arribo malogrado. La Historia no debe enterarse que, en el día de su fundación, esta ciudad quedó destinada a ser una necrópolis accidental.
Imagen: ParkeHarrison