Que Burroughs haya alcanzado una edad tan avanzada es un homenaje a los poderes regeneradores de una vida intensa, vivida de punta a punta. Mas de medio siglo de consume Intensivo de drogas no logro apagar su espíritu notablemente lucido ni su humor filoso y helado. La última vez que lo vi en Londres, hace algunos anos, estaba encorvado y se cansaba muy rápido, pero no era muy diferente del personaje ya legendario al que conocí por primera vez a principios de los 60 en su departamento de Duke Street en St. James.
La revista Esquire me había pedido que escribiera un retrato suyo, pero Burroughs, aunque me recibió con mucha cortesía, –era muy desconfiado. Ya estaba obsesionado por el funesto poder de los imperios mediáticos. Mientras su joven amiguito, que tenia tatuado «love” y «hate” en las articulaciones de los dedos, cortaba un polio al homo, Burroughs describía la manera mas eficaz de acuchillar a un hombre y matarlo. Y todo esto con un ojo puesto sobre las puertas y las ventanas. “La CIA me vigila, Estacionan su camioneta de la tintorería enfrente de mi casa”, me confió. No creo que se burlara de mí. Su imaginación estaba repleta de cosas extrañas salidas de series del tipo «Increíble pero real», de novelas policiales pulp y, en lo que concierne a las camionetas de tintorería, de películas de espionaje hollywoodenses de los anos de la Guerra Fría. Cuando Burroughs hablaba del complot de la revista Times para conquistar el mundo, lo hacia con seriedad. Rechace la misión de Esquire, porque entendí que nada de lo que escribía podría hacer justicia, incluso de lejos, a la imaginación increíblemente paranoica de Burroughs. Cambió poco con el tiempo, y en verdad no lo necesitaba –su extraño genio era el espejo perfecto de su época, e hizo de el escritor más importante y original de la posguerra. Ahora no nos quedan mas que los novelistas de carrera.
© The Guardian, 4 de agosto de 1997