José Carrasco Tapia y Patogallina

Uno
Ucronía típica: El periodista José Carrasco Tapia se salvó de la muerte a manos de fuerzas de seguridad de la dictadura en 1986, después del atentado contra Pinochet, y cambió con el tiempo sus posturas radicales para ser parte fundamental de los sectores de la Concertación que promovieron un entendimiento con el general. Llega a ser Ministro Secretario General de Gobierno en el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, y le toca recibir a Pinochet cuando llega de Londres en silla de ruedas y se pone de pie para su famosa carrera de diez metros planos. Le da la mano, le pasa el micrófono para que se dirija a la multitud, y después acuña una paráfrasis que lo hará famoso: «hay que respetar la libertad de expresión hasta que duela». En el año 2005, la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile nombra a su recién inaugurada aula magna: «Auditorio de la Libertad de Expresión José Carrascto Tapia». Faride Zerán, directora, desmiente que haya tenido que enfrentar la oposición de los académicos que querían nombrarlo «Auditorio Ascanio Cavallo», en honor al periodista asesinado por el FPMR dos meses antes del ajusticiamiento a Jaime Guzmán. «La libertad de expresión cruza las ideologías» dice la periodista, cuya revista cultural Rinoceronte* es financiada por fondos del Ministerio Secretaría General de Gobierno.

*Esto no es una ucronía. El 2005, en nuestro plano de realidad, el periodista Fidel Oyarzo, invitado a la Escuela de Periodismo de la U. de Chile (al Auditorio José Carrasco Tapia), felicitó a su directora Faride Zerán por su importante revista «Rinoceronte». «Rocinante, Fidel, Rocinante» respondió ella con fríos modales.

Dos
Ucronía típica más rasgo personal: Una pareja de tipos cualquiera (o sea, dos tipos que no son espejos o amigos míos), digamos Daniel y Bárbara, se separan poco antes de casarse, el 2004. Tristes, desolados, en fin. Las razones se ramifican hacia el pasado. Se han peleado mucho, la relación no iba bien, lo usual. ¿Por qué no iba bien, por qué peleaban tanto? Fundamentalmente por el estrés que le genera su poco éxito en los negocios. El es veterinario: la tienda y clínica para perros y gatos que han instalado en San Bernardo no va bien. ¿Por qué no? Hay mucha competencia, otras cuatro tiendas y clínicas para perros y gatos en la zona copan el mercado. Otro compañero de ambos, veterinario también, instaló su propia clínica veterinario, pero con un rasgo diferenciador: está orientada a patos y gallinas (y otras aves, de las que abundan en San Bernardo). Un éxito. Remontémonos más atrás: en algún momento, al salir de la Universidad, Daniel y Bárbara pudieron haber puesto una clínica/tienda para patos y gallinas. ¿Por qué decidió hacerlo para perros y gatos? Por una razón secreta, íntima, y tierna: Daniel y Bárbara se conocieron en el recital de La Perrogatuna Soundmachin, la parte sonora del colectivo teatral La Perrogatuna, y luego fueron al teatro a ver «El húsar de la muerte» de la misma Perrogatuna, y allí se dieron el primer beso. Etcétera, etcétera. Así que la decisión de la clínica/tienda veterinaria (que de hecho se llama Perrogatuna) es un homenaje de los novios al colectivo. ¿Y por qué el colectivo se llama la Perrogatuna? Por que su fundador vio un rayado que decía Perrogatuna, un homenaje al ex presidente Patricio Aylwin, que fue conocido como El Perro Bravo por su famoso discurso donde defendía la justicia ‘por sobre todas las cosas’, y su enfrentamiento directo a Pinochet cuando decidió sacar sus tanques a la calle, en el segundo año de gobierno democrático, donde su valentía terminó creando el clima propicio para que el ex dictador fuera juzgado en 1995, abriendo los espacios democráticos que permitieron, entre otras cosas, reirse de los tipos que pretendieron censurar películas en plenos años 90, y entre otras cosas más importantes, cambiar en 1997 la Constitución, acabando con los últimos enclaves autoritarios (el Consejo de Seguridad, los senadores designados, y el sistema binominal). Pero Aylwin también era un abuelito ‘tierno como un gato’ (las revistas de estos tiempos lo dijeron así), y de ahí salió el rayado que el fundador de la Perrogatuna decidió inmortalizar. De lo general a lo particular, de lo histórico a lo personal. Aylwin es el presidente más valiente de la transición democrática, un colectivo teatral se bautiza La Perrogatuna en honor a él, una pareja de veterinarios recién egresados toman una decisión económica errónea por razones románticas, el negocio va mal, Daniel se estresa y pelea con Bárbara, en las vísperas de su matrimonio deciden separarse definitivamente.

Bárbara piensa, tras varios días de llorar mirando su vestido de novia, que si las cosas hubieran sido diferentes, no en los últimos meses sino muchos años atrás (Bárbara tiene el tercer lóbulo cerebral con capacidades para-ucrónicas desarrolladas, pero no lo sabe), si Patricio Aylwin hubiera aceptado tapar los vergonzosos casos de cheques a nombre del hijo de Pinochet, si hubiera dicho en su discurso alguna mezquindad como «haremos justicia sólo en la medida de lo posible», si hubiera pasado a la historia como un pusilánime, si el rayado en la pared hubiera dicho Pato Gallina (o sea, Patricio Cobarde, Patricio Aylwin Maricón) en vez de Perro Gatuna, si el colectivo teatral se hubiera llamado Patogallina, entonces ahora la tienda de Daniel sería Patogallina y sería un gran éxito, atendiendo a todas las especies aviares en el corazón de San Bernardo. Es ridículo, piensa Bárbara, rompiendo el vestido, si todo eso hubiera pasado viviríamos en un Chile de mierda y Daniel y yo estaríamos locos y el autor de esta mierda estaría diciendo ridiculeces y todo sería un gran y rebuscado absurdo, es ridículo, es ridículo.

Pero yo estaría casada y feliz, piensa antes de soltar una última lágrima y enfrentar el futuro.

Ucronía minimalista: una lágrima de la virgen

Y en ese instante se muerden porque chocan, se arrancan los párpados porque han abierto los ojos. Llegados desde el desierto adornado de ruinas y petróleo seco, desde la pulcra ciudad de torres blancas, desde el fondo de la alcantarilla hedionda en medio de la sierra entre las montañas yermas. El hombre infeliz y vacío, la mujer hecha de olor a sí misma, el muchacho salvaje de sonrisas como cuchillos. Y las estrellas suben al cielo porque algo nuevo está naciendo. Por fin, gimen las multitudes del coro griego, por fin, murmuran los atareados hombres y mujeres plomizos que atraviesan sin parar la Plaza de Armas. Algo está cambiando.



El celular suena, allí en la cima de la montaña. La mujer cuyo cuerpo es puro deseo lo saca de entre sus pechos y presiona el botón. Jadea. Escucha.



-Es todo mentira –crepita una voz que parece de computador-, lo que encontraron no es lo que están buscando…



El jadeo de la mujer y el chillido del muchacho ensangrentado en un mar de vidrios rotos son uno, las voces de las monjas muertas corren a través de los cables de la red mientras los ángeles intentan despertar de su inquieto sueño en los rincones más impensados: el sótano de un café con piernas, detrás de un sillón en un palacio de gobierno, la copa de un árbol en un zoológico metropolitano. El hombre infeliz y vacío tiembla, la ciudad parpadea como una ilusión, el desierto sembrado de tarjetas de crédito aparece y desaparece como un truco de mago. Nadie quiere gritar pero tienen que comenzar a hacerlo. “Están aquí, están aquí”.



Comienza el terremoto.



Y a través del territorio las hordas pelean, los cuerpos de las personas son los campos de batalla. La mujer hecha de líbido y de ojos color semen y miel baila en medio de la disco pisoteando su celular, acariciada por las manos de mil adolescentes y castigada por las miradas-látigos de cientos de viejos verdes, el chiquillo de los brazos metálicos y las danzas de colores corre por los pasadizos y los túneles seguido por otros niños aún más jóvenes. Gritan cosas diferentes. Cosas muy diferentes.



