Tomado de Las Memorias del Canciller Arturo Kieber-Latorre
Ediciones Dobleverso. Mayo, 2039
«Tenía 10 años cuando acompañé a mi padre a Germania, la ciudad más fabulosa que vio el mundo moderno, la nueva Atlántida de Albert Speer, el faro que marcó el año cero de la nueva civilización. Fue en julio de 1984 y papá trabajaba para el ministerio de relaciones exteriores durante el segundo periodo de Allende. Las relaciones entre el Neosocialismo chileno y el III Reich no podían ser las mejores, sobre todo en lo referente a intercambio tecnológico. Era la época del esplendor cibernético chileno, de los primeros robots, aquellos que la prensa bautizó Dígitos y que cuantos malestares nos dieron en las siguientes décadas.
«Tres años del fin de la guerra fría y Alemania había abierto sus puertas a los países de la orbita socialista, dentro de los cuales Chile era uno de los más privilegiados. Claro, faltaba mucho para la gran crisis latinoamericano y nuestro país era entonces apenas una línea en la costa Pacífica del subcontinente. Aun existían Ecuador, Perú y Venezuela y nadie aventuraba soñar con las actuales Confederación Bolivariana, Amazonia del Norte, Amazonia del Sur y Unión Patagónica, menos aun con la guerra del 2003.
«Papá había viajado varias veces a Germania y la casa estaba llena con fotos de la gran ciudad que regía los destinos del mundo libre. El trayecto fue tranquilo. Yo y mi infantil fanatismo por los aviones estabamos desbordantes. Después de un vuelo sobre los Andes en un Tupolev de Lan Chile llegamos a Buenos Aires donde embarcamos en un transatmosférico Heinkel de Lufthansa. El salto suborbital entre el Río de la Plata y Frankfurt fue de apenas 4 horas, la tecnología alemana no sólo era adelantada, también confortable. En Frankfurt hicimos transbordo a un zeppelin para vuelos locales, una nave enorme y silenciosa, dotada de rotores inclinables y una barquilla para 400 pasajeros sentados. Sé que papá quería llegar a Germania en el riel de alta velocidad y que cedió a la lentitud del zeppelin para darme en el gusto. El sabía bien como se disfruta la primera vista de Germania desde el aire. Y como el sobrecogedor espectaculo podía cambiar para siempre la percepción del mundo que se tiene cuando uno es niño. Con los años y cada vez que pienso en el fatídico destino de Germania no puedo evitar dejar caer una lágrima. La arquitectura, la belleza de su calles, su legado a la humanidad, su simétrica perfección… todo perdido por un capricho de la naturaleza. En fin… El dirigible cubrió en tres horas la distancia entre Frankfurt y Germania. Recuerdo que el día estaba nublado y los verdes campos de la tierra patria alemana luchaban por colarse entre los jirones de nube. El primer indicio de nuestro arribo a la capital Europea fueron dos ME-978, de la Guardia Urbana de la Luftwaffe que aparecieron a un costado del zeppelin para rastrear que todo estuviera en orden en la nave, tras los atentados suicidas del 77, aquello era un trámite obligado a cualquier vehículo volante que se acercara al espacio aéreo de la capital del Reich. Entonces apareció. Las nubes se abrieron y la nueva Roma deslumbró sus mármoles y piedras perpetuas ante mis ojos de infante. El gran Domo del pueblo relució su cúpula colosal contra los ventanales del dirigible, atochados de turistas con cámaras fotográficas. La mayor ciudad del mundo, el espectáculo urbano por excelencia, una joya contra la decadencia de Londres y Nueva York… (continuará)
«Tres años del fin de la guerra fría y Alemania había abierto sus puertas a los países de la orbita socialista, dentro de los cuales Chile era uno de los más privilegiados. Claro, faltaba mucho para la gran crisis latinoamericano y nuestro país era entonces apenas una línea en la costa Pacífica del subcontinente. Aun existían Ecuador, Perú y Venezuela y nadie aventuraba soñar con las actuales Confederación Bolivariana, Amazonia del Norte, Amazonia del Sur y Unión Patagónica, menos aun con la guerra del 2003.
«Papá había viajado varias veces a Germania y la casa estaba llena con fotos de la gran ciudad que regía los destinos del mundo libre. El trayecto fue tranquilo. Yo y mi infantil fanatismo por los aviones estabamos desbordantes. Después de un vuelo sobre los Andes en un Tupolev de Lan Chile llegamos a Buenos Aires donde embarcamos en un transatmosférico Heinkel de Lufthansa. El salto suborbital entre el Río de la Plata y Frankfurt fue de apenas 4 horas, la tecnología alemana no sólo era adelantada, también confortable. En Frankfurt hicimos transbordo a un zeppelin para vuelos locales, una nave enorme y silenciosa, dotada de rotores inclinables y una barquilla para 400 pasajeros sentados. Sé que papá quería llegar a Germania en el riel de alta velocidad y que cedió a la lentitud del zeppelin para darme en el gusto. El sabía bien como se disfruta la primera vista de Germania desde el aire. Y como el sobrecogedor espectaculo podía cambiar para siempre la percepción del mundo que se tiene cuando uno es niño. Con los años y cada vez que pienso en el fatídico destino de Germania no puedo evitar dejar caer una lágrima. La arquitectura, la belleza de su calles, su legado a la humanidad, su simétrica perfección… todo perdido por un capricho de la naturaleza. En fin… El dirigible cubrió en tres horas la distancia entre Frankfurt y Germania. Recuerdo que el día estaba nublado y los verdes campos de la tierra patria alemana luchaban por colarse entre los jirones de nube. El primer indicio de nuestro arribo a la capital Europea fueron dos ME-978, de la Guardia Urbana de la Luftwaffe que aparecieron a un costado del zeppelin para rastrear que todo estuviera en orden en la nave, tras los atentados suicidas del 77, aquello era un trámite obligado a cualquier vehículo volante que se acercara al espacio aéreo de la capital del Reich. Entonces apareció. Las nubes se abrieron y la nueva Roma deslumbró sus mármoles y piedras perpetuas ante mis ojos de infante. El gran Domo del pueblo relució su cúpula colosal contra los ventanales del dirigible, atochados de turistas con cámaras fotográficas. La mayor ciudad del mundo, el espectáculo urbano por excelencia, una joya contra la decadencia de Londres y Nueva York… (continuará)
Wow!!…Germania+SYNCO
Quién se atreve a mezclarla con una Ucronía gringa?
A ver si armamos una istoria alternativa del planeta.
Cuá habría sido el inicio de la fractura?
El meteoro de Tunguska?
ese disparo en sarajevo?
Que visión horrible. De cualquier forma, dudo mucho que los nazis recibieran chilenos de esa forma, en una situacion hipotetica como esa.