Ganadores del UPC 2007

war of the worldVía Stardust.

En un acto que ha tenido lugar hoy mismo en la Universidad politécnica de Cataluña, en el que ha pronunciado una conferencia Jasper Fforde se han anunciado los ganadores de la edición de este año. Galardones que han recaído en:

Primer premio (ex aequo)

Belcebú en llamas, de Carlos Gardini d’Angelo (Argentina)

Defending Elysium, de Brandon Sanderson (Estados Unidos)

Mención especial

Records d´una altra vida, de Jordi Guàrdia Torrent (Lérida)

Mención UPC

Tricord (Tres cordes i una sola melodia), de Joan Baptista Fonollosa y Guardiet (Barcelona)

Finalista de la Mención UPC

Memòria de Lerna, de Albert Solanes Parra (Sant Cugat del Vallès)

Composición del jurado

Lluís Anglada
Miquel Barceló
Jordi José
Josep Casanovas
Manuel Moreno

Participación y obras mencionadas en el acta del jurado

Total de obras presentadas: 94

Obras mencionadas en el acta del jurado:

Mercaderes de tiempo, de Alfredo Moreno Santana (Santa Cruz de Tenerife)

Fundación y galaxia, de Jordi Bosch Mestre (Sant Feliu de Llobregat)

The Room of Lost Souls, de Kristine K. Rusch (Estados Unidos)

La máquina del tiempo (de Herbert George Wells), de Pedro Domingo Mutiñó (Zaragoza)

Ganadores de los premios Andrómeda 2007

libro andromedaAntes que comiencen a leer esta noticia, hay que destacar que no aparece ningún chileno en la lista de cuentos ni novela, porque estaban todos preocupados del Premio TauZero. Sólo por eso.

Lo que no capto es por qué en las estadísticas al final aparecen Chile y Colombia hermanados con 5 envíos en total. Muy raras esas estadísticas.

ACTAS DE LOS PREMIOS ANDRÓMEDA DE FICCIÓN ESPECULATIVA 2007

CATEGORÍA DE RELATO.
TEMA: La astronomía y el universo.

Reunidos en la ciudad de Mataró, el día 13 de septiembre de 2007, el jurado
compuesto por Judith Vives, Abel Rogés, Pedro Linares, Jordi Lopesino, Isidre
Fontanet y Claudio Landete en relación a los 116 relatos aspirantes en esta
convocatoria y después de las deliberaciones pertinentes, acuerdan:

1.- Reconocer como relato vencedor a:

Los niños de las estrellas de José Sorribas Orth (Granollers,
Barcelona)

2.- Declarar como finalistas por igual a:

Un trébol de cuatro hojas de José Luis Scarpelli (Argentina)

Sidereus Nuncius de José L. Baños Vegas (Salamanca)

Por presentar habilidades narrativas, teorías científicas o hipótesis especulativas dignas de acreditación, se hace mención de honor de los siguientes trabajos:

* Recuerdos de un futuro improbable de Leonardo Ropero Serrano (Mera, La
Coruña)

* Ne frusta vixise videar de José Ramón Vila Martínez (Bilbao,
Vizcaya)

* El vuelo de la libélula de Gilberto Rendón Ortiz (México)

* Piloto espacial de Rafael Avendaño (Barcelona)

* Instrumentos operativos de Antonio Moreno Álvarez (Sevilla)

Asimismo de acuerdo con las bases de la convocatoria se indica que han
llegado a la fase final y por tanto se considera que también deben ser editadas,
al encontrar elementos de valía en sus originales, las obras presentadas a
concurso por los siguientes escritores:

* Juan Fernando Uribe Arcila (Colombia)

* Rebeca Mata Sandoval (México)

* Cora Frerking (Argentina)

Todo lo decidido sin perjuicio de que el editor de la colección Libro
Andrómeda, a título personal, decida previa consulta a los autores
correspondientes, incluir algún texto más en la antología que publicará estos
trabajos, dado que tanto la calidad como cantidad de los textos recibidos ha
sido elevada.