Cosas como: todo va a estar bien. Siempre he querido esto. Si sigo teniendo fuerza de voluntad lo lograré. Nunca te voy a olvidar. Me gustaría que me miraras. Estoy tan herida, tengo tantas ganas de morirme. Quiero encerrarme, depilarme y huir de mis ojos. Inquieto, feliz, inalterable. Te vamos a cortar en pedazos. Ya estoy lejos, todo ha terminado. Baila niña roja, la mandíbula rota. Cuidado, cuidado, cuidado…



Y cuando el peligro se hace evidente, las catedrales dejan caer trozos de cemento y gárgolas (y el chiquillo sigue corriendo y la diva sigue bailando), el hombre infeliz escapado de la cárcel ve como las madres y padres del país corren a través del estrépito de las calles para salvar a sus hijos del desastre. Pero las cunas están vacías, las parvularias están clavadas a la pared por los ojos, sangrantes y sagradas, los niños no están en ninguna parte. Lloro y crujir de dientes.



El metro no corre. Las estaciones están vacías, o llenas de muertos, o llenas de fantasmas que susurran tantos secretos que se confunden con el ruido de todas las radios tocando a la vez.



Y en ese instante ya no pueden bailar ni correr ni rechinar más los dientes. La mujer encuentra al hombre y encuentran al chiquillo, con sus ejércitos esperando en distintos rincones de la ciudad eterna. “Una tierra de hombres libres” dice el hombre, los ojos desaforados. “Toda la sed del universo entre mis piernas” susurra la mujer chorreando saliva. El muchacho dice llorando: “Vamos a escapar, destruiremos todo para poder escapar.”



Es casi el fin. Se miran largamente en la cima de un edificio. Alrededor de ellos, los oficinistas y los ladrones y los ancianos llorando en las plazas. Las calles crujiendo con el terremoto. Se preguntan con los ojos, con las armas en las manos: ¿hay algo más que decir?



Sí, hay algo más.



Los tres han escuchado la voz. No es una voz, es un gemido. No es un gemido, es un maullido. No se escucha, está en sordina, pero se siente por toda la ciudad, y por primera vez todos los habitantes levantan la cabeza al cielo para escuchar.



Es la voz de una niña pequeña.



¿Grita? Sí, grita, chilla palabras llenas de ternura como osito, peluche, mantita, azúcar, cariño, beso, dulzura. Y el chillido revienta los vidrios de toda la ciudad.



Y es entonces que los viejos locos, las prostitutas, los gerentes, los empaquetadores del supermercado y los camarógrafos de la ciudad pierden la cabeza, comienzan a echar agua por los ojos y sangre por las orejas, y a repetir la profecía: “doce niños con el torso desnudo trayendo la ola del desamparo, borrando toda palabra y todo futuro, bendiciendo el presente y el agua purificadora hasta la limpieza final bajo las olas y junto a la cordillera, amén.”



Lloro y crujir de dientes, gritos mientras las olas comienzan a llegar desde el poniente y arrasan la ciudad en tan solo trescientos sesenta segundos, desde el mar y desde el cielo, desde los brazos de la costa y desde las nubes que llueven, hundiéndolo todo y llegando hasta la misma montaña. La ola final, la ola criada en los sueños de miles de desesperados, noche tras noche, fiesta tras fiesta, llanto tras llanto, después de los abortos y las partidas y los disparos. «Esto es lo que soñé siempre» dice alguien con una voz muy tenue, dicen muchos mientras son cubiertos por la tormenta. Si la virgen es la madre del gigantesco Dios, piensan al mismo tiempo la mujer, el hombre y el muchacho, una sola de sus lágrimas es un mar capaz de destruir el territorio. Y ese mar lo está destruyendo todo en pocos segundos, chispas y volutas de vapor en su superficie. Adiós Chile, adiós gentes, adiós. Y entre la sangre, la suciedad que se refleja en los nubarrones, los gritos ahogados por la tromba del agua, sólo un pequeño punto que brilla, contemplado por los satélites del Imperio y por los televisores del tercer mundo.



¿Qué es? ¿Cuál es su nombre?



¿Qué ven los ahogados desde el fondo de la ciudad inundada?



Una virgen blanca, rota, que flota en el mar junto a la cordillera, que llora sangre antes de hundirse para siempre.



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Lucía de Chile

Gabriel M., joven aspirante a escritor de ciencia ficción, sueña la siguiente pesadilla: en un Chile diferente al Chile real (o sea, en una ucronía) todos odian el nombre Lucía, porque les recuerda a la gran vieja culiá, la esposa siútica de Pinochet, objeto de odio y desprecio de absolutamente todos los sectores. La odia la izquierda por ser la esposa del dictador, la odia la derecha por ser una señora picante con ínfulas de gran dama. En el sueño, en las calles, Gabriel, que en el sueño es un periodista de ultraizquierda, avanza desquiciadamente preguntándole a la gente qué opinan del nombre Lucía, si les gusta, si lo encuentran bonito. «No» responden todos, «suena como a nombre de vieja culiá».

Gabriel despierta y vuelve a su cotidianeidad en la línea temporal que le corresponde, recuerda tranquilo que la esposa del dictador se llama Michelle, y que para todo el mundo Lucía es un nombre bonito, musical, tenue. Esto es a fines del 2005, le jode un poco que Piñera haya ganado las elecciones presidenciales, pero comparado con la pesadilla todo mal le parece menor. Michelle Hirirart de Pinochet está en esos días peleando con la justicia, y Gabriel decide no pensar en la zozobra general del país (una zozobra brillante como el plástico de las tarjetas de crédito, un sonriente país de esclavos de los mall). Decide pensar sólo en quien la aguarda junto a su cama. La mira.

Allí, en su cuna, está Lucía, su hija, nombrada sentimentalmente así en honor a la Maga, el personaje de Cortázar, autor con quien Gabriel se ha peleado y reconciliado varias veces. Contemplando las mejillas sonrosadas del bebe durmiendo y los aritos de oro en las diminutas orejas, Gabriel M. piensa en otra ucronía, una ucronía novelística: en el futuro su hija se vuelve una hermosa joven de pelo castaño liso, viaja a París, y él tiene un nieto llamado (o apodado) Rocamadour, y el nieto está a punto de morir un día de conversaciones intelectuales de alto nivel, pero algo pasa, Oliveira se da cuenta de que la enfermedad, duda, y en ese momento las cosas se resuelven de forma contraria a la historia oficial: la Maga lleva a Rocamadour al hospital, Oliveira la acompaña y aprende una gran lección vital, se vuelve mejor persona. No mucho mejor, pero aguanta junto a Lucía, la hija de Gabriel M., aguanta contra viento y marea, contra el llamado y la caída.

En su línea de realidad, Gabriel M. se queda varios minutos mirando a Lucía, olvidado de la ucronía literaria futura, pensando que seguramente su hija no tendrá el pelo liso ni castaño, o quizás sí, pero que será otra cosa, cualquier cosa excepto lo que él quiera que sea, y que eso lo hará íntimamente feliz. Íntimamente: afuera Piñera vocea su campaña presidencial, otras personas sueñan desesperadamente ucronías donde Soledad Alvear ha ganado las elecciones y las cosas pueden seguir siendo relativamente decentes, pero a Gabriel M. no le importa nada: nunca ha sido bueno para las noticias ni para la historia. Sí para las palabras: piensa en la palabra ucronía y sabe que se aplica para la historia de un país entero, de grandes masas de gentes. Sabe que no es suficiente, que en ese momento hay miles de personas teniendo ucronías personales donde sus asuntos personales van peor (para sentirse contentas) o mejor (para tener esperanza).

Gabriel M. toma a Lucía, que llora un poquito como lloran todas las guaguas del mundo, y al mismo tiempo, de una manera totalmente única, y tras diez minutos más de sólo pensar en el cuerpito que tiene en sus brazos, logra pensar en otra cosa: en la pesadilla de la que despertó, su nombre era Gabriel M., pero la M. era de Mérida, un extraño apellido igual que el nombre de varios ciudades en España y Latinoamérica, y Gabriel no tenía a Lucía, tenía una carrera literaria realista y una neurosis que la alimentaba constantemente, tenía amigos que escribían una literatura de horrores y abismos, y tenía mucha tristeza. «Me llamo Gabriel Medrano» se repite, paladeando su nombre real para sentirse más concreto y más despierto. Y se pregunta, antes de despertar a su reciente esposa (y la cámara no la muestra) si su afición por Cortázar, un autor bueno pero menor del boom latinoamericano, sería igual de fuerte si no llevara el nombre de uno de sus personajes. Gabriel Medrano, el protagonista de «Los Premios», la novela más importante de Julio Cortázar. Decide que sí, que cortázar le gustaría igual aunque se llamara Gabriel Mérida o cualquier otro nombre ridículo.

