Milagro Artificial

Un reloj digital de luces rojas marca una parpadeante cuenta regresiva. Nueve minutos con cuarenta segundos para encontrarle un sentido a todo.

Como hipnotizada, busco el origen de esos refulgentes dígitos. El nueve ofrece su vida para dar origen a un ocho, éste se sacrifica por el siete y, sucesivamente, todos los números desaparecen con la tranquilidad de que una nueva decena comienza después del cero. Quiero ser como esos números. Me quedan nueve minutos exactos.

La habitación está inmersa en una obscuridad casi absoluta. Además del rojo intermitente iluminando mi cara, las ranuras de una persiana a mi derecha permiten el paso de tenues rayos de luz. Por una de esas ranuras, los ojos de la Catita me miran fijo.

Catalina nunca me pareció un bonito nombre, creo haberle dicho a mi patrona alguna vez. Mi niña se llamaría Sofía y, de ser un niño, Jaime. “Catalina Paz”, me explicaba la patrona, “le puse así en honor a quien la llevó en su vientre. Una SustiTud desactivada el año 2020”.

El contador marca siete minutos con treinta segundos y la silueta de la Catita ya no se dibuja tras las persianas. Ahora se oyen pasos acelerados, ruedas de camillas atravesar el pasillo y un par de risas afuera de la habitación. Siento una familiar presión en la zona pélvica, trato de levantar la cabeza para inspeccionar mi entrepierna, pero el cable conectado en la parte baja de mi nuca queda peligrosamente tirante obligándome a regresar a la posición original. Ya sólo debo soportar seis minutos.

Siempre he sabido lo que soy. Tal vez por eso puedo estar relativamente tranquila. Porque siempre supe que este momento llegaría. Lo que no esperé jamás fue sentir este miedo enfermizo. Todos sabemos lo absurda y cruel que puede resultar la vida y, a pesar de eso, no sabemos eludir el miedo en aquellos momentos cruciales. Si mi patrona me escuchase quejarme de la vida, se reiría. Me diría que no sé lo que es una vida, porque nunca la he tenido. Probablemente tendría razón y, aun así, tengo miedo.

El protocolo indica que, para generar un ambiente familiar y cómodo, la habitación en la que se dará a luz debe acondicionarse como una réplica del verdadero cuarto de la SustiTud. Por eso es que puedo extender mi mano derecha, empuñar mi figura de Dark Star, tantear el velador con mi palma extendida y tocar el rosario. Cogerlo entre mis dedos y hacerlo pedazos al tiempo que una contracción me deja sin aliento. En cuatro minutos con cincuenta segundos todo habrá terminado.

A la gente como yo no suelen contarle la verdad, pero como mi patrona es una buena mujer, mi suerte fue distinta. Me permitió inventar recuerdos, me dejó amar a su familia, trazar planes futuros, y nunca me ocultó la realidad de mi naturaleza. Si hoy el pánico me tiene paralizada es sólo mi culpa. Tuve la posibilidad de no aferrarme a lo mundano, pero opté por jugar a tener una vida. Una vida de nueve meses, pero vida al fin y al cabo.

Cuando sólo quedan cuatro minutos, logro distinguir un par de risas y susurros afuera de la habitación. Es mi patrona. Saber que está contenta me relaja un poco. Ella no merecía ser estéril. Una mujer como ella estaba destinada a criar hijos.

Vuelvo a mirar el fulgor rojizo con forma de números y me da gusto que el tiempo avance tan rápido. El minuto cuatro se sacrifica para dar vida al tres. Un líquido sale descontroladamente desde mi vagina, empapa las sábanas y humedece mis muslos.

Inmediatamente después de eso comienza a sonar un agudo silbido. A juzgar por la caótica reacción de la gente afuera de la habitación, el silbido debe oírse en todo el edificio. Alguien entra en el cuarto pero mis ojos adaptados a la oscuridad son incapaces de reconocer al individuo bajo la poderosa luz banca del exterior. Siento que apoya su mano en el colchón mojado entre mis piernas. Luego siento su respiración cerca de mi rostro y unos dedos delicados palpando mi nuca alrededor del cable. Oigo sus pasos acelerados alejarse de la cama y un portazo que me devuelve la oscuridad. Quedan dos minutos.

Ya es tiempo de pujar, puedo sentir el Esterutero G21 dilatado y 3 kilogramos de vida exigiendo ser liberados. En un minuto y medio todo cobrará sentido.

La falta de aire y el agotamiento me impiden comprender a cabalidad lo que ocurre a continuación. Diferentes voces han invadido la habitación. Un metal frío separa los labios de mi vagina hasta causarme un ligero dolor y siento el abductor haciendo su trabajo. Ya no es necesario seguir pujando. Entreabro los ojos, el sudor se filtra entre mis párpados y alcanzo a contar no menos de siete siluetas humanas dentro del cuarto. Todos están atentos a lo que ocurre en mi entrepierna. Al fondo, la cuenta regresiva alcanza los 30 segundos.

Oigo a mi patrona decir que ha nacido Sofía. Ahora puedo descansar. Quedan 10 segundos y la conexión en mi nuca se está tensando cada vez más. Estoy a punto de ser desactivada.

Gemidos agudos, graves y metálicos. Cables pelados, alambres crispados y enrollados en el ombligo de la criatura crean un lazo que hoy se rompe para siempre.
Un llanto humano. Un androide yace en la camilla. Un milagro artificial.

Autor: José Manuel Bustamante
Imagen: New Generations Daddy by ~Loux

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