CATEGORÍA DE NOVELA.
TEMA: Libre

Reunidos en la ciudad de Mataró, el día 13 de septiembre de 2007, el jurado
compuesto por: Francisco Mayorga, Ferran García, Juan Trujillo e Isidre
Fontanet, en equipo de trabajo independiente de la anterior categoría, en
relación a las 47 novelas aspirantes en esta convocatoria y después de las
deliberaciones pertinentes, acuerdan:

1.- Reconocer como novela ganadora a:

La Réxol y el Proyecto Amanecer de Juan Moro Lumbreras (San Sebastián,
Guipúzcoa)

El editor de la colección, a nivel personal, aconsejará al autor la
publicación de esta obra con el título de «El Proyecto Amanecer».

Este equipo de trabajo considera que debe hacerse mención especial en el
acta del autor:

* Juan Herranz Pérez del Arpa (Zaragoza)

por encontrar en su obra presentada a concurso habilidades narrativas,
teorías científicas o hipótesis especulativas dignas de acreditación.

DATOS ESTADÍSTICOS:

La organización de este concurso agradece muy sinceramente el interés
manifestado por las 163 obras recibidas en conjunto, según detalle: España (74); Argentina (40); México (17); Chile, Colombia (5); Perú (4); Cuba, Venezuela (3); Alemania, EEUU, Uruguay (2); Bolivia, Brasil, Canadá, Francia, Honduras y Reino Unido (1).

El día 30 de octubre se hacen públicas las bases de los Premios Andrómeda
2008 de ficción especulativa en categorías de de relato y novela. Esperamos
seguir contando con su participación y confianza.

Brigada Ciudadana Anti Disturbios

Sorpresiva fue la aparición de un grupo de encapuchados de blanco el pasado 1 de mayo, en el preciso instante que otros encapuchados violentistas iniciaban sus ataques contra las autoridades y personas presentes en el evento.

«Los vimos aparecer y nadie lo podía creer», comenta una mujer que estaba presente cerca del incidente; «salieron de entre el público y agarraron a patadas voladoras a los encapuchados, les quitaron las mochilas que debían estar llenas de molotov o petardos o qué sé yo y volvieron a desaparecer en la multitud».

Según testigos se trataba de un grupo de al menos treinta encapuchados vestidos de blanco con ropas holgadas; y luego de su repentina desaparición entre el público se han barajado múltiples hipótesis acerca de su origen o propósito.

Hoy en un breve comunicado, publicado en un blog de manera anónima, alguien que se hace llamar Sensei Lucho declara en pocas líneas que este grupo de valientes pertenece a distintos clubes de karate de la capital, todos irritados de ver los destrozos y la violencia que pueden desatar un pequeño grupo de mocosos ociosos. «Por eso decidimos salir a repartir patadas al primer pelota que se atreviera a recoger una piedra del suelo», agregó.

El grupo, dice Sensei Lucho, se hace llamar «Brigada Ciudadana Anti Disturbios», son expertos en defensa personal, están altamente organizados y están dispuestos a patear a cualquiera que pretenda quebrar el orden público en manifestaciones pacíficas de la capital.

Si bien la Presidenta en una declaración oficial repudió el uso de la violencia contra la violencia, expresando que «ésa no es la manera»… la opinión pública en conjunto aplaude la iniciativa, catalogando de verdaderos héroes a estos anónimos vigilantes de la seguridad pública.

Ninguno los manifestantes que recibieron esta dura (y justa) paliza ha reclamado por el trato recibido. Se sabe por informes de la Posta Central del mismo 1 de mayo que al menos cinco jóvenes habrían llegado durante la mañana con moretones, dientes quebrados y dolores musculares.