Gabriel Medrano dice un nombre de mujer, avanza con Lucía en brazos, la cámara gira hacia la cama pero se va rápidamente a blanco. En el vacío, antes de los créditos, suena un último pensamiento: «en mi ucronía las cosas no eran tan cursi, mi vida era más arriesgada y sórdida, pero prefiero lejos la realidad».

Alvaro Bisama y «Caja Negra»: El esfuerzo por lograr una literatura realista en Chile

La obra «Caja negra» del crítico (y ahora novelista) chileno Alvaro Bisama ha venido a romper el escenario narrativo nacional con su desusada descripción intimista de paisajes interiores, un acabado estudio psicológico de diversos personajes encerrados en sus temores y contradicciones, y la cuidadosa recreación costumbrista de las costumbres de las elites capitalinas. Realista a ultranza, y discípulo confeso del incomprendido y jamás reconocido José Donoso, Bisama hace un esfuerzo mayúsculo para sacar a la novela chilena de sus disquisiciones fantásticas y su ya repetida reutilización del pastiche pop y los best-sellers fantásticos de exportación.

«Sólo quise hacer la novela que siempre quise leer» dice Bisama, quien se declara harto de la industria comiquera nacional, de los repetidores de la fantasía heroica de la medievalista Gabriela Mistral y del rol de vaca sagrada del escritor de space opera Pablo Neruda, que ha influido a diferentes generaciones de chilenos con su imaginación desbordante y su gusto por los excesos. «En cuanto se comienza a mirar por debajo de la permanente invención en la literatura nacional» explica el autor, «surge de inmediato una oculta nostalgia por los cuadros que rescaten la médula de la experiencia humana, la relación del hombre con sus pares, la pincelada sencilla pero certera que habla de cosas simples pero reales que nadie quiere enfrentar, como la vida de los jóvenes drogadictos en la década de los ochenta, los desencuentros amorosos en una ciudad donde todos pierden la memoria y la identidad. La orfandad, el crimen, las deudas no saldadas de la dictadura, el malestar de la transición.»

Aunque ha recibido buenas críticas, su novela aún es vista como un experimento fuera de lugar. En cuanto a las ventas, es difícil que se acerque a los niveles de superventas como «El revés del alma», el thriller sobre la manipulación cibernética del hilo de plata, de la artista plástica Carla Guelfenbain, o el tomo cuatro de ucronías de la historia de chile, donde contribuyen autores que comparten su trabajo en literatura con la música electrónica (Rafael Gumucio), el cine (Enrique Lafourcade), el video clip (Hernán Rivera Letelier) o la música de cámara (Alberto Fuguet). «He sido fiel a la literatura» reconoce Bisama, que ha centrado su carrera en los estudios críticos del poeta post-creacionista Jorge Teillier y de la poesía religiosa de Gonzalo Rojas.

Aunque una estrella solitaria en el panorama nacional, «Caja Negra» se liga a otros esfuerzos del realismo, como la novela-testimonio sobre la dictadura, «Ygdrasil», del arquitecto y sindicalista Jorge Baradit, o las irregulares columnas costumbristas del mundo rural chileno, del agudo observador Francisco Ortega. Rodrigo Mundaca, director del fanzine TauCero, reconoce que la literatura realista puede tener un espacio dentro de la literatura nacional, y que el panorama es mucho más alentador en otros países hispano hablantes.

El tiempo dirá si los esfuerzos de estos autores persisten y abren una brecha en la tradicional literatura y cine fantásticos tan propios de Chile que se han vuelto parte de nuestra imagen-país: «Chile, donde pervive la Ciudad de los Césares». «Nuestro país hubiera tenido una literatura distinta si la ciencia ficción de Neruda no hubiera opacado los sencillos versos láricos de autores hoy olvidados como Nicanor Parra» explica Mundaca. Sin embargo, reconoce que el momento fundador de nuestra literatura está en las largas horas que los escolares de Chile le dedican, por el currículo de las clases de Lenguaje y Comunicación, a las aventuras del superhéroe intergaláctico «Martín Rivas», piedra angular de nuestra literatura.

Sobre Chobits, manga del estudio CLAMP

por Gabriel Mérida

Las chicas bicentenarias

Escribo porque me lo exigió Tino Mundaca, el bienamado y venerable emperador de TauZero, en una discusión sobre el futuro de la ciencia ficción. Un futuro cada vez más dudoso, por más cruel que sea decir eso sobre una literatura que vive, precisamente, del futuro. El punto es que predecimos algo como el fin de los géneros, la disipación de las fronteras, espectadores multimediales que busquen ideas sorprendentes en un novelón criptográfico por la mañana, un cómic de superhéroes por la tarde y una serie de televisión en la noche.
Buscando ideas sorprendentes, aburrido de los relatos con aire pueblerino que buscan desesperadamente una variación nueva provocada por la tecnología (¿what if el planeta rota 2,5 veces más despacio, cómo sería tener días de cincuenta horas?), me encontré con Chobits, una serie de anime responsabilidad del Estudio CLAMP, las creadoras de Card Captor Sakura, X, Angelic Layer y Clover, entre otros éxitos del manga de exportación de Japón. A primera vista (y a todas, en verdad) un producto para adolescentes, que habla sobre el despertar sexual y las relaciones sentimentales de gente entre quince y veintiún años. Pero en medio, afortunadamente, hay un pequeño cambio. ¿Qué pasaría si la IBM dejara de manufacturar los computadores personales como cruza entre máquina de escribir y televisor, y decidiera fabricarlos con forma de supermodelos adolescentes?

La historia. Hideki, un adolescente tipo que va al preuniversitario y ha llegado hace poco del campo, encuentra casualmente una persocon, estos computadores con forma femenina, que sólo sabe pronunciar Chi. Se la lleva a casa, y se da cuenta de las ventajas de tener una hermosa y dulce muñeca inflable con Internet Explorer incorporado. Cualquiera de nosotros se habría follado a Chi hasta el cansancio preocupándose sólo de que no se le agotara la batería, pero Hideki es the nice guy. Y se hace todo el tiempo la pregunta sobre la humanidad de Chi, la que además de exquisita y bella es buena y toma como objetivo de vida el hacer feliz a Hideki.

Como ven, estamos de vuelta en el Hombre Bicentenario de Asimov, retomando el punto que olvidó el Neruda de la CF: ¿qué pasa si te enamoras de la tostadora? El problema personal de Hideki, que al principio es sólo una comedia de equívocos sobre un adolescente que no quiere acostarse con la chica de la película, pronto pasa a ser una reflexión generacional. En efecto, las y los persocons han pasado a ser parte imprescindible del entramado social, generando dependencia, obsesión y, finalmente, soledad.

Entre medio, los sentimientos de Chi, su propia preocupación ante el destino, y la pregunta sobre la conjunción entre almas. Digamos que ella está enamorada de Hideki, el que sólo es un tipo como cualquier otro, y su angustia por no ser correspondida es al mismo tiempo el rubor del primer amor de niña soñadora y la búsqueda del andrógino en una sociedad demasiado egoísta como para atreverse a no estar sola.

Las cosas no paran acá, porque el guión tiene refinamientos poco usuales en los relatos que leo habitualmente, en las antologías de la actual ciencia ficción hispanoamericana. Por ejemplo, el doble, utilizado como un recurso argumental antes que como un tema en sí. Chi, la Chi ignorante de su pasado y vestida de colores claros, presiente en sus deslizamientos por Tokio a una doble oscura de ella, que posee la clave para despertar sus recuerdos. También hay una historia alternativa donde el destino de los persocons y de los humanos son leídos y prefigurados en clave de un dibujo para niños de parvulario.

