Siempre nos dijeron que Malvinas era un centro de investigaciones científicas, que era un pedrusco habitado por un puñado de Kelpers-los últimos, a los que se les había permitido quedarse-y algunas ovejas. Eso si, che, el frío era cosa seria, era un viento como mano de muerto que te agarraba y te congelaba por dentro, que ni un mate cosido bien caliente te reponía.
Bueno, la cosa es que en Malvinas no había nada. Ni Kelpers, ni ovejas, nada. Solo un edificio de cemento, como un cubo de unos 200 metros de lado y unos 70 de altura. Imagínese, yo vengo de Salta, y me dio miedo la cosa esa. Mas miedo daba el que nunca nos permitieran entrar, vivíamos en unos búnkers llenos de bichos y humedad, en las instalaciones usadas por los ingleses cuando la invasión argentina del 30. Yo pienso que ahí me enfermé, con la humedad, y no como todos dicen por la máquina esa, la que tenían dentro del edificio.
El servicio en Malvinas era de un año, con licenciamiento automático al regreso. Por eso todos se anotaban para ir, pero pocos eran elegidos. Nadie decía nada al volver. Solo hablaban del clima, o de las visiones que se veían en la isla desolada. Ahora recién me vengo enterando, sabe, que la mayoría ya han muerto, y algunos están en las últimas. Como yo, supongo, pero yo me resigno, no dejo que me gane la pena, y trato de no pensar en los sueños que tenía en el bunker de Malvinas.
Al final de mi año, una noche nos sacaron a todos del refugio y nos formaron. Nos leyeron una proclama de La Señora que no escuché muy bien por el viento huracanado que nos pegaba. Entendí que estábamos en guerra con Chile, y que debíamos redoblar nuestros esfuerzos.
Tres días después, los comandos Chilenos atacaron. Nunca supimos de donde salieron. Yo desperté y ahí estaban, apuntándonos con sus armas. Se escuchaban detonaciones y disparos aislados. En la bahía, uno de nuestros buques le disparaba a algo en la niebla. Todo era muy raro, sabe, como si uno estuviera viéndose en una película. Entonces nos llevaron al edificio, y nos pidieron que abriéramos la puerta. Y ahí estábamos embromados, che, porque nadie sabía nada del edificio. Mataron a Polsky y luego a Favalli. Recién ahí se calmaron y decidieron volar la entrada.
El edificio era de una sola planta, y había una máquina como un dinamo gigante, como un generador inmenso, como los del metro de Buenos Aires, pero muchísimo mas grande. Lo más raro era que uno notaba que era una máquina de una sola pieza, no se si me entiende.
Los chilenos no parecían querer sabotear la máquina, sino más bien hacerla funcionar. Después de varias horas discutiendo y gritando, escuchamos un zumbido, como pito apagado que duró un par de minutos. Después de eso, los comandos se fueron y nos dejaron solos en ese tremendo edificio, sin saber que hacer.
Cuando volví de Malvinas quería irme a Neuquén, donde tenía parentela, pero no me dejaron. Me miraron raro y me internaron aquí, donde por lo menos me traen El Gráfico. Por algunas visitas me fui enterando del cataclismo, de cómo se hundió en el mar toda la parte sur de chile y argentina, desde Temuco hasta Neuquén. Millones de personas murieron. También supe que la guerra acabó y terminamos invadiendo y ocupando chile, o lo que quedaba de ella. A veces pienso en la máquina, y en ese zumbido. Ya no recuerdo las fechas, y trato de relacionar algunos hechos pero todo se me termina complicando mucho, ¿sabe?