Temblor

Lo soñé anoche. Fue uno de esos sueños que sabes que se volverán realidad y que luego olvidas hasta que se realiza… y te parece un deja-vu.
Pero esta vez no lo olvidé, cómo podría…
Todo comenzaba con un «extra» en TVN, una ola de temblores de diversa graduación en la escala de Mercalli en Coyhaique y mar adentro; la población está encaramada en las montañas. Un periodista en directo está entrevistando al representante de la Onemi en la zona cuando ocurre un gran terremoto, una explosión en el mar a espaldas del periodista y el fin de la transmisión.
No es cualquier terremoto. Es el surgimiento de un volcán submarino. Nada muy terrible, no ha habido muertos.
Las ondas subterráneas viajan sin mover ni un candelabro.
Ese mismo día ocurre lo impensado, un terremoto grado ocho en la escala de Righter, en pleno desierto de atacama. Miles de heridos, un centenar de muertos y una larga lista de desaparecidos.
Pero eso no es lo peor.
Como si el desastre hubiera sido diseñado por una mente siniestra, las ondas de ambos terremotos se reúnen, se hermanan, se liquidan mutuamene bajo los pies de los ignorantes santiaguinos, potenciándose.
En un segundo la tierra se eleva diez metros, empujando los cuerpos al suelo y golpeándolos como gelatina. Desde cualquier zona se pueden ver las olas, verdaderas olas de tierra, edificios y gente, elevándose y avanzando, pulverizando todo, machacando la carne.
Cuando la onda baja, las personas que antes habían golpeado el suelo ahora se encuentran repentinamente en caída libre. La onda vuelve a subir golpeándolos e regreso. Los huesos se rompen.
El fenómeno dura apenas treinta segundos. Tres olas monstruosas recorren el valle central y rebotan contra los cerros y la cordillera. La sangre recorre las calles como un río.
No queda nada de pie. El Cerro San Cristóbal está quebrado. Sólo la virgen sigue erguida, sus «piernas» colapsadas.
Y creo que no fui el único que lo soñó…

El traslado

Esta mañana la comuna de Puente Alto se vio conmocionada con la aparición de un círculo boscoso perfecto de exactamente un kilómetro de diámetro, en donde antes habían casas, plazas, calles y colegios.
El lugar ha sido acordonado, y personal de Carabineros así como del Sag y Conaf están investigando el extraño círculo.
Desde el aire se ve como un punto verde en medio de la ciudad. Las casas que colindan con el extraño bosque fueron cortadas a la perfección, tanto muros como muebles y electrodomésticos. No se ha reportado ningún fallecimiento.
Nuestra mayor preocupación es… ¿dónde están las casas y pobladores que solían estar donde ahora hay un tupido bosque?

Asesinato temporal


Armando Sepúlveda caminaba tranquilo mirando las nubes cuando un fuerte dolor le incendió el pecho. Un segundo después estaba muerto.
Una hora después Claudia Bermudas moría sentada en la taza del baño con algo extraño sobresaliendo de su cuello.
Siete muertes más, un total de nueve. Todos presentaban indicios de haber muerto por electrocutamiento, un solo golpe fulminante que detuvo sus corazones.
Esa noche el tanatólogo se golpeaba la frente contra un muro. Junto con la causa de muerte «real», los cuerpos presentaban «objetos» incrustados en huesos, músculos, cráneo y tejidos blandos.
Un lápiz, dos esferas de metal, una cuchara de té, varias monedas, y el más extraño de todos, un ratón momificado.
De las monedas, sólo una permitía leer la fecha entre la fusión de carne y metal. Si estaba en lo correcto, sería acuñada dentro de diecisiete años.
Mientras tanto, a trescientos kilómetros de allí un niño se imaginaba cómo sería viajar en el tiempo. Tenía una vaga idea de cómo lograrlo.

Presidenta Alvear podría estar implicada en asesinatos

A raíz del escándalo ChileDeportes, un equipo de tres estudiantes de primer año de periodismo de la Universidad Bolivariana inventaron una hipótesis mientras estaban bajo los efectos de alguna droga. La naturaleza de dicha hipótesis es un misterio y sólo podemos conjeturar que habían acertado.

Llenos de entusiasmo e incapaces de ver el caos que desatarían, salieron ese mismo día a investigar. Fue la última vez que sus familias les vieron con vida.