También hay una trama más grande que engloba las aventuras de Chi, nacida obviamente de su oscuro origen (recordemos que Hideki la halla casualmente), y del misterio que significa que Chi, a diferencia de todas las otras persocons, no tenga número de serie ni marca de fabricante. En torno a ese misterio se alinean las preguntas que hacen avanza la trama y que abren espacio para que Hideki y Chi dejen de ser un par de personajes casuales y sugieren rasgos mesiánicos…

¿Qué más? La presencia de historias secundarias, como la del niño genio poseedor de una amplia colección de persocons que lo cuidan, el enmudecido coro griego de los foros de internet donde los usuarios intercambian datos sobre persocons, la multitud de personajes incidentales donde se adivina la tristeza por la pérdida de una persocons o la pérdida de un ser querido en manos de una persocon. ¿No era eso lo que pasaba en Fahrenheit 451, el mundo feliz donde cada pocas páginas alguien se suicidaba?
Resumiendo, Chobits es ciencia ficción clásica. Una sociedad en un futuro imaginario cuyo único rasgo “profético” son estos computadores de forma humana, y todas las preguntas que surgen en torno a ellas. Retomando la pregunta fundadora del género, es decir la relación entre el creador y la creatura, podemos revisitar aspectos olvidados entre tanta pregunta hard que no parece llevar a ningún lado. ¿Será esto una consecuencia de la visión femenina aportada por las creadoras del estudio CLAMP? Puede ser, aunque por supuesto el machismo es una solución fácil para responder sobre el talento de estas artistas en crear escenas llenas de tensión, ternura y angustia.

¿Mencioné que no soy ni lejanamente entendido en manga ni anime? Sobre la calidad del dibujo, sólo puedo decir, brutalmente honesto, que son muy bonitos. Algunos entendidos coinciden conmigo. Y como elogio final, debo decir que tanto Chi como todas las otras persocons son extremedamente RICAS. ¿Tendremos en el futuro viviendo con nosotros a clones de María José Prieto con Messenger incluido? Semejante perspectiva me empuja a volver a creer en el progreso de la ciencia, sin duda.

por Gabriel Mérida

Jorge Baradit: “La crueldad en Ygdrasil es abrir los demonios y ver cómo se comportan”

por Gabriel Mérida

Jorge Baradit vive cerca de la Plaza Ñuñoa. Está casado. Declara ser feliz. En su living hay dos espadas. Aunque alguien le regaló uno de esos grandes juegos de comedor con seis sillas, él y su esposa Ángela González siguen tomando once en una mesa de madera, de treinta centímetros de altura, sentados en el suelo o en pequeños banquitos. Bato, el gato gris que hasta hace pocas semanas era gata y se llamaba Bathory, se enreda a veces en mis piernas. Prendemos la grabadora.

Vamos a partir con algo simple: ¿Quién es Jorge Baradit?

¿Simple?
Nací el año 1969, en junio. Dato relevante es haber nacido miércoles, ser Géminis, y de signo Gallo. El signo géminis es un signo súper mental, al que le falta cuerpo. El gallo es una dominancia, un ego. Lo mismo que Géminis. El Géminis en realidad es uno, lo que pasa es que se está mirando a sí mismo. Lo que les importa es lo que está entre ellos. Y haber nacido en invierno es súper bueno porque nací en el nadir del mundo, y es linda la promesa de llegar a la luz, en vez de haber nacido en la luz y tener que caer a la oscuridad.

Naciste en Valparaíso, ¿cierto?

Sí, al lado océano más grande del mundo. Eso se me hizo súper relevante porque uno es como un gigante con las patitas en el agua. Valparaíso es como un anfiteatro; uno tiene la altura de un cerro en Valparaíso. Y ve el mar desde una perspectiva desde la que normalmente no se ve. El mar para la gente es la espuma de la ola, blanca, y algo que se ve más allá en el horizonte. Para mí es una alfombra enorme, y siempre me cautivó la idea de que más allá estaba Japón. Es como vivir en el borde de un abismo, sólo que este abismo está lleno de agua. En el abismo tú ves los demonios que andan volando por entre el barro. Acá no sabes qué cosa hay detrás de los arrecifes.

¿Eras lana o punk, alguna tribu urbana?

No, y ése era el principal problema. Desde chico, siempre fui el hueón medio raro. Por algún misterio, en todos los colegios terminaba con el mismo apodo: el marciano. El cuatro ojos era normal: usaba lentes. Pero el marciano era raro, se repetía. Parece que uno viene con cosas, y una de las cosas con las que yo venía era amor por lo extraño, amor por la fantasía, en el fondo amor por el mundo que no es éste, o por las posibilidades que tiene este mundo de doblarse en algo insólito. Entonces… me regalaron un libro sobre platillos voladores, y yo rayé. Mi viejo, sin querer, me trajo un libro sobre mitología griega… y aparece un tipo que se come a sus hijos, aparece un hombre que tiene relaciones con una mujer en la forma de una lluvia de oro, y fue maravilloso. Y esa cuestión, que al principio fue mala, después me dio cierta fuerza para pararme como raro, y no podarme. Estaba acostumbrado a que los chicos me dijeran raro.

¿Eras muy bueno para leer en ese tiempo?

Más que la cresta. Súper bueno para leer, porque además yo era el flaquito de lentes, introvertido. No hacía deportes, me podían pegar, era medio temeroso, desarrollaba mundo interior, tenía harto tiempo, no tenía muchos amigos: leía. Y comía libros como desaforado, de todo. Como no tuve una guía al respecto…

¿Había biblioteca en tu casa?

No. Cuando yo tuve mi primer libro, en mi casa había un almanaque, dos tomos de la enciclopedia Monitor, y un libro de mi abuela, que era de historias religiosas. Eso era todo. No había biblioteca. Leía en el colegio, y al final siempre pensé que era un lector omnívoro. Me costó caleta darme cuenta que había un denominador común, y era súper obvio: me gustaba leer historias religiosas, también me gustaba leer Julio Verne, me gustaba leer historias sobre las cruzadas, sobre el Rey Arturo, me gustaba leer sobre los platillos voladores, me gustaba leer sobre asuntos de Von Daniken. Me interesaba también la magia, me interesaba el mundo de los espíritus, las historias de fantasmas, todo eso. Al final el factor denominador común era la fantasía. La Biblia me interesaba como un libro de literatura fantástica, lo mismo los libros de ciencia ficción. No creo en la reencarnación, pero me encantan los libros al respecto. No creo en el karma, en la vida, en el cielo, en ninguna hueá, pero me fascinan esos temas.

A pesar de leer mucho, entraste a estudiar Arquitectura, en la Católica de Valparaíso. ¿Qué pasó ahí?

La decisión fue producto de la irresponsabilidad adolescente. Sentía que tenía una especie de brazo de tenista con el tema de la literatura. Es decir, extrema introversión, full mundo interior, poco contacto con el mundo sensorial, de la piel para afuera. Entonces, como en esa época mi adolescencia irresponsable decía que lo que uno tenía que perseguir era ser completo consigo mismo, y tenía en la pared esa frase de Demian, que decía que uno tenía que buscarse a sí mismo, sin importar el fin al que te pueda llevar. Estaba súper hipertrofiado del cráneo para adentro, y me quise desarrollar del cráneo para afuera, y entré a estudiar una carrera para la que no tenía, suponía yo, aptitudes: arquitectura. De ahí me terminé convirtiendo en un buen diseñador gráfico.

¿Eras un tipo blando en ese tiempo?

Súper blando, sensible, llorón, débil, muy poco fuerte, consentido, mañoso. Sólo sabía cosas, manejaba datos, y hacía malabarismos mentales delante de mis tíos que me aplaudían, y yo pensaba que de eso se trataba la hueá. No, yo quería un poquito más. Quería cambiar, y lo hacía a punta de voluntad. Y hacía ejercicios súper hueones…

¿Como forzarte a hacer algo?

Pliegos de 110 x 77 cms. Me obligaba a llenarlos con pelotitas de dos milímetros con un lápiz de mina. Y los llenaba. O a pasar frío. Me iba con muy poca ropa, me subía a una micro, se demoraba cuarenta minutos en llegar a mi casa. Me iba en el asiento de atrás, donde se abría la puerta, y yo pasaba frío. Y la idea era no mover un músculo… tonteras así. Muchos ejercicios para criar voluntad.

¿Pero eso al final funcionó?

O sea, por lo menos me hicieron fuerte, me hicieron más fuerte. La última locura que hice, que fue como la definitiva, fue viajar al Cuzco cuando hubo Corriente del Niño, cuando los caminos estaban cortados, y había muerto un chileno incluso. El año anterior habían muerto un montón en este accidente de avión. Irme solo al Cuzco a hacer el Camino del Inca. No sabía lo que me iba a pasar. Digo que fue la última vez, porque de ahí para atrás, cada vez que emprendía algo era con temor, pero lo hacía igual. De esa vez en adelante sentí que ya había matado al dragón.

