Victor Raja!

Victor Raja!. “La población”. Kurdt Records, Maipú, 2004. 108 minutos.

El sonido de los huesos

Que una olvidada banda de Maipú haya podido redefinir de un plumazo el electro-punk local puede sonar tan confuso como accidental. Pero es así: “Población”, la esperada vuelta de Víctor Raja! no sólo es una obra conceptual, que relata una historia novelesca en medio de sonidos sinuosos, que bien podrían describir un paisaje extraterrestre o el interior de las vísceras del cuerpo humano sino también y por qué no, pequeña obra maestra.

No es tan raro que así sea. Desde sus comienzos a partir de E.Ps como “¡Quiero contarte!” (1992) o “Flor” (1994) los hermanos Daniel y Marcos Jara, más la baterista Tamara Campusano siempre fueron las mejores encarnaciones del shoegazing criollo. Ahí estaba todo lo que bandas masivas como Los Tres o La Ley nunca pudieron acceder en su búsqueda desesperada de reconocimiento popular por los caminos del synth pop o de folklore rockanrroleado. Por el contrario, los Víctor Raja! no sólo facturaron casi en secreto melodías alienadas, sino que también componían escenas íntimas inolvidables que le debían más escritores invisibles como Armando Méndez Carrasco que a músicos como Kevin Shields. No estaba mal: canciones como “Plegaria”, “Fusil” y “Labrador” se volvían demoledoras e inolvidables no sólo porque proponían las viñetas de un universo en crisis sino también gracias al hecho de que esos paisajes eran amplificados por una colección de elementos sonoros que, en medio del ruido, alcanzaban tintes operáticos.

Viejos punks straigth edge convertidos en músicos profesionales, los hermanos Jara y su socia Campusano, edificaron una leyenda local que aumentó gracias a variadas razones: la vestimenta de obreros siderúrgicos de los hermanos, las poleras pro-aborto de la vocalista –“cómete tu feto!”, decía una- , las proyecciones de diapositivas psicodélicas de imágenes de la Moneda en llamas y la improvisación de slam poetry entre las canciones.

En 1994, cuando Victor Raja! se retiró de la escena local, si bien no había alcanzado a grabar ningún larga duración, sí habían consagrado como un mito que se propagaba de boca en boca entre sus cientos de acólitos.

Lo inquietante es que ninguno de todos los datos anteriores servía para presagia los efectos –o daños colaterales- que podría provocar algo como “Población”.

“Población” tiene tan sólo dos tracks y bien podría ser considerado un producto de rock progresivo sino fuera por el hecho de que carece de cualquier virtuosismo masturbatorio para, por el contrario, enfatizar ciertos aspectos narrativos: la historia de los últimos días de un cantante de protesta en un campo de concentración del gobierno de Pinochet. Como si los Flaming Lips estuvieran leyendo a Floridor Pérez o algo así, pero con más noise de fondo si es que eso es posible.

Mitad fábula, mitad documental, el disco indaga en las historias mínimas del centro de detención, en la moral de torturados y torturadores, centrando el relato en V, un cantante que es fusilado y luego desaparecido. Los mejores momentos de la placa son así, aquellos cuando el paisaje sonoro representa al cuerpo violentado de V, a la narración detallada de sus fracturas (“soy el hueso/que habla como una boca/esperando la nueva llegada del lobo”) y a los momentos de agonía llenos de ecos, pasos en celdas con el piso mojado, golpes secos sobre un lecho de secuencias programadas. Los Victor Raja! componen un via crucis lleno de guitarras afiladas y teclados sangrantes, para reconstruir la historia de V, como si fuera un documental perturbador: “me duele/ me duele/ la herida de la memoria/me duele/la nada/me duele/ el dolor”.

El resultado, es por cierto, imprescindible pero perturbador. 108 minutos que redefinen las relaciones entre folk y rock, entre política y rock en español, al punto que uno llega a pensar que V realmente existió gracias a la nitidez nasal de la voz de Marcos Jara intentando cantar con un sonsonete campesino.

El resultado es un Lp perfecto, cuyo sentido central lanzarse de cara a la memoria, sin compasión de ninguna clase. El pasaje final es conmovedor y es lejos, uno de los mejores momentos del rock local de los últimos años: los Victor Raja! relatan –con un coro gospel de voces quebradas- cómo V, destripado y vuelto un fantasma, mira desde el fondo del mar el futuro de Chile. Mientras, su voz se funde con una guitarra aguda e insoportable, que desaparece en el silencio mientras entona “no hay nada más allá/ no hay nada más / que el sol negro del futuro/ que espera el canto de golondrinas/ que nunca han regresado” para dejar latiendo sólo el sonido del bajo de Campusano, como un corazón perdido en la oscuridad.