Dos días más tarde un travesti del barrio el Golf vomitaba en el automóvil de un diputado UDI. Residentes de la zona presenciaron el momento en que el funcionario público salía corriendo y gritando con los pantalones abajo, mientras el travesti sufría convulsiones producto del shock.

Investigaciones posteriores revelaron la presencia de restos humanos en el vómito del «prostituto».

Sólo diez minutos antes de subir al automóvil, el travesti compraba un hot-dog en un carro de frituras, y que prácticamente tragó al notar que su cliente frecuente lo esperaba estacionado no muy lejos de allí.

Siete personas más en distintas zonas de Santiago vomitaron restos humanos. Todas ellas habían consumido completos en la vía pública, con una excepción.

Los embutidos provenían del matadero de Franklin. El carnicero dueño de la tienda donde se compraron las vienesas yacía muerto, colgado de un gancho en el congelador de la carnicería.

Entre las vienesas incautadas había más restos humanos, algunos trozos de ropa y el fragmento de un anillo de oro. Y dentro de la máquina moledora permanecía intacta la punta de un dedo meñique.

El dedo pertenecía a un joven alumno de periodismo de la Universidad Bolivariana desaparecido dos días antes, de iniciales J.P., quien la noche anterior a su desaparición había escrito en su blog: «Alvear con la DC caerán por corruptos».

Dicho blog fue hackeado, pero de él quedaron varios respaldos automáticos en distintos lectores de RSS internacionales. Esto inevitablemente permitió a familiares y amigos de las víctimas gritar a los cuatro vientos la posible relación entre los asesinatos y ese comentario en el blog.

De los otros dos estudiantes desaparecidos, análisis de ADN corroboraron que sus restos habían sido utilizados para fabricar vienesas.

Actualmente y a pesar de la guerra mediática de los familiares de las víctimas en contra del Gobierno, Alvear sólo ha declarado que su único «delito» fue usar fondos de un Ministerio con fines «ornamentales».

Elia, la reina Sith

En la choza el humo hacía llorar los ojos. El hechicero saltaba y las pequeñas calaveras rellenas con semillas hacían un llamado al sueño de muerte. “Deja el miedo en la lluvia” cantaba arrastrando las guturales. “Olvida, déjalo ir. Recuerda la cosecha, recuerda el olor de la carne al fuego, recuerda a tu pueblo danzando la primera noche del largo día sin sol. Tu lugar está aquí con tus hermanos y hermanas. Deja el miedo en la lluvia”… y así seguía una y otra vez.
Todos en el clan estaban consternados. Era la tercera vez que se practicaba la ceremonia y Elia seguía tendida en la jaula, con los ojos abiertos, inexistente.

Su danza de muerte comenzó cuando era apenas una mota de pelos que clamaba por leche. Las hermanas de su madre muerta cumplían bien la labor de substitutas, su leche no era distinta, eran la misma sangre, el mismo clan. Una sola familia. Pero Elia las rechazaba siempre, hasta que el hambre la vencía.

Mala señal. El hechicero lo sabía. Una cachorra no debería rechazar el pezón que le trae comida. Sólo cuando estaba en brazos de su hermano parecía tranquila.

Mala señal. Una cachorra no debería criarse en los brazos de un macho.

Elia era la única sobreviviente del parto. La madre, Marci, había logrado sólo un cachorro vivo en cada camada. Sagú era el mayor, luego le seguían Parso y Devi. Los tres habían sufrido terribles heridas en sus búsquedas de aventuras en el suelo del bosque.

Mala señal. Un macho responsable sólo piensa en el bienestar de su clan y su familia. Un macho responsable aprende de los errores de los demás. De ellos sólo Sagú sobrevivió para convertirse en adulto y tras la muerte de Marci tomó la decisión más estúpida, hacerse cargo de la cría.
Había algo malo en sus espíritus. Seguían las reglas del clan, pero en sus ojos podía verse el descontento, una mirada que pretende ver más allá de las copas de los árboles. El hechicero lo sabía, la respuesta rugía en sus entrañas: estaban malditos.