¿A qué cosas tienes miedo?

No me lo pregunto. Creo que ni siquiera le tengo miedo a perder lo más valioso que tengo, que es la Ángela. Igual, que no se confunda: es lo último que quisiera. Pero no tengo miedo.

Cuéntame de esa experiencia posterior que tuviste en México.

Eso fue el año 99. Viajé a México, y terminé metido en una ceremonia. Fue insólito. Terminé metido en una ceremonia en la celebración del aniversario de la muerte de nuestro señor Cuauhtémoc, el último tlatoani azteca. En febrero se hace la ceremonia del aniversario de su fallecimiento. Me vi metido de repente en una iglesia, donde estaban bailando cheyenne, mayas, indios pueblo, gente de la América roja, y yo metido ahí entre medio. De repente veo que el séquito avanza, que hay tambores, saltos, mucho humo de incienso, de copal, y cuando llego adelante y se abre la primera línea frente a mí, descubro que le estoy danzando a un esqueleto que está acostado, en muy mal estado. Lleno de honguitos, lleno de musgo, muy deteriorado. Se supone que la tradición dice que es el esqueleto de Cuauhtémoc.

¿Qué pasó, cómo quedaste?

Me puse a llorar, y en ese momento perdí algo… pero que es bueno que lo haya perdido, porque era una fantasía. Era esta idea de que yo podía pertenecer a América, de verdad. Esta búsqueda en las imágenes americanas, esta búsqueda en las historias, en los mitos, estas ganas de sumergirme en lo americano. En ese momento todas esas ganas se esfumaron, porque descubrí que en realidad soy americano, y que eso significa que no tengo pueblo. Los mexica, los cheyenne, los Mapuches, los aymara que están metidos por ahí, ellos tienen pueblo. Ellos se llaman de una manera, se ven de una manera, tienen ceremonia, tienen toda una estructura ritual y social que los constituye como pueblo. Pertenecen. Y yo no, yo nunca voy a pertenecer, siempre voy a ser un invitado a esas cosas. Porque soy americano.

“La soledad debe ser la peor experiencia de todas”

¿Cuándo terminaste tu novela?

La novela la terminé el año 2002.

¿Y cuándo la comenzaste?

El 2001. La novela se escribió en nueve meses.

En tus cuentos y novela aparecen estas mujeres jóvenes, aparentemente frágiles. ¿Por qué son así tus personajes?

Siempre me fascinó esta idea de los poderosos manejando las sociedades. Hemos llegado a un punto donde poca gente es capaz de decidir, de manera bien escabrosa, lo que le pasa a millones de personas. Y me cautiva el que muchos, casi todos, no se dan cuenta de la manera en que los están manejando. A qué voy: a cosas tan simples como la manera cómo se decide, en un momento, cómo se va a contar la Historia de Chile. En un momento se decidió cómo te vamos a contar a ti la Guerra del Pacífico. Con objetivos súper claros: generarte nacionalismo, producirte rechazo hacia los vecinos, esconder tus falencias, mostrar heroísmo.

O sea, controlar el pasado para controlar el futuro.

Claro, y cómo los bolivianos, los peruanos escogieron mostrárselo a sus propios hijos. Desde eso hasta cómo se deciden las políticas públicas, cómo alguien decide de pronto que es bueno que alguien muera, para que otra cosa ocurra. En el fondo mis personajes son frágiles porque todos somos frágiles frente al poder. Yo lo veo desde un punto de vista súper fatalista: es que no tienes nada que hacer con el poder, porque finalmente si te organizas en contra de él, de todas maneras esa organización se convierte en una estructura de poder. Y el tipo que la encabeza es un tipo que quiere el poder. Y los que quieren el poder en el fondo tienen dinámicas similares. Mis figuras son frágiles porque se mueven en estas mareas de poder, no tienen capacidad de decisión; hagan lo que hagan, están de alguna manera manejadas.

Esos son otros personajes que aparecen en Ygdrasil: personajes con mucho poder pero que al final son parte de la fragilidad.

Claro, finalmente es el espejismo, porque el que tiene poder acá está envuelto en otra red más grande que lo maneja a él, y así sucesivamente.

Hay una frase que leí en tu blog, que es tu cuaderno de apuntes. Dice: “Alguien lo suficientemente solo como para ser capaz de traicionar a toda la humanidad por un poco de calor”. ¿Qué pasa con ese personaje, y qué pasa con esa traición?

(Piensa mucho.) Yo, en algún momento de mi vida, llegué a experimentar una soledad muy profunda, una soledad tan grande que la primera vez después de un rato en que alguien me abrazó, yo me puse a llorar. La soledad debe ser lo peor, debe ser la peor experiencia de todas. Cuando escribí eso estaba pensando que no me extrañaría que alguien fuera capaz de traicionar al mundo entero. De hecho, uno de los personajes también traiciona a Mariana, porque no podía quitarse la idea de que lo podía abandonar, se podía alejar de él, entonces la traiciona. Entonces es tan fuerte la soledad que no me extrañaría que alguien fuera capaz de traicionar al mundo completo por un segundito de calor. Nada más que eso. ¿Razones para la traición? De todas, me parece la menos grave. No es plata, no es poder.

Mariana, esta asesina junkie chilena que vive en México, tiene su propio cuento y también es la protagonista de Ygdrasil. ¿Qué nos puedes decir de ella?

Mariana es una Cristo mujer. Mariana es una Virgen, Mariana es una figura doliente… Mariana es la Magdalena también. A veces pienso que Magdalena y Jesús eran la misma persona, el andrógino. Mariana es la mujer pasada a llevar, es la fragilidad encarnada capaz de reaccionar violentamente, dejar la escoba, dañarse a sí misma… es un animalito. Es el espíritu del hombre de nuestro tiempo, un tipo presionado hasta tal punto que cuando estalla deja la escoba, contra sus hijos, o contra su mujer, o choca o mata a alguien en la calle… estalla de distintas maneras, y con distintos grados de espectacularidad.

¿Y los malos de la película, esos villanos sobrehumanos?

Si tú te fijas, los malos de mi historia son tipos que no sienten compasión. El malo es el tipo que no es capaz de sentir el dolor del otro. En mi novela son todos más o menos caricaturas. Algunos son personajes bien cardboard box, maqueteados. Porque me interesa tenerlos así, me interesa por otras razones. Por ejemplo, cuando el milico es estereotípicamente malo, de esa manera el lector, a las dos líneas de leer de este milico, ya cacha perfectamente quien es, porque lo ha visto muchas otras veces en otras historias. Mientras que para Mariana, que es un poquito más compleja, me doy todo el tiempo del mundo. Cuento su historia, cuento su infancia, y se perfila de una manera diferente.

¿Por qué está esa estructura de cajas chinas y vueltas de tuerca en tu novela?

Es por la dinámica del descubrimiento, nomás. Yo tengo una necesidad por conocer, no sé por qué. No es un mérito: vine con eso. Tengo ganas de saber, soy sapo. Entonces siempre me pasa que cuando me acerco a algo descubro una primera red de relaciones que hacen que esa cosa sea. Generalmente descubro que tiene una red que lo estructura, que le permite ser, que es tremenda.

Mucha gente opina que Auschwitz es la cúspide de la modernidad, de la razón que fue el mismo movimiento que conquistó América, que desarrolló los trenes y todas esas cosas. Y el mundo Ygdrasil parece sumarse a echar por tierra todo ese positivismo. ¿Es a propósito?

No. Ygdrasil es un hijo de los tiempos nomás. Las cosas son así hoy día. Es el mundo donde un presidente decide hacerle la guerra y arrasar otro país, exclusivamente porque cree que pueden llegar a ser un riesgo. Y nadie puede hacer nada en contra de eso. Es un país donde un tipo decide que otros tienen que morir… y ocurre. Y frente a todos, y con la oposición de todos. Y es reelecto. La realidad de hoy es distinta a la de antes, donde se guardaban las formas. Hoy día no, hoy día las cosas se hacen a la luz del día, se ven, hay un cinismo galopante. La realidad de hoy es el desparpajo.

“Los milagros no existen, pero funcionan”

Ygdrasil tiene la capacidad de reunir fuentes casi irreconciliables. Por ejemplo, dar el nombre de la tribu del sur de Chile a unos seres de una dimensión diferente. ¿Qué otras fuentes están presentes en Ygdrasil?
Al final hay tres. Tienes la magia de los indígenas, tienes la magia de la tecnología, y tienes el mundo astral. Yo creo que esas son las tres vertientes más importantes. No sé, podrías hablar de las raíces, podrías hablar de lo indígena, de la cosa mágica, de la maravilla. Podrías hablar de la tecnología, que también es magia, hay un velo sobre ella.

