El general Feng recibió a la delegación en su palacio de San Pedro de Atacama, que repetía la decoración de la ciudad prohibida. Exigió la entrega de Cuzco, ya que sus chamanes aymaras habían predicho que en aquel lugar se convertiría en Emperador de América. Los delegados se atrevieron a rechazar la petición, por lo cual fueron indulgentemente echados ciegos y desnudos al desierto, donde dos días después fueron encontrados casi muertos por un grupo de caballería chilena. Esto permitió que Santiago conociera los detalles del pacto que buscaba el eje, información que no supo ser utilizada por Santa María, que se limitó a crear la Dirección de Información Nacional, departamento civil que décadas después acabaría siendo absorbido por el ejército.
Los textos de historia del Perú repiten con insistencia que los chilenos gastaron hasta la última moneda en convencer a Feng que tomara Cochabamba, que la incendiara y pasara a cuchillo a la población. Una pirámide de cabezas cortadas y banderas de piel humana fueron el inicio del reino andino del General, que contaba con una numerosa corte de brujos y chamanes indígenas. Un extraño misticismo se apoderó de Feng. En su primer edicto, leemos con estupor la orden de desenterrar los cadáveres de los cementerios y arrojarlos sobre las ciudades, para extender la plaga y la enfermedad, justo castigo que iniciaría la limpieza de América, que pertenecía por derecho natural al hombre asiático y a sus descendientes, los indígenas.
Feng inundó literalmente el altiplano con copias de sus manifiestos, sus memorias y sus comentarios, dictados a un enorme grupo de amanuenses que tenía su propio tren, que siempre seguía al del general. En 1884, cuando el eje ya había logrado invadir Chile, Cochabamba era una ciudad muerta, ocupada solo por militares. La hambruna de ese invierno diezmó lo que quedaba de la ciudad, lo que Feng interpretó como señal de sus dioses ancestrales, ídolos de piedra que le hablaban desde las estepas de China. Hacia 1885 Las enfermedades habían prácticamente acabado con sus leales, lo que lo obligó a una leva forzosa que reunió a unos tres mil hombres, mujeres y niños de todos los rincones del altiplano, que debían partir a la conquista de Cuzco. Sin carbón ni agua, y sin animales, la marcha se hizo a pie. Cochabamba quedó vacía.
El ejército del general Feng nunca llegó a Cuzco: Su columna de espectros desapareció en algún punto de su ruta. Los soldados que protegían la ciudad esperaron en vano.
Numerosos osarios jalonan lo que ahora se conoce como el Camino de Feng, miles de kilómetros de desolado paisaje evitado a toda costa por los supersticiosos habitantes del altiplano. Los restos de sus trenes blindados aún pueden verse, como caparazones oxidados semienterrados en el desierto. Nada quedó de sus edictos ni de sus libros. El gobierno Peruano quemó y arrasó Cochabamba, con sus imprentas y sus toneladas de memorias sagradas todavía sin encuadernar, con la orden de borrar la memoria de Feng.
Un mestizo interrogado en el Callao aseguró que el ejército de Feng era una turba que empezó a desertar nada mas salir de Cochabamba. El general fue muerto y comido por oficiales de su guardia personal, a muchos días de camino de Cuzco.
Fuente: Historia didáctica de La Guerra del Pacífico, Walterio Millar.