El clan no los rechazaba. Había una enseñanza ahí. Eran el error que nadie debía cometer. El hechicero tenía razón, se debía hacer todo lo posible por ayudar a Elia. Su espíritu se lo exigía. Era el resultado de su propia semilla y Marci había sido una buena compañera, como muchas otras.

Elia creció a la sombra de Sagú. No era una hembra como las demás y las hermanas de su madre le negaban el consejo. Los cachorros la buscaban para jugar en la choza más alta, soñaban más de la cuenta al oír sus historias de lugares imposibles y criaturas que ningún ojo ha visto jamás. Las madres del clan vivían preocupadas, Elia no podía saber cosas que nadie le había enseñado. Por eso recurrieron al hechicero exigiendo la ceremonia destinada a los guerreros dementes que han visto demasiada muerte. No conocían otra manera.

Sagú se negaba. Sólo Daso, el jefe del clan, pudo hacer que entrara en razón. Elia debía olvidar lo que no podía saber. Sólo entonces Sagú puso a la pequeña en las manos del hechicero y ella sonreía como si se tratase de un juego.

Grandes rocas con forma de punta de flecha volando en el firmamento. Hilos de fuego destruyendo otras rocas más pequeñas. Criaturas sin pelo viviendo dentro de las rocas voladoras. Depredadores, cazadores y ganado comiendo del mismo plato. De estas cosas habló la pequeña con su lenguaje limitado. El hechicero había oído de su maestro una historia similar, muy antigua, y que nadie más conocía. Una antigua guerra librada no muy lejos de aquí.

Elia debía olvidar.

Luego de la ceremonia pareció cambiar. Elia ya no hablaba de esas cosas. Las madres estaban tranquilas. Sus tías le daban consejo. Ella aprendía las labores naturales de toda hembra y aunque su actitud era distinta al resto, no parecía haber motivo de preocupación.

Entonces vino el largo día sin sol, cuando la gran esfera en el cielo eclipsa la fuente de vida y se inicia el invierno. Elia, como todas las hembras nacidas en el ciclo anterior, había criado nuevo pelaje y en sus ojos brillaba el conocimiento antiguo de reverencia a lo desconocido.

Esa primera noche bailó. Fue una experiencia aterradora. Sus pies no se movían como los del resto, arriba y abajo, sacando astillas de la plataforma. Sus brazos hacían gestos graciosos, circulares, golpeando a sus compañeras de baile. Su rostro era una piedra sin expresión, los ojos blancos, la espalda curvándose con cada inspiración.

Nadie más bailó. El ritual se había manchado con locura y sangre de sus pies heridos. Los ancianos clamaron por su destierro. Las mujeres lloraron por las crías que nacerían muertas y por los machos que no regresarían a casa. Elia se detuvo, despertó del trance, oyó todo esto y cayó al suelo llorando desconsolada.

“No me maten” repetía quitando las astillas y limpiando la sangre en sus pies. El clan se apiadó, aquello que merecía entregar su cuerpo torturado a los depredadores fue perdonado. Y el hechicero inició la ceremonia allí mismo, saltando entre los puentes colgantes y rodeando el cuerpo de Elia con lianas.

Cuando su canto se apagó al fin, ocurrió el milagro. El sol destelló una vez más en el cielo, sólo un segundo. El mal estaba deshecho y el ritual se reinició con ardor en el canto de las mujeres. El clan había sido perdonado.

Sagú no dijo nada. Observó todo desde una choza más alta con el corazón golpeando fuerte en su pecho. Y cuando el ritual al fin acabó, cuando todo el clan había regresado a sus chozas, cuando sólo se oía el canto de las aves nocturnas y el lejano aullido de los depredadores de cacería, bajó a desatar a su hermana pequeña y se quedó allí vigilándola en su sueño intranquilo.
Elia soñó con ellos por primera vez. Dos criaturas altas y sin pelo en el rostro, vestidas con largas túnicas pálidas como flores y manos de cinco dedos blancos. Sus voces suaves la invitaban a seguir soñando y en su espíritu podía entender lo que decían, aunque el significado de las palabras estaba cargado de misterio.

