EL FANTASMA

Estimado Capitán

«Le escribo esta carta para contarle un hecho de lo más extraño que sucedió antenoche acá mismo en Tirúa. Con fecha 18 de Octubre de 1860 se desató uno de esos temporales que usted bien conoce. Si parecía que el mismo mar se nos iba a echar encima. Hubo que entrar los botes más grandes y soltar los más chicos para que se los llevara la mar. Perdimos a dos hombres, usted no los conoció, unos cabros de la zona que trabajaban acá de temporeros. Pero no es del temporal de lo que quiero hablarle y pedirle consejo. A la mañana siguiente cuando todo estaba más en calma, el pueblo estaba todo agitado. Me asomé por la ventana y vi que todos corrían a la playa. Me vestí rápido y fui a ver que había sucedido. Seguramente ya le contaron que el oleaje trajo el cadáver de un Cachalote. Pero mi capitán le juro que no era un Cachalote, no al menos como los que usted y yo hemos visto en alta mar o varados en otras playas. El Cachalote que trajo la marea era el macho más grande que yo hubiera visto, al menos 5 o 6 metros más grande que los comunes. Y lo de común no es casual, mi señor. El animal no sólo era bíblico en sus proporciones, sino que totalmente albino. Blanco como la misma palidez de la muerte. El cachalote era viejo, por sus dientes y cicatrices era fácil calcularle una edad centenaria, porque si de algo murió fue de viejo. En vida debió de ser todo un luchador, porque su cuerpo estaba entero cubierto por arpones y lanzas. Pero eso no es lo más importante, mi Capitán. Amarrado a la joroba del animal, atado por las cuerdas de uno de los arpones, colgaba el esqueleto de un hombre. El esqueleto de un hombre cojo, vestido aún con jirones de ropa marinera a la usanza de Nantucket. La ballena la enterramos bajo la arena, pero el cadáver del cojo, Capitán. Se que le parecerá extraño, pero mandé a que le hicieran un ataud. Y he aquí mi pregunta. El párroco de Tirúa se niega a darle santa sepultura a menos que usted, con su autoridad, se lo pida. Yo le ruego señor, que por el descanso de esa alma, autorice usted el entierro. El muerto de la Ballena Blanca tiene a muchos asustados por acá, lo divino calma los miedos, usted sabe. Sin otro particular.”

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