¿Es ritual la tecnología?

Claro que sí. Todo el mundo piensa: el avión vuela. Son doscientas toneladas, y están sosteniéndose en el aire. Tú lo ves lentito levantarse. ¿No es eso magia? No, porque hay unas leyes. ¿Las entiendes? ¿Entiendes realmente por qué la luna no se cae sobre la tierra? ¿Entiendes realmente por qué cuando sueltas una manzana, cae? Uno no entiende nada, uno se refugió detrás de las explicaciones, pero en realidad es magia.

¿Y el mundo astral? ¿Tú crees en él?

No sé. Yo creo y no creo… Sé que existen, pero sé que no existen. Es como los milagros, uno dice: claro, los milagros no existen. Pero tú dices: funciona. No existen, pero funcionan. Al final llego a una especie de: ya, OK, sí existen, pero en realidad no creo. Y otras veces digo: creo, pero no existen. Soy como re flexible conmigo mismo, no me presiono.

Tú citas siempre a Matta, que no es surrealista, es realista del sur. Eso de mezclar lo de los pueblos originarios con la tecnología de cierta manera es el enfrentamiento entre Latinoamérica y la vieja Europa que llegó a colonizar. ¿Por qué aparece este encuentro en tu obra?

Yo creo que la gente sigue en sus trincheras. Siempre están mirando hacia los orígenes. Entonces si tú miras hacia la tecnología, miras hacia Europa, la industrialización, la Ilustración. Y el americanista o el indigenista se va al chancho, y quiere que volvamos a la tierra, y no quiere celulares. Sienten que son irreconciliables. Sin embargo un médico le da en su casa el remedio a su hijo y se persigna. O como mi mamá, que me daba el remedio y me decía: por Dios y la Virgen. Dos mundos que están conviviendo todo el rato. Siento que los tipos no se dan cuenta que en realidad dentro de sus corazones están más mezclados que la cresta… y hace rato. No lo han asumido nomás.

Oye, si está ahí, todo el rato. En México, en el Zócalo, había dos mundos. Había un curandero huichol, vestido como huichol, con su bolsito, con su cosita con copal encendido, sentadito ahí con un zarape puesto al frente, lleno de ofrendas. Y por otro lado de la calle venía caminando un tipo, hablando por celular, con un maletín, seguramente con un laptop, vestido impecable, dirigiéndose seguramente a su oficina, en el piso veinte de no sé qué edificio. De repente se cruzan, el oficinista llega ante el huichol, deja el maletín en la mano, guarda el celular, y abre los brazos, mira hacia el cielo en posición de rezo. El huichol se levanta, toma el copal y comienza a sahumar a este tipo, mientras el tipo está rezando no supe qué. Y el huichol le pasaba la mano por el traje, lo sahumó entero, le tocó la frente, rezó unas cosas, dejó el sahumador en el suelo. El tipo oficinista juntó las manos, bajó la mirada, y le pasó un billete y se fue.

Pareciera que ahora todo es ciencia ficción, o que la ciencia ficción ya no tiene la exclusividad de ciertos temas.

Lo que pasa es que creo que ya hace rato (creo, no sé porque tampoco conozco mucho) pasamos el límite de que cuando tú escribías ciencia ficción escribías temas de ciencia ficción. Por lo menos desde William Gibson (creo) se empezaron a escribir novelas con fondo de ciencia ficción. No soy un erudito en el tema.
Hay mucha hibridación, mucho estilo que incorpora la ciencia ficción como quien incorporó el género policial.
Yo prefiero que, guardando las monstruosas distancias, vean que Ygdrasil es una novela de ciencia ficción tanto como “El jardín de los senderos que se bifurcan” es una historia policial.

Y a propósito de esa cita a Borges, ¿cuánto de él hay en tu novela? En una parte está la participación explícita de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.

Lo que hizo Borges fue… Siempre uso la misma imagen: imagínate que alguien hubiera vivido toda una vida dentro de una casa, y a los trece años, cuando él hubiera estado desesperado por alcanzar el techo, alguien lo saca al patio, le muestra el cielo estrellado y le dice: allá está realmente el techo. Esa fue más o menos la crisis que me produjo Borges. El darme cuenta que lo maravilloso es infinito, que lo maravilloso es inconmensurable, es cósmico, tiene el tamaño de todo, que es un laberinto infinito, para usar su misma imagen. En el fondo me partió la cabeza en mil pedazos y los disparó a los cuatro puntos del cielo: eso es lo que hizo Borges.

En la literatura pareciera el tema de la referencia no está tan incorporado como en otras vertientes del arte.

Mi educación no va por el lado de la literatura. Quizás por eso me ha sido tan fácil experimentar y romper… y no tenerle miedo a no ser escritor. Mi educación va por el lado del arte, donde lo importante es la introspección, lo que produce la persona. Si son pesadillas, si tienen esta forma o tienen esta otra, no importa. Lo importante es la búsqueda. Nunca he tenido formación académica, por eso es que también me cuesta usar esa palabra tan grande para mí. Yo no soy escritor: yo escribí.

“La creación no puede existir sin fisura”

¿Qué tipos te han inspirado, ya sea en la literatura o el arte?

Antonin Artaud. Por su capacidad pictórica, por su capacidad de usar las palabras de un modo sinestésico. Que utiliza una palabra para producir una imagen, un color o un dolor… Por la violencia que le imprime a sus textos. Por su capacidad de enhebrar en prosa discursos descabellados pero con un bajo continuo súper coherente. Él en particular. Borges, el vacío cósmico, más por él que por otra cosa.

Me mostraste cosas de Joel-Peter Witkin. Has ilustrado cuentos con sus fotografías.

Joel-Peter Witkin, sí. Lo que pasa es que él tiene mucho que ver con los demonios. A mí en general lo que más me influye no es la literatura, son los textos religiosos: los Upanishads, el Ramayana, la Biblia, los textos de Swedenborg, Sor Teresa de Ávila, los iluminados. Todos estos tipos rayados que en el fondo son esquizofrénicos. Tipos que ven más allá, y los que son capaces de volver los puedes llamar poetas. Capaces de reorganizar la realidad como no se ha organizado antes. Vicente Huidobro también, por su capacidad de convertir la poesía en cosa literal. Por ejemplo cuando dice que busca las líneas de la frontera entre el pasto. Esa imagen siempre me ha perturbado, porque el tipo convierte un sentido figurado en algo literal. O como en el Cid Campeador, cuando dice que Ximena se marea, cae y rueda por la página hasta el final del párrafo. Esa soltura para mezclar la literalidad con el sentido figurado abre mundos, desgarra algo en la mente. Algo producen. Ese instante lo percibo así. Y es una constante también.

Sobre los poetas… Tienes un cuadro de Rimbaud aquí en tu casa. ¿Qué significa él para ti?

La rabia, la líbido. Cuando un instrumento viene bien afinado de fábrica, la tremenda potencia de los diecisiete años produce una música como no la va a producir a los treinta. Pero esos instrumentos bien afinados de fábrica son contados con los dedos de la mano. Me gusta también que haya podido escapar de eso. Me encanta que haya botado esa vida, me gusta. Porque Artaud no lo hizo… se murió loco, hueón, en medio de electro shocks, tratamientos médicos, y la verdad es que a mí me encanta que Rimbaud se haya ido a África, y se haya culiado a unas negras, que lo haya pasado bien.

Pero dicen que no lo pasó tan bien, que seguía buscando, aunque ya no a través de las palabras.

El que está cagado está cagado. El que está roto… Lo que pasa es que la creación no puede existir sin fisura, o sea, la única razón por la que existe el mundo es porque… No sé, voy a decir una cabeza de pescado, pero la única razón por la que existe el mundo es porque existe Pi, un número que es infinito. Si no existiera Pi, si la matemática fuera realmente perfecta, nunca habríamos salido del círculo cerrado.

Del huevo cósmico…
Claro, y es necesaria la fisura para que la cosa se abra, es necesario que el círculo no sea perfecto cuando se dibuja, cosa de poder generar una espiral, y que crezca. Entonces la fisura y la grieta y todas estas cosas son las que iluminan. Si no, no hay cómo.