Desde entonces Sagú no la perdió de vista. Donde quiera que él iba, ella tenía que acompañarlo. Sólo así evitaba que las mujeres la tironearan hasta arrancarle el pelo o que los de su edad la mordieran en los tobillos. No había mayor deshonra que ser un paria sin exilio.

Elia soñaba todas las noches. Soñaba con ellos. Soñaba con un ser oscuro que luchaba en singular combate. A veces podía sentir su dolor constante, agudizado con cada movimiento.
Otras veces soñaba con las extrañas rocas voladoras de su infancia. Ahora las veía con mayor nitidez. No eran rocas. Eran de metal como los cuchillos, grandes construcciones que ni un millar de herreros podrían concebir, capaces de surcar la noche eterna llevando vida a mundos imposibles.

Y una noche vio a Sagú. Lo vio allí, al pie de los árboles que eran su hogar, blandiendo la lanza contra un enemigo que no podía ver. Luego vio sangre, oyó gritos, y Sagú ya no estaba. No lo volvería a ver. Su hermano iba a morir.

Despertó llorando. Era sólo una pesadilla. Llamó a Sagú pero no oyó su gruñido tranquilizador. Miró en todas direcciones, afuera de su choza amanecía y Sagú no estaba.

La desesperación llenó de angustia su espíritu. Corrió fuera gritando por su hermano, las mujeres le arrojaron restos de comida. Los hombres mostraron sus dientes. Y Sagú no aparecía. Miró hacia abajo, al pie de los árboles, y revivió su pesadilla. Podía oler la sangre.

Se colgó de una liana y bajó rodeando el tronco con tal agilidad que los guerreros allí presentes aguantaron la respiración. Jamás habían presenciado tal destreza.

En el momento que sus pies tocaron el suelo por primera vez sintió algo nuevo. Una llamada. Un deseo incontrolable de correr en la dirección donde el sol se oculta cada noche. Sagú había dejado sus pensamientos, allí no había sangre, se había dejado llevar por su pesadilla. Ahora había un nuevo motivo para que la odiaran.

Oyó un crujido. Algo se acercaba desde la dirección de su deseo. Venía hacia ella. Traía algo consigo. Era la respuesta a su pregunta no formulada. Otro crujido, matorrales en movimiento, una voz conocida llamando a los vigías para que le tendieran una liana. Y entonces lo vio.

El hechicero.

Al verse ambos se quedaron quietos. Elia necesitaba saber que era lo que el hechicero ocultaba en su saco. Era la respuesta, y a la vez era la pregunta. Dio un paso hacia él cuando resonaron los cuernos.

Elia sintió el peligro. No había sentido algo así jamás en su vida. Un peligro se acercaba siguiendo el rastro dejado por el hechicero. El ruido de las lianas al golpear el suelo y los gritos de la multitud aterrada la sacaron de su trance. Un guerrero descendió para ayudarla a subir mientras otros dos tironeaban al hechicero.

Elia estaba a mitad de camino de la terraza más cercana cuando se percató que el guerrero que la había ayudado seguía en el suelo. Y sintió como si una mano invisible le apretara las entrañas. Era Sagú blandiendo su lanza, incapaz de subir a la liana por un pie herido luego de caer con todo su peso sobre una piedra filosa.

Entonces llegaron los depredadores. No eran los típicos lagartos que rondan el bosque en busca de carroña. Estos eran más altos que un guerrero y traían trofeos colgados de sus cuellos, largas hileras de calaveras, algunas todavía con piel y carne pegada al hueso.

Vieron a Sagú. Olieron su sangre, saltaron sobre su cuerpo y acabaron con su vida entre risotadas frenéticas.

Elia estaba petrificada. Lo había visto en su pesadilla y lo había propiciado. Era su culpa.
Los depredadores rondaron los árboles desde entonces. No se los podía ver, pero el clan sabía que permanecerían cerca hasta que el hambre los empujara a seguir su camino.