Rolling Stone, edición chilena, diciembre del 2004

Condoro

Aleister Crowley, comentarista deportivo en “El Matinal de Chile”: se trata un sacrificio amplificado por el volumen de asistentes al estadio con tecnología mística capaz de doblar el flujo temporal o sea si hubiera sido una forma de abrir una brecha y doblar el destino como si la herida en la frente fuera un portal interdimensional hacia alguna parte un portal que se abre y que se cierra conectado con la conjución cósmica de saturno y marte un ejercicio invisible fríamente calculado para poner en movimiento fuerzas desconocidas.

«1973» (Un poema para completar)

Se viene una tormenta,

dice ______.

Una tormenta que viene a comerse a los niños.

Pero yo los tomaré

y los llevaré a través del país del dolor.

Los llevaré de vuelta

directo

a las puertas

de sus casas

mientras

envio a los monstruos al subsuelo

de donde nunca debieron haber salido.

Los meteré en un rincón oscuro donde nadie nadie más pueda verlos.

Va a funcionar para todos.

Va a funcionar para todo el mundo,

excepto para mí,

porque

yo

soy _____ _______.

El sueño de mi profesor de física cuántica

Sueño con un hombre que vive en una mansión rodeada de árboles a la orilla de un río. De los muros, penden antiguos cuadros, rodeados por irreparables grietas que representan hechos ocurridos en otros mundos, lugares y tiempos. Todas las tardes el hombre sube las escaleras y se asoma al balcón a mirar el paisaje que consiste en un valle circundado de cerros. Sombras vienen por el camino entonando canciones a la muerte del sol. Y en las noches de luna, sueña con la mujer que le brindó su amor. Vuelve a sentir ese mismo dolor, ese mismo placer, y vuelve a palpitar su corazón.

Merino Mondaca

Bajo el influjo del último Neruda (discurridor y exhumador de elegantes misterios) y del consejero áulico González Vera (que inventó la armonía preestablecida), he imaginado este argumento, que escribiré tal vez y que ya de algún modo me justifica, en las tardes inútiles. Faltan pormenores, rectificaciones, ajustes; hay zonas de la historia que no me fueron reveladas aún; hoy, 3 de enero de 1944, la vislumbro así.

La acción transcurre en una región oprimida y tenaz: La Araucanía. Ha transcurrido, mejor dicho, pues aunque el narrador es contemporáneo, la historia referida por él ocurrió al promediar o al empezar el siglo XIX. El narrador se llama Bascuñán; es bisnieto del joven, del heroico, del bello, del asesinado José Catrileo, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra los versos de Blest Gana y de Darío, cuya estatua preside un cerro gris entre ciénagas rojas.