“Me gusta que haya un grado de ofensa”

Sigamos un rato con las preguntas por tu obra. Ahora va a salir publicada Ygdrasil, pero hay otros cuentos que son parte del mismo universo. Lo primero que leí tuyo fue “La Conquista Mágica de América”. ¿Por qué no nos resumes de qué se trata?

“La Conquista Mágica de América” se trata de suponer que la conquista de América tuvo otro objetivo. No habían venido a buscar oro. Esto a partir de una frase alquímica que es “aurum nostrum non est aurum vulgo”: nuestro oro no es el oro vulgar. Plantea que en realidad los conquistadores trajeron tras de sí una secta o un grupo de magos, cabalistas europeos que venían en la búsqueda de otra cosa, un tipo de poder que se había desarrollado en América. En vez de una lucha de fuerzas, una lucha de guerreros, me llamaba mucho la atención plantear cómo habría sido una lucha mágica, entre los magos europeos y los chamanes americanos. Esa era la perspectiva.

Ahí aparece ya una re-interpretación de la historia, que juega mucho con lo que está detrás. Esa lucha está detrás de la historia, de modo que aunque parece fantasía, podría ser una explicación alternativa.

De hecho yo creo que es una metáfora de lo que hizo la Iglesia Católica. Hubo una lucha mágica que todavía se libra, entre “créele a la meica o me creís a mí”.

Lo mismo que hicieron en Europa, con los celtas…

Claro, con los Germanos también. Y que siempre tiene malos resultados. Porque en el fondo es neurosis, lo que estas haciendo es reemplazar un significado por otro. El significado originario igual subyace, y quiere salir. Ese tipo de sentimientos, ese tipo de divinidades, si no se les presta atención, se convierten en un demonio. O dicho de una manera más psicológica, esas figuras o esos entes, si no les das salida, empiezan a buscarla solos, y se abren paso a dentelladas. Eso es lo que le pasó a los alemanes, en el fondo el movimiento nazi es un movimiento pagano.

Te quiero preguntar de donde salieron ciertas escenas, que son como un botón de muestra del mundo Ygdrasil. En un ritual alguien penetra a cierto personaje, la viola, pero a través de una herida en el costado, como la de Cristo por la lanza de Longinos?

Como mi cultura proviene con mucha fuerza del arte moderno, hay una cosa que son las instalaciones… En realidad estoy nada más que mezclando palabras. Están las palabras Cristo mujer, penetración, imágenes y palabras que son caras para mí. Y lo que hago yo es combinarlas en una composición, nada más. Cuando tengo que pensar en que a esta mujer le ofrecen un último sacramento antes de matarla, pienso en cuál es el sacramento más grande que le pueden ofrendar, mezclado con tortura, con violencia, y pienso que es una mujer, que es una violación, que es la cultura mística, que es la crucifixión, pienso que es la tortura física y pienso en una herida, y en la cabeza se me arma como una composición, nada más. De la misma manera como seguramente David Lachapelle compone sus fotos: pone un piso acá, un zapato aquí, los pone en una fuente de soda gringa, y qué sé yo. Es la misma dinámica: una composición, con elementos son relevantes para mí, ordenada la frase de una manera que diga lo que estoy queriendo decir en ese minuto. El nivel de violencia o el nivel de ofensa que pueda haber no me interesa. Es más, me gusta. O sea, me gusta que haya un grado de ofensa.

¿Y la crueldad?

Por supuesto que hay un factor de provocación ahí. Pero no es lo más relevante. Es placer. Es el placer que siento mientras lo estoy escribiendo. Que es el placer que uno siente… es tanto como el placer que siente cualquier hombre cuando se habla de una violación, que tú sabes que es negativo sentir placer, pero lo sientes igual. En la violencia con la mujer, que la reprimes, es lo natural.

¿Por eso aparece tanta crueldad explícita en Ygdrasil?

Es desatar algo. Es abrir los demonios y ver cómo se comportan. Es abrir la puerta del sótano y ver como arman estas orgías, mirarlos, como espectador. Total, sé que no van a salir de la página.

“No conozco la literatura chilena”

¿Cómo fue que tu novela llega a publicarse?

Siempre todo esto tiene que ver con retos, como te contaba recién. Primero el reto fue escribirla. Cuando se terminó de escribir, me dijeron: ¿por qué no la publicas? La verdad, yo pensé que nadie la iba a querer publicar, primero porque es un género que no se publica en Chile, segundo porque había tópicos en la novela que consideraba medio incompatibles con los criterios de edición en general. Y porque la verdad no me sentía un escritor, no tenía la necesidad de ver editado mi trabajo. Después vi un concurso de cuentos que estaba realizando Luis [Saavedra, director del fanzine Fobos, único espacio para la ciencia ficción literaria en Chile a finales de los noventa y principios del siglo XXI], y dije: a ver, veamos si puedo escribir un cuento. Lo mandé y obtuve una mención honrosa, y me sirvió para contactarme con este grupo de gente de Fobos.

Ahí nos conocimos tú y yo.

Claro. De ahí conocí a Sergio Amira [que acaba de ser publicado en la Antología Visiones 2005, en España], a Pablo Castro [el único autor chileno de ciencia ficción de los últimos años publicado en inglés, con traducciones de su cuento en Cosmos Latinos, antología del género en Latinoamérica]. Y como en el calor de ese grupo me hice a la idea que quizás sí era un autor de ciencia ficción. Al rato caché que en realidad no. Y empezó a surgir esta posibilidad. ¿Por qué no publicar? Incluso pensé en publicarla online, pero desistí. Quedó guardada hasta que ocurrió el milagro. Conocí a un tipo que había publicado en Ediciones B, en Ficcionario, Carlos Labbé, autor del Libro de Plumas. Él me dijo: ¿y por qué no se la pasas a la editora? Finalmente parece que las razones por las que yo pensaba que no se iba a publicar son justamente las que hicieron que se publicara.

¿Sientes que tienes algo en común con otros escritores de Chile actual?

No, nada. Con ninguno.

No sueles leer literatura chilena.

No. Primero no conozco la literatura chilena, y la que conozco me parece súper lejana a lo que a mí me interesa. Ese afán, ese amor por el realismo del arte chileno… lo único que hace es alejarme. A mí me interesa lo maravilloso, a mí me interesa la fantasía. Y esta como herencia izquierdosa que carga el arte chileno todavía, lo hace apegarse a la cosa social, andar con la palabra escapismo muy a flor de labios.

Son pocos los que han logrado escaparse de eso, en Chile se menciona ahora el nombre de Bolaño.

Bueno, no he leído a Bolaño. Pero eso me llama la atención: estamos en un país rodeado del mar más grande del planeta, la cadena montañosa más larga del mundo, el desierto más seco, los hielos más antiguos, con unos pueblos que vivían casi en la edad de piedra en el sur, con unas cosmologías y mitologías alucinantes. Y como en toda América, con nuestros pueblos originales vivos, ahí. A diferencia de Europa, donde los tienes que ir a ver a los museos, nosotros nos cruzamos con ellos. Y a pesar de todo eso, a pesar de toda esa carga mágica, nuestra literatura fantástica es pobrísima, nuestra producción fantástica es…

¿Y Jodorowski?

Jodorowski, pero él no es chileno… Jodorowski, demás que sí. El es un tipo que ya hizo mezclas entre tecnología y culturas mágicas hace harto rato. A lo mejor es una veta que se va a ir explotando cada vez más…

¿No lo consideras un precursor de lo tuyo?

No, no, porque… esto va a sonar como disculpa, pero es cierto que yo nunca leí nada de Jodorowski que tuviera relación con esto, antes de publicar Ygdrasil. De hecho, todavía no leo ni el Incal, ni la Casta de los Metabarones. Pero supongo que yo debo haber bebido las mismas aguas donde bebió él, y nací en Chile, donde nació él, y a lo mejor hay un… De nuevo, sin atreverme siquiera a hacer un paralelo, algo en común habrá. Me siento cercano a dos tipos, pero no los puedo considerar escritores chilenos. Me siento cercano a Jodorowski y Miguel Serrano.

¿Cuál es tu relación con Serrano? ¿Cuál es tu valoración de su obra?

La misma que hay con la Biblia. Me interesa su lado… me interesan esos libros como literatura fantástica, mucho. Su obra, su imaginería, como alguien dijo, su maravillosa fantasmagoría, es alucinante. Ajena a su proselitismo, a sus inclinaciones políticas particulares, el tipo es alucinante.