Elia fue rescatada por un grupo de guerreros furiosos. La pellizcaron, la mordieron, la escupieron, manosearon sus genitales mientras gruñían amenazas. Pero Elia ya no estaba en su cuerpo. Flotaba boca abajo en el mar de su culpa. Una vez en la terraza el hechicero le palmeó el rostro con tal fuerza que de su boca cayó un diente y la sangre manchó su pecho. Las mujeres clamaban por su sacrificio. Elia era una fuente de desgracia.

Entonces Daso rugió, “no habrá más sangre” y no hubo necesidad de explicar la razón. A lo lejos aún se oían las carcajadas siniestras de los depredadores.

Las mujeres corrieron a lavar el cuerpo de Elia y ungirlo con aceites. El hechicero revisó su boca y extrajo otro diente suelto. Entonces se dio cuenta, el olor manaba de ella y era una señal inequívoca. Elia entraría en calor en poco tiempo, antes incluso que otras hembras mayores que ella. Una razón más para aislarla.

El cuerpo lacio fue arrastrado hasta la choza del hechicero. Allí estaba la única jaula del clan y nadie, ni siquiera el hechicero, tenía recuerdos de la última vez que se había encerrado a alguien en ella. Nadie cometía delito alguno en contra de su propio clan.

Elia fue encerrada allí sin ceremonia. El hechicero encendió su brasero, extrajo algo de su saco y lo arrojó a las brasas. Una nube de humo plateado se desplegó ante él y el sueño de muerte inundó la habitación haciendo picar los ojos.

El hechicero la miró. Sentía remordimiento. Era una dura prueba para todos y la solución no podía ser fácil. El humo ya había penetrado en sus pulmones y sus sentidos se agudizaban con cada respiro.

Se vio a sí mismo haciendo la ceremonia una última vez, y así fue. Elia no reaccionó. Entonces se vio fornicando con ella, la tomó sin consentimiento y ella tampoco reaccionó. Su mente daba vueltas, vio a Elia caminado en un claro del bosque entre plantas rojas como la sangre… y supo que no había más remedio.

Abrió su saco, con una pinza extrajo un manojo de hojas frescas, venenosas, rojas como la sangre, y las molió en el mortero. La pasta roja parecía brillar en la oscuridad de la choza. Sus lágrimas se mezclaron con el preparado mientras abría la jaula y se sentaba junto a Elia, recitando el canto de los muertos. “Llegarás al lugar donde todos iremos, te reunirás con los ancestros y cruzarás el cielo hacia la gran esfera desde donde todos venimos”.

Elia tragó la sustancia amarga por simple reflejo. Su boca se adormeció, luego su garganta, su pecho y sus entrañas. Fue como quedarse dormida y sintió paz, sintió que podía volver a vivir su vida otra vez, deshaciendo los errores.

El mundo se apagó a su alrededor. Y en la oscuridad vio una flama que pronto se transformó en una fogata. El guerrero oscuro yacía muerto, tendido en una pira fúnebre. Su cuerpo ardió y de él y los que recorrieron estas tierras sólo quedó un recuerdo que pronto fue olvidado.

Elia abrió los ojos. Había visto la verdad. Tenía la pregunta y la respuesta. Podía sentir el veneno de la planta actuando en cada célula de su cuerpo. Y a diferencia de otros que murieron tras el simple roce de sus espinas, Elia lo controlaba y lo hacía suyo. Ya no tenía nada que temer.
La puerta de su jaula estaba abierta. El hechicero yacía junto al brasero, convulsionando y escupiendo espuma. Afuera aún era de día. Los niños cantaban no muy lejos de allí. Las mujeres reían mientras realizaban sus labores domésticas. Los guerreros compartían sus raciones de carne seca. El jefe del clan dormía la siesta en su choza privilegiada. Era un día normal, tranquilo, feliz.

Un día sin Elia.

Y sintió el odio por primera vez. Sagú había muerto apenas esa mañana, aún podía ver su carne desgarrada, oler su sangre, sentir su tragedia.

Tomó una daga de entre los amuletos del hechicero y le abrió el cuello con un solo corte. Bebió la sangre que manaba a borbotones y salió de la choza cubierta con el color de la desgracia.
Alguien la vio. Oyó gritos de horror y guerra. Oyó a Daso gritando “¡matadla!”.

¿Morir? Puso la daga entre sus dientes, notando que le faltaban dos incisivos. En sus genitales aún ardía la violación del hechicero. En sus manos y piernas podían verse las marcas de la tortura. ¿El clan había hecho con ella todo lo que estaba en su lista de cosas prohibidas y era ella la que debía morir?

Saltó de esa terraza maldita, tomó una liana, rodeó un tronco, saltó a un puente, se dejó caer entre las ramas del árbol madre, sujetó otra liana y tocó el suelo del bosque con gracia. Echó a correr hacia donde el sol se oculta cada noche, esquivando rocas y ramas por pasajes jamás transitados, escalando árboles y balanceándose entre lianas.

Nadie la siguió. Y cuando el sol enviaba los últimos destellos del día, llegó a ese claro de su sueño, rojo como la sangre.

Las plantas parecieron cobrar vida, movidas por un viento inexistente, dándole la bienvenida. Elia avanzó, se sumergió en el dolor de sus espinas que pronto se transformó en una caricia. Comió sus hojas y pudo ver. Vio todo. Sintió todo. La vida en este planeta y en los mundos cercanos, luego los lejanos, hasta que ya no hubo vida que fuera desconocida a su visión.

Entonces los volvió a ver. Y esta vez ellos la vieron también. Había sorpresa en sus miradas. Eran un macho y una hembra, hermanos. Y en su interior palpitaba un poder que ni Elia había podido imaginar, un poder que pronto superaría con creces.

“¿Qué eres?” preguntaron en un idioma de sonidos extraños. Elia no respondió, entendía perfectamente a qué se referían. No les interesaba saber su raza, el origen de su clan ni el nombre de la estrella donde orbitaba su mundo. En su pregunta estaba implícita la respuesta, “eres aquello a lo que más tememos”.

Elia lo sabía. Sabía lo que era, lo que podía llegar a ser. Y ellos no sabían nada de ella, dónde estaba ni por qué no la habían sentido hasta ahora.

“Soy Elia” dijo y cerró su espíritu a la visión de ellos. Jamás la volverían a sentir, no podrían encontrarla por más que buscaran en todo el universo conocido. Estaría oculta hasta que llegara el momento.

Y fue entonces que sintió el objeto. Estaba de pie en el lugar indicado, en el centro de este paraje bañado por la luz de las estrellas. Bajo ella, entre las cenizas del guerrero oscuro de sus sueños, estaba el objeto que la haría el ser más temible de este extremo de la galaxia. No hubo necesidad de escarbar. El objeto vendría hasta su mano sin esfuerzo.

La sensación de peligro se apoderó de su pecho, algo se acercaba. Concentró sus ideas, llamó al objeto y éste salió despedido de debajo de la tierra. Elia lo atrajo hacia su mano y cuando llegó a ella, se activó.

Su grito silenció el bosque entero. Un haz de luz rojo proveniente de uno de los extremos del objeto le había quemado el rostro, cegando su ojo derecho. No había tiempo para lamentarse, el peligro estaba sobre ella. Tomó el objeto con sus dos manos y lo blandió con increíble destreza, danzando entre las plantas mientras los depredadores que se habían deleitado con la carne de su hermano caían partidos en dos a su alrededor.

En apenas una decena de latidos volvió a estar sola. Observó el objeto con detenimiento, estaba claro su propósito. Movió un trozo de metal en la base del arma y el haz de luz se extinguió. Lo volvió a encender y apagar una y otra vez, deleitando su vista, rodeada de rojo y sangre.

El odio que hervía en su espíritu cobró nueva fuerza. La quemadura en su rostro ardía y aumentaba su furia y frustración. Comió más hojas hasta que su estómago ya no pudo más y echó a correr de regreso a los árboles del clan que la había visto nacer, con el arma en su mano, deseando la muerte para todos.