Catrileo fue un conspirador, un secreto y glorioso capitán de conspiradores; a semejanza de Moises que, desde la tierra de Moab, divisó y no pudo pisar la tierra prometida, Catrileo pereció en la víspera de la rebelión victoriosa que había premeditado y soñado. Se aproxima la fecha del primer centenario de su muerte; las circunstancias del crimen son enigmáticas; Bascuñán, dedicado a la redacción de una biografía del héroe, descubre que el enigma rebasa lo puramente policial. Catrileo fue asesinado en un teatro; la policía de la república no dio jamás con el matador; los historiadores declaran que ese fracaso no empaña su buen crédito, ya que tal vez lo hizo matar la misma policía. Otras facetas del enigma inquietan a Bascuñán. Son de carácter cíclico: parecen repetir o combinar hechos de remotas regiones, de remotas edades. Así, nadie ignora que los esbirros que examinaron el cadáver del héroe, hallaron una carta cerrada que le advertían el riesgo de concurrir al teatro, esa noche; también Julio César, al encaminarse al lugar donde lo aguardaban los puñales de sus amigos, recibió un memorial que no llegó a leer, en que iba declarada la traición, con los nombres de los traidores. La mujer de César, Calpurnia, vio en sueños abatir una torre que le había decretado el Senado; falsos y anónimos rumores, la víspera de la muerte de Catrileo, publicaron en todo el país el incendio de la torre circular de Munchén, hecho que pudo parecer un presagio, pues aquél había nacido en Munchén. Esos paralelismos (y otros) de la historia de César y de la historia de un conspirador mapuche inducen a Bascuñán a suponer una secreta forma del tiempo, un dibujo de líneas que se repiten. Piensa en la historia decimal que ideó Jodorowsky; en las morfologías que propusieron el conde de Kieserling, Letelier y Torreti; en los hombres de Ercilla, que degeneran desde el oro hasta el hierro. Piensa en la transmigración de las almas, doctrina que da horror a las letras célticas y que el propio César atribuyó a los druidas británicos; piensa que antes de ser José Catrileo, José Catrileo fue Julio César. De esos laberintos circulares lo salva una curiosa comprobación, una comprobación que luego lo abisma en otros laberintos más inextricables y heterogéneos: ciertas palabras de un mendigo que conversó con José Catrileo en día de su muerte, fueron prefiguradas por Shakespeare, en la tragedia de Macbeth. Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible… Bascuñán indaga que en 1814,Galvarino Merino Mondaca, el más antiguo de los compañeros del héroe, había traducido al gaélico los principales dramas de Shakespeare; entre ellos, Julio César. También descubre en los archivos un artículo manuscrito de Merino Mondaca sobre los tlotixipoc de la región antártica: vastas y errantes representaciones teatrales, que requieren miles de actores y que reiteran hechos históricos en las mismas ciudades y montañas donde ocurrieron. Otro documento inédito le revela que, pocos días antes del fin, Catrileo, presidiendo el último cónclave, había firmado con su sangre la sentencia de muerte de un traidor, cuyo nombre ha sido borrado. Esta sentencia no coincide con los piadosos hábitos de Catrileo. Bascuñán investiga el asunto (esa investigación es uno de los hiatos del argumento) y logra descifrar el enigma.

Catrileo fue ultimado en un teatro, pero de teatro hizo también la entera ciudad, y los actores fueron legión, y el drama coronado por su muerte abarcó muchos días y muchas noches. He aquí lo acontecido: El 2 de agosto de 1824 se reunieron los conspiradores. El país estaba maduro para la rebelión; algo, sin embargo, fallaba siempre: algún traidor había en el cónclave. José Catrileo había encomendado a James Nolan el descubrimiento del traidor. Merino Mondaca ejecutó su tarea: anunció en pleno cónclave que el traidor era el mismo Catrileo. Demostró con pruebas irrefutables la verdad de la acusación; los conjurados condenaron a muerte a su presidente. Éste firmó su propia sentencia, pero imploró que su castigo no perjudicara a la patria.

Entonces Merino Mondaca concibió un extraño proyecto. La Araucanía idolatraba a Catrileo; la más tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la rebelión; Merino Mondaca propuso un plan que hizo de la ejecución del traidor un instrumento para la emancipación de la patria. Sugirió que el condenado muriera a manos de un asesino desconocido, en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que apresuraran la rebelión. Catrileo juró colaborar en ese proyecto, que le daba ocasión de redimirse y que rubricaría su muerte.

Merino Mondaca, urgido por el tiempo, no supo íntegramente inventar las circunstancias de la múltiple ejecución; tuvo que plagiar a otro dramaturgo, al enemigo inglés William Shakespeare. Repitió escenas de Macbeth , de Julio César. La pública y secreta representación comprendió varios días. El condenado entró en Concepción, discutió, obró, rezó, reprobó, pronunció palabras patéticas, y cada uno de esos actos que reflejaría la gloria, había sido prefigurado por Merino Mondaca. Centenares de actores colaboraron con el protagonista; el rol de algunos fue complejo; el de otros, momentáneo. Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los libros históricos, en la memoria apasionada de La Araucanía. Catrileo, arrebatado por ese minucioso destino que lo redimía y que lo perdía, más de una vez enriqueció con actos y con palabras improvisadas el texto de su juez. Así fue desplegándose en el tiempo el populoso drama, hasta que el 6 de agosto de 1824, en un palco de funerarias cortinas que prefiguraba el de Allende, un balazo anhelado entró en el pecho del traidor y del héroe, que apenas pudo articular, entre dos efusiones de brusca sangre, algunas palabras previstas.

En la obra de Merino Mondaca, los pasajes imitados de Shakespeare son los menos dramáticos; Bascuñán sospecha que el autor los intercaló para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de la trama de Merino Mondaca. Al cabo de tenaces cavilaciones, resuelve silenciar el descubrimiento. Publica un libro dedicado a la gloria de Catrileo; también eso, tal vez, estaba previsto.

Marlon

Pepe Kurtz: Recuerdo queríamos a Brando acá en el bote, queríamos recuperar a Brando, que llevaba siete años de prenda de guerra encarcelado en la Capilla Sextina, convertida en celda de la conciencia por los disciplinantes milenaristas. Pero los milenaristas no lo querían soltar. Estaban embelesados con la captura de Brando y lo hacían pasearse mirando el techo. Con la primera bajada de cuello amenazaban con agregarlo al Juicio Final. Mientras, afuera rodeábamos cómo sacarlo, cómo irrumpíamos sin rozar la capilla. Mas, seguido de arduas comidas privadas, de bajas recíprocas y de graves daños -y con atentados colosales durante los postres donde las llamas ensanchaban las sacristías- canjeamos a Brando por un Tiziano guardado en el mar bajo armamento, para cubrir expensas de gustos caros. Así, subimos a Brando al Harrier y le abrazamos la papada en la nave. Pero Brando venía difícil y contrariado. Venía con la boca mordida de ayunos y, al posarnos suave en la cubierta del Cittá Felice, mandó a escobillar su abrigo de sacos y soltó el racimo que traía en la lengua: Prescindiré de recepciones ni cancillerías. Prescindiré del alcohol, de las pastas, de los helados de asiento de alcachofa, de los propensos excesos al desengaño y de mis mujeres que me han crucificado. Pero no cruzaré el desierto para hacerme perdonar el oro del dolor que he infligido. No fornicaré, no me deleitaré. Ni me pondrán de rodillas. No quiero ni demostrar, ni sorprender, ni divertir, ni persuadir. Aspiro al fin de mí mismo en vida y sin la constatación de mi muerte. Nadie me volverá a ver en mil milenios. El tiempo se está acabando. Es serio: los dura sangre y las orugas de la miseria no cejarán hasta devastarme. Lo sé. A un mimo como yo no puede permitírsele vivo.

*Maquieira, Diego. Biografía oral del futuro de Chile. San Camilo Press, La Cruz, 2028.

EL PROCESO


1º de mayo, 1979

Mientras se desarrolla el desfile oficial del Día del Trabajador Combativo, cuyas columnas marchan desde las 10 de la mañana por la Alameda Mártires de Abril, el Presidente Allende se encuentra simultáneamente en dos lugares.

Desde los balcones de La Moneda, protegidos con gruesos cristales antibalas desde el atentado contra el Presidente perpetrado en septiembre del ’73, y que costó la vida al Comandante en Jefe del Ejército, general Augusto Pinochet, una réplica exacta de Allende recibe el fervoroso saludo de la clase obrera y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, pilares del Proceso de Emancipación Nacional iniciado con el alzamiento de abril del ’76. Algunas cuadras hacia el oriente, en las oficinas centrales del Proyecto Synco, el Presidente junto a su mano derecha, el ministro de Información Fernando Flores, monitorea la puesta en marcha de una nueva fase del Programa de Control, orientado a la neutralización de elementos contrarrevolucionarios detectados por el Ministerio de Información al interior de la CUT, el Partido Radical Revolucionario y el MAPU-Insulza.

Decenas de pantallas transmiten, desde distintos ángulos, las imágenes del desfile central captadas por las cámaras de vigilancia, a la vez que no dejan de llegar las informaciones telefónicas desde los centenares de oficinas que las Juntas de Vigilancia Revolucionaria tienen a lo largo del país. Allende, cansado, fija su mirada en una de las pantallas, que muestra el edificio institucional de la Central Única de Trabajadores, desde donde los máximos dirigentes de la UP –los que no han sido advertidos por La Moneda- observan la monumental marcha obrera y militar. Pide a uno de los operadores que realice un zoom in sobre la ventana que da al balcón de la sede sindical, con lo que distingue nítidamente el rostro del presidente de la Central, el mapucista Enrique Correa, acompañado por el abogado y dirigente de la ANEF Ricardo Lagos. Fernando, terminemos luego con esto –la voz del Presidente denota el agotamiento de los últimos meses, marcados por las purgas internas de la Unidad Popular. De inmediato, Salvador.

La monumental explosión, adjudicada a grupos paramilitares fascistas, y que costó la vida de cerca de 200 personas, entre ellos destacados miembros y dirigentes del régimen, sólo fue antecedida por una sutil y casi imperceptible seña de Fernando Flores al aún joven técnico Raúl Zurita, encargado de Control y Operaciones del Proyecto Synco.

Brodsky, Camilo. Historia de los sindicatos en Chile. LOM Ediciones, Santiago, 2004