¿No te sientes en la línea de gente como Hugo Correa u otros que han hecho literatura fantástica?

Primero no tengo idea, porque no los conozco. Nunca he leído a Hugo Correa. Con suerte he leído a autores de ciencia ficción extranjeros. Autores chilenos he leído; porque fui a su taller, leí algo de lo que escribió Pablo Castro… Pero en general, lo que me pasa con los escritores de ciencia ficción chilenos que he conocido es que, en general, tratan de escribir ciencia ficción, y es como propio de estas comunidades que son medias endogámicas. Leen lo que lee el otro, entonces cuando escriben, escriben más o menos lo mismo, porque se alimentan de pocas hueás. Terminan dándose vuelta en un universo súper diminuto. Y la producción termina siendo re similar. Entonces para qué voy a leer a alguien que escribe muy parecido a Philip K. Dick. Mejor leo a Philip K. Dick. No me interesa, no tengo tiempo para eso.

Tu libro se venderá como ciencia ficción, pero parece que a ti no te gusta leer del género.

La verdad es que no me interesa si un libro es de ciencia ficción o no. Si es raro, lo leo. Leí Neuromante, me gustó. Leí Solaris, me encantó. Pero no voy a leer ciencia ficción sólo porque es ciencia ficción. Eso tiene este género: genera unas adhesiones medio fanáticas.

¿Qué estás leyendo ahora?

He podido leer poco los últimos meses, porque he tenido más pega que la chucha. Pero estoy leyendo ahora lo que te he comentado: un libro sobre las raíces históricas, políticas, sociales del nazismo. Estoy leyendo “Tú eres eso”, que es un libro de Joseph Campbell, el autor de “El héroe de las mil caras”, donde el tipo analiza desde un punto de vista psicoanalítico los mitos judeocristianos. Y estaba leyendo, pero hace como dos semanas que no lo pesco, “El Cielo y el Infierno” de Emanuel Swedenborg. Lo tengo en el baño. También tengo ahí, pero todavía no los leo, “La era neobarroca”, de Omar Calabrese. Un diccionario… en realidad no es un diccionario, es como un compendio de herejías occitanas. Me interesa mucho el período entre el siglo XI y el XII, en Europa. Un período de una explosión mística terrible, algo pasó ahí, un continente completo se movilizó con el sueño de ir a recuperar el sepulcro de Cristo, se generaron una cantidad de herejías y religiones alternativas y sectas en torno al cristianismo, tremendas, algunas extrañísimas. Se persiguió, se quemó, se torturó en nombre de Dios… una época increíble. Extrañísima.

Desde aquí veo un libro de la Anaïs Nin. ¿Te gusta la literatura erótica?

Ah, un libro de cuentos de ella que se llamaba “Pajaritos”. También un comic, un manga dibujado por una japonesa, y el guión de un chico francés, “Mariko Parade”. Me gusta la literatura erótica, pero no soy asiduo lector. Prefiero la pornografía en video, dura. No me atrae mucho la poesía en torno al tema.
Por alguna razón, nunca me he sentido movido a leer ningún escritor chileno. Creo que esto le pasa a muchas personas. No son súper ventas ni mucho menos, no creo que porque no tengan buena promoción o qué sé yo. Los que me interesan son los poetas chilenos. Adoro a Gonzalo Rojas, me encanta Huidobro, me encanta Mahfud Massís, Enrique Lihn. Y el mejor libro de ciencia ficción que se ha escrito en Chile: “Los Sea Harrier” de Diego Maquieira. Increíble, increíble. Le tengo por ahí un homenaje también en Ygdrasil, medio escondido. Ese libro me encantó.

¿La redacción de Ygdrasil es toda tuya?

No, no es toda mía. Ningún problema con decirlo. Como yo no tengo formación académica, la novela no estaba bien escrita. Aunque no estaba tan mal tampoco. Se la entregué el Caco Labbé, para que la corrigiera. Su intervención se remitió a cambiar comas por puntos seguidos, y puntos apartes, y muchas comas y puntos y comas. Pero no hubo un párrafo que se moviera, ni una oración que se moviera. Salvo una de esas… ¿hipérbaton? Cuando una parte de la oración no está en el lugar que corresponde. Ediciones B tampoco tuvo ningún grado de intervención.
¿Qué cosas te han criticado de la novela, cuáles son sus puntos débiles?
El mayor punto débil que tiene la novela no es la novela en sí, sino el mundo. Es un mundo particular que puede aburrir. Es recurrente, tiene una manera súper reconocible, al que le guste le va a gustar mucho, y al que no, se va a aburrir mucho. Y eso me parece muy bien, porque como comunicador, trabajo en publicidad, sé que lo que le gusta a muchas personas no es bueno.

Hay gente que ha dicho que se nota que no eres un escritor. ¿Lo tuyo son las palabras o las imágenes? ¿Te sientes cómodo haciendo algo sólo con palabras?

Lo que pasa es que para mí son inseparables. Es como, por deformación gráfica. Yo pongo la imagen y el texto, y en este libro, en los cuentos, se me juntan las dos. No concibo no ser “cinematográfico” en mis cuentos, cuando hay una voz en off y una imagen que se está mostrando. ¿Qué es lo mío, la palabra o la imagen? La palabra sola la encuentro muy latera. Esto típico de los escritores chilenos, esta voz introspectiva, que habla, de lo que le ocurre, me latea. Y tampoco es pura imagen, tampoco es un video clip. Pero creo que está por ahí entre medio.

¿Por qué razones crees que una editorial decidió publicarte?

Creo que justamente porque es una manera distinta de enfrentar el tema de la ciencia ficción. Una de las críticas que le hizo uno de los lectores encargados de evaluar la novela, fue que esta novela respondía a la pregunta acerca de cómo escribir ciencia ficción desde estas latitudes. Eso le parecía a él. Creo que como en todo el resto del mundo del arte, esto se trata de encontrar la propia voz, y no de parecerse a otra voz. Se trata de, solito, con su propia imaginería, con su propia producción, aislado, aunque nadie te pesque, producir algo tan propio que no se parezca a nada más. Que es un poco uno de los paradigmas del arte moderno: que el tipo se sumerja tan hondo en sí mismo que sea imposible que se parezca a lo de al lado. Yo creo que ésa materia, de esa materia hay hambre. Mi identidad, mi propio ser situado en un punto geográfico, contexto cultural específico, con influencias específicas, eso es lo que puedo ofrecer para competir. Lo particular es lo que me va a hacer poder competir. Competir en términos de poder ser elegido para ser publicado.

¿Qué advertencia le harías al lector de Ygdrasil?

Que se entretenga… Hasta hace unos años atrás, siempre que un chileno filmaba una película, escribía una novela, estaba haciendo la gran obra de su vida, y estaba enviándole un mensaje a la humanidad… no sé, un texto definitivo. Y ha habido muy poca soltura en ese sentido, y a los que asumen esa soltura se les tacha de superficiales. Parece que yo soy un superficial. Y yo lo único que quiero es que la gente que lea la novela la pase bien, que se sorprenda. Hay mucho de qué sorprenderse, creo yo. Y que se sienta estimulada a pensar distinto, a pensar diferente, a divergir. Sin divergencia no hay universo. La divergencia produce plantas, dinosaurios y cuásares. Entonces, más que una advertencia es una invitación a que la disfruten, la pasen bien, se entretengan, y entren a un mundo súper distinto. Pero reconocible por lo menos para la gente del territorio, creo.

Para terminar, ¿te considerabas un escritor?

No, no me considero un escritor. Es muy grande esa palabra.

por Gabriel Mérida

Los que no vuelven

Esta mañana he visto desde cubierta las naves voladoras. Iban a proveer a otro de los barcos dispersos por el mar. Amanecía entre los picos azul oscuro de la Cordillera de los Andes. Todas sus altas laderas negras caían de lleno sobre el rojizo océano Pacífico. Las naves aparecieron por el sudeste, acercándose cada vez más, dejando una estela sonrosada entre las nubes. Cuando pasaron sobre nosotros moviéndose hacia otras ex-ciudades al norte, el sol les dio de pleno, encendiéndolas como veloces pájaros de fuego. Como un ave Fénix, habría pensado, si no fuera porque aquí no hay Continue reading «Los que